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Javier Elizalde

Javier Elizalde Arquitecto urbanista

Sobre mi colaboración con José María Ureña Francés

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Ureña y el Curso de Ordenación del Territorio

Conocí a José Mª Ureña en diciembre de 1975, con motivo del lanzamiento del Curso de Ordenación del Territorio, C.O.T.

José María Ureña fue pionero, con Manolo Palao, también Ingeniero de Caminos, en la concepción y puesta en marcha del C.O.T., con respaldo institucional y financiero del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.

Me encontré con una persona entusiasta, muy joven para la tarea propuesta: los alumnos (“participantes”, les llamábamos) del primer curso eran directores generales de la Administración, profesores y profesionales ya con una trayectoria de prestigio. No creo que JMU tuviera más de 25 años, pero aun sin barba, imponía respeto. Un Máster of Philosophy en Planificación Regional y Urbana en la Universidad de Edimburgo le había dado la confianza necesaria para liderar un proyecto académico tan ambicioso.

Convocatoria del primer C.O.T.

Con Palao, JMU reclutó para el C.O.T. un mosaico de profesores representativo de los campos académicos más relacionados con la ordenación del territorio: ingenieros, arquitectos, economistas, sociólogos… Pero además, buscaron la variedad que ya integraba la sociedad en el postfranquismo, a pesar de ser tiempos en que todavía se

mantenían oficialmente los postulados del viejo régimen. Entre los siete profesores permanentes se encontraban un economista profesor y comunista, un sacerdote sociólogo, y graduados de las universidades más prestigiosas del Reino Unido y de Estados Unidos. En aquella época esa combinación le dio fuerza a un curso que se ha mantenido durante más de 40 años, todavía hoy en funcionamiento.

La imaginación de JMU se plasmó en la organización del C.O.T. Contaba con un 30% de clases teóricas, siendo el resto talleres y periodos de tutorías. Se concibió un sistema de evaluación continua confidencial (no podían darse notas públicas a funcionarios y profesores en ejercicio), un sistema de encuestas mensuales en las que los participantes evaluaban a su vez la marcha del curso, y un programa académico muy variado, con aportación importante de profesores y expertos externos, traídos en ocasiones desde otros países europeos, desde América Latina, o desde Estados Unidos.

Cómo pudo concebirse y mantenerse esa estructura en aquellos años, y en tan corto espacio de tiempo de gestación, me admira. Reconozco la valía (modestia aparte) de los que formábamos el profesorado permanente, pero anoto la fuerza que despedía JMU para cohesionar y entusiasmar el grupo.

Cartel del cuarto C.O.T., 1978 – 1979.

Y anoto también el rigor de JMU, que recuerdo era el principal valedor de dar el diploma del C.O.T. únicamente a los participantes con resultado suficiente: valga decir que de los 66 participantes del primer C.O.T., solo 50 obtuvieron diploma. Téngase en cuenta que todos los participantes tenían un currículo profesional importante, y que el curso costaba en aquella época 75.000 pesetas, unos 5.250 euros actualizados hoy.

Colaboraciones en trabajos de urbanismo

A JMU le interesaba principalmente la enseñanza y la investigación; de hecho, desde que terminó su especialización en Edimburgo, y desde que le conocí, se ha dedicado fundamentalmente a la enseñanza.

Pero le he conocido siempre como un investigador vinculado a trabajos prácticos, que en mi caso han consistido en la redacción de planeamiento urbano. A primeros de los años 80 nos propuso a los profesores del C.O.T. concursar para la redacción de las Normas Subsidiarias de Burlada, un municipio-ciudad inmediato a Pamplona. Ureña funcionó como director del equipo redactor y del Plan, demostrando una facilidad especial para coordinar trabajos con otro equipo local de Pamplona, entonces totalmente bisoño en urbanismo y hoy en puestos de responsabilidad en la Administración Foral: entre ellos, Sigifredo Martín Sánchez, actualmente responsable del Área de Ordenación del Territorio en Tudela.

Fueron varios años de trabajo en una época en que el urbanismo comenzaba a funcionar con rigor. Recuerdo esa época de aplicación de las técnicas que habíamos aprendido académicamente, con iniciativas tales como proyectar el crecimiento poblacional utilizando el método de “supervivencia de cohortes”, en el que se asumía la estadística de las tasas de defunciones y de natalidad para justificar el crecimiento de población. No había aun problemas de migraciones, que son hoy la razón del crecimiento o del vaciamiento poblacional del territorio, en razón de la evolución de la producción y del mercado de trabajo. Realmente, en aquella época los problemas urbanísticos procedían más de la falta de cultura urbanística relativa a la ordenación urbana, la creación de equipamientos públicos y zonas verdes, la compensación al municipio por las plusvalías creadas por el planeamiento urbano… Y JMU condujo el proceso con una habilidad que le ha ido llevando años después a liderar otros proyectos más amplios, sea la dirección como rector de universidades, la creación de departamentos universitarios o la organización y dirección de escuelas universitarias, en este caso, de Ingenieros de Canales, C. y P. en Ciudad Real y la de urbanismo en Toledo.

Todavía colaboramos en un par de planeamientos más, en Infiesto (Piloña, Asturias) en aquella década de los 80 y en Valdepeñas (Ciudad Real), ya en 2010. En el Plan de Ordenación Municipal de Valdepeñas ideamos un procedimiento urbanístico para obtener la cesión de plazas de suelo público en el centro de la ciudad, a base de incrementar la edificabilidad selectivamente en algunos enclaves: ahí la inventiva y conocimiento de Ureña se demostró básica para lo que luego en un artículo de Ciudad y Territorio (nº 183, primavera de 2015) denominamos “una lectura inversa de la legislación urbanística”. Ureña volvió a demostrar su capacidad de negociación apoyando la aplicación de una fórmula legal difícil de entender desde la costumbre o cultura urbanística de la promoción inmobiliaria en una ciudad manchega. El alcalde entonces, Jesús Martín, aceptó su implementación, en parte, supongo, por el apoyo de un catedrático de urbanismo: Ureña en esta época era más conocido como académico e investigador que como técnico de planeamiento urbano.

Mi colaboración en la enseñanza del urbanismo

Para mí, JMU ha sido siempre un profesional de la docencia. Así le conocí en los años del Curso de Ordenación del Territorio, C.O.T., y así le he ido considerando en diversas ocasiones desde nuestro encuentro en 1975. De siempre ha unido su labor docente con la de investigación, con el lógico criterio de que la universidad debe combinar su función de enseñanza con la de investigación. Sus numerosas publicaciones de análisis e investigación en ordenación del territorio dan cuenta de ello. Y le considero un docente innovador, con formación como ingeniero pero con una visión humanista que le ha llevado a rodearse de profesionales de todos los ámbitos… y de una encantadora pintora, su mujer; pero eso lo dejo para el final de este cuento de historias compartidas. Aunque no hemos coincidido físicamente en periodos de especialización, ambos hemos pasado por los mismos antecedentes iniciales (dos años de estudios en urbanismo en universidades anglosajonas o americanas); JMU ha reforzado esa condición con numerosas estancias en universidades de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. Invitado por JMU o su entorno académico, hemos coincidido en varios congresos sobre urbanismo en España. Y sobre todo, recientemente hemos coincidido en la UCLM, Escuela de Arquitectura de Toledo, JMU como catedrático de urbanismo, y yo como profesor asociado aceptando su invitación.

Le agradecí que me recordase para ese puesto. En mi estudio de urbanismo, he enseñado a más de dos docenas de profesionales jóvenes el arte del urbanismo. La EAT me brindó la oportunidad de hacerlo en mayor número, me obligó a estructurar cómo transmitir mi experiencia en planeamiento urbano, y me brindó un entorno de trabajo muy agradable. Considero a JMU generoso cuando prácticamente no me puso condiciones al programa a seguir. Aprendí de sus clases – taller sobre “vacíos urbanos”. Por un lado, en algunas clases que compartimos, me llevó a conocer las soluciones que se han ido dando en los cientos de casos que traía a clase –se notaba una experiencia acumulada de muchos años en el tema. Y aprendí su forma de enseñar: repentinamente se inclinaba sobre aquel alumno y le espetaba: “¿y tú qué piensas de eso?”, por ejemplo. El alumno interpelado aprendía a no perder la atención, a improvisar una respuesta, a hablar en público… JMU tiene una forma muy persuasiva, amable pero firme, de involucrar a los alumnos en clase. Claramente, tiene carisma para enseñar. Y conseguía que los análisis y proyectos de los alumnos/as tuvieran un muy aceptable nivel académico. Aceptó mi criterio de que a un/a alumno/a de tercer o cuarto curso no se le puede suspender –excepto, como le dije siempre, en los casos de enfermedad, fuerza mayor o

enamoramiento. Si el sujeto ha pasado ya con éxito dos cursos de aprendizaje, debe ser labor del profesor el hacer un seguimiento personalizado del alumno/a. Claro que mi situación era holgada para eso: aunque seguía y sigo trabajando profesionalmente en urbanismo, tenía más tiempo libre para el seguimiento personalizado que un profesor a tiempo completo. JMU me aceptó sin trabas esa libertad de criterio: ya he apuntado antes que es un hombre con mucho conocimiento pero con gran capacidad de apertura hacia otras formas de entender y de expresar la compleja realidad del planeamiento urbano. En ese sentido, por ejemplo, JMU aceptó que en los talleres de planeamiento urbano introdujese yo la necesidad de entender lo que es la equidistribución de las cargas del planeamiento urbano. Insisto en la faceta de JMU como investigador vinculado a trabajos prácticos. La legislación urbanística incluye ese concepto de equidistribución, pero su formulación práctica no es sencilla. Y, como digo, aceptó que mi programa de enseñanza incluyese llegar al resultado final de un diseño urbano, que requiere una comprensión de cómo se ejecutará, de la complejidad de la posterior intervención de propietarios de suelo, inversores y mercado inmobiliario en general para que ese diseño tenga éxito y se lleve a cabo. JMU no solo lo aceptó, sino que incluso nos acompañó en un viaje de prácticas a Illescas para ver la realidad del objeto de diseño urbano: un vacío urbano con multitud de condicionantes físicos y estructurales existentes, y con una distribución de propietarios de suelo a quienes convencer con el diseño final. De JMU puedo asegurar su curiosidad para abarcar nuevos temas, su capacidad de aceptar nuevos planteamientos, y de asimilarlos para incluirlos en la estructura de su programa.

Su labor en la formación de equipos pluridisciplinares

Vuelvo sobre un tema anterior: la fuerza que despide JMU para cohesionar y entusiasmar a un grupo de profesionales de variadas disciplinas y experiencias. Lo hizo en Santander, en la Universidad de Cantabria, como subdirector de varias áreas en la Escuela de Ingenieros de Caminos, C. y P. de Santander, y luego como rector de la universidad. No le vi en esos años porque yo estaba en Estados Unidos, como urban planner, funcionario en el Ayuntamiento de Arlington, Virginia. Pero me consta su exitoso paso por esa universidad, creando un grupo de profesores de varias ramas académicas, y a otro nivel, creando el grupo de Red de Universidades Europeas. Luego acude a la UCLM para diseñar y poner en marcha la Escuela de Ingenieros de Caminos, C. y P. en Ciudad Real. Vuelve a crear un grupo de profesores en el área de Urbanismo y Ordenación del Territorio, con los que tuve diversos encuentros profesionales con motivo de la redacción del Plan de Ordenación Municipal de Valdepeñas: estudios de tráfico por José María Coronado, de análisis de cursos fluviales por Javier González, Maddi Garmendia, etc. Prueba de la cohesión de ese grupo inicial es su continuada colaboración en posteriores encuentros docentes como seminarios, cursos y simposios. Ahora mismo solo recuerdo uno en el que participamos juntos, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, UIMP, en Cuenca, sobre planeamiento urbano en municipios de tamaño reducido, en diciembre de 2007; alguno más habrá. Y finalmente –al menos en lo que a mi relación profesional con JMU se refiere-, salta a la creación de la Escuela de Arquitectura de la UCLM en Toledo. Hay que destacar que sea un ingeniero de caminos el seleccionado para la dirección del área de urbanismo y ordenación del territorio en una escuela de arquitectura. Vuelve a reunir un equipo cohesionado de profesores con diferentes titulaciones: Borja Ruiz-Apilánez, Eloy Solís, Inmaculada Mohíno, etc, con los que publica continuamente nuevos estudios de investigación, hasta una docena en seis años si no he contado mal.

Una relación más personal

Me es difícil hablar del profesor José María Ureña sin mencionar su calidad humana. Ya he hablado de su perfil humanista. Añado una elegancia en sus relaciones que le permiten, como dije, una inesperada pregunta a un/a alumno/a en sus clases sin parecer intrusivo ni amenazador. Y una actividad continua, que además de viajar, escribir, dirigir, organizar, motivar, y lo que sea, le llevó con su mujer a rehabilitar, prácticamente con sus propias fuerzas, una vieja casa y cuadra en Gandarilla, Cantabria, para transformarla en una acogedora casa rural… con un prado de cuyo mantenimiento se encarga un robot corta-césped que deja funcionando cuando se vuelven a su casa en Santander o en Madrid. Ingeniero tenía que ser. Y no puedo terminar mi visión de JMU sin reconocer que con su mujer, Paloma Álvarez de Lara, excelente pintora, forma una pareja que provoca empatía en quien les conoce.

Puesta de sol. Paloma Álvarez de Lara, 2006

Y supongo que ésa es la sensación que tiene JMU, la de soñar con cielos y paisajes, cuando se retire… ¿o puede retirarse un hombre tan activo?

Premiá de Dalt, Barcelona.