Acompañada de las mariposas capítulo dos

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ACOMPAÑADA DE LAS MARIPOSAS CAPÍTULO DOS Todo era desespero cuando me encontraba en la gran cola que se formaba para llegar al baño, pues a pesar del gran hogar, si es que se podía llamar así, solo había un servicio en toda la estancia. Las más pequeñas no podían aguantar, la mayoría de las veces intentábamos que fuesen las primeras en entrar; a dos muchachas más y yo nos faltaban pocos meses para cumplir la mayoría de edad y éramos conscientes de que bastante poco nos quedaba para pisar la calle, para posar nuestros pensamientos e ideas en la verdadera realidad. Justo cuando a punto estaba de entrar y poder lavar mi cara y en definitiva olvidar cada uno de los aspectos de mi vida que me obligaban a estar allí, se abrió el gran portón que daba al pasillo, ese pasaje largo que acababa en una enorme escalera que llevaba hasta las habitaciones, diez dormitorios concretamente. Tras ese chirrido, un hombre apareció con un sombrero y una gabardina negra que parecía no llevar paraguas, pues en la calle tronaba y él llegaba completamente mojado. Estaba hiperventilando y lo acompañaba un pequeño maletín que también se podía observar había sido inundado por el gran diluvio. -

Señora Penélope, traigo nuevas noticias.

La directora se giró al oír su nombre y con gesto serio le contestó a aquel hombre que se había atrevido a irrumpir el lugar en el cual todos se encontraban en absoluta paz, justo a las nueve de la mañana, la hora en la cual acababa el desayuno. -

¡Señorita Penélope, si no le importa!...

Gritó. -

Nos vemos en mi despacho dentro de un par de horas, en el tercer piso, gracias.

Dijo sin más preocupación, y siguió su conversación con el subdirector, Francisco, que se encontraba a su vera. -

Pero, no puedo esperar tanto…

Otra vez, Penélope se dirigió a ese señor y tal fue su mirada que calló y marchó de allí con un recatado “Buenos días, en su despacho estaré a las once”.


Por fin entré al baño después de tal escándalo. Venía cogida de mi mano Ariadna, una chica de cinco años que, a pesar de que no dormía conmigo, me tenía un especial cariño desde que llegó no hacía más de dos meses. Mientras se levantaba su faldita y se disponía a alcanzar el váter, Fátima se dirigió a mí… -

Cristina, creo que va a llegar alguien nuevo.

Me lo dijo en silencio, pues aunque la mesa de la directora se hallaba a una distancia prudente, tenía los oídos demasiado finos y no podíamos arriesgar a que nos escuchase. -

¿Tú crees que ese señor venía a traer a otra niña más?... Si están las habitaciones completas.

Acerté a decir mientras Ariadna tiraba de la cadena de la mejor forma que podía, pues aún no alcanzaba la parte superior del retrete. -

Cristina… tengo miedo, dentro de una semana cumplo los 18… me echarán, como cual galgo abandonan en la calle porque ya no sirve para la caza.

Y lloró… -

¡No pueden hacer eso Fátima!

Grité, maldiciendo mi inconsciencia… -

No pueden hacer eso Fátima – susurré en esta ocasión – Hasta que no cumplas los 18 no te echarán de aquí, además acuérdate que nos prometieron un hogar en el cual vivir cuando eso ocurra.

Pude decir lo más rápido que me lo permitieron mis labios para que no sospechasen de que estábamos hablando. -

Cristina, por favor… ¡mira como estamos aquí!; llevo en este sitio desde que mi memoria pueda alcanzar, y tú ya llevabas varios años en este lugar cuando aparecí en tu vida… conocemos como son estas personas… ¿de verdad crees que tendrán algo mejor allá afuera?.... tengo miedo.

Sus palabras salían atropelladas y sus ojos verdes entristecidos me miraban y me obligaban a abrazar a la persona que tenía frente a mí. -

Fátima, piensa que si sales estarás libre, como cual mariposa que vuela… como aquella que todas las mañanas se posan en mi ventana… piensa que dentro de dos


semanas tú cumplirás los 18, pero a los dos meses siguientes Alicia también estará fuera de este espantoso lugar, y al poco tiempo, también yo me encontraré con vosotras. Aunque se quedó callada ante mi respuesta, no mencionó contestación porque no era consuelo alguno el estar dos meses por las calles de Madrid sola. Al fin y al cabo lo que debía de tener en cuenta era que no estaría encerrada como 7 años largos de su vida. Le sonreí, le acaricié la cara y salimos junto con Ariadna lo más rápido que pudimos, pudiendo observar que otra chica, en esta ocasión Julia, se retorcía y se agarraba su entrepierna, síntoma de que se orinaba… y la dejamos entrar ante la fría mirada de Penélope.


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