Tertulia literaria en Rialeda 2022-23

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Nadia Terranova y los fantasmas de la vida

Por Ernesto Calabuig (El Español, 2021)

Regresar para confrontar el origen, para mantenerle la mirada a un pasado doloroso, e intentar, en la medida de lo posible, salir purificados. Eso trata de hacer Ida —el personaje de Adiós, fantasmas, de Nadia Terranova (Mesina, Sicilia, 1978)— con su retorno, por unos días, a la Sicilia natal desde Roma, veintitrés años después. Acude a la llamada de su madre anciana, que aún vive sola en la casa familiar, una vivienda que amenaza ruina. Se requiere una reparación urgente de la azotea, antes de que todo se derrumbe, y quiere que la hija ponga orden entre los objetos y recuerdos.

Seleccionar lo que vale y lo que no, no es tan difícil y penoso como repasar toda una vida, enfrentar los secretos. El mayor de ellos: la desaparición del padre (el profesor de latín Sebastiano Laquidara) cuando Ida tenía sólo trece años. Nunca se supo del paradero de este hombre culto y profundamente infeliz, que entró en barrena tras una larga depresión y se marchó sin dejar rastro, un hecho que marcó la existencia de las dos mujeres que lo aguardaban entre la esperanza y la desesperanza.

La novela se articula en tres partes (tras un breve capítulo introductorio): El nombre, El cuerpo y La voz. Ida vive en Roma, está casada, no tuvo hijos, escribe guiones para la radio, cuenta que en tan solo diez años de matrimonio ambos han perdido ya el deseo sexual, algo en lo que ella asume toda la culpa… Siempre se consideró extraña, diferente. Mantienen la cordialidad, el afecto mutuo, aunque comparten tan solo “un amor cansado”. Pero si el

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lector, al inicio, piensa que sea quizá una narradora/protagonista esnob o light, enfangada en sus pequeños problemas del primer mundo, bastará con que se embarque hacia Mesina, hacia sus raíces, para internarse en una novela honda y reflexiva, sólida y trágica, de sabio y calculado dramatismo.

Recuerdos persistentes y amenazantes, pesadillas, reproches y conversaciones con la madre, miedos, culpas compartidas, la extrañeza de los lugares con el paso de los años… conforman los elementos de la lucha particular de esta treintañera en su retorno traumático, en su travesía inversa y dolorosa, hacia el origen, hacia la madre. A diferencia del padre, maestro, la hija decidió escribir para programas de radio en Roma, “historias verdaderas ficticias” y canalizar en ellas su propio sufrimiento. De cría se defendía pensando: “si le pasa al cuerpo no ha pasado de verdad”. La ausencia del padre es también presencia y huella: los difuntos y los desaparecidos son aquí implacables y vigilantes “jueces celosos”.

Hay una gran carga poética en la novela, pasajes tan hermosos en esa descripción del Estrecho de Mesina desde la azotea en pleno verano, su luz, su mar, las voces que llegan allá arriba… (pag. 41). Muy logrado también el relato de la infancia y la adolescencia de Ida, la dialéctica que establece con su madre (ambas solas en el caserón familiar) y la amistad con su amiga escolar, Sara. El ajuste de cuentas entre ambas, ya en la madurez, es otro de los momentos altos de esta historia. La vida nos cambia y a veces desde lo más imperceptible. La propia Sicilia, la idiosincrasia y la dificultad de ser siciliano, el paisaje y la ciudad de Mesina, el calor, la lluvia, la luz… quedan maravillosamente caracterizados.

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La hiperperceptiva Nadia Terranova nos coloca sabiamente ante la extrañeza de la vida: los cambios corporales adolescentes, las primeras relaciones sexuales clandestinas, la perplejidad de ser hija respecto a una madre: hijos y progenitores como meros árboles plantados en momentos distintos, a los que les toca asumir su papel. Una locura también las relaciones de pareja, el matrimonio, la monogamia, la ingratitud de los hijos… La de Ida es una vida dañada, pero también —sabremos después— la de su amiga Sara, o la de ese trágico personaje secundario que cobra altura hacia el final: el joven albañil grecoitaliano Nikos.

Ida enfrenta su pasado porque nunca hasta ahora lo había hecho. De cara al exterior, toda su juventud fue un despliegue materno-filial de disimulos, cordialidad, cortesía y buenos modales, aunque en casa se librara una secreta guerra doméstica. Gran metáfora purgar los radiadores y sacar todo el óxido y el agua sucia de la instalación tantos años después: el alma de la casa y el de los personajes en busca de una catarsis liberadora. Bella y honda narración, purificadora, sabia e intensa.

https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/20210118/nadia-terranova-fantasmas-vida/ 552196535_0.html

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Estrecho de Messina Foto: worldatlas.com

La vida es un momento Por Laura Ferrero (ABC, 2020)

Contaba Patricio Pron en El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia que, cuando era niño, le había pedido a su madre que le regalara una caja de juguetes. En su interior, la caja contenía una mujer adulta, un carro de la compra, dos niños, una niña y un perro, pero no había ni rastro de ningún hombre adulto y estaba, como representación de una familia que aspiraba ser, incompleta. Lo que su madre quiso hacer fue regalarle al hijo una familia parecida a la suya: una familia sin padre. Pero el niño cogió entonces un muñeco de plástico, un romano, lo despojó de su armadura y lo convirtió en el padre ausente de esa familia de juguete. Sin embargo, nunca supo qué hacer con aquellos muñecos así esa familia de plástico malograda y muda, se quedó durante años encerrada en el fondo de un armario.

He vuelto a menudo a esta familia a la intemperie, esa familia que la mente infantil fabrica, mientras leía esta delicada y preciosa novela, Adiós fantasmas , en la que la escritora Nadia Terranova (Mesina, 1978) vuelve la vista atrás para buscar a su familia en el armario . La protagonista, Ida, deja temporalmente su ciudad, Roma, donde vive con su marido, para irse a su Mesina natal. Ahí, su madre la reclama para que la ayude a ordenar y arreglar esa casa maltrecha y detenida en el tiempo en la que ha pasado su infancia. Su hogar. He escrito

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Foto: messina.gazzettadelsud.it

«hogar», pero es una palabra extraña : llamamos casa a muchos lugares, pero solo uno se enciende en nuestra cabeza cuando pensamos en él, en el hogar, y así, Adiós fantasmas , más allá de ser una profunda reflexión los vínculos maternofiliales y el legado asfixiante del pasado, ahonda en la importancia de los distintos lugares que habitamos, entendidos los lugares también como personas.

Gran lirismo

La novela alterna dos hilos narrativos , uno que sigue su vida en Mesina, el día a día tras ese reencuentro con una madre exigente: «Dicen que una madre lo da todo sin pedir nada a cambio; pero nadie dice que lo pide todo y da lo que no pedimos tener», escribe Terranova. Pero la novela es también un péndulo hacia el pasado y se detiene en un episodio traumático: la desaparición repentina de su padre. Y ambos hilos confluyen, porque es en el espejo del fracaso matrimonial de sus padres, donde Ida ve fracasar el suyo propio.

Escrito con suma delicadeza, con pasajes de gran lirismo, Adiós fantasmas sumerge al lector en un limbo de irrealidades, de sueños malogrados, lo adentra en ese tiempo pasado que termina anclando al presente. Y sin embargo, más allá de ser una reflexión sobre el hogar y la familia, una verdad irrefutable surca estas páginas: que la vida es un momento, y que ese momento es ahora. Que cuando nos atascamos en nuestras peroratas sobre el futuro o el pasado simplemente estamos dejando de estar vivos.

https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-nadia-terranova-vida-momento-202010150038_noticia.html

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La vuelta a la casa familiar, un escenario de recuerdos y conflicto que alimenta la ficción literaria Por Carmen López (eldiario.es, 2020)

Nadia Terranova es autora de 'Adiós fantasmas', una novela en la que la protagonista se aferra a una caja de recuerdos de su padre desaparecido en una historia construida sobre el significado del “hogar”.

En su libro El año del pensamiento mágico, la escritora estadounidense Joan Didion cuenta que durante un tiempo se resistió a tirar los zapatos de su difunto marido por si acaso los necesitaba cuando volviese. En Adiós fantasmas, la novela de Nadia Terranova que Libros del Asteroide acaba de publicar en castellano y L'Altra Editorial en catalán (traducidas por Celia Filippeto y Judith Jordà respectivamente), la protagonista, Ida, se aferra a una caja movida por un sentimiento parecido. Pero la diferencia esencial entre ambos es que el de Didion nunca podrá volver, pero el de Ida nunca se sabe. Es muy improbable, pero nunca apareció una prueba que lo hiciese imposible.

Esa caja está guardada en una casa en Mesina (Italia), que la madre de Ida está pensando en vender. En ella vivieron primero sus abuelos, después sus padres y ella, más tarde ella y su madre y a últimas solo su madre. Poco a poco, el piso fue cambiando y perdiendo inquilinos de un mismo linaje hasta que finalmente llegó el momento de dejarlo. Ida, que vive en Roma, recibe la llamada de su madre para que vaya a ayudarla con las cajas y a escoger qué se quiere quedar.

Al volver a esa residencia familiar regresa –o se hace más presente, porque nunca se fue– la obsesión de Ida con su padre, que un día salió por la puerta de casa a las 06:16 de la mañana y nunca volvió. La persona se esfumó, pero su presencia sigue pesando en esa casa, de la que ella también huyó en su momento.

¿Intenta la progenitora librarse de ese peso del recuerdo vendiendo la vivienda? Nadia Terranova contesta a elDiario.es por correo electrónico: “Creo que la madre nunca quiso realmente vender la casa, pero sintió que era la amenaza que necesitaba para que Ida regresara. Después de todo, es la madre quien opera el mecanismo narrativo. Es inteligente, con esa inteligencia compuesta por el talento y la intuición que tienen las madres”.

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Ida busca a su padre en cada rincón de la ciudad, en cada marca de las paredes, en cada resquicio de la memoria. No consigue librarse de él porque no encuentra explicación ni un broche que cierre ese capítulo de su biografía. En sus fantasías, Ida piensa: “Vivo o muerto mi padre regresa a casa, de nuevo tiene una voz, un cuerpo, un nombre”. Un trauma que le provoca unas pesadillas vívidas con las que empieza cada capítulo de la novela.

Terranova se documentó en el tema para poder ponerse en la piel de su personaje, aunque también tiene experiencia en este ámbito: “Sí, estudié. Observé los rostros, las vidas de quienes habían perdido a alguien sin saber dónde estaba. Pero también miré dentro de mí: la muerte de mi padre fue tabú durante unos años por diversos motivos. Nunca fuimos al cementerio, no le nombrábamos. Era como si siguiera vivo, como si estuviese en algún otro lugar”.

La acción se desarrolla en Mesina, la ciudad natal de la escritora, que la describe desde una perspectiva personal, alejada de cualquier guía de viaje: “No podría haber sido objetiva, ¿por qué debería? La literatura es el reino de la subjetividad, de la mirada, del punto de vista que ve y crea cosas”, afirma. En la ciudad que retrata Terranova hay carreras de caballos clandestinas por las noches, nata siciliana –“ni demasiado dulce ni demasiado líquida ni demasiado artificial”–, hay una catedral desde la que se emite el Ave María de Schubert a

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Messina: fachada marítima Foto: lamezzaluna.net

mediodía y un transbordador que lleva hasta la costa de la península de Italia.

Un escenario con paredes de ladrillo

Nikos, uno de los albañiles que está arreglando la terraza del piso, le dice a Ida que: “Cada uno de nosotros tiene una sola casa en la vida”. Para Nadia Terranova: “En la novela hay dos significados de la palabra casa. Por un lado está el bien inmobiliario y tal vez sí, todos tenemos uno en la vida, incluso aunque hayamos vivido en muchos, hay uno que destaca cuando pensamos en la palabra de un modo profundo. Por otro lado está nuestro hogar, donde nos recomponemos. Yo me siento como en casa, en paz, en los cementerios. Frente a la tumba de mi padre me siento en paz, triste pero en paz”.

Utilizar una casa como escenario esencial en una historia es un recurso habitual en la literatura. En el género del terror o el misterio por supuesto, pero también en las sagas familiares. El punto de encuentro en el que ocurren las cosas que después serán recuerdos o que sirve de eje para la trama. Los personajes viven allí, la recuerdan o la echan de menos. Allí se guardan las respuestas a las dudas, las llaves a las cajas fuertes de los secretos, se mantienen las paredes que servirán de refugio. Habrá personajes que no quieran volver, otros que se pasen allí la vida y otros a los que les duela dejarla.

En esta línea se encuentran los protagonistas de La casa de Paco Roca (Astiberri, 2015). Un año después del fallecimiento del patriarca,

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Viñeta de “La casa” de Paco Roca

los tres hermanos se reúnen para arreglar la segunda residencia de la familia y ponerla en venta. Ese chalet, que su padre construyó a mano junto a los niños y su mujer, evoca buenos recuerdos de todos ellos, que salen a la luz mientras limpian, pintan y reparan. Durante esos días también sale a la luz algún trauma enquistado y viejos rencores, pero sobre todo llegan a una conclusión necesaria: aquel había sido el auténtico hogar de su progenitor. Y duele despedirse de los lugares que fueron importantes.

La protagonista de Las posesiones, la novela de Llucia Ramis publicada en Libros del Asteroide en 2018 comparte ese sentimiento, cuando la familia decide vender la casa de los abuelos. Can Meixura era para ella “el lugar exacto en el que empiezan mis recuerdos, paraíso perdido al que no podré regresar” y perderla “me dolía como si me hubieran arrancado un brazo o se hubiera muerto un ser querido –de hecho, todos morimos un poco, fue como malvender nuestro pasado–”. Sin embargo, esa transacción inmobiliaria viene seguida de la herencia de otra casa de campo que pertenecía a sus otros abuelos para alegría principalmente de su padre. Lo que no se imaginaba era lo que esas casas habían o iban a afectar a su familia.

Todas las historias de la familia Cazalet, escritas por Elizabeth Jane Howard (cinco volúmenes, todos publicados en España por la editorial Siruela. Traducciones de Celia Montolío y Raquel García Rojas) pasan en algún momento por Home Place. Es el punto de encuentro de los personajes y refugio tanto físico como emocional de todos, porque pese a todo lo que pueda suceder, es un lugar feliz. Y también reflejo de cómo evoluciona la posición de esa familia inglesa de clase acomodada en la sociedad de la primera mitad del siglo XX.

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Home’s Place, residencia de la familia Cazalet (portada edición francesa de “Los años ligeros” de Elizabeth Jane Howard)

Más o menos por dicha época, aunque con un espíritu bastante más afilado que el de los casi inocentes Cazalet, los Radlett –el seudónimo que Nancy Mitford le puso a su familia a la hora de retratarla en A la caza del amor (Libros del Asteroide, 2017. Traducción de Ana Alcaina)– se reunían en su casa de campo de Alconleigh. “Cuando era niña pasaba las vacaciones de Navidad en Alconleigh; era una constante en mi vida y si bien algunas de ellas pasaron sin pena ni gloria, otras estuvieron marcadas por sucesos violentos y adquirieron un carácter propio”, explica Fanny, el personaje encargado de contar las disfunciones del clan. Más tarde será la mansión de los Hampton donde tendrán lugar los enredos de las Mitford/Radlett en la secuela Amor en clima frío (Libros del Asteroide, 2012. Traducción de Miguel Martínez-Lage).

Jonathan Frazen también le dio una casa de la discordia a los Lambert, ese clan que protagoniza su famosa novela Las correcciones (Salamandra, 2012. Traducción de Ramón Buenaventura). Una vivienda de tres plantas en el barrio residencial St. Jude que solo la madre quiere conservar y que, según su hijo Gary: “se está cayendo a pedazos y pierde valor cada día que pasa”. Un detonante de problemas y buen ejemplo de esos personajes que están locos por deshacerse del inmueble que detestan.

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Algo parecido le pasa a Marianne, la protagonista femenina de la novela de Sally Rooney Gente normal (Literatura Random House, 2019. Traducción de Inga Pellisa). Aunque en esta historia las casas en sí mismas no son determinantes –al menos de manera evidente–para la historia, son el escenario en el que mejor se refleja la clase social a la que pertenecen cada uno de los protagonistas. Ella, que vive en una mansión y él, que reside en una sencilla casa proletaria que comparte con su madre. Sin embargo, Connell tiene un hogar al que puede regresar mientras que la casa de Marianne supone un infierno que no quiere ni pisar.

La casa de Celia está en Madrid, pero la Guerra Civil la obliga a moverse a diferentes ciudades huyendo del hambre y de los bombardeos en las páginas de Celia en la revolución (Renacimiento, 2016). Su verdadero hogar está en el barrio de Chamartín, donde se imagina viviendo con sus hermanas pequeñas y su padre cuando todo termine. “En el hall, que es grande y tiene grandes sillones, está aquel barco que mis padres encargaron cuando yo era chiquita.. Arriba los dormitorios… mi cunita de niña, los cuadritos que yo pinté calcándolos con papel de seda de las ilustraciones de un libro…¡El armario caoba de mamá!”, dice al entrar. La casa familiar a la que sería un regalo volver, algo que no depende de la voluntad del personaje sino del bando que gane una guerra. El ejemplo más cruel de todos.

https://www.eldiario.es/cultura/vuelta-casa-familiar-escenario-recuerdos-conflicto-alimenta-ficcionliteraria_1_6297843.html

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“No tenemos autoridad sobre el deseo: solo podemos elegir entre complacerlo o no”

Por Aloma Rodríguez (Letras Libres, 2020)

Adiós fantasmas (Libros del Asteroide, traducción de Celia Filipetto), de Nadia Terranova, está protagonizada por Ida, que escribe historias para la radio y cuyo matrimonio es fuerte aunque no haya deseo. La novela comienza con la llamada de su madre para que acuda a la casa de su infancia para ayudarla con las obras de reparación de un tejado antes de venderla. La vuelta a casa es la vuelta al pasado y a todas las heridas que quizá nunca se cerraron: la desaparición del padre, la incomprensión entre madre e hija, el alejamiento de su amiga de adolescencia. Está todo eso, y también la sombra del suicidio y la tragedia acechando en cada esquina de esta novela sobre el peso del pasado.

Ida, protagonista y narradora de la novela, vuelve a la casa de su infancia para ayudar a su madre a arreglarla. Pero lo que lleva tiempo en ruinas es también su relación con su pasado, y con su madre. ¿Quería hablar de nuestra relación con los episodios más dolorosos de nuestra vida?

La relación con el dolor siempre es conflictiva: sentimos dolor cuando lo recordamos, pero también alivio porque ha pasado; aunque no lo hayamos dejado ir, igualmente se ha pulverizado; el tiempo pasa

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Foto: zurnal.pravda.sk

aunque no queramos, aunque dentro de nosotros sea inmóvil. A menudo he sentido una distancia enorme entre el presente que corría y un pasado que se quedaba, inmóvil, dentro de mí, en ese caso no se puede hacer nada, solo vivir los altibajos como si estuvieras en un columpio.

Ida está marcada por la desaparición de su padre, la vuelta a casa es la vuelta a esa herida. uno de los objetivos de ida es recuperar una caja en la que guarda las reliquias de su padre…

Dado que Ida ya no tiene el cuerpo de su padre, sobre el que llorar, el único cuerpo que tiene es la caja con aquello que le recuerda a él. Tendrá que hacerle un funeral a esa caja, no para liberarse sino para enterrarlo, hacerle una tumba.

La vuelta a casa es una vuelta al pasado, pero también a una ciudad que ha dejado de ser la de ida. Ahora instalada en roma, vuelve a messina, su ciudad, que es a su vez una ciudad cargada de pasado: “treinta siglos de historia nos permiten contemplar con soberana piedad algunas doctrinas de allende los alpes”. ¿Cuál es la importancia de esa ciudad en la novela?

Esa inscripción es de la época fascista y por lo tanto habla de la manera que tuvieron los regímenes totalitarios de contar el pasado, idealizándolo, convirtiéndolo en algo puro. Pero el pasado nunca es puro y el camino de Ida va en dirección opuesta, es un camino hacia la verdad y la complejidad.

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A partir de ese punto de partida se disponen varios temas en juego: la memoria y la relación con el pasado, pero también con el dolor de los demás, como se ve en el reencuentro con su amiga o con la historia trágica que le cuenta nikos. ¿El dolor propio funciona como antídoto del de los demás?

Nuestro dolor puede hacernos egoístas si no lo conectamos con el de los demás. Ida realiza un largo y decisivo recorrido de apertura de la mirada sobre el mundo que la rodea.

Otro de los asuntos centrales de la novela es la relación madre-hija. Ida, que es una hija sin hijos, dice en un momento que una madre es “algo de lo que no hay cómo protegerse”.

Elsa Morante se preguntaba quién se salva de la madre, visto que de otras mujeres nos salvamos solas… Es una escritora que amo y que creo que tenía razón. El amor de una madre puede hacerte sentir desnudo, es terrible y hermosísimo al mismo tiempo.

Foto: messinasportiva.it

El deseo es otro de los temas de la novela: el deseo perdido de la protagonista; el deseo perdido de su padre, a causa de la depresión, y el deseo vivísimo de nikos, a pesar de que su objeto de deseo haya muerto. ¿Qué es el deseo y por qué le interesa?

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No tenemos autoridad sobre el deseo: podemos elegir entre complacerlo o no, pero no podemos dejar de desear ni imponernos hacerlo. Y mientras seamos capaces de saber qué deseamos y qué no, estaremos vivos. El luto, la pérdida son formas vehementes del deseo.

Y más o menos relacionado con el asunto del deseo, está la entrada al sexo de ida, que es casi traumática o al menos poco deseable: en un coche con un hombre mayor sin que ella tenga el control de la situación…

Ella no lo vive como un trauma, así que no lo es. Para ella es simplemente la manera de medir su cuerpo, yendo más allá del límite imaginario de la protección paterna que no tiene. Pone en práctica una pregunta: ¿somos cuerpo o tenemos un cuerpo?

El padre de ida tenía una depresión bastante severa, eso le sirve para explorar el tema de la salud mental, que es un tabú, como se ve en la novela.

Aún hay muchos prejuicios sobre la depresión, es una enfermedad en la que se tiende a culpabilizar al enfermo: estás enfermo porque no eres capaz de ser feliz, de salir adelante. Pero no es así, y eso no hace más que complicar las cosas y empeorar la situación.

https://letraslibres.com/libros/entrevista-con-nadia-terranova-no-tenemos-autoridad-sobre-el-deseo-solopodemos-elegir-entre-complacerlo-o-no/

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