Pregón 2014

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PREGÓN SANTA CRUZ DE EL BUITRÓN 2014

PREGONERA: Mª ESPAÑA GARCIA ROMERO


Buenas noches a todos los presentes, a la directiva de la Hermandad de la Santa Cruz, Mayordomos de la Santa Cruz y Bandera. Querida aldea de El Buitrón, quiero en primer lugar, agradecer a los mayordomos, el inmerecido honor que ha supuesto para mí compartir con vosotros un momento tan señalado: el pregonar la Fiesta de la Santa Cruz. En un principio me sentí muy contenta, pero después pensé: en que lio me he metido, ¿cómo voy a hacer un pregón? Pero aquí estoy, sin miedo y con orgullo de saber que ustedes me entenderán si lo he hecho bien o mal. Es el momento en que el calendario estalla de alegría y rompiendo el monótono curso del año, supone la ocasión no sólo de honrar a nuestra Santa Cruz, sino de compartir con nuestros mayores e hijos, con vecinos y amigos, el placer de unos días festivos ganados con el pulso de esa labor que os honra. Recuerdo a mi madre cuando nos montaba en el tren de Valverde a El Buitrón, y a mi abuelo Pepe “El Beasino” que nos estaba esperando en el empalme con la burra. Me metía en el serón con parte de los alimentos que llevaba mi madre para la semana. En La Hojalva pasábamos muchos meses durante el año. Mi hermana Rosario cogía el antiguo camino de Zalamea para ir a la escuela de El Buitrón. Los compañeros de la clase eran: Nati, Mª Ángeles, Catalina, Rocío, Pedrín, Cipriano, Alberto, Mª Francisca y otros. Desde pequeña, mi madre nos llevaba a todas las fiestas de El Buitrón: la Santa Cruz, el Corpus, Las Cuentas, el día de la Patrona Santa Mª de Jesús. Me acuerdo cuando fue mayordoma Dolores “La Melliza” y su marido, mi madre me llevaba de la mano al lado del paso de la Santa Cruz por estas calles empedradas de esta querida aldea. En el campo pasábamos las Navidades y Reyes con mis hermanos que venían a pasar las vacaciones con nosotros, allí jugábamos entre las encinas y nos hacía un columpio que consistía en una soga colocada en una rama de la encina y de asiento tenía una manta. Pasábamos el día columpiándonos antes una y luego otra. Mi hermano Graciano nos hacía ropa de indio con las hojas de las palmas y como arco de flecha una jara


doblada con una cuerda. Esos años de niña entre Valverde, La Hojalva y El Buitrón fueron unos años muy bonitos, cuando subía para jugar con las chiquillas, Luisa, Santos, Chari, Rocío, Mª Dolores y Carmen. Jugábamos por estas calles al escondite, a saltar con la cuerda y al corro de la alcachofa. Añoro cuando iba a casa de Chari y su madre Rocío tenía las aceitunas machacadas aún amargas que tanto me gustaban, le echaba una poquita de sal y un chorrito de vinagre, nos sentábamos en el umbral del patio y así me las comía, ¡estaban de miedo! Aquellos años de niña fueron muy bonitos en El Buitrón. Cuando en el verano nos íbamos a casa del cura, me acuerdo que me tenía que poner inyecciones, a las que siempre les tenía pánico, cuando venía Manolita a pincharme yo corría y me escondía en el canderete. Pasaba por allí Josefa “Aquilino” y me preguntó: ¿qué haces ahí?, y yo contesté: jugando al “torito escondé”, al rato escucho las campanas de la iglesia de niño perdido y llamándome, pero yo no me movía del sitio de donde estaba escondida, por miedo a que me dieran una buena zurra, ¡cómo me la dieron! Feliciana, la madre de Mª Luisa, la mandaba a la tienda de Amelia a comprar vinagre y una lata de revoltillos, nos íbamos sentando en las puertas de las casas y poco a poco iba dándole sorbos a la botella y se iba comiendo de uno a uno los revoltillos; cuando llegamos a su casa, con media botella de vinagre y media lata de revoltillos, Feliciana le dijo: ¿pero qué has hecho Mª Luisa con el vinagre y los revoltillos? Y ahora ¿a comer qué? Y le formó la “Mari morena”. Que bien me lo pasaba en esta aldea, cuando estábamos de vacaciones en La Hojalva, se escuchaban las campanas por la mañana, mi madre decía: ya toca el Ave María, al mediodía el Ángelus y cuando tocaba por la tarde decía mi madre: niña, el Santo Rosario. Así pasó mi niñez. En mi juventud seguí viniendo aquí. En esta etapa de mi vida íbamos menos al campo y más a la aldea. Pasábamos los fines de semana y fiestas en casa de la abuela Ana, el abuelo José y la tía Dolores.


Me acuerdo cuando hacíamos la matanza, el matarife era Juan Requena y su ayudante era Pedro Mª. Mi hermana Rosa que por aquel entonces vivía en Holanda siempre venía por Navidad para hacer la matanza; a ella le gustaba hacer los chorizos y salchichones. Me acuerdo también del tío Domingo, Manuel y del tío Gregorio. Cuando el tío Gregorio cogía su navaja e iba, y cortaba un trozo de asadura para él y otro para el gato, mi madre decía: niña, ya no hace falta llevar las muestras al veterinario porque éste ya lo ha probado. Un año que hicimos la matanza en la casa del cura, el matarife fue Francisco “el de la Leonor”. No había matado bien al cochino que cuando lo estaban quemando salió corriendo y todo el mundo gritando: ¡el cochino que se escapa! Mi hermana Rosario cuando escuchaba que había matanza no portaba todo el día por la casa. Son tantos los momentos vividos con tanta gente querida en casa de la tía Dolores: empezando por su abuela Dolores, sus tíos, sus padres, su hermano Antonio, su mujer y sus hijos. En la casa de la tía Dolores hemos estado siempre como en nuestra propia casa porque ella nos ha visto crecer y nos ha querido y nos quiere como si fuéramos una familia. ¡Ay esos carnavales no podían faltar! Los recuerdo igualmente de pequeña que de mayor. Nos disfrazábamos de comadre e íbamos por las casas y decíamos: ¿se permiten bobos?, y nos decían que sí. En los canastillos que llevábamos nos echaban: huevos, salchichones, chorizos de la matanza que tan buenos estaban y algún que otro real y peseta que ¡esas sí que valían, no los euros de ahora que no valen nada! Con lo que recaudábamos lo juntábamos y al día siguiente hacíamos un picadillo con papas, huevos duros y culantro, y nos íbamos al campo a echar el día todas juntas, riendo, cantando y jugando como chiquillas que éramos. También tengo que recordar a esa familia entrañable formada por la tía María, el tío Eduardo, sus hijos: Manuel, el nuestro como lo llamamos cariñosamente y Pedro, los nietos Manuel y Eduardo, y como no a Visitación, esa mujer tan buena con esa sonrisa siempre en los labios. Hemos vivido momentos muy bonitos con él y su familia. Mi madre le tenía arrendada La Hojalva al tío Eduardo; recuerdo que tenía muchas cabras y como pasaba mucho tiempo allí me dedicaba a hacer travesuras. Con una hoja de jara, hacía una especie de silbato y llevaba las cabras para arriba y para abajo, después de tanto marearlas escuchaba a Manuel que me decía: Mª España, déjalas ya tranquilas que no las dejas comer. Cuando Alberto estaba con el ganado, se le ocurrió de montarme en un


toro que tenía Manuel; eso no era un toro, era un torazo. Yo estaba muy tranquila y sin ningún miedo, llamé a mi madre y cuando me vio subida en semejante toro no sé qué le entró por el cuerpo; a los dos nos echó una buena bronca, todo quedó en un susto. Y para rematar la jugada, a mí siempre me había gustado ser torera y me metía en el corral de las cabras con un paño viejo a torear al carnero y como siempre, tenía que salir corriendo para que no me echara la bronca. ¡Cuántas broncas! Cuando íbamos a comer a la casa de Manuel el nuestro, le tía María hacía unas tortas muy ricas en el horno de leña y ese queso fresco que hacía tan bueno. También debo recordar a Inmaculada, su madre Dolores y como no al tío Paco y a su hija Lourdes que tantos momentos buenos hemos vividos. En mi juventud seguí viniendo al El Buitrón, dábamos largos paseos por la carretera, íbamos a los riscos “de los enamorados”, a la encina “del tío Rafael” y los riscos de la estación; allí nos sentábamos a comer pipas y avellanas que comprábamos en la tienda de Avelina. En esos mismos riscos cuando llegaba el mes de abril, hablábamos de lo que nos íbamos a comprar para la Cruz, en fin, cosas de chiquillas. Después de casada y de haber tenido a mis hijos seguí viniendo a la aldea. Mis hijos pasaron su niñez igual que yo en El Buitrón. Todos los fines de semana nos veníamos a La Hojalva, se llevaban sus bicicletas y estaban bicicletas arriba y abajo; muchas veces tenía que ir a El Buitrón a buscarlos. A veces nos quedábamos en casa de la abuela Ana y el abuelo José como cariñosamente mis hijos los llamaban. Tal es su cariño a este lugar y la devoción a la Cruz, que mi hijo Mario con tan sólo tres días lo traje a la fiesta. Me acuerdo también de aquellos ratos que pasábamos en la granja de Juan Antonio y de mi amiga Loli, donde nos reuníamos todos: Luisa y Anselmo, “Boniquito” y su mujer, mi hermana Rosario y Alberto, “el tuerca” y su mujer Inés y “el moro” y Vita. Nos reuníamos los sábados para almorzar y juntábamos el día con la noche; y así de tantas reuniones se creó “La Peña de los Gitanos”, nombre con que nos bautizaron las gentes de El Buitrón. Dos de mis hijos fueron Mayordomos de El Romero. Mi hijo Cristóbal con su prima María en el año que mi hermana Rosario y Alberto fueron


mayordomos de la Santa Cruz. Yo ayudé a mi hermana en todo lo que pude, de esa manera viví un poco más de cerca el sentimiento que se tiene de fe a la Cruz. Se veían muy felices por llevar esta hermosa Bandera. Mi hijo Cristóbal, después de la Puja, nombró a los nuevos Mayordomos de la Bandera para el año siguiente que fueron mi hijo José Luis y Gema. Para mí, después de los años pasados, es todo un orgullo y satisfacción que ellos hayan sido partícipes de las fiestas más importantes y emotivas de la aldea. Son muchos los fines de semana que mi nieta junto con mi sobrina Rosa y con los tres hijos de mi María, continúan viniendo a El Buitrón, que tantos recuerdos me trae de mi niñez. Así ha dado lugar a que otra nueva generación siga conociendo y disfrutando de las fiestas y tradiciones de este lugar. Han sido muchas Cruces vividas y que nunca olvidaré junto con esas dianas que hemos disfrutado tanto; cuando se vistieron de cucarachas y se llenó El Buitrón de insecticida por todas las calles y bailando el Paquito el chocolatero, terminamos todos, grandes y pequeños, en el campo de futbol. Esos mayordomos que en sus puertas nos invitan a café con dulces o un pucherillo. Gracias a todos los mayordomos, hermanos de la Hermandad y familiares tenemos este salón. Bueno, termino dando las gracias a estos mayordomos por confiarme este pregón. Cuando le entregaron la Santa Cruz, yo estaba en la puerta, y me salió decirle: yo soy tu pregonera. Y al poco tiempo me dijo Rosa: cuento contigo para mi pregón. Y aquí estoy, que con tanta ilusión y cariño le he dedicado un poco cada día, he ido escribiendo y poco a poco dándole forma, para luego leerlo en este día de hoy, que es tan especial para mí. Como no, darle las gracias a mis hijos y a mi familia que han hecho posible que hoy esté delante de todos leyendo este humilde pregón; quiero aprovechar esta ocasión que se me brinda para rendir un pequeño homenaje a una persona importante en mi vida que hoy no está, a ti mama, que seguro donde estés te sentirás orgullosa de verme aquí pregonando estas fiestas que tanto te gustaban. Amiga incondicional de sus vecinos, Enamorada de sus fiestas y tradiciones, Llevaré a El Buitrón en mi corazón allá Por donde la vida me lleve.


Buenas noches a todos. ยกVIVA LA SANTA CRUZ! ยกVIVAN LOS MAYORDOMOS Y VIVAN TODOS LOS QUE NOS ACOMPAร AN! ยกEa! ยกA disfrutar de la Fiesta!


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