El vocero extremeño. Número 1.

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El vocero extremeĂąo NĂšMERO 1. 14 de abril de 2016

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Esta pequeña revista surge de la necesidad de expresión de un pueblo que aún grita por tener un reconocimiento dentro de la nación española. No pretendemos defender las actitudes separatistas, que muchas veces están lejos del raciocinio identitario de un pueblo, ni tampoco queremos exaltar irracionalmente el sentido unitario que tan pocos resultados han dado durante la historia de nuestra región, Extremadura. Sabemos que el inicio de ciertos temas pueden hacer surgir la polémica entre nuestros lectores, pero entendamos que sólo podemos alcanzar nuestro objetivo, un pueblo mejor, si entre todos debatimos y discutimos para encontrar el remedio que haga de Extremadura una gran tierra con una nueva historia donde la justicia sea el mayor referente de un pueblo deseoso de avanzar y mostrarle al mundo entero que puede llegar a ser un referente ideológico de democracia, de paz y de hermandad con los pueblos del mundo. No somos tan pequeños como han intentado hacernos ver muchos que tanto nos han despreciado históricamente y socialmente. Seguimos siendo la Comunidad Autónoma desconocida para el resto de España, y a su vez esto consigue que tampoco nos conozcan como debieran en el resto del mundo. Nos han querido adornar con el papel de “tierra de conquistadores”, cuando dichos personajes estuvieron lejos de honrar a nuestra tierra, Extremadura, siendo parte del servicio de la Corona de Castilla, y recibiendo órdenes para masacrar a pueblos enteros de América, destruyendo culturas milenarias con más dignidad que las de la Península Ibérica. Si queremos una tierra grande y un reconocimiento generalizado, deberemos desechar las etiquetas erróneas con las que nos preten-

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den hacer partícipes de una historia que no es la nuestra, la verdaderamente extremeña. Sin duda fuimos castellanos, y ahora somos españoles; pero se nos olvida que también fuimos lusitanos, árabes, leoneses y romanos. Nuestra historia es tan rica como nuestra cultura, por eso tampoco podemos aceptar a aquéllos que se avergüenzan de su tierra y la desdeñan, olvidando sus orígenes y despreciando su habla extremeña. El extremeño no habla mal, como le quiere convencer de ello el castellano y madrileño, el norteño y valenciano. No podemos tampoco culpar a estas regiones por los pocos que alguna vez nos han insultado, ya sea por ignorancia o por querer imponerse conquistándonos a todos. No buscamos sangre para defendernos, como sucedía antaño; ahora tenemos en nuestro poder la cultura y los medios. La inteligencia es el arma que el extremeño debe demostrar al mundo entero. La paz ha de ser nuestro nombre, porque el alma siempre será extremeño. Nacimos en natural cielo, sin las contaminaciones de las que otros se quieren jactar, imponiéndose como ejemplo. No nos contaminemos más de los mensajes de los que nos quieren ver en el suelo. El extremeño ha de levantarse como en la historia ha demostrado que ha hecho. Incluso el campesino desesperado, defendió siempre sus derechos, emprendiendo antiguamente grandes guerras, perdiendo en manos del tirano sus privilegios, si es que alguna vez tuvo alguno. Hace siglos se olvidaron los grandes hechos, cuando las ciudades romanas extremeñas eran parte de un gran imperio. Porque sólo se puede ser parte de un imperio cuando éste reconoce a su pueblo y lo engalana, y lo tiene en cuenta, y no deja que de hambre se muera su gente. De un imperio podemos estar orgullosos, cuando Roma nos quiso grande y nos hizo hijos de su emperador. Vestigios tenemos de esto; grandes ciudades inspiradas por el cielo, politeísta antes, monoteísta en el último momento. Grandes también nos hicieron los reinos taifas, a pesar de que la historia moderna los satanice. Fue Extremadura bien celebrada, hasta que los reinos que aseguraron la “Reconquista” nos ocuparon y dominaron mostrando su absolutismo inquisitorial que nos llenó de campesinos (también llamados esclavos) pobres, a merced de la nobleza y el clero, que se quedó con todas nuestras tierras.


Podemos celebrar que con la nueva era democrática nos hayan reconocido como pueblo y nos hayan querido abrazar con los pocos recursos que nos han llegado hasta ahora, pues todavía estamos a medias de lo que nos merecemos históricamente. España es la madre que nos cuida, pero olvida pronto como fue defendida en las grande batallas, como la de Medellín, ante los franceses, a pesar de la trágica derrota. Ya no nos intenten adornar de estatuas de antiguos personajes que masacraron a otros pueblos para llenar de oro a las diferentes coronas, las cuales esclavizaron a nuestro pueblo y lo amenazaron con la Inquisición. Ahora estamos en un nuevo siglo; ahora ya nadie quiere guerras. Luchemos porque no maten nuestra cultura, gritando abiertamente nuestro orgullo extremeño, sin vergüenza; aquél que nos hizo ser la segunda región del Imperio Romano, y que en la historia cuenta cómo ha luchado incesablemente para salir adelante, a pesar de la pobreza, a pesar de los que nos robaron y esclavizaron, y que, por el nombre de su Majestad el Rey, masacraron a pueblos inocentes por el oro. El campesino de la Edad Moderna sobrevivió de la patata de América, de aquélla que ha dado a la gastronomía española la virtud nacida extremeña: la tortilla española, cuna de nuestra tierra. Aún seguimos dando privilegios a los que no nos recuerdan... Orgullosos de ser extremeños, de tener cultura, de ser pacíficos, de ser, en una misma persona, alma y tierra; de eso ¿quién se avergüenza?, sólo el inculto, el ignorante y el vendido, pero el extremeño de verdad ¡nunca! ¡Viva Extremadura! ¡Viva nuestra tierra!


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