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LAS MEMORIAS SE DESVANECEN

Cuentos que SI son cuentos

LAS MEMORIAS SE DESVANECEN

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Karol M. Redrobán G.

En esta velada no me permito fluir, no dejo que mi mente saque a la luz la impotencia que mi alma siente; más bien me frustro, me siento desvalido. Cuando anochece, quizás mi alma surja, pero, mi subconsciente no permite que me aleje de la realidad. Mis pálpitos se asemejan a las piedras cayendo hacia el suelo, ¡idéntico! Son fuertes, firmes y consiguen lo que desean con la dirección y fuerza adecuada, soy una persona que requiere de dirección y fuerza, pero lastimosamente no hallo tal fuerza y dirección desde que mis padres se fueron sin aviso. Este mundo solo ofrece caminos a la vista y flores sin espinas, que al final de cuentas son historias de terror.

Por ahora, me envolveré en las aguas de la niñez y empezaré a contar mi historia, que no es más que un relato de lo que muchos quizás aún tienen memoria.

Aún recuerdo esa noche. Aquella noche en la que no pude descansar, los gritos estaban junto a mis órganos auditivos, sólo podía diferenciar el llanto de mis padres y una que otra voz que gritaban amenazándolos, esa fue una de las tantas noches. Eran los años 80 y cada mañana salía a comprar pan en la tiendita de la esquina, el pan olía delicioso eran esos ricos panes de viento que vendían en la Relámpago, ¡vaya que delicia! En las tardes cuando tenía vacaciones de la escuela, solía jugar con mis amigos en la calle, hacíamos arcos en la cuesta que había en nuestro barrio y cuando la pelota se iba, corríamos rapidísimo para poder alcanzarla.

Qué lindo era cuando jugaba en la calle y no me iba a la escuela, pero eso sí, no faltaba las peleas de los vecinos, rompían las botellas de cerveza que estaban tomando y apenas se rasgaban las chompas.

Era un tiempo tan bellamente complicado. Cuando pasaban los escuadrones de la muerte toda la gente se escondía y yo los miraba desde un huequito que había en mi cuarto. Siempre se llevaban mínimo a dos y ellos nunca volvían. Mi papi Milton y mi papi Ángel casi siempre llegaban a la madrugada y cuando tenían tiempo me contaban una historia de terror que no me dejaba dormir, pero ellos decían que era cierto. El primer recuerdo claro que tengo de mis padres es cuando nos íbamos a las lavanderías que quedaban junto a la quebrada, cuando terminábamos de lavar, mi papi Ángel compraba panes con helados de hielo y bajamos a la casa jugando y saludando a los vecinos. Ellos casi todos los días se iban a la Plaza del Teatro a verse con sus amigos, para hacer planes de desestabilización, en ese entonces no lo entendí, pero mi papi Milton siempre me decía “cuando alguien te haga pensar que te equivocas, pregúntale: ¿tú porque tienes la razón?”

Cuando ya iba creciendo, notaba que mis padres venían rotos la cabeza, moreteados el cuerpo y los ojos, con la ropa rota, mojados y tenían un olor a pimienta, no querían que los abrace. Apenas llegaban a la casa se bañaban en cola y ya no dormían conmigo. Yo odiaba los días que los veía así, pero también odiaba cuando el Bruce, un niño del barrio me decía que yo no tengo mamá y que mi familia era rara. Yo le botaba al piso y le caía a puñetes para que no me molestara, algunas veces me puse a pensar en que, porque no tengo mamá, pero en realidad era algo que no me angustiaba tanto porque mi papá Ángel y mi papá Milton, decían que yo era la mejor motivación para sus vidas, sin embargo, existían días en los que retrocedía el tiempo y podía sentir el frío de la caja, entonces, me cuestionaba ¿Qué le hice yo a mi verdadera mamá y papá? Cuando mis padres me contaron que me rescataron de aquel basurero, yo sentía que no le importaba a nadie, pero también pensaba que hubiese sido de mí si mis padres no hubiesen estado por ahí.

Era un 5 de septiembre y estaba jugando fútbol, de repente vino un señor y me abrazó muy fuerte, era José, el mejor amigo de

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mis padres, solo me dijo que tenía que ser fuerte y que él cuidará un tiempo de mí. Luego de 15 días sin poder comer bien, sin poder dormir, escuchando lo que la gente hablaba sobre mis padres, salí a la calle y grité muy fuerte que me los devuelvan, fue un alivio enorme, en mi rostro tenía las marcas de las lágrimas sobre mis mejillas, despeinado, con la misma ropa de aquel 5 de septiembre y empecé a creer que las historias de terror que mi papi Ángel y Milton me contaron, eran ciertas, ahí fue que entendí porque llegaban con olor a pimienta, mojados y moreteados, ahí entendí que no se trataba de peleas callejeras con los vecinos.

Entendí que las historias de terror son hermosas y no precisamente por lo que ocurre, sino por el trasfondo que hay en ellas, entendí que la gente que lucha contra esos monstruos es gente que pide a gritos conciencia y justicia. Mis padres fueron cuestionados, golpeados, amenazados y, por último, formaron parte de la lista de desaparecidos en aquel entonces. En esas épocas era complicado tener una o varias ideas diferentes a lo que te planteaban, mucho más mis padres, una especie rara para la gente, eran homosexuales y constantes luchadores de la justicia social.

Mientras relato esta historia los recuerdos se tornan borrosos y quizás les quede la intriga del porqué de mi frustración, pero déjenme decirles únicamente que cuando un ser se ve en medio de los muchos conflictos de la vida, la impotencia del no saber cómo responder, es lo que vive con cada uno, podría decir que he superado la perdida de mis padres, pero les comento que no. Durante muchos años salí a las calles y recibía golpes de las chapas, me tragaba gas como no tienen idea, tiraba piedras, porque era lo único que podíamos hacer para resistir frente a seres inconscientes, monstruos. Me arrepiento de no haber lanzado más piedras, me arrepiento de no haber apagado más bombas y me arrepiento de haber salido de esa caja. Hoy a mis 58 años me seguiré fumando cigarrillos y a través del humo dejaré que los recuerdos se desvanezcan para no sentir más angustia.