Acompañada de las mariposas completo

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ACOMPAÑADA DE LAS MARIPOSAS CAPÍTULO UNO Y en mi ventana estaba aquella mariposa una vez más; me miraba con aires de superioridad y me invitaba a que me quedase observando su peculiar belleza. En toda ocasión me preguntaba a mí misma como un ser invertebrado y tan insignificante a los ojos del ser humano, podía ser al mismo tiempo tan inmensamente bello. Solo me evadió del inquietante espectáculo que mostraban sus alas, al escuchar a lo lejos esa campana, que marcaba una hora exacta, las ocho de la mañana. La paz que por unos instantes había sentido, volvía a transformarse, por arte de magia, en ruido y desesperación. Giré la vista y mi acompañante ya no estaba allí, me había dado los buenos días y había marchado, como siempre. Mis ojos se llenaron de tristeza mientras colocaba mis zapatillas y ponía en pie, despertando con bulla y desespero a todas las niñas que en mi habitación dormían, tanto a aquellas que estaban inmensamente introducidas en el mundo del sueño y que solo contaban con tres años de edad, y a aquellas otras que dormían en literas esperando a que, desde lo más alto, un fénix se las llevase volando, lejos de allí. - Venga chicas, asearse y vestirse rápido que nos espera el desayuno. Esas eran mis palabras todas las mañanas, la misma frase siempre salía por mis labios carnosos. Intentaba a base de movimientos en las sábanas que se despertasen, pues siempre llegábamos diez minutos tarde, cuestión que no nos podíamos permitir, o al menos, por tercera vez en la semana. - Pero… ¡tengo sueño! Me dijo en dicho instante una voz diminuta, que provenía de mi lado derecho y me decía con balbuceos que no quería despertar.


- Carolina… piensa que nos esperan unas buenas tortas de masa, acompañadas de un buen tazón de chocolate, y después de esto, miles de chucherías en bandejas y bandejas también recubiertas de chocolate blanco… mmm, ¡qué bueno!... ¿no quieres? Fue nombrar todas esas letras de golpe, y al minuto ya estaba en pie, intentando sin éxito alguno, colocarse sus calcetines del uniforme tan desgastado, que nos obligaban a llevar en aquel lugar. - Vamos, vamos, vamos… que llegamos tarde… Ya eran las ocho y media, justo la hora en la que teníamos que estar en el comedor, todas sentadas en aquellas mesas tan alargadas y de madera pintorreada, con miles de garabatos y señales por cada una de las astillas. Todas habíamos llegado al tiempo indicado, así que nadie se llevaría castigo alguno, en cambio, los ojos de la directora Penélope siempre eran los mismos… arrogantes, cabreados, sin sentimientos, ni razón; sin duda alguna no era parecida en absoluto a una mariposa. - Llevad vuestros platos al mostrador de la cocina, que Úrsula os dará vuestro desayuno. Úrsula era la cocinera de allí, y tenía que reconocer que la primera comida del día era su especialidad… Cuando fue mi turno, un trozo de pan duro, con mal aspecto del día anterior y un vaso de leche, que ni yo misma acertaba cuando había caducado era el desayuno del día. Miré hacia abajo y pensé que tenía suerte de que no fuese un simple zumo de naranja exprimido de aquellos árboles que andaban por allí, pero que tenían muy mal aspecto. - Cristina… Me tiraba de la falda la más pequeña… - ¿Dónde está el chocolate y las tortas de masa?


No le dije nada, solo le rocé el hombro y le mostré una sonrisa. - Come. Mientras nombraba esa frase, dirigí mi vista a la mesa principal, en la cual pude observar que Penélope y los demás trabajadores de allí comían una buena rebanada de pan caliente y en su decoración se podía hallar alimentos como aceite, tomate, jamón, mermelada; además de fruta fresca y leche en buen estado. Era otra realidad, siempre suponía que era la realidad en la cual vivían las mariposas… y soñando, empecé a probar bocado… CAPÍTULO DOS Todo era desespero cuando me encontraba en la gran cola que se formaba para llegar al baño, pues a pesar del gran hogar, si es que se podía llamar así, solo había un servicio en toda la estancia. Las más pequeñas no podían aguantar, la mayoría de las veces intentábamos que fuesen las primeras en entrar; a dos muchachas más y yo nos faltaban pocos meses para cumplir la mayoría de edad y éramos conscientes de que bastante poco nos quedaba para pisar la calle, para posar nuestros pensamientos e ideas en la verdadera realidad. Justo cuando a punto estaba de entrar y poder lavar mi cara y en definitiva olvidar cada uno de los aspectos de mi vida que me obligaban a estar allí, se abrió el gran portón que daba al pasillo, ese pasaje largo que acababa en una enorme escalera que llevaba hasta las habitaciones, diez dormitorios concretamente. Tras ese chirrido, un hombre apareció con un sombrero y una gabardina negra que parecía no llevar paraguas, pues en la calle tronaba y él llegaba completamente mojado. Estaba hiperventilando y lo acompañaba un pequeño maletín que también se podía observar había sido inundado por el gran diluvio. -

Señora Penélope, traigo nuevas noticias.

La directora se giró al oír su nombre y con gesto serio le contestó a aquel hombre que se había atrevido a irrumpir el lugar en el cual todos se encontraban en absoluta paz, justo a las nueve de la mañana, la hora en la cual acababa el desayuno. -

¡Señorita Penélope, si no le importa!...


Gritó. -

Nos vemos en mi despacho dentro de un par de horas, en el tercer piso, gracias.

Dijo sin más preocupación, y siguió su conversación con el subdirector, Francisco, que se encontraba a su vera. -

Pero, no puedo esperar tanto…

Otra vez, Penélope se dirigió a ese señor y tal fue su mirada que calló y marchó de allí con un recatado “Buenos días, en su despacho estaré a las once”. Por fin entré al baño después de tal escándalo. Venía cogida de mi mano Ariadna, una chica de cinco años que, a pesar de que no dormía conmigo, me tenía un especial cariño desde que llegó no hacía más de dos meses. Mientras se levantaba su faldita y se disponía a alcanzar el váter, Fátima se dirigió a mí… -

Cristina, creo que va a llegar alguien nuevo.

Me lo dijo en silencio, pues aunque la mesa de la directora se hallaba a una distancia prudente, tenía los oídos demasiado finos y no podíamos arriesgar a que nos escuchase. -

¿Tú crees que ese señor venía a traer a otra niña más?... Si están las habitaciones completas.

Acerté a decir mientras Ariadna tiraba de la cadena de la mejor forma que podía, pues aún no alcanzaba la parte superior del retrete. -

Cristina… tengo miedo, dentro de una semana cumplo los 18… me echarán, como cual galgo abandonan en la calle porque ya no sirve para la caza.

Y lloró… -

¡No pueden hacer eso Fátima!

Grité, maldiciendo mi inconsciencia… -

No pueden hacer eso Fátima – susurré en esta ocasión – Hasta que no cumplas los 18 no te echarán de aquí, además acuérdate que nos prometieron un hogar en el cual vivir cuando eso ocurra.

Pude decir lo más rápido que me lo permitieron mis labios para que no sospechasen de que estábamos hablando. -

Cristina, por favor… ¡mira como estamos aquí!; llevo en este sitio desde que mi memoria pueda alcanzar, y tú ya llevabas varios años en este lugar cuando


aparecí en tu vida… conocemos como son estas personas… ¿de verdad crees que tendrán algo mejor allá afuera?.... tengo miedo. Sus palabras salían atropelladas y sus ojos verdes entristecidos me miraban y me obligaban a abrazar a la persona que tenía frente a mí. -

Fátima, piensa que si sales estarás libre, como cual mariposa que vuela… como aquella que todas las mañanas se posan en mi ventana… piensa que dentro de dos semanas tú cumplirás los 18, pero a los dos meses siguientes Alicia también estará fuera de este espantoso lugar, y al poco tiempo, también yo me encontraré con vosotras.

Aunque se quedó callada ante mi respuesta, no mencionó contestación porque no era consuelo alguno el estar dos meses por las calles de Madrid sola. Al fin y al cabo lo que debía de tener en cuenta era que no estaría encerrada como 7 años largos de su vida. Le sonreí, le acaricié la cara y salimos junto con Ariadna lo más rápido que pudimos, pudiendo observar que otra chica, en esta ocasión Julia, se retorcía y se agarraba su entrepierna, síntoma de que se orinaba… y la dejamos entrar ante la fría mirada de Penélope. CAPÍTULO TRES Justo cuando salimos del baño, nos encontramos con Alicia, que estaba sentada en el pequeño escalón de la entrada, curando la rodilla de Esperanza, que tenía sus ojos encharcados de lágrimas; seguro se había caído corriendo al servicio a hacer sus necesidades. Esto lo pude deducir cuando alcé la mirada por encima de su rodilla y un pequeño charco se podía observar en el suelo… se había orinado. Fátima y yo nos miramos y ambas supimos cómo reaccionar ante lo que vimos. Corrimos en busca de una fregona lo más rápido que pudimos y limpiamos el suelo, suerte que nadie nos vio. Después del desayuno e ir al baño tocaba asistir a clase, dependiendo de nuestras edades cada una acudíamos a un horario distinto, pues a nosotras tres nos tocaba en primera ocasión hacer las camas de todos los dormitorios. Como ya he comentado, las clases estaban ordenadas por edades, las niñas de tres a cinco años iban juntas, aquí todas aprendían a leer, además de realizar dibujos si se portaban bien; supongo que era la edad más bonita para vivir en aquel lugar.


A continuación se encontraban las niñas de seis a diez años, las cuales llevaban a cabo aprendizajes más avanzados o más ligados a las mujeres por aquellos años, tareas como coser, planchar, etcétera; aspectos que hacían que las niñas acabasen con quemaduras y pinchazos muy de vez en cuando, llevándose por ello continuos regaños. De los once años a las diecisiete nos dedicábamos a llevar los dormitorios, a realizar las tareas del hogar y a leer por las noches siempre que podíamos. En ocasiones nos reuníamos en un lugar, para nosotras secreto, y nos tirábamos horas hablando sin parar de nuestras vidas, de nuestro pensamiento de futuro, que al fin y al cabo, eran los mismos para las tres que cumplíamos los 18 en ese tiempo. Nos miramos las tres en el instante que vimos entrar al señor que con antelación, había molestado a Penélope y con tan solo una mirada supimos lo que teníamos que hacer. Nos dirigimos despacio a la parte trasera de aquella gran casa y nos colamos por una de las puertas traseras, que todas daban, tras unas escaleras en forma de caracol, al despacho de la directora. Corríamos el riesgo de que nos pillasen con las manos en la masa, pero teníamos que escuchar lo que quería aquel hombre. -

Buenas tardes señor Tomson, dígame cuales son las noticias.

En esa ocasión, tras la mirilla, pudimos ver como sostenía una pequeña sesta que parecía ser pesada y la colocó encima del escritorio de la directora. -

Esto es la noticia.

Penélope miró el rostro de Tomson, y a continuación dirigió la mirada hacia el cesto que había colocado frente a ella. -

¿Pretendes que nos quedemos con la criatura?

Me llevé las manos a mi boca cuando me pude percatar que lo que aquella cesta escondía entre mimbre era un bebé, y me lo corroboró el llanto que prosiguió. -

Está llorando, cógela. Además, usted sabe que aquí no admitimos a varones.

Dijo con tono serio, mientras observaba como cogía entre sus brazos al pequeño para que se calmase. -

Es un bebé, acaba de nacer y no tiene madre; como todas las niñas que aquí se encuentran. Será temporal, hasta que le encontremos un hogar, lo prometo.

Tras dar una calada a su cigarro y expulsar el humo en dirección al señor Tomson, provocando que tosiera, dijo un sí algo dubitativo, confirmando que tendríamos a un


nuevo compañero, cuestión que a Fátima no le gustaba nada… no había sitio en las habitaciones… ¿dónde lo meterían? Salimos a la bulla de allí, cerrando con seguridad la puerta por la que habíamos entrado. -

No puede ser, chicas ya mismo me voy y aún no me han dicho a qué lugar debo dirigirme. Encima ahora llega, sin esperarlo, un nuevo miembro… yo… yo no sé qué pensar…

Alicia y yo la abrazamos… -

Estaremos juntas, como siempre lo hemos estado… ¿de acuerdo? Capítulo Cuatro

-

Tienes que parar de llorar Fátima, las pequeñas empiezan a darse cuenta de que te pasa algo y no dudarán en decírselo a la enfermera, y ésta otra a Penélope.

A pesar de que Alicia y yo intentábamos por todos los medios que ésta se calmase, no había manera de que dejase de desprender llanto por cada poro de su piel, se notaba a leguas que estaba asustada, y nosotras éramos las que mejor la entendíamos. En cambio, debía callar. Sin esperarlo, del megáfono colocado en la parte superior de la puerta del comedor y otro justo al lado de los dormitorios salió una voz grave, que sin ninguna duda era Francisco quién hablaba… -

Buenos días señoritas, os esperamos a todas en el salón de actos a media mañana. Y cuando digo todas, quiero decir todas, sin excepción.

Nos miramos una vez más en el día y suspiramos. -

Venga Fátima, ánimo, tienes que levantar de la cama.

A pesar de nuestra buena voluntad, ella seguía echada entre sus sábanas blancas, acurrucando sus piernas a su regazo, como cual caracol. -

No te vamos a obligar a que levantes, nosotras vamos a ir al salón de actos para atender sobre lo que quieren informarnos. Te cubriremos las espaldas como podamos, aunque te advertimos que será difícil, teniendo en cuenta que eres la mayor de todo el centro San Sebastián.

Apenas nos dimos la vuelta cuando… -

Maldito orfanato….


Fátima no paraba de derramar lágrimas y descubrir ante nosotras su verdadera preocupación, esa que nunca había querido hacer ver delante de nosotras, pero que conforme se acercaba el momento de la verdad, más se hacía de notar. -

Descansa amiga.

Y marchamos. -

Tenemos que ayudar a Fátima como sea.

Me nombraba a descaro Alicia, pues ella era la siguiente. No sabía cómo decirle que no podíamos hacer absolutamente nada por ella… ¿sería que ya no querían volar como cual mariposa lo hace?... No era ese nuestro sueño hasta ayer. -

Hola, y ¿Fátima?

Pronunció entre palabras y con tono oscuro Matías, el señor conserje y amante, sin ninguna duda, de la directora Penélope; lástima que no pudiésemos decir nada a los demás, quién sabe que castigo nos caería. -

Se encontraba indispuesta, creo que el desayuno no le ha sentado bien.

Mis letras salieron a trompicones de mi boca, para no ocasionar duda de mi falsa verdad. No quería que le pasase a Fátima lo mismo que a mí tantas veces por incumplir las normas, aquella habitación sin ventanas en las que nos obligaban a estar durante toda una semana, sin poder relacionarnos con nadie; solo pensarlo me daba escalofríos. -

Vale, después le diré a Penélope que hable con ella, ¿de acuerdo? No me gusta esa gran amistad que tenéis vosotras tres. Me dais mala espina.

Palabras inútiles que las pronunciaba un ser igual de inútil que las mismas. -

¿Entramos?

Dije a la misma vez que encogía los hombros y con un gesto con mi mano invitaba a mi amiga Alicia a pasar al salón de actos, en el cual nos esperaba Penélope, y para nuestra sorpresa, no había señor Tomson pero sí cesta. Sabíamos a ciencia cierta cuál iba a ser la noticia. Salimos de allí cabizbajas, sabíamos que una nueva vida llegaría a todas en forma de mariposas, pero jamás acompañadas de la inseguridad que en esos momentos nos ocasionaba lo ocurrido. Un nuevo miembro en la gran casa, una nueva vida… y para compensarlo, las mayores éramos las responsables de cuidarlo. Andábamos por los pasillos con una cesta, y dentro de ella un bebé… -

Le llamaremos Cristóbal… como mi abuelo.


Dije sonriendo. -

Llámalo como quieras Cristina, al fin y al cabo, a ti aún te quedan siete largos meses aquí. Fátima y yo en apenas 8 semanas ya estaremos fuera de estas cuatro paredes. Esperándote por supuesto.

Le di un enorme abrazo con cuidado a que no rozase el cesto… -

Vosotras me esperaréis, y yo estaré encantada de unirme a la aventura, como auténtica mariposa que soy. Capítulo Cinco

Una tarta con unas velas que marcaban el número dieciocho decoraban la habitación número 320, acompañada de la oscuridad y el silencio y alumbrada de un color apagado que hacía la instancia más bonita… -

A la de tres…

Dije entre susurros a todas las niñas que se habían apuntado a la aventura que nos esperaba aquella mañana, Sábado concretamente, y que teníamos como costumbre levantarnos antes de las once. En cambio, solo eran las nueve de la mañana. -

Una, dos y… tres

La habitación se llenó de la típica canción de cumpleaños, desvelando a aquella que estaba de celebración y provocando un sobresalto en sus pequeños ojos marrones. Su primera reacción al apagar las velas y reír por la sorpresa fue derramar un par de gotas de agua salada. -

Muchas gracias chicas. Hoy es mi último día.

Todas callamos ante la primera frase que mencionaron sus labios. Nos daba pena que se fuese, pero era claro que tenía que hacerlo para seguir con la verdadera vida que seguiría fuera de aquel lugar. -

Pronto te acompañaré Fátima, dentro de dos semanas me harán a mí esta sorpresa.

Dijo con rapidez y entre atropellos Alicia, a la cual los nervios recorrían aunque quisiese mostrar lo contrario. -

¿Tú también nos acompañarás verdad?

Se dirigieron hacia a mí… -

Claro… ¿por qué lo dudáis?


Me atreví a decir sorprendida ante la pregunta que formularon hacia mi persona. Ambas quedaron calladas, cuestión que provocó que saliese de allí sin decir palabra, asustada por la idea de que mis amigas de toda mi vida dudasen de mí en un momento tan crucial en nuestras vidas… estábamos solas y juntas formábamos un gran equipo; jamás las dejaría… en cambio, ellas parecían no confiar en mi palabra. Me encerré en mi cuarto, y sin querer giré mi vista hacia la ventana una vez más; y allí estaba. La misma mariposa se encontraba postrada en el frío cristal, dando un bonito cuadro al atronador tiempo de la calle y desplegando sus alas a la par… -

No te vayas…

Lloré, la primera vez que lo hacía en mucho tiempo… -

No me dejes otra vez… quiero volar contigo…

Y marchó. Mis ojos se inundaron de lágrimas saladas que daban paso a un ataque de ansiedad no muy propio en mí; abrí el tercer cajón y saqué la pequeña carta que le había hecho a Fátima por su dieciocho cumpleaños y la tiré en la basura más cercana. -

¿Se puede?

Mis dos amigas abrían la puerta mientras preguntaban dicha cuestión. -

No queríamos hacerte sentir mal, pero…

Mencionó Alicia. -

¿Pero qué?; ¿pensáis que yo no tengo miedo?... no sé si lo sabéis, pero yo también estoy sola… yo no saldré con la vida solucionada de aquí, en cambio, soy fuerte y confío en que mis amigas saldrán adelante antes que yo y que me reencontraré con ellas cuando llegue mi hora de despegar… ¿entendéis eso?... a veces parece que no, pero llevo aquí tanto tiempo que ni tan siquiera sé cómo huele el mar, si es que no sé de qué color es la calle…

Y seguí llorando. -

Es que todo ha cambiado en tan solo una semana, y no sabemos si queremos que te vengas con nosotras cuando salgas de aquí…

Las miré con los ojos derrotados y el alma inquieta, agaché la cabeza, me llevé las manos a mi pelo enredado y suspiré… -

Así que… eso es todo lo que me tenéis que decir… Capítulo Seis


Veía como Fátima organizaba su maleta, unas cinco prendas en total era lo que llevaba, a lo que se le sumaba dos pares de zapatos desgastados y algunos coleteros para recoger su largo y frondoso cabello. En la entrada de su habitación me hallaba yo cruzada de brazos; y justo al lado mía estaba Alicia; ambas no despegábamos la mirada de nuestra compañera que, irremediablemente, se marchaba. Sin embargo, Alicia comenzó a llorar, a diferencia de ésta que se iba, que había parecido entender en esos últimos días que era inevitable el hecho de volar. Yo no podía soltar lágrima alguna, pero era cierto que la echaría mucho de menos. Un abrazo surgió entre mis dos amigas, que, sin esperarlo, me unieron en su despedida calurosa y pude apreciar el lloro de Alicia y las palabras de Fátima en susurros… -

Nos vemos en el mundo, chicas…

Acto seguido nos apartó y mirándome pronunció lo que ya sabía… -

Está en tu mano que tú formes parte de nuestra vida allá afuera Cristina… No iremos lejos…

Mi rostro se volvió más serio del que estaba cuando comenzó el día; era la primera vez que una persona, y más una amiga, me ponía entre la espada y la pared; sin remedio tenía que elegir y no se me daba nada bien. En la puerta divisábamos cómo Fátima avanzaba con paso firme sin dirigir la vista hacia atrás, hasta el portón de la entrada, y posó un pie en la temida calle; y sonrió. Las que nos encontrábamos a su espalda suspiramos y sentimos un alivio inmenso de que se sintiera realmente bien. -

¿Sabes?, no es necesario que finjas que la echarás de menos.

Me volví en dicho instante a Alicia que me miraba por encima del hombro y hablé entre tartamudeos. -

P… pero sí que la extrañaré.

Mencioné con los ojos abiertos como platos, pues seguía sin entender el cambio tan radical que mis confidentes habían dado en tan solo un par de semanas. -

No, tú ahora tienes algo más importante que hacer… ¿no crees?

Me dolía el pecho al oír sus palabras y por un mísero segundo rogué al cielo que pronto cumpliera la mayoría de edad. Pensamiento que se desvaneció al instante, pues realmente quería formar mi vida con ellas.


Solo vi como también marchaba en busca de sus quehaceres, dejándome atrás y atrapada en la oscuridad, a pesar de que el sol alumbraba más de lo habitual ese día. Miré el reloj que apuntaba las doce en punto y un llanto recorrió toda la estancia, Cristóbal tenía hambre. Llegué a su lado lo más rápido que pude, también para no causar tal escándalo que me regañasen una vez más; pero la velocidad alcanzada por mis piernas fue en vano. -

Pff, maldito niño… te he dicho mil veces que no lo descuides.

La directora apareció a la misma vez que yo por la puerta de mi dormitorio, pues éste se hallaba justo al lado de su despacho. Me había mudado allí desde que decidí hacerme cargo del nuevo miembro. -

Lo siento, no volverá a ocurrir.

Los aires de superioridad de aquella que me miraba entre sombras, hizo que agachase la cabeza y me dirigiese al interior de la habitación para poder dar de comer al bebé que entre sábanas se encontraba. -

Ah, por cierto Cristina. Hazte a la idea de que este bebé no se queda, no encuentran familia alguna pero tampoco hemos conseguido la firma que necesitábamos para poder aceptar a varones en el lugar… piénsatelo… cumples la mayoría de edad este año; y si nadie lo adopta, Dios sabe qué pasará con el que ahora se encuentra a tu vera por las noches.

Un guiño salió de su tez arrugada y su mirada oscura se volvió de la simpatía nuevamente al misterio, provocando dolor. Solo me dediqué a darle un biberón al pequeño y decirle entre susurros… -

Resulta que tú y yo estaremos juntos mucho más tiempo del pensando glotón.

Pensé y con un gesto de cariño hacia aquel que sostenía en mis brazos, siguió el día. Capítulo Siete -

Ya es la hora

Dijo una voz desde la puerta y yo, con ojos llorosos escuchaba la frase que salía de sus labios. El jefe de estudios pronunciaba esas letras que yo, por desgracia, no deseaba oír, pero que no quedó más remedio que presenciar. -

¿Te lo llevas ya?, pero… aún no me habéis dicho a qué lugar…

Mi tono de voz era de preocupación y se podía observar a leguas que no quería que se marchase. -

Los servicios sociales se harán cargo de él.


Esas palabras era lo que mi cabeza no deseaba reflexionar, me entró pánico y llorando, lo abrazaba aún con más fuerza. -

Parece mentira que llores por él y no por tu amiga.

Del otro lado, adentrando su dedo en la llaga que se me estaba formando, apareció Alicia, la cual, cada vez que pasaban los días, más disgustada se hallaba conmigo. No hice caso a lo que mencionó y seguí en mi mundo, esta vez cantándole una nana. Entre ojos encharcados en lágrimas pude pronunciar algo que estaba esperando decir hacía ya varios días, pero que no dije por temor a desvanecer en aquel lugar; en cambio, lo único que me daba vida en dichos instantes era su figurita y su personalidad, la cual aún no estaba definida, pero que yo ya la apreciaba. -

Hay otra opción.

Todos los que habían entrado a mi habitación para divisar el espectáculo que yo misma estaba formando por mi llanto, se miraron y quedaron anonadados; pues jamás pensaron que mostraría valentía ante aquel que se quería llevar a Cristóbal de mis brazos. -

¿Y se puede saber cuál es esa opción?

Y con dicha pregunta y un gesto que decía un “adelante”, empecé a mostrar mi idea. -

Yo podría…

Alicia se empezó a reír, dio un portazo tras ella, que poco después le supuso un castigo y a lo lejos pronunció… -

¿Volar?... No; adiós a volar como mariposas Cristina…

Que se fundieron en eco en el inmenso orfanato; y que dejó a la vista que yo, irremediablemente no tenía su amistad, como antes. Tan solo le quedaban un par de días para cumplir los dieciocho y yo aún no había arreglado nada con ella; seguro mi vida fuera no encontraría cobijo de aquellas a quienes consideraba amigas… aunque en el fondo, entendía su posición… -

De verdad, yo podría…dame solo una semana; una semana más y te prometo que no fallaré. Yo puedo y si fallo pues ya me llevaré el castigo correspondiente, pero déjame probar… por favor.

Mis pensamientos salieron entre atropellos que dejaron a todos boquiabiertos, incluso a las más pequeñas que ni tan siquiera entendían bien lo que quería decir con mis palabras. -

Por favor…


Volví a pronunciar con el corazón encogido. -

Una semana, solo te doy una semana para que pienses como podrías hacer lo que propones. Ni una más ni una menos… ¿de acuerdo?

Mi respiración se relajó, tenía una semana perfecta para ordenar mis ideas y pensar en una alternativa mejor de la que siempre tenía de primera mano, y como no, sonreí diciendo… -

No os defraudaré, ni a usted ni a la directora.

Todos salieron del dormitorio y me dejaron paso a suspirar y a observar a Cristóbal con detenimiento, que ahora dormía, con respiración pausada y me lo acerqué al regazo… olía tan bien. Me tiré dos días buscando por el único ordenador que había en el centro, a las horas permitidas para hallar solución al problema que se me venía encima, en cambio, estaba tan atareada que jamás hallaba respuesta. Tenía miedo, pues el tiempo se me echaba encima… -

Es mi cumpleaños, me voy Cristina.

Por la cocina apareció Alicia, que sin esperarlo, se dirigió a mí. Llevaba una mochila, algo menor que la de Fátima cuando marchó y un pequeño maletín donde contenía su diario, de eso no había duda. -

Te echaré de menos aunque no lo creas.

Con un gesto serio se acercó a mí y me dio un afectivo abrazo que yo, indudablemente, no rechacé… pues lo necesitaba, más que nunca. -

Suerte… ¿sabes algo de Fátima?

Atiné a decir. -

No, pero quedamos en que me esperaría en la puerta del orfanato el día de mi cumpleaños, así que tiene que estar ahí. Suerte Cristina, la necesitas más que yo.

Me asomé a la ventana para observar su partida y, con sorpresa, Fátima no se encontraba allí. Vi como Alicia la esperó y esperó durante horas, observé como lloraba desconsolada cuando transcurría el tiempo y ya se echaba la noche encima. A la mañana siguiente, decidí asomarme nuevamente a la misma ventana y Alicia seguía allí… sin rastro alguno de Fátima.


Y mi amiga, esa que tanta confianza tenía en aquella que primero marchó, quedó esperando toda la noche. Esperando se encontró con su destino, que al igual que el de las demás era buscar un futuro sin compañía de sus amigas de orfanato… -

Suerte Alicia…

Pensé cuando sus pasos echaron a andar. -

Ya no seremos mariposas que vuelen en sintonía; pero somos pequeñas orugas que desplegarán sus alas cuando el tiempo pase y construyamos nuestro propio futuro. Te quiero.

Dije en el aire. Capítulo Ocho Hay veces que las mariposas vuelan en compañía, como cual familia hace; en cambio, en otras ocasiones hay que dejar echar el vuelo sin más compañía que un sueño y una ilusión… Allí estaba ella, una vez más la mariposa se posó en la ventana, y me saludaba con su tintineo de alas; disfrutaba de la paz y tranquilidad que me otorgaba una nueva mañana, pero que me llenaba de angustia… solo quedaban tres días. Un llanto hizo que me sobresaltase sin más remedio, en cambio, sonreí… no me producía miedo, y mucho menos enfado. No hice mucho caso a la pequeña mariposa, que nuevamente, se marchó dejándome atrás, dejando mi alma en el más profundo de los silencios y callando mi corazón, que ahora en vela se encontraba. Una vez que consolé a Cristóbal… lo pensé… y lloré… -

Pequeño, las cosas no salen como quiero… no encuentro salida. Dime que puedo hacer…

Lloraba desconsolada mirando al pequeño que ahora se encontraba observándome a descaro entre sus espabilados párpados… ya casi tenía tres meses. -

Me va a pasar otra vez igual…

Chillé, por la impotencia que sentía entre mis manos, y sobre todo, por el recuerdo. Me quedé en el cuarto toda la mañana, ni siquiera me molestaron ni regañaron en el transcurso de las horas; en cambio, no sentía extrañeza, supongo que tendrían un poco de compasión y me dejarían despedirme en condiciones, sin necesidad de demostrar mis lágrimas y mis ojos hinchados después de las gotas de agua salada que solas brotaban.


Sólo tres días, volví a pensar… no tenía recursos, se me acababan las ideas, el ordenador no me daba inspiración y mucho menos encontraba imaginación alguna encerrada entre esas cuatro paredes… tendría que salir… ¿Salir?; a pesar de que la palabra me causó escalofríos, no me quedaba otra… me quedan tres días, pero dos meses para cumplir los 18… Le estuve dando vueltas y vueltas a mi alocada cabeza y lo decidí… lo haré… sin más pensamiento, sin más dilación… lo haré… Saldré a la calle, con la simple compañía de la luna, un pequeño bolso donde pudiese introducir mis cosas del orfanato y entre mis brazos, el bien más apreciado y fundamental… Cristóbal. Tragué un nudo en dicho instante, y el nerviosismo empezó a recorrer todo mi cuerpo, salir sería la única oportunidad de cumplir mi deseo, el que no me dejaba dormir en condiciones y el que jamás podría conseguir si no escapaba de aquel lugar. Corriendo, comencé a desvestir el armario, el que tan solo se hallaban dos míseras prendas de ropa y un par de zapatos y con bulla las coloqué en la pequeña maleta que siempre usaba como mochila para llevar mis escasos libros… esos que guardé con tiento en la estantería… -

Os echaré de menos, pero me habéis enseñado entre líneas cual es el verdadero significado de la vida… ahora mi único sentido es él… volaré como las mariposas lo hacen, pero en una única compañía… no me hace falta nada más.

Eso les decía a mis libros, mientras cogía a Cristóbal y me dirigía a un nuevo desayuno… sin duda alguna, me faltaba algo entre aquellas paredes tintadas de oscuro… ellas, mis amigas… ¿qué sería de Fátima que no fue en busca de Alicia?... ¿Y esta otra… donde habrá llevado sus pasos?... Dando un suspiro y mirando a aquel que tenía en mis brazos acurrucado e intentando contener una vez más, las lágrimas… -

Os necesito más que nunca mis pequeñas mariposas. Capítulo Nueve

La noche hizo su aparición, pero yo no encontraba el sueño, pues tras mi pensamiento se hallaba el deseo de huir. Esperé a que fuesen exactamente las tres de la madrugada, esa hora sería la exacta para cumplir mi cometido; tendría que salir, despacio, tras rendijas, desafiando a las


cámaras de seguridad y al vigilante, que sin duda alguna, una vez más se habría quedado dormido, como de costumbre. -

Vamos corazón… nuestra nueva vida dará comienzo en unos minutos si todo sale bien.

Sus ojos se abrieron como platos, pero no lloró; era como si su minúsculo cuerpo sintiese que no debía hacerlo… solo se limitó a mirarme con carita medio dormida, y con un pequeño bostezo que no ocasionó ruido alguno, se volvió a acurrucar entre mis brazos…; con dicho gesto es como si me hubiese dicho sin palabras… “Confío en ti”. Esto me llenó de valor para abrir la puerta de mi habitación y comprobar que todo estaba en completo silencio y que, además, la oscuridad habitaba todo el gran edificio en el cual me había criado. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pues al fin y al cabo, aquel lugar había sido mi vida durante dieciséis largos años y a pesar de que en inmensas ocasiones había intentado huir… seguía viva; supongo que era mi destino el estar allí hasta dicho momento… encontrarme con Cristóbal… él era como una segunda oportunidad para mí. Iba con paso lento por los pasillos, no quería hacer un mínimo ruido, ni siquiera me atrevía a respirar… por miedo. Conocía tan a la perfección aquel centro, que todos los obstáculos atravesaba, incluso aquellos que se encontraban por el suelo, supongo que mi sexto sentido y mis ganas por salir de allí, hacía que mi orientación aumentase. El equilibrio era mi compañero en ese momento, Cristóbal se me hacía más pesado por momentos, no sé si era por el temor que habitaban mis poros o por el simple hecho de que había engordado. Los cinco minutos que tardé en atravesar las escaleras y los pasillos se me hicieron eternos… para mí fueron como auténticas horas… pero al fin, estaba en el exterior, podía respirar el aire puro del patio; en cambio, lo peor aún no había pasado… la verja, pensé. Me acerqué con tiento hacia ella, arrastrando mi maleta con sumo cuidado y a Cristóbal entre mis brazos que había hallado el sueño profundo, ni un mínimo soplo de aire lo despertaba.


Empecé a idear un plan que no se me había ocurrido con anterioridad… ¿cómo se me había pasado el pensar en la verja que rodeaba el orfanato?; sin ninguna duda, si no me daba prisa, me pillarían a descaro y con las manos en la masa. Observé como debajo de un pequeño matorral había un pequeño agujero, que para mi asombro, me llevó a reflexionar… Me dirigí con paso lento hacia dicho lugar, y comencé a cavar, hasta que, con gran éxito, pude realizar un agujero lo suficientemente grande para pasar a Cristóbal de un lado a otro de la valla. Jamás pensé que las películas aventureras de perros intentando huir de los humanos, me hubiese dado tal agilidad para inventar nuevos planes en apenas unos segundos… Mi plan no fue en vano, pues si bien es cierto, Cristóbal pasó por debajo a la perfección, sin un mínimo rasguño… Sin embargo, cuando estaba dispuesta a saltar por un lado más seguro para mí… una silueta entre oscuridad se dirigía hacia allí, justo por el sitio donde se hallaba Cristóbal ya a salvo… ¿o no?... Me entró el pánico y me quedé parada, pues no quería abandonar al niño que se hallaba en dicho momento, auténticamente solo con la compañía de una sombra que iba avanzando segura… ¿qué o quién sería?... ¿me habrían pillado? -

Que no le pase nada al niño… Capítulo Diez

Esa silueta dejó paso a una figura ya peculiar para mi persona, pero que hacía varios meses que no veía. Una persona de mediana altura, con grandes ojos profundos y una nariz picuda siempre característica en ella. Llevaba la ropa sucia y rasgada, muy poco habitual para su personalidad, junto la compañía de una seriedad no usual en su naturaleza de niña dulce y cariñosa. La mariposa, por arte de magia, se había convertido en una fea oruga; al contrario que en la realidad ocurre… pues la princesa con alas ya no era aquella que todas las mañanas despertaba entre algodones. -

¿Fátima?

Dije para mi asombro. En cambio, una tranquilidad se apoderó de todo mi ser, pues si aquella muchacha que se acercaba era la verdadera Fátima que conocía me ayudaría a salir de allí… quizás sabía dónde estaba Alicia y podríamos seguir construyendo nuestro cuento de mariposas, por fin, en libertad.


-

Hola Cristina…; veo que a pesar de no cumplir la mayoría de edad, vas a despegar, ¿no?

Su voz sonó tan fría que el temor que se había despegado de mí en cuestión de segundos, volvió a mi ser lo más deprisa que pudo. -

Fátima… ¿cómo estás?, ayúdame a salir de aquí.

Dije con la intención de mostrar seguridad en mi misma y para que ella no presenciase el terror que mi piel irradiaba. -

¿Qué cómo me va?; gracias a tus historias y cuentos sobre la vida y las mariposas mi visión del mundo se vino abajo, como cual historia se debilita al llegar al final… Cristina, esto no es el lugar maravilloso de las mariposas… esto es una auténtica pesadilla de tinieblas…

Me lo dijo con tal rencor que empecé a sudar por minutos, si seguíamos hablando, al final me pillarían… -

Fa… Fát.. yo, yo…. Yo no sé qué decir, pero ayúdame a salir de aquí, encontremos a Alicia y saldremos adelante… por favor.

No mencionó palabra… -

Tú me has quitado mis ilusiones y yo… te quitaré las tuyas…

No entendía la cuestión de sus palabras, sus ilusiones jamás fueron tocadas por mí, yo solo daba ánimos para el día de mañana poder estar fuera… más allá de las cuatro paredes que nos aprisionaba… buscando nuestros sueños… Fátima cogió a Cristóbal entre sus brazos y, ante mi sorpresa y mis ojos sorprendidos llamó al timbre que se encontraba fuera de la estancia, despertando a descaro al vigilante, que, tras cámaras ocultas me vio… Vino hacia mí con rapidez y observó cómo intentaba escapar, ni siquiera me moví, solo en la distancia pude corroborar que Fátima se marchaba con Cristóbal entre sus brazos, que lloraba a descaro por la sacudida… y ahí estuvo mi verdadero final… Toda mi vida pasó ante mis ojos; la imagen de Fátima, en mi cabeza fue por un instante nuestra peculiar directora quitando de mis brazos el ser más preciado que con tan solo catorce años traje al mundo, marchando a Dios sabe qué lugar y… con todo el dolor de mi corazón nuevamente me rendí… Caí arrodillada a la espera del vigilante que se dirigía hacia mí; lloré desconsolada, como cual niño pequeño hace y un paisaje negro rodeó cada parte de mi alrededor,


introduciéndome en una auténtica incertidumbre que ni yo adivinaba… estaba como hipnotizada… - - En ese instante un sonido ensordecedor me despertó… y a mi vera me desvelaba mi figura en forma de mariposa, desplegando sus alas hacia un lugar mejor; y justo dos pasos más la cuna de mi pequeño Álvaro que ya se levantaba con su peculiar llanto, síntoma del hambre… Me vestí deprisa, me dirigí al orfanato en el cual toda mi vida había estado y observé los rostros de los niños y las niñas que allí estaban; todos… -

¿Qué tal has dormido hoy señora directora?

Me dijo entre risas el subdirector del centro… -

Como siempre mis recuerdos me despiertan… pero supongo que la vida hoy me da una nueva oportunidad… Ahora yo soy dueña de este orfanato, y jamás dejaré que ninguna criatura se vea arrullada entre sombras…

Dije con toda la seguridad que me caracterizaba desde siempre… -

¿Y tu pequeño Álvaro?

Acuñó… -

Mi pequeño Álvaro es el dueño de mi corazón… pero jamás sustituto de aquel primer niño que vio la luz de mis entrañas cuando era adolescente ni tampoco de Cristóbal que arrancó de mis brazos,

a descaro… aquella a la que

consideraba amiga… pero… ¿sabes qué?; a veces pienso que ambos son mariposas, al igual que yo lo soy y que vuelan juntitos de la mano vigilándome y cuidándome siempre… Y sonreí…

THE END


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