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Relegando la cultura

Aunque la riqueza de una sociedad, en términos culturales, no se mide por su patrimonio en bienes sino por la energía y su capacidad para responder a nuevos retos y crisis, con la decisión del gobernador Everth Hawkins de ocupar la Casa de la Cultura con muebles y funcionarios, y no con actividades culturales, se puede ver, como nunca, la medida exacta del desinterés oficial por la misma.

En lugar de agilizar el proceso administrativo de dotación y entrega a la Fundación y de consultar con esta previamente una determinación de esa índole (ser ordenador del gasto no es una facultad para imponer decisiones personales, pues le fue entregado un mandato para llevar a cabo las soluciones provenientes de la comunidad), corrió a ordenar la ocupación de las nuevas instalaciones para el funcionamiento de su despacho y otras dependencias oficiales.

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Esto no es más que otra evidencia clara de la consideración secundaria, cuando no totalmente superflua o prescindible o como lujo accesorio con la que se trata a la cultura, y la poca importancia que se le da en las políticas públicas y en las decisiones oficiales.

La Casa de la Cultura no fue construida para solventar las necesidades de espacio para trabajar de los funcionarios de la casa de gobierno. Ese tipo de problemas bien pudo resolverse de otra manera y desde antes de empezar las reparaciones locativas del Coral Palace. Se construyó para devolverle a la comunidad un espacio vital y salvar la cultura de esa relegación a lo secundario en la que ha permanecido últimamente.

Y aunque se diga que se trata de una medida temporal, es precisa- mente eso lo que más preocupa porque ya sabemos por experiencia que eso no es una garantía de nada. Las medidas temporales de los gobiernos suelen convertirse en permanentes más fácilmente que la propia Constitución. Por ejemplo, el famoso cuatro por mil (aunque no sea este el mejor punto de comparación con este caso, es útil para entender el riesgo que se corre). Esperemos que este caso no sea otro igual o parecido.

La mejor manera de expresar su comprensión de la importancia de la cultura era escuchar lo que las personas de la cultura tenían que decir sobre la idea de la mudanza, pero el gobernador eligió el zarpazo, la unilateralidad, la imposición, una forma de jerarquía que muestra un talante renuente al diálogo. Y que desconoce que la Casa de la Cultura es una propiedad ajena, colectiva, compartida.

Y lo hace, irónicamente, en un ámbito en el que se trabaja por inspirar solidaridades, construir una sociedad más democrática, esa conciencia de lo colectivo, y por su aportación al enriquecimiento intelectual y la salud mental de los ciudadanos.

Un sector que realiza acciones y plantea soluciones que propenden por una sociedad del futuro mejor preparada para enfrentar en conjunto los retos, las crisis, superar las encrucijadas críticas, y progresar más allá de una mera supervivencia. Pues, la cultura no es sólo música y folclor, o simple objeto de consumo, ni las cosas de la cultura afectan y tienen que ver solamente con «los de la cultura», como lastimosamente lo han entendido muchos gobernantes.

Este hecho pone sobre la mesa la urgencia de llevar a cabo la dotación y la entrega de la Casa de la Cultura a quienes corresponda, y apropiadamente. Ojalá con ayuda de la imaginación se pudiera avanzar en eso en lo que resta del actual mandato del gobernador Hawkins, ya que el debilitamiento cultural en las islas tiende al colapso por cuenta de la inacción por parte de las instituciones y la sensación de ajenidad que impera en los funcionarios a cargo.

Y, para concluir, es bueno recordar que la cultura para que pueda desplegar toda su capacidad para la apertura tanto de imaginarios como de comunidades más aterrizadas, tendría que contar con más relevancia y respaldo social y no recibir únicamente un tratamiento instrumental. Ya que cuando no se sabe muy bien dónde colocarla, sus inmuebles, como ahora, suelen acabar acoplados a otras actividades, y relegada, como lo estamos viendo.

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