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Elija usted el nombre.
La madre de su marido sonrió y sin vacilación alguna dijo… -
Rosario.
Continuará…
CAPÍTULO TRES Una nueva vida comenzaba en aquella familia. Por un lado era felicidad el poder apreciar una carita que llenaba de vitalidad a cada uno de los que llamaba conocidos; en cambio, la época de posguerra hacía que a pesar de tener trabajo, el hambre afectase de cierto modo. Todas las noches, y más aún desde que nació Rosario; Emilia cogía su muñeca de papel, la apretaba fuertemente hacia su regazo y rezaba. No se llegaba a entender lo que decía, simplemente parecía más feliz y calmada cuando volvía a dejarla en su lugar. Los días cada vez eran más duros, sin embargo, los niños parecían estar bien, Carlos jugaba al fútbol con sus amigos como de costumbre y Marta ayudaba en los quehaceres de la casa y aprendía a cambiar pañales. Rosario era la niña bonita y Marta no llegaba a entender que era aquello que causaba que ya no le prestasen la atención que antes tenía, a veces, incluso parecía que sentía envidia por su hermana; pero siempre se calmaba cuando la pequeña le sonreía como si no hubiese mañana. El marido de Emilia necesitaba ayuda en el bar desde que ella dio a luz, pero tampoco tenía el dinero suficiente como para pagar a alguien que atendiese a los clientes, por lo que las llegadas fueron cayendo en picado; cuestión que a nadie gustaba. Escaseaba el dinero por el pueblo, la comarca y todo el país en general. Emilia hacía lo posible para estar al pie del cañón, para ayudar en todo lo que pudiese; en cambio, el parto no le había sentado del todo bien y sus esfuerzos eran en vano, tenía suficiente con estar a cargo de sus tres pequeños, que al fin y al cabo era lo que más le importaba en la vida. -
No nos va del todo bien… ¿entiendes?
Las palabras de Samuel, que así se llamaba el padre de familia, salían a descaro de sus labios y no mostraban signo de contento.
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Hago todo lo que puedo. Cuido de nuestros hijos, de la casa y hago lo posible para que estés feliz con tu familia.
A pesar de que decía una verdad como un templo de grande, él no mostró expresión grata, se limitaba a mirarla de arriba hacia abajo con semblante serio. En cambio, se podía apreciar que sus manos temblaban, símbolo del nerviosismo que su ser sentía. -
Necesitas descansar. Sé que pasamos por un momento duro, yo todas las noches cierro los ojos, abrazo a mi muñeca de papel y me siento mucho mejor y con ánimos para empezar un nuevo día.
Volvió a pronunciar entre gestos dubitativos Emilia, ya que su marido se había quedado serio en el instante y con una expresión dura, sólo marcada en una línea en sus finos labios tenía su imagen. -
Estoy harto de tu querida muñeca de papel y de tu felicidad… estamos arruinados Emilia, arruinados… ¿entiendes eso?... ¿tu muñeca de papel nos va a ayudar a salir adelante? Olvida la maldita muñeca y viaja a la realidad. Estamos en tiempos de posguerra.
Y tras él, un portazo. Emilia no esperaba tal reacción y echó a llorar ante la atónita mirada de Marta, que con su corta edad cogía a Rosario como si toda una madre fuese. No hizo nada… sólo dejó a su madre desahogarse y llorar como nunca había hecho delante de su presencia.
Continuará…