Perspectivas, Volume 2 Number 1

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Anécdotas

L

a costa sudeste de España es un lugar conocido por muchas cosas: el aire fresco del Mediterráneo, comida rica como el pescado y marisco, tomar vacaciones en la playa y, sobre todo, las fiestas. Cada año, antes de la Cuaresma, varias ciudades celebran el Carnaval. Para la mayoría de esas ciudades, no es la más magnánima fiesta del año, pero en España siempre se encuentra excusas para celebrar. ¡Y cómo lo festejan los españoles! Hay máscaras, disfraces y música por todas las calles. Las celebraciones sirven como un tiempo feliz para olvidarse del trabajo y las responsabilidades. Sin embargo, siempre hay que tener en cuento que no toda la gente sale con la intención de festejar. Especialmente para los turistas, hay que tener cuidado cuando no estás acostumbrado a un lugar y cuando no conoces los peligros de una situación. El año pasado, hice un intercambio en Alicante, una ciudad situada al sur de Valencia en la famosa Costa Blanca. Llegué el 24 de enero con Amanda, otra estudiante de mi universidad. Era nuestra primera vez en España, y para mí también era mi primer viaje a Europa. Estábamos muy emocionadas por tener la oportunidad de vivir cinco meses en una ciudad tan agraciada como Alicante y desde ese primer día queríamos hacer todo lo que podíamos mientras que estábamos allí. Pasamos la primera semana en la universidad, arreglando nuestras clases antes de que empezaran, pero también pasamos mucho tiempo por el centro de la ciudad porque queríamos explorar este nuevo lugar. Nuestras exploraciones pronto nos dirigieron a la comprensión que el primer fin de semana de febrero había una fiesta que se llamaba el Carnaval, pero en cuanto detalles, sólo supimos que la gente se celebraba por las calles. El jueves por la tarde, los amigos con quienes nos habíamos encontrado, nos explicaban que cada año toda la gente se disfraza y sale a festejar hasta el amanecer. Iba a ver desfiles, espectáculos musicales y un

montón de gente bailando toda la noche. Todo iba a empezar la siguiente noche – el viernes. O sea, teníamos nada más un solo día para buscar disfraces antes de que empezaran las celebraciones. Por la mañana, fuimos de compras y regresamos con máscaras y ropa que combinaba perfectamente. Nos vestimos y pusimos nuestros celulares y la cámara de Amanda en su cartera antes de salir a festejar. Cerré la puerta del piso y emergemos a un mundo transformado. En la Rambla, una calle en el centro viejo de la ciudad, había gente de todas edades disfrazada de todo lo que se podía imaginar: animales, figuras históricas, criaturas míticas y mucho más. Casi cada persona lle-


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