Artforartsshake #7

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grande, pero las águilas pescadoras movían sus blancas cabezas en señal de reprobación, porque era una vergüenza que alguien al que se le daba el privilegio de morir dignamente se pusiera hecho un loco. El perro tullido, el único que tenía derecho a asistir al espectáculo pidió silencio. Clavó su único ojo en el ser y después miró a toda la audiencia. “Este espectáculo”, dijo, señalando con la única pata que podía mover, “es una cosa que pasa pocas veces en la vida. Yo he estado en la guerra, amigos, y jamás creí que podría volver para disfrutar de algo así. Así que, por favor, señor toro, adelante.” El toro inclinó su maravillosa testa y sin demasiada floritura, embistió al ser humano. Éste lanzó un alarido cuando el toro sacó el asta de entre las costillas. A continuación, fue el turno del elefante, que clavó la mano del humano contra el suelo, tan limpiamente que a penas salió sangre. El público estaba como loco, y el toro y el elefante no dejaban de hacer reverencias. Entonces salieron los osos pardos y la plaza por poco se vino abajo. El oso pardo puso en pie al humano, que casi había perdido el sentido, y lo obligó a bailar, después, el oso panda le sacó un ojo y el oso polar puso dentro un poco del olvidado petróleo. Los koalas salieron a continuación e hicieron al humano comer periódicos impregnados en gasolina. El público no podía dejar de reír. Una cebra le comentó a un cocodrilo que era el mejor show que había visto jamás pero el cocodrilo discrepaba y por poco se da un altercado en las gradas, menos mal

que la jirafa puso paz. Apareció en escena el rinoceronte, uno muy anciano que casi no podía ni con su cuerno. El orangután tuvo que sujetar al humano para que el rinoceronte, pobre de él, le ensartara el estómago. Los hurones estaban indignados, el humano ya estaba inconsciente y sus crías no dejaban de lloriquear en el tanque. “¡Ésto es un robo!”, bramó la tortuga terrestre. “Yo he venido aquí por el espectáculo. He pagado”, comentó una serpiente. Entonces una rana diminuta y muy amarilla se posicionó sobre la cabeza del ser y dijo en voz muy alta: “Habrá que buscar a otro ejemplar. Éste no sirve”, a continuación restregó todo su diminuto cuerpo contra la piel lisa del ser humano, y éste, entre estertores, acabó por morir en la arena. El chico se despertó gritando, bañado en sudor. Miró el despertador, y se dio cuenta de que era por la mañana y de que llegaba tarde a clase. “Ha sido una maldita pesadilla, menos mal”, se dijo en voz alta, “no debí beber tanto anoche”. Se encontró a su gato por el pasillo, que le ofreció una mirada de desprecio como nunca antes había hecho. “Ey chico, ¿qué te pasa, pequeño?” El gato maulló y se alejó de él, dándole la espalda. Luego volvió y se enredó en sus piernas. “Ten cuidado”, susurró. Claudia SP Rubiño

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