CIUDAD DE TIERRA

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Ciudad de Tierra (2.000-2010)

CIUDAD DE TIERRA

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IUNIUS BRUTUS COS. IN HISPANIA, IS QUI SUB VIRIATHO MILITAVERANT, AGROS ET OPPIDUM DEDIT, QUOD VOCATUM EST VALENTIA. Tito Livio. Décadas, 55

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I VALENCIA, VALENCIA. Ciudad ya tan lejana! Lejana junto al mar: tardes de puerto y desamparo errante de los muelles Jaime Gil de Biedma

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GÉNESIS

Sobre la tensa fibra del viento de levante, la ciudad amanece bajo la luz tardía. Atrás quedó la luna enajenada con su caduca coraza de esbelta desnudez. Atrás quedó el tiempo confundido entre la historia primigenia, cuando el río, sin prisa, depositaba en el montículo la fina arcilla plena de caracolas y de espumas agitadas.

Ahora, lentamente, va surgiendo la atalaya entre sus brazos, con el rubor de dama solícita que promete y deja tocarse tras la efusiva sumisión del sedimento.

Mientras lanza el arco iris sus destellos, y quiebra la curva incandescente sus colores en tu blanco techo de cúpula engarzada, eres aluvión, crisálida de torso curvado, a la espera de romper tus envolturas, o quizás contrapunto en la columna del estanque, donde el follaje se extiende más allá del bosque y la llanura.

Ahora, cuando estás dispuesta a descubrir tu rostro con los velos de esta tierra roja con el verde en su extensión, que tu cabeza repose en mi regazo y que el espliego no oculte tu piel de limo.

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LA FUNDACIÓN (138 a.C.)

Alguien fijó sus ojos en el pliegue dorado, en el piélago vergel tan quebradizo que, recompuesto, marcó tu origen y principio

Alguien sojuzgó el mar tranquilo, el agua retenida en los marjales, la tierra impetuosa sobre un manto de grava inacabado; y así fue como el fiel amante que entrega su recinto a la esquiva sumisión de la caricia.

Alguien trenzó aquí la vasta enredadera arrancando las raíces trepadoras, amasando el material disperso refugiado entre colinas emergentes; puso piedra sobre piedra, cal y arena en las costuras, y, como acróbata furtivo, su morada dispuso bajo el celaje armado de los cielos.

Alguien dijo: no hay templo ni estatua que conforme sobre el pedestal el exilio madurado en la distancia; transformemos nuestra espada en arado, tejamos nuestra suave túnica en paño áspero y servil, y la fuerza que antaño poseímos para llamar a muerte por su nombre, que ahora sea vida y prisionera nuestra.

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LA LUZ DEL LABERINTO (75 a.C.)

Como flor aprisionada, cuando apenas asoma sus pétalos de par en par, inútilmente proclamas las voz de la inocencia. Para unos, seguiste el camino equivocado; para otros, el abrazar la causa justa merece el sacrificio de sus hijos.

La lucha llegó imperturbable con el tesón del águila sedienta. En tus puertas, blandió el acero en el aire tan cercano, cruzó la flecha las filas bien dispuestas. y las apretadas cabalgaduras, con sus lanzas puntiagudas, la calzada atoraron hasta librar en tu interior recinto la batalla decisiva.

Llegó la muerte, la destrucción. Con la atadura del esclavo el fuego consumió lo que quedaba de vida. Después, el vacío para ocupar el enrejado en el anclaje sinuoso de los muros, la ceniza, la tierra batida, el armazón cubierto por la bruma, donde el silencio reconstruye su gemido.

Todo tiene su recuerdo en un tiempo ya pasado al curar las heridas en los días de espera, recomponer los fragmentos en el ámbito asolado, hasta que surja la estela que encienda en la noche la luz del laberinto. 7


EL TIEMPO RESCATADO (100 d.C.)

El silencio ha quedado consumido. La tormenta quedó herida en el recuerdo. El árbol milenario de la historia amalgama todos los acontecimientos, escucha con su fino oído la ambición del tiempo rescatado, libre de la ebria ensoñación de los mortales.

Hoy, el día dejó de ser un rumor de amenaza que espera con sorpresa el desenlace. Atrás quedaron las horas fundidas por el fango, las murallas cerradas al encuentro, el incrédulo abrazo del mar con la tierra, el sueño indiferente de las miradas con sus pupilas arrojando lejos, muy lejos, las fría textura de la muerte.

Ya regresa el placer por la vida y el lujo. Los caballos galopan por el circo en una loca carrera en pos de la victoria. El agua corre mansamente buscando los verdes reflejos de la alameda.

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LOS JINETES DEL NORTE (500 d.C)

Llegaron los jinetes en sucesivas oleadas batiendo la arena con sus pezuñas de cuero, con aceros esmaltados por el fuego, corazas insondables de gruesos calibres, espuelas de bronce de borde afilados, enfebrecidos los ojos saliendo de sus órbitas, tersos los tendones bajo sus carnes enjutas, con la piel erizada sobre el cuerpo del guerrero.

Por asoladas calzadas, mientras los carros chirrían y las ruinas en silencio recorren, la luna balancea la sombra de la espada con lentos vaivenes de bucles engarzados. “Somos las casta invencible, -lanzaron su proclama-, y el gran norte, con sus fríos y sus hielos, no nos vencerá. No partimos de la sombra y su penumbra. Quien desvela nuestro lejano origen también rememora la pureza de nuestra estirpe”.

¿Dónde están las cenizas de la verde estepa? ¿Dónde la leyenda del hijo pródigo, aquella voz que gemía indulgente el regreso sin pedir nada a cambio? ¿Cómo cerrar la brecha, el surco incisivo con la rabia contenida de tan largo exilio? ¿Cómo aplacar la voluntad homicida de aquel que nos persigue sin descanso? ¿Cómo detener la fuerza de la ola al llegar a la orilla ,aunque esté equivocada?

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LA CIUDAD DE TIERRA (713 d.C.)

No veo las fronteras del desierto sombrío donde se funden la luz y el relámpago y la roca se quiebra con la lluvia penada. Llego extraño a esta tierra, donde muda la piel su tono y la tarde trae brisas de cálida envoltura.

Proclamaré la paz en los rezos del Profeta, con manos huérfanas ajenas de victorias, con ojos extendidos sobre el don preciado, con voces que no elevan cánticos guerreros, con gritos que no desatan la ira, con la sed calmada en tan largo viaje, con el suelo regado por anónimos sudores, con el olor profundo de la arcilla mojada, con el sordo rumor del agua en la corriente esquiva y su ley severa y necesaria, con la música del aire sobre un ritmo de espigas acogiendo toda la belleza que me ofrece, con el viento arrojando sus palabras seguras sobre las cuatro esquinas de la tierra.

Este escenario, mosaico de escenas, decorado de ofrendas en la luz de los espejos, su corazón me abre sin reparos. Medina Al Turab, la ciudad de tierra, será su nombre. Que escrito quede en los versos del poeta.

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DESDE EL JARDÍN DE RUZAFA A Muhammad Ibn Gàlib al-Ruzafi Poeta valenciano del siglo XII

Oh ciudad, que pareces lejana, fronda de alas en los bordes del labio.

Te contemplo con mi soledad a cuestas, mientras el aroma del naranjo penetra lentamente por tus poros y expande en tu interior fragancias de paraísos terrenales.

¡Quién pudiera doblar tu talle bajo el peso de los jazmines, romper el entramado de tu vientre con la espina aguda del rosal, cuando la luz se declina con decoro y guarda bajo llave las sombras que surgieron en la deriva!

¡Cómo seguir tu grave rastro, si el agua lame tus costuras, y la noche cae ceñida a tu diseño!

Aquí, desde el jardín de Ruzafa, ciudad que roza las estrellas, firme te acaricio con mis versos, como el amante temeroso por perderte.

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LOS OJOS DEL GUERRERO Ojos vellidos catan a todas partes miran Valençia cómmo yaze la çibdad Poema del Mío Cid

Por una vez el guerrero arrebata el sueño firme que el silencio mece. Su voz oscura fluye del alminar entre las márgenes abiertas del huerto y la alameda. Un tropel de miradas le rinden pleitesía, pero no es amo ni señor, sólo es vasallo del león herido que guarda en sus dominios el estandarte del poder y de la guerra. Desde la almena, sajada sus costuras por el viento salobre, su coraza fue abatida por una niebla de pisadas tras el ronco sonido de los timbales.

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LA CONQUISTA (1238)

Las águilas extendieron sus garras con las ballestas al aire. Así fue cómo los últimos jazmines crecieron presas del halcón bajo las sombras del musgo.

En sus pechos, los guerreros, con sus barras rojas, mostraron su estandarte, cercaron las murallas creciendo la cicatriz en su cintura, esperando con su guadaña astuta la fecunda recolecta. Al fin cruzaron el dintel de las torres, y con su entrada en el refugio los caballeros exaltados, tras el brillo de sus ojos mezquinos, buscaron el botín de la conquista.

Mientras mirra e incienso llenan la mezquita, y la almuzara se colma en el Tedeum, la púrpura de los crespones avanza entre vítores, recorre las calles silenciando las voces con salmos y plegarias. Gritan: “este tiempo, este lugar, no os pertenece. Dejad vuestras casas. Marchad hacia el destierro. La tierra ha sangrado. La caricia es arañazo furtivo en la turbia oquedad del arrabal. Que vuestra huella sea el eco primitivo en la embriagadora y diáfana sonrisa que alarga sin perdón nuestra mano victoriosa”.

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Las espuelas del jinete rasgaron el ocaso en fugaz atrevimiento. Los caballos, arrogantes con su hermosa figura, olfatean con la frente erguida lo visible y lo invisible, como ángeles sombríos a los pies del mausoleo.

El pueblo vencido camina cabizbajo, piensa: “hubiera sido hermoso compartir el gozo del saber y el lujo de la seda, no caer en el olvido de la hoja marchita, si es otra mano quien la guarda. Despertaré, sí, pero sin abrir los ojos, resignado a borrar la imagen del jardín frondoso. Y la palabra, ¿quién dejará sometida nuestra palabra a la extraña verdad?.

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PRIMER EXILIO (1.250)

El niño le pregunta con sus ojos abiertos cómo se llega a un pozo sin fin. ¡Qué importa, si en otro tiempo fueron hombres libres mejores o peores que aquellos que con la cruz y la espada la tierra arrebataron!¡ Qué importa, si es el dolor por la partida el que impone la mueca de la cara!

Aún recuerda las mañanas lluviosas, las alegres tardes de verano al amparo del sol girando las esquinas, las noches cubiertas por estrellas fugaces en la plenitud del horizonte junto a la casa vacía y las ruinas de la calle. Si alguien nombraba el sudor del labio de cuando era ágil y hermoso, el beso de los jóvenes amantes era robado al azar con la despedida. Y el viejo muro enlutado, crecido en extramuros, dejaba pasar las estaciones por los resquicios del tiempo.

Ya nada será igual. Esta tierra es única. En ella, el pie delibera el dibujo de la próxima pisada, y el tacto, en su fina textura, se oculta en la fina memoria junto a la desolación del cementerio y los coléricos cantos de tertulias olvidadas. Más allá del recorrido el plano busca cerrar la trayectoria, tensar la red, escribir la trama de la profecía del sueño 15


bajo un manto de espigas recién cortadas.

Con la voz del arrebato alguien gritará: “aquí florecerán las espinas enlutadas, los días amargos del estruendo resonarán entre paredes de cal y piedra, aunque el tiempo borre las siluetas de finas humaredas y las largas noches de asedio den paso a la mañana limpia y temerosa. En el jardín, en el césped cuidado, reposarán los restos del soldado. ¡Qué patria!¡Qué loor de multitudes no ensalzará sus venas rasgadas! Siempre fue así, dijeron. La muerte renovará la sangre en nueva vida. ¿Pero porqué así?¿No basta en creer en el error una vez tan sólo?”

Demora la partida los brazos de la muerte. Las lágrimas, vertidas en las urnas del deseo, son selladas con fuertes cerraduras. Los nuevos amos se reparten en cuadrícula el aspirar suntuoso del hontanar en la ribera, la cornisa curvada o rectilínea del busto decorado con vetustas hojarascas. Después, a la iglesia, el diezmo y la primicia; al Rey, la lezda, el morabatí, las peitas. La nueva ley, prendida de esquirlas cortantes en la brisa del tiempo, unge al gobernante sin vender su franquicia al todopoderoso Señor.

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LOS CUATRO JINETES (1.350)

Los cuatro jinetes se acercaron sigilosos. Nadie los vio. Hambre, guerra, muerte y peste.

Año de hambre La seca tierra consumió a sus hijos y los devoró como Saturno al suyo. El aire quemó las raíces trepadoras y el cielo gris recortó el mar en su horizonte oscuro. Ya no germinan los trigales en la sementera. El hambre se vistió con la fina piel que cubría al niño y a la joven doncella, y acalló el sonido de la risa, brotando las ásperas caricias de la tristeza.

Año de guerra. Por dos veces el círculo destructivo aproximó sus lindes a tu cintura. Por dos veces se interpuso el vértigo de las lanzas ensangrentadas, el choque de las espadas en el aire, el relincho de los caballos, los gritos confusos de la batalla con la mirada silente del soldado. La destrucción, la ambición y el poder son el signo de la guerra.

Año de muerte. Las visiones de blancos esqueletos articulados arrancan los ojos de los vivos. El cuerpo huye sin sentir la noche entera. 17


Ya no hay salvación en la corriente oscura. Las guadañas, sesgan con su brillo cortante la ociosa luz y el incisivo relámpago, apagan el sonido estridente del trueno, silencian a los hombres para darles eternidad, un mundo abierto que enloquece con su sola presencia y el inútil retorno.

Año de peste. En el rincón de la casa, como dueños invisibles, velaron las pupilas su abrupta llegada. Ahora ya no hay cobijo ni lugar donde se oculte el miedo y el vacío. Hoy, trescientos cuerpos sin vida parten hacia el arrabal en matanza silenciosa. De las llagas, la sangre inundó las calles germinando los finos riachuelos. La peste se presenta de un modo casi humano con sollozos, gritos de venganza, vómito negro.

Llegó la hora del oprobio, de golpear fuertemente el pecho, de escuchar el triste clamor de las columnas, de construir el muro que separe las aguas turbulentas.

Los cuatro jinetes partieron con la mañana. Nadie los vio. Hambre, guerra, muerte y peste.

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LA LUZ DE LA RAZÓN

(1.475)

El incienso ocupa su espacio, no desaparece, pero su estela de humo ya no enturbia la razón. Es el hombre quien alerta el horizonte de las ideas, y anuncia sin demoras el sueño rescatado del oscuro pozo sin amenazas de aromas salinos y de oscuros presagios. El camino queda libre del peso de la duda. La garganta modula la brisa de los versos. …Y al fin regresó la luz cansada de tanto amontonar la penumbra de la noche. De nuevo brotan los tallos emergentes, aquellos que en la oscuridad de los siglos ocultaban la vida placentera de los antiguos en las raíces subterráneas del pensamiento, compartiendo la tierra en posesión desigual. Una sonrisa dibuja la paz serena en el borde del río. Manos ávidas modelan las columnas como lanzas de piedra hollando el infinito. En abrazos incompletos el alabastro es figura de apóstol, dragón alado, ángel o demonio velando sus armas en fantasmal alegoría. No habrá más silencios. La voz y la palabra quedan escritas y filtran en el hastío el concepto caduco del Dios omnipresente. El hombre, ya no es bestia sumisa desde el púlpito, rige su propio destino con la atenta mirada que escruta los secretos, busca lo imposible, rastrea los sistemas sobrehumanos del universo, predice las orbitas elípticas que le llevan hasta el último rincón de los planetas. La luz de la razón es dueña del sólido escenario.

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EL SUEÑO CERCENADO (Guerra de germanías en 1.520)

Hubieran contenido el sueño adolescente, la pasión irresistible de alzarse contra el tiránico Señor. Pero querían tiempos de paz, justicia y germanía, igual que aquellos sombríos caballeros que izaban en Castilla su estandarte con crespones morados. Fueron fieles vasallos de la ciega hermosura de la tierra femenina que les vio nacer, hijos crecidos bajo el ritmo del sueño con la oscura materia de la vida cercenada. Sus ideales no huyeron con los sentidos, permanecen en la piel atenta y en el dulce sabor de otras lágrimas. La oscuridad es terrible, incierta, si deja caer en el abismo el olvido de sus nombres.

Quedó el día esclavo contra la muerte. Los sucesos se suceden, levantan su letargo del asedio de pupilas insensibles. No alcéis las picas con la sangre derrotada. No miréis dónde pisó el caballo. Que resuenen los mensajes, el grito desesperado hacia la lenta comitiva, mientras el pueblo observa enfurecido el balanceo de los cuerpos sobre el cadalso

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EL SEGUNDO EXILIO (expulsión de los moriscos. 1.609) Aquí estoy: desnudo, embrutecido, convulso, estremecido, sin bélicos atavíos, con el fuego arrebatado por extraños en mi origen. Mi cuerpo astillado recorre las sendas que hacia el mar, paso a paso, me conducen. Las uñas del verdugo, con soberbia, quiebran mi piel con profundos arañazos. Labios agresores escupen en mi cara, me insultan con palabras soeces. Látigos finísimos azotan mi espalda con la indiferencia de que, sin dolor, no hay renuncia del pasado. Pero sé de la codicia de los usurpadores, de aquellos que alimentan la venganza. Para ellos mi corazón late con más brío.

¿Qué soy yo? ¿Quiénes son ellos? ¿Porqué su odio golpea con fuerza como un martillo sobre mi cabeza.? ¿Qué ebrio jinete no cesa de acosar con su galope las filas indefensas de esta multitud que, sumisa, indecisa e impotente, nada tiene en su defensa sino la fuerza desnuda de sus brazos? ¿Porqué la tempestad llora si nadie la escucha, y la estrella fugaz cae veloz sin dejar rastro?

Ellos no lo saben. Guardo la llave de la puerta de mi casa. En mis alforjas tengo un puñado de arcilla. En mi memoria los recuerdos se agolpan como puntos de mi concreto universo.

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Y, a través del ojo veraz que todo lo domina, avizoro el horizonte para no olvidar: las blancas paredes de mi aldea, el color pardo de los campos con rojizas tonalidades, el limpio azul de ese cielo que me cubre, los manantiales besando la piel peñascos, los pétalos caídos con rastro de rocío, la hojarasca fundida con la tierra del huerto que me dio sus frutos, la luz cruzando el aire denso como hilos dorados en espesas telarañas, y con mi mirada lúcida dirijo mi mano dibujando la pincelada fugaz en el espacio incierto que aun me pertenece.

Sabed que el poder ilusorio de la razón, en soledad, silencio y vanidad, hay que poseerlo con sabiduría. Cuando el hombre comprenda que su conocimiento mana de otras fuentes no tan lejanas, y que el Dios verdadero que con afán venera es el mismo para todos aunque tenga nombre diferente, encontrará su lugar predilecto en la historia, libre de persecuciones, de ataduras, con la mente abierta a los grandes desafíos.

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EN LOS CAMPOS DE ALMANSA (Batalla de Almansa 1.707) En la última hora ningún grito llenó la tarde. El paisaje se disuelve con la noche y comprende la derrota. El tiempo muestra su estado vulnerable. El reflejo de los sueños de libertad, sobre la húmeda sombra del pinar, perdió lucidez al abrirse la mañana. Entre la ambición del poder de los dos cetros y la mermada gloria del pueblo, está la mirada fría del jinete con su coraza blanca o roja tendida sobre el campo; el infante, con su cuerpo inerte, reclinando su cabeza sobre árido bancal, mostrando su casaca al cegador brillo del acero.

De nuevo aparece la locura de la guerra, el siempre fraticida encuentro, la vanidad renovada día a día arrojando la sangre líquida en el abismo. No hay imagen que muestre la lluvia de cenizas Nadie tendrá la certeza de la historia repetida, la lágrima del ojo bajo el párpado que mira con recelo la imposible huida.

En la batalla, de pronto, el fuego, la metralla, esa piel que se abre y se desgaja, ese cuerpo que avanza, cae y se desliza, esa mano que busca una espiga que le oculte, el ácido sabor del aire que todo envuelve, esa larga cadena de rostros sin perfiles arrastrando en la llanura la voz atormentada, ese rumor de la mies alerta

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mecida como torrente de blando contenido, ese repetir juramentos y sentencias, mientras la muerte se acerca sin conocer su identidad y la espesa alfombra llena con el rojo angélico como los cuadros de Leonardo.

El epitafio del soldado dice así: “¿Dónde está ahora la libertad para aceptar el destino sin el justo juicio?. ¿Cómo leer el libro de la memoria sin conocer lo que somos y quizás tampoco lo que seremos? Tened presente que aquí permaneceremos hasta el fin último de los tiempos, aunque la muerte nos perdone y una semilla brote lejos de nuestra casa”.

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LA RAZÓN DE LAS IDEAS (A Gaetano Ripoll, maestro de Ruzafa, última víctima de la inquisición en 1.826)

No encontró refugio en la noche sin luna. No derramó sus lágrimas en las aguas del río. Con el magisterio de la voz, quiso despertar los sueños de la infancia y romper las máscaras de la ignorancia, arrojándolas contra el muro estéril del espacio de las ideas aún amordazado. Nunca pensó que la verdad de la palabra fuera amenaza para un tiempo ambiguo que interpone su discurso en apariencias permisibles. Quiso descifrar el misterio que se asocia a las cosas sutiles, a la doctrina intangible que carece de significado para los embaucadores, pero que es pieza clave en el engranaje de la vida. ¿Dios existe? ¿ Cuándo mostrará su rostro? ¿Dónde hemos de buscar la libertad de espíritu? ¿Somos libres?¿Quién controla el telón de la comedia que explica la razón de nuestra existencia?

Nadie acudió en su defensa. El fiel inquisidor, por el poder que le otorgaba la junta de la fe, dictó sentencia: “debo condenar y condeno a Gaetano Ripoll, maestro de Ruzafa, a morir en la soga, a ser quemado en la hoguera de los pecadores, y que su cuerpo sea pasto de la tierra y alimento de las bestias. Lo firmo y lo rubrico. Que así sea”.

El fuego y la ceniza fueron testigos. Desmembrado, desollado, arrojado 25


a la ribera junto a la Puerta del Mar, fue banquete de perros vagabundos y alimañas. ¿Qué justicia se le impuso si la mano ignoraba que su suerte estaba echada? Nadie supo o no quiso o no pudo despertar las conciencias, así todos, en algún momento, verdugos e intolerantes fuimos.

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EL CERCO FRATRICIDA (Sublevación federalista 1.869) Por más que la razón republicana nos haga cazadores furtivos, animales de ira y rabia contenida, y la daga cegadora apuñale nuestros enjutos corazones antes de que la belleza en la justicia se marchite.

Por más que el cerco se cierre y caigan en las barricadas bombas incendiarias, y la destrucción sea la norma prescrita fiel a la causa liberal, absolutista o revolucionaria, en esta lucha de ideas fraticidas con la destrucción a los pies de los muros.

Y aunque la noche sangre sin descanso, y una lágrima resbale por el surco en las mejillas, y la robusta catedral se convierta en reducto inexpugnable ante el acoso del centralista ejercito invencible, la memoria queda libre de toda sospecha y guarda la imagen anónima del vencido, si la historia se olvida de nombrarle.

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GARRAS DE METAL (Bombardeos de Valencia 1.937-1.938)

Aves nocturnas bullen con sus panzas rasgando las túnicas del alba; con tenues caricias hieren las esquinas, extinguen el corazón del afligido, muerden con sus dientes el asfalto y al aire confunden a bocanadas de humo.

Ojos derruidos, cansados, persiguen el inicio del rastro incandescente, y buscan el refugio improvisado a la estela destructiva. Por las calles, la angustia y el miedo corren presurosos fijando la distancia ajena, si el ángel vengativo elije, implacable, muerte o vida.

El cielo mortecino arroja a la ciudad llamas devoradoras, dando forma a las cenizas de los muros calcinados. Una mano inerte se asoma a la tierra dejando huecos confundidos junto al árbol vertical de la palabra.

Ahora, queda la paz incierta. Densas siluetas cubren la estéril hojarasca, fusionan la abstracta concreción de las ideas mientras la voz tañe a arrebato y arroja el cuerpo de sus hijos con el pulso apagado, los huesos rotos.

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EL DICTADOR NO DICTA

(1.936-1975)

Algo sale de las palmas de sus manos, y, con las bendiciones eclesiásticas, erige un muro infranqueable, sutura los labios del esclavo con finos hilos de seda, y sin vacilar su pulso, por decreto, no deja escapar la voz de los proscritos.

A los contestatarios les hace dormir con hipnóticos sedantes, como si de animales dóciles se tratara, Y así harán bulto en la muchedumbre. Y gritarán con desparpajo. Y sonreirán forzados, firmes, brazo en alto, en las ceremonias del alto magnate, cuando lanza en la tribuna mensajes y proclamas.

Alguien paró las torpes manecillas del reloj. El tiempo se detuvo vacilante en el año de la última revolución. Y sólo se oía en el escenario una única voz, un único pensamiento, el rítmico paso del ejército glorioso con el recuerdo pasado en la Victoria.

Sobrevino el silencio, la pausa absoluta, el monótono discurso, el recuerdo final por el ausente siempre presente, el creer con fe ciega a un Dios desconocido; el avivar el miedo, las visiones del pasado con el rencor, el exilio, la derrota y la boca amordazada; el ordenar y ordeno con la ley en mi mano.

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Y se pintaron de azul todas las catedrales, todas las iglesias, todos los crucifijos. Y los nombres de la mitad de los caídos fueron grabados en lápidas de mármol. Y la mitad de los caídos se recordaron en las cruces de las plazas, yacieron en la gran cruz que se alzaba desafiante en la montaña.

Y el aire ya no era aire, calido viento, torbellino violento, germen de vida, sino efluvio perenne depositado en los tejados raídos de las casas. Y el fuego ya no alimentaba el fogón de la cocina, sino la copa metálica del soldado aun desconocido. Y el agua, en turbio rastro, se asomaba ennegrecida por la grieta de la acera. Y la tierra, sin lenguaje y sin gestos, dormía su sueño truncado, lamida por el mar en la espesura.

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LA NOCHE DE LOS GENERALES (23 de febrero de 1.981) La tarde trajo redes de espuma, máscaras de viento y guerra, heridas abiertas de difícil costura, estatuas cubiertas de cenizas, lluvia de soledades, el silencio roto por el rodar de las cadenas y la triste amenaza del miedo.

Por las calles y avenidas, sólo pasan carros gigantescos con reflejos metálicos. Lentamente, giran sus torres circulares, alargan sus brazos sobre el asfalto y, con indiferencia, atrapan los ojos que les observan: cien, mil, diez mil miradas temerosas, escondidas tras los visillos y las persianas, escudriñan las sombras de esta noche que dejó, otra vez, abiertas las heridas sobre la oscura ciudad. El tiempo espera, agita los corazones con el vértigo desnudo. Dos ojos invisibles se estremecen del osado desafío. Los labios se queman con el último cigarrillo. La sed seca la garganta con violencia. Con el oído puesto en alerta, el silencio es un hábil remolino que cruza el aire sin respuesta.

Antes, fue la proclama del general: “aquí tenéis de nuevo el honor patrio de los vencedores, la aguda espina que eriza las antiguas voluntades, la férrea disciplina del nuevo César extendiendo las manos sobre sus súbditos. Se impondrá el orden por la fuerza

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con estricta disciplina, y nunca la palabra, convertida en paloma mensajera, anunciará la paz a los convictos”.

De entre todos, sólo una voz se alzó, sólo uno mostró su pecho al descubierto, sólo una mano vacía detuvo las máquinas de la muerte, sólo la palabra segura, con firmeza, silenció la voluntad fraticida del sable alzado, sólo uno dio alas a la libertad.

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AIRES DE LIBERTAD (1.982)

La palabra corría libre de placer, convulsa, excitada, poseída, ensimismada, turbulenta, contrapuesta ruidosa en las manifestaciones, hermanadas libertad y autonomía con una vertiginosa danza y contradanza.

En sus caderas, un alegre movimiento, una balada nupcial para otro vuelo, la promesa del latido en corazones hambrientos.

Entre sus sílabas, el génesis reencarnado con el frescor de la amapola, los pétalos de rosas rojas abiertos con las primeros gotas del rocío.

Puño en alto, frenético frenesí de los gritos. Las cadenas se han roto. Las cárceles abrieron sus puertas de par en par. No hay un réquiem. No hay un responso que recoja las lágrimas derramadas. Los días del abismo han sido contados y en sus últimos segundos cesará su música de trompetas infernales.

La palabra corría con aires de libertad.

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II. LA CIUDAD DEFINIDA

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VALENCIA, VALENCIA

A ti, ciudad elegida, que traspasas la órbita erosionada del sueño, donde la luz es un hilo de fuego, el aire aroma de sal, la noche una luna partida, el mar un espejo sereno a los pies de la espuma, el agua un viajero que recorre el paisaje hasta encontrar el último horizonte.

A ti, ciudad ardiente, receptiva, que sus besos deposita en la plácida arena, cuando el cálido viento invade lentamente los sentidos y los metales pesados se adormecen con la púrpura del este.

A ti, ciudad ensimismada, enérgica, crisálida perfecta en el centro de la tierra, que transforma a sus hijos, amamantándolos con la débil brisa de levante, el aliento perfumado de una eterna primavera y el eco de las voces trasnochadas,

A ti, ciudad dormida, despierta ajena tus delicados nervios, frena tus múltiples latidos, viste tus mejores galas, permíteme tocarte, limpiar tu hombro para dejarte perfumada como a un virgen doncella.

A ti, ciudad esclarecida, de sonrisa astuta, 35


enigma en lo terrestre, sangre marĂ­tima en tus venas, conformada la roca en tus entraĂąas, arroja los demonios del pasado que sĂłlo a la historia pertenecen.

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FOTOGRAFÍA AÉREA

A pesar de tu imagen perdida en el ocaso, sobre este plano azul de nubes jubilosas, quedas como fuente inagotable de un sueño aún no poseído. Aunque es remoto tu pasado, se diría que los círculos concéntricos han dibujado el tiempo con el rigor de la savia oculta bajo la fértil tierra. Eres un lienzo desnudo anclando tus esquinas a finas ataduras. Y desde aquí, en los alto, en aérea perspectiva, muestras tu rostro de ciudad definida con tu belleza nupcial y remota dispuesta a sostener tus dominios.

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LA SOLEDAD DEL CAUCE

Los puentes ven cruzar las vidas, y la vida continĂşa sobre el viejo cauce ahora vacĂ­o. Soledad. Hondo es el silencio en la verde arboleda. Puntual es la cita de los amantes.

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LIBERACION DE LA PIEDRA

La roca mordida hunde su cabeza bajo el látigo, cicatriza sus heridas en la plaza hasta unirse una a una, espalda contra espalda, y conformar un sólido muro en la muralla, la altivez de las torres vigías, las columnas que giran sobre su eje en la sala de los mercaderes, los patios de palacio de los caballeros, los claustros ojivales de los conventos, la armonía en su conjunto de la catedral, la esbeltez que encierra el poder y la justicia.

La roca se modela en dragón alado, cuerpos de apóstoles, ángeles músicos, cabezas de mecenas, vírgenes ascendiendo a los cielos, santos mártires venerados.

La piedra desnuda ya viste la ciudad con su significado.

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A TUS BRAZOS

A tus brazos les basta la caricia del mar.

¡Qué imposible abrazo oscila con la luz más suave modelando el relieve del absorto paisaje!

No importa el trazado, el lugar desconocido, el tortuoso trayecto en que a tientas reconoces las entrañas de la ciudad.

Pero tú, bien lo sabes, es un secreto a voces que a tus brazos les basta la caricia del mar.

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CARA AL MAR Al barrio El Marítimo.

El mar se asoma con sigilo y peina sus cabellos con puntas de coral. En la noche confusa, el viento besa los cristales de la arena y el agua dibuja senos en la orilla, borrados nuevamente por la espuma. La noche es hermosa, si en su espejo se define, si en su oscura trayectoria alcanza la línea divisoria como un bastión de infinitos horizontes siempre inabarcables. El mar se deja vencer y, ya cansado, el día le arrebata su destreza, mudando lentamente su máscara indefinida. La memoria reconoce las redes extendidas sobre onduladas dunas, los surcos rectilíneos crecidos en la distancia hacia un mar inmenso. Y hacía allí se dirigen barcos fantasmales, velámenes de intensa blancura rastreando los espacios escondidos. Todo es azul, serena luz que rechaza la sombra anclada en el rincón, un pecho de cristal, un mástil caído recorriendo su silueta al compás de las pisadas, una luna navegable bajo un cielo neutral que responde al ancho vuelo de las gaviotas. ¿Quién conoce tu recinto tras la ciudad distante si eres fugitiva mirada, mensajera clandestina en la tibia luz de madrugada?. Tu rostro es un entramado del tejido que nada esconde, el sudor reseco por la brisa,

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unos ojos perdidos en la arena, la caricia de las olas bajo un sol dormido, un preludio de silencios en la nada ausente. SĂşbitamente, el crepĂşsculo se tiĂąe de rojo, sobre los tejados, en un llanto de heridas abiertas, la soledad cautiva centellea, mientras la noche regresa previsora y en vano se rebela del hechizo de los sueĂąos.

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MAR-OCÉANO

Mar-océano, Mediterráneo, tan cerca o quizás tan lejos está tu desafío que juegas con los rizos de la espuma, que alejas con tu mirada vagabunda la violencia escondida entre las olas. Soy ciudad, tu faro, tu vigía. Tú eres poblador absoluto de la tierra, eslabón de la vida o de la muerte, génesis que todo alcanza a tu cuerpo de azul inexplorado.

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NOCHES DE CIUDAD

¡Qué irrecuperable es la luz tras el cálido aroma de la noche! Cegada bajo su manto oscuro, abatida, sobria y fantasmal, vierte sus horas contadas en las vasta extensión que le comprime. Algún fragmento dejará libre con la fórmula sabida de sombras y opacidades que cambian su rostro con premura. La noche, como dama hosca y solitaria, busca cobijo en un amante cualquiera para así gozar del bullir de la estridencia que surge del entramado de las calles. Apenas una luz ceñida despunta el horizonte, ávidas pupilas cierran su cerco y la noche cae abatida en el señuelo de azules trepadores y pájaros errantes.

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EN SU BALCÓN AL MAR A Vicente Blasco Ibáñez

¿Qué ven tus ojos? Un viento sonámbulo inicia el sosiego de velas y resaca. La playa es una sombra vestida de azul, con su seno recostado entre sus márgenes blandiendo su tributo contagioso y grácil La gaviota finge ser dueña del aire, su cuerpo se reclina, se abre de horizonte a horizonte arqueando el ritmo de las alas.

Piensa, Blasco, cuando alguien te dice: quien no ama no avanza, pero quien ama será cubierto por espumas vigorosas que atenazan el tiempo con un ciego remolino. Escucha, Blasco, el cruce en la distancia de una estrella fugaz en el espacio, el aliento que se agrieta en un mar en calma, los pasos de la noche en el trazo de los sueños, el sonido vulnerable de la orilla poseída.

Con tu mirada sostienes la huella invisible de la luna llena, sacrílega, de gótico perfil, con un espejo nacarado, desnudo y blanco; gira la seducción de tus pupilas mientras abrazas en el marco de los ojos la transparencia del mar abierto, mar de materia vencida, ungido en el silencio de la sombra impenetrable de la bruma.

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CON LOS CINCO SENTIDOS

Me quedo aquí, embriagando mis sentidos a la puerta del tiempo, forcejeando el destino que me lleva por tu senda, traspasando las órbitas del sueño al mar sereno extendido ante tu orilla. Mientras, una mano invisible te dibuja con el ocre fundido en el relieve, la noche erosiona la luna partida, el agua lame tus costuras y los metales forjan la púrpura del este.

Valencia, color de asombro, sí, incrustándose en ávidas pupilas como llaga dulce de infinitos arco iris: sangre en el deseo de un rojo amanecer, cielo saturado de azules transparentes, tierra revestida del fruto del naranjo y un manto uniforme de verde intenso, atardeceres del sol caído con amarillos y violetas pintando en la lejanía perfectos horizontes, toda la luz descomponiéndose en los planos imprevistos del paisaje.

Valencia, sonido del silencio, sí, rumor que vibra con humano sentimiento, sonoro eco eternamente renovado cuando estalla la vida en tus costados, tono grave para el solemne dueto con la ráfaga de la brisa que acaricia la cresta ondulada de las olas, tono agudo para el estallido de la fiesta apagando las voces fugitivas del viajero. 46


Valencia, aroma de perfumes, sí, paraíso volátil que se incrusta en el centro de la pituitaria, que se escancia y reverbera en invisible materia. Hacia el espacio compuesto por ínfimos corpúsculos clavados sin pausa por el viento, un vaho de pétalos, invasor, poderoso, un aleteo de blancas cenizas dispersas por el aire tornadizo descomponiendo la flor de azahar.

Valencia, sabor de húmeda saliva, sí, con el amargor cuajado de la esencia que transforma las papilas gustativas, con el ácido corrosivo dando forma al remanso del verso en la palabra, con el rizo salado de la espuma de ese mar que con celo te acompaña, con el dulzor del fruto de una tierra que no oculta lo que al fin le pertenece.

Valencia, el tacto y la caricia, sí, piel cósmica de ciudad mediterránea que me penetra, me inunda, me desea, me llama, me absorbe por sus poros; piel transparente para vivirla dentro, posesiva, para sumergirme entero en el abismo cálido de sus calles; piel de un cuerpo que me abraza, que me sumerge en sus raíces subterráneas, venas horizontales de línea espesa, un corazón de savia fértil dándome la vida.

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Ahora serรกs, la flor aprisionada que esconde sus misterios para no revelarlos, el deseo en la mirada a cada esquina donde del cielo y de la tierra son un talismรกn de alas poderosas que vuelan al compas de la memoria. Unos ojos te persiguen. El viento se enreda en tu cintura. Es primavera. El perfil de las torres pasa entre un hueco de sombras. Valencia, principio y fin de los sentidos.

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LA CORDÁ DE PATERNA

Acto primero: los elementos ignífugos

La pólvora es el cálido roce de la magia que dejaron los dioses en su huida presurosa hacia el extremo de las estrellas fugaces; es mezcla de la tríada de elementos minerales surgidos del fondo oscuro de la tierra en capas sucesivas: carbón, azufre y salitre; en su elemental composición está guardada la fuente del fuego, el calor interior de la materia, la estructura que inicia el estallido impetuoso tras su encierro; su semilla, su olor poderoso, es la expresión del incendio subterráneo, una luz que vibra en la profundidad de la noche.

El fuego es el latido del calor con voz de amante, la puerta del sol que alumbra el alma limpiando la razón y la conciencia, el abanico lineal que abraza y que contiene el origen del estertor final de un halo primitivo, la materia inerte que redime la esperanza de ser sólo luz en un instante si gira y gira en torno al remolino de la vida. Luz, luz caída y nostálgica, luz que oye a través de múltiples miradas. Luz, luz de ojos escrutadores, turbadores, que ordena el vacío en avalanchas de espirales. En el aire, fuego y luz captan las formas que perfilan el dibujo de las sombras nocturnas, recrean los espacios con signos fugaz presencia. Luz de plata lánguida, clamor de sorpresa,

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donde el cuerpo se palpa, se percibe y se sumerge con ebria transparencia.

El color tiene jirones blancos y amarillos; algún rojo chispeante, como daga frágil de materia cósmica, se adentra en la espesura de un aire crispado; el verde y el morado, si es que aparecen con leves vestiduras, son el tembloroso tono rescatado de un paraíso que sólo existe en la memoria de un jardín iluminado por la luna. Todos los colores tienen la misma suerte: se desperdigan, se acostan, se retuercen, se transparentan, desequilibran el silencio se espesan en el espacio acotado de la noche por fuerzas poderosas capaces de mover el mundo.

Acto segundo: La procesión del fuego

Los hijos del fuego se visten con corazas como escudos protectores de sus cuerpos; van en procesión, en hileras paralelas, en una danza lenta, acompasada y misteriosa, con ademán cegado por refulgentes meteoritos, pavesas surcando el aire en una túnica abierta, hilos luminosos, luciérnagas mensajeras como fogatas desprendidas de sus recios brazos. Por fin alcanzan su esperado sueño de devorar las sombras con sus lenguas, de cubrir, con su rastro de oro viejo, el reino de la noche espesa con diálogos sonoros de luz y fuego. Mil rayos se transforman en dorados cabellos que atraviesan los huecos en el aire, 50


o en lluvia de látigos brillantes que dicen a su paso el nombre de la calle Mayor, mientras a contraluz rozan con su estela el entramado de las rejas en puertas y ventanas. Bengalas de colores, aprisionadas en tenazas, recorren la realidad del espejismo a través de los límites del sendero luminoso. El grito de la sombra despierta la lucidez del humo.

Acto tercero: El estallido final

El tiempo se deshace y recrea su cadencia como una bestia desdentada persiguiendo a su presa con la precisión del reloj en el espacio iluminado por múltiples destellos. El silencio llora su ausencia. Las bambalinas transforman el encuentro y tiemblan en el recinto ciego entre aprendidas coreografías de explosiones de la más blanca luz, cegadora luz, látigos de luz confusa, luz rota en mil pedazos. Hay sonidos de relámpagos, silbidos, humo y fuego en avalanchas discontinuas, fulgor prestado a un sombra indefinida que vibran como un susurro ardiente. Una espada encendida se revuelve borracha, se estremece, se comprime y se dilata, crepita en el espesor del escenario, dejando su huella fugaz en el horizonte. La noche se despierta al sentirse acosada por cohets, cohetons y femelletes . El color pálido de la luna se deshace. La tierra tiembla con el diálogo del estruendo. La voz de la luz y el color, vibra, penetra, 51


se deshace en una imagen imperfecta recorriendo el espacio de extremo a extremo. Una roja seĂąal detiene el tiempo. La batalla del fuego y del trueno ha concluido. La fiesta continĂşa invadida por la borrachera del humo.

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INDICE

I.

VALENCIA, VALENCIA GENESIS LA FUNDACIÓN LA LUZ DEL LABERINTO EL TIEMPO RESCATADO LOS JINETES DEL NORTE LA CIUDAD DE TIERRA DESDE EL JARDÍN DE RUZAFA LOS OJOS DEL GUERRERO LA CONQUISTA PRIMER EXILIO LOS CUATRO JINETES LA LUZ DE LA RAZÓN EL SUEÑO CERCENADO EL SEGUNDO EXILIO EN LOS CAMPOS DE ALMANSA LA RAZÓN DE LAS IDEAS EL CERCO FRATIZIDA GARRAS DE METAL EL DICTADOR NO DICTA LA NOCHE DE LOS GENERALES AIRES DE LIBERTAD

II.

CIUDAD DEFINIDA VALENCIA, VALENCIA FOTOGRAFÍA AÉREA LA SOLEDAD DEL CAUCE LA LIBERACIÓN DE LA PIEDRA A TUS BRAZOS CARA AL MAR MAR-OCÈANO NOCHES DE CIUDAD EN SU BALCÓN AL MAR CON LOS CINCO SENTIDOS LA CORDÁ DE PATERNA

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