Caras y Caretas 690

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COLUMNA LENGUA ESPESA

Quince movimientos para ser libre Por Marianella Morena

E

stoy en el ómnibus, llueve, casi no se puede ver a través de la ventanilla. Sube un hombre joven, empieza a sacarse el abrigo y se acomoda. Es un despliegue de movimientos, tanta energía desperdiciada. Por deformación profesional, observo y corrijo las acciones. Cuento: realiza quince movimientos para sacarse una gabardina. No puedo dejar de pensar en lo mal que administramos nuestros recursos, en cómo no registramos lo que estamos haciendo, en cómo no nos damos cuenta de qué controlamos y qué no, en cómo es tan poco lo que consideramos que debemos elegir, pensar, reflexionar, y el resto sucede; es como si la vida nos tomara y nosotros dejáramos que los sucesos diarios nos resuelvan el día y sus acontecimientos. No importa si son pequeñas cosas que supuestamente no inciden en nada. Inciden, sí. Cada elección incide, porque elegir es un entrenamiento, y uno se prepara para elegir, decidir, definir. Nadie se convierte en libre de la noche a la mañana y anda por la vida eligiendo. No es algo romántico, abstracto y relacionado con los grandes momentos históricos. ¿Alguien se encarga de educar sobre estas cuestiones? O sería así: ¿se educa sobre esto? Aunque sea una trivialidad elegir si camino o tomo ómnibus, si mis gestos para quitarme el abrigo serán tres y el resto lo uso para escuchar mi latido mientras el ómnibus se desplaza por Montevideo y llegar a mi destino final. No lo es, aunque lo sea. Las trivialidades son bisagras, esos puentes

que nos conducen a lo importante mientras lo importante también sucede. Uno no se prepara para estar preparado, uno es en lo que sucede, y quizá sólo sucedan cosas pequeñas que serán las cosas más lindas que nos puedan suceder. Elegir siempre está ubicado en grandes metas: una carrera, un amor, una vida en tu país o en el extranjero, una ideología política, un empleo. Luego vienen áreas cercanas, subáreas y las decisiones que masacran el deseo de elegir: qué como, qué cocino, qué ropa me pongo, qué ordeno, qué hago de noche, en qué barrio vivo, qué muebles compro. Al final de la jornada el único deseo es no tomar decisiones, no pensar, y cada uno se vuelca al devenir que mejor le viene al cuerpo, algunos se entregan a la pantalla idiotizada que nos sacude todo menos el alma, otros nos sumergimos en internet hacia ese infinito donde nadie te dice “basta”, y naufragamos sin morirnos en ese mar de mares. Otros se funden en variados dispositivos hasta que la mañana impone nuevamente: ordená, elegí, decidí. La mañana trae las verticales todas juntas, el desayuno, la ducha, la ropa, vestirse, el tiempo afuera, las vidas ajenas esperando que la burocracia nos diga y confirme: somos adultos responsables, deberás pagar tus cuentas, deberás ser coherente y no dar rienda suelta a tus pasiones por la calle, deberás cruzar las piernas en los lugares donde te sientes y no abrirlas al mundo, deberás comportarte sin decir palabras fuera de contexto ni expresar pensamientos veloces que nadie pueda ingresar a las conversaciones. Deberás ser adulto y dejar que

el juego llegue para la hora de los adultos, con la luz del día adecuado, el contexto y el acuerdo. Deberás ser responsable y atender las necesidades de tu familia. Deberás dejar la risa para cuando se te solicite y caminar: no se corre. Deberás trabajar para pagar y esperar para vivir. Deberás comer cuando se te permita en el horario que está estipulado para hacerlo. Deberás aprender de tus errores y no cometerlos más, porque el castigo te espera del otro lado. Deberás correr menos riesgos porque entre la culpa y las deudas no sobrevivirás. Deberás ser feliz pero con recato. Deberás casarte y tener hijos antes de saber quién sos. Deberás, porque no hay tiempo para los caminos que no llevan hacia ninguna parte . Deberás ser real y administrar lo real, que los sueños son para los locos, los vagos y los adolescentes. Deberás ser consciente de en qué época vivís y lo que has heredado. Se reproduce el esquema hasta que se integra y uno se olvida de que el niño te habita, que la niña de trenzas sigue descalza y sucia comiendo frutillas con tierra. Pero uno sabe, cuando se queda solo en sus soledades más libres y en las horas más felices que puede robar uno se desintegra a gusto y derrama el ser para que nadie lo encuentre. Uno sabe, a pesar de que no quiere saber. Uno deja pasar hasta que al descuido, alguien cambia de tema y al pasar te dice, como si nada, como si fuera algo frecuente en los brindis, como si estuviera claro que uno dice cosas por delante y otras por detrás, ahí nomás, te zampa: “Sos tan niña, tenés unos ojitos chinitos, viejos y jóvenes, tenés el campo todo el tiempo, sos tan inocente que

me dan ganas de mentirte. No lo tomes a mal, pero me dan ganas de mentirte de la misma forma que vos jugás con la ficción y nos mentís a todos haciéndonos creer que sos pura”. Cuando la ciudad imprime lo que tiene que imprimir en cada uno, uno decide hasta dónde el campo sobrevive en uno, qué parte del cuerpo sigue destinada a lo rural, esa precariedad viva que me conforma y determina. Lo urbano se hace espeso y diario. Elijo la convivencia entre las ruralidades que soy y las nuevas culturas urbanas, las creadas. El tiempo real no coincide con lo vivido, interpretado y almacenado. A veces reacciono y pienso en cosas radicales. Me propongo aislarme para concentrarme solamente en las cosas que me falta encontrar: tantas. Los relatos que no he escrito, los montajes, los lenguajes que no conozco, las capas de mí misma, la humanidad y sus fracasos. Esos territorios que más deseo, cuando descubro que no tengo tiempo, me viene una tristeza que sólo se cura cuando escribo y sólo las horas de escritura me devuelven la vida. Pero la tristeza te vuelve tonta, entonces las decisiones son absurdas: no dejaré que nada ni nadie me distraiga. Es algo con lo que comienzo cada día, y al final logro cambiar de opinión, hasta que al siguiente sucede lo mismo: no tendrás tiempo. Ha pasado media hora. Sigo en trayecto. Al final me espera la mutualista y una lista de análisis que las personas debemos hacernos para saber si es verdad que somos mortales. Pero para saber, una vez más, que la vida es tan líquida como sólida, depende del lugar que cada uno elija para vivir lo que resta, sea media hora o veinte años, ¿importa eso?

26 de diciembre de 2014 / 690 Caras&Caretas 45


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