Acompañada de las mariposas capítulo cuatro

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Acompañada de las mariposas Capítulo Cuatro -

Tienes que parar de llorar Fátima, las pequeñas empiezan a darse cuenta de que te pasa algo y no dudarán en decírselo a la enfermera, y ésta otra a Penélope.

A pesar de que Alicia y yo intentábamos por todos los medios que ésta se calmase, no había manera de que dejase de desprender llanto por cada poro de su piel, se notaba a leguas que estaba asustada, y nosotras éramos las que mejor la entendíamos. En cambio, debía callar. Sin esperarlo, del megáfono colocado en la parte superior de la puerta del comedor y otro justo al lado de los dormitorios salió una voz grave, que sin ninguna duda era Francisco quién hablaba… -

Buenos días señoritas, os esperamos a todas en el salón de actos a media mañana. Y cuando digo todas, quiero decir todas, sin excepción.

Nos miramos una vez más en el día y suspiramos. -

Venga Fátima, ánimo, tienes que levantar de la cama.

A pesar de nuestra buena voluntad, ella seguía echada entre sus sábanas blancas, acurrucando sus piernas a su regazo, como cual caracol. -

No te vamos a obligar a que levantes, nosotras vamos a ir al salón de actos para atender sobre lo que quieren informarnos. Te cubriremos las espaldas como podamos, aunque te advertimos que será difícil, teniendo en cuenta que eres la mayor de todo el centro San Sebastián.

Apenas nos dimos la vuelta cuando… -

Maldito orfanato….

Fátima no paraba de derramar lágrimas y descubrir ante nosotras su verdadera preocupación, esa que nunca había querido hacer ver delante de nosotras, pero que conforme se acercaba el momento de la verdad, más se hacía de notar.


-

Descansa amiga.

Y marchamos. -

Tenemos que ayudar a Fátima como sea.

Me nombraba a descaro Alicia, pues ella era la siguiente. No sabía cómo decirle que no podíamos hacer absolutamente nada por ella… ¿sería que ya no querían volar como cual mariposa lo hace?... No era ese nuestro sueño hasta ayer. -

Hola, y ¿Fátima?

Pronunció entre palabras y con tono oscuro Matías, el señor conserje y amante, sin ninguna duda, de la directora Penélope; lástima que no pudiésemos decir nada a los demás, quién sabe que castigo nos caería. -

Se encontraba indispuesta, creo que el desayuno no le ha sentado bien.

Mis letras salieron a trompicones de mi boca, para no ocasionar duda de mi falsa verdad. No quería que le pasase a Fátima lo mismo que a mí tantas veces por incumplir las normas, aquella habitación sin ventanas en las que nos obligaban a estar durante toda una semana, sin poder relacionarnos con nadie; solo pensarlo me daba escalofríos. -

Vale, después le diré a Penélope que hable con ella, ¿de acuerdo? No me gusta esa gran amistad que tenéis vosotras tres. Me dais mala espina.

Palabras inútiles que las pronunciaba un ser igual de inútil que las mismas. -

¿Entramos?

Dije a la misma vez que encogía los hombros y con un gesto con mi mano invitaba a mi amiga Alicia a pasar al salón de actos, en el cual nos esperaba Penélope, y para nuestra sorpresa, no había señor Tomson pero sí cesta. Sabíamos a ciencia cierta cuál iba a ser la noticia. Salimos de allí cabizbajas, sabíamos que una nueva vida llegaría a todas en forma de mariposas, pero jamás acompañadas de la inseguridad que en esos momentos nos


ocasionaba lo ocurrido. Un nuevo miembro en la gran casa, una nueva vida… y para compensarlo, las mayores éramos las responsables de cuidarlo. Andábamos por los pasillos con una cesta, y dentro de ella un bebé… -

Le llamaremos Cristóbal… como mi abuelo.

Dije sonriendo. -

Llámalo como quieras Cristina, al fin y al cabo, a ti aún te quedan siete largos meses aquí. Fátima y yo en apenas 8 semanas ya estaremos fuera de estas cuatro paredes. Esperándote por supuesto.

Le di un enorme abrazo con cuidado a que no rozase el cesto… -

Vosotras me esperaréis, y yo estaré encantada de unirme a la aventura, como auténtica mariposa que soy.


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