Snobiño, ojos desorbitados, que más parecían dos gotas de leche derramado sobre el asfalto retinto.
11 -¡Los presento! Este aquí, es Salvo Montalbano, dijo Kurt Wallander, justo al momento que se aproximaba hasta nosotros quien había llamado con su efusivo ademán de mano. En verdad, el individuo se veía llegar con cara de pocos amigos al apreciarse obligado a responder el llamamiento afectivo que había sido realizado por el gordo detective sueco. No en tanto, después de las debidas introducciones, como estábamos obstruyendo el apretado corredor del vagón, concluimos que era mejor arrimarnos al
coche
restaurante
para
extender
allí
nuestra
conversación de forma un poco más cómoda que en el pasillo, y mientras aprovechábamos para humedecer la garganta con algún brebaje. -Debo decirle -apuntó Kurt con rostro satisfecho, una vez que nos arrimamos a la barra-, que mi amigo Salvo nació en Catania, y por eso todos lo llaman “el Logogrifos en el Vagón del “The Ghan”
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