Tertulia literaria en Rialeda 2022-23

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Canta Irene Solà y yo bailo lo que ella quiera

Qué cosas. Cuando, de pequeña, supe de la muerte accidental del hermano menor de nuestro rey emérito –esto es, del infante Alfonso–, me costaba asumir que aquello hubiera sucedido y aun así nadie lo mencionase a menudo, que no se escribiera demasiado sobre eso; y digo más: que, después de todo, Juan Carlos llegase a ser Juan Carlos I. Todo ese asunto del tiro, esos dos chicos solos en una habitación –14 uno, 18 el otro–, el misterio para siempre.

Pero, más allá de teorías y conspiraciones, lo indescifrable para mí era que la vida siguiera; que, a pesar del trauma, a él le coronaran, la foto de familia, la corrupción, todas esas cosas que vinieron más tarde. ¿Cómo se repone uno tras semejante fatalidad? Hasta ahora yo recurría a Gil de Biedma y pensaba que, bueno, "la vida nos sujeta porque precisamente no es como la esperábamos", pero me he topado con la historia de otro tiro fallido, otro "pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte, y también casualidad" (Roland Barthes): el de Jaume a Hilari en Canto yo y la montaña baila, la novela de Irene Solà (1990) galardonada con el Premi Llibres Anagrama de Novel·la, cuya edición en castellano está desde junio en librerías (con traducción de Concha Cardeñoso, a la que tengo que dar las gracias; si la léeis lo entenderéis).

Solà demuestra en su tercer libro (primero fue Bèstia, Premi de Poesia Amadeu Oller; después Els dics, Premio Documenta) que en la naturaleza conviven vida y muerte y que, frente a lo que el fatigado urbanita pueda creer, en pocos lares hay tanta violencia, aunque también ella ofrezca la

posibilidad de redención. Sabe de lo que habla: procede de Malla, un pueblo catalán que no llega a los 300 habitantes, aunque ha residido en Barcelona, Reikiavik o Londres.

Canta Irene y la montaña habla en esta novela: "Que después volverá a golpear la violencia ciega, que es mucho más vieja que yo, mucho más infinita que yo, mucho menos misericordiosa que yo". Ciega y caprichosa como las nubes con "el vientre negro, cargado de agua oscura y fría" a las que no les queda más remedio que orinar a su manera: disparando un rayo que cae –en algún bosque entre los pirenaicos Camprodon y Prats de Molló–sobre Domènec, el campesino poeta marido de Sió.

Paisaje entre Camprodon y Prats de Molló

Foto: itinerannia.net

Así empieza esta historia en la que todos hablan: las nubes, las setas, los osos, los perros, las montañas, los fantasmas, los corzos y, claro, las personas, pero a eso estamos más acostumbrados. También lo hacen las brujas y las mujeres de agua: seres más o menos reales que siempre han sido narrados –y torturados, y matados– por hombres. "Todas las historias son mentira (...) Las que dicen que somos malas. Mentira. Las que dicen que somos buenas y bonitas (...) Las que dicen que somos un misterio misterioso, mentira. Mentirosos son la mayoría de los hombres. Los hombres que se inventan cuentos y los que los cuentan. Los que nos recortan y nos comprimen y nos embuten dentro de las palabras para que seamos como la historia que quieren contar, con la moralidad que quieren contar".

Cantan y bailan a lo largo de 18 capítulos en una historia que abarca desde la Guerra Civil hasta la actualidad –protagonizada por la familia de Sió y Domènec, vecinos y forasteros– sin un necesario orden cronológico. Ningún

narrador repite (insisto: son 18) y, sin embargo, cuando el lector llega al final –relatado por Mia, hermana de Hilari y novia, tiempo atrás, de Jaume–siente que la conoce perfectamente.

Esta es la proeza de Irene Solà: llevarnos casi levitando, enredándonos en cada oración. Y no es cosa de escritura automática, aunque su faceta poética y artística (viene de Bellas Artes) ilumine el verbo a base de deliciosos fogonazos: bajo este texto hay todo un proceso de investigación que lo convierte en obra. Por un lado, lingüística: nadie habla igual, ni la perra Lluna como la bruja –que en el texto original usa un catalán más arcaico– o como Palomita, personaje inspirado en una niña coja por el bombardeo de Monzón (Huesca). Y mucho menos como el foráneo que visita el pueblo en busca de la postal soñada justo el día del entierro de Hilari.

Foto: carbonera.cat

Desaparece aquí el lirismo que acompaña siempre a Solà; la narración deviene en algo más mediocre (pero genial al mismo tiempo) y eso permea también al personaje: sus apreciaciones son, de tan simplonas, cómicas; construidas a base de perogrulladas y delirios ("son increíbles los pueblos, con esta tranquilidad, esta parsimonia con la que se toman el trabajo, la vida"; "necesito subir a la montaña al menos una vez al mes"). "No me extraña que la gente de aquí arriba sea más buena, más auténtica, más humana, si respira este aire todos los días", rumia al llegar. Pero lo que se encuentra son silencios, tiendas cerradas, caras serias, incluso desprecio. "Vamos al entierro", le anuncian unas señoras antes de darse de bruces con el cortejo fúnebre. "Es tan bonito que se me pasa el enfado. Qué pintoresco", concluye él.

La labor de investigación de Solà nos recuerda el trabajo que hay detrás de lo escrito (y tanto ha llamado la atención que ya han sido varios los que le han preguntado por el proceso; al respecto podéis buscar un artículo que la autora ha escrito en la web del CCBLAB). Las brujas y sus persecuciones, las

mujeres de agua, los accidentes de caza, la reacción de los animales antes y después de una tormenta, las leyendas, el territorio, las lluvias de animales, las historias de la Guerra.

Una novela edificada a capas y –aunque prácticamente carente de signos de modernidad y con la atemporalidad propia de los cuentos– situada en el presente desde una contemporaneidad absoluta: Solà ha demostrado que no hace falta para ello hablar de redes sociales o practicar la autoficción; muy al contrario, su mirada es plural y para contarlo todo ha debido escuchar, alejándose de la gerontofobia cultural y la "dictadura de la juventud" (Ingrid Guardiola) establecida. No debemos darnos tanta importancia: cualquier día nos parte un rayo, pero al siguiente las flores van a seguir creciendo.

Fonte: https://www.diariodesevilla.es/delibros/Canto-yo-montana-bailaSola_0_1378362370.html

Versión teatral de “Canto jo i la muntanya balla” con la dirección de Guillem Albà i Joan Arqué

Foto: olotcultura.cat

Fantasía mitológica catalana

Silvia Panadero (lasfuriasmagazine.com, 2021)

¿Qué diría una nube si pudiera hablar? ¿Y un corzo? ¿Y las flores y plantas de la montaña? Irene Solà (Malla, Barcelona, 1990) fue una de las revelaciones de 2019 gracias a su novela Canto yo y la montaña baila. La jovencísima autora no solo se hizo estas preguntas, sino que su libro está narrado por nubes cargadas de tormenta, por corzos que huyen atemorizados y por flores que anuncian la muerte.

La autora catalana se inspira en sus raíces, su pueblo en la montaña barcelonesa, para contar una historia de leyenda y fantasía sobre la pérdida, la mutabilidad y la naturaleza.

El ecosistema de las montañas catalanas

Desde la primera frase, Solà muestra su visión de la naturaleza. La de los ecosistemas vivos, que piensan, sienten y padecen igual que nosotros y que en todas las circunstancias y casos nos permiten sobrevivir.

De una forma desestructurada a priori, como si se tratase de un puzle, se va construyendo una historia mágica, llena de reflexiones sobre lo que de verdad importa. Ese corzo que corre veloz por la montaña, huyendo del peligro, y que se separa de su madre y sus hermanos. Ese rayo que le cae a Domènec al inicio y que desencadena una debacle en su familia. Esa casita en la montaña en la que mientras no pasa nada pasa todo, la vida.

Muchas personas no han soportado la estructura del libro. Cada capítulo tiene un narrador diferente, que bien puede ser una persona o un animal o una planta. Parece que no hay conexión entre una historia y otra, pero todo tiene un sentido y va cobrándolo hacia el final de la trama.

Así, la novela se presenta como un ecosistema mismo, como un animal vivo que se mueve y se retuerce, que piensa y siente. Esta visión tan amplia hace que los humanos del libro solo sean una pieza más de ese ecosistema. Una parte muy pequeña de un todo que no podemos controlar por mucho que nos afanemos.

Solà pone el acento en remarcar que no somos tan importantes como nos creemos. Lo más interesante está fuera de pantallas y ciudades atestadas hasta la bandera de gente mediocre.

Macizo del Canigó

Foto: xavierfebres-es.blogspot.com

Canto yo y la montaña baila: Un cuento mitológico

Canto yo y la montaña baila es también una historia sobre brujas y gigantes, sobre seres mitológicos que habitan las montañas del noreste del país. Tres brujas encuentran el cuerpo de Domènec en la montaña, un gigante acaba cometiendo un crimen y mientras la naturaleza baila en su eterno fluir a su alrededor.

Solà tiene varias referencias de las que se sirvió a la hora de montar esta historia. Una de ellas está en un libro, en un poema, escrito por Jacint Verdaguer y llamado Canigó.

Este poema pertenece a la poesía romántica catalana, fue publicado en 1885 y cuenta una leyenda pirenaica sobre hadas y caballeros del macizo del Canigó, que hace de frontera natural entre España y Francia.

Aunque realmente está en Francia es muy importante dentro de la cultura catalana, tal es así que en 2013 el país vecino decidió cambiarle el nombre en francés de Canigou a Canigó, por considerarlo una montaña sagrada para los catalanes.

La autora no solo se inspira en la atmósfera de fantasía y cuento de obras como Canigó, sino que se permite hacer mención en su libro al personaje protagónico de este poema, Can Gentil.

También está presente El ball de la civada (El baile de la avena), una canción tradicional que habla sobre las labores del campo y las goges, seres de la mitología catalana, mujeres encantadas emparentadas con el agua de los ríos, arroyos, fuentes o agua dulce en general.

Dona d’aigua

Imagen: coneixercatalunya.blogspot.com

Según la traductora al castellano de Canto yo y la montaña baila, Concha Cardeñoso, las goges son parecidas a las ninfas grecorromanas o las xanas asturianas.

Cuando muere Domènec al inicio de este cuento mitológico, la bruja Margarida dice mientras llora: “¡Qué lástima que los hombres se consuman tan deprisa, y que los otros hombres se aferren a los cuerpos vacíos y los escondan y los entierren por no ver lo que les pasará a ellos también!”. Lo dice porque le parece que el cuerpo sin vida del hombre quedaba muy bien en el claro en el que le había caído el mortal rayo.

Y otra bruja narra la desesperación de Margarida: “Y lloró cuando fueron a buscarlo y se lo llevaron, y no se quedó a hacernos compañía. Pero dejaron una cruz en el sitio en el que lo partió el rayo. ¡Qué manía de ensuciar la montaña con cruces!”.

Foto: llegir.cat

El peso de la tradición

La originalidad de la escritora al contar esta historia es total. Es realmente un puzle de dos mil piezas que se va haciendo muy poco a poco. Los capítulos cortos y narrados por diferentes personajes hacen que la lectura sea más ligera y rápida. Sin dejar de apreciar los detalles, los guiños y el cierto humor que destilan los protagonistas de esta bonita historia.

La conclusión, quizá algo básica, pero que hace falta recordar más a menudo de lo debido es que nos necesitamos. Pero no entre humanos como tal, necesitamos de la naturaleza porque también está viva y siempre presta a recogernos en sus brazos cuando queremos huir de la vida gris de la ciudad.

Se ponen en valor, asimismo, cosas tan importantes como la familia, la complicidad, el medioambiente y el peso de las tradiciones. El peso de lo heredado y lo aprehendido, para bien y para mal.

El libro se construye a base de tradiciones, bien familiares de los personajes, bien de la cultura catalana. Esto está presente para todos, para los humanos de la historia y para las plantas, las nubes y el agua de los arroyos.

La catalana consigue atrapar hasta la última página, si bien quizá peca de tener un final algo precipitado, pero igualmente cargado de significado y simbología. Canto yo y la montaña baila aporta frescura y originalidad, algo que no se estila en exceso en autores tan jóvenes como ella.

Fonte: https://www.lasfuriasmagazine.com/canto-yo-y-la-montana-bailafantasia-mitologica-catalana

Foto: ACN y diaridebarcelona.cat

Entrevista con Irene Solà

Por June Fernández (pikaramagazine.com, 2020)

Gracias a mi mala memoria, no retuve la sinopsis de la contraportada y me sumergí sin brújula en Canto yo y la montaña baila. A modo de adivinanza, empezamos a leer cada capítulo sin tener ni idea de quién es la voz que narra. Tardamos unas líneas, incluso unos párrafos, en entender: ah, vale, ahora hablan unas nubes gamberras, ahora una niña republicana muerta,

“Quería imaginar el otro lado de las leyendas que nos han contado los hombres”

ahora un oso que no es un oso, ahora unas setas (!). Y nos llevará varios capítulos seguir la línea argumental que trenzan esos monólogos de seres vivos y muertos, animales y humanos que habitan el Prepirineo catalán. Irene Solà (Malla, 1990) nos invita a jugar y a bailar con ella en una fiesta literaria de 188 páginas en la que se lo pasa pipa imaginándose qué siente una perra cuando ve a su compañera humana teniendo sexo con un vecino o cómo percibe un corzo recién independizado su primer contacto con el hombre. Asistimos a las distintas metamorfosis de la autora hasta reencarnarse incluso en una montaña que clama mesiánica sobre la fragilidad e irrelevancia de quienes la pisan.

El jurado del Premi Anagrama que recibió en 2019 el original en català, Canto jo i la muntanya balla, elogió la “irreverencia y atrevimiento” con que Solà combina las referencias a tradiciones y cuentos populares con “un planteamiento literario moderno”. Esta licenciada en Bellas Artes y máster en Literatura, Cine y Cultura Visual ha sido anteriormente premiada y becada por una producción que a veces toma forma de exposición o de instalación artística, y otras de poesía (Bèstia) o novela (Els dics). Solà define Canto jo i la montanya balla como una obra de arte, no tanto porque incluya ilustraciones y poemas sino por su metodología: “No me siento a escribir un argumento y unos personajes sino que me pregunto qué quiero aprender, qué quiero descubrir, qué quiero preguntar y preguntarme con este nuevo proyecto”, nos explica por videollamada, y comprobamos que su presencia es tan luminosa como su literatura.

Irene Solà con el fondo del paisaje de Malla (Osona, Barcelona)

Foto: lavanguardia.com

La imaginación, la originalidad y la belleza en la prosa poética de Solà ha sido alabada con entusiasmo por la crítica literaria española. Cada reseña pone el foco en uno o dos temas de un libro caleidoscopio: el vínculo del ser humano con la naturaleza, la historia de amor marcado por la tragedia y la redención, la memoria de la retirada de las tropas republicanas durante la

Guerra Civil… Para quien firma estas líneas, incapaz de quitarse las gafas violetas, los elementos más interesantes tienen una clara lectura feminista: la caza de brujas; la revisión de una mitología machista; el idilio de una mujer con un vecino mucho más joven que ella; el ambiente íntimo y mamífero de un parto en casa asistido por mujeres…

«Y Blanca se entrega a la mujer que sabe de partos como si fuera una madre. Luego Blanca se desnuda. Eso es, eso es, como los animales. ¿Cómo te llamas, animalito? Y Blanca dice: Blanca. ¿Dónde aprendiste de partos?, le pregunta y gime. Ayudando a parir a las vacas, dice la mujer. Y tuve dos hijos. La primera, como una espiga, que no había forma de que saliera. El segundo, como una rana, que salió solo.»

“La novela va de muchas cosas”, me confirma Solà. “Lo que quería hacer era coger un trozo de mundo y mirarlo desde tantas perspectivas como fuera posible, relacionarme con él desde tantas maneras de vivir, de mirar, de entender y de explicar. Para mí ese es el tema central”. Señala como segundo ingrediente vertebrador “la reflexión sobre cómo se cuentan las historias, quién nos cuenta las historias, a quién les pertenecen, qué poder tiene el que cuenta una historia sobre los que son contados dentro de ella”. En la bibliografía que cita al final todos los autores son varones, pero su propósito es precisamente aportar otro relato.

Es por eso que en el libro los personajes más interesantes son los femeninos. Dice que no fue intencionado, pero lo atribuye al hartazgo ante los personajes femeninos “aburridos y planos” que abundan en la literatura masculina.

«Eulàlia les dijo que al macho cabrío se le había puesto el culo muy fino muy fino, como el de un niño de pecho, por lo mucho que se lo habíamos besado, y que tenía el miembro frío como un carámbano; y a mí me dio una risa que no podía parar y me colgaron por reírme tanto.»

«Todas las historias son mentira. Óyeme. Todas las historias que cuentan. Las que dicen que somos malas. Mentira. Las que dicen que somos buenas y bonitas como la plata y que todos los hombres se encaprichan tanto que se tirarían a las lagunas. Mentira. Las que dicen que somos un misterio misterioso, mentira. Mentirosos son la mayoría de los hombres. Los hombres que se inventan cuentos y los que los cuentan. Los que nos recortan y nos comprimen y nos embuten dentro de las palabras para que seamos como la historia que quieren contar, con la moralidad que quieren contar».

De hecho, el proceso creativo partió de su interés por investigar en torno a dos personajes mitológicos que han sido narrados desde perspectivas patriarcales y androcéntricas: las brujas y las mujeres de agua. Respecto a las primeras, descubrió que los textos que documentan los procesos judiciales por brujería en Catalunya “fueron escritos a mano por los mismos señores que cogieron a estas mujeres, las torturaron y luego las asesinaron”. “Sí, nos ha llegado su historia, ¿pero a través de qué voz, de

qué mirada y literalmente de qué puño? Yo soy optimista, creo que el agua corre, se escapa y no se puede parar todo, que nos llegaron conocimientos, pero había una intención terrible de exterminar maneras de mirar, de hacer, de ser, con un claro sesgo de género”, abunda.

En el caso de las mujeres de agua —similares a las lamiak de la mitología vasca— la leyenda catalana también se cuenta desde la vivencia del hombre que se acerca a un río atraído por unos cantos, encuentra a una bella mujer, se enamora de ella y se casan. “Ella le dice: ‘Nunca digas en alto que soy una mujer de agua’. Viven juntos, tienen hijos, un día el señor se enfada mucho, le dice: ‘Tenías que ser una mujer de agua’, y la mujer de agua desaparece y él nunca la vuelve a ver. Pero no sabemos qué hace la mujer de agua antes de que el señor llegara, no sabemos qué siente, no sabemos adónde va cuando se marcha… Quería imaginar el otro lado. Así empiezo. A medida que voy rascando, abriendo puertas, siguiendo caminitos de ideas, voy construyendo la historia que quiero contar, los personajes y la estructura”, abunda.

También hay una alusión recurrente a eso que no entendemos pero que sí entendemos. ¿Querías hacer un alegato a favor del

Dona d’aigua Ilustración de Anna Ribot-Urbita (mitologiacatalans.blogspot.com)

pensamiento mágico, tan proscrito por el pensamiento occidental patriarcal?

A mí me interesa muchísimo el pensamiento mágico, los cuentos y las historias. Parto de la base de que todo lo que sabemos de la Historia, todo lo que se nos ha intentado vender como La Verdad, en mayúscula, se nos ha ido transmitiendo con mochilas y cargas ideológicas detrás. Todas sabemos que las historias las escriben los que vencen y los libros los escriben los que son publicados, los que tienen la voz, que han sido mayoritariamente hombres. Los cuentos, las canciones y los conocimientos orales están cargados de información valiosa, hay verdades, se pueden oler cosas que la gente ha ido transmitiendo, maneras de pensar, de hablar, maneras de entender el mundo.

Leí tu novela justo después del ensayo Tierra de Mujeres, en el que la escritora y veterinaria de campo María Sánchez critica la preminencia de voces forasteras y reivindica que las mujeres rurales tienen voz. Tú no eres de Camprodon, ¿cómo ha sido tu relación con ese territorio que eliges contar?

Tienes que pensar que yo no solo no soy de esa comarca sino que escribí este libro ¡desde Londres! Es donde vivía en ese momento, pero casi cada mes volvía a Barcelona y pasaba días ahí. Es la zona del Prepirineo más cercana a donde crecí, he ido de excursión, tengo amigos que viven ahí y los padres de mi compañero tienen casa. He hecho mucha investigación sobre el terreno, he pasado ahí temporadas hablando con la gente, he trabado amistad con uno de los hombres que lleva el Museo de la Retirada… Cuando presenté el libro en Camprodón, la gente me preguntó dos cosas: “¿Pero tú de qué casa eres?” y “¿cómo es que te has interesado por este pueblo?”. Mi primera novela estaba situada en el paisaje de mi infancia y adolescencia. Para esta segunda me interesaba moverme, ir a investigar a otro lugar. Me interesaba el ejercicio de imaginar un lugar cubierto por todas las cosas que han pasado ahí, desde hitos históricos (como la retirada de las tropas republicanas) a las pequeñas vivencias del día a día. Lo que estoy haciendo al escribir la novela es hilvanar esas capas, ir arrancándolas, ir entendiéndolas todas a la vez, pero cada una con su propio contexto.

Vall de Camprodon (Girona)

Foto: jordi130455.blogspot.com

Es un territorio fronterizo…

Es una frontera extraña, complicada, política, porque se cambió. Elegí ese trocito de mundo porque pasaban muchas cosas que me interesaban, como la retirada republicana: aún puedes pasear por esa montaña y arrancar literalmente del suelo una granada o una cantimplora. Y estaba esta cosa de la lengua, de que al otro lado de la frontera siguen hablando catalán, o la fiesta del oso, que es una de las fiestas más antiguas que se conservan, y más salvajes.

«Empezará el movimiento otra vez. El desastre. El siguiente comienzo. El enésimo final. Y vosotros moriréis. Porque no hay nada que dure mucho. Y nadie se acordará del nombre de vuestros hijos».

En el microuniverso que construye Solà hay brujas, mujeres de agua, espíritus en los bosques y en las casas, y hay mucha vida después de la muerte.

En tu libro hay dolor y tragedia pero se imponen la vitalidad y la belleza…

Creo que predomina una energía vital, porque muestra que no es más cruel la muerte que la vida, y que después de la muerte todo sigue adelante. Cuando dejamos de mirar el mundo desde una perspectiva únicamente humana, ciertas cosas que nos parecen muy graves se relativizan. En el primer capítulo se muere un señor al que le cae un rayo en la cabeza, arriba en la montaña, y eso es terrible para ese señor y para su familia. Pero para

el resto, para la montaña, para los corzos, para las setas, es muy irrelevante. Dos minutos después de que haya muerto, todo continúa. Creo que este optimismo cruel está muy presente.

¿Sería muy facilón y hortera definir tu novela como realismo mágico catalán?

[Ríe] Me encanta y me hace reír. Huyo de las etiquetas, incluso cuando me preguntan si soy escritora o artista. Con el libro alguna gente le pone la etiqueta de nature writing y yo no se la pondría. No le pondría ninguna, vaya, pero el realismo mágico me interesa, me reconozco como lectora. Viene de un contexto determinado y de un momento determinado, por lo que no me la quedaría, pero me interesan mucho desde Gabriel García Márquez y Juan Rulfo hasta Toni Morrison.

Vall de Camprodon (Girona)

Foto: www.valldecamprodon.net

Me da pena no haber leído la novela original porque la lengua es un elemento muy central en la identidad del pueblo e imagino que has jugado mucho con el catalán también.

Sí, la lengua forma parte de esa investigación. Cada personaje usa un catalán relativamente distinto. El de las brujas es un catalán muy antiguo y usé muchas frases de los manuscritos. El capítulo de la fiesta del oso está escrito con catalán del Vallespir, que tiene una sonoridad y unas palabras muy diferentes. Pedí a un escritor en catalán con DNI francés, Joan-Lluís Lluís, que me repasase el texto. Cuando hablan personas de Camprodon hay expresiones muy concretas de la zona, camufladas como guiños para sus habitantes. El capítulo de la niña republicana está escrito en castellano,

porque me inspiré en un personaje real de Aragón, una niña que se llamaba Alicia, de familia castellanohablante. Me interesaba mucho que hubiera otra lengua precisamernte porque cada lengua es una manera distinta de dar nombre a las cosas y de organizar todos esos nombres para poder contar el mundo. Por eso también hay otro capítulo escrito en verso y otro a base de dibujos, que también son otras maneras de explicar el mundo.

Precisamente te iba a preguntar por el capítulo que incluye poemas. Me resultó desconcertante porque no me quedó claro cuánto había de ironía en las disertaciones y las poesías de Hilari, que incluyen el verso que da título al libro.

Es un personaje al que quiero mucho y al que defendería pero es verdad que lo trato con ironía. Yo no pienso para nada lo que él dice sobre la poesía ni firmaría esos poemas. Fue muy divertido porque me dejé poseer por Hilari para escribirlos. Es un personaje tocado por la desgracia más absoluta, la tragedia de una muerte joven, y yo quería traerle la libertad, la tranquilidad, la relativización de la que hablaba antes. Sobrevive con alegría a su propia muerte habitando esas montañas, como también hacen la palomita (la niña republicana) y las brujas.

«Aprendí a colocarme de forma que su ir y venir me rozase y me encendiera. Mi cuerpo es un buen cuerpo. Un cuerpo que aprende deprisa. Un cuerpo que se acostumbra enseguida y sabe buscar caminos. Y sabía aprovechar las embestidas, cerrar los ojos, concentrarme y atrapar el placer así, tal como venía, pequeñito, flojito, como una gota de agua que se cuela por un agujerito, y batirlo y batirlo y hacerlo crecer, y meterlo en el reguero. Y claro que procuraba yo llevar el placer como un silencio». Foto:

culturaygenero.com

Me ha resultado muy interesante cómo abordas la violencia machista y la búsqueda del placer a través del personaje de Sió, la madre de Hilari.

Quería imaginarme un personaje de mujer redondo, con todas las capas, sobre todo en cuanto a su relación con el amor, el sexo y la maternidad. De niña escuché más de una vez a las mujeres mayores expresar que nunca habían disfrutado del sexo, que era una cosa de los hombres, que ellas tenían que hacer, pero de la que nunca habían formado parte. Cuando escribes tienes un gran poder y una gran responsabilidad. [Ríe] Tú eliges lo que les pasa, lo que les das y lo que les quitas. Me interesaba mucho darle esa oportunidad de encontrar el caminito para el disfrute de su propio cuerpo. Tiene un marido guapísimo, pero no sabe quererla o no quiere quererla. Cuando él muere, ella se queda tiraba arriba en la montaña con dos niños: los quiere, pero no quería esa vida y no siempre sabe quererles. A veces me preguntan: “¿Qué personaje eres tú?”. Y yo siempre digo que no podría haber escrito ninguno si no pudiera entenderlos a todos. A Sió quería imaginarla como una mujer contemporánea, como tú o como yo, pero en esa situación de muy poca elección, muy poco margen para la libertad, para el placer y la diversión. Por eso está tan enfadada y tiene derecho a estarlo, a decir: “A mí me engañaron”.

Comentamos lo distinto que se vive el confinamiento lejos de las ciudades, en pueblos como el suyo, en las que no hay ni calles, sino huertos y bosques. Le leo una cita de la socióloga Saskia Saasen en una entrevista en eldiario.es en torno a la crisis de la covid-19: “Quizá los pueblitos que existen por todo el mundo serán los que nos permitan sobrevivir”. María Bastarós cita Canto yo y la montaña baila -y también Tierra de Mujeres– en un artículo en eldiario.es escrito antes de la pandemia, en el que ironiza sobre el éxito del nature writing mientras nos asomamos a una distopía climática: “(…) mientras la España despoblada sigue vaciándose y sus representantes políticos son amenazados por grupos de ultraderecha, los ansiosos ocupantes de impagables zulos urbanos sueñan con una entelequia campestre por la que muy pocos se atreven a optar: bien por inmovilismo, por necesidad de hiperconexión o, simplemente, por la consciencia del desconocimiento que esconde nuestra abstracción romántica de lo rural”.

«No me extraña que la gente aquí arriba sea más buena, más auténtica, más humana, si respiran este aire todos los días. Y beben agua de este río. Y contemplan todos los días la belleza de estas montañas mitológicas, tan hermosas que duele en el alma. (…) Qué pintoresco. Me muero de hambre, y el viejo tuerto me ha tratado fatal, pero me gana la belleza. La vida y la muerte. (…) Qué trágica es la vida aquí arriba».

Solà ironiza sobre esa abstracción romántica a través del monólogo de un dominguero que contempla Camprodon como si fuera una postal al tiempo que demuestra una nula sensibilidad hacia el luto de sus habitantes por la muerte de Hilari. “En realidad no es tanto una crítica a la gente de ciudad que va al campo sino al hecho de viajar sin querer entender cómo afecta

nuestra presencia a ese sitio”, matiza la escritora. “Es un problema que pasa en Barcelona todo el día; es una ciudad que no puede absorber todo ese turismo. Y lo hacemos todos cuando viajamos por el mundo, vamos a pasarlo bien y a sacar la foto”.

Tierra de mujeres, de María Sánchez, un libro que hace reflexionar sobre la vida de las mujeres en entornos rurales, tomando como referencia historias da súa propia familia.

Confieso que me sentí interpelada, pero me identifiqué también con el relato de la madre lesbiana que decide volver a vivir a Camprodon, del que huyó en cuanto cumplió 18 años, porque “esos pueblos pequeños, raquíticos y vacíos, sin discotecas ni museos que no fueran del puñetero románico” le pesaban “como una losa, como una vaca en brazos”. ¿También en tu caso, como dice ella, la cabra tira al monte?

Sí. Crecí hasta los 18 en un pueblo de 200 habitantes. Al lado de una ciudad de 50.000, a donde iba al colegio y al instituto. A los 18 me marché a Barcelona, luego a Londres, a Nueva York. Yo tenía la sensación de que las historias de verdad pasaban en ciudades grandes, y muy lejos del campo, de la granja de mi padre, que es payés. En Londres podía ir cada tarde a una exposición distinta sin encontrarme a la misma gente. Fui muy feliz. Vivir un tiempo en Islandia me hizo un click, porque ahí se sienten tranquilamente orgullosos de sus paisajes, de sus leyendas, de su folclore. Me di cuenta al marcharme tan lejos y mirar atrás que el sitio del que venía me interesaba. Y que está cubierto de historias que quiero contar, que se pueden contar desde perspectivas feministas, desde miradas críticas. Para entender mejor todo.

Fonte: https://www.pikaramagazine.com/2020/06/queria-imaginar-el-otrolado-de-las-leyendas-que-nos-han-contado-los-hombres/

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