Logogrifos el el Vagón del The Ghan

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reflejaba la cara desencajada del individuo. Todo era silencio en la vieja casa en que vivió con su abuelo y que es ahora un estudio de acceso prohibido hasta para su propia mujer. Llevaba cuatro días sin comer, y creo que tal como manda el credo secreto, integrado a las sombras, navegando por ellas repitiendo una letanía, viajando a lo más profundo de su propio abismo en busca de algo que la mayoría de los hombres desconocen y que sólo podrán contemplar cuando ya no haya posibilidades de regreso… -¿Es en serio, o nos querés tomar el pelo? Interrumpió el tano, con la cara fruncida como quien acaba de chuparse un limón. -Escuchen, es una historia interesante… ¿quieren que les cuente, o no? –se defendió Cayetano, expresándose con palabras recias, serias. -Sí… Sí…, siempre es bueno escuchar de ti una historia nueva, -incentivó el gordo, curioso para saber de qué trataba la narrativa recién comenzada. -Está bien, -concordó el chileno-. Ahora me escuchen con atención, porque no lo voy a repetir dos veces... En aquel cuarto, de la única ventana en forma de ojo de buey colgaba una manta gruesa, la cual impedía saber si en el lado de afuera era día o si ya había caído la negrura de la noche. Así permaneció hora tras hora, acompañado tan solamente por la palangana de agua, los Logogrifos en el Vagón del “The Ghan”

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