Textos premiados bachillerato

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IES Zizur BHI

Certamen Literario (Curso 2014 – 2015)

Textos Premiados: Tercera Categoría

(Bachillerato)


Primer Premio. Leyre Oteiza. “A través del muro”

A TRAVÉS DEL MURO

Todo comenzó desde que tengo memoria, creo que desde que nací, hace 26 años, y nada ha cambiado. Sigo como siempre, encerrado entre las mismas vallas que me vieron nacer y que no se cómo podré cruzarlas. Quiero saber que más hay ahí afuera esperándome y conocer a más personas que las que estamos aquí adentro. El jefe siempre nos dice que somos demasiado especiales e inteligentes como para salir de Oia y que aquí nunca nos pasará nada. Oia es precioso, con pequeñas casas blancas de techos azules, grandes colinas por las que solemos andar en bicicleta en primavera, un pequeño colegio entre un molino de viento y la iglesia. También hay una gran cantidad de escaleras para poder pasar con más facilidad de una casa a otra, ya que cada uno tenemos una, sin tener que compartirlas. Las noches de otoño, desde el norte, traen suaves ráfagas de viento con olores salados y humedad, pero no sabemos más…. no vemos más allá de estos terribles muros. Mi casa no tiene muchos muebles, bueno, ni la de nadie aquí. No nos hacen casi falta, y todo lo compartimos. La mayor parte del tiempo la pasamos juntos en una sala ya que no llegamos al centenar de habitantes. Además, las nuevas incorporaciones en Oia son muy pocas, casi nulas. Se nos hace imposible jugar porque siempre que lo hacemos empatamos, así que sólo esas nuevas incorporaciones, y por un corto espacio de tiempo, hacen que la balanza se incline a favor de uno de los equipos. Otro de nuestros pasatiempos favoritos es descifrar qué hay al otro lado. De lunes a viernes nos hacen ir a la sala con los uniformes azul oscuro, que en cualquier caso, nos hacen parecer desgarbados. Dedicamos toda la mañana a realizar pruebas en ese edificio para valorar nuestro coeficiente intelectual y ver la mejoría que hemos experimentado tras las clases recibidas por la tarde. Una vez al mes, también nos extraen sangre, nos han dicho que quieren crear máquinas similares a nosotros. En algunos libros hemos visto animales, sin embargo, en Oia no existen….


Los sábados estamos obligados a practicar cualquier deporte que nos guste con el fin de liberarnos de la presión a la que estamos sometidos durante toda la semana. Yo llevo doce años jugando al voleibol, me encanta y me siento fuerte al golpear el balón. Además me da confianza en mí mismo. Una vez al mes jugamos un partido entre los dos equipos de Oia. El domingo todos vamos a la iglesia, es el único día que nos dejan vestir diferente, todos de blanco y con nuestras mejores trajes. Cada noche, suena la campana y a partir de ahí, debemos rezar nuestras plegarias y acostarnos. Yo estoy cansado de todo esto. No puedo vivir así. Soy muy consciente de que nos mantienen presos sólo con el fin de crear unas máquinas perfectas basándose en nuestra inteligencia superior. Pero 2015, por fin va a ser nuestro año, vamos a conseguir salir de aquí y descubrir todo aquello que hemos imaginando durante toda nuestra vida. Ayer, en la sala, comenzamos a preparar la huida. Los niños pequeños tienen miedo pero, vendrán con nosotros sin dudar. La idea fue de Adara, una chica dos años menor que yo, y con la que paso la mayor parte del tiempo. Pensó que la mejor forma de escapar sería por la noche, justo después de la campana, ya que todos estaban en sus casas. No podíamos romper el muro, porque lo escucharían y los guardias vendrían a por nosotros. Debíamos coger las palas del taller y usarlas para excavar. Esperaríamos al lunes, este sábado había partido y era lo único que nos hacía felices a todos los habitantes. El lunes empezó como cualquier otro, todos levantados a las siete, aseados y con el uniforme en dirección a la sala común. Primero, el desayuno y tras este, vuelta a realizar pruebas y estudiar. No podía concentrarme, y tuve que hacer un importante esfuerzo para realizar las pruebas. Luego la comida y por la tarde, a estudiar. Es en ese momento cuando aprovechamos para preparar la fuga: cuándo coger las palas, dónde y cuando encontrarnos…. Adara fue la líder en todo momento, ya que la idea había partido de ella. Pensó que el muro norte era el lugar idóneo para huir. Había oído que a partir de ahí se extendía un amplio bosque cubierto de grandes árboles que cubrirían nuestra huida. Nunca habíamos intentado nada así, teníamos miedo, pero todos necesitábamos saber qué se escondía tras los muros de nuestra prisión. A las siete, tal como habíamos quedado, todos estábamos en el ala norte del muro. Enseguida comenzamos a cavar y tras una larga hora, conseguimos hacer un hueco suficientemente ancho para poder pasar. A las ocho y media estábamos en el bosque ansiosos de ver todo lo que hasta ahora teníamos vedado. La luna llena nos servía de linterna y descubrimos, una playa enorme, tan bella, que no pudimos evitar sacar nuestros móviles de uso en Oia para fotografiar todo a nuestro alrededor.


Tras una larga noche de caminata, por fin, encontramos un pequeño pueblo donde pedimos asilo y comida. Nadie conocía nada sobre Oia y nuestra ropa sucia y cubierta de tierra no nos ayudaba. Nadie quiso darnos cobijo. Permanecimos sentados en la calle durante todo un día para ver si alguien se decidía a ayudarnos pero parecíamos invisibles. Volvimos al bosque. Ahí estuvimos durante unos días pero los animales y el hambre nos hicieron regresar a Oia, no sin antes despedirnos de la maravillosa playa que contemplábamos y que volveríamos a ver. Nos recogieron los guardias y, aunque esperábamos algún castigo, actuaban como si nada hubiese ocurrido. Tampoco tomaron más medidas de seguridad. Simplemente seguimos con la rutina. Nos dimos cuenta de que Oia no existía para el exterior y por lo tanto, tampoco nosotros. No teníamos posibilidades de subsistir fuera de los muros que nos rodeaban por lo que decidimos dedicarnos a partir de entonces a cuidar y a disfrutar de nuestros compañeros ya que era lo único que teníamos. Por supuesto, sigo jugando al voley y sólo espero que, en algún momento, mi entrenamiento haga que en lugar de empatar, como siempre, todos los partidos, ganemos sólo uno…El más Importante….

Leyre Oteiza


2ª Premio: Alejandro Reche. “Cómo conocí a la abuela”

CÓMO CONOCÍ A LA ABUELA

Estoy pasando mi tercera gripe perruna del año. Tengo los típicos síntomas: fiebre, tos, moco y además el famoso ladrido perruno. Como mis padres trabajan los dos en el ministerio, han tenido que pedir a mi abuelo que venga a quedarse conmigo. Mi abuelo es el padre de mi padre. El padre de mi madre murió en la primera gripe perruna. Es lo malo de las nuevas enfermedades. Podemos curarlo casi todo, pero por ese motivo han surgido nuevas y raras. De buscar las curaciones a esas enfermedades, se ocupan mis padres en el ministerio. Mi abuelo entra en la habitación con ese aire que tienen los abuelos. Parece cansado, mayor y un poco cabreado. Por lo menos mi abuelo siempre tiene esa pinta. Aunque a mí me gusta mi abuelo. -¡Que pasa “cabezón”! ¿Vuelves a estar malo?-mi abuelo me llama “cabezón”. Es el único que lo hace. Yo me llamo Lucas. Pero para eso es mi abuelo. -Si abuelo, estoy hecho un trapo- le digo mientras me sueno los mocos. -¿Y como se supone que vamos a pasar todo el día?-pregunta el abuelo sonriendo. -Empieza contándome otra vez aquella historia. -¡Otra vez “cabezón”!-mi abuelo siempre me dice lo mismo, pero a los dos nos encantan las batallitas. Y esta es la que más me gusta. Y mi abuelo comienza la historia: El alto mando llevaba dos semanas, planificando la invasión. Había comenzado la guerra por una simple tontería, como comienzan todas las guerras: “alguien dijo o dejo de decir”. Y nuestros mandatarios iniciaron una


guerra. Y ahora no se podía parar. “Así que la gente que manda” decidió que si conquistábamos aquel pequeño pueblecito, “ganaríamos una guerra”. La noche elegida para la invasión, se suponía que todo estaba muy bien planificado. Teníamos nuestros buques cerca de la costa. Nuestros aviones en un aeropuerto cercano. Todos perfectamente equipados. Habían decidido que la primera avanzadilla, no iría vestida con ropa militar. Vestiríamos ropa de civil, no querían levantar sospechas. Decidieron que un montón de jóvenes desconocidos paseando por un pueblo pequeño, no levantaría ningún tipo de sospecha. Irónico ¿verdad? Así que allí estábamos, de madrugada: sobre una playa con la luna llena sobre nuestras cabezas, después de que las lanchas nos descargaran. Con frio, despistados y bastante asustados. No todos los días muchachos de unos veinte años invaden algo. Todo debía de estar muy bien organizado. Pero como con los años aprendí, la vida siempre te da muchas sorpresas. La persona que se suponía que estaba al mando en aquella ocasión era el “tío Peter”. -“Cabezón” tu lo conoces como el “tío Peter”-el abuelo siempre aclara este punto, poniéndole mucho retintín- Aun que en aquellos tiempos nosotros le conocíamos como el teniente O’ Brian. Y de repente alguien no recuerdo quien, exclamó-¡hacia donde mi teniente!-el teniente miró a ambos lados de la playa sin saber muy bien que decir. Aunque no había llegado a teniente, por no saber reaccionar en las malas situaciones. -¡Que alguien me pase el mapa!-dijo con mucha autoridad. Todos comenzamos a mirarnos unos a otros. Todos con pinta de despistados. Haciéndonos gestos, murmurándonos y finalmente encogiéndonos de hombros. Después de tanta planificación, nadie en todo el alto mando, había recordado que era mejor planificar invasiones con mapas. Y allí seguimos unos minutos sin saber qué hacer. No podíamos volver atrás. No sabíamos hacia dónde ir. De pronto uno de nosotros comento:-Podríamos usar el GPS de los móviles. Otro revuelo: todo el mundo sacando el móvil de su bolsillo, buscando cobertura, activando el GPS y levantando los móviles al cielo como auténticos idiotas. Se sucedieron largas discusiones, entre todos nosotros: que como se llamaba el pueblo en realidad. Que cual era la ruta más rápida para salir de la playa. Que si era mejor atajar campo atreves, o ir por “la bonita” carretera


asfaltada que teníamos cerca. Que sería lo mejor, que llamaría menos la atención o que sería más raro, si alguien nos vería. Dos horas después de nuestro desembarco, cuando nuestro teniente consiguió imponer autoridad y orden, un grupo de muchachos salió de la playa, caminando con paso decidido hacia nuestro objetivo: un pequeño pueblo en medio de ningún lugar. Dimos gracias a Dios, por no decidir atajar por el campo, dimos un rodeo para entrar por la montaña. De no haber dado ese rodeo, nos hubiéramos encontrado con una enorme valla, que delimitaba el pueblo con el campo, para separar a sus habitantes de la zona de caza. Al amanecer ya habíamos entrado en el pueblo, nosotros esperábamos encontrar algo de resistencia por parte de lugareños. Nos habían hablado del enemigo: gente hostil, agresiva, inculta e incluso sucia y cabreada. ¡Qué sorpresa nos llevamos! El enemigo no era lo que nos esperábamos. No eran hostiles, ni agresivos y mucho menos incultos o sucios. Era gente como la que nosotros estábamos habituados a ver, como nuestros amigos y nuestras familias. Descubrimos en aquellas primeras horas, una gente que nos acogió, nos alimentó y nos dio un lugar donde alojarnos. Se suponía que debíamos tomar el pueblo en los primeros días de nuestra invasión. Después enviaríamos un mensaje a los buques situados en la costa, para que el resto del ejército desembarcara. Pero en aquellos días del principio todo cambio. Fuimos poco a poco conociendo a los habitantes de aquel pueblo, creando amistades, haciendo planes. Hablando con ellos de su pasado y de su presente, todos nos fuimos dando cuenta de lo poco que nos apetecía comenzar una guerra o invadir nada. Cuando llegó el momento de enviar el mensaje al alto mando no lo hicimos. Preferimos establecernos en el pueblo y comenzar una nueva vida allí. -Abuelo, allí es donde conociste a la abuela ¿verdad?- yo siempre le preguntó lo mismo al abuelo. La abuela suele venir a casa mas tarde. -“Cabezón”, claro que aquí conocí a la abuela. Recuerda que esta historia es sobre este pueblo. Así que déjame continuar… En los meses siguientes, a la “no invasión” del pueblo siguieron muchas cosas: nuestro alto mando se cabreó. Nuestra nación y la supuesta nación enemiga, se cabrearon más. Fuimos noticia mundial. “como osaban un grupo de jóvenes soldados, tirar a la basura una guerra tan bien planificada” gritaban por todos los rincones. “¡Que se ha creído ese pueblucho!” decían los periódicos y las televisiones. Pero no nos importó, no importo lo que hicieran, no pudieron hacernos cambiar de opinión. Lo teníamos decidido: esto era lo que queríamos.


Con el tiempo resulto que nosotros teníamos razón. Tras años de una guerra entre nuestras dos naciones, en la que nosotros nos negamos a participar, solo nosotros quedamos en pie, para fundar una sola nación, con los restos de aquella guerra. Nosotros ganamos a pesar de todo. -¡Chicos! Ya he llegado- dice la abuela desde el piso de abajo. El abuelo y yo nos miramos y sabemos que ha llegado la hora de comer. La abuela siempre trae la comida. Siempre una comida que sabe que me gusta. Para eso es mi abuela. Además ella no me llama “cabezón”, ella me llama “su pequeño solete” que es todavía mucho peor. -¡Ya vamos abuela!-grito levantándome de la cama. -Querido, ¿te has pasado la mañana contando batallitas de la guerra? -¡Claro que no, por quien me tomas!- grita el abuelo con su vozarrón. El abuelo y yo nos hartamos de reír.

Alejandro Reche


3º Premio: Mirian Valencia. “Ugarit, ¿sol y luna?

“UGARIT”, ¿SOL Y LUNA?

No tengo constancia de cuando empezó todo. Por entonces tendría siete años y como sabréis un niño con esa edad apenas nota los problemas y no hace otra cosa que jugar con sus amigos. Yo tenía muchos amigos con los que jugaba al escondite por todo el pueblo, Ugarit (Siria), en cuya parte sur había una preciosa y dorada playa del mar Mediterráneo. La mayoría de los domingos iba allí con mis padres y mis dos hermanas mayores a merendar, sentados en una toalla gigante, que había cosido mi madre. Pasamos muy buenos momentos, en los que me recuerdo con una sonrisa en la cara y siendo realmente feliz. Chapoteábamos en el agua, hacíamos castillos de arena y corríamos de un lado a otro como si los problemas no existieran. Vivíamos en una pequeña, pero cómoda casa en la parte norte y más alta del pueblo, situada cerca de una fuente a la que todas las mañanas tenía que ir para coger agua en un cántaro y llevarla a casa. Allí siempre coincidía con Sira, una niña de mi edad que vivía en la parte sur del pueblo, con la que comencé a tener una relación de amistad, una amistad especial y muy bonita. Nos entendíamos perfectamente y siempre le acompañaba a su casa para ayudarle con el cántaro. Ella era muy simpática y alegre y cuando se reía, sus ojos brillaban como el sol. Nos contábamos todos nuestros secretos y confiábamos el uno en el otro. Pero a partir de un día ya no volví a verle. Supuse que estaría enferma, pero los días pasaban y no tenía noticias de ella. La vuelta a casa con el cántaro se me hacía eterna, la echaba mucho de menos. Uno de esos días, al llegar a casa, noté a mi madre y a mis hermanas muy alteradas y preocupadas. Al lado de la puerta había cuatro maletas y la


cocina estaba desierta. Yo me preguntaba que estaba pasando, pero sin ninguna explicación, mi padre nos llevó a casa de mi tía. Era una casa que estaba más alejada y un poco escondida y recuerdo que mi padre nos dijo:”Aquí estaréis a salvo. Cuidaros”. Me sentía desconcertado, perdido y mi madre no paraba de llorar. Cuando llegó la hora de que mi padre se marchara, nos dio un beso a cada uno con unas lágrimas en la cara como si fuera la última vez que nos vería. En realidad, tenía razón. Durante unos días, me mantuve cerca de mi madre sin hacerle ninguna pregunta, tan solo observando y consolándole. Pero una noche después me desperté de madrugada al oír unos disparos. Asustado corrí a la cama de mi madre y la encontré llorando. Entonces es cuando me contó lo que estaba pasando: -Hijo, esto no es fácil… Resulta que hace muchos años hubo enfrentamientos entre gente del pueblo por tener diferentes ideologías sobre si el líder es la luna o el sol. Aquello acabó en nada, pero ahora el conflicto se ha retomado. Tu padre está metido en todo esto con el resto de hombres de la parte norte del pueblo, defendiendo al Sol y tengo miedo…-me dijo temblando mientras no se paraban de escuchar disparos y gritos de gente. Este fue el momento en el que por primera vez fui consciente de la gravedad del conflicto, en el que mi padre estaba metido tratando de defender su postura sobre que el sol está por delante de la luna, siguiendo el ejemplo de mi abuelo ya fallecido. A los dos días, cuando el pueblo quedó en total silencio, nos enteramos que los que defendían la luna habían acabado con todos los demás (entre ellos mi padre). Fue una noticia horrible que me dejó perplejo y de la que nunca he sabido levantar cabeza. Pero esto no acabó con la muerte de muchos hombres, sino que los que vencieron la disputa, decidieron como humillación a los vencidos, rodear la parte norte del pueblo con vallas, impidiendo el abastecimiento y la comunicación. Tan solo podíamos vivir de aquello que producíamos y no encontrábamos ninguna razón para seguir viviendo. Vivíamos en una cárcel. Una noche de insomnio, decidí salir a dar un paseo con una linterna que había encontrado días antes en el desván de mi tía. Recorrí toda la periferia del pueblo que limitaba la valla intentando buscar alguna manera de saltar o de pedir ayuda a alguien. Pero no fue posible, la valla era altísima y tenía unos pinchos en la parte superior y era tan tarde que nadie andaba por allí. Justo cuando iba a girar para irme a casa, me fijé que había un trozo de valla que estaba levantada un poco. Intenté abrir más el agujero, pero era imposible, así que decidí volver a casa y pensar como abrirla. La noche siguiente conseguí una tenaza y sin que se enterase nadie repetí el camino de la noche anterior hasta el sitio del pequeño agujero. Allí,


aunque me costó mucho conseguí hacerlo más grande de forma que podía entrar y pasar al otro lado. De esta forma he estado viviendo hasta ahora, haciéndome pasar por uno más de la parte sur y pasando alimentos, materiales… a la parte en la que vivo. Todos los días me despierto a las seis de la mañana para que nadie me pille y cruzo la valla ya preparada para que no me haga arañazos como los primeros días y para que los guardias no se den cuenta del agujero. Un día cuando estaba entrando a una carnicería vi a Sira a lo lejos, muy guapa y bien vestida. Ella parecía feliz. Pensé en ir a saludarle pero por el miedo de que contara algo no me acerqué. Recordé nuestra preciosa relación y sentí un dolor muy grande en mi corazón, a la vez que no pude evitar que mis lágrimas mojaran mi cara. Aquella noche no pude dormir. Estuve toda la noche pensando en acercarme a ella y decirle cuanto la echaba de menos, pero el miedo a ser descubierto enseguida me hacía dudar de sí la idea era buena. Tras darle muchas vueltas, decidí que era mejor vivir arriesgando que no vivir prisionero de las vallas y medidas que nos habían impuesto. Que no merecía la pena seguir así y que arriesgar por Sira era mi decisión. Al día siguiente volví a verla, iba sola con su tinaja de agua, yo me acerqué y le ofrecí mi ayuda, ella se paró, se giró y al verme casi se le cae la cántara al suelo, sus ojos volvieron a brillar como el sol, como yo los recordaba. Ella pronunció mi nombre muy bajito, dejó el cántaro en el suelo y me abrazó llorando, me dijo que pensaba que yo y los demás niños del sol, habíamos abandonado el pueblo tras el conflicto o al menos eso les habían contado sus mayores. A ella le habían contado la versión del conflicto de los ganadores y a mí la de los perdedores, los dos comprendimos que en ambas versiones había cosas verdaderas, pero también otras exageradas o malinterpretadas y nos dimos cuenta de lo fácil que era generar un conflicto de consecuencias dramáticas, un conflicto creado por causas por las que no merecía la pena luchar. Desde ese día Sira y yo, nos reunimos frecuentemente y hablamos de nuestros secretos y esperamos que un día nuestros mayores entiendan que fue un error llegar a esta situación y podamos de nuevo juntarnos para llevar agua a nuestras casas sin ningún miedo y sin ninguna valla. Hoy, día 28 de julio y ya con veintiún años, veo desde lo lejos la celebración de aquellos que viven en la parte sur por la victoria contra la parte norte. Desde la playa todos sacan fotos a la luna con sus teléfonos móviles como símbolo de su victoria, playa en la que, antes del conflicto, todos disfrutábamos, y ahora con música de orquesta bailan y festejan su victoria, en honor a la luna, sin importarles que en el norte nosotros suframos nuestras vidas encerrados por una cruel valla...


Yo sigo intentando sobrevivir atravesando todas las noches ese agujero en la valla y soĂąando con que algĂşn dĂ­a todo vuelva a ser como antes.

Mirian Valencia


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