Textos premiados primera categoría 1º y 2º eso

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IES Zizur BHI

Certamen Literario (Curso 2014 – 2015)

Textos Premiados: Primera Categoría

(1º y 2º ESO)


Primer Premio: Elisa Oyaregui. “El faro de las sirenas”.

EL FARO DE LAS SIRENAS

“Se dice que la Santa María, la mayor carabela que formó la expedición de Cristóbal Colón, no llegó a su destino final, que naufragó en las costas de Cádiz. Y que se hundió con la mejor plata y tabaco traídos del Nuevo Mundo, tras una tempestad en la que el viento soplaba tan fuerte que podía mover más que cien molinos seguidos. Fue arrastrada hacia las rocas, se rompió en mil pedazos, y su tesoro se perdió en el fondo del mar. También dice la leyenda que ese tesoro está custodiado por sirenas pero por más que se ha buscado, nadie conoce donde naufragó la Santa María ni las coordenadas del tesoro”. Esto era lo que Tom leía aquella noche del 27 de noviembre del 2002 a la luz de la luna, en su casa, situada junto al faro. Tom, un chico británico, robusto, alto, de ojos azules y de cabello rubio, sustituía a Pepe el Farero, el único hombre que había soportado 45 años viviendo en aquella inhóspita costa, tan abrupta y misteriosa, en la que cada noche el viento arrastraba las voces perdidas de los marineros que naufragaron en ese mar. Pensativo y muy cansado, se fue a la cama. No podía conciliar el sueño: el cielo lo seguía en su insomnio, la luna brillaba pero, extrañamente, ni una sola estrella deslumbraba en el manto negro. Las olas golpeaban con fuerza el acantilado…. Y por la cabeza de Tom surgían preguntas sin respuesta sobre el misterio que poco antes leía. El sueño había desaparecido y decidió ir al faro. Crujían las escaleras bajo sus pisadas; se detuvo y oyó voces ahogadas que parecían venir de abajo. Recordó lo que contaban sobre voces de marineros ahogados y, muy asustado, subió corriendo el resto de los peldaños.


Cuando llegó arriba, buscó entre cajones, y al final, encontró el viejo diario del farero. Estaba lleno de preguntas y respuestas sobre la Santa María. Tom dedujo que los 45 años que el farero había estado trabajando allí también había estado buscando el barco, pero tan misteriosa era su desaparición que ni siquiera había descubierto donde naufragó. Pero algo más debía saber el farero, algo que no había escrito…Entre las páginas había un pequeño trozo de madera, muy desgastado, viejo en el que podía leerse: “Santa María”. Estaba enfrascado en la lectura hasta que la ventana se abrió de golpe. Un grito se oyó y creyó que sus tímpanos iban a estallar. Soltó el diario y bajó corriendo; se metió rápidamente en la cama y juró que nunca más lo volvería a abrir. Por la mañana desayunó y subió al faro. Creía que todo estaría desordenado, pero no era así. Todo estaba en orden y por mucho que buscó el diario del farero no lo encontró. Sentía que alguien le observaba en cada movimiento que ejecutaba. Se paraba y trataba de convencerse de que solo eran imaginaciones suyas. Un día, al mediodía, Tom había estado recogiendo la basura de la playa. Entre las rocas, pequeñas escamas doradas brillaban como el sol. Se acercó a verlas y cogió algunas. Estaban frías; se llevó unas cuantas para investigar de qué estaban hechas. Estuvo toda la noche intentando averiguar a que animal pertenecían pero no encontró ninguno. Descubrió que eran de oro puro. Se levantó a beber un vaso de agua por la sed que le produjo pensar tanto en el mar Dio un brinco al ver que en el vaso se hallaba una sirena que nadaba alegremente. Tenía cabellos rubios recogidos en una trenza, cola dorada y cubría con conchas su torso. Tiró el agua por el fregadero, y con prisa volvió a las rocas donde había encontrado las escamas. Se sorprendió al ver que había más que antes. Día tras día veía reflejada en el vaso a la sirena. Volvía a las rocas y encontraba más escamas. Un día adelantó su visita y entonces vio la figura que dejaba escamas sobre las rocas. Tom corrió y a medida que se acercaba, venía a su memoria la imagen del reflejo del vaso, la sirena. Al llegar, Tom vio el rostro de este mítico ser, que reflejaba una tensión insufrible. La sirena intentó sumergirse, pero era demasiado tarde, pues Tom sabía sus intenciones y la agarró de la mano bruscamente. La sirena intentaba soltarse. No la dejaría marchar si no le respondía sobre lo que ocurría en el faro, sobre los gritos y los reflejos. Le explicó que las sirenas no querían ser descubiertas porque las apresarían y comenzarían a estudiarlas en laboratorios,. No las dejarían en paz.


Por eso gritaban, para asustar a Tom y evitar que leyese aquel diario que contenía información muy valiosa sobre su especie. Le reveló que el oro de la Santa María lo utilizaban para fabricar sus escamas y por eso las sirenas eran tan longevas. Descubrieron el tesoro de la Santa María y decidieron custodiarlo. Pidió a Tom que no contase nada de esta historia y, a cambio, le daría lo que quisiera. Ese sería su pacto. Tom lo pensó bien y pidió a la sirena que le diera tantas escamas como para cubrir el faro y que cesasen los gritos y las voces. Quería cubrir el lucernario del faro con las escamas para que el brillo hiciese más intensa la luz y así los barcos viesen la costa aun en las mas terribles tempestades. La sirena, contenta con su petición, le trajo tantas escamas que Tom tuvo para recubrir el lucernario y mantenerlo los 10 años que trabajó allí.

Hoy en día, en el faro de Trafalgar ya no hay fareros y aunque ya la mayoría de escamas se las ha llevado el viento, todavía quedan pequeños restos de las sirenas de Tartesos, y del tesoro de la Santa María.

Elisa Oyaregui


Segundo Premio: Elena Sánchez. “ La ilusión de Heike”

LA ILUSION DE HEIKE

Las nubes, dulce algodón de azúcar teñido en un precioso tono rosado, viajaban veloces, surcan-do el cielo antes de acunar a medio mundo. A su lado caminaba su amor quimérico. Y aunque no se percataba de ello, su subconsciente le producía un dolor nauseabundo que le consumía los huesos como un ácido letal. A pesar de ello, Heike vivía en el interior de una cúpula impenetrable que la protegía de toda verdad, que le evitaba interpretar todas esas señales que no lograba ver. Recuerdos interminables abundaban en su mente a modo de mentiras, que la cegaban por completo. Esa silla, ese chillido característico suyo en el más mínimo balanceo, ese minúsculo cuarto subterráneo, esa microscópica gota de sudor que perlaba su frente cuando un haz de luz se abría camino por la rendija del techo de lodo. Todo ello llegaba y se proyectaba en su mente cada vez que cerraba los ojos, aquellos ojos cenagosos que tan bien se habían creado una ilusión realmente viva. Gritaba al cielo que la sacase de aquel lugar tan horrible. Llegó el día en que la silueta que acechaba en sueños cobró forma y vida. La desesperación era tal que creyó ver la sonrisa matutina de la muerte con las primeras luces de aquel día. Pero él apareció, la encontró. Otro judío. El chico era alto y famélico. Era apenas un par de años mayor que ella, y su pelo blanquecino estaba enmarañado. Sus ojos eran azules y marrones, con heterocromía parcial. Aquellos ojos tan pro-fundos la transportaban a un paraíso completamente diferente al que se pegaba a sus pies cada vez que lo miraba, desde el primer instante. La esperanza que él le transmitió le recorrió todo el cuerpo en un escalofrío que la llenó de adrenalina. Al fin una oportunidad.


Lástima que fuera únicamente la vaga esperanza de sobrevivir, la necesidad de una presencia, de algo más que oscuridad y susurros tenebrosos que procedían de los minúsculos animales que de no-che podían recorrer su cuerpo y succionar su sangre. Esa primera noche desde la llegada del esperanzador extraño, Heike soñó con el día en que la introdujeron en aquel escondite bajo tierra. La guerra había alcanzado su auge, y su familia, judíos, corría peligro en manos de la Alemania nazi de 1941. Vivían junto al faro de la ciudad de Rostock, pero debieron huir. Entre la tupidez de los bosques de la Baja Baviera, Heike y su familia trató de buscar refugio, y lograron formar una cavidad bajo el suelo donde permanecer mientras las zonas fueran registradas. La fortuna solo entabló una amistad con Heike; los demás de la familia corrieron otra suerte. Antes de morir, su madre la escondió en el agujero y la besó en la mejilla por última vez. Y el tiempo se encargó de que la pequeña Heike creciera y se enamorara profundamente de Timo. Sin embargo, su presencia y su cariño y su amor y su ayuda y su voz… Nada de eso sirvió para que los síntomas de Heike se erradicaran; de hecho, cada día fue a peor, hasta que la enfermedad se apoderó de ella, hasta que le ardían los pulmones al respirar, hasta que apenas podía moverse y dormía como si la realidad fuera el sueño. Aquellos días soñaba con su familia, mientras los brazos de Timo rodeaban su macilenta figura y trataban de mantenerla con vida. En cambio, llegó aquel día tan esperado. La muerte, nuestra querida amiga nazi, se acercó ajustándose las mangas de la camisa salpicadas en sangre, preparada para la serie de procesos fundamentales a seguir. Contempló el cuerpo inerte y examinó detenidamente su piel color hueso y las facciones que de algún modo pare-cían dibujarle una sonrisa. Sin embargo, Heike daba vueltas a lo que sería de Timo. Sabía lo que era encontrarse sola en el mundo. No podía evitar verter lágrimas a cada instante que pensaba en él, su ilusión. Todo habría si-do más fácil de afrontar si la perversa muerte le hubiera confesado que él no existía, que era pro-ducto de su imaginación. Pero no lo hizo, y Timo inundó los pensamientos de Heike... aún lo hace.

Elena Sánchez


Tercer Premio: Asier Monreal. “Todo comenzó aquella tarde”

TODO COMENZÓ AQUELLA TARDE

Todo comenzó aquella tarde en la que no parábamos de reírnos toda la cuadrilla. Después de jugar a pillar por la playa y tirarnos bolas torpedo de arena, nos tumbamos a contar historias y se nos hizo bastante tarde. Y fue entonces, cuando Mario nos contaba las andanzas por su pueblo, cuando ocurrió. De repente todo oscureció, la verdad nos quedamos bastante perplejos porque fue un atardecer de golpe y pensamos que quizás habían anunciado algún eclipse solar y no nos habíamos enterado, pero cuando aquella luz cegadora nos iluminó, supimos que aquello era otra historia. Todos nos quedamos paralizados buscando una explicación, aunque nadie dijo nada. ¿Sería la potente luz de algún barco? Pero ¿Por qué estaba todo tan oscuro? La luz cesó de brillar pero la oscuridad seguía aunque ya no era tan profunda. Todos nos miramos y empezamos a hablar nerviosos y asustados. Nadie se explicaba nada, extrañados e inquietos decidimos volver a casa, igual nuestros padres sabían que había podido ocurrir. Nos despedimos de Pablo, Iker y María y nos fuimos juntos los que vivíamos al otro lado del pueblo. Pero entonces fue, cuando empezamos a asustarnos de verdad y cuando no entendíamos nada de lo que nuestros ojos veían. ¿Dónde estaba el pueblo? ¿Mi casa? ¿Mis padres y mi hermano? Empecé a sentir un miedo terrible, espantoso. No había nada. En lugar de nuestro pueblo la oscuridad y la nada.


No entendíamos nada de lo que estaba pasando y Marta se echó a llorar, la calmamos un poco, aunque yo también podía haber llorado, pero no lo hice, preferí hacerme el valiente. -

Alguna explicación tiene que tener todo esto - Dije.

-

¿Y esa cual es? – dijo Miguel.

-

Ni idea, ha sido la oscuridad y esa luz – Contesté.

-

¿Y entonces, extraterrestres? – Dijo Mario.

-

No lo sé, pero lo averiguaremos - Dije ocultando el miedo.

Y comenzamos a andar, sin saber muy bien donde ir, buscando alguna prueba o algo que nos ayudase a averiguar qué es lo que pasaba. A lo lejos venían corriendo y gritando Pablo, Iker y María, igual de asustados como estábamos los demás. Por fin vimos a un hombre en la playa y corrimos hacia él para interrogarle, por un momento nos tranquilizo un poco saber que había alguien más allí aparte de nosotros. Al acercarnos nos dimos cuenta que era un anciano y que estaba bastante nervioso y alterado al vernos. -

¿Que hacéis aquí? ¿Por qué no estáis en vuestras casas? ¡Ya no tiene remedio ayudadme! - Dijo malhumorado.

No sabíamos que teníamos que hacer pero le seguimos corriendo. Era muy viejo y le costaba subir las escaleras del faro, nosotros íbamos detrás de él. -

¡La luz del faro está perdiendo fuerza subir rápido hasta arriba y bajar la palanca de metal que hay a la derecha o nos quedaremos aquí para siempre! - Dijo angustiado.

Así lo hicimos, todos juntos corrimos escaleras arriba y al llegar bajamos la palanca. El faro volvió a brillar de nuevo y también el atardecer regresó. Desde el faro vimos de nuevo nuestro pueblo a lo lejos. Parece que todo volvía a la normalidad. Por fin comenzamos a calmarnos. El anciano se volvió hacia nosotros y comenzó a contarnos la historia sobre lo ocurrido. Al parecer el 12 de Febrero cada diez años el pueblo y los alrededores se sumergen en una oscuridad absoluta. El faro es la única luz que existe durante ese momento, se pone en funcionamiento sola, como si la energía del espacio la encendiese. Solo este día, nunca vuelve a funcionar, es como si sustituyese al sol. El pueblo y sus gentes desaparecen, como si se trasladasen a otra dimensión, nuestras familias siguen con su vida


normalmente, sin saber que esto ocurre. Solo si te encuentras en el lugar exacto y ves la luz del faro, vives esta otra realidad. -

Hasta ahora yo como farero, era el único que conocía este secreto, pero quizás me estoy haciendo viejo y alguien busca que me sustituyan. Es muy importante que no se apague la luz, porque entonces puede que no regresaríamos nunca a nuestro mundo y nos quedaríamos aquí en esta otra realidad. - Dijo.

Nos despedimos del anciano, cansados y sin acabar de entender nada. Decidimos no comentar lo ocurrido con nadie, porque no nos iban a creer y nos iba a caer una gran bronca. Así que volvimos a casa cenamos y me fui a dormir. A la mañana siguiente, al despertarme, el sol que entraba por la ventana casi no me dejaba abrir los ojos. Me levante a cerrar las cortinas, pero ahí estaba brillando de nuevo el faro directo hacia mí. Se lo conté a mis amigos, pero a ellos no les había pasado nada de eso. ¿Me habrían elegido a mí como el nuevo farero?

Asier Monreal


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