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Ordenado, ungido, destinado para ministrar

Tengo que aclarar que nunca había pensado profundamente en la ordenación. Por supuesto, siempre he sabido que la ordenación era un paso significativo para los pastores y que les brindaba la oportunidad de dirigir ciertas actividades dentro de la iglesia. Entendía que la ordenación era ese punto después del cual alguien era conocido como «pastor ordenado».

Pero, como educadora y como mujer, la ordenación parecía ser un tema que tenía que ver con otros. Eso ha cambiado en los últimos meses y el tema de la ordenación ha sido algo en lo que he pensado mucho más. Por ejemplo, estoy convencida de que la educación es igual al ministerio. El ministerio ocurre todos los días en la educación adventista.

Cuando los maestros presentan un nuevo concepto, a menudo comienzan con el vocabulario y definen los términos. Entonces, ¿qué significa ordenación?

En algunos círculos, la ordenación ha llegado a significar el proceso por el que pasas en línea para que puedas convertirte en oficiante de la boda de un amigo o familiar. Hoy en día, puedes solicitar y comprar un certificado de ordenación para que tu firma en una licencia de matrimonio sea oficial.

Si consultas con Wikipedia (¿y qué buen investigador no lo hace?), las primeras líneas que aparecen sobre ordenación nos dicen: «La ordenación es el proceso por el cual los individuos son consagrados, es decir, apartados y elevados de la clase laica al clero, que luego son autorizados (generalmente por la jerarquía denominacional compuesta por otros clérigos) para realizar varios ritos y ceremonias religiosas».

La entrada de Wikipedia luego continúa explicando que en la mayoría de las iglesias protestantes, la ordenación es el rito por el cual un individuo está autorizado a asumir el cargo de ministro.

Ciertamente hay una gran cantidad de otros artículos académicos, teológicos y de opinión que se pueden encontrar sobre la ordenación, particularmente dentro de la Iglesia Adventista del Séptimo

Día. En la historia de los pioneros de nuestra iglesia, había el concepto de que la ordenación era lo que te identificaba como capacitado para un puesto administrativo en lugar de trabajar en el ministerio pastoral en una iglesia. Varias fuentes utilizan un lenguaje que sugiere que la ordenación es «apartar» y está destinada a «designar a alguien para realizar los ritos y ceremonias de la iglesia». Todo eso está muy bien. Pero no es suficiente; no llega al corazón de lo que veo que sucede en la ordenación. «Apartar» no comienza a describirlo.

Veamos un salmo de David.

Señor tú me examinas, tú me conoces.

Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento.

Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. (Salmo 139:1-3, NVI).

Cuando leo ese salmo, me acuerdo de una de las verdades más reconfortantes acerca de nuestro Dios: él nos conoce. En el Salmo 139, David está escribiendo acerca de un Dios que se acerca a sus creaciones, que está personalmente interesado en nuestras acciones, nuestras esperanzas, nuestras preocupaciones. El salmista se enfoca en la omnisciencia de Dios, un concepto que puede ser un pensamiento tenebroso para quienes no son hijos de Dios. ¡Pero el concepto de que Dios lo sabe todo es maravillosa!

El salmo también se centra en la omnipresencia de Dios. David describe esto en un lenguaje de 360 grados, ¡tanto arriba en el cielo y abajo en la tierra, como en el horizontalmente! ¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia?

Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí.

Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha! (Salmo 139:7-10, NVI).

La omnisciencia de Dios es tranquilizadora; su omnipresencia es reconfortante. En esa reconfortante tranquilidad, Dios nos trajo a la vida. Él nos moldeó, nos formó, nos creó.

Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! (Salmo 139:13-14, NVI).

No es solo que Dios lo sabe todo, él me conoce a mí. No es solo que Dios está en todas partes, él está en todas partes conmigo. No es solo que Dios creó todo, él me creó a mí.

Leer ese salmo también nos lleva a pensar en el autor del salmo y en la historia de cómo fue ungido y ordenado. Tal vez si miramos a David, tendremos una mejor comprensión de por qué tenemos servicios de ordenación. ¿Quién era David antes de ser ungido? Para

entender eso, pensemos en los tiempos en los que vivió.

Las cosas no habían ido bien para los hijos de Israel. Para citar a Frederick Owen, «El pueblo estaba en una larga deriva de Dios». Los hijos de Israel le dijeron a Samuel, el profeta, que necesitaban un rey para poder ser como las otras naciones. Como resultado, Saúl fue elegido rey.

Unos 10 años después del inicio del reinado de Saúl, nació David. Con el paso del tiempo, los hijos de Israel se desilusionaron con Saúl. Samuel le dijo a Saúl que el Señor estaba buscando a un hombre conforme a su propio corazón. No puedo imaginar que esa conversación haya ido del todo bien. Samuel fue ordenado por Dios para ungir a un nuevo rey y fue llevado a la casa de Isaí. 1 Samuel 16 cuenta la historia de David, el menor de la familia. Había siete hermanos mayores, pero Samuel informó que el Señor no había escogido a ninguno de ellos. Isaí admitió que su hijo menor estaba cuidando las ovejas y Samuel le pidió que fuesen por él. Dada la falta de visibilidad y estatus de David, incluso dentro de su propia familia, sería fácil preguntarse por qué Dios lo eligió para ser ungido.

Para ser justos, en el mundo pecaminoso en el que vivimos, no hay ninguna persona perfecta que sea realmente digna del llamado. Al preguntar a cualquier candidato a la ordenación ellos serán los primeros en decir que no son perfectos, e incluso podrían ellos mismos preguntarse qué los califica para estar en esa posición.

En 1 Corintios 1:26-29, Pablo describió el tipo de personas que Dios elige: «Recuerden lo que ustedes eran cuando Dios los eligió. Según la gente, muy pocos de ustedes eran sabios, y muy pocos de ustedes ocupaban puestos de poder o pertenecían a familias importantes. Y aunque la gente de este mundo piensa que ustedes son tontos y no tienen importancia, Dios los eligió, para que los que se creen sabios entiendan que no saben nada. Dios eligió a los que, desde el punto de vista humano, son débiles, despreciables y de poca importancia, para que los que se creen muy importantes se den cuenta de que en realidad no lo son. Así, Dios ha demostrado que, en realidad, esa gente no vale nada. Por eso, ante Dios, nadie tiene de qué sentirse orgulloso» (TLA).

Dios se especializa en elegir a aquellos que podrían ser considerados un «don nadie» y convertirlos en «alguien». Hay otro significado para la palabra ordenado: destinado. Vemos esa idea en Jeremías 29:11. «Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza» (NVI). Dios es claro al respecto: él tiene planes para nosotros. Todo lo que tenemos que hacer es decir que sí y tener paciencia. ¿Qué cualidades busca Dios? Bueno, ¿qué vio en David?

Hay que recordar lo que Samuel le dijo a Saúl: Dios estaba buscando a un hombre según su propio corazón. Una cualidad que Dios vio en David fue su espiritualidad. Ser alguien conforme al corazón de Dios significa que eres una persona cuya vida está en armonía con Dios. Lo que es importante para él es importante para ti. Cuando él dice ve a la derecha, tú vas a la derecha. Cuando él dice: «Esto está mal y quiero que cambies», lo haces de inmediato.

David era un individuo que tenía un corazón que era sensible a las cosas de Dios. Eso es lo que

Dios se especializa en elegir a aquellos que podrían ser considerados un «don nadie» y convertirlos en «alguien».

Dios está buscando: personas cuyos corazones son suyos, completamente de él, ¡tal como él los creó para que fuesen!

David tenía un corazón de siervo; era humilde. Cuando eres un siervo humilde, sirves fiel y silenciosamente. Cumples las órdenes de tu Padre. No te importa quién obtiene la gloria. Un siervo tiene un objetivo y es hacer que la persona a la que sirve se vea mejor, hacer que esa persona tenga aún más éxito.

También es importante que veamos lo que sucedió después de la unción. Imagina la experiencia. David fue ungido por Samuel para ser el próximo rey. Y después... no nada cambió mucho. Qué situación tan rara: saber que has sido designado como el líder de tu pueblo, pero no ser capaz de tomar el puesto. Sin embargo, todo había cambiado. Ahora David sabía lo que estaba ordenado a hacer y en la soledad, en la oscuridad y la rutina diaria de David, Dios estaba preparando el camino.

Con toda esa preparación David estuvo listo cuando llegó el momento de actuar. Ese es otro aspecto de ser llamado por Dios: la reacción y la disposición a actuar sin dudarlo. Saúl continuó siendo rey, pero David finalmente obtuvo un ascenso del cuidado de ovejas y se convirtió en el músico del rey. Saúl convocó a David para que usase sus habilidades musicales para calmar su atribulada alma. Ese tuvo que ser un momento incómodo para David. Pero no le dijo a Saúl que él estaba allí para tomar su lugar. En cambio, «David vino a Saúl y entró en su servicio» (1 Samuel 16:21, NVI). David ministró al rey.

David también iba y venía a su casa para ayudar a su padre con las ovejas y otras tareas. David demostró un profundo compromiso con su familia. Ahí es donde estaba cuando llegaron las noticias que el gigante Goliat amenazaba al ejército de Israel. Isaí envió a David a llevar suministros a sus hermanos que estaban en el ejército.

Luchar contra el gigante implicaba derrotar a algo más que al gigante. Lo que David nos mostró es que cuando Dios te llama y respondes, estás completamente comprometido. Incluso cuando enfrentarse a un gigante sea intimidante. Incluso cuando entrar en la batalla sea un acto solitario. Cuando Dios te llama y tú respondes él te equipa para la faena.

David, ungido para ser el próximo rey, había demostrado ser un guerrero, un hombre de valor. Había demostrado ser capaz de sostener su lengua incluso cuando podría haber sido lo más natural decirle sus verdades al rey.

Dios llamó a David. David respondió. Dios equipó a David.

En un servicio de ordenación, cuando nos reunimos para reconocer y confirmar el llamado de alguien al ministerio, la persona no necesita ese reconocimiento para tener muy claro su llamado. La ordenación no va a cambiar nada acerca de su ministerio. Han estado haciendo lo que había que hacer durante años y continuarán haciendo lo que hay que hacer.

Sin embargo, es apropiado que demos ese ejemplo a los miembros de iglesia, a las familias, a los maestros y estudiantes, y a los seguidores de Jesús. Dios nos conoce a cada uno de nosotros y tiene un plan para usarnos para ayudar a otros a conocerle mejor.

Aprecio particularmente la forma en que Elena de White describe una ordenación muy especial: Cuando Jesús hubo dado su instrucción a los discípulos congregó al pequeño grupo en derredor suyo, y arrodillándose en medio de ellos y poniendo sus manos sobre sus cabezas, ofreció una oración para dedicarlos a su obra sagrada. Así fueron ordenados al ministerio evangélico los discípulos del Señor (El deseado de todas las gentes, p. 263).

Hay muchas similitudes entre la historia de David y la tuya. Dios te creó a su propia imagen. Él tiene planes para prosperarte. Él te pide que vivas tu vida en armonía con la suya. Eres una persona conforme al corazón de Dios.

_____________________________ Berit von Pohle es la vicepresidente de educación de la Pacific Union Conference.