CRÓNICAS CONFITADAS EN PANDEMIA

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Jaume Salat Orteu

CRÓNICAS CONFITADAS EN PANDEMIA

O como ser un trotamundos en tiempos de confinamiento

CRÓNICAS CONFITADAS EN PANDÉMIA

Jaume Salat Orteu

Primera edición: abril de 2023

© del texto: Jaume Salat Orteu

© 2023 Tushita edicions www.tushitaedicions.com info@tushitaedicions.com

Maquetació: Sir Gawain & Co

Cubiertas: Sir Gawain & Co, a partir de una idea del autor.

Impreso en: Romanyà Valls

ISBN: 978-84-126030-5-7

Dipòsit legal: B 7490-2023

Thema: FBA, WT, 1A, 2ADS

Ibic: FA, WT, 2ADS

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la su transmisión a través de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, a través de fotocopia, mediante grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Dedicadas a Tete, Arnau y a unos interlocutores que se comunican con la mirada y los gestos, mis canes, a quienes les he robado un tiempo para estar con unas hojas en blanco.

No escribo para agradar ni tampoco para desagradar

Escribo para desasosegar

Escribir, para mi, es un viaje, una odisea, un descubrimiento, porque nunca estoy seguro de lo que voy a encontrar.

Escribir es una forma de hacer el amor con las palabras y con la palabra contar otros amores.

Los ingredientes

PARA TI desconocido lector/a, mis mejores deseos y gracias por tener este libro entre tus manos. Te deseo, que lo que has aprendido en el pasado y lo que estás aprendiendo en estos momentos, en los que la pandemia ha puesto en valor la resiliencia, te sirvan para Superar la adversidad según la expone Luis Rojas Marcos. Además, el argumento de su libro te puede ayudar a descubrir, si a la capacidad de adaptación le añades valentía, esfuerzo, optimismo y unas dosis de sentido de humor, unas oportunidades hasta ahora adormecidas o no exploradas frente a un futuro incierto, inseguro, tecnológico, desigualitario y con millones de personas atrapadas en el umbral de la pobreza. No bastará con exhibir en la piel de tu cuerpo (no importa en qué parte) You’re so much more, ni tampoco Believe in yourself. El ser mucho más y creer en ti mismo habrás de demostrártelo. Pero no hagas de estas dos frases una pesada carga para que te ayuden a superar acontecimientos inesperados (esta vez, por una pandemia) y los que puedan venir, a posteriori, por motivos diversos. Es aconsejable tomarse las cosas, pienso, con cierta ligereza de autorresponsabilidad.

Virgilio, ya dijo, en el siglo i a.C., en La Eneida: “lo que ha de suceder, sucederá” pero, “la fortuna favorece a los audaces”. Lo que escribió el autor de la Eneida, también lo hace Jorge Bucay en su libro Déjame que te cuente, así lo interpreto yo, con otras palabras: “la fortuna no viene por jugar a la ruleta de la suerte, sino por la valentía en tomar determinadas decisiones”. ¿Decidirse o no? El poder está dentro de ti, nos dice Louise L. Hay, y en ocasiones, habrá que aprender a Reinventarse, según expone Mario Alonso Puig, para pronunciarse.

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PRÓLOGO

Así mismo, sí compartes lo que Séneca escribió en el año 49 d. C. en Sobre la brevedad de la vida, del ocio y la felicidad, que “es exigua la parte de vida que vivimos”, deberás accionar el Enjoy the now. Ejerciendo el “vivir el ahora”, cada nuevo día debe ser el mejor día del año. Y sí, a más a más, te dejas aconsejar por las Meditaciones de Marco Aurelio, escritas sobre el año 175 d.C., que nos sugiere que “aquello que no es bueno para la colmena, no es bueno para las abejas” te debería llevar a pensar en global para actuar en local y dar un sentido más a tu vida.

Antes de que empieces a leer estas Crónicas confitadas en pandemia, te quiero transmitir dos reflexiones: La primera, hay personas que sienten el ánimo de contar cosas, y no me refiero al ritual obsesivo, la aritmomanía, consistente en el impulso irresistible a contar objetos, números o cuántos peldaños tiene una escalera, sino a expresar las emociones mediante el arte. Sólo es cuestión de voluntad el llegar a decirlas, escribirlas, o darles forma en cualquiera de las manifestaciones artísticas existentes. Si eres una de ellas, te animo a realizarlas. Si eres de los que te gusta expresarte en movimientos (en el arte de la danza, antes que en palabras o materias) pues ¡baila tus sentimientos! No importa cómo te muevas, sino que te muevas, y mejor si lo haces conmovido/a. Y así mismo, esta es la segunda reflexión: Hay personas que tienen el deseo de conocer otros mundos, en los que también interviene la voluntad, osada o no, en salir de su espacio de confort. Estos nuevos mundos los pueden llevar a encontrar otros “yo”, que les aporten otros matices en la manera de entender las relaciones personales y, en definitiva, otras maneras de ser y de sentir. Pero, hay que tener predisposición a aprender, y a aprender lo que se pueda, a fascinarse por conocer más y no hace falta que se entienda, “yo” no lo hice, todo El Universo en una cáscara de nuez, según lo describe Stephen W. Hawking. Pero te animo a ello. En estos días de restricciones por la pandemia, he regresado a la memoria más que nunca, y rememoro recuerdos de

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VIAJES realizados, títulos de LIBROS que he leído y PELÍCULAS que he visto. A algunos y algunas, los menciono en estas páginas, para homenajear a estos tres pilares de mi formación humanística. Sin olvidar a los de El club de los poetas muertos, maestros y maestras que me enseñaron a leer, que despertaron mi ánimo a curiosear y a no “hescrivir cón faltas de hortografia”. Todos ellos son ingredientes indispensables para confitar estas crónicas.

En forma de diégesis, y sin ser como las Crónicas marcianas de Ray Bradbury ni unas narraciones como las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, parte de esta confitura son una colección de VIVENCIAS dispersas; peripecias que suceden en distintos momentos, en diversos escenarios y distantes entre sí, a dos de mis amigos, y también las relaciones que mantuvieron con un elenco de personas anónimas o que dejaron de serlo en lugares extraordinarios.

Para la elaboración de estas crónicas, he añadido a las andanzas de mis dos amigos, otros ingredientes que sine qua non resultan imprescindibles. Las he mezclado con unas cucharadas de HECHOS QUE ME SUCEDÍAN y CAVILACIONES QUE FLUÍAN, mientras recordaba las historias que había vivido, leído o visto. Y las he añadido a la narración.

Por otro lado, mientras esperaba noticias suyas, y su regreso a casa, a medida que iban pasando los días, las semanas y los meses, iba recibiendo alguna foto desde algún lugar en las distintas y distantes coordenadas geográficas de latitud, longitud y altitud. El lápiz de la mente, supongo que, para huir de la situación de confinamiento, miedo y desasosiego, no me permitía procrastinar por más tiempo las lecturas y las reflexiones sobre la imagen. Al verla, me inducía como a José Luis Sampedro, el hombre de La sonrisa etrusca, a Escribir para vivir tan pronto la recibía. Se que imaginar y exponer es arriesgado, no porque tema errar, sino porque supone atreverse a desmontar lo que Confieso que he vivido, como confesó Pablo Neruda.

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Espero haber encontrado el sentido apropiado de las palabras, pues he descrito pinceladas sobre los colores de la piel, las formas del cuerpo, las miradas, las maneras de ser y no he pretendido, en ningún caso, que mis descripciones personales confitadas, fuesen lacerantes, sino más bien, endulzantes y dulcificantes.

Antes de entrar a saborear las crónicas, dos apuntes. Uno técnico: avanzo que, en el silencioso diálogo con las imágenes, ese idioma de contrastes, he tenido en cuenta que todas fueron tomadas en modo visión panorámica. Y otro de actitud, mediante la observación intenté, no sólo leer el pasar de las cosas, sino también, detener “mi pasar por ellas”.

Siento que cuando la mirada carece de esa profundidad de atención, somos personas más hechas de carne en un cuerpo que sensibilidades en la piel, y no reflexionamos de forma precisa, sobre todo lo que somos, lo que nos rodea, sobre la manera en que aprendemos a comprender el tiempo y cómo nos expresamos en él.

Para terminar con los ingredientes de la receta y la elaboración de la confitura, pensé que debería añadir, en la cocción de las crónicas, unos gramos de ESENCIA personal. Es lo que la distingue de las demás y la hace única. Espero que ésta, quede patente al saborear las páginas de este libro.

Todos los ingredientes los he ido fusionando, removiendo bien con las PALABRAS, la materia prima principal, para llamar a Las cosas por su nombre como lo hace Yael Frankel, sin reservas. Sin eufemismos.

Muchas veces me había dicho a mi mismo, que todo está en las palabras que usamos. Ellas, pienso, limitan o amplían nuestro mundo y, al mismo tiempo, son las que nos permiten conocerlo. Opino qué, según el vocablo que vayamos a utilizar o un sinónimo de él, aparecería el poder de la palabra. Y me pregunté, ¿qué llegaría a transmitir? ¿Qué estimularía? Me emocionaba pensar que podía llegar a provocar un sueño conectando con los demás y, porque no, conmigo mismo. Y me llegó, a la memoria, que existen demasiados lugares en el

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planeta donde a las palabras se las encarcela. Las encierran. Las someten. Las enmudecen. Las prohíben. En algún lugar, como en la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, incluso las queman. Y, aún peor, en los últimos años prevalecen dos fenómenos relacionados con el lenguaje, uno es el valor de la imagen sobre la palabra y, el otro, el de la “posverdad” o lo que es lo mismo, la mentira de toda la vida, que le hizo crecer, al Pinocho de Carlo Collodi, su nariz. Hoy, el uso in crescendo que se da al lenguaje que distorsiona a propósito la realidad, provoca el desvanecimiento del verdadero poder de la palabra, que está en lo que se dice y en lo que se hace. ¡Qué lejos está el tiempo en que la palabra era sagrada! “Te doy mi palabra”. Se decía y se cumplía.

Cuando he escuchado opiniones que no me invitaban a convivir sino a enfrentarme a los demás, la filosofía y la literatura me han ayudado. Cuando me invitaban a boicotear iniciativas para soluciones más que a buscar apoyo para soluciones, la filosofía y la literatura me han ayudado. Quizá, cuando me inviten a monopolizar más que en compartir, tal vez, la filosofía y la literatura me puedan ayudar. Cuando las circunstancias me provoquen ser intratable y no sepa dejar de serlo y socializar, posiblemente la filosofía y la literatura me puedan ayudar. Frente al virus de la mentira y la insustancialidad que nos proponen la comunicación de masas debemos prepararnos, buscar vacunas, para salir airosos de la pandemia permanente de la ignorancia y la estulticia. Sin lugar a dudas, la filosofía y la literatura pueden sembrar la duda en sus falsas certezas y la verdad puede abrirse camino, como buena cizaña, en un sembrado de falsedades.

Y en el futuro, ¿qué relación tendrán la palabra y la imagen?

¿Vivirán sometidas las palabras a la dictadura de la imagen?

¿O los textos y las imágenes convivirán en una relación de igualdad? Solo puedo decir qué, en el momento en que las palabras ciertas, creíbles, con significado, con valor…, no entren a formar parte del lenguaje cotidiano, permanecerán invisibles. Olvidables. Y cuando las palabras desaparezcan

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si saber las causas concretas de sus desapariciones, desaparecerán de la mente de las personas. Y un idioma se perderá. Y otros, le seguirán. Y a lo que hoy llamamos “pájaro”, no sabremos, mañana, cómo llamarlo. Ni al mar, ni a las estrellas, ni al viento, ni a las flores, ni a la libertad… y, claro, si no existe la palabra libertad, no habrá seres libres. ¿Que seremos? ¿Viviremos en la anomia? Y quizá llegue el silencio. No quiero llegar a pensar lo imprudente que sería llegar al futuro sin la locura de las palabras. Sin lenguaje, ni gráfico, ni oral. ¡Hay tantas cosas para escribir! ¡Para no callar! Como lo que vivió Victor Frankl y que describe en su libro autobiográfico El hombre en busca de sentido. Las palabras y el lenguaje, además, nos hacen más inteligentes, más despiertos, nos vuelven intensos, perspicaces, ingeniosos, idealistas, contradictorios, conscientes, soñadores, revolucionarios, amatorios, rebeldes, leales, pacíficos…

Los vocablos, dichos o escritos, movilizan sentimientos. Abren nuevas expectativas. Vivir en un estado de afasia sería cómo vivir en un mundo medio hecho debajo de El cielo a medio hacer como manifestó Tomás Transtömer. Si no existieran las palabras “luna” y “estrellas” no existiría la noche. Si no existiese el lenguaje, no existiría el diálogo. Deberíamos hacer caso a Pablo Neruda cuando escribió sobre las palabras y entre hermosas cosas dijo: “me prosterno ante ellas!”.

Y no hay, tampoco que olvidar, que la raíz de nuestra crisis global es un mundo con un exceso de sinrazones, contradictorias con la naturaleza humana (o ¿tal vez no?), que nos las imponen o nos las hacen creer. Y nos conviene no olvidar, nuestro modelo de “desarrollo” suicida. Desarrollando una Economía para un planeta abarrotado, no se va ha conseguir El fin de la pobreza, según nos lo expone Jeffrey Sachs, en ambos ensayos. Hay que decir, hasta la saciedad, que queremos un planeta sostenible y sustentable: ¡No al ecocidio! Cuando se dice, eufemísticamente, que una guerra es un “conflicto armado”, es una deformación de la realidad. Cuando se escucha que la guerra es una “intervención hu-

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manitaria para defender no sé qué o a quién”, supone una perversión. El que agrede es un agresor. El que maltrata es un maltratador y el que no ofrece un sueldo digno es un explotador. En el perverso arte de no llamar a las cosas por su nombre, la realidad es disfrazada y nos hace olvidar lo que está en juego: el ser humano, individual y como colectividad. Pero igual de importante es descubrir La grandeza de las cosas sin nombre con Enrique Arce, que nos puede hacer crecer como personas. Cosas, como, por ejemplo, descubrir la grandeza de un tiempo de espera. O cuando la vanidad decide tomarse un día libre; también, descubrir dónde está la grandeza en alguien que lleva tanto tiempo sin encontrar respuestas que ni siquiera es capaz de recordar la pregunta. O cómo descubrir esas cualidades de las casualidades, que de primeras parecen adversidades pero que, quizás, justo lo que hacen es hacernos reaccionar y cambiar el ritmo de nuestra vida. O cómo descubrir las consecuencias de las cosas no dichas y que, aún permaneciendo calladas, supuran emociones. ¿Quizás las respuestas están en la evidencia o no de la fuerza ética de sus protagonistas? Te deseo que tengas una feliz lectura. Te invito, como hace Julio Cortázar en su novela Rayuela, a “catar” las crónicas como te de la real gana o leyendo siguiendo la numerología de las páginas. También puedes entresacar, al azar, una carta de las doce que tiene un palo de la baraja española, y leer los relatos según el número de la carta escogida. Te deseo que, igual que yo he sentido un gran gozo al decidir sobre lo que iba escribir, tú lo tengas al leer. Te soy sincero si te digo que, al seleccionar, escoger o elegir cada una de las palabras y entrelazarlas o combinarlas para construir las frases, al utilizar el punto, la coma, el interrogante, el signo de admiración, los adjetivos, los sinónimos y las batallas con los tiempos verbales, todo lo he hecho con la idea de compartir lo que sentía; de provocar un efecto en ti, lector/a, a la vez que me ayudaba a encontrar las palabras para entenderme a mí mismo. De la misma manera hago una consideración afectuosa

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hacia vosotras, las palabras rechazadas y a las posibilidades infinitas e interminables que tenéis , combinando elementos idiomáticos, para los que las quieran hacer expresar y compartir. Tal vez en otra ocasión pueda expresar mis vivencias y compartir mi sentir y hacerlo con vosotras.

Compartir, ¡qué verbo tan hermoso! Igual que las palabras mágicas: ayudar, amar, sonreír, cuidar, dar, confiar, abrazar, besar, soñar, acompañar, proteger, aplaudir, acoger, comprender… Tan mágicas, como necesarias son su hermosura, especialmente en este momento de crisis por la pandemia.

Quiero difundir unas palabras que le dijo, a un médico de un hospital en una entrevista que le hicieron al darle de alta, un paciente de coronavirus: “Gracias por esta nueva oportunidad de vivir”. Y añadió: “Es tiempo de transformar esta adversidad en una oportunidad de mayor consciencia colectiva, para reforzar nuestra empatía y sensibilidad hacia los demás en todos los aspectos”.

Por último, no soy nadie para darte un consejo, pero, rechaza ser una persona holgazana respecto a las grandes preguntas trascendentes. Ni escojas como opción (se hace a menudo) la respuesta más fácil sobre la que sea más adecuada. ¿Quieres La conquista de la felicidad como la expuso Bertrand Russell? Pues evita pasiones egocéntricas y ve, imparcial y tolerante, al encuentro de sentidos externos. Descubrirás, entre otras muchas cosas, que el sentido del humor es variable, aunque la sonrisa sea universal y que el sentimiento de una despedida es, en general y en todo el mundo, triste. Pero, sobre todo, ama las palabras. No importa si las “pescas” en un libro o sí las “coges” al vuelo en una conversación; si las “usas”, siembras ideas, sentimientos, emociones, saberes… Te deseo que tengas un muy buen provecho en la lectura. Y si después de leer este libro, apreciado lector, te arrepientes de haber aprendido a leer, no maldigas el día en que yo aprendí a escribir.

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PRIMERA CRÓNICA

Caperucita roja en un país de vikingos 1

UN RUIDO contra los cristales de granizada, lluvia y viento me despierta. Son las cuatro de la mañana. Me levanto y miro por la ventana. La abro. La oscuridad es negra azabache. Una fría y fuerte ráfaga me induce a cerrarla inmediatamente.

Tengo la sensación de un frío intenso, más propio de un lugar de coordenadas geográficas cercanas a uno de los polos, con hogares tipo iglús. Regrese a la cama. Nuevamente, otro tipo de ruido, esta vez de ladridos de perros, me vuelve a espabilar. Me asomo de nuevo a la ventana. Miro el paisaje. Disfruto de Una habitación con vistas, que además de ser el título de un largometraje excelente y una novela escrita por Edward Morgan Forster, me ofrece una espléndida imagen del Vallés Oriental. Siempre he pensado que tener una habitación con buena vista, es un encuentro visual con el exterior; con la naturaleza y con las personas. Cada día este elemento singular, mi casa, me propone, a los cuatros vientos: ¡Ponte aquí, y mira esto! Y me pongo a contemplar. Y me siento un ser ínfimo frente a una naturaleza sublime. Hay días que me proporcionan placer, tranquilidad o euforia, y no solo visualmente; también afloran emociones, se despiertan los sentidos y se tienen vivencias. ¡Qué suerte la mía! me digo a mi mismo. Algunas veces, a través de los intersticios apenas oscilantes del follaje, veo a los pájaros cambiar de ramas. Los sigo con la mirada. Los veo bajar o subir de un solo impulso. ¡Qué maravilla verlos entretenerse atusando con el pico sus plumajes!

El día se ha levantado con un cielo absolutamente gris y cuajado de nubes que amenazaban con más lluvia. El hori-

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zonte está difuminado por la presencia de la neblina. De súbito veo un par de canes, expertos en salir de su casa a pasear sin su dueño, que andan sueltos por la calle provocando un concierto de ladridos de otros perros, que defienden su territorialidad. El señor Eduardo, el vecino de enfrente, se asoma por detrás de las cortinas. Me saluda con la mano. Le devuelvo el saludo. De cara rolliza y frente amplia, sus ojos, (son azulados tipo lobo), tendrán la misma expresión inexpresiva a las doce del mediodía. El hombre, que tiene fama en el vecindario de ser una persona anacoreta, misántropa y misógina, lleva puesto aún el pijama, y le cuelga del cuello una corbata floreada convenientemente anudada. Me parece que un simple detalle en su vestuario dice mucho más sobre una persona, que todos los esfuerzos mentales que elucubran los vecinos sin base científica alguna realizada con probetas, tubos de ensayo, microscopios, y frascos reactivos en algún laboratorio. En mi opinión por lo que he visto y por cómo viste, así como por sus actitudes y sus reacciones cotidianas, Eduardo contempla el mundo desde una perspectiva diferente; tan diferente, que le hace ser un monumento a la peculiaridad. Pienso, que podría formar parte de la gama, extensa, de los personajes de Marvel, con su semblante tan distinto, pero original, como el Capitán América, Iron Man, Spiderman o Hulk. En las escasas ocasiones en las que hemos intercambiado algunas palabras en una conversación siempre corta, me parece un ser bastante recalcitrante. Zafio. Tosco. Un Don erre que erre. Supongo que es consecuencia de muchos años viviendo como un náufrago voluntario. No me extrañaría, para nada, que la soledad le inspirara a escurrir los espaguetis en una raqueta de tenis. Sin embargo, es muy correcto en las maneras, y tiene una forma curiosa de saludar. Mañana, tarde o noche, si te cruzas con él, expresa con su voz levemente rajada, como saludo de despedida, un ¡Buen viaje! Sin esposa, amiga, compañera ni hijos, que se le sepa, apenas recibe visitas. Algunas, las más habituales, son de una mujer con un estilo de vestir parecido a Mary

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Poppins, que da la sensación que en cualquier momento puede entonar el “supercalifragilisticoespialidoso”. Es la señora que le ayuda en las faenas de la casa. En otras ocasiones, el más asiduo, es un hombre de huesos cortos, robusto, hombros cuadrados, prominente mentón, nariz corta y ancha. Los pelos en los dedos de sus manos son una pista para un rápido diagnóstico. Tiene alto nivel de andrógenos. Su cuerpo, en pecho y espalda, seguramente, estará vestido con abundante vello, que le dará el prototipo perfecto del hombre de Cromañón cuando vaya a la playa a tomarse un baño y el sol. Es nuestro cartero. Mientras, en la calle, sigue la onomatopeya del ¡guau! ¡guau! ¡guau!

ALLÍ ESTÁ Buck, un terranova. Tiene todo el perfil de ser un “tipo” duro al estilo Clint Eastwood en Sin perdón. El monarca de los climas fríos, con su ladrido de tenor dramático impresiona con su voz y por su tamaño. Sus dueños, vecinos de la misma calle, me comentaron que le pusieron el nombre en homenaje a Jack London y al personaje de su novela La Llamada de lo Salvaje. A su lado se encuentra Fang, su compañero, un yorkshire terrier con el aullido de barítono. Se llama igual que el perro que protagoniza historias en la saga escrita por Joanne Rowling, Harry Potter, y que el joven hijo de los mismos vecinos, de padre muy efusivo y madre toda lo apática posible, escogió para su mascota. Además de otros canes con distintos tonos de voz, también los míos, se unieron al concierto: Ella, Kira, una gozada de border collie que encontré abandonada en el bosque y desconozco el motivo del porqué sus anteriores dueños le pusieron ese nombre, aporta su ladrido de soprano. Por cierto, desde aquel encuentro es La perra de mi vida, que además de ser un sentimiento, es el título de un libro sobre el amor inconmensurable de su autor, Claude Duneton, hacia su perra, Rita. Al igual que existen

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palabras o frases que, al leerlas o escucharlas, te pueden cambiar la vida en algunos aspectos, en aquel encuentro, ella consiguió el mismo objetivo con sus ojos atónitos de color avellana. Y el segundo, Argos, es un perro mestizo que adopté y que añade, al pentagrama musical, unas notas tan bajas que sus ladridos se parecen al sonido de un contrabajo. Su nombre es un reconocimiento a la lealtad; un homenaje al perro fiel de Ulises de La Odisea de Homero. Él fue el único que, después de veinte años de estar ausente, en un extraordinario despliegue de cualidades sensoriales, reconoció al rey de la isla de Ítaca cuando este regresó, aunque estuviera desaliñado y vistiese con harapos. Después de saludarle con un movimiento rápido de la cola de un lado hacia el otro, feliz de verle, murió. Su vida fue La historia de un perro llamado Leal, igual que el título de una novela de Luis Sepúlveda. Junto a ellos dos, un galgo, el benjamín de la casa, cuyo nombre es una consideración al asno de la obra de Juan Ramón Jiménez, Platero y Yo. A los tres les doy melancólicos abrazos, y se que no les gustan. Pero me gusta sentir su olor y que me den lengüetazos en el rostro. Locura o no, con los tres mantengo conversaciones continúas sobre el desamor entre humanos. No lo entienden.

También oigo un concierto de fugas de viento que siguen soplando y que parecen un coro de voces góspel expresándose al unísono, desde lo más profundo de la naturaleza. Sin dudarlo me cambio de vestimenta, cuelgo el pijama y me visto al ritmo del show demoledor de Kira, al más puro estilo a capella, interpretando “Alma libre blues”. Abro la puerta y me acerco al buzón para recoger el correo. Escucho y veo al propietario de los perros escapistas junto a su hijo; este, va vestido igual que el personaje de la novela de John Boyne El niño con el pijama de rayas. Llama con silbidos a los perros y pronuncia sus nombres. Nos saludamos. Empieza a llover; cae un agua muy fina. El padre ha salido de su casa al asfalto de la calle vestido con un albornoz con capucha. Si no fuera porque lleva pantuflas en vez de unos zapatos deportivos,

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diría que se parece a Sylvester Stallone vestido de Rocky Balboa. En aquel preciso momento, sopla un viento tan frío y tan fuerte que sus silbidos traspasan las hojas de los árboles provocando el tiritar de sus ramas y casi me pierdo en una de las ráfagas. La lluvia arrecia. Todos nos refugiamos en nuestros respectivos hogares. Y con el regreso de los canes a sus respectivas casas concluye, también, El coloquio de los perros que, además de ser una conversación de egos entre canes (que impertinentes, despertando al vecindario), es el título de una novela de Miguel de Cervantes. Pasados unos minutos, llega aquel momento especial que tienen los días de frío, nubes, lluvia y viento: Es el encendido de la chimenea. Una vez acomodada la leña en el hogar es la hora de prender el fuego. Entonces empieza la sinfonía de los chisporroteos y sientes, próximo, el calor de Kira, Argos y Platero que permanecen, como el título de aquella tierna y emotiva película, Siempre a tu lado. Unas horas después llega otro instante peculiar, el momento de colocar unos pimientos rojos y unas berenjenas al fuego para asarlos y, a posteriori preparar una escalivada, después de quitarles la piel quemada, las semillas, las venas adheridas a la pulpa interior y aliñar con aceite y sal. Mientras se van escalivando, forma no personal del gerundio simple del verbo escalivar, reconocido por la Real Academia de la Lengua, colocamos las botellas de vino encima de la mesa. Le siguen unos apetitosos tacos de queso para mantenerse firme de pie, otros de fuet tradicional que me hacen el guiño cuando acerco la mano a la mesa y me proponen hacer unas sesiones de “fuet shui”, unas aceitunas aderezadas con múltiples hierbas aromáticas para chuparse los dedos, unas finas lonchas de jamón que juntas integran un grupo de jotas, unas croquetas caseras de setas para alucinar y unos pinchos de tortilla de patata, con y sin cebolla para no discriminar a nadie. No llega ni a unos instantes después, que aquellos ornatos aderezados han desaparecido. Al lado de las bandejas vacías, un par de botellas permanecen inmóviles, secas. El líquido

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Cabernet Sauvignon, de la zona de Costers del Segre, de color rubí intenso, con mucho cuerpo y taninos aterciopelados, con gran potencia aromática, también, se han evaporado. Supongo que ninguno de los antiguos griegos que iniciaron este ritual, allá por el siglo v a.C., iba a pensar que algunos de sus semejantes, veintiséis siglos después realizarían aquella costumbre de tomarse un refrigerio en los prolegómenos de la comida del mediodía. Con vino o sin él, no existe la modernidad sin una buena tradición.

Terminadas las fases para preparar la delicatessen escalivada, hay que dedicar un momento a avivar la lumbre mortecina. Primero pongo unas ramas pequeñas, si dispongo de piñas (no siempre las tengo) también las añado y encima unos trozos de leña más gorda. Suenan de nuevo los primeros compases de los chisporroteos acompañados, esta vez, por las primeras cadencias del Bolero de Ravel. Mientras escucho la narrativa musical de ambos ritmos, con un trepidante ritmo envolvente, me dispongo a leer la correspondencia.

LA LUMBRE entra por los sentidos; los colores de las llamas por los ojos; el olor de la leña por el olfato; el crepitar de las ascuas por el oído; y el calor del fuego, se siente en la piel. Después de tirar a la papelera el correo comercial, me dispongo a abrir un único sobre. Lo sostengo en mis manos, y lo abro. Por los pequeños detalles que exhibe la imagen que he extraído de su interior, es de un país nórdico y el lugar se parece a una de esas tiendas que existen en todas las ciudades que reciben turistas, dónde todo está estratégica y perfectamente colocado para que los visitantes se sientan atraídos irresistiblemente a comprar recuerdos locales y artesanías. En la parafernalia del consumo turístico, el souvenir, pienso, representa la encarnación del gasto inútil. Y a pesar de ello, esos objetos banales, kitsch, inútiles, horteras e incluso feos,

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acaban siendo parte del paisaje de nuestros hogares y representan, a veces, objetos de gran valor sentimental. Al verlos o tocarlos nos traen el recuerdo de un lugar que se mantiene en la memoria. O de alguien que tuvo el detalle de acordarse de nosotros mientras estaba de vacaciones. Son, como un disco de vinilo, un registro que, a través de su capacidad de invocar narrativas, nos llevan a lugares visitados y, también, nos emocionan.

Pero una cuestión es tener un objeto de un lugar colocado en una estantería y otra muy diferente es la colección de un mismo objeto de todos los viajes a distintos lugares. ¿Dónde está la sabiduría en coleccionar más de trescientas cucharitas souvenir de los lugares visitados? ¿Y similar cantidad de recuerdos en llaveros, imanes y muñecas vestidas con sus respectivos trajes folclóricos? ¿Y centenares de postales?

¿Y decenas de amuletos de la suerte? ¿Y de posavasos? ¿Y de monumentos en miniatura atrapados en bolas de cristal? ¿Por qué hay millones de comercios llenos hasta la bandera de productos de bienes innecesarios e inútiles? Los souvenirs ni constituyen el líquido amniótico ideal que nos transmiten detalles de un lugar, ni nos permiten apreciar nada de su gente y su manera de ser, pero aún asi los adquirimos. Tampoco sirven para cultivar los valores vinculados a la solidaridad, empatía, tolerancia, el bien común, la igualdad, entre otros. Solo es la evidéncia de haber estado en un lugar. En cambio si la colección de souvenirs nos permitiera acumular dignidad y rigor, cultivaríamos exigentes acciones para que pudiéramos hacer mella a la rampante corrupción de funcionarios públicos, a las fabulosas retribuciones a los expolíticos, ejecutivos, banqueros, tertulianos de plató, parejas resquebrajadas que cuentan su infidelidades y mil anécdotas más; a los que mantienen la teoría del empujón al vecino para mantenerse ellos en pie… y hablando de pie, a los mercenarios malabaristas del balón y sus allegados comisionistas.

Decía Rainer Maria Rilke “Si el árbol, no apremia a su savia, y se yergue confiado en las tormentas de la primavera,

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sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano”, añadiría, porque las personas, por dignidad, no apremian a detener el delirio de la omnipotencia del dinero y el utilitarismo. Todo tiene su precio, pero no es objeto de compra el esfuerzo individual por saber y adquirir consciencia. El saber y ser consciente puede desafiar a las leyes del mercado, y cambiar el proceso de compra de los souvenirs y el mercantilismo de las relaciones personales.

EN LA imagen, ellos, mis dos amigos, parecen liliputienses1 al lado de aquella joven. Los tres parecen haber escapado de las páginas de Los Viajes de Gulliver de Jonathan Swift. La joven viste con su traje tradicional. Luce un tono de piel facial blanquecina y luminosa, con un matiz rosado en sus pómulos que me recuerda a un jarrón de alabastro iluminado por dentro. Percibo una sutil delicadeza y un fuego, como un resplandor volcánico, que habita en su interior. Y me hago las siguientes preguntas: ¿ Será capaz la delicadeza de escribir historias dulces y tiernas? Y el calor, ¿será capaz de derretir a una persona que se le acerque en busca de felicidad? Me parece (es sólo una impresión que deduzco al ver la foto) que la joven exfolia su cara y usa alguna crema hidratante para regenerar su piel, puesto que la tiene impoluta. Un mensaje en la parte posterior de la imagen, escrita a mano, cambia mi primera impresión:

El estupendo cutis se debe al uso diario de los beneficios de la sauna, muy habitual en el país de los brobdingnagianos2, que le limpia la piel de toxinas e

1. Liliputiense: Habitantes extremadamente pequeños del país de Liliput. Personajes del libro de Jonathan Swift Los viajes de Gulliver.

2. Brobdingnagiano: Gigantes que habitan en Brobdingnag. Personajes del libro de Jonathan Swift Los viajes de Gulliver.

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impurezas. Hemos reservado cinco sesiones, las mínimas para ver algún resultado, Hasta pronto. Cuídate, nosotros no lo dejamos de hacer.

Observo sus labios, gordezuelos, pintados de igual color que el del vestido, rojo, dibujando una boquita “pezjolin”. Su mirada, que surge de unos ojos azules claros, me resulta cortés, amable y con pinceladas de felina seducción. De su cabeza descienden dos trenzas rubias al estilo vikingo, impecables. En el pecho luce un collar de abalorios realizado con conchas marinas. Si te fijas un poco más en los detalles de las conchas, puedes adivinar que en el vestido resaltan unos pechos que no están encorsetados por ningún sujetador. La falda le llega justo a la rodilla. Sus columnas, más cercanas al estilo griego corintio que al romano compuesto, las describo como largas y firmes. Y suponiendo que su capitel está adornado de caulículos y hojas de acanto, estoy seguro que, si se ha dado el caso, colmaron los delicados deseos de curiosos rastreadores a los que se les ha concedido permiso para explorar. Las piernas, además, están cubiertas por unas medias blancas de encaje con signos geométricos, rombos, y están rematadas en sus pies, con unos zapatos rojos, que hacen juego con el vestido y los labios; y, además, están ornamentados con un tacón de aguja. La chica se exhibe con un resplandor coruscante

Mis amigos, diminutos latinos, apenas le llegan al hombro a la giganta nórdica, y seguramente no se rozarán los dedos de ambas manos si la rodearan con sus brazos. Hay una palabra que describe a la perfección su cuerpo: voluptuosa. La mujer de rojo no sólo es el título de una película; también es una realidad corpulenta y exuberante de un país de vikingos. Alta y dotada en toda su anatomía, es un universo de redondas sensualidades.

Cerca, detrás de ellos tres, observo un hombre con una melena tan larga que le llega hasta los hombros. La está observando con cierto encantamiento, con ojos saltones de

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color miel y mirada diabólica, con su pelamen de blancura albina y sonrisa de lobo sapiens, de dentadura albura. Da la sensación de estar al acecho. ¿Aguardará la actuación de la diosa del amor, Freya?, o ¿Tan solo espera ser atendido para decidir qué recuerdo se lleva de su paso por la tienda? En este último supuesto: ¿Será un cuerno para beber cerveza?, ¿un yelmo de los que veo expuestos en las estanterías?, ¿un imán que al llegar a su hogar pondrá en la puerta del frigorífico para recordar que estuvo allí?, ¿una cucharita con la cabeza del dios Odin para remover el café?... Me imagino que al final del día, cerrada ya la tienda, la joven de vestido y zapatos rojos, no sé si llevará capa con capucha del mismo color para protegerse del frío regresará a su casa; no sin antes, visitar a su abuela para llevarle pan, miel y un ramillete de flores. Mientras, el hombre de sonrisa lobo sapiens de albura dentadura, de ojos saltones de color miel y de mirada diabólica y melena de blancura albina habrá regresado a su hogar con un recuerdo de su paso por aquel lugar, que transformará el paisaje de su casa. ¿O quizás estará en la modalidad de “caza en espera’’ para atrapar a la presa? Y si es así, ¿irá tras los pasos de ella? ¿Efectuará un acercamiento? ¿Será sigiloso? ¿La saludara? ¿Llegaran a hablar?

Y después del lance, juntos, ¿quizás darán su primer paseo, sin ninguna dirección determinada, pues el bosque es, todo, de ambos? Y en el sendero, en medio del bosque, durante la caminata, ¿ella, se le acercará de forma manifiesta y descarada y le verá las orejas al hombre de sonrisa lobo sapiens? ¿Y él, le enseñará su albura dentadura? ¿Juntos, sonreirán?

Seguramente ella, con una voz entrañable le preguntó por su nombre:

—Úúú me llamo Licántropo.

—Pues yo soy Rödluva.

Y siguen conversando:

—¿Cuántos años tienes? —pregunta él.

Habiendo oído la edad, ella le contesta:

—¡Oh! Tenemos la misma edad.

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Luego, él se dejará llevar para ir adonde ella quiera, muy probable a casa de su abuelita.

—¿Aúúú está tu abuelita? —le preguntará el hombre de melena blancura albina con ojos saltones de color miel.

—¡Bien, gracias! Estoy muy contenta; ayer conoció a un leñador. Siempre le había dicho que debía buscarse un compañero y dejar de estar sola en medio del bosque donde habitan bestias feroces.

—¿Te gusta leer?

—Sí.

—¿Qué estás leyendo?

Caperucita en Manhattan de Carmen Martin Gaite. ¿Y tú?

—Aúúú El lobo estepario de Hermann Hesse.

A partir de aquel día, día tras día, pasearon muchas lunas con noches astríferas. Estuvieron hablando de gastronomía, de aficiones, de viajes, de gustos musicales, de literatura , de sexo...

—Ayer empecé un nuevo libro —dijo ella—, se llama El lobo feroz

—Aúúú lo conozco —dijo él—. Y también a Nele Neuhaus, su autora.

Supongo que les llegó un momento, mirando las estrellas que junto con los planetas conforman el universo, que tendrán la sensación de cuán temprano madrugó la madrugada.

Aquella noche, Rödluva le preguntó:

—¿Qué brazos más grandes tienes?

El sonrió y dijo:

—Aúúú, para abrazarte mejor.

Y siguieron las preguntas por simple curiosidad.

—Qué nariz más grande tienes.

—Aúúú, para olerte mejor.

—Qué boca más grande tienes.

—Aúúú, para besarte mejor.

Habiendo dicho estas palabras el hombre se abalanzó sobre ella y añadió:

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—Aúúú. Y te voy a comer. Y ella se dejó abrazar, oler, besar y morder.

Y por la mañana, con la mirada cándida, después de una noche de luna llena con juegos cuerpo a cuerpo y, en ambos, tatuada la palabra sánscrita shanti, que significa paz, a él le desaparecieron las garras, los colmillos, el instinto de cazar y decidió practicar la dieta vegana y dejar de aullar. 5

¿Y MIS DOS AMIGOS? Pienso que no habrán sentido el deseo ni el ánimo de traer ninguno de aquellos recuerdos de inútil utilidad como por ejemplo un yelmo, ni tampoco cucharas con la imagen de Odin, ni habrán salido de la tienda con unos cuernos para beber cerveza o hidromiel para imitar a auténticos dioses nórdicos. Una de las noches, durante su estancia en el país de los vikingos, bajo los efectos de la maravilla y la hermosura de un cielo danzante, y con unas jarras de más, tal vez hayan sufrido visiones oníricas. En ellas habrán soñando mundos de fantasía, magia y misterio con criaturas fantasiosas como gigantas rubias de dos trenzas al estilo vikingo y piernas de estilo griego corintio, danzando en medio de un fenómeno excepcional de luz y color, las auroras boreales. Quizás hayan visto coleópteros con carcasas adornadas de incrustaciones de piedras preciosas. A su lado, observarán enormes salmones danzando sobre las olas del océano, de cuyas aletas brotan brezos púrpuras. Y una carroza imponente, arrastrada por renos y conducida por un barrigón vestido de rojo y gritando alegremente ¡Jou, jou, jou! que se desplazará por un cielo estrellado. Y regresarán a casa ajenos a la historia (de cuento pero a la inversa de cómo lo conocían) que ha surgido entre la joven del vestido rojo y el hombre de ojos saltones de color miel.

Para su vuelta, embarcaron en una réplica de un navío vikingo, drakkar, hasta una ciudad con aeropuerto. Desde

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allí, en avión, a casa. Pasados un par de días, destapar una cerveza y, sentados en su sillón favorito, empezaron a leer La analfabeta que era un genio de los números de Jonas Jonasson. Y aprendieron que quienes caminan de manera apropiada salen con sabiduría de las adversidades y aprenden de ello. Y entonces recordaron El abuelo que saltó por la ventana y se largó, del mismo autor, a quien conocieron en una estación de autobuses, en un país de vikingos, vestido con su mejor traje y unas pantuflas. Aquel hombre centenario, gracioso y tierno, les contó un montón de historias disparatadas y absurdas, que les entretuvieron durante unas horas.

Pasados unos días, al deseo de viajar y al ánimo de curiosear, les llegaron de nuevo, las ganas de romper la rutina, volver a la locura y embarcarse de nuevo en nuevas aventuras para encontrar el país de los houyhnhnms3 o visitar a los distraídos habitantes de Laputa4 interesados en la matemática y la música.

3. Houyhnhnms: en apariencia son iguales a un caballo común pero razonan. Personajes del libro de Jonathan Swift Los viajes de Gulliver.

4. Isla voladora del libro de Jonathan Swift Los viajes de Gulliver.

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