134CD "Horror Vacui. Arte de la posguerra"

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HORROR VACUI Ar t e d e posguerra SALA NACIONAL DE EXPOSICIONES SALARRUÉ

SAN SALVADOR • DEL 14 DE ENERO AL 28 DE FEBRERO • 2016

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Pie de foto portada: Ulises Dagoberto Nolasco. Tinta sobre papel. 46 x 32 cm.


HORROR VACUI Ar te de posguerra SALA NACIONAL DE EXPOSICIONES SALARRUÉ

SAN SALVADOR • DEL 14 DE ENERO AL 28 DE FEBRERO • 2016 S

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CRÉDITOS

AGRADECIMIENTOS

SECRETARÍA DE CULTURA DE LA PRESIDENCIA Silvia Elena Regalado Secretaria de Cultura Augusto Crespín Director Nacional de Artes, Teatros y Espacios Escénicos Eric Lemus Director de Publicaciones e Impresos

Artistas participantes Óscar Soles Luis Lazo Dagoberto Nolasco Negra Álvarez Romeo Galdámez Mauricio Mejía Antonio Bonilla

SALA NACIONAL DE EXPOSICIONES SALARRUÉ Dirección, curaduría y textos: Mayra Barraza Domínguez Investigación y texto crítico: Astrid Bahamond Panamá Custodio Colección Nacional de Artes Visuales y revisión de estilo: Inti Marroquín Zamora Administración y registro de obra: Patricia Larín Museografía y conservación: Carlos Díaz Comunicaciones y RRPP: Lucrecia Navas Montaje y mantenimiento: Mario Salinas Catálogo Edición: Mayra Barraza Fotografías: Luis Tobar Diseño: Juan Marcos Leiva

Coleccionistas Francesca y Alberto Arene Jessup Luis Rivas Eli de Lindo Krishna Manuel Elías Rogelio Navarro Fotógrafo Luis Tobar Textos críticos Amparo Marroquín Miguel Huezo Mixco Astrid Bahamond Ricardo Roque Baldovinos Actividades paralelas Astrid Lindo Club de Origami de El Salvador Armando Molina



PRESENTACIÓN



VIVENCIA HISTÓRICA

Augusto Crespín DIRECTOR NACIONAL DE ARTES Y ESPACIOS ESCÉNICOS

La Secretaría de Cultura de la Presidencia, consciente de la importancia de registrar la historia por medio de la expresión pictórica, apoya a maestros de la plástica nacional que por muchas décadas han expresado sus interpretaciones estéticas con el propósito de aportar a las futuras generaciones el compromiso como artistas sociales de la comunicación; sus obras, contribuyen a mejorar los niveles de conocimiento del arte pictórico y de nuestra historia.

de una generación de muchos artistas que vivieron y transitaron esa realidad tan connotativa para la creación artística en El Salvador. Para asimilar la lectura de esta exposición es necesario adentrarse al mundo peculiar de cada creador. La diversidad de corrientes pictóricas y técnicas permiten mostrar un caleidoscopio del arte pictórico de la actualidad, producto de lo vivido y experimentado por cada artista durante esos años de vivencia histórica.

La Sala Nacional de Exposiciones Salarrué se enorgullece en esta oportunidad al presentar esta muestra colectiva, “HORROR VACUI. Arte de la Posguerra”, que muestra siete puntos de vista o interpretaciones de la realidad salvadoreña, todas creadas posterior a la situación histórica de la década de los ochenta y noventa.

Esta muestra refleja la importancia de la Sala Nacional de Exposiciones Salarrué, como parte de la Dirección Nacional de Artes, Teatros y Espacios Escénicos de la Secretaría de Cultura de la Presidencia, en su función de divulgar las expresiones visuales de los actuales creadores nacionales, a quienes apoyamos constantemente.

Óscar Soles, Luis Lazo, Margarita Álvarez, Dagoberto Nolasco, Romeo Galdámez, Antonio Bonilla y Mauricio Mejía son parte representativa



SEMBLANTE DE POSIBILIDADES Mayra Barraza Domínguez DIRECTORA SALA NACIONAL DE EXPOSICIONES SALARRUÉ

no existen referentes locales. Parece increíble que no exista un esfuerzo similar por reunir obras de artistas salvadoreños de la generación que se formó previo a la guerra, que vivió las disyuntivas y pesares del conflicto, y que se ha mantenido trabajando constantemente hasta el presente; una muestra que aborde un período histórico nacional como la posguerra, como eje central. La única experiencia similar, con artistas de la diáspora, fue el proyecto curatorial de Roxana Leiva llamado “Duelos y cicatrices: 20 años después de la guerra” y presentado en SOMARTS en la ciudad de San Francisco.

La Sala Nacional de Exposiciones Salarrué presenta la muestra “HORROR VACUI: Arte de la posguerra”, con el objetivo de dibujar un panorama desde la firma de los Acuerdos de Paz en El Salvador hasta el presente por medio de las artes visuales, tomando como referente la obra de 7 artistas que se forjaron en tiempos de la guerra y que se han desarrollado, con tenacidad y un lenguaje propio, hasta la actualidad. Esta exposición, en el marco de la conmemoración del 24 aniversario de la firma de los acuerdos de paz, presenta la obra de Óscar Soles, Luis Lazo, Dagoberto Nolasco, Negra Álvarez, Romeo Galdámez, Mauricio Mejía y Antonio Bonilla, artistas de reconocida trayectoria que, desde sus perspectivas, recorren los fenómenos más relevantes de la posguerra salvadoreña en una implosión interna registrando su relación con el entorno y procurando testimonio de sus vivencias. La muestra toma su título del barroco hispanoamericano dada su evidente influencia en esta selección de más de 50 obras -dibujos, pinturas, grabados, esculturas, ensamblajes y fotografías- creadas desde 1992 al presente. El horror al vacío, la teatralidad exacerbada, los altos contrastes y vigor estilístico, son algunos de los elementos en común con el barroco hispanoamericano que, la Dra. Astrid Bahamond, historiadora del arte, se encarga de desarrollar en el texto crítico que acompaña este catálogo.

Adicionalmente, en la actualidad no existen aun suficientes referentes académicos que tomen a las artes visuales como tema de estudio y análisis. Es digno de mencionar la labor que han realizado Astrid Bahamond, así como Jorge Palomo, de sistematizar el conocimiento relativo al desarrollo de las artes visuales; pero la tarea es titánica y aun existen muchos vacíos. Desde la Sala Nacional y como parte del Programa “Pensamiento desde las artes” estamos buscando involucrar a especialistas buscando generar puentes que nos ayuden a enriquecer las posibles lecturas de las obras. En esta ocasión, para la muestra “Horror Vacui. Arte de la posguerra”, hemos invitado a Ricardo Roque Baldovinos, Amparo Marroquín y Miguel Huezo Mixco a acompañarnos en este camino, y les damos las gracias por los ensayos que acompañan este catálogo y aportan nuevas perspectivas sobre las obras y la posguerra salvadoreña.

El reto de curar una muestra que refleje un período tan importante en la historia del país se vuelve inmenso cuando se toma en cuenta que

Por último, las limitaciones de espacio y recursos para realizar la muestra son determinantes en los alcances de la misma. Este ejercicio cura11


torial debe repetirse, renovarse, ampliarse cuantas veces sea necesario, para lograr un panorama completo que incluya a otros artistas, a diferentes generaciones, a los artistas de la diáspora. “Horror vacui” es un primer esfuerzo, un semblante de posibilidades futuras. Me extiendo aquí un poco más desde lo que fue el ejercicio curatorial que, a parte de la dirección del espacio, tuve a mi cargo. El punto de partida para esta muestra tuvo la intención de seguir con fidelidad la línea de tiempo de hechos relevantes a la historia del país en este período. Sin embargo, en las visitas y entrevistas a los artistas me fui dando cuenta que esto no iba a ser posible. En primer lugar, porque los artistas trabajan de manera orgánica, evolucionando o retomando temas según variables diversas, en segundo porque esa lectura, dado lo arraigado del fenómeno de manipulación informativa, podría atraer lecturas tendenciosas a favor de un partido u otro. El resultado, pienso, ha sido el más honesto; más de 50 obras dibujan un panorama humano de la posguerra salvadoreña agrupadas en cuatro áreas de interés que se detallan a continuación: el fenómeno de la violencia, la coexistencia de identidades fluctuantes, la religión como marco de referencia, y los nuevos horizontes hacia el futuro. De sangre y zozobra El fenómeno de la violencia en la posguerra, acrecentándose incontrolablemente a lo largo de los años, ha generado sensación de zozobra e impotencia ante la realidad. El resultado han sido entropías individuales, donde el individuo colapsa internamente asumiendo el caos, dolor y angustia. La figura emblemática de la muestra, el “Ulises” en tinta china sobre papel de Dagoberto Nolasco, nos muestra el retrato de un poeta, con una rosa al bolsillo, mirando estoicamente hacia un horizonte imaginado. Cada parte de su cuerpo, y por extensión del papel, está habitado por seres y objetos en una especie de implosión. El dolor de estar vivos y ser testigos de una realidad sobrecogedora está presente en este conjunto de obras.

En “Rostros” de Óscar Soles, cual espejos al espectador cuatro cabezas que semejan nudos y evocan medusas, recordando a los seres monstruosos de la mitología clásica. La escultura “Corazón piñata” de Luis Lazo, con forma de un corazón abierto, recuerda los antiguos sacrificios de culturas prehispánicas creando disonancias con el carácter festivo de la piñata que evoca en su título. La desolación de los estudios a tinta de Mauricio Mejía pesa sobre este conjunto referido a la violencia y zozobra. Los procesos históricos desde la conquista española y la colonia, hasta la guerra de los años ochentas, nos han heredado múltiples fracturas; sumado a la vulnerabilidad del territorio y la precariedad estructural, estos dibujan un panorama complejo. Las obras “La conquista” de Antonio Bonilla, así como la instalación “Canasta básica” de Negra Álvarez nos muestran heridas históricas y estructurales que forman parte de esa violencia, la otra que es invisible, la violencia sistémica. Identidades híbridas Los Acuerdos de Paz marcaron un punto de inflexión para reconocernos como nación desde múltiples identidades anteriormente excluidas: pueblos indígenas, género, personas con discapacidad, sexualidades alternas, entre otros. Curiosamente, son las identidades políticas las que persisten en su arraigo y polarización. Las obras reunidas en este segmento, quizás el más amplio y diverso en enfoques, destacan la fascinación de los artistas por el ejercicio de la mirada, la mirada sobre sí mismos y sobre lo que les rodea, y el desdoblamiento cognitivo que conlleva el vernos observados a través de los ojos de los demás y que enriquece el arraigo de nuestro propia identidad. Es claro el mensaje, no existe una identidad única estática, somos una multiplicidad de posibilidades, en permanente evolución. La pintura sobre papel “Clones” de Lazo, la serie de 7 fotografías intervenidas de Álvarez titulada “Yo y mi sombra”, o el lienzo en gran formato de “Nolasco Reflexiones, augurios y ficciones”, todos apuntan a la mirada como punto de inflexión sobre el quienes somos.


“Homenaje al Capitán General en su soledad” de Bonilla arroja el cuestionamiento aún más allá del ser, en dirección de los íconos fundacionales de la nación.

espiritual de Monseñor Romero durante la guerra, recientemente reivindicados, mantienen vigentes la opción por los pobres ejerciendo un valioso contrapeso al fanatismo religioso.

La migración de población salvadoreña y el retorno de la misma, en segunda y tercera generación de migrantes; sumado al bombardeo cultural de las grandes potencias económicas, así como a nuestra ubicación geográfica como corredor comercial y cultural, nos han transformado en un país transnacional de identidades híbridas y en constante evolución.

Nuevos horizontes ¿Qué nos espera en el futuro inmediato? La inseguridad exacerbada, la polarización política, los nuevos paradigmas culturales impuestos por grupos ilegales armados vinculados al crimen organizado conocidos como “maras”, y la consecuente fuga de capital humano, son todos temas urgentes de abordar. ¿Qué puntos de referencia podemos extraer de las obras de estos siete artistas vinculados entrañablemente con su realidad? Este segmento de obras reúne propuestas diversas. Los dibujos de la serie En las alas de la muerte de Dagoberto Nolasco, implican un necesario renacer; “Contracorriente” de Luis Lazo nos hace pensar en un nuevo orden, más orgánico, lejos de jerarquías rígidas y autoritarias, a la vez que su “Retrato de Carmen Elena Castro Mena” nos invita a reconocer al individuo como tal, con una mirada humanizadora.

Es interesante observar la evolución de la obra en un artista como Mauricio Mejía, quien se diera a conocer por sus representaciones del salvadoreño “típico” de una sociedad eminentemente agraria, quien ahora, más recientemente, dibuja agrupaciones de figuras con referencias múltiples a la historia del arte coexistiendo sobre un mismo plano temporal, reflejando así los efectos profundos de la transculturación. Amparo religioso La popularidad de diferentes denominaciones cristianas, en un país que lleva por nombre El Salvador, ha cobrado relevancia sin precedentes. De manera acentuada posterior a catástrofes naturales y tragedias humanas como el deslave de Las Colinas y terremoto del 2001, el desbordamiento del Río Acelhuate del 2009, y el deslave del 2011 en San Vicente, la religión se ha convertido en territorio fértil en la búsqueda por interpretar la realidad y trascender la muerte.

Curiosamente, las dos obras que aluden directamente a la esperanza datan de 1993, un año posterior a la firma de los Acuerdos de Paz. “Esperanzas de paz” de Óscar Soles y “Frutos de la paz” de Negra Álvarez, ambas reflejan un período de reconciliación nacional de gran optimismo hacia el futuro. No ha existido otro momento que, a nivel nacional, se equipare a ese. El triunfo de la izquierda en la contienda presidencial del 2009 fue un segundo momento de esperanza colectiva, al menos para un segmento de la población. Existe un tercer momento, que no es de corte nacional ni partidario o ideológico, y que se produce de manera constante a nivel personal en aquellos que retornan al país dispuestos a reconstruir sus vidas y aportar a su desarrollo. Pieza emblemática de ello es el hermoso políptico “Aquí: Reapropiaciones del territorio” de Romeo Galdámez que data del año de su retorno al país, después de un exilio prolongado en México.

Este segmento abre invocando el inframundo maya con la pieza escultórica “Xibalbá” de Álvarez, que en dicha mitología representa al mundo de las enfermedades y la muerte. La misma visión religiosa comparten las pinturas en gran formato de Soles, “Descomposición diagonal en rojo intenso” y de Lazo, “Visión apocalíptica”, evocando el fin de los tiempos en un despliegue caótico. Como bien lo atestigua el tríptico de Bonilla, “Expolio, crucifixión y resurrección”, el rol decisivo de la Teología de la Liberación y el liderazgo 13


Otra pieza emblemática de Galdámez, “Memorias unidas: Páginas en construcción”, serigrafía en formato escultórico que asemeja un paquete postal de gran tamaño, junto con las pinturas “Diálogos con Dios y la tierra” de Mauricio Mejía y “Angelitos tropicales” de Antonio Bonilla nos apuntan en otra dirección, los puentes culturales ya en proceso de conformación y arraigo, su equilibrio frágil, y la inversión de mayor valor a futuro: nuestra niñez.

los artistas y coleccionistas que cedieron sus obras en préstamo, al fotógrafo Luis Tobar por el maravilloso registro logrado de las obras para el catálogo, a los especialistas que participaron en actividades de diálogo paralelas a la muestra como son Ricardo Roque Baldovinos, Astrid Bahamond, Amparo Marroquín y Miguel Huezo Mixco, al Club de Origami, y en particular a Astrid Lindo, por su apoyo a la actividad “1,000 grullas por la paz”, al equipo de trabajo de la Sala Nacional y de la Secretaría de Cultura de la Presidencia, y por último, a los columnistas y medios de comunicación que abrieron sus espacios para contarle a sus lectores sobre este esfuerzo por repensar nuestra historia por medio de las artes visuales.

Los nuevos horizontes se encuentran en permanente construcción, transitan por la reapropiación del territorio -física y conceptual-, y se dibujan en el encuentro con el otro en una mirada equivalente, llena de respeto y esperanza en las propuestas de estos siete artistas que ahora se entrecruzan en esta muestra.

Esperamos que este esfuerzo colectivo aporte desde las artes a ese proceso permanente, vital y necesario que es la construcción de paz.

No quiero dejar de mencionar, en cálido agradecimiento, a las personas que aportaron desinteresadamente al desarrollo de esta exposición:

Mayra Barraza es una artista reconocida internacionalmente, que a lo largo de su carrera ha contribuido al desarrollo de las artes visuales desde proyectos como “Mujer, Cultura y Desarrollo” (1997), Foro para el Desarrollo de las Artes Visuales (2002), “Ruta 06: Intervenciones en el Centro Histórico” (2006), E-Revista de arte y literatura El “Ojo de Adrián” (2006), junto a su labor docente. Ex-Directora Nacional de Espacios de Desarrollo Cultural (2012-2014), actualmente lleva adelante la dirección de la Sala Nacional de Exposiciones Salarrué, su planificación y coordinación, gestión de apoyos y actividades, junto a tareas de curaduría y museografía.

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DE SANGRE Y ZOZOBRA PRESENTACIÓN

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Ulises. Dagoberto Nolasco. Tinta sobre papel 46 x 32 cm. 1991. Colecciรณn del artista

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De la serie Rostro. Óscar Soles. Acrílico sobre madera 68 x 47 cm. 2015. Colección del artista

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De la serie Rostro. Óscar Soles. Acrílico sobre madera 38 x 40 cm. 2015. Colección del artista

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De la serie Rostro. Óscar Soles. Acrílico sobre madera 27 x 21 cm c/u. 2015. Colección del artista

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Corazón de piñáta. Luis Lazo. Técnica mixta 46 x 60 x 34 cm. 2005. Colección del artista

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Composiciรณn en rojo. Dagoberto Nolasco. Tinta sobre papel 70 x 100 cm. 2012. Colecciรณn del artista

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La conquista. Antonio Bonilla. ร leo sobre tela 72 x 87 cm. 2009. Colecciรณn Luis Rivas

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Fragmentos de identidad. Romeo Galdámez. Serigrafía sobre papel 9/20 72.5 x 52 cm. 1997. Colección del artista

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Vidas cotidianas y dolores vicerales. Mauricio MejĂ­a. Tinta sobre papel 25 x 36 cm. 2000. ColecciĂłn del artista

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No quiero ser, ni recién llegado, ni recién querido, ni reciente temblor de boca alguna. Mauricio Mejía. Agua fuerte y punta seca sobre papel. 25 x 32 cm. 2001. Colección del artista

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El desamparo, la miseria, la protesta, el enojo, lluvias permanentes. Mauricio MejĂ­a. Tinta sobre papel. 25 x 32 cm. 1996. ColecciĂłn del artista

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Violencia, antes, durante y después de. Mauricio Mejía. Tinta sobre papel. 25 x 32 cm. 1996. Colección del artista

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Moyolito y canasta bรกsica. Negra ร lvarez. Instalaciรณn objetos varios 83 x 38 x 56 cm. 2000. Colecciรณn de la artista

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Inframundo. Negra Álvarez. Acrílico sobre lámina de zinc 83 x 104 cm. 2005. Colección de la artista

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IDENTIDADES HÍBRIDAS

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La Reina Mariana de Austria. Antonio Bonilla. ร leo sobre tela 54 x 64 cm. Colecciรณn privada

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El invitado a la fiesta. Mauricio Mejía. Calcografía. 39 x 30 cm. 2015. Colección del artista

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Llantos eternos ayer, hoy y.... Mauricio MejĂ­a. Tinta sobre papel 16 x 26 cm. 2012. ColecciĂłn del artista

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Mercado central, vida cotidiana. Mauricio MejĂ­a. Tinta sobre papel 9 x 12 cm. 2012-2014. ColecciĂłn del artista

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Mejicanos, sentimiento blanco. Mauricio MejĂ­a. Agua fuerte y punta seca sobre papel 14 x 19 cm. 2015. ColecciĂłn del artista

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Reflexiones, augurios y ficciones. Dagoberto Nolasco. Técnica mixta sobre tela 240 x 265 cm. 2008. Colección del artista

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Clones. Luis Lazo. ร leo sobre papel 195 x 92 cm. 2002. Colecciรณn privada

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Halógenos. Negra Álvarez. Técnica mixta sobre fotografía impresa Políptico de seis piezas 26 x 20 cm c/u. 2015. Colección de la artista

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Los maestros. Mauricio MejĂ­a. Tinta sobre papel 38 x 28 cm. 2013. ColecciĂłn del artista

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Fortuny, homenaje. Mauricio MejĂ­a. Tinta sobre papel 38 x 28 cm. 2013. ColecciĂłn del artista

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La creación y su paraíso. Mauricio Mejía. Tinta sobre papel 38 x 28 cm. 2013. Colección del artista

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La vicaria. Homenaje a Fortuny y otros. Mauricio MejĂ­a. Tinta sobre papel 38 x 28 cm. 2013. ColecciĂłn del artista

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Homenaje al Capitรกn General en su soledad. Antonio Bonilla. ร leo sobre tela 110 x 90 cm. 2013. Colecciรณn privada

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Serie Yo y mi sombra. Negra Álvarez. Técnica mixta sobre fotografía impresa 26 x 20 (2 piezas) 25 x 17 cm (5 piezas). 2010. Colección de la artista

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Reflexiones de identidad. Romeo Galdámez. Serigrafía sobre papel edición 12/25. 75 x 55 cm. 1992. Colección del artista

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Registro de identidad... y los otros mitos. Romeo Galdámez. Sereigrafía sobre papel edición 9/20 75 x 55 cm. 1994. Colección del artista

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La madre. Óscar Soles. Técnica mixta sobre tela 65 x 70 cm. 1998. Colección del artista

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Tanates I y II. Negra Álvarez. Óleo sobre bronce 36 x 40 x 30 cm. 48 x 38 x 30 cm. 2006. Colección de la artista

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AMPARO RELIGIOSO

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Descomposición diagonal en rojo intenso. Óscar Soles. Acrílico sobre tela 135 x 148 cm. 2008. Colección Nacional de Artes Visuales

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Árbol de Xibalbá. Negra Álvarez. Óleo sobre madera y cobre 240 x 37 x 35 cm. 1995. Colección de la artista

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Visión apocalíptica. Luis Lazo. Óleo sobre tela 115 x 60 cm. 2010. Colección privada

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Cristo resucitado. Luis Lazo. ร leo sobre tela 115 x 60 cm. 2010. Colecciรณn privada

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Expolio, crucifixiรณn y resurrecciรณn. Antonio Bonilla. ร leo sobre tela 55 x 158 cm. 2012. Colecciรณn privada

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Aquí: nuevas identidades, nuevos rostros. Romeo Galdámez. Serigrafía y ensamblaje materiales. 80 x 60 cm. 2008. Colección del artista

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NUEVOS HORIZONTES

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En las alas de la muerte. Dagoberto Nolasco. Tinta sobre papel 25 x 18 cm c/u (4 piezas). 2005. Colecciรณn del aertista

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Frutos de la paz. Negra Álvarez. Óleo sobre madera 208 x 87 cm. 1992. Colección de la artista

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Retrato de Carmen Elena Mena. Luis Lazo. ร leo sobre espejo 39 x 28 cm. 1996. Colecciรณn del artista

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Aquí: Reapropiaciones del territorio. Romeo Galdámez. Serigrafía y ensamblaje de materiales varios Políptico de 14 piezas, 8 x 8 cm c/u. 2011. Colección del artista

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Esperanzas de paz. Óscar Soles. Acrílico sobre tela 115 x 156 cm. 1993. Colección privada

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Contracorriente. Luis Lazo. AcrĂ­lico sobre tela 188 x 139 cm. 2007. ColecciĂłn Nacional de Artes Visuales

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Diálogos con Dios y la tierra. Mauricio Mejía. Acrílico sobre tela 91 x 121 cm. 2015. Colección del artista

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Angelitos tropicales. Antonio Bonilla. Ă“leo sobre tela 116 x 139 cm. 2012. ColecciĂłn privada

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Memorias unidas: Páginas en construcción. Romeo Galdámez. Serigrafía sobre tela 120 x 240 cm. 2015. Colección del artista

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Sin título. Negra Álvarez. Piedra, hoja de oro y madera 94 x 17 x 17 cm. 2015. Colección de la artista

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TEXTOS CRÍTICOS

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SIGNOS COMUNICANTES DE LA POSGUERRA Astrid Bahamond

La producción de imágenes forma parte de un sistema de lenguaje que expresa el conocimiento de un determinado modelo de sociedad. La obra de arte es como un presente del pasado, un signo comunicante de una concepción del universo. Esta nace en un contexto histórico, tiene un origen, un autor, una finalidad, unos destinatarios y unos condicionantes económicos, ideológicos, sociales y poéticos.

cerbación, la parafernalia escenográfica, la música sacra, la curva como estructura pregnante, la iglesia como paramento para ser complementada por imaginería bidimensional y tridimensional con tenebrismo, claroscurismo, churriguerismo, realismo, movimiento, exvotos fetichistas que la gente adoraría con fervor, son algunas de las herramientas que caracterizaron este tiempo-espacio.

Es por ello que dentro del marco de la celebración del 24° aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz de El Salvador, esta muestra inédita aspira desde su concepción, “repensar la posguerra desde las artes visuales mediante la obra de artistas activos desde la guerra hasta la actualidad, utilizando elementos comparativos con el barroco hispanoamericano bajo el concepto del horror vacui, tomando en cuenta cuatro ejes temáticos: sangre y zozobra, identidades híbridas, amparo religioso y nuevos horizontes“.

En El Salvador ha quedado muy poco de nuestro arte colonial, sin embargo la tradición del sincretismo en nuestra identidad se verifica en nuestro temperamento, manera de pensar y comunicar: el adolecer de vacíos espirituales y existenciales que se evidencian en nuestra fragilidad, nos permite, por tanto, temer inconscientemente ese vacío y lo llenamos con manieristas manifestaciones. En la historia del arte de nuestro siglo XX los artistas más sobresalientes del período de preguerra como Carlos Cañas y Benjamín Cañas –entre otros- imponen la neofiguración con acentuados elementos barrocos en la época de los setentas.

El barroco como estilo que ha prevalecido en nuestra historia del arte desde el precolombino, siglo III a.C. hasta el XVI d.C., con sus características formales y su legado documental histórico, en el cual espacios relativamente limitados son saturados de una abigarrada signografía estética, aún injustamente incomprendida y, que responde al fin barroco de dejar plasmadas una cosmogonía y una misión: concretar reiteradamente su tiempo en términos visuales.

La selección de obras creadas desde 1991 al presente, por artistas de larga trayectoria, es idónea para este fin: Óscar Soles, Luis Lazo, Dagoberto Nolasco, Negra Álvarez, Romeo Galdámez, Mauricio Mejía y Antonio Bonilla, nos revelarán el paso histórico de nuestro tiempo. Óscar Soles (San Salvador, 1946) Sus inicios como pintor los con lleva junto a sus estudios de Arquitectura, y como coetáneo a Fernando Llort participa de los talleres de

Durante la conquista el arte juega un papel determinante, el estilo barroco de la Contrarreforma europea durante el siglo XVI: la exa87


arte popular artesanales de La Palma. Su separación posterior de esta experiencia es debido a las convicciones ideológicas de Soles, comprometiéndose con la izquierda salvadoreña, lo cual le exige exiliarse y crear obra de carácter existencial. A su regreso al país, gracias a la firma de los Acuerdos de Paz, su constante por permanecer cercano al diálogo con las tradiciones más fundamentales de nuestros orígenes, hace de Soles un representante de un arte de recuperación histórico cultural. Soles se ocupa de la documentación del pasado y del presente -desde su visión internadonde la trampa inevitable de su decisión confabuladora le añade, al hecho artístico, un hecho narrativo detenido en un momento de quietud o desesperada exaltación recurriendo al mito primordial y a sus encantos. Su lenguaje está compuesto de elementos esenciales de un mundo de colores, formas e imágenes fragmentadas que se complementan abigarradamente en una misiva intempestiva de protesta o de sutil ternura. Dagoberto Nolasco (Ciudad Delgado, 1956) Este artista es uno de los más peculiares del período de la guerra civil, deambulando por las calles de San Salvador en pleno conflicto. El pintor escoge un esquema donde la perspectiva de la superposición y el entrelazamiento onírico de imágenes fantásticas y surrealistas, viene a responder a un mensaje donde la degradación humana se presenta desde una versión apocalíptica. Los pequeños formatos sugieren ser los espejos de un cúmulo de interrogantes éticas, donde los prejuicios, horrores, tormentos, demonios y seres bestiales son protagonistas. Medio-hombres y medio-máquinas dan forma completa y tangible a los pensamientos y temores de la identidad salvadoreña, identificando a su vez una visión moralista. Su estilo cambia levemente después de los acuerdos de paz: crece el formato, introduce como elemento un circulo ocular, lo cual simboliza el posicionamiento crítico que él como artista debe asumir de acuerdo a su entorno, agrega color a sus imágenes y estas son multiplicadas con exacerbada intención.

Luis Lazo (San Salvador, 1960) Como discípulo de la Escuela de Pintura de Rosa Mena Valenzuela y a través de sus viajes de estudio por Europa durante la guerra civil, su formación coincide con éste capítulo de dolor. No obstante, sus excelentes cualidades pictóricas y gráficas, potencian un manierismo barroco evidenciado en la figuración, acentúa la sensualidad de sus personajes recuperando la mitología greco-latina y cristiana en grandes formatos, donde los fondos acuáticos o aéreos contribuyen a mantener la sensación de movimiento en el desarrollo de sus escenas. Se distingue de sus contemporáneos por la apropiación de temas religiosos, profundizando en la historia del arte y en la de su propia espiritualidad. Maneja un amplio panorama de la cultura universal contribuyendo al barroco latinoamericano postmoderno. El recurrente retrato o autorretrato es simbólico, pues evidencia su posicionamiento crítico ante la realidad que le circunda. En forma y contenido le debemos a Lazo la recuperación del tránsito del manierismo al barroco nacional y universal. Negra Álvarez (Santa Ana, 1948) Con estudios en el CENAR en los setentas, se ve motivada por el vanguardista español Falcone, en la época de preguerra en nuestro país. Luego viaja a Lovaina a enfrentarse a una academia superior no convencional, razón por lo cual se coloca como artista apta para responder a su regreso al país, que coincide con la época de guerra y postguerra, dejando siempre la impronta de la transgresión ante un ambiente eminentemente pictórico. El impacto de su obra es explotada durante la postguerra, en la cual el deseo u obsesión de ver algo realizado es el leitmotiv de la artista es por ello que se vale de algo existente para crear su expresión personal, deduciendo que la más perfecta armonía se encuentra en la naturaleza, así busca el espíritu de la materia para fundirse con su potencial creativo. Rostros y cuerpos prematuros o infantiles, objetos, frutos, imágenes abstractas, escultura isomorfa, fotografías retocadas son algunos de los géneros en que la prolífera artista nos demuestra su búsqueda, apro-


vechando lo visual y significativo de la cultura salvadoreña. Su incansable investigación técnica y conceptual deviene desde una profunda reflexión sobre la antropología, etnografía y mitología ancestral, junto a una audaz apuesta por las técnicas más vanguardistas. Mauricio Mejía (San Salvador, 1955) Miembro del grupo de artistas Wixnamickcin, creado en la época de la guerra civil, Mejía se distingue por su amor por la naturaleza tropical, por el costumbrismo bucólico y por la cotidianeidad urbana y campestre, con su trazo lineal, se contrarrestan por una serie de motivos mágicos, ya sea con la tergiversación de la escala natural cromática, la falta de perspectiva o atemporalidad de los personajes y, la diacronía entre color y forma. Como signos directos de la realidad utiliza ciertos objetos alegóricos. En el dibujo aprovecha las grandes zonas vacías rescatando todos los puntos de mayor energía para acentuar la expresividad de la soledad y el dolor humano, transmitiendo nostalgia y desesperanza.

composiciones un mapa geocultural, que globaliza e intensifica nuestra identidad en una incesante curiosidad y acelerado ritmo de trabajo. Sus collages y ensamblajes se complementan estéticamente, pues prevalece en ellos una iconografía disociada en una composición tal que devuelve la coherencia formal en un sincretismo autóctono-global. Antonio Bonilla (San Salvador, 1954) Su formación en la escuela de arquitectura en la Universidad Nacional hace de este pintor un ávido lector, lo cual le permite tener una cosmovisión intelectual. Su vida dentro del conflicto es de un militante directo dentro de las filas de la izquierda, causa que le exige exiliarse a principio de los ochentas a México donde convive dentro de una comunidad de artistas. Su obra paralela se la considera como originaria de un nuevo estilo denominado “el feísmo”. Después de la firma de los Acuerdos de Paz su lenguaje estructural recurre al surrealismo y al simbolismo desde un diafragma particular y auténtico. La sátira es, a lo largo de toda su producción, un mecanismo constante con el que genera, por primera vez en la historia del arte nacional pictórico, un oscuro toque de irreverencia. Su estilo refleja abiertamente una serie de tabúes, prejuicios y falsas moralidades como una burla al verdadero “salvadoreñismo”, ente cultural y existencial dual, dicotómico, ambivalente y veleidoso. Su arte caricaturiza los errores más graves de nuestra sociedad. Alimenta un surrealismo simbolista con seres fantásticos, históricos, híbridos, disyuntivos, grotescos y escatológicos que agrede, a veces, la ética del ingenuo espectador. La alegoría de los pecados capitales y mortales de la moral religiosa cristiana como tradición, será el decálogo de los mensajes ocultos en su obra.

Si durante la guerra civil se distingue por su trabajo lineal, la pictoricidad dominará su arte después de los Acuerdos de Paz, donde tergiversa completamente la realidad. Sus surrealistas composiciones sufren anacronismos temáticos, los cuales son reforzados por subvertir los órdenes cromáticos, compositivos, dimensionales, en donde su colorido es multivalente. Romeo Galdámez (Cinquera, 1956) Egresado del CENAR, su época de formación superior la continua en Brasil y México. Estos grandes referentes hacen que Galdámez irrumpa en el ambiente artístico nacional con nuevas técnicas, aun cuando la guerra civil la vive como víctima de ésta dado su exilio forzado, revive en México una constante producción y se adhiere al movimiento del arte postal mundial, lo cual le permite definir su credo estético.

La historia de las últimas décadas del siglo veinte de El Salvador, estuvo enmarcada en uno de los hechos más violentos de la sociedad. La década de los setentas responde la época preguerra, los ochenta son determinantes para el estallido de la guerra civil donde el Frente Farabundo Martí para la Liberación se levanta en armas contra el ejército militar estatal. Esta guerra termina en 1992 con la Firma de los Acuerdos de Paz celebrada en Chapultepec, en México.

La obra de Galdámez es por antonomasia barroca, ya que en ella se denota el pánico a desperdiciar ni un fragmento vacío de la superficie; cada símbolo figurativo lo extrae de las referencias mas variadas y contrastadas, como son la publicidad, el cómic, el arte popular, el academicismo, y una cantidad de signos polivalentes que hacen de estas 89


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Durante la guerra civil el arte paradójicamente prolifera y se extiende a mercados nacionales e internacionales, donde se definen dos evidentes tendencias: una de alineación y otra de alienación al conflicto armado. Ambas son auténticas dentro de la historia del arte, ya que los seres más sensibles de la sociedad se pronuncian ante la incertidumbre del devenir nacional, desde los artistas consagrados y académicos hasta los autodidactas. Los artistas seleccionados de esta época para la exposición “Horror Vacui”, son representantes de estas dos corrientes antagónicas:

mensajes de las obras tienden a ser más introspectivos, es decir, el “yo” predomina sobre la concientización social. Sin embargo veremos en esta muestra, la cosmogonía de cada uno de los maestros con criterios maduros, originales y que estilísticamente convergen en lenguaje barroco. Astrid Bahamond es Licenciada en Idioma y Literatura Rusa del siglo XIX por la Universidad Estatal de Moscú y Doctora en Historia del Arte y Estética por la Universidad Karlova v Praze en Praga. Crítica de arte, historiadora y docente, cuenta con numerosas publicaciones entre la que destaca la detallada investigación sobre el desarrollo de la historia de las artes visuales salvadoreñas “Procesos del arte del siglo XX en El Salvador”, máximo referente en el país.

Mauricio Mejía, Antonio Bonilla y Dagoberto Nolasco plasman con realismo mágico la tragedia espiritual de la guerra. En cambio, Negra Álvarez, Oscar Soles, Romeo Galdamez y Luis Lazo nos proponen una visión más bucólica y poética. En la posguerra la creatividad de nuestros artistas -no solamente los incluidos en esta muestra- expanden sus credos estéticos, sino que los

Astrid Bahamond es Licenciada en Idioma y Literatura Rusa del siglo XIX por la Universidad Estatal de Moscú y Doctora en Historia del Arte y Estética por la Universidad Karlova v Praze en Praga. Crítica de arte, historiadora y docente, cuenta con numerosas publicaciones entre la que destaca la detallada investigación sobre el desarrollo de la historia de las artes visuales salvadoreñas “Procesos del arte del siglo XX en El Salvador”, máximo referente en el país.

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LA POSGUERRA Y EL ADVENIMIENTO DEL FUTURO Ricardo Roque Baldovinos

tórico tenía un sentido que nos llevaba ora al progreso ora a la revolución. Era la certeza vivida de que al final del camino estaba un futuro ineluctable. Donde podía haber incertidumbre era en la duración de la espera o la intensidad de las pruebas, no en el desenlace.

La exposición “Horror vacui”, dedicada al arte visual de posguerra en El Salvador nos lanza un gran desafío: pensar el tiempo desde lo visual, es decir desde el espacio, cuando sabemos que tiempo es, por definición aquello que no se puede ver, que siempre escapa toda espacialización. Es un desafío ineludible, sin embargo, pues este es la sustancia misma de nuestra existencia personal, de nuestra historia colectiva.

La posguerra así se presenta como una ocasión especialmente intensa para la manifestación del tiempo, en ese dislocamiento, en ese derrumbe de certezas. El vacío que se invoca en “Horror vacui”, es pues el futuro, no ya como culminación de un mandato del pasado, sino como apertura radical, donde las peligros de la catástrofe se multiplican y no están conjurados por ninguna providencia.

La curadora de esta exposición ha elegido precisamente la categoría de posguerra para pensar un tramo de nuestra historia. En el estudio de la literatura se ha discutido mucho sobre la propiedad de dicha categoría, a propósito de la producción artística más reciente. Algunos críticos afirman que “posguerra” es una categoría impuesta abusivamente al mundo artístico desde una temporalidad que se define desde lo político, lo cual supone que los procesos políticos se manifiestan de manera automática y directa en los procesos culturales.

En la literatura ese vacío, esta incertidumbre de un camino inexorable hacia la plenitud del futuro (del signo ideológico que fuera) se manifiesta en el abandono de la confianza en el progreso propio de las formas literarias: de la novela total o de la poesía hermética. Se pone en entredicho el mandato de la invención de un nuevo lenguaje para los nuevos tiempos. Se impone así la suspicacia ante el lenguaje y la radical alteridad del mundo. En la literatura llamada posmoderna este escepticismo se manifiesta en el continuo recurso a la parodia, por ejemplo, de los géneros populares como la ficción policial o la novela negra.

Es una objeción sensata. Considero, sin embargo, que la categoría posguerra no debe descartarse totalmente si consideramos algunas connotaciones del término. Posguerra implica mucho más que una fecha puntual que se emplea por razones heurísticas para marcar la sucesión de “períodos” medibles. En “posguerra” se intuye más bien una radical inflexión en la lógica del tiempo vivido, de la sustancia de toda experiencia posible y de esta manera, se vuelve relevante para entender el arte.

La presente exposición nos invita a pensar qué nos ofrecen las artes visuales para pensar la inflexión del tiempo histórico de la posguerra. El derrumbe de la certeza del futuro quizá implique el agotamiento de las formas que hasta entonces habían definido nuestras maneras de ver y

Esta inflexión viene marcada por el contenido mismo de la experiencia colectiva, por el desvanecimiento de la certeza de que el devenir his93


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La incertidumbre del arte de posguerra se intensifica por otro fenómeno disruptor. La puesta en marcha del proyecto neoliberal y su profundo impacto en las lógicas de acumulación y de prestigio social descalabran el sistema galerístico que había sido durante el período de modernización e, incluso, durante de la guerra el sostén del trabajo artístico independiente. Aunque su peso era mucho menor, igualmente el patronazgo estatal se ve afectado por la lógica que endiosa la utilidad y ridiculiza cualquier participación del estado en la promoción de las artes. El arte ha debido existir en condiciones mucho más precarias, y desde allí, transformar la incertidumbre en enigmática intuición de futuro. Esta exposición debe verse pues como un homenaje a los artistas que han persistido en su vocación pese a todas estas adversidades.

de vislumbrar el futuro en la textura de la experiencia. Me refiero principalmente a los esfuerzos de reconciliar tradición y modernidad implícita tanto en cierto abstraccionismo telúrico que tuvo su máxima expresión en la obra de Carlos Cañas de las décadas de 1950 y 1960, o los diversos neofigurativismos sublimes que predominaron a partir de 1970. El gesto escéptico y la preferencia por la parodia, en cambio, se manifiesta aún en aquellos pintores que se habían identificado con un arte comprometido con la inminencia del futuro revolucionario. Los esperpentos de Bonilla ya no proclaman en negativo el advenimiento de la épica, sino que se quedan perplejos en el vértigo del juego de espejos de símbolos patrios vacíos, como en la obra dedicada a Gerardo Barrios. Otro muestra de perplejidad puede verse en la invasión del mundo por los demonios interiores que habitan a Ulises Masís, el poeta y profeta intoxicado a quien Dagoberto Nolasco dedica un retrato.

Ricardo Roque Baldovinos (San Salvador, 1961), es licenciado en letras y catedrático titular desde 1993 en el Departamento de Comunicaciones y Cultura de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Máster y doctorado en la Universidad de Minnesota, ha sido profesor visitante en diversas universidades como la Universidad de Richmond y la Universidad de Chile entre otras. Fue director de la revista “Cultura”, autor de “Arte y parte” (2001) y “Como niños de un planeta extraño” (2012), y editor, junto a Valeria Grinberg, de “Tensiones de la modernidad” (2010).

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HORROR VACUI: LA NACIÓN DIBUJADA1 Amparo Marroquín

Cuentan las historias que hubo un momento, en este país, en que amaneció un año distinto. En este país de locuras y rabias hubo un instante en que nos permitimos la esperanza. Fue 1992, dicen. Un parteaguas en la historia, un momentito de júbilo. Eran los tiempos de George Bush, padre, y el reinado en Colombia de Pablo Escobar Gaviria; el año de la independencia de una nueva nación que se llamó Bosnia-Herzegovina; de la expo de Sevilla; de la venta de la consola súper Nintendo; de las Olimpíadas en Barcelona. Y en esos tiempos, este país firmó una promesa de hacer paz. En la espalda cargábamos muertos, silencios, desaparecidos y vergüenzas.

El arte es el lugar de la inminencia. Su atractivo procede, en parte, de que anuncia algo que puede suceder, promete el sentido o lo modifica con insinuaciones. No se compromete fatalmente con hechos duros. Deja lo que dice en suspenso.

invitación se llama Horror vacui (el miedo al vacío) y nos devuelve los trazos de una nación que se ha quedado sin palabras. A pesar de ello, todavía tiene trazos, luminosidades, tachaduras y señales. Cuando la nación no encuentra palabras para narrarse, se dibuja. La propuesta, con la curaduría de Mayra Barraza, los textos de Astrid Bahamond y la museografía de Carlos Díaz, tiene cuatro momentos, cuatro puntos cardinales, cuatro guías temáticas para recorrer la obra de siete grandes artistas salvadoreños que ha sido elaborada después de 1992, después de la guerra.

Néstor García Canclini

De sangre y zozobra inaugura la exposición y enfatiza la afirmación que encabeza mis reflexiones: el arte es el lugar de la inminencia, de lo que aún no era, pero quizás ya es. Mientras los periódicos decían que en El Salvador habíamos tenido unos acuerdos inéditos, que la paz estaba aquí, que éramos ejemplo para el mundo; estos siete artistas, desde sus estudios, desde sus tribunas-lienzo no hicieron concesiones y nos anunciaron el país que somos: violento, militarizado de occidente a oriente, país-sembrado-de-cuerpos, país de niños abandonados, de urbanizaciones aceleradas, de rostros que son máscaras, que son, como se nos muestra en la exposición, un corazón abierto y asombrado.

Y aunque se nos dijo que eso ya no iba más, la historia se escribió distinta. Sin darnos cuenta, durante largos años, hemos caminado minuciosamente los senderos de la desesperanza hasta volver a preguntarnos cómo nombrar lo que vivimos ahora. Parece que nos quedan pocas palabras para contarnos, y de repente, asombrados, nos enfrentamos a un silencio habitado por nuevos muertos y nuevos dolores. En ese silencio aparece de pronto una invitación a recorrer otro sendero. Otra visión de estos 24 años de camino desde aquel parteaguas. La

1. Amparo Marroquín Parducci. Universidad Centroamericana José Simeón Cañas

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De sangre y zozobra nos muestra ese país no evidente, donde ritos ancestrales perviven entre los escombros de una nación que se creyó moderna. Un país que aún respira miedo y dibuja sus fronteras, desde esa herencia de los otros ismos que no provienen de la vanguardia, un país inventado a imagen y semejanza de sus propios machismos, de sus colonialismos, racismos, arrogancias, despotismos, suficiencias, fobias.

món y todos los santos apócrifos de un santoral encabezado por Óscar Romero. Finalmente, y a pesar de la desesperanza, Horror Vacui cierra su propuesta con nuevos horizontes. Espacios abiertos, puertas para empezar otros caminos, espejos, luminosidades, mínimos señoríos para un paísmosaico, alas, ríos y bosques. Si es cierto lo que dicen y la esperanza viene por los desesperanzados, el recorrido por esta nación que se dibuja tendría que lanzarnos a algo nuevo.

El segundo espacio, la hibridez. Para el antropólogo Néstor García Canclini, que lanzó a la fama esta categoría, las identidades híbridas constituyen la cartografía que permite entrar y salir del proyecto moderno en América Latina. O quizá más bien, transitar por las modernidades tan distintas de las que estamos hechos. Seguimos siendo hasta hoy ese lugar en el que conviven al mismo tiempo las hondas creencias medievales con los sueños letrados de los enciclopedistas; la sabiduría honda de los indígenas, con la terca búsqueda de la ciencia. ¿Será necesario ensayar novedades, inventar la república, refundar todo de nuevo? Todavía seguimos buscando cuál es nuestra manera. En este eje, los siete artistas nos presentan propuestas donde se encuentran lo culto, lo popular, lo masivo y lo tradicional. Es el mundo agrícola en la ciudad, lo indígena en lo urbano, el migrante que cruza fronteras, que se inventa un país. Es el país bifronte, como Jano, con la civilización y la superstición como dos rostros contrapuestos, el país de los muchos inicios y los muchos finales. Ese país donde no todo cabe, donde muchos marginados, invisibilizados, silenciados, salen por la puerta de atrás.

El barroco es miedo al vacío nos han dicho, es abundancia, exceso, extravagancia, trazos superlativos. El filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría dijo que el barroco ha sido tres veces olvidado por muchos: por colonial, por latinoamericano, por católico. Y sin embargo, señaló, el barroco rememora una etapa histórica de los vencidos. Las masas silenciadas están ahí, con sus estéticas excesivas, con ese ethos que no deja un espacio blanco en el lienzo o que lanza a la vertiginosidad de las imágenes. Es ahí, en la sangre, la hibridez, la creencia y la nueva esperanza que podemos encontrarnos con la realidad circundante de la vida cotidiana. ¿Por qué darse cita en un espacio cuyo único objetivo es la invitación a mirar? Del arte esperamos que esté, que permanezca, que dé testimonio, que sea un tatuaje en la memoria, una prolongación de la mirada. Para eso debe servirnos ese lugar de la inminencia, de las revelaciones que se producen en estos tiempos globales. En el tiempo de los excesos, las muchas narrativas se nos vuelven silencios. Si no hay un único relato cohesionador, ¿hay entonces un arte que sea disidencia? García Canclini señala que sí. Y yo, cuando vuelvo a encontrarme con un arte que interroga y que dibuja trazos de una nación silenciada, también lo creo. Eso es lo que nos regalan Óscar Soles, Luis Lazo, Dagoberto Nolasco, Negra Álvarez, Romeo Galdámez, Mauricio Mejía y Antonio Bonilla.

La tercera propuesta recupera uno de los elementos centrales de la cultura popular: la creencia. Amparo religioso nos recuerda que la religiosidad salvadoreña no es pura, está hecha de retazos de culturas ancestrales, de reminiscencias cristianas, rituales, crucificados, sacrificios, resucitados, culpas, castigos y pecados recogidos en cada uno de los trazos, los colores, los rasgos que estos siete artistas nos dibujan. Pero también esta religiosidad está en otros lugares, menos visibles pero insinuados en este recorrido: las fiestas patronales, los exvotos, la africana herencia de la santería, el omnipresente San Si-

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Quizá más de alguno de los lectores coincida conmigo que este artebarroco, de la postguerra de un país en guerra, ha pasado de pronto a la disidencia, a la pervivencia terca desde la memoria de quien se

enfrenta a una imagen que nos mira. Y parece anotar algo que García Canclini nos señala: tantas veces se ha anunciado la muerte del arte y este sigue vivo, sigue aquí.

Amparo Marroquín (El Salvador, 1973), estudió comunicación y periodismo en la UCA de El Salvador y en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente en Guadalajara, México. Doctora en filosofía iberoamericana de la UCA, ejerce como profesora e investigadora especializada en áreas de comunicación y cultura, migración, identidades y audiencias; temáticas que ha desarrollado a fondo en publicaciones, en espacios académicos y de divulgación.

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EL VIAJE A ÍTACA Miguel Huezo Mixco

1. No, no estamos solos La violencia castiga con brutalidad a nuestra sociedad desde los años 70 del siglo pasado. La matanza alcanzó proporciones hasta entonces desconocidas a lo largo de la década que duró el conflicto interno. El fin de la guerra, en 1992, desnudó una violencia de nuevo tipo. Esta ha alcanzado tal intensidad que, en nuestros días, El Salvador ostenta el título de ser la sociedad más violenta del mundo.

Gracias al trabajo de muchos periodistas ahora nadie puede decir “ojos que no ven, corazón que no siente”. Muchos de ellos hacen su trabajo. Es un trabajo duro. La contraparte de ese esfuerzo por visibilizar nuestros males es que se ha creado una espiral de metáforas C . Cavafis atroces que amenazan con evitar que el país mismo se piense de otra manera. “Vivimos en un charco de sangre”, proclamaba recientemente el titular de un artículo que recibió muchísimos “me gusta”.

Los números tienen cierto poder hipnótico. ¿Y si en lugar de 50 homicidios diarios fueran 40, o 20, sería menos grave? Vivir, sobrevivir, donde tantos mueren, es un privilegio. Vivir, donde muchos viven vidas tan difíciles --por la pobreza, por el miedo, por la exclusión, por la falta de hospitales y de empleos dignos-- es un privilegio todavía mayor.

En los últimos años me he preguntado si la obsesiva y a menudo enfermiza exposición a la violencia a través de la televisión, los periódicos, las redes sociales y las conversaciones nos ha ayudado a conocer mejor los problemas que nos han empujado a esta matanza. Después de tres décadas, lo que sabemos sobre la violencia sigue siendo poco.

Lo que nos está pasando ahora es muy grave. Pero lo peor es que, salvo momentos, por tres décadas la “vía violenta” para alcanzar todo tipo de propósitos y despropósitos no ha parado. La violencia ha alcanzado, sin excepción, a todos y cada uno de los miembros de la sociedad. Nos ha sumergido en una cadena de venganzas que se expresa mediante la polarización, el resentimiento, la sospecha y el odio. Nadie puede estar completamente cuerdo en un país donde se vive de esta manera. Una sociedad que vive así, aunque vaya a las urnas, no es tan libre. Esa es la parte de nuestra tragedia de la que poco se habla. Estamos ante a una verdadera derrota cultural.

Para conjurar la arraigada costumbre de considerarnos los peores entre los peores, es necesario decir que nuestra tragedia ni es única, ni nos ocurre solo a nosotros. Conflictos armados, acciones de bandas criminales y violaciones a los derechos humanos, muy graves y diverso tipos, con enormes costos en vidas y bienes, están ocurriendo ahora mismo en Nigeria, Somalia, Sudán, Siria, Palestina, Iraq,Turquía, Paquistán, Bangladesh, Honduras, Guatemala y México, para citar solo algunos países.

“Aunque la encuentres pobre, Ítaca no te ha engañado”.

En 2014, las mujeres y niños centroamericanos que llegaron a la frontera con Estados Unidos buscando a sus parientes o huyendo de la insegu-

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ridad, fueron parte de los 38 millones de personas del mundo que ese año se vieron forzadas a escapar de sus lugares de origen para mejorar o salvar sus vidas.

vas con las devastaciones del amor y las pasiones, se hunde en los sustratos más recónditos de la memoria y viene a nuestro auxilio para decirnos que la vida tiene sentido en medio de la tragedia y la vileza humana.

¿Qué tienen en común todas esas atrocidades? La indiferencia. Nuestra pasividad en la defensa de los derechos de las víctimas, de los inocentes, de los bienaventurados, de los hambrientos, de los sin trabajo, de los más vulnerables, vuelve al mundo un lugar cada vez más peligroso.

3. El viaje a Ítaca

Sí. Desgraciadamente, en este viaje no estamos solos. 2. Prohibido olvidar Lo que ocurrió en enero y febrero del año 2001 fue una parábola del país. Dos terremotos, ocurridos en un día 13, en el transcurso de un mes, dejaron más de mil personas fallecidas y millares de hogares destruidos. Inmediatamente después de cada uno de los siniestros, centenares de voluntarios iniciaron el rescate de las víctimas sin más herramientas que sus propios brazos. Sabemos que en el pasado hubo terremotos. Sabemos que habrá más. Sabemos que cada tantos años la sociedad salvadoreña se enfrenta a la necesidad de excavar entre los escombros para extraer a sus seres queridos. El Salvador ha sufrido cinco terremotos de considerable magnitud en los últimos cien años. Sin embargo, como si necesitáramos borrarlo de nuestra memoria, el repetido castigo de los elementos (erupciones, inundaciones, sequías, huracanes) está poco presente en nuestra representación simbólica. La injusticia social, en cambio, sí ha captado la atención de una parte importante de la obra de nuestros mayores escritores y artistas. En este caso, el lenguaje del arte, capaz de unir las historias personales y colecti-

La frase que ha definido esta larga transición de posguerra sostiene que en la guerra civil salvadoreña “no hubo vencedores ni vencidos”. Veinticuatro años después, nuestra sociedad sigue en el círculo vicioso de la trifulca y el desacuerdo. No conseguimos mirar la puerta que se abre a una era de confianza y esperanza; más bien, los futuros e inevitables retrocesos que derivarán de catástrofes y explosiones sociales, cuya cuenta regresiva ya ha comenzado, parecen abismarnos a un solo camino: huir, a pie, en tren, a nado, o a bordo del cohete de la imaginación. Ese es nuestro viaje a Ítaca. En medio de esas cohortes que buscan rumbo en todas las direcciones posibles se encuentran los artistas. No solo el exilio y la marginalidad, sino también el egocentrismo, la frivolidad y el oportunismo político, han marcado el arte de posguerra. Por suerte, existe la obra de artistas como Antonio Bonilla, Óscar Soles, Luis Lazo, Negra Álvarez, Dagoberto Nolasco, Romeo Galdámez y Mauricio Mejía, reunidos en esta muestra gestionada por la Sala Nacional de Exposiciones. ¿Qué visión podemos extraer de la obra de estos siete artistas vinculados con su realidad desde los días de la guerra al presente? El óleo “Esperanza de paz”, pintado recién finalizado el conflicto por Óscar Soles, o el más reciente paisaje de Mauricio Mejía, son metáforas ecologistas que actualizan la Utopía del mundo mejor y vislumbran al país como un lugar de armonía de las personas y la naturaleza. Antonio Bonilla nos hace un relato sobre el poder, mediante la representación de la derrota y violación del jaguar, ícono ancestral de las culturas

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precolombinas, a manos de un poder que utiliza la muerte para convertir la vida de sus dominados en un objeto utilizable. Vista como conjunto, la obra de Romeo Galdámez es una celebración de la diversidad. Figuras indígenas, exvotos y santos paganos, íconos que emergen de las sagas revolucionarias, las migraciones y los platós de Hollywood: un retablo del mundo cuyas raíces están en el gran arte y en la estética publicitaria.

largo viaje. No es un héroe. En uno de sus bolsillos trae un bolígrafo y sus gafas de aumento. Su corazón, que alcanza a mirarse a través de la camisa rota, está habitado por un libro. Estos artistas, como nuestra sociedad, han experimentado la euforia y el desencanto, y viven el miedo y la inseguridad que dominan nuestro tiempo. En todos encontramos una misma voluntad de empujar la práctica artística a nuevos límites, para dejar un rastro del viaje a nuestra pobre Ítaca.

“Ulises”, el fino y detallado trabajo de Dagoberto Nolasco, tiene al centro la figura de un hombre de mirada plácida que parece volver de un Miguel Huezo Mixco (San Salvador, 1954), poeta y ensayista, ganador del Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán (1998-1999) con su libro Comarcas, entre otras becas y reconocimientos a su obra literaria. Es autor del libro de ensayos La casa en llamas: La cultura salvadoreña del siglo XX (1996). De 1996 al 2004 tuvo a su cargo la editorial de Concultura.

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BIOGRAFÍAS ARTISTAS

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ÓSCAR SOLES (San Salvador, 1946) Con múltiples exhibiciones en su historial, y luego de cursar estudios de arte en Estados Unidos y de licenciarse en arquitectura de la Universidad Nacional en 1975, Óscar Soles impulsó iniciativas culturales colectivas como “La semilla” en La Palma, Chalatenango y, “La Luna, casa y arte” en San Salvador. Entre las distinciones que ha recibido destaca la Medalla de Oro de la III Bienal de Pintura del Caribe y Centroamérica realizada en 1996 en Santo Domingo, República Dominicana. DAGOBERTO NOLASCO (Ciudad Delgado, 1956) Artista autodidacta, Dagoberto Nolasco cursó estudios iniciales en arquitectura y filosofía en la Universidad Nacional de El Salvador.Temprano en su carrera, en 1971, recibe el Primer premio en el Tercer Certamen Anual de Pintura de la Cigarrería Morazán. Ha realizado varias exposiciones individuales entre las que se destacan retrospectivas realizadas en Canadá y El Salvador, y colectivas numerosas internacionalmente. LUIS LAZO (San Salvador, 1960) Desde los 16 años Luis Lazo comenzó a estudiar dibujo y pintura en el estudio de Miguel Ángel Polanco y luego en la Academia de Pintura de Rosa Mena Valenzuela. Posteriormente realiza estudios en la Escuela de Diseño Gráfico de la Universidad Iberoamericana en México D.F., en el Taller de Cerámica de Alfonso Mirón en Antigua Guatemala, y en la Academia de Arte Lorenzo de Médicis en Florencia, Italia. Entre 1987 y 1990 se dedica a viajar por Europa, residiendo en Florencia, Milán, Ginebra y Madrid. Ha participado en numerosas exposiciones en Europa, Centro, Norte y Sur América; y en el 2005 recibió el Premio en Pintura de la Academia Internacional en Roma, Italia. NEGRA ÁLVAREZ (Santa Ana, 1948) Distinguida con la orden de Caballero de las Artes y Letras del Gobierno de Francia en 1993, Negra Álvarez estudia en sus inicios en Bélgica, en la Academia de Bellas Artes y luego en el Instituto Saint Luc. Su obra forma parte de diversas colecciones públicas como el Museo de las Américas de la OEA, la Colección Forma de la Fundación Julia Díaz, la Colección Nacional de Artes Visuales, el Museo José Luis Cuevas de México; al igual que de colecciones privadas en Latinoamérica, Norteamérica y Suiza. MAURICIO MEJÍA (San Salvador, 1955) De 1973 a 1975, Mauricio Mejía estudió dibujo y pintura con el maestro español Valero Lecha y posteriormente diseño gráfico en la Universidad Dr. José Matías Delgado. En 1983 obtuvo una beca para viajar a Europa, visitando museos y ciudades de España y Francia. Es miembro fundador del colectivo de artistas Wixnamickcin, activo desde 1989, y ha sido vicepresidente de la Asociación de Artistas Plásticos de El Salvador. Ha participado en numerosas exhibiciones individuales regionalmente y en más de cien muestras colectivas internacionalmente. Mención honorífica en la Exposición Iberoamericana del Centro Asturiano de Madrid en 1987, y en el II Certamen Nacional de Pintura Salvadoreña “Benjamín Cañas” en 1990. ROMEO GALDÁMEZ (Cinquera, 1956) Romeo Galdámez estudió en el Centro Nacional de Artes y obtuvo en 1978 la Licenciatura en Artes Visuales en la Universidad Federal de Río Grande del Sur, en Brasil. Ha presentado su obra en exposiciones individuales en el continente americano y participado desde 1976 en exposiciones colectivas a nivel internacional, como la Trienal Internacional de la Estampa de Osaka, Japón. Pertenece desde hace treinta años a la red internacional de Arte Correo, y fue miembro fundador del colectivo de artistas La Fábri-K. Es miembro de Malaspina Printmaker´s Society de Vancouver, Canadá. 107


ANTONIO BONILLA (San Salvador, 1954) Antonio Bonilla realizó estudios iniciales de Arquitectura en la Universidad de El Salvador para luego dedicarse, de manera autodidacta, de lleno a la pintura. Primer Premio de la Bienal de Pintura Iberoamericana celebrada en México, en 1988; entre sus proyectos más importantes se encuentran la obra Réquiem para los Mártires de 1990, en exhibición en la Capilla Monseñor Romero de la Universidad Centroamericana, y los murales 200 años de lucha por la emancipación en El Salvador (2011) y Alegoría de la guerra civil y los Acuerdos de Paz (2012). Ha expuesto de manera individual en El Salvador y México y ha participado en más de cien exposiciones colectivas internacionalmente., entre entre las cuales se destacan su retrospectiva en el Instituto Francés para América Latina en México D. F., en 1992; “Dioses, espíritus y leyendas” en el Museo del Barrio en Nueva York en 1999; y “Nuestro grito cotidiano” en el Emschertal Museum de Alemania en el 2002.




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