Acompañada de las mariposas capítulo uno

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ACOMPAÑADA DE LAS MARIPOSAS CAPÍTULO UNO Y en mi ventana estaba aquella mariposa una vez más; me miraba con aires de superioridad y me invitaba a que me quedase observando su peculiar belleza. En toda ocasión me preguntaba a mí misma como un ser invertebrado y tan insignificante a los ojos del ser humano, podía ser al mismo tiempo tan inmensamente bello. Solo me evadió del inquietante espectáculo que mostraban sus alas, al escuchar a lo lejos esa campana, que marcaba una hora exacta, las ocho de la mañana. La paz que por unos instantes había sentido, volvía a transformarse, por arte de magia, en ruido y desesperación. Giré la vista y mi acompañante ya no estaba allí, me había dado los buenos días y había marchado, como siempre. Mis ojos se llenaron de tristeza mientras colocaba mis zapatillas y ponía en pie, despertando con bulla y desespero a todas las niñas que en mi habitación dormían, tanto a aquellas que estaban inmensamente introducidas en el mundo del sueño y que solo contaban con tres años de edad, y a aquellas otras que dormían en literas esperando a que, desde lo más alto, un fénix se las llevase volando, lejos de allí. - Venga chicas, asearse y vestirse rápido que nos espera el desayuno. Esas eran mis palabras todas las mañanas, la misma frase siempre salía por mis labios carnosos. Intentaba a base de movimientos en las sábanas que se despertasen, pues siempre llegábamos diez minutos tarde, cuestión que no nos podíamos permitir, o al menos, por tercera vez en la semana. - Pero… ¡tengo sueño! Me dijo en dicho instante una voz diminuta, que provenía de mi lado derecho y me decía con balbuceos que no quería despertar. - Carolina… piensa que nos esperan unas buenas tortas de masa, acompañadas de un buen tazón de chocolate, y después de esto, miles de chucherías en bandejas y bandejas también recubiertas de chocolate blanco… mmm, ¡qué bueno!... ¿no quieres?


Fue nombrar todas esas letras de golpe, y al minuto ya estaba en pie, intentando sin éxito alguno, colocarse sus calcetines del uniforme tan desgastado, que nos obligaban a llevar en aquel lugar. - Vamos, vamos, vamos… que llegamos tarde… Ya eran las ocho y media, justo la hora en la que teníamos que estar en el comedor, todas sentadas en aquellas mesas tan alargadas y de madera pintorreada, con miles de garabatos y señales por cada una de las astillas. Todas habíamos llegado al tiempo indicado, así que nadie se llevaría castigo alguno, en cambio, los ojos de la directora Penélope siempre eran los mismos… arrogantes, cabreados, sin sentimientos, ni razón; sin duda alguna no era parecida en absoluto a una mariposa. - Llevad vuestros platos al mostrador de la cocina, que Úrsula os dará vuestro desayuno. Úrsula era la cocinera de allí, y tenía que reconocer que la primera comida del día era su especialidad… Cuando fue mi turno, un trozo de pan duro, con mal aspecto del día anterior y un vaso de leche, que ni yo misma acertaba cuando había caducado era el desayuno del día. Miré hacia abajo y pensé que tenía suerte de que no fuese un simple zumo de naranja exprimido de aquellos árboles que andaban por allí, pero que tenían muy mal aspecto. - Cristina… Me tiraba de la falda la más pequeña… - ¿Dónde está el chocolate y las tortas de masa? No le dije nada, solo le rocé el hombro y le mostré una sonrisa. - Come.


Mientras nombraba esa frase, dirigí mi vista a la mesa principal, en la cual pude observar que Penélope y los demás trabajadores de allí comían una buena rebanada de pan caliente y en su decoración se podía hallar alimentos como aceite, tomate, jamón, mermelada; además de fruta fresca y leche en buen estado. Era otra realidad, siempre suponía que era la realidad en la cual vivían las mariposas… y soñando, empecé a probar bocado…


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