Pregón 2013

Page 1

PREGÓN SANTA CRUZ DE EL BUITRÓN 2013

PREGONERA: ROSA MARIA LOPEZ GARCIA


No estaba en mí, no pensé nunca que me subiría aquí para daros un pregón. Cuando Mercedes me lo pidió, me puse muy nerviosa y le respondí que no era capaz. Pero ella me habló con unas palabras que me hicieron decirle: "Déjame un mes para pensármelo". Y aquí estoy. Voy a comenzar éste, mi pregón, con mis vivencias y mis recuerdos. Espero que sea de vuestro agrado o sino, por lo menos, entretenido, y me disculpéis si no es lo que esperabais de mí. Yo nací aquí, en esta, mi pequeña aldea, en la calle Abajo, un 29 de octubre a las 9 y media de la mañana. Según me consta, fue una noche muy larga para toda mi familia, pero nací y creo, no estoy segura, que mientras yo lloraba fue la primera vez que escuché: "Gracias Cruz bendita". Ahora, en este momento, sería incapaz de deciros las veces que estas palabras han salido de mi boca. La primera vez que vi estas cuatro calles de mi aldea, fue en un cesto de empleita que mi Pepa hizo con mucho cariño. Cuando por fin pude correr por ellas, descubrí que mi Buitrón era inmenso: •

Su lejío, con las zahúrdas, donde tanto echamos de comer a los cochinos.

El Risco de la Piña Alta, al que nos gustaba subirnos. En una pequeña parte de él que hoy se encuentra colocado el cartel que da la bienvenida a nuestra aldea.

Sus lagunas, heladas en invierno, donde tantas horas pasábamos cogiendo escarcha.

La Vía, esa que tanto hemos recorrido para llegar a nuestra Mina del Castillo. ¡Cómo nos gustaba coger algún que otro mineral y bañarnos en su agua agria!

La Cruz del Calvario, la Encina de Rafael, los Ricos y la Alcantarilla, donde tanto calor y a la vez frío hemos pasado, pero, ¡qué a gusto nos encontrábamos allí!


Nuestro Pozo de Beber, en el que hacíamos largas colas, ¡y bien temprano!, para conseguir nuestra preciada agua.

Y su Pilar, donde las bestias se acercaban a beber.

Los primeros años de mi vida, entre estos lugares y otros que no os he nombrado, ya que no acabaría nunca y no quiero hacerme muy pesada, los recuerdo con gran cariño porque nunca me sentía sola. Aparte de mi familia, siempre había una puerta abierta, una palabra amable... toda la aldea formaba una gran familia. Los veranos comenzaban acompañando a nuestras madres a lavar las mantas al Portugués. Para nosotras era toda una fiesta. Nos montábamos hasta tres en un burro. Éstos, con los serones cargados de mantas, jabón, comida... y de nuestro querido radiocasete, el que sin duda más de una vez les hacían dar saltos y coces. Pasábamos el día bañándonos, mientras ellas lavaban y ponían las mantas a secar. Pero no por eso nos perdían de vista: "¡Niñas, no os metáis por los ricos del centro que cubren! ¡Cuidado con la poza que está debajo del árbol!" Y, sin parar de reñirnos, repetían: "¡Qué desobedientes, cuantos sofocones nos dais, la Cruz os va a castigar!" Por la mañana, al levantarnos, comenzaba la tarea de ir a por agua al Pozo de Beber para llenar nuestras garrafas. Al regresar las poníamos al sol para que estuvieran calientes a la hora de ducharnos. ¡Si se le podía llamar ducha a una lata llena de agujeros colgada en un palo! El resto del día transcurría entre juegos por nuestras calles. Y, por fin, llegaba la noche. Sí, esas largas noches sentadas al fresco. ¡Dios mío!, qué momentos más inolvidables cuando nuestros mayores nos contaban viejas historias y cuentos. Por cierto, quien mejor los contaba era Tía Josefa. Nos llamaba: "¡Niñas, venid, que os voy a contar un cuento! Corríamos a su puerta y nos sentábamos en el suelo alrededor de ella. ¡Qué maravilla! Nos hacía reír, llorar, y si contaba alguno de miedo, yo esa noche no dormía. No sabría deciros que me daba más miedo, los cuentos de la Tía Josefa o la Marimanta de Rafael, que aparecía siempre por la esquina del cementerio. Pero había algo que en aquel entonces me gustaba menos, cuando mi


chacha Margarita llamaba por la pared del corral: "¡Eugenia, manda a las niñas para casa que les voy a enseñar a leer y escribir! Y bien que lo hizo. Ahora te digo: "¡Gracias, Margarita!" Y así llegaban los inviernos, ¡qué largos!, pero qué alegría cuando volvíamos del colegio, después del largo recorrido en autobús que tanto nos fatigaba. En la escuela del Buitrón sólo estuve un año y lo único que recuerdo son las excursiones al campo, su gran pizarra que cogía toda la pared y los llantos de mi primo Eulogio. Una vez nos dejaba el autobús en el llano la escuela, corríamos calle arriba para soltar nuestros libros y comer esa riquísima merienda con pan, aceite y azúcar o pan con miel. Todavía con el pan en las manos acompañábamos a mi tía a dar de comer y beber a los animales y así quedarnos un ratito jugando antes que se hiciera de noche. Aquellas tardes en que la lluvia no nos dejaba salir nos sentábamos en la chimenea con mi bisabuelo Bernabé. Le encantaba recitarnos romances, y a nosotros nos dejaba boquiabiertos. Pero se emocionaba tanto que no paraba de sacar su pañuelo para secarse las lágrimas y limpiarse la moquilla de la nariz. Y por fin llegaba el fin de semana, que comenzaba con la voz de mi madre: "¡Niñas, levantaos, que papá está terminando las migas y frías están muy malas!" En unas horas estábamos todos reunidos, acoplándonos de dos en dos en las bicis, para comenzar el recorrido por todos nuestros campos, ya que no había pared ni alambrada que se resistiera; para terminar en el Casino, tomándonos nuestra "Casera Pitusa" con aceitunas. En estos primeros años de vida, la Santa Cruz era para mí montarme con mi hermana y mi padre en el burro para ir por el romero; y el domingo, estrenar el vestido nuevo que me hacía mi madre. Y a la vez no entendía por qué aquella tarde la gente se entristecía, llenándose sus ojos de lágrimas. Fui creciendo y mi fe y mi corazón conmigo. Comencé, sin darme cuenta, a sentir, ver y vivir la Cruz día a día: - ¡Venga niña, vamos Rosita Mari, ven a ayudarnos a pegar alfajor" - Pero, si no sé -les respondía.


- Verás cómo aprendes pronto, lo principal es no chuparse los dedos al quemarte; ¡anda!, ve llenando estos vasitos de agua que la masa está a punto. Y vaya si aprendí. Paulatinamente, sin apenas darme cuenta, estiraba hojuelas, pestiños, hacia torcías... Y me costó un poco más, pero también llegué a hacer mis rosas, esas que tanta fama dan a la aldea y que por nada pueden faltar en nuestra fiesta. No siempre los fritos se han hecho en Casa del Cura ni durante todo el año. Se comenzaba, aproximadamente, dos meses antes de la Cruz, realizando todo el trabajo en casa de los Mayordomos, en la parte trasera, a la que nosotros llamamos casilleta. Había que levantarse al alba para encender la chimenea. Mientras esta prendía se hacía el batido de rosas, tapándolo con un paño se dejaba reposar y, seguidamente, colocábamos el perol con aceite en las estreores para que se fuera calentando. "¡Qué trabajosas! ¡Quita un palito! ¡Que el aceite está muy caliente! ¡Pon uno que se enfría!" Y así transcurrían las horas. Pero, cuando menos lo esperabas, sonaban unos golpes en la puerta: "¿Se puede? Anda, tomad este hacecito de leña para la Cruz" A lo que respondían: "Gracias, que la Cruz te lo pague." Pero llegada la tarde, una vez finalizadas las tareas diarias, todas las mujeres se acercaban para ayudar a preparar el resto de nuestros dulces: alfajores, pestiños, hojuelas, etc. Cuánto trabajo, pero qué ratos más buenos. Siempre había una historia que contar, sobretodo, de otras cruces que la mayoría no habíamos vivido. Aquí no tengo más remedio que hablaros de Pepa y Sabá, dos hermanas inolvidables por su forma tan particular de ser, de contar historias, bien que nos hacían reír. Según ellas, lo que más les gustaba de sus cruces era cuando los mozos corrían por las calles montados en sus jacas y luciendo sus colchas nuevas y ¡cómo chispeaban las piedras al roce de la herradura! Pero entre risas y recuerdos, Pepa no paraba de rellenar su molde de hierro y sacar de él las hostias que se recortaban para nuestros alfajores. Para terminar diciendo: "¡Qué suerte tenéis, ahora podéis valsar con los muchachos! Me encanta veros en la Escuela el día de la Cruz. En nuestros bailes en la Perla con la banda de Paco, el Chato, los mozos sólo nos miraban mientras nosotras valsábamos."


En esta etapa de mi vida añoraba la llegada del fin de semana para aparcar dos días los libros y llegar a este, mi Buitrón. Dos días de no parar, largas noches en la Perla, bailábamos, nos manteábamos y terminábamos a altas horas de la madrugada... que más de un disgusto me dio, pues al llegar a casa me encontraba a mi padre sentado para echarme la regañina. El ir y venir del Casino a los riscos, donde tan buenos momentos hemos pasado. Esas noches de verano contemplando las estrellas mientras escuchábamos "La hora bruja de la noche". No entenderé nunca porqué nos gustaba pasar miedo. Incluso cuando llegaba el invierno, también nos sentábamos en ellos y encendíamos una candela para no pasar frio. Nuestras navidades, con su semana de reuniones. Ese ir y venir de una "queda" a otra, con la pandereta y la botella de anís. Nuestros carnavales, en los que pasábamos toda la tarde disfrazados, cantando y actuando de casa en casa. En todas nos daban algo de comer: salchichón, huevo, patatas... ¡lo que había! Con lo que nos daban preparábamos al día siguiente la "olla de las comadres". Y finalizábamos estos carnavales rompiendo los cántaros y pichiles viejos. Y de pronto, que llega mayo, que ya está aquí la Cruz, hay que comprar el papel para hacer las cadenetas y las banderitas... Y mientras nuestras madres jalbegaban sus puertas, para que lucieran blancas y limpias, nosotras no parábamos hasta dejar todas las calles adornadas. Llegaba la Cruz, con su olor a romero y a dulces... ¡cuánto ir y venir por las calles! "¡Vamos a cantarle a la Cruz!" "¡Vamos para la Escuela que comienza el baile!" Por cierto, qué poco me gustaba la pareja de la Guardia Civil en la puerta. Pero, llegado el domingo, toda la aldea lucía blanca y llena de fe. La vida, sin darnos cuenta, iba abriendo camino. Y así, en el transcurso del año en el que Manuel y Eugenia fueron mayordomos, se les ocurrió arreglar el Corral del Cura para celebrar nuestras cruces. Fueron meses de mucho trabajo, en el que toda la aldea ayudó a caer paredes, echar cemento, poner ladrillos, etc. Y con un alquiler de toldos para la lluvia se celebraron nuestras primeras fiestas en él. La Cruz se montaba en una de sus habitaciones, Cruz que mi madre preparó durante muchos años, flor a flor, día a día, pero siempre con alegría y cantando.


El año en que fueron mayordomos Rafael y Patricia, de forma accidental por cierre del Bar de Abajo, y tras pasar unos días de frío en el porche, deciden abrir la Casa del Cura por las noches para tomar unas copillas, con altramuces y pavías que Angelina freía en casa de Tía Gregoria. Y así, poco a poco, otros mayordomos ponían café con dulces por las tardes... Hasta el año en que fueron Pepe y Mª Eugenia, que decidieron abrir la Casa del Cura todos los fines de semana. Y de esa forma se convirtió en el punto de reunión de toda la aldea, fiestas, bodas, comuniones, cumpleaños... Todos los mayordomos siguientes, con su incasable trabajo, fueron arreglándola hasta llegar a lo que es hoy. Pero como todo en la vida tiene su momento, ésta se quedó pequeña y, tras largas reuniones, en las que barajamos la posibilidad de agrandar la Casa del Cura. Pero no pudo ser. Llegamos, entonces, a la conclusión de que necesitábamos nuestra propia Casa de Hermandad. Mientras pensábamos dónde se podría construir, Rocío se entera y nos dona un trocito de cercado para ella. Y así, con la ayuda de todos, se comenzó por los cimientos y, poco a poco, conseguimos nuestra Casa, en la que hoy nos encontramos y de la que todos podemos sentirnos muy orgullosos. Desde que, aproximadamente un mes antes, Mª José comienza a montar la Cruz en su ermita, hasta este jueves, en que las mujeres enmielan nuestros fritos, para ser degustados por todos nuestros visitantes, amigos y vecinos; toda la aldea es un constante ir y venir, con el fin de que todo esté listo para la fiesta. Quisiera deciros que sin la ayuda desinteresada de todas las personas que han dedicado su tiempo a la elaboración de nuestros dulces, durante todo un largo año, no estarían tan ricos. ¡Gracias a todas! Y hoy viernes, con mi pregón, van a comenzar nuestras Fiestas 2013. Mañana será el añorado Romero, donde los Mayordomos del Romero, acompañados por la aldea y luciendo nuestra preciosa bandera, descargarán éste en nuestra Ermita. Romero que nosotros pisaremos mientras cantamos coplillas a nuestra Cruz. ¡Qué suene la pandereta y las palmas, que ya huele a Cruz bendita! Y así, entre cantes, copas, bailes y charlas con nuestros amigos, llega el domingo, que despierta a los pocos que están dormidos con su alegre


diana, en la que más de uno o una no es capaz de levantarse después de bailar "La cucaracha". Una vez terminada, nos preparamos para acompañar a la Cruz que sale por nuestras calles, reluciendo y llenando cada rincón de nuestra aldea de fe, amor y devoción. Todos la acompañamos recordando promesas cumplidas, seres queridos... y nuestros corazones se llenan de paz. Transcurre un día feliz de cantes a la Cruz y convivencia con nuestra familia. Llegada la tarde, en la que corremos para la puja, ¡dios mío, cuánta emoción contenida! Algunos queremos, o por lo menos, intentamos meter un banco y, agarrándonos a él: "¡Diez fanegas!, ¡veinte fanegas!, ¡vamos con Ella!..." Y entre empujar para adentro y para afuera, las fanegas aumentan, hasta que por fin, nuestro paso con la Cruz entra en la iglesia entre aplausos y vivas, que se repiten incansablemente. Mientras, se nombran en la puerta de la iglesia a los nuevos Mayordomos, nuestra Cruz se retira del paso para ser entregada a éstos. Mayordomos, que esperan la llegada de Ésta con sus puertas abiertas, deseando y temiendo que se la entreguen. Por fin llega y pasa a sus manos. Abrazos, besos, felicitaciones entre los Mayordomos salientes y entrantes, mientras se escucha: "¡Llévala con alegría! ¡Que no te canse! ¡Que la cruz te ha elegido!" Así comienza para ellos un año de trabajo, pero a la vez, cargado de amor y fe.

¡VIVA LA SANTA CRUZ!


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.