Textos de la segunda categoría

Page 1

I.E.S. ZIZUR B.H.I.

CERTAMEN LITERARIO. “Cuéntanos tu historia”

Textos Premiados SEGUNDA CATEGORÍA Primer Premio:

Miren Usunáriz Iribertegui (4º ESO)

Segundo Premio: Ainhoa Ayerra Urteaga (3º ESO) Tercer Premio:

Unai Olorón Vizcay (3º ESO)


A TRAVÉS DE SUS OJOS

Un sonido desagradable anuncia la llegada del metro a la estación. Me encojo sobre mí misma y apretando mi bolso con firmeza contra mi pecho cierro los ojos un momento y respiro despacio intentando mantenerme tranquila. O al menos aparentando estarlo. Segundos después una puerta de metal se abre ante mí y entro despacio, notando cómo las personas se empujan unas a otras a mi espalda. Camino unos segundos y me siento en el lugar de siempre, junto a él. –Buenos días, Juan. ¿Qué tal te encuentras hoy? –Bien, como siempre, pero te noto nerviosa, Irene. ¿Qué te ocurre? ¿Un mal día? –Últimamente cada día es peor que el anterior, ya sabes.


Él no responde porque entiende que lo que necesito en ese momento no es su respuesta. Yo le observo agarrado a su bastón con la mirada fija en ningún sitio y siento lástima. Lástima de que haya nacido sin poder ver a nadie ni nada y de que muera sin poder hacerlo; y al mismo tiempo me alegra que, a pesar de todo, sepa sonreír todas las mañanas. Supongo que debería seguir su ejemplo... Yo estoy ciega en muchos otros sentidos. Recuerdo que conocí a Juan hace unos dos años más o menos. Era el mismo hombre cansado, anciano y optimista que es ahora. Cuando entré al vagón y lo vi allí sentado, solo, mientras la gente lo miraba con miedo o algunos incluso con asco, decidí que sería su amiga. Y ha sido así, al menos hasta ahora. Poco a poco fui descubriendo que era sencillo hablar con él y permanecer a su lado en silencio, y que sus consejos eran mejores que los de cualquier psicólogo, médico o algún otro experto de esos que cobran tanto. –¿No te bajas donde siempre? Su pregunta me devuelve a la realidad y un ligero escalofrío recorre toda mi espalda antes de responder. –No. Hoy tengo que hacer... algunas cosas antes de ir a las clases. Me bajo en tu parada. –Me alegra oír eso. Tendré compañía durante un rato más. –No sé si soy una buena compañía. –No te preocupes porque, por ahora, no tengo ninguna mejor que la tuya. Sonrío agradecida sabiendo que podré estar calmada antes de... Bueno, al menos lo estaré durante más tiempo. Me entretengo durante un rato mirando por la ventanilla y descubro pequeños detalles –no tan pequeños en realidad- en los que nunca me había fijado. Un graffiti enorme que reluce en la oscuridad, el sonido lejano y precioso de un violín, un niño que desliza cuidadosamente su mano en el bolsillo de un elegante señor esperando encontrar algo que valga la pena, un gato negro algo desorientado que me mira fijamente... Me paro a pensar en todo lo que me he perdido, en todo aquello que he pasado por alto y que de ninguna forma va a regresar a mi. Entonces el metro se detiene por última vez. Me levanto del asiento y agarrando a Juan del brazo bajamos los dos juntos y nos dirigimos hacia la salida. Ambos sabemos que estamos en el exterior en cuanto notamos el calor del sol y el bullicio de los coches a nuestro alrededor. Paseamos juntos durante media hora hasta que nuestros caminos se separan en un pequeño cruce. –¿A dónde vas hoy, Irene? –me susurra mientras me despido de él.


–A ningún sitio que valga la pena, Juan. –Todavía no conozco sitios así. Algún día, si tienes tiempo, me llevas contigo. Me acerco aún más a él y lo abrazo con fuerza, sabiendo que va a quedarse sorprendido puesto que no lo abrazan muy a menudo. Pero yo sé de sobra que se lo merece y que yo lo necesito. Tras un último adiós me alejo deprisa en la dirección en la que tanto tiempo llevo pensando. Pasa aproximadamente una hora antes de llegar a mi destino. La ciudad entera tras de mí parece casi insignificante. Dirijo mi mirada al frente, encontrándome de golpe con un campo verde que parece extenderse hasta el infinito, que hace que me sienta desgraciadamente pequeña. Cierro los ojos despacio y veo cómo en mi mente se repiten las imágenes, esas que llevan meses torturándome... Mis padres, mi hermano y yo estamos dentro de nuestro coche. Todos sonreímos. De pronto, un enorme camión salido de la nada se encuentra frente a nosotros. Sé que mi padre intenta desviarse o girar pero es tarde. Escucho el grito de mi madre y siento el miedo en los ojos de mi hermano pequeño. Intento sujetarlo, cubrirlo con mi cuerpo pero algo golpea mi cabeza y todo queda oscuro. Despierto en una habitación blanca, pequeña, rodeada de médicos y enfermeras. Alguien comienza a hablarme aunque no entiendo bien lo que dice. Acaban de operarme, he sufrido un accidente y mi familia... No han podido hacer nada por ellos. En cuestión de segundos todo se vuelve negro de nuevo. Giro la llave y tiro del picaporte para que la puerta se abra. Reconozco el salón de mi casa. Echo un vistazo a todas las habitaciones, a la cocina, a los baños... Pero sé que falta algo. El piso está vacío. Estoy sola. Abro mis ojos, húmedos e intento apartar todos esos recuerdos de mi cabeza pero soy incapaz de hacerlo. En realidad, estoy segura de que nunca seré capaz de hacerlo. Y esa es la razón por la que estoy aquí y ahora en este lugar. Porque mi vida acabó el mismo día en el que acabaron las vidas de mis padres y de mi hermano. Mientras mis pensamientos me paralizaban mi mano se ha deslizado al interior del bolso. Y esa es la razón de que esté sujetando una pistola que apunta directamente a mi estómago.


Mis dedos agarran débilmente el arma cuando escucho el grito de alguien. –¡Irene! ¿Estás aquí? Mi dedo índice aprieta el gatillo con fuerza y el eco del disparo resuena por todas partes. Reconozco a Juan acercándose a mí intentando por todos los medios no caerse, porque sabe que si lo hace no podrá levantarse sin ayuda. Algo parecido a lo que me ha ocurrido a mí. Me caí y no encontré nunca la manera de ponerme en pie. –¡Irene! –este grito es mucho más fuerte que el anterior. Aquí estoy –mi voz es apenas un murmullo. Noto cómo algo fluye, saliendo de mí, tiñéndome la camisa de rojo. Intuyo que mi cuerpo no va a aguantar mucho más cuando alguien me aferra la mano con fuerza. Es Juan otra vez, que ha conseguido llegar a mi lado. Siento que llora y escucho cómo me anima diciéndome que voy a salir de esta, que sobreviviré... Pero sabe tan bien como yo que no es verdad. Ha llegado tarde, de la misma forma que fue tarde para ellos, para los míos. Pero yo no quiero que para él sea así, porque, aunque esté ciego, ve todas esas cosas bonitas de la vida que los demás no vemos, y esa es la razón más grande que tiene para seguir adelante. Él ve cosas que yo llevo tiempo sin poder ver. Espero que sepa entenderlo. Intento decírselo pero no logro pronunciar ninguna palabra, no sale nada de mi boca. Y lentamente cierro los ojos, quedando más ciega de lo que nunca he estado.

Miren Usunáriz Iribertegui



QUERÍA

¿Os preguntaréis de qué quiero hablaros verdad? Bueno, voy a contaros mi historia, pero desde el principio, sin dejarme ni un solo detalle. En realidad, mi familia nunca ha estado muy unida. Desde pequeñito, me he sentido siempre solo. Cuando todavía no tenía un año, mi padre nos abandonó. Mi madre murió al dar a luz a mi hermano pequeño. Así que siempre he sido una especie de niñera. Aunque por lo menos he conocido a mis padres a diferencia de mi hermano. Pero lo peor de todo es que, en aquellos tiempos, el mundo era cruel y nadie ayudaba a los demás. Mi hermano Jacobo y yo vivimos juntos once o doce años. Después, él desapareció. Jamás volví a saber de él, a pesar de pasar muchos años de mi vida intentando encontrarlo. Todo era muy duro, y yo en aquel entonces solamente era un crío de trece años sin un hogar en el que poder dormir. Pero poco a poco, aprendí a valerme por mí mismo, y llegué a ser lo que hoy sigo siendo.

Me dedicaba a lo ilegal, sí, robaba, robaba todo tipo de objetos: monederos, pulseras, collares, billetes, etc. Robaba todo lo que me encontraba en el bolsillo en que había metido la mano. Pero eso era gracias a las habilidades de mis dedos. Llevaba tanto tiempo dependiendo de ellos, que ni siquiera ellos mismos recordaban cuándo habían aprendido este oficio. Y jamás me pillaron, hasta aquel día en el que cumplí mis diecisiete años, el dieciséis de marzo de 1911.


Ocurrió esa mañana, cuando se celebraba una feria en un pueblo de al lado. Los autobuses no paraban de salir y entrar con nuevos pasajeros. Todo el mundo iba a la feria, y yo presentía que aquel día iba a ganar muchísimo dinero. Pero definitivamente, estaba muy equivocado. Me monté en el autobús y, al ver que había muchísima gente, decidí ponerme manos a la obra desde el principio. Nadie prestaba atención a sus cosas y solo se preocupaban de hablar sobre lo que iban a hacer ese día. Encontré al hombre perfecto, parecía que tenía bastante dinero y no dudaba de que llevaría el monedero lleno. Pero cuando fui a meter la mano, noté cómo alguien me agarraba de la otra. Me giré rápidamente y me quedé paralizado. Quién me había agarrado había sido una joven con un vestido rojo y, por la cara que puso, deduje que me había visto intentar robar. No sabía qué decir ni qué hacer, y el pánico me impedía hablar, pero justo cuando iba a comenzar, me tapó la boca y me dijo: - ¿Sabes? Eres demasiado guapo para desperdiciarte así. En la siguiente parada sígueme. Y entonces fue cuando ni siquiera supe qué pensar. No entendía nada. No sabía si seguirla o escapar, pero finalmente decidí acompañarla ya que ella acababa de perdonarme algo que podría marcar mi vida. Reconozco que esa decisión fue acertada. La verdad es que me lo he pasado bien estos años y siguen formando una parte importante en mi vida. Pero yo sigo prefiriendo no recordarlos. Aunque en fin, tengo que cumplir lo que he dicho y por eso, os voy a hacer un pequeño resumen de lo vivido. Aquel día nos pasamos todo el tiempo cogiendo autobuses. Por un momento, creí que ella quería volverme loco. Pero al final llegamos a un lugar silencioso. Todo ocurrió muy rápido. Estábamos en un prado desierto y todo se veía muy tranquilo desde ahí. ¿He mencionado ya lo suaves que eran sus manos? ¿Y lo bien que contrastaba la tez de su cara con aquel paisaje? En aquel momento me enamoré. De repente fue como si todo a mí alrededor me sonriera e hiciera que cada vez que ella hablaba fuese como si recitara un bello poema. Y el mundo me dio fuerzas para hacer lo que hice en ese momento. Pasaron dos años y medio, y mientras yo creía que estaba con la persona que formaría parte de mi vida para siempre, sin que yo me diera cuenta ella fue distanciándose de mí. No confiaba en mí tanto como yo en ella, por lo que jamás me contó lo que le sucedía. La mañana del dieciocho de enero, cuando llegué a su casa con una rosa en la mano, me encontré con una nota encima del álbum de fotos que le había regalado hacía ya un par de meses por San Valentín. La nota estaba escrita por ella, y decía:

Miguel, Tienes que saber que me he marchado. Lo siento, jamás volverás a verme. Por favor, no me busques porque sería en vano. Llevo meses dándole vueltas a la cabeza y ya no aguanto más. Necesito irme lejos, muy lejos. Pero quiero que sepas que nada de esto ha sido por tu culpa, y que he disfrutado


mucho los años que he vivido junto a ti. Formas parte de mi vida. Hasta nunca y con amor, Sofía


Salí corriendo. Mi mente no era lo suficientemente valiente como para lograr entenderlo. Quería llegar a casa y romper a llorar, como jamás antes lo había hecho. Quería olvidarme de todo, de ella, de su perfume tan maravillosamente dulce y de su sonrisa. Quería que mi vida acabase de darles a todas mis historias el punto y final con despedidas como esa. Ya eran cuatro; mi padre, mi madre, Jacobo y ahora Sofía. Quería morir. En aquel instante terminé de descubrir que el mundo no estaba hecho para mí. Quería gritar, desahogarme y secarme por dentro de tanto llorar. Pero sobre todo, quería a Sofía. La quería aquí conmigo por encima de todas las cosas. Quería entenderla y volver a vivir mil historias más como esa en su compañía. Y entonces recordé, aquel momento tan lejano en ese prado, donde me enamoré perdidamente de ella.

Ya han pasado casi quince años desde que desapareció ella de mi vida. A veces, simplemente intento no nombrarla para fingir que no me importa y que lo he superado. Pero yo sé que no puedo engañar a nadie, y menos a mí mismo. La quise, la quiero y la querré siempre.

Ainhoa Ayerra Urteaga


MISTERIO EN LA SOMBRA

El padre Juan abrió la puerta de la iglesia a las cinco de la mañana, como de costumbre, para que el resto de los sacerdotes que vivían con él en aquel retiro, entraran para cantar maitines.

Aquellos diez sacerdotes, apoyados por el obispo de Pamplona, habían aceptado la propuesta llegada de Roma, desde la misma sede del Vaticano, para la misión secreta que debían llevar a cabo en aquella montaña a más de 2000 metros. Era el lugar perfecto para instalar las antenas parabólicas que el Vaticano necesitaría para llevar a cabo la investigación astronómica que la iglesia no se había atrevido a poner en marcha en sus 2000 años de vida. Efectivamente, el Papa y con él todos y todas las altas autoridades de la iglesia querían averiguar si estábamos solos en el


universo, o si, por el contrario, otros seres de igual o mayor inteligencia lo compartían con nosotros. Durante 2000 años la iglesia había conseguido acumular unas riquezas que en aquellos momentos la convertían en una de las instituciones más poderosas e influyentes de nuestro mundo. Por eso decidió que había llegado el momento de destinar gran parte de lo que poseía a impulsar la investigación científica, pero existía el problema de que no podía hacer público este proyecto de búsqueda de otros seres inteligentes en otras galaxias. Los Dogmas en los que se basaba la enseñanza religiosa chocaban frontalmente con las nuevas líneas de investigación científicas del momento. Si la iglesia llegaba a descubrir otros seres en el mismo universo, caería la principal idea de la religión: que el ser humano es el único ser inteligente creado por Dios y que sólo al ser humano se le había concedido el poder de dominar todo. Por eso la iglesia debía mantener oculta su investigación y para ello seleccionó a los mejores científicos que eran sacerdotes para instalar en aquella alta montaña la estación científica que debía llevar a cabo los planes establecidos.

Cuando el padre Juan abrió la puerta dos sombras cruzaron rápidamente frente al altar, la luz de la luna, que era la única luz que iluminaba aquel monasterio por la noche, fue la que le permitió darse cuenta de que alguien ajeno a su retiro había entrado y que buscaba algo más que la paz que reinaba en el monasterio. Enseguida alertó a sus compañeros de retiro, tenían instrucciones precisas si la misión era descubierta. Debían desmantelar rápidamente toda la tecnología con la que trabajaban en su investigación y debían guardar en el lugar más inaccesible los datos obtenidos, incluso protegerlos con su propia vida, si era necesario. Llevaron a cabo todos los planes de retirada y comenzaron a buscar a las personas cuyas sombras había visto el padre Juan. La búsqueda se inició en el monasterio. Pensaban que esas dos personas habrían dejado huellas con las que podrían seguir su rastro. Las encontraron, pero las huellas tenían una extraña forma, no eran propias de un pie humano. Corrieron tras


ellas y, en un punto del camino que rodeaba el monasterio, algo les detuvo y con una fuerza extraordinaria les empujó y acabaron en el suelo preguntándose qué era lo que les había cerrado el paso. Mientras miraban asustados e incrédulos hacia la oscuridad intentando entender, un potente ruido y una luz cegadora apareció frente a ellos. Se trataba de una nave nunca vista por el ser humano.

Telepáticamente recibieron el siguiente mensaje :"Ni el más poderoso de los seres humanos ni la más poderosa de las fuerzas terrestres podrán llegar a entender el universo si los fines que persiguen no son nobles, altruistas, veraces y que estén dedicados al bien del universo. Pues ha sido borrado y nunca más será recuperado. El dios verdadero es el bien y no el poder."

Unai Olorón Vizcay


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.