El duende quiso madrugar. nº 8

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EL DUENDE QUISO MADRUGAR Revista Literaria OCTAVO NÚMERO. MAYO 2016.

EDICIÓN ESPECIAL: PLATÓN Cómo influyó en la ideología nazi y en la historia de la religión Nuestra recomendación de lectura: LA REPÚBLICA Y la visión de Platón del “más allá” en el cuento: ER, EL ARMENIO

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EL DUENDE QUISO MADRUGAR

El duende quiso madrugar Número octavo. Mayo de 2016. Publicación de Francisco Javier González de Córdova. Es una revista literaria de publicación mensual de difusión gratuita vía internet. Esta publicación se terminó de editar el 30 de abril de 2016 en Ciudad de México. El contenido de los textos es responsabilidad del autor, cuya libertad de expresión viene amparada en la Carta de Derechos Humanos. Publicación sin fines de lucro. No patrocinada por ninguna organización o empresa. PROHIBIDA SU VENTA

Pintura de logotipo: Caprichos de duendes y monjes, nº 70, de Francisco de Goya. Pintura de portada: La escuela de Atenas (1509), de Rafael. Revista de edición libre para: http://hamartia-world.blogspot.com.es/ Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución-NoComercialSinDerivar 4.0 Internacional. Para ver una copia de esta licencia, visita http:// creativecommons.org/licenses/by-ncnd/4.0/.

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Un nuevo número más para nuestro querido público, invisible aún para nosotros en este presente tan poco alentador que no ofrece al pueblo los derechos que éste demanda. Pero situémonos lejos de cualquier crítica incómoda para los que, desde arriba, pudieran leernos; y porque estén arriba no significa que hablemos precisamente de santos. Estamos aquí, principalmente, para compartir literatura, pensamiento, parte de la historia de la humanidad que se ha ido descuidando en las últimas décadas, al mismo tiempo que deshumanizando al que se alejó de toda cultura. Humildes seguimos en nuestra propuesta por acercar al lector al mundo de las letras; pero a la vez sentimos la fuerza de quien expresa la verdad que la ciencia de la palabra lo permite, aunque muchos no comprendan el estrecho margen entre lenguaje y ciencia. He aquí el octavo número de esta revista que, si no ha conseguido un amplio público, sigue reviviendo en un mundo tan complicado como el de la publicación. Sea internet el medio de vida que nos dota del oxígeno suficiente para quienes, como nosotros, buscamos expresarnos; un mundo demasiado amplio para abrirnos paso entre tanto tráfico de información y de datos, pero, al mismo tiempo, donde cabemos todos, a pesar de que el adinerado lleva ventaja en poder publicitarse mejor y con menos clics. Podemos considerarnos felices por este nuevo número, el octavo, donde podemos adentrarnos en la filosofía platónica, cada vez menos conocida por el estudiante, al que se le está negando gradualmente esta materia. Tampoco podemos dejar atrás a la gran influencia para la creación de esta revista, Mariano José Larra, del que resucitamos su duende satírico diurno para hacerlo madrugar, no sin alentarle a que nos dé su visión crítica del mundo moderno que nos invade actualmente. Así seguiremos construyendo nuevos números con la esperanza de tener a un público entretenido y dispuesto a acercarse a la cultura literaria y social. Porque todavía ésta sigue viva y necesita reavivarse continuamente, aquí seguiremos aportando nuestro granito de arena. Bienvenido lector nuevamente. Aquí les brindamos los siguientes escritos. Francisco Javier González de Córdova

Índice Una comedia moderna, de Mariano José de Larra.

7 Cuando utilizaron las teorías platónicas para reforzar ideologías que cambiaron el curso de la historia.

14 Hamartía.

17 Cuentacuentos: Er, el armenio.

18 Noticias Pifias.

23 Citas célebres.

24 Lectura recomendada.

25 El teatro del fin del mundo.

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MARIANO JOSÉ DE LARRA

Una comedia moderna de Mariano José de Larra

C'est un droit qu'à la porte on achete en entrant. (BOIL.: Art. poet., chant 3.) Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi. «Con lo cual lloraban aquellos salvajes que era una bendición de Dios.» Dice el padre Isla (Ger.) que hallándose un predicador ignorante en lo más tierno de su sermón, entre un auditorio lleno de temor de Dios, no sabiendo de qué texto echar mano para acabar de aterrarle y convencerle, exclamó con aquel verso de Virgilio, y como nadie le entendió quedaron todos persuadidos de que les había dicho una porción de picardías; «con lo cual -añade- lloraban aquellos salvajes que era una bendición de Dios». ¿Qué no hubiera dicho el crítico padre Isla si hubiera asistido al Jugador? Ni más, ni menos; el público lloraba porque no había reparado en lo que le decían. Sed nunc non erat hic locus; vamos al asunto. ¿Quién le había de decir al Duende, que nada gasta de París, a pesar de la moda y de haber vivido en él, que de París le había de venir materia para su segundo cuaderno, entonces precisamente cuando estaba más apurado, para empezarle y cuando, por demasiada abundancia de cosas criticables, repetía, como Horacio, l. 1, ep. 1, Bellua multorum es capitum nam quid sequar aut quem? Pues ni más ni menos: cuando el Duende estaba tan perplejo, estaba dándose de calabazadas monsieur Víctor Ducange, nada menos que en todo un París, para proporcionarle un cuaderno que ha pensado dedicar a los aficionados de aquella capi-

tal. Y, efectivamente, como dice cierta comedia moderna, ¿debemos dejar escapar los de acá una ocasión tan hermosa de dar en las orejas a los de allá? Y ojalá repitiera el público siquiera por esta vez ¿Por qué ha de tener razón siendo forastero? TREINTA AÑOS O LA VIDA DE UN JUGADOR Esta pieza melodramática pertenece a un nuevo género de poesía que no fue del tiempo de Horacio, ni de Terencio, ni de Plauto, ni mucho menos de Menandro, y todos aquellos clásicos antiguallas, que no sabían hacer más que piezas muy arregladas a razón, con muchas reglas, como si fueran precisas para hacer comedias, siendo así que éstas se hacen solas y sin gana, que no tenían genio para emanciparse de su esclavitud; ésta es la poesía romántica, objeto de una gran disputa que hay en el día en el Parnaso, sobre si han de entrar en él o han de quedarse a la puerta estas señoras piezas desarregladas dichas del romanticismo. ¡Y que todo esto suceda en Francia, como quien dice en casa del vecino, tabique por medio, y no se haya traslucido nada en esta España! Se pone en la Gaceta que en los Estados Unidos se hace ab ovo en nueve horas una casaca, y no se ha puesto un desPÁGINA 7


cubrimiento mucho más considerable como es este romanticismo, por medio del cual se logra recopilar como cosa de treinta años en poco más de tres horas y un modo de existir tan en compendio, y a cuyos esfuerzos deberemos que la vida del hombre sea una cifra.

ran de alguna cosa? Y dentro de poco ¿seremos nosotros los que inventemos, según va, tíburis de faltriquera, esto es, que se puedan doblar como una cartera y meter en el bolsillo, y al arbitrio del que le lleve desarrollarle y meterse en él, y ya tiene usted a un hombre levantado del suelo?

Ya se ve, ¿qué extraño es que los españoles no sepamos nada de esto? Por descontado, no tenemos voto en la materia; de suerte que no nos pedirán el nuestro sobre si deben de entrar esas piezas en el Parnaso, como si éste no fuera tan nuestro como de los franceses, y aun un poquito más, sino que nos lo dan todo hecho, y bastante hacen, que harto brutos somos, cuando ni siquiera debieran acordarse de nosotros para nada. Y tienen razón, y si no, dígame el que se atreva: ¿qué es lo que se inventa en Madrid ni en toda España?, en sacándonos de nuestro puchero a mediodía, pare usted de contar. A ver si hemos inventado una porción de cosas útiles, como el gran sistema, de las sanguijuelas y del agua gomosa. ¿Cómo habíamos de haber dado nosotros, que somos españoles, en que los hombres no padecen nunca más enfermedades que las que dimanan del vientre, y que para toda clase de enfermedades y enfermos, en todos los climas y países, había de bastar forrar al doliente con sanguijuelas y echarle agua de goma en el cuerpo como en una cuba sin hondón? ¿Hubiéramos atinado jamás con el magnetismo animal, una ciencia como esa, por la cual a fuerza de sobos y de poner al paciente como una breva, éste sueña y dice durmiendo su mal y sus remedios? ¿Hubiéramos dado nosotros en toda la vida, aunque nos hubiéramos vuelto micos, con el nuevo método caligráfico para aprender a escribir en ocho días? ¿Hubiéramos sido capaces jamás de inventar, en vez de aquellos cómodos birlochos que hasta ahora se han usado, esos escrúpulos de carruajes, esos tíburis o canastillos para costura, en que cabe, a todo tirar, grande y medio, que todo ello vendrá a pesar como una media arroba? Y ¿cómo habíamos de haber discurrido nosotros que aquel mueble había de ser tirado de dos caballos muy altos, indispensablemente rabones, y puestos en fila, a guisa de tiro de carromato, como si tira-

Jamás. Para inventar todas estas cosas es preciso saber otras muchas, que sólo se hallan en Francia; es preciso estar en París. El que no ha estado en París está dispensado de tener sentido común, y aunque nosotros las inventásemos, por ser nuestras, habían de parecer mal. Cuando Lope de Vega y sus contemporáneos hacían a cada paso de esos comediones, entonces no querían los señores franceses que se hiciesen, porque todavía no era tiempo de que se descubriese el romanticismo; el poder hacer esa clase de disparates estaba reservado para el señor Ducange: entonces nos trataban de cafres; de modo que ya está visto que tenemos don de errar y espíritu de contradicción: siempre lo hacemos todo al revés. Entonces los franceses nos decían, por boca de su oráculo Boileau: Un rimeur, sans péril, de-là les Pyrénées sur la scène en un jour renferme des années. Là souvent le héros d'un spectacle grossier, enfant au premier acte, est barbon au dernier. Mais nous que la raison a ses règles engage. Nous voulons qu'avec art l'action se menage; qu'en un lieu, qu'en un jour, un seul fait accompli tienne jusq'à la fin le théâtre rempli. Allá, un coplero, al otro lado de los Pirineos, sin peligro de que le silben, acumula en un día, sobre la escena, años enteros; allá, el héroe de un espectáculo bárbaro, grosero y tosco, suele aparecer niño en el primer acto y anciano en el último. Pero nosotros acá, los franceses, que no somos tan estúpidos como los españoles allá, porque la luz de la razón nos guía, no podemos permitir semejantes dislates, y queremos que un hecho único y acabado en un solo día y en solo un sitio marcado, entretenga el teatro lleno hasta el fin.

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Y estos señores españoles que, según se explica Boileau, comen pan por privilegio y no andan en cuatro pies por gracia particular que les hacen los franceses, ¿no han de atreverse a reír de la Vida de un jugador? ¿Y no publicada ya en el siglo de Calderón, sino en el XIX, y no por algún ingenio de esta Corte, sino por monsieur Ducange? En el tiempo y el país de las luces ha nacido el Jugador, y todavía nos le vienen dando por muy bueno los señores cómicos en un cartel lleno de disculpas y de alabanzas. Y tienen razón, a fe de Duende; el resultado es que no se ha silbado, ha estado el teatro lleno; pues ¿qué se le puede pedir? ¿Qué más reglas quiere usted en un drama? Ha producido dinero: pues eso es lo que es menester, y opino que esa es la única regla que debe tener una comedia. A la verdad, que son cosa vieja las tales reglas en las comedias hace ya más de un siglo; reglas hasta ahora en todas partes menos en España: y a qué tiempo se le antoja a Moratín venirnos predicando las tales reglas en su Café: precisamente cuando ya van a ver su fin; y ahora que empezábamos a arreglarnos, volvamos otra vez a desandar lo andado, y a hacer comedias donde haya traidor, y si no séquito y comparsa de húsares a caballo, a lo menos, lo que viene a ser lo mismo, acompañamiento de ruleta y jugadores, comparsa de truenos, rayos, cte., y otras gracias de este jaez; pero examinemos un poco la pieza. Se alza el telón y se descubre un enjambre de jugadores en el fondo, que se están arruinando sobre el tapete: llega el señor Dermont, observa y encuentra por casualidad al joven Rodolfo; se marchan en el ínterin los jugadores para dejarlos hablar, y quién sabe si para vestirse algunos de ellos de gendarmes, en cuyo traje han de volver a aparecer dentro de poco; vienen, efectivamente, quieren prender al forastero, y como por dicha Rodolfo conoce a Amelia y se ha impuesto en su historia, sin andarse en rodeos le da las señas de su casa con una llave y un papel para que busque modo de llevar al señor Germani una esquela, que no

puede haber escrito, pues que en ella da cuenta de lo que le está pasando entonces, y le encarga con gran prisa vaya a impedir la boda. En el segundo acto se dispone ésta; sale el anciano padre, predica un rato a su hijo, como es de cajón, y apenas acaba de predicar, llegan a darle la mala nueva, pero ya tarde, porque se le pegaron las sábanas al señor Rodolfo, y en pos viene el tío que confirma las sospechas concebidas contra el hijo; pero viene tan inmediatamente después de Rodolfo, que habiendo llegado éste tarde, se hace inútil del todo su comisión. A este punto llegan los recién casados de la iglesia, y un jugador debe de ser por regla general un hombre muy bruto, que de buenas a primeras trata mal a su nueva esposa y a su padre, envía enhoramala a su, tío, y quiere anticipar a Rodolfo lo que le tiene dispuesto para la segunda jornada. Todo esto se aprende en la ruleta. Viene el juez, que no se digna quitarse el sombrero aunque ve gente decente, porque cree que la justicia está dispensada de saber educación, y entonces se descubre un delito en que ya empieza a conocerse que todo jugador tiene también un amigo peor que él, que le arroja a los precipicios, como es Warner. El pobre viejo, que no está para muchas fiestas, se accidenta todo, le meten a dar un paseo al cuarto inmediato, y de allí a poco le vuelven a sacar hecho un energúmeno, como un sacerdote antiguo inspirado, que le viene a decir a su hijo antes de marcharse a la otra vida que es un mal hombre, y que le tienen que suceder muchos chascos por ser un jugador, y otras mil cosas por este estilo, que adivina; el diablo son los viejos; y las concluye todas con su última maldición. Muere el viejo, Rodolfo y Dermont se marchan, y se citan sin duda para de allí a quince años, época en que tienen que volver a traer a la misma casa otros recados de más monta que en la primera jornada; se retiran el ama de llaves y los criados en tanto que se baja el telón y que probablemente los recién casados irán a olvidar en los brazos del amor las pláticas y pronósticos excelentes del difunto señor Germani, Q. E. P. D. Y con esto va un trozo suelto de la vida de un jugador, que más a propósito parece para hacer PÁGINA 9


una colección de aleluyas, como la vida del hombre malo y del hombre bueno, que para una comedia. Pero sobre todo, lo que ya no alcanzó Moratín fue eso de llegarse usted al café inmediato, acabada la primera jornada, a tomar un tente-en-pié, volver a los seis minutos, y hallarse con quince añitos transcurridos, ahí como quien no quiere la cosa, y después de otras frioleras por un quítame allá esas pajas, al picarón de Warner que viene a requebrar a la señora jugadora, nada menos que en su misma alcoba, y allí juntito a la cama, mientras que el bonazo del marido, jugando, no sabe en qué juegos anda también metida su mujer; que por Dios que ve el público lo que no quisiera, si no le da al autor la gana de traerle a su casa tan a tiempo, y sin decirnos por qué. A bien que no nos importaba; el caso era que viniera, que por lo demás ya se supone que vino porque quiso. Pues y ¿qué me dirán de aquella maldita casualidad de venir el honrado correveidile de Rodolfo a dar su recado precisamente cuando el horno estaba menos para rosquillas y el señor más furioso, y equivocarse y tirarle nada menos que un dúo de tiros? Ya se ve, ¿qué ha de ser?, consecuencias del juego; y si no, a ver si hay un jugador a quien no le requiebren la mujer; y ¿qué jugador hay que no haya hecho alguna muerte equivocadamente y a dos manos? Y a ver si hay alguna otra mujer, sino la de un jugador, que se vea en unos lances tan apurados: ciertamente que no, y aunque no fuese así, no se puede decir que no haya podido suceder aquella maldita casualidad. No hay más de malo que la pieza está llena, como la capa del otro, de casualidades bastante parecidas a ésa. Donde es preciso confesar que el autor tiene mucha inventiva es allá cuando aparece la posada del León de Oro; y cuando el triste jugador va a hacer el coco a los pobres suizos y alemanes. ¡Qué cosa más natural! Esta pobre gente, que es tan sencilla, por fuerza se ha de espantar. ¡Un jugador!, una clase de animal que nunca se ha visto por aquellos países. ¿Qué cosa más natural, repito, que espeluznarse y huir cien varas? Aparece Jorge. Ya se supone cuando se le ve

que no le colgaron por aquella friolera que hizo, allá hace quince años, en la segunda jornada, de matar a un pobrete que nunca le había hecho daño, falsificar aquellas letras y otras cosillas del tenor consabido, porque luego ya da a entender Warner que el autor dejó que se escaparan porque todavía no pensaba acabar la comedia, que le parecía corta, pues que no llevaba más que quince años de duración. Y, efectivamente, ¡qué cosa más lastimosa! Si los hubieran matado, nos hubiéramos privado de lo mejor, hubiéramos salido quince años antes del teatro, y nos hubiéramos quedado sin ver toda aquella jornada tercera tan preciosa, y precisamente en lo más bonito, cuando la pieza se llega a tomar aires desde París a la Suiza. Ya le tenemos en el León de Oro, y ya está tomando un refrigerio el antiguo Jorge en cuestión, que ya se acordará el lector, aunque se han pasado quince años, que íbamos hablando de él; ya llega el señor pasajero y viene tan oportunamente como el señor Rodolfo en la segunda jornada: no dice a qué, pero ya se supone luego que le trajo el autor para matarle, ¡pobre hombre!, cuando menos se lo pensaba, ¡y a manos de todo un jugador! Eso ya pasa de juego; pero, en fin, al asunto. Ello es que viene el pasajero, porque, al fin, es una posada y va y viene todo el que quiere, que para eso son las posadas, y le da para beber, y de allí a poco Jorge le da a él para tabaco; todo lo cual, si bien no se ve todavía, ya se deja inferir por la oportuna tempestad, que siempre quiere decir algo, porque no se mueve la hoja en el árbol sin la voluntad del Señor; la cual, para anunciarnos el caso que va a suceder, viene a descomponer la alegría del pueblo suizo, que bailaba al son del tamboril y gaita gallega, si se escucha lo que tocan, alguna cosa como la muñeira, y de todo esto ¿quién tiene la culpa si no el jugador y el maldito vicio? Si él no hubiera formado tan malas ideas de matar a aquel hombre, no se hubiera armado la tempestad que tenía, que descargar luego sobre él, ni hubiéramos oído aquellos trémulos truenos, o, por mejor decir, aquellos risibles golpes de mampara, a cuyo ruido lloPÁGINA 10


ran los niños en la cazuela, llueve como si frieran los cómicos la cena, etc., etc. ¡Maldito juego! Entretanto, llega, todo mojado por arriba, el señor de Casanova, que viene a ser aquel hijo que tuvo en tiempos más felices, al principio de la comedia, el jugador; y sin duda que el agua de las lluvias en Alemania no debe ser como la que cae por estas tierras, no debe formar lodo ni llegar al suelo, porque él viene sacudiendo el agua del capote y con las botas llenas de polvo. Allí encuentra una carta para él, no sabemos de quién, pero ya se supone que sería del que se la había escrito; tampoco sabemos por qué el hijo viene tan tarde, pues que su tío, que le había dejado por heredero, le habría informado antes de ir a la guerra de quiénes eran sus padres y dónde estaban, etc., pero él viene; claro es que ha estado muy ocupado, o, por lo menos, esperando a que llegara la tercera jornada, cuando no ha venido antes, y el que quiera saber más que se llegue a París a preguntárselo a monsieur Ducange, si es que él lo sabe, que es regular que no, y aunque lo sepa no lo dirá, porque no lo tendrá por conveniente y porque al que quiere saber mucho se le dice poco y al revés. Por último, se marcha el capitán para dejar que se muden los telones, y mientras que esto se hace se va con él la tempestad, porque tienen que llegar los dos a un mismo tiempo a la barraca, donde hace tanta falta uno como otro para concluir el drama. ¡Pero qué tempestad! No le falta más que hablar. Ya estamos en la barraca, donde aparece la virtuosa señora, que no parece sino Epiménides cuando se despertó del largo sueño, que se encontró tan viejo que ya no se conocía. ¡Ya se ve! Al fin son quince años, y no se pasan en balde. Allí es donde se ve la futilidad de las cosas humanas y cuán pronto se pasa el tiempo. Siempre se ha dicho que la vida es un soplo; pero es preciso confesar que la de un jugador, por Ducange, no es sino medio soplo. Allí ya tiene una niña más, y ¿por qué no? Lo que es eso, lo mismo puede tener hijos un jugador que otro cualquiera hombre: eso no se opone. Es

verdad que tuvo el uno recién casada y el otro recién vieja; pero hemos visto parir tantas mujeres a los treinta años de casadas, que no hay dificultad en creer que sea una de tantas. Además, que si no fuera por la chica, ¿quién había de ver luego la sangre en la mano del padre? ¿Quién había de recibir al viajero? ¿Quién había de ir a buscar a la madre? ¿Quién había de decirles a los otros que estaba allí el capitán y que había dicho que tenía un millón? Y, al fin, por los chicos se pone la mesa, y de eso no tiene la culpa el jugador; Dios los da cuando quiere. Ya llega el buen Jorge, que acaba de despachar al pasajero con un pasaporte bastante parecido al que dio en la segunda jornada a Rodolfo. Se pone la mesa y se merienda. Y para que se vea que nada es completo en esta vida, no bien han acabado cuando vea usted quién viene: el picarón de Warner, que parece un soldado licenciado; ha andado errante quince años, como un vago, manteniéndose, como los camaleones, con los aires de Italia y Alemania, y la casualidad le trae al mismo paraje donde está Jorge, porque se acuerda que hace quince años dejó por concluir una comedia que se hallaba en la segunda jornada; ello es preciso concluirla, porque está esperando cada cual que ha dado su dinero, y por casualidad llega. Bien dicen: «Dios los cría y ellos se juntan». Huye la señora, porque todavía teme los juegos del buen Warner. Este llega a mesa puesta, y, con franqueza marcial, come sin convidar a nadie y va sacándole del cuerpo los secretos a Jorge; hasta que, rodando de una conversación en otra, vienen a parar al muerto, que van a tapar mejor, porque es preciso dar lugar a que venga el capitán. Entonces viene éste, y con él, naturalmente, la tempestad, la cual se está entre bastidores aguardando que silben disimuladamente por adentro que debiera ser por afuera- para salir a hacer su pedacito de papel, que es lo que los antiguos llamaban recurrir al cielo o valerse de máquinas. Horacio dice que no las debe traer nunca el poeta sino cuando sean indispensables; pero Horacio pudo muy bien decir una cosa por otra, que no era PÁGINA 11


infalible. Y ¿qué entendía Horacio de achaque de máquinas? Después de la escena interesante en que ocurre la peripecia o súbita mutación de fortuna y el reconocimiento inesperado de madre e hijo, que desempeñan mejor los actores que el autor, la buena señora va a buscar a su marido para decirle que se separe de Warner, porque no quiere que su hijo le conozca, y es que ya sabe cómo las gasta; teme que se le seduzca y que le haga pasar al capitán otro rato igual al de marras, y tiene razón: para un militar que viene cansado del camino no sería el mejor recibimiento. El capitán pide recado de escribir, mientras que el autor envía a pasear a la actriz, que estorba: a buscar a su marido por donde no está, para que tarde más; y el jugador, que no tiene para comer, tiene para tinta, papel, etc., en una situación en que no parece que tendrá gran correspondencia; pero de algún modo se había de quitar de en medio. Vuelven los jugadores y se prepara una escena digna de los habitantes de Melilla, Málaga o Ceuta; escena digna de la nobleza de Melpómene y de la inocente y maligna máscara de Talía; escena, en fin, en que es preciso hacer al autor la justicia de conocer bien a fondo el corazón de la clase más apreciable de la sociedad; pero entonces el cielo, que no duerme, se acaba de declarar en favor de la inocencia, y acumula sobre la barraca una gran cantidad de electricidad que atrae una media docena de rayos; ¡pero qué rayos!; en menos de dos minutos se convierte la escena en función de pólvora, que no parece sino que se van a acabar los novillos. Y ¿quién tiene la culpa de toda esta algazara? El maldito vicio; y en toda nación bien gobernada se debería usar en lugar de pararrayos un par de jugadores, porque ya está visto, según Ducange, lo eficaces que son para descargar las nubes. ¡Para que hubiéramos descubierto este arcano de la física experimental los españoles, que nunca las hemos visto más gordas, y que ya creíamos que los rayos no bajaban del cielo, sino de las nubes, como el agua y el granizo, etc., y atraídos, no por los juegos de nadie, sino por efectos naturales!

Dios lo puede todo: sí que puede; pero Dios no trastorna todos los días las sabias leyes que rigen la naturaleza por un jugador más o menos, ni porque le dé la gana a monsieur Ducange, que efectivamente no merece la pena de que se trastorne el orden universal; y que los hombres jueguen o que no jueguen, pueden estar bien seguros de que si bien a cada uno no le faltará su castigo correspondiente, también es cierto que es mucho más terrible para un jugador medio alguacil que una docena de borrascas; y es hacer mucho menosprecio de la Divinidad el pensar otra cosa y el traerla a cada triquitraque como instrumento de los caprichos de un autor. A este punto viene la tropa, pues que se ha descubierto el cadáver que acababan de dejar tan tapado, y en pocos minutos se ha avisado a la autoridad, ha enviado tropa, y ésta llega a concluir la pendencia: entonces se ve al jugador salir ensangrentado y hecho un ecce homo, a pesar de Horacio, que opina que esta clase de escenas no se debe presentar a la vista, y sí sólo saberse por relación. Se llevan a todos y se baja el telón: aquí dio fin la comedia, y no piden perdón al público del mal rato que le han dado; si siquiera supiéramos en qué viene a parar la cosa...; porque ahora digo yo: ¿por qué no habíamos de ver ya, para lo que falta, el entierro del buen Jorge, y de su mujer y de su niña, una cosa que hubiera costado tan poco trabajo? Con otros seis actitos más se completaba una docena, y el público no se quedaba a media miel. Estos señores autores que siempre han de dejar las cosas donde quieren, sin dar cuenta de lo que sucedió después... ¿Qué le costaba haber puesto siquiera otros diez o doce años y hubiéramos sabido qué carrera hizo el señor capitán, y si se volvió a escapar el picarón de Warner, que todavía puede ser que viva y le volvamos a ver dentro de otros quince años en la segunda parte del Jugador, y si volvió a parir de allí a otros treinta años la señora jugadora; con quién casó la niña; y qué se hizo de la barraca y la posada del León de Oro, etc. ¡Cómo ha de ser! ¡Paciencia! El drama es malo, pero no se silbó. ¡Pues no faltaba otra cosa sino PÁGINA 12


que se metieran los españoles a silbar lo que los franceses han aplaudido la primavera pasada en París! Se guardarán muy bien de silbar sino cuando se les mande, o cuando venga silbando algún figurín, en cuyo caso buen cuidado tendrán de no comer, beber, dormir ni andar sino silbando y más que un mozo de mulas, y aunque fuera en Misa. Silbar a un francés, se mirarían en ello. Que hagan los españoles dramas sin reglas...: mais nous, nosotros, que no somos españoles y que no sabemos, por consiguiente, hacer comedias malas; mais nous, que hemos introducido en el Parnaso el melodrama anfibio y disparatado, lo que nunca hubieran hecho los españoles; mais nous, que tenemos más orgullo que literatura; mais nous, que en nuestro centro tenemos a todo un Ducange, que nos envanecemos de haber producido La huérfana de Bruselas, Los ladrones de Marsella, La cieguecita de Olbruc, Los dos sargentos franceses, etc.; mais nous, por último, que somos franceses que habitamos en París, que no somos españoles (¡gracias a Dios!), también sabemos caer en todos los defectos que criticamos y sabemos hacer comedias, ut nec pes nec caput uni redatur formae; y sabemos, lo que es más, hacer llorar en nuestra comedia melodramática, reír en nuestra tragedia monótona y sin acción, y bostezar en la cansada y tosca música de las óperas, con que, a pesar de Euterpe, nos empeñamos en ensordecer los tímpanos mejor enseñados.

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El Duende Satírico del Día, cuaderno segundo, marzo de 1828.

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ARTÍCULO CRÍTICO CUANDO UTILIZARON LAS TEORÍAS PLATÓNICAS PARA REFORZAR IDEOLOGÍAS QUE CAMBIARON EL CURSO DE LA HISTORIA Lejos de los valores románticos y las teorías del alma que escribiera Platón, su legado serviría a los grandes depredadores de seres humanos para justificar sus atrocidades e imponerse por la fuerza buscando conquistar el mundo. Desde Hitler a las instituciones religiosas se han servido de las teorías platónicas para reforzar ideologías que convenciesen a las distintas sociedades del mundo para imponerse sobre otros pueblos. A estas alturas muchos sabrán ya mucho de la ideología del partido nazi, liderado por Adolf Hitler, y su pretensión de hacer de Alemania un gran imperio, donde predominase la rara aria por encima del resto de las razas del planeta. En teoría, el fin sería cruzar a los de “raza pura” para mantenerla eternamente en el poder mundial, evitando que razas inferiores superasen a la raza predestinada por los dioses para crear el nuevo imperio, en este caso el alemán. En la práctica, todos sabemos, al menos, una parte de lo que pasó; se empezó a exterminar a la raza judía, y se continuó así con otras razas, aunque de éstas la historia no ha querido darles mayor mención. Se hicieron famosos los campamentos para las juventudes hitlerianas, sirviéndose éstos de base para la creación de nuevos seres de raza aria, hijos del Tercer Reich, que iban a servir en cuerpo y alma a la voluntad de Hitler, su idealizado padre. Así se incitó a los jóvenes, sin el permiso de sus padres, a tener relaciones sexuales que dieran a luz, en estos campamentos, a la nueva generación de soldados alemanes, que no tendrían más padres que su propia patria y a su líder, Hitler. Cuántos niños y niñas nacieron de esas relaciones incitadas por el estado alemán; no se sabe. Lo que sí se sabe es que estos niños, después de la Segunda Guerra Mundial, fueron

dados en adopción a distintas familias, salvándose muchos de ser utilizados como soldados camicaces en favor del aniquilador del mundo en ese momento de la historia, el Führer Hitler.

Parece aterradora y despreciable esta práctica de los campamentos para producir futuros soldados del estado; pero, ¿de dónde les surgió la idea a los nazis? Directamente, de la teoría platónica para producir buenos soldados a la república, idea que encontramos por escrito en su famosa obra La República. Tal y como hicieran los nazis, se describe en el libro de Platón, por lo que, lejos de ser descabellado pensar que los nazis tomaron de aquí la idea, podemos asegurar con firmeza que, efectivamente, así fue; por algo aparece escrito más de dos mil años antes de que los nazis lo pusieran en práctica, además de conocer la manía de esos alemanes por construir una nueva religión a partir de las ya existentes en nuestro planeta.

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«-Es preciso, según nuestros principios, que las relaciones de los individuos más sobresalientes de uno u otro sexo sean muy frecuentes, y las de los individuos inferiores muy raras; además, es preciso criar los hijos de los primeros y no los de los segundos, si se quiere que el rebaño no degenere. Por otra parte, todas estas medidas deben ser conocidas sólo de los magistrados, porque de otra manera sería exponer el rebaño a muchas discordias.» «-Habrá, pues, que instituir fiestas, donde reuniremos a los esposos futuros. Estas fiestas irán acompañadas de los convenientes himnos y sacrificios. Dejaremos a los magistrados el cuidado de arreglar el número de matrimonios, a fin de que haya siempre el mismo número de ciudadanos, reemplazando las bajas que produzcan la guerra, las enfermedades y los demás accidentes, y para que nuestro estado, en cuanto sea posible, no sea ni demasiado grande ni demasiado pequeño.» «-En seguida se sacarán a la suerte los esposos, haciéndolo con tal maña, que los súbditos inferiores achaquen a la fortuna y no a los magistrados lo que les ha correspondido.» «-En cuanto a los jóvenes, que se hayan distinguido en la guerra o en otras cosas, se les concederá, entre otras recompensas, el permiso de ver con más frecuencia a las mujeres. Éste será un pretexto legítimo, para que el estado sea en gran parte poblado por ellos.» «-Los hijos, a medida que nazcan, serán puestos en manos de hombres o de mujeres, o de hombres y mujeres reunidos, encargados de educarlos; porque las funciones públicas deben ser comunes a ambos sexos.» «-Llevarán al redil común los hijos de los mejores ciudadanos, y los confiarán a ayas, que habitarán en un cuartel separado del resto de la ciudad. En cuanto a los hijos de los súbditos inferiores, lo mismo que respecto de los que naz-

can con alguna deformidad, se los ocultará, pues así es conveniente, en algún sitio secreto que estará prohibido revelar.» «-Esas mismas personas tendrán cuidado del alimento de los niños, conducirán las madres al redil en la época de asomar la leche, y harán de modo que ninguna de ellas pueda reconocer a su hijo. Si las madres no bastan para lactarlos, harán que las auxilien otras; y respecto a las que tienen suficiente leche, procurarán que no la prodiguen demasiado. En cuanto a las veladas y demás ciudadanos menores, correrán a cargo de nodrizas mercenarias y de las ayas.» No debe ser extraño, después de leer estos párrafos de La República de Platón, comprobar el estrecho lazo del nazismo con las teorías platónicas, al menos las aquí mencionadas. Sólo tenemos constancia de la influencia alemana en este punto, en la creación de nuevos soldados para la defensa de la patria o el estado. De todas formas, le invito al lector a que lea esta obra platónica y se dé cuenta por sí mismo de las buenas intenciones de este filósofo griego, y las compare con las de Hitler, que nada tenían que ver con la creación de un país mejor, el cual era lo que perseguía Platón verdaderamente, donde reinase la justicia y la virtud, a diferencia de la Alemania del Tercer Reich. Tampoco está libre de influencia platónica la institución católica, que en tanta polémica ha entrado en este siglo XXI por los múltiples casos de pederastia, que lleva arrastrando siglos atrás, hasta que han decidido exponerlos a la luz pública. Pero no será este tema el que tratemos aquí, el cual, a día de hoy, no tiene discusión, al punto de haber reconocido estas atrocidades los últimos papas de la fe católica.

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Leer los últimos libros que componen La República hace que encontremos a un Platón místico, al estilo de los santos que conforman la Iglesia Católica, pero sólo aquéllos que fueran reprendidos por la institución, a los cuales tuvieron que reconocer siglos después como santos. Curiosa historia la del Catolicismo, que perseguía a los que, más tarde, reconocería más cercanos a Dios. Es importante hacer crítica de estos sucesos para comprender el papel de la institución de estas épocas, y cómo antes defendían el error que la justicia divina. He ahí también una sencilla visión de lo que estaba pasando realmente en el territorio americano conquistado por los invasores católicos. Regresando a Platón, el lector se dará cuenta de que el dios descrito por los místicos católicos, como Santa Teresa de Ávila, existe antes de la creación de la institución católica. Gran sentido tiene esto si además añadimos que la existencia de Dios es eterna, y que santos han podido existir en todas la épocas de la humanidad, incluso antes que las religiones. -[...] Pero he aquí mi querido Glaucón, lo que es preciso examinar en ella.

bra, cuáles son su esencia y su manera de ser. En cuanto al presente, hemos explicado, a mi parecer, bastante bien las pasiones y las inclinaciones a que está sujeta en este mundo. Como siempre, animamos a nuestros lectores a que se impregnen bien de los libros, invitando, en esta ocasión, a leer esta obra de Platón, para que compruebe personalmente estos datos que compartimos, más muchos otros que por falta de tiempo y espacio nos permitimos omitir en este artículo. Les recordamos que no pretendemos encender la mecha de la polémica, sino hacer llegar la verdad con que tantas ansias perseguimos y ha de perseguir por siempre todo medio de comunicación, siempre que no exprese la intención de ser ficticio a su espectador/lector. Que signifique el saber un agradecimiento por acercarnos a la verdad; que sólo se moleste el ignorante radical.

Francisco Javier González de Córdova

-¿Qué? -Su amor por la verdad. Es preciso que fijemos nuestra reflexión en las cosas a que el alma se dirige, en los objetos con que quiere comunicarse, en el enlace íntimo que naturalmente tiene con todo lo que es divino, inmortal, imperecedero, y en lo que debe convertirse, cuando entregándose por entero a este sublime fin, se eleve mediante un noble esfuerzo desde el fondo de este mar en que está sumida, y se desembarace de las conchas y guijarros, que se pegan a ella a causa de la necesidad que merece el aplauso de muchos, considerándola como una felicidad. Entonces es cuando verás claramente cuál es la naturaleza del alma, si es simple o compuesta, en una pala-

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CUENTACUENTOS En este apartado especial de la revista, queremos dedicarles un cuento con el que cierra Platón su República, el cual hemos considerado oportuno hacéroslo llegar en este número dedicamos con especial atención al filósofo ateniense. El cuento, que podríamos titular Er, el armenio, nos muestra una increíble descripción de un más allá no muy distinto al pensamiento de muchas religiones que tienen o han tenido importancia en la historia de la humanidad. Quizás pretenda ser el último esfuerzo de Platón por intentar transmitirle al lector la importancia de perseguir el Bien, como fin único del hombre. En ese caso, tendríamos no sólo a un filósofo, sino a un profeta de un dios que se parece mucho al que estaría por llegar tiempo después del esplendor heleno. Sin más, aquí les dejamos esta excepcional descripción, que pareciera sacada de cualquier libro sagrado; un cuento que da mucho que pensar. Disfrútenlo.

Er, el armenio Er, hijo de Armenio, panfilio de nación, que murió en una guerra y, habiendo sido levantados, diez días después, los cadáveres ya putrefactos, él fue recogido incorrupto y llevado a casa para ser enterrado y, yacente sobre la pira, volvió a la vida a los doce días y contó, así resucitado, lo que había visto allá. Dijo que, después de salir del cuerpo, su alma se había puesto en camino con otras muchas y habían llegado a un lugar maravilloso donde aparecían en la tierra dos aberturas que comunicaban entre sí y otras dos arriba en el cielo, frente a ellas. En mitad había unos jueces que, una vez pronunciados sus juicios, mandaban a los justos que fueran subiendo a través del cielo, por el camino de la derecha, tras haberles colgado por delante un rótulo con lo juzgado; y a los injustos les ordenaban ir hacia abajo por el camino de la izquierda, llevando también, éstos detrás, la señal de todo lo que habían hecho. Y, al adelantarse él, le dijeron que debía ser nuncio de las cosas de allá para los hombres y le invitaron a que oyera y contemplara cuanto había en aquel lugar; y así vio cómo, por una de las aberturas del cielo y otra de la tierra, se marchaban las almas después de juzgadas; y cómo, por una de las otras dos, salían de la tierra llenas de suciedad y de polvo, mientras por la restante bajaban más almas, limpias, desde el cielo. Y las que iban llegando parecían venir de un largo viaje y, saliendo contentas a la pradera, acampaban como en una gran feria, y todas las que se conocían se saludaban y las que venían de la tierra se informaban de las demás en cuanto a las

cosas de allá, y las que venían del cielo, de lo tocante a aquellas otras; y se hacían mutuamente sus relatos, las unas entre gemidos y llantos, recordando cuántas y cuán grandes cosas habían pasado y visto en su viaje subterráneo, que había durado mil años; y las que venían del cielo hablaban de su bienaven-turanza y de visiones de indescriptible hermosura. Referirlo todo, Glaucón, sería cosa de mucho tiempo; pero lo principal -decía- era lo siguiente: que cada cual pagaba la pena de todas sus injusticias y ofensas hechas a los demás, la una tras la otra, y diez veces por cada una, y cada vez durante cien años, en razón de ser ésta la duración de la vida humana; y el fin era que pagasen decuplicado el castigo de su delito. Y así, los que eran culpables de gran número de muertes o habían traicionado a ciudades o ejércitos o los habían reducido a la esclavitud o, en fin, eran responsables de alguna otra calamidad de este género, ésos recibían por cada cosa de éstas unos padecimientos diez veces mayores; y los que habían realizado obras buenas y habían sido justos y piadosos, obtenían su merecido en la misma proporción. Y también sobre los niños muertos en el momento de nacer o que habían vivido poco tiempo refería otras cosas menos dignas de mención; pero contaba que eran aún mayores las sancio-nes de la piedad e impiedad para con los dioses y los padres y del homicidio a mano armada. »Decía, pues, que se había hallado al lado de un sujeto al que preguntaba otro que dónde estaba PÁGINA 18


Ardieo el Grande. Este Ardieo había sido, mil años antes, tirano de una ciudad de Panfilia después de haber matado a su anciano padre y a su hermano mayor y de haber realizado, según decían, otros muchos crímenes impíos. Y contaba que el preguntado contestó: "No ha venido ni es de creer que venga aquí. XIV »"En efecto, entre otros espectáculos terribles hemos contemplado el siguiente: una vez que estuvimos cerca de la abertura y a punto de subir, tras haber pasado por todo lo demás, vimos de pronto a ese Ardieo y a otros, tiranos en su mayoría. Y había también algunos particulares de los más pecadores, a todos los cuales la abertura, cuando ya pensaban que iban a subir, no los recibía, sino que, por el contrario, daba un mugido cada vez que uno de estos sujetos, incurables en su perversidad o que no habían pagado suficientemente su pena, trataba de subir. Entonces -contaba- unos hombres salvajes y, según podía verse, henchidos de fuego, que estaban allá y oían el mugido, se llevaban a los unos cogiéndolos por medio, y a Ardieo y a a otros les ataban las manos, los pies y la cabeza y, arrojándolos por tierra y desollándolos, los sacaban a orilla del camino, los desgarraban sobre unos aspálatos y declaraban a los que iban pasando por qué motivos y cómo los llevaban para arrojarlos al Tártaro". Allí -decía-, aunque eran muchos los terrores que ya habían sentido, les superaba a todos el que tenían de oír aquella voz en la subida; y, si callaba, subían con el máximo contento. Tales eran las penas y castigos, y las recompensas en correspondencia con ellos. Y, después de pasar siete días en la pradera, cada uno tenía que levantar el campo en el octavo y ponerse en marcha; y otros cuatro días después llegaban a un paraje desde cuya altura podían dominar la luz extendida a través del cielo y de la tierra, luz recta como una columna y semejante, más que a ninguna otra, a la del arco iris, bien que más brillante y más pura. Llegaban a ella en un día de jornada y allí, en la mitad de la luz, vieron, tendidos desde el cielo, los extremos de las cadenas, porque esta luz encadenaba el cielo sujetando toda su esfera como las ligaduras de las trirremes. Y desde

los extremos vieron tendido el huso de la Necesidad, merced al cual giran todas las esferas. Su vara y su gancho eran de acero, y la tortera, de una mezcla de esta y de otras materias. Y la naturaleza de esa tortera era la siguiente: su forma, como las de aquí, pero, según lo que dijo, había que concebirla a la manera de una tortera vacía y enteramente hueca en la que se hubiese embutido otra semejante más pequeña, como las cajas cuando se ajustan unas dentro de otras; y así una tercera y una cuarta y otras cuatro más. Ocho eran, en efecto, las torteras en total, metidas unas en otras, y mostraban arriba sus bordes como círculos, formando la superficie continua de una sola tortera alrededor de la vara que atravesaba de parte a parte el centro de la octava. La tortera primera y exterior tenía más ancho que el de las otras su borde circular; seguíale en anchura el de la sexta; el tercero era el de la cuarta; el cuarto, el de la octava; el quinto, el de la séptima; el sexto, el de la quinta; el séptimo, el de la tercera, y el octavo, el de la segunda. El borde de la tortera mayor era también el más estrellado; el de la séptima, el más brillante; el de la octava recibía su color del brillo que le daba el de la séptima; los de la segunda y la quinta eran semejantes entre sí y más amarillentos que los otros; el tercero era el más blanco de color; el cuarto, rojizo y el sexto tenía el segundo lugar por su blancura. El huso todo daba vueltas con movimiento uniforme, y en ese todo que así giraba los siete círculos más interiores daban vueltas a su vez, lentamente y en sentido contrario al conjunto; de ellos el que llevaba más velocidad era el octavo; seguíanle el séptimo, el sexto y el quinto, los tres a una; el cuarto les parecía que era el tercero en la velocidad de ese movimiento retrógrado; el tercero, el cuarto; y el segundo, el quinto. El huso mismo giraba en la falda de la Necesidad, y encima de cada uno de los círculos iba una Sirena que daba también vueltas y lanzaba una voz siempre del mismo tono; y de todas las voces, que eran ocho, se formaba un acorde. Había otras tres mujeres sentadas en círculo, cada una en un trono y a distancias iguales; eran las Parcas, hijas de la Necesidad, vestidas de blanco y con ínfulas en la cabeza: Láquesis, Cloto y Átropo. Cantaban al son de las Sirenas: Láquesis, las cosas pasadas; CloPÁGINA 19


to, las presentes y Átropo, las futuras. Cloto, puesta la mano derecha en el huso, ayudaba de tiempo en tiempo el giro del círculo exterior; del mismo modo hacía girar Átropo los círculos interiores con su izquierda; y Láquesis, aplicando ya la derecha, ya la izquierda, hacía otro tanto alternativamente con el uno y los otros de estos círculos. XV »Y contaba que ellos, una vez llegados allá, tenían que acercarse a Láquesis; que un cierto adivino los colocaba previamente en fila y que, tomando después unos lotes y modelos de vida del halda de la misma Láquesis, subía a una alta tribuna y decía: »"Ésta es la palabra de la virgen Láquesis, hija de la Necesidad: ‘Almas efímeras, he aquí que comienza para vosotras una nueva carrera caduca en condición mortal. No será el Hado quien os elija, sino que vosotras elegiréis vuestro hado. Que el que salga por suerte el primero, escoja el primero su género de vida, al que ha de quedar inexorablemente unido. La virtud, empero, no admite dueño; cada uno participará más o menos de ella según la honra o el menosprecio en que la tenga. La responsabilidad es del que elige; no hay culpa alguna en la Divinidad’”. »Habiendo hablado así, arrojó los lotes a la multitud y cada cual alzó el que había caído a su lado, excepto el mismo Er, a quien no se le permitió hacerlo así; y, al cogerlo, quedaban enterados del puesto que les había caído en suerte. A continuación puso el adivino en tierra, delante de ellos, los modelos de vida en número mucho mayor que el de ellos mismos; y las había de todas clases: vidas de toda suerte de animales y el total de las vidas humanas. Contábanse entre ellas existencias de tiranos: las unas, llevadas hasta el fin; las otras, deshechas en mitad y terminadas en pobrezas, destierros y mendigueces. Y había vidas de hombres famosos, los unos por su apostura y belleza o por su robustez y vigor en la lucha, los otros por su nacimiento y las hazañas de sus progenitores; las había asimismo de hombres oscuros y otro tanto ocurría con las de las mujeres. No había, empero,

allí categorías de alma, por ser forzoso que éstas resultasen diferentes según la vida que eligieran; pero todo lo demás aparecía mezclado entre sí y con accidentes diversos de pobrezas y riquezas, de enfermedades y salud, y una parte se quedaba en la mitad de estos extremos. Allí, según parece, estaba, querido Glaucón, todo el peligro para el hombre; y por esto hay que atender sumamente a que cada uno de nosotros, aun descuidando las otras enseñanzas, busque y aprenda ésta y vea si es capaz de informarse y averiguar por algún lado quién le dará el poder y la ciencia de distinguir la vida provechosa y la miserable y de elegir siempre yen todas partes la mejor posible. Y para ello ha de calcular la relación que todas las cosas dichas, ya combinadas entre sí, ya cada cual por sí misma, tienen con la virtud en la vida; ha de saber el bien o el mal que ha de producir la hermosura unida a la pobreza y unida a la riqueza y a tal o cual disposición del alma, y asimismo el que traerán, combinándose entre sí, el bueno o mal nacimiento, la condición privada o los mandos, la robustez o la debilidad, la facilidad o torpeza en aprender y todas las cosas semejantes existentes por naturaleza en el alma o adquiridas por ésta. De modo que, cotejándolas en su mente todas ellas, se hallará capaz de hacer la elección si delimita la bondad o maldad de la vida de conformidad con la naturaleza del alma y si, llamando mejor a la que la lleva a ser más justa y peor a la que la lleva a ser más injusta, deja a un lado todo lo demás: hemos visto, en efecto, que tal es la mejor elección para el hombre así en vida como después de la muerte. Y al ir al Hades hay que llevar esta opinión firme como el acero para no dejarse allí impresionar por las riquezas y males semejantes y para no caer en tiranías y demás prácticas de este estilo, con lo que se realizan muchos e insanables daños y se sufren mayores; antes bien, hay que saber elegir siempre una vida media entre los extremos y evitar en lo posible los excesos en uno y otro sentido, tanto en esta vida como en la ulterior, porque así es como llega el hombre a mayor felicidad. XVI. »Y entonces el mensajero de las cosas de allá contaba que el adivino habló así: "Hasta para el últiPÁGINA 20


mo que venga, si elige con discreción y vive con cuidado, hay una vida amable y buena. Que no se descuide quien elija pri-mero ni se desanime quien elija el último". »Y contaba que, una vez dicho esto, el que había sido primero por la suerte se acercó derechamente y escogió la mayor tiranía; y por su necedad y avidez no hizo previamente el conveniente examen, sino que se le pasó por alto que en ello iba el fatal destino de devorar a sus hijos y otras calamidades; mas después que lo miró despacio, se daba de golpes y lamentaba su preferencia, saliéndose de las prescripciones del adivino, porque no se reconocía culpable de aquellas desgracias, sino que acusaba a la fortuna, a los hados y a todo antes que a sí mismo. Y éste era de los que habían venido del cielo y en su vida anterior había vivido en una república bien ordenada y había tenido su parte de virtud por hábito, pero sin filosofía. Y en general, entre los así chasqueados no eran los menos los que habían venido del cielo, por no estar éstos ejercitados en los trabajos, mientras que la mayor parte de los procedentes de la tierra, por haber padecido ellos mismos y haber visto padecer a los demás, no hacían sus elecciones tan de prisa. De esto, y de la suerte que les había caído, les venía a las más de las almas ese cambio de bienes y males. Porque cualquiera que, cada vez que viniera a esta vida, filosofara sanamente y no tuviera en el sorteo uno de los últimos puestos, podría, según lo que de allá se contaba, no sólo ser feliz aquí, sino tener de acá para allá y al regreso de allá para acá un camino fácil y celeste, no ya escarpado y subterráneo. »Tal -decía- era aquel interesante espectáculo en que las almas, una por una, escogían sus vidas; el cual, al mismo tiempo, resultaba lastimoso, ridículo y extraño, porque la mayor parte de las veces se hacía la elección según aquello a lo que se estaba habituado en la vida anterior. Y dijo que había visto allí cómo el alma que en un tiempo había sido de Orfeo elegía vida de cisne, en odio del linaje femenil, ya que no quería nacer engendrada en mujer a causa de la muerte que sufrió a manos de éstas; había visto también al alma de Támiras,

que escogía vida de ruiseñor, y a un cisne que, en la elección, cambiaba su vida por la humana, cosa que ha-cían también otros animales cantores. El alma a quien había tocado el lote veinteno había elegido vida de león, y era la de Ayante Telamonio, que rehusaba volver a ser hombre, acordándose de juicio de las armas. La siguiente era la de Agamenón, la cual, odiando también, a causa de sus padecimientos, al linaje humano, había tomado en el cambio una vida de águila. El alma de Atalanta, que sacó suerte entre las de en medio, no pudo pasar adelante viendo los grandes honores de un cierto atleta, sino que los tomó para sí. Después de ésta vio el alma de Epeo, hijo de Panopeo, que trocó su con-dición por la de una mujer laboriosa; y, ya entre las últimas, a la del ridículo Tersites, que revistió forma de mono. Y ocurrió que, última de todas por la suerte, iba a hacer su elección el alma de Ulises y, dando de lado a su ambición con el recuerdo de sus anteriores fatigas, buscaba, dando vueltas durante largo rato, la vida de un hombre común y desocupado y por fin la halló echada en cierto lugar y olvidada por los otros y, una vez que la vio, dijo que lo mismo habría hecho de haber salido la primera y la escogió con gozo. De igual manera se hacían las transformaciones de los animales en hombres o en otros animales: los animales injustos se cambiaban en fieras; los justos, en animales mansos, y se daban también mezclas de toda clase. »Y después de haber elegido su vida todas las almas, se acercaban a Láquesis por el orden mismo que les había tocado; y ella daba a cada uno, como guardián de su vida y cumplidor de su elección, el hado que había escogido. Éste llevaba entonces al alma hacia Cloto y la ponía bajo su mano y bajo el giro del huso movido por ella, sancionando así el destino que había elegido al venirle su turno. Después de haber tocado en el huso se le llevaba al hilado de Átropo, el cual hacía irreversible lo dispuesto; de allí, sin que pudiera volverse, iba al pie del trono de la Necesidad y, pasando al otro lado y acabando de pasar asimismo los demás, se encaminaban todos al campo del Olvido a través de un terrible calor de asfixia, porque dicho campo estaba desnudo de árboles y de todo cuanto produce la tierra. Al venir PÁGINA 21


la tarde acampaban junto al río de la Despreocupación, cuya agua no puede contenerse en vasija alguna; y a todos les era forzoso beber una cierta cantidad de aquella agua, de la cual bebían más de la medida los que no eran contenidos por la discreción, y al beber cada cual se olvidaba de todas las cosas. Y, una vez que se habían acostado y eran las horas de la medianoche, se produjo un trueno y temblor de tierra y al punto cada uno era elevado por un sitio distinto para su nacimiento, deslizándose todos a manera de estrellas. A él, sin embargo, le habían impedido que bebiera del agua; pero por qué vía y de qué modo había llegado a su cuerpo no lo sabía, sino que de pronto, levantando la vista, se había visto al amanecer yacente en la pira.

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»Y así, Glaucón, se salvó este relato y no se perdió, y aún nos puede salvar a nosotros si le damos crédito, con lo cual pasaremos felizmente el río del Olvido y no contaminaremos nuestra alma. Antes bien, si os atenéis a lo que os digo y creéis que el alma es inmortal y capaz de sostener todos los males y todos los bienes, iremos siempre por el camino de lo alto y practicaremos de todas formas la justicia, juntamente con la inteligencia, para que así seamos amigos de nosotros mismos y de los dioses tanto durante nuestra permanencia aquí como cuando hayamos recibido, a la manera de los vencedores que los van recogiendo en los juegos, los galardones de aquellas virtudes; y acá, y también en el viaje de mil años que hemos descrito, seamos felices. FIN

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NOTICIAS PIFIAS

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CITAS CÉLEBRES

“El genio comienza las grandes obras, pero sólo el trabajo las acaba”. JOSEPH JOUBERT “El trabajo ayuda siempre, puesto que trabajar no es realizar lo que uno imaginaba, sino descubrir lo que uno tiene dentro”. BORIS LEONÍDOVICH PASTERNAK “Amar a la vida a través del trabajo, es intimar con el más recóndito secreto de la vida”. KHALIL GIBRAN “Cuando el hombre ya no encuentra placer en su trabajo y trabaja sólo por alcanzar sus placeres lo antes posible, entonces sólo será casualidad que no se convierta en delincuente”. THEIDIR NINNSEB “Si no puedes trabajar con amor sino sólo con desgana, mejor será que abandones el trabajo y te sientes a la puerta del templo a recibir limosna de los que trabajan con alegría”. KHALIL GIBRAN “El trabajo es un título natural para la propiedad del fruto del mismo, y la legislación que no respete ese principio es intrínsecamente injusta”. JAIME LUCIANO BALMES “Nadie puede llegar a la cima armado sólo de talento. Dios da el talento; el trabajo transforma el talento en genio”. ANNA PAVLOVA “Si no necesitas trabajar para comer, necesitarás trabajar para tener salud. Ama el trabajo y no dejes que nazca la mala hierba de la ociosidad”. WILLIAM PENN “Soy gran creyente en la suerte, y he descubierto que mientras más duro trabajo, más suerte tengo”. STEPHEN LEACOCK “Pensar es el trabajo más difícil que existe. Quizá esa sea la razón por la que haya tan pocas personas que lo practiquen”. HENRY FORD PÁGINA 24


LECTURA RECOMENDADA La República, de Platón Obra importante de la literatura universal, que debiera ser lectura obligatoria en las escuelas, a pesar de que cada vez se dificulta más la enseñanza filosófica en las mismas, por temor a que el alumno piense y llegue a la razón individualizada. Habrá una mayor comprensión de este libro, seguramente con la ayuda de un profesor experto en la materia de filosofía. Muchos de los apartados que nos encontramos en el mismo muestran facilidad para su entendimiento; otros, quizás, puedan resultar confusos para el alumno aún inexperto en el sentido de la vida. Leer La República es leer la historia de la humanidad, cómo ésta está en continuo vaivén, mostrándose actual a pesar de que las páginas hayan sido escritas más de dos milenios atrás. Platón pareciera un profeta, pero no deja de contar y explicarse lo ya vivido y sufrido por la sociedad de su tiempo. La historia ya nos ha demostrado que el ser humano no quiere avanzar por un mundo mejor, a pesar de los indicios, divinos o naturales, que nos señalan el cambio como la mejor opción si no queremos terminar por autodestruirnos, tanto social como moralmente. Puede que la república idílica de Platón no fuera tan perfecta como el filósofo ateniense pensó. Prueba de esto lo tenemos en el intento nazi por copiar de este libro ciertas tácticas con fines militares. Quizás no se le puede atribuir a Platón la equivocación, puesto que sus objetivos eran siempre buenos, a diferencia de los de Hitler y el Tercer Reich; pero el lector puede percatarse de que en algunos puntos, el filósofo, podría haber mejorado (o tal vez sólo seamos el producto de una nueva moral que nos esté afectando erróneamente). Sí podemos apreciar el origen “platónico” del adjetivo, en un Estado irrealizable, ya sea por errores de cálculo o incomprensiones del ser humano, que nunca podrá llegar al pensamiento de bondad que tanto nos remite Platón en su obra. Es indudable la influencia de las religiones a partir de la publicación de esta sensacional obra. Para el que no cree en las coincidencias, puede ver claro qué se escribió primero, para la obviedad fue La República; y será normal el escepticismo alimentado tras esta visión. Pero para el beneplácito del creyente o el religioso (pues hay que saber diferenciar bien entre estos dos términos), se encontrará con un Platón místico que hable de un dios tan conocido en casi todas las religiones mayoritarias de nuestro mundo actual. En sus descripciones no podemos dejar de rememorar los escritos de Santa Teresa de Jesús, los cuales, podemos asegurar, están libres de la influencia platónica, puesto que no coinciden en las visiones de sus autores, a pesar de que ambos convergen en el mismo sentir divino que difícilmente pueden explicar. Son los diálogos que emplea Platón un recurso magnífico para adentrar al lector en sus ideas filosóficas, pero el autor peca de monologuismo que se evidencia en el continuo acuerdo de los interlocutores que, muchas veces, se funden en las mismas ideas y se complementan casi con idénticas expresiones. Sin duda, debemos pasar por alto la forma narrativa de nuestro autor para valorar un contenido tan rico

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como bien argumentado que adentrará al lector en una idea que a través de los tiempos se nos ha presentado en forma circular, a modo de eterno retorno, espiral de la que el ser humano está inmerso y es incapaz de salir, manteniendo a la utopía como utópica, y a la realidad como cruda realidad.

Francisco Javier González de Córdova

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EL TEATRO DEL FIN DEL MUNDO Se cierra el telón ante la mirada absorta del respetable que, confuso como pocas veces se siente, abandona la sala en silencio, removiendo sus pensamientos, buscando un porqué en los hechos de la obra al mismo tiempo que examina lo acontecido en su vida e intenta comprenderla. El filósofo-autor de lo representado quizás ya esté en su lecho de piedra, sin esperar nada de este mundo, sin saber la reacción de los que se nutrieron con su obra. Queda asustado el ser humano cuando se siente obligado a mirar a su interior; tan acostumbrado está a mirar y criticar a lo de afuera, que la autocontemplación lo abruma y le inquieta, por si alguna piedra de su propia cosecha pudiese romper las tejas que le protegen del vecino, del mundo de afuera al que tanto sale, pero en el que nunca entra. Inquietante es para un servidor pensar que el mundo pocas veces piensa, que se dilata y se pierde en banalidades, cuando no se entretiene en compararse con las desgracias ajenas. Adentrarse en sí mismo requiere mucha fuerza, obviamente interior, puesto que pocos, y muy pocas veces en sus vidas, hacen balance de lo vivido por lo aprendido, resolviendo cambiar aquellas partes de su vida que no fueran virtuosas por otras nuevas que han de ser, para valer todo el espacio vital ya recorrido, más lo que queda por recorrer. Admirable es cuando un autor o maestro conmueve a las almas con su creación, consiguiendo incluso acercar más a la Bondad a aquéllos que, por alguna razón, se sintieron alejados de la Bienaventuranza. Pero es indudable pensar que tales creadores están recibiendo el don de un Creador mucho más grande que ellos; al fin y al cabo “todo está lleno de dioses” porque la Bondad así desea compartirse, para otorgarnos en este mundo un sentido honorable por el que seguir. Quizás muchos no hayan caído en esto, pero ¿no ha pasado alguna vez que tras un momento difícil o una etapa complicada de nuestra vida, en un instante alguien se nos ha cruzado por nuestro camino enlodado, conocido o no, y nos ha dicho las palabras exactas, muchas veces sin él o ella saberlo, que nos ha iluminado lo suficiente como para hacernos dar nuevos pasos o, al menos, hacernos recapacitar ante los errores o circunstancias dolorosas que nos acompañaban? Lamento que aquéllos no se hayan dado cuenta de esto cuando se les ha presentado; pero queda la esperanza de que, a pesar del despiste ante la “enunciación”, hayan conseguido enderezarse tras las situaciones complicadas que se les haya podido presentar. Al final es el mismo ser humano quien elige hacer caso o no de las oportunidades que se le presentan para rehacer o mejorar sus pasos en este camino duro que es la vida. Como siempre pasa, quien más esperanzas pone en sus metas (siempre que éstas sean honorables y virtuosas) está más cercano a alcanzarlas que aquél que dice iniciar una lucha en la que, en el fondo, no cree. Y es que nada es sencillo, y menos cuando la meta se presenta demasiado alta; por eso sucede que la mayoría de las personas, exhaustas, abandonan aquello que ven demasiado lejos de alcanzar. Otros deciden, como mejor opción, comprometerse a metas menos difíciles para que, pasito a pasito, poder alcanzar una mayor. Después están los que, a pesar de la grandeza de sus objetivos, y a pesar del cansancio de una lucha agotadora, no se detienen hasta conseguir lo que se habían propuesto. También tenemos que tener en cuenta la vida y el Sino; es normal que el vecino se lamente de sí mismo cuando ve a su vecino fallecer antes de alcanzar las metas que se propuso. Muchas veces nuestras metas no son elegidas correctamente, y es normal que el destino sepa responder de una forma que nos cuesta comprender y que se nos hace demasiado crudo por no ser capaces de imaginarnos más allá de esta materia imperfecta. Tiene sentido los que murieron como héroes e incentivaron a otros a luchar por sí mismos, o los que perecieron sin fama pero ayudaron a los que estaban a su alrededor a formarse una visión más acertada del mundo que les rodeaba. PÁGINA 27


El sentido de la vida es confuso, pero está claro que si estamos aquí es porque cada uno tenemos un papel en esta vida; unos lo pierden al alejarse de la Bondad, la cual es esencial para ganarnos el lugar que debemos tener. Los que piensan en la maldad para conseguir fines materiales, como si de esto dependiese su vida, se sumergen en el oscuro fango de la desesperanza, y no tardarán en describirse a sí mismos infieles y ansiosos sin comprender el motivo de sus sentimientos, los cuales extrañarán la felicidad que en lo material nunca se puede alcanzar, a pesar de que se crea lo contrario. Valientes son aquéllos que, ante el vértigo que produce mirar adentro de su alma o sus sentimientos (cada cual puede acomodar los términos según le complazca), se atreven a conocerse a sí mismos con el fin de mejorar cada día e ir en busca de la virtud que hace llamarse firmemente “Ser Humano” al ser humano. Difícil es el camino interior, bien descrito en la filosofía y en los místicos, como Santa Teresa de Ávila; por eso no debemos desdeñar los conocimientos que siglos atrás han sido recogidos por la literatura, que tanto pueden aliviar la ferviente lucha que significa entender quiénes somos y por qué existimos; pero como todo en esta vida, para muchos es necesario aprender desde la práctica, en carne propia, mientras que para otros, con una intuición bien desarrollada, necesitan menos para adquirir el aprendizaje. Así muchos abandonan el teatro tras la actuación que acaban de presenciar. Unos habrán aprendido más que otros (porque siempre, y en cada momento de la vida, hay cosas que aprender), y no necesitarán mayores lecciones para llevarles a la reflexión; otros, en cambio (seguramente la cara opuesta de la moneda), puede que se hayan aburrido o sigan de la misma forma con que llevaban su vida, todo porque les cuesta aprender; quizás no vuelvan a pisar un teatro (a menos que haya una actuación cómica), tal vez porque no consigan olvidarse en ese momento de lo que más desprecian en el mundo: a sí mismos. La facilidad de aprender es un don que, según la psicología moderna, viene predestinada en los genes. A pesar de eso, la voluntad juega un papel muy importante, pues sin ella, a pesar de estar predispuestos genéticamente, uno puede perder los dones innatos de la misma forma con la que podría adquirirlos, con la voluntad (o la falta de ésta, en su caso). Ser voluble es un mal inicio de voluntad, así que céntrense en las buenas acciones y en ser seres honorables, y estarán dando un paso muy importante para alcanzar el don, que en muchas ocasiones también es virtud. Cómo entender a la gente que sin comprender no aprende sino hasta que están perdidos dan cuenta de lo aprendido, muchas veces casi nada, otras tantas a destiempo, por no haber querido escuchar a voz experimentada o a sus propios sentimientos que gritaban desde el alma como un profundo misterio, sonidos vistos extraños para el que se lleva a engaño el sentido de la vida, desdeñando lo que siente, PÁGINA 28


sentimientos que no cuida por aceptar que se miente, sinrazón de su existencia, consiguiendo la sentencia de un existir malogrado que no encuentra diferencia a un corazón oxidado.

Francisco Javier González de Córdova

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