Poesía Religiosa

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VI ENCUENTRO POÉTICO INTERNACIONAL AIRES DE LIBERTAD

Poemario a San Francisco de Asís Carlos Ponce Flores

20/01/2015

Ha volado al infinito el gorrión, va en busca del candente hermano sol, muy alto, tan alto que lo ha cegado con las brasas de su dulce calor.


Indice Prólogo ……………………………………………..….….4 Signos de los tiempos………………..………..……8 Inicio terrenal………………………………...……….10 El Asís de Francisco……………………………….…11 ¿Señor, qué quieres que haga?.................12 Asís, vía dolorosa………………………………….….13 Lo más cercano ………………………………………..14 Caminando con Francisco………………………..15 El beso al leproso……………………………….…….16 Consagración de Clara……………………………..18 El lobo y el mendicante…………………..……….19 Noche de Grecio... Navidad primera……….20 Noche de Navidad……………….……………………21 De la Trinidad a María………………………..……22 ¡Has nacido, Señor!…………………………………23 Heridas de amor……………………..………………24 Éxtasis de amor…………………..………………….25 La amada pobreza…………………………….…….26 Ante Dios, soy lo que soy, y no más………..27 La oración misma... Francisco…………………28 Señales en Rivotorto………………………………30 Canto al hermano viento ……………………….31 Salmo 142………………………………………….……33 Últimos anhelos ………………………..…………..34 Pensamiento final………………….…………….…36 Bendición final……………………………………….37 Lágrimas de Clara……………………………..…..38 Hace ocho siglos…………………………………….39 Paz y Bien……………………………………………….40 Enjuíciame, Señor…………………………..….….41 Yace colgado... muerto……………………..…..42

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Editado en Madrid en Enero de 2015 VI Encuentro Internacional Aires de Libertad Entreculturas Formato Epub generado con Calibre 2,6 Todos los derechos están reservados y se prohíbe expresamente la copia total o parcial de este texto sin autorización Para ponerse en contacto con el autor utilice esta dirección de mail: jmargot_9@hotmail.com

Prólogo 3


Este libro de Carlos Ponce Flores es un libro de poesía religiosa y lo primero que cabe preguntarse es: ¿Es necesario un libro de poesía religiosa en pleno siglo XXI? Mi respuesta es sí, en un mundo materialista como el nuestro, hacen falta valores que nos ayuden a vivir y este libro habla de ellos.

Carlos Ponce Flores es poeta y es hombre de fe y ha elegido la persona de San Francisco de Asís para transmitirnos su fe a través de su poesía. El libro reúne treinta poemas -es por consiguiente un poemario- en los que se narra la vida y milagros de San Francisco de Asís.

En sus primeros poemas, presenta el medio en que nació Francisco hace ocho siglos, que no era tan distinta al nuestro, pues también había entonces, como ahora, enfermedad, injusticia, guerra y muerte:

En los baúles, el oro de los príncipes, hambre y zozobra en el vulgo, deambula el humano sin un mendrugo, mendigo es en manos del hermano, con el horizonte de la peste y la guerra. Francisco nace, hijo de un comerciante, en una pequeña ciudad italiana, Asís, que se encuentra rodeada por el campo: En la cumbre, la fortaleza ya vigila la llanura de la Umbría que florece. Trigales, viñedos y olivares se agitan entre la niebla del Subacio que domina. Francisco se formula la gran pregunta: ¿Señor, qué quieres que haga? Y entre la incomprensión de las gentes, inicia su vida de entrega: Dulcinea Pobreza, lo ha rendido alado Serafín de amor lo ha herido 4


siendo así del Señor, lo mas cercano. El, como Ícaro, persigue lo más alto, pero no para huir del mundo, sino para unirse con Dios: Ha volado al infinito el gorrión, va en busca del candente hermano sol, muy alto, tan alto que lo ha cegado con las brasas de su dulce calor. En este camino besa al leproso: Un beso... al leproso hermano, a mi propia alma que se estremece por una gracia tuya... Señor. Encuentra a su hermana, Santa Clara: Antorchas de oro, cual celestiales llamaradas, acompañan al alegre canto del penitente, su fiel amiga es pura, Clara, eterna fuente, inicio de las damas pobres por él amadas. Apacigua al lobo: En Gubbio, sus manos extendió al fiel animal, que apagó su furor, dando muestras de ser creatura de amor, y la paz de Francisco aprendió. Celebra la Navidad: Canta, corazón, hazlo ya, ahora en este amanecer nuevo, sereno, del Niño, que de amor, mana y aflora. Se le manifiestan los estigmas y alcanza el éxtasis: 5


El dolor intenso lo hace desfallecer, mas una sonrisa en su alma alumbra aquel momento: compartir el dolor de su amado Señor. Adquiere humildad y pobreza: Por lo que soy, mísero ser ante el Altísimo, y no más así, estoy cerca de sus creaturas, despojado de todo sin ánimo de poseer algo, pero compartiendo vida. Canta a Dios junto con la naturaleza: Gracias por mi ser, que no ama como debiera a la naturaleza toda que canta a su creador, tu obra... Señor. Y trabaja para los más necesitados: Vence el cansancio y la noche es corta, ha de amanecer y el rezo será al alba, inicio de un día de servicio humilde de los frailes al pobre y leproso. Y Francisco, ya es San Francisco: Hermano: Soy Francisco, el de Asís, un joven de ideales, soñador, alegre; aquel que se sintió menor y pobre; 6


aquel loco de amor que siguió el evangelio, enamorado de la pobreza; el alegre ruiseñor que canta al Señor; el que partió al encuentro de Dios hace ocho siglos; el que aún cree que tú puedes dar Paz y Bien... hermano. Hoy, como entonces... Yace colgado... muerto,. ¿Y la esperanza?... Es labor de todos. La semilla está sembrada, que fructifique depende del amor brindado. Este libro tiene un destinatario: Dios. En ese sentido, es una oración. Pedro Casas Serra Barcelona, 16 de octubre de 2014

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01. Signos de los tiempos (Realidades ante los ojos de Francisco) En los baúles, el oro de los príncipes, hambre y zozobra en el vulgo, deambula el humano sin un mendrugo, mendigo es en manos del hermano, con el horizonte de la peste y la guerra. Ante sus ojos, un mar de miedos, interminables caravanas del averno, carruajes con apretados cadáveres -huérfanos de una sola oraciónson olvidados en un barranco lejano. Se quejan los cuerpos heridos de muerte, lúgubres aves acechan, están de festín, en grito final, armaduras, yelmos y espadas, de rojo carmesí, el santo suelo, el riachuelo: el dolor del hombre toca a Francisco. Cual día iluminado y noche silenciosa va el caminar del sufrido penitente ante el salteador emboscado, que mata entre el desfiladero y el oasis lejano, vendaval del hombre sin ley ni Dios. Reclama el artesano por el látigo del amo, su indolencia, su avaricia desmedida, destierro de conciencias que gimen en el desierto. Lo oye el mundo, pero es en vano, son los años donde la escucha ha muerto. Se iluminan los caminos con el resplandor de corazas y corceles, que marchan solemnes ataviados de cruces y banderas, cantando van 8


aquellos ricos caballeros en busca de la gloria, Cruzados y juramentados en liberar el Santo Sepulcro. En el recodo del camino, en el mercado y la corte, jóvenes trovadores cantan leyendas majestuosas entre sátiras irreverentes, odas al falso heroísmo, y veraces denuncias de abusos e injusticias. El corazón de Francisco sangra... ríos de dolor.

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Inicio terrenal Entre paños y brocados de su amada Francia, don Pedro trae una joya llamada Pica, manantial de ideas, fe, belleza y poesía que, su preñado vientre... ya añora. Una noche de ausencias, gritos y parteras, la doña era madre del niño esperado, que en San Rufino, en el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo, Juan lo ha llamado. El primogénito ha nacido, y el recién llegado agradece su fortuna, y lo nombra Francisco en acción de gracias por la tierra de sus victorias, y sigue viviendo para trabajar, hoy más aún. Aquellos ojos traviesos y saltones van andando entre la naturaleza que lo llama hermano; desde el alba fresca al atardecer que languidece, canta al Señor, antes que los libros en San Jorge. Juguetón y de agudo ingenio, ya sabía no ser noble de abolengo, pero sí rico mercader. Un martirio madrugar y otro las tareas. ¿Para qué sacrificar tanto? Tenía oro y poder.

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03. El Asís de Francisco En la cumbre, la fortaleza ya vigila la llanura de la Umbría que florece. Trigales, viñedos y olivares se agitan entre la niebla del Subacio que domina. Dos centenas de casas, colgadas cual balcones se apiñan en la ladera que jaquea las de altas torres con las bajas y estrechas, de piedra todas ellas, hermanas en su inicio. Callejuelas pequeñas y empinadas, son testigo de los baldes de madera y las pequeñas fuentes que alborozadas cantan a la vida, sin reparo en el trajinar de sus aguas que embelesan. El suave vaivén de los árboles entretiene las tristezas y los llantos del humano, o el bullicio alegre de aquellas aves, bálsamo natural que libera corazones. Se mece en la lejanía el pastizal silvestre, la flor gitana perfuma la suave brisa que golpea incesante el rostro del pobrecillo con la pregunta que aún no brota de sus labios.

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04. ¿Señor, qué quieres que haga? La naturaleza toda clama en el corazón de Francisco: la suave y fresca brisa que golpea sus mejillas, el tenue perfume del campo florido, chillidos apagados, aleteos esporádicos, el eco del riachuelo que vaga incesante entre el follaje, que agradecido mece sus tallos en cristalinas aguas que cantan con él. Pleno de corazón y alma, arrodillado frente al Cristo, en silencio, el sol invade la capilla, herida ella de paredes caídas y ventanas arrancadas, allí el abandono y el tiempo se han dado la mano. La quietud ha llegado: momentos de éxtasis, una flor que brota de sus labios, una ofrenda... su propia humanidad buscando la verdad, el sendero de su vida... ¿Señor, qué quieres que haga?

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05. Asís, vía dolorosa A Francisco, morir no da consuelo, sufrirá día a día en penitencia, sentirá aquel dolor de la sentencia, escupitajos, burlas, desconsuelo. Su vía dolorosa, el natal suelo, apretujadas calles, neta ausencia de amor, de los amigos, e indolencia nacida entre el dolor, camino al cielo. En el atrio, la mano es suplicante del que ayer fuera joven heredero, y el asombro del vulgo expectante que no ve el nuevo Cristo sin madero, hace de la pobreza, fiel amante, de la muerte, el hermano más sincero.

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06. Lo más cercano De una cruel pesadilla ha despertado, iniciando el menor, dura aventura; muy lejos de soberbia aún futura, al fin nace, de Dios el bien amado. Ora y se reconoce ser creado en dulce pensamiento que es cultura, al evangelio da vida madura, alegre senda en pos de lo soñado. Y lucha cual Quijote convencido, terco, por la igualdad del ser humano, haciendo así del prójimo el hermano. Dulcinea Pobreza lo ha rendido, atado Serafín de amor lo ha herido, siendo así, del Señor, lo más cercano.

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07. Caminando con Francisco Ha volado al infinito el gorrión, va en busca del candente hermano sol, muy alto, tan alto que lo ha cegado con las brasas de su dulce calor. La necia soledad y el silencio lo han retado en el signo del tiempo, sosegado, al fin se ha detenido, y el Señor, paciente, lo ha alcanzado. Paso a paso, muy suavemente, el lirio se engalana de color, y su santo aroma ha enamorado la bella doncella de Clara faz. Así, el beso al pobre leproso sella su alianza de plena entrega, va lleno de harapos y abandono, pero con alma firme en fe y oración. Llegó el tiempo de las llagas de amor, el serafín hiere su humanidad, le susurra: ¿Sabes lo que te he hecho? Sólo convertirte en el que amas. Hoy, ocho siglos nos separan de él, mil mares de fallas y de mundo, mas mi alma va descalza y confiada en el arduo sendero de la Cruz.

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08. El beso al leproso Un beso... en la eternidad del tiempo, desvela sueños en el humano, mata los alardes e ímpetus de mi juventud emergente. Punto de impacto entre la tangente y lo vivido, signo con los pies sobre la tierra, con la mueca del dolor y el abandono latente, pestilente ser humano de pústulas y eccemas, de vendas vencidas y muñones silentes que ya no sangran, cual ríos de esperanzas muertas, que canta, en lastimeros llantos, y escucho que grita.. Yo soy el joven radiante abrazado al Cristo doliente, he querido descenderlo del madero, desclavarlo uno a uno, y el llanto me ha ganado al ver miles de clavos, perforados costados, y he caído vencido. Con un beso... se ha borrado aquel viejo hombre indolente y callado, cómplice de injusticia, 16


me ha desnudado cual oto単o de vestidos y sandalias, de pasos y senderos fallidos. Un beso... al leproso hermano, a mi propia alma que se estremece por una gracia tuya... Se単or.

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09. Consagración de Clara Corta el segador bellas espigas doradas, con ellas, una a una, en catarata silente, sólo Cristo es el dueño de su juvenil mente, y destino final de su fe, ayunos y jornadas. Antorchas de oro, cual celestiales llamaradas, acompañan al alegre canto del penitente, su fiel amiga es pura, Clara, eterna fuente, inicio de las damas pobres por él amadas. Cubierta con el velo, señal de consagrada, blanca luz que ilumina a damas, bello sendero, al seguir la palabra de Dios, muerto en madero, es pobladora fiel de Monasterios, callada, de una oración profunda, del mundo va alejada, entregando su vida y más, al Dios verdadero.

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10. El lobo y el mendicante En Gubbio, sus manos extendió al fiel animal, que apagó su furor, dando muestras de ser creatura de amor, y la paz de Francisco aprendió. Un hermano el lobo consiguió, un fraile que cura su dolor, aquel que cantaba de flor en flor; calmado y manso, a nadie jamás agredió. Es la obra del Señor en manos del humano, manantial de agua pura es la gracia divina que haya curso en el alma, limpia y fina, del mendicante y humilde hermano que estira su mano en soleada esquina, aquel mendigo del raído sayal franciscano.

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11. Noche de Grecio... Navidad primera. Dorada gruta aquella, de antorchas muy brillantes, campesino humildes siguen a ella bajando, ellos cantan alegres, Emmanuel va llegando, envuelto El en brocados de arcángeles amantes. Bajo un cielo de luces, bellas, parpadeantes, al llamado, presente el pueblo va entonando aquellas melodías, que han de seguir sonando por una eternidad, sin mañana ni antes. Francisco, entusiasmado, ya corría, cantaba “que lo inerte se entere que un Dios nos ha nacido”. Alborozado, lleno de ternura, iniciaba la alegría mayor que humano haya vivido, un nacimiento en vivo como el siempre soñaba, Navidad de Francisco que tiene aún sentido.

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12. Noche de Navidad. Sobre tibio heno, llora el pequeño, entre destellos mil de oscuro cielo, María lo protege en blanco velo, los querubines cantan cual ensueño. Ánimo pastorcillos, el Mesías, nacido de mujer, real humano, respira ya confiado. Él es tu hermano, y vivirá las penas y alegrías. En lo alto parpadea linda estrella, la divina señal del Emmanuel, y es testigo José, ¡oh escena bella! Él recibe a los hombres sin cartel, humildes se arrodillan sin querella, ya campesino o rey, basta ser fiel.

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13. De la Trinidad a María. Del gozo de María, dulce madre, nace aquella esperanza, luz eterna, en humilde paraje, una caverna. Confiado en el mandato de su Padre, respira ya, de esta vida humana radiante, bello sol de amanecida. Cantan todas las aves su venida, triunfo de la verdad, aún lejana. Canta, corazón, hazlo ya, ahora en este amanecer nuevo, sereno, del Niño, que de amor, mana y aflora. Siente el alma mundana calor pleno, nuevo sol que tu ser silente adora, de la Trinidad, ¡Niño Dios! y seno.

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14. ¡Has nacido, Señor! ¡Has nacido, Señor!, en cada niño abandonado de lastimero llanto, por hambre, frío, dolor. ¡Has nacido, Señor!, en los ojos desesperados, impotentes, del niño descalzo, humilde, que abraza hambre, ausencia. ¡Has nacido, Señor!, en la inocencia mellada al final de la paciencia, vapuleada, donde el dolor se hace su refugio. ¡Has nacido, Señor!, en el nonato despedazado, el colmo de la locura humana, donde el egoísmo escribe el epitafio. ¡Has nacido, Señor!, en la soledad del niño desplazado; no ha vivido, pero la muerte llama ante la inocencia de almas y corazones. ¡Has nacido, Señor!, y estoy oculto, lleno de vergüenza. Me dirás... ¿Qué haces? Y me diré... ¡Culpable!

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15. Heridas de amor (Estigmas de San Francisco) Canta el arroyo en tono lastimero los dolores de la pasión, llora el Pobrecillo en éxtasis de amor. En el monte, robustos árboles arrullan su voz, acompañan así el silencio, en el momento exacto de majestuosa soledad donde florece la cruz en su cuerpo débil y enfermo, profundos surcos de un calvario dispuesto a compartir. Sus rezos no han sido en vano, su Señor lo ha escuchado, sangran sus heridas, llora, no se siente digno. El dolor intenso lo hace desfallecer, mas una sonrisa en su alma alumbra aquel momento: compartir el dolor de su amado Señor.

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16. Éxtasis de amor Entre los árboles y las flores, el cantar de las aves y el susurrar del arroyuelo, el pobrecillo se ha sentido menor, débil, empequeñecido, nada ante la naturaleza radiante y sonora, obra del creador y Señor. En éxtasis se entrega humilde, compartiendo en soledad los dolores de la pasión, abandono cruel, soledad infinita y muerte. El Serafín alado le anuncia su plena donación: ha florecido la cruz en su corazón, en profundos surcos de manos y pies, y aquella lanza artera también lo ha herido, y así un nuevo Cristo se ha revestido.

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17. La amada pobreza En el amanecer de mi vivir, voy huyendo de ti, soy temeroso, y te he sentido lejos de lo hermoso, camino del dolor, necio sufrir. Desvelado, no pude ni dormir por tu asedio, que vi tan majestuoso, queriendo huir de ti, ufano y jocoso, llevando corazón y alma al morir. Encontrándome lleno de tristeza, entre las creaturas de tu amor revivo en cada dalia, rosa o flor, compartiendo así, pan con nobleza, Señor, haciendo mío tu dolor, son gracias que me das, leal pobreza.

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18. Ante Dios, soy lo que soy, y no más. Colmados mis ojos ante la belleza de lo tangible, de perfumes y de colores, naturaleza viva que estremece mi ser, lo he dejado todo para acercarme a ella, y he reconocido mi minoridad frente a lo creado. Por lo que soy, mísero ser ante el Altísimo, y no más así, estoy cerca de sus creaturas, despojado de todo sin ánimo de poseer algo, pero compartiendo vida. En la carencia de soberbia y poder, florece la equidad del "Menor", desposeído en la simplicidad de sufrirlo todo por Cristo, y hallar... la Perfecta Alegría.

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19. La oración misma... Francisco Oraba Francisco al amanecer por el nuevo día, la aurora iluminaba su ser, el campo, bañado en rocío. lo acompañaba diligente. Gracias, mi Señor, gracias por todo lo creado, desde la humilde larva al águila majestuosa. Gracias, Señor, gracias por el riachuelo sonoro que te canta melodías eternas brindándose al campo florido. Tiene tanto de ti, se da pleno, sin pedir recompensa. Gracias, gracias Señor, por el hermano viento que da vida a mi ser, llenando de aromas el mundo y me hace sentir vivo. Gracias por mi ser, que no ama como debiera a la naturaleza toda que canta a su creador, tu obra... Señor. Gracias... y perdón por todo aquello que esperabas de mí y no soy. Perdón, Señor, por todo lo que fallé, 28


el amor que no sembré, la humildad que no alcancé, y la pobreza que rechacé. Perdón, Señor, perdón.

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20. Señales en Rivotorto. La noche acoge humanidades, cansadas ellas de la labor del campo en su afán del pan de cada día, ganarlo es norma de San Pablo. Vence el cansancio y la noche es corta, ha de amanecer y el rezo será al alba, inicio de un día de servicio humilde de los frailes al pobre y leproso. Y han de ser muchos meses de austeridad en este lugar estrecho, que siempre reta la fraternidad y el amor de los hermanos que acuden al resguardo de la oración. Ha llegado la noche en Rivotorto, nuevamente se disponen al descanso bajo las vigas, gravadas con sus nombres, que señalan: alegría, minoridad y pobreza.

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21. Canto al hermano viento. El viento de un nuevo otoño ha sacudido el campo entristecido, arremete hoy contra las grandes murallas, las torres de los señores feudales, sacude las casas de viejos maderos y curtidos cueros, que crujen en siniestro concierto, donde el humilde ora incesante. El polvo invade el rincón más íntimo, entre el llanto de asustadizos niños que coronan la miseria de marginados, aquellos de ese ayer y de hoy. Mas un canto sublime rompe la inercia del viento, con amor se entona, con esperanza se escucha. Es Francisco, aquel llamado "loco de amor", el del sayal raído, de pies descalzos, delgados brazos, aquel... de amplia sonrisa, de corazón amigo, que es hermano de todos y de todo; que pregona tolerancia... paz de extendidas manos, y es... la oración misma, y va cantando: Calma tu ira, hermano viento, que de la misericordia has nacido del mismo Dios, 31


calma, hermano, que la Paz y el Bien sean contigo.

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22. Salmo 142 (Ante la hermana muerte, el pobrecillo eleva su súplica) Mi corazón canta su desconsuelo y te ofrece mi dolor cuando desfallece mi aliento, pero tú, Señor, ¡me conoces! Mis pasos son perturbados, convéncete, aquellos no me conocen y sin duda no cuidan de mi vida. ¡A ti, Señor, acudo! Eres mi escudo en este mundo, atiéndeme, que no hallo tu gracia. ¡Sálvame!, de los que me avasallan. ¿Libérame!, para agradecerte siempre. Todos aquellos que saben amar, se alegran por mí para gloria tuya... ¡Señor!

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23. Últimos anhelos Olvidado en el tiempo aquel andar lejano, las dudas del adolescente, arrebatos, fantasías, y al final... soledad. Reflexiones y el llamado a un latente vivo: ¿Qué he de hacer? Presentes el dolor y abandono del mendigo de Asís, comentario de plazas y mercados, burlas y rechazos, pedradas y marginaciones, pequeños dolores, penas y angustias, ofrecidas a ti, Padre. Hoy, turbado e impedido por este cuerpo lleno de pecado que me ata cual enredadera, prisionero soy... y voy fallando al niño que nace, al adulto que muere sin tu gracia, Señor. El tiempo termina y hay aún tanto que hacer, se va esta humanidad a donde ya no existen los pasos, y la voz me abandona, se turba mi mente, reclama mi cuerpo la tierra amada, así como vine he de partir, y en el último aliento, humilde, elevo mi canto: 34


¡Clamo con mi voz al Señor: Tú eres mi todo… mi amor!

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24. Pensamiento final En entrega sin igual de alma y corazón, jaqueando su humanidad, rompiendo lo establecido y dado por cierto, se ha cuestionado como ninguno. Sus labios han sentido la miseria del humano, vencido el hedor del abandono total, ha conmovido su ser hasta el llanto, el hombre nuevo con dolor ha nacido. En loca huida, sin rumbo alguno, en vano quiso olvidar y ha vuelto, su ser ya respira Paz y Bien, descalzo, pobre, aún añora Francisco el beso al leproso hermano. Su cuerpo siente la tierra madre, desnudo ha pedido entregar el alma, tal como vino habrá de partir, sólo un pensamiento en su mente: ¡Señor, hay tanto que hacer!

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25. Bendición final El santo del sayal va enfermo, muy cansado; es otoño y las hojas van cayendo, una a una. Rumbo a la Porciúncula, va él, su bella cuna, de San Damián el Cristo, allí le había hablado. Sus ojos son ajenos, ya lo han abandonado, siente aromas, perfumes, son ellos su fortuna que le recuerdan campo, sol y perfecta luna, su vida por el prójimo, que ya la ha donado. Se detiene el cortejo, ante un Asís lejano canta a su natal nido, con dulce voz herida, aquella suave música de un final cercano. "Bendita del Señor, sea mi ciudad querida, donde la bondad mora, y el orgullo es vano, edén donde perdón y hermana paz... son vida."

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26. Lágrimas de Clara (ante Francisco muerto) Una lágrima ante lo tangible -un sayal, un cuerpo sin vida. "Polvo eres y en polvo te convertirás" resucitando a la eternidad. Una lágrima de impotencia ante la hermana muerte, que marca final e inicio de eternidad. Una lágrima en San Damián: ¿Señor, qué quieres que haga? Es el Cristo que marca su andar para la eternidad. Una lágrima en el recuerdo de aquella noche de Semana Santa plena de entrega al amor de Dios, consagrándose por la eternidad. Una lágrima, un adiós al humano y un presente... al siempre. ¡Pobrecillo de Asís! feliz en la eternidad.

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27. Hace ocho siglos. Hermano: Soy Francisco, el de Asís, un joven de ideales, soñador, alegre; aquel que se sintió menor y pobre; aquel loco de amor que siguió el evangelio, enamorado de la pobreza; el alegre ruiseñor que canta al Señor; el que partió al encuentro de Dios hace ocho siglos; el que aún cree que tú puedes dar Paz y Bien... hermano.

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28. Paz y Bien Verde campiña, detenida en el ayer, aún escucha las voces de Francisco y Clara, sus veredas sienten sus pasos y no logran creer que celestial pareja al tiempo derrotara. En cada brote nace el Poverello nuevamente y en cada flor una Chiara orante, llora Asís por el pobrecillo penitente, se endulza San Damián por el infante. Casto lirio del Subacio, fruto supremo, perfumada flor, infinitos colores, tiempo y espacio sin apremio: son ellos universos de valores. Paz y Bien, insuperable sendero que vence orgulloso, soberbia plena; sigue siendo el ejercicio más certero para que el Perú redondee, magistral faena.

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29. Enjuíciame, Señor La hermana muerte ha vencido acaso la dureza de mi mundo inerte, el vigor de mi actuar iracundo oscuro sendero tocado en suerte. Palpita mi corazón de muerte herido por el filo cruel de la fiera pobreza; me enervo y encajado de coraje perdón grito al cielo por todo lo vivido. Me he echado pobre, mendigo, y no basta, aún late mi ser de plena soberbia, soy nada y la culpa sigue viva en mi carne hecha de pecado. Tu ley, Señor, sobre mi ser desata surco sangriento de vigorosa asta desnudando faltas, que tu perdón reclama, mas enjuicia, Señor, mi virtud más grata.

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30. Yace colgado... muerto En cada clavo que violenta su humanidad, en cada latigazo artero que abre surcos de eternidad, en cada cobarde escupitajo, afrenta al humilde carpintero, está presente el sentir humano, hambre de gloria de poder lejos del prójimo, del humano. Sigue sangrando y grita, sordo el hombre sigue matando, cae una vez más en cada niño hambriento, cae y sangran sus rodillas en cada muerte de un nonato, y ha de morir una vez más, en muerte de cruz, por cada pueblo hambriento, arrasado, muerto, uno a uno. Yace colgado... muerto,. ¿Y la esperanza?... Es labor de todos. La semilla está sembrada, que fructifique depende del amor brindado.

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