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Fernando de Terán

Fernando de Terán

Catedrático de Urbanismo (1983 - 2001) y Profesor emérito y Ad honorem (2oo1 - 2005) Universidad Politécnica de Madrid

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Carta a José María Ureña

Mayo de 2020 Querido colega y amigo:

Me entero de que entras ahora en una nueva etapa de la vida (en la cual, por nuestra diferencia de edad, te llevo buena delantera) y te escribo para comentarte que no se está del todo mal en ella, si se tienen ganas de seguir haciendo cosas y si la jubilación se entiende sólo como una forma diferente de estar en activo, como estoy seguro de que es tu caso. Aunque, no nos engañemos, tampoco voy a decirte que sea un lecho de rosas, cuando se es inevitablemente sensible a lo que pasa alrededor. Creía yo que desde la condición de senior y con la distancia que proporciona la edad, se podía superar el desaliento y la tentación de la huida completa a campos menos conflictivos que el nuestro, pero reconozco que he caído parcialmente en esa tentación, buscando satisfactorias compensaciones en el mundo del arte. Porque durante nuestra trayectoria profesional, hemos vivido una dolorosa transformación que no hubiéramos querido ver ni en pesadilla. Desde que se produjo el giro y la conversión de la ciencia económica, así como la adopción general de su papel de guía oracular para la orientación de la política, hemos asistido a la sucesión de las desregulaciones, de las reducciones del sector público, de las inhibiciones administrativas, y de los éxitos de los programas de desarrollo a ultranza, acompañando al triunfo total del capitalismo financiero globalizado. Y hemos visto “tirar por la borda”, como decía Tony Judt en su lúcido Algo va mal, todos los logros de la socialdemocracia, entre los que estaba la invención y el desarrollo del urbanismo. Y, por supuesto, no me refiero sólo a este país en el que hemos vivido, puesto que se encuentra dentro de un sistema económico – político de ámbito universal, del que está científicamente comprobado que lleva ciegamente a una catástrofe ecológica de inhabitabilidad del planeta, y en el cual, todo intento de practicar realmente una política urbanística previsora es recusado y resulta sencillamente inviable. En esas condiciones uno no puede evitar preguntarse si realmente se puede ir en contra de una corriente general que parece la marcha inevitable de la historia. Pero entonces hay que recordar que la historia es de condición indeterminada y que no hay evidencia científica alguna que pueda predecir que no puede producirse un cambio. Y en ese sentido creo, querido amigo, que nuestro papel está ahora en unirnos, en la medida en que seamos capaces, a los esfuerzos que muchos ya, en muchos países, están realizando para que pueda haber otro futuro que el que nos amenaza. Y en continuar ayudando a mantener viva la esperanza en el valor de esa arma potencial, ahora hibernada y en la que seguimos creyendo, para que pueda ser utilizada cuando las circunstancias políticas lo permitan, pues evidentemente sigue siendo necesaria. (No hay más que mirar lo que ocurre: como todo el mundo sabe a estas alturas, la concentración de población en las ciudades está siendo acompañada por un crecimiento mucho mayor que el de la población, por parte del suelo invadido por la extensión de la “superficie artificial”,

caracterizada por sus bajos niveles de ocupación. Y nadie podrá negar que esa destructiva realidad se produce así, fundamentalmente, por la ausencia de un marco territorial previsto por el planeamiento y la completa inhibición política al respecto). Para ello, desde luego, es preciso que hagamos modificaciones y cambios en nuestras actitudes y en nuestro instrumental, quienes podemos considerarnos como urbanistas supervivientes, depositarios de una disciplina trabajosamente construida, y querríamos poder seguir diciendo que “sabemos hacerlo”, como orgullosamente afirmaba todavía Peter Hall en aquel congreso celebrado en Madrid en 2006 (en el que, al mismo tiempo, la presidenta de la Comunidad proclamaba que allí se aplicaba “un sistema liberal de óptimos resultados, con máxima libertad y mínima restricción”, como está recogido en la correspondiente publicación). Si, tenemos que hacer modificaciones y cambios en nuestras actitudes y en nuestro instrumental, a la vista de lo que ahora (y no antes) conocemos de la verdadera complejidad de la realidad urbana y de lo que estamos aún conociendo y aprendiendo a entender de su especial situación actual. Y debemos aceptar que ya no van a servir los mismos instrumentos que nosotros (y Peter Hall) hemos utilizado, sin las necesarias adaptaciones que habrán de hacerse en ellos y sin las transformaciones que permitan su útil inserción en la estrategia general de la lucha por la detención del deterioro y por el mantenimiento de la habitabilidad, con la vista puesta ahora mucho más en la ecología que en la economía. Porque ahora sabemos que el urbanismo tradicional ha fracasado, no tanto por los errores e insuficiencias de una disciplina que estaba formándose e iba adoptando los planteamientos propios de las concepciones científicas contemporáneas (todavía simplistamente positivistas), sino por la progresiva inutilidad en que iba quedando, frente al afianzamiento de una situación política y económica cuya esencia es contradictoria con los objetivos que aquella disciplina perseguía y con los principios que la habían hecho aparecer y desarrollarse y, sobre todo, por la consecuente pérdida de consideración política que de ello se derivaba. Por eso creo que lo que ahora nos corresponde es colaborar en esa necesaria integración de la planificación urbana y territorial dentro de la más amplia estrategia que busca el logro de un desarrollo no agresivo, uniéndonos a las acciones que están en marcha en esa dirección, aportando nuestra visión espacial integradora de enfoques sectoriales, y nuestros conocimientos de las formas de la movilidad, tan condicionantes de la relación de la ciudad con su entorno territorial. Y colaborando también activamente en la imprescindible formación de la conciencia pública sobre todo ello. No tienes que recordarme las dificultades desalentadoras que tenemos en contra. Conozco como todo el mundo, la fuerza del negacionismo y su poderoso sustento de intereses. Y sé que ni siquiera se puede confiar en la condescendiente aquiescencia de gobiernos dispuestos a firmar acuerdos nacionales e internacionales no vinculantes. Por otra parte sé, también como todo el mundo, que la verdadera cuestión está en la contestación a la pregunta de Piketty sobre la invención de regulaciones para el capitalismo enloquecido. Pero eso, querido amigo, desborda nuestro ámbito profesional y nos apela de otra forma más personal que tiene que ver con la ética. Si quieres, ya hablaremos de ello cuando nos veamos, aunque ya sabemos cada uno lo que piensa el otro, pues no en balde hemos hecho juntos mucho camino. Mientras tanto recibe todo el afecto de este colega, con el que tantas cosas has compartido. Un gran abrazo de