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Luis Moya

Luis Moya

Arquitecto. Catedrático Urbanismo Universidad Politécnica de Madrid

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Para la entrada feliz a la jubilación de José M. Ureña en la que hay más tiempo para escribir textos como este

Mi abuelo era Ingeniero de Caminos, como José M., y mi padre Ingeniero industrial. Como en mi familia ha habido arquitectos e ingenieros en igual medida, nunca he compartido los litigios entre ambas profesiones tan complementarias y próximas. Cierto es que los primeros que combinaron arte y construcción fueron los ingenieros en el S XIX, pero luego los arquitectos del Movimiento Moderno consiguieron entrar en este terreno con Escuelas como La Bauhaus. Parece que entonces, los ingenieros se refugiaron en el funcionariado que traía aparejada la obra pública, y en los últimos tiempos, algunos, en la dirección de la gran empresa privada. Pero José M. es un ingeniero algo peculiar porque se ha dedicado muy especialmente al urbanismo, y ahí entronca con la tradición de esta profesión con personajes de la talla de Ildefonso Cerdá y de Carlos M. de Castro (este último también arquitecto). Probablemente en la misma medida que los arquitectos urbanistas somos peculiares. Debo aquí aclarar una cuestión: creo que José M. como yo mismo nos interesamos y combinamos nuestra especialidad en el urbanismo con materias específicas de nuestras respectivas carreras; él nada menos que el ferrocarril y yo la composición junto a la construcción. Es decir, el urbanismo no es un conocimiento que deba estudiarse en sí mismo porque su enorme complejidad hace imposible su comprensión auténtica; es necesario abordarlo desde un conocimiento específico y por tanto complementario con otros que lo completen si es posible. La otra peculiaridad de José M. es que su mayor dedicación académica se ha desarrollado en Escuelas de Ingeniería y Arquitectura, primero Ciudad Real y ahora Toledo. Él mismo tendrá que explicar esta circunstancia porque yo no me atrevo. Cuando Fernando de Terán sacó la cátedra en la Escuela de Caminos de Madrid en 1979, me pidió que le acompañara de adjunto, y así lo hice compaginándolo con la Escuela de Arquitectura de Valladolid donde había sacado una oposición (que se decía entonces). Aquel año, en el que hice buena amistad con algunos compañeros ingenieros de la asignatura de urbanismo, me sentí en otro territorio: más distanciamiento educado entre profesores y más respeto de los alumnos hacia estos; también una sala de profesores con paneles de madera, con alfombras, muy silenciosa, y máquina para abrillantar los zapatos. Fue una experiencia muy positiva; parece que José M. ha encontrado también positiva su andanza en la dirección opuesta. El recorrido en tren de Madrid a Toledo es agradable porque enseguida se tiene una visión del campo manchego muy particular. Por el contrario, en coche la salida de Madrid carece de armonía con fábricas poco agraciadas dispuestas en rosario a lo largo de la autovía; la situación va mejorando paulatinamente hasta que en el alfoz de Toledo nos encontramos de repente autovías sin fin que se cruzan y con desviaciones que desorientan a los no avisados. Sin embargo, la llegada a la Escuela de Arquitectura a orillas del Tajo y en el recinto de la antigua fábrica militar es singular y extraordinaria. Este viaje me recuerda a cuando elaboramos el nuevo Plan de Estudios de la Escuela con José M., Manuel de las Casas, y Juan Antonio Cortés invitados por el vicerrector de

nuevas titulaciones Miguel Ángel Collado. Era ilusionante porque, creo que, para todos, era la oportunidad de mejorar los defectos que durante años habíamos comprobado en nuestras respectivas Escuelas. No salió como queríamos, pero según me han informado el propio José M. y su director Juan Mera, se ha mejorado la vinculación entre proyectos y urbanismo que era un objetivo principal. Cuando he estado en Toledo, muchas veces a lo largo de mi vida, me da la sensación que es otro viaje a otra ciudad por una carretera diferente.

Pero también José M. me ha invitado a otras actividades académicas en Ciudad Real, y siempre con gran interés. El viaje en AVE es otra cosa como muy bien sabe él y Ciudad Real no digamos. Por fin, y por traer a colación las actividades compartidas que mejor recuerdo, está su propuesta de incorporar en período de prácticas a su buena alumna Inmaculada Mohino a mi asignatura de Proyecto urbano de la Escuela de Madrid. El resultado objetivo ha sido tan bueno que hoy permanece de profesora con un contrato estable. En el título de estas letras he supuesto que en la jubilación hay tiempo para hacer actividades que en la vida corriente son más difíciles de encajar, pero antes de vislumbrar el futuro de un José M. jubilado debo matizar. Hay tres tipos de jubilaciones: la de los que consideran que es el momento de dedicarse a actividades que antes no había tiempo como leer, pasear, ver amigos, hacer deportes, etc.; la del extremo opuesto, es decir continuar con las actividades anteriores prácticamente; y la tercera que sería una intermedia en la que se hacen algunas actividades lúdicas y otras profesionales, pero gratis, lo que supone una ayuda nada despreciable para el entorno social. Conociendo algo a José M. me inclino por la tercera. Pero también debo advertirle que no se decepcione cuando a veces la sociedad de las prisas y con criterios economicistas y poco cultivada, no aprovecha todo lo que todavía José M. Ureña puede dar.

Luis Moya, 22 de mayo de 2020