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ENTROPÍA Revista bimestral de relatos cortos ilustrados para el fomento de la lectura

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“En la montaña el camino más corto es de cima en cima; pero para eso hay que tener las piernas largas.” Friedrich Nietzsche

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“Con Dios veinte añ l o que l es ha dad s todos t ie es ha o dado ; con cua nen el ro que s s e me recen la vida y renta el tro que rostr .” con s o esent a el Alber t Sch weitz er

4,80 €

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Un duende escurridizo

El rinc贸n de Xurxo

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SUMARIO

Entropía núm 4

07 UN duende escurridozo… Xurxo 08

HOGAÑO: TÓMAME O DÉJAME Fernando Solera

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de aeropuertos y calorias Kikás

14 Las cuatro valientes mujeres: Chema García 18 TATUAJE Javier Gallardo 20 ERROR DE COPIA (2ºPARTE)

Baltasar Garcia

24 DOS SEMANAS DE VIDA Manuel J. Prieto

Pàgina 20: ERROR DE COPIA (2º PARTE)

27 CAMINO DE LA FAMA Ximo Raga 32 EL ESTADO VERTICAL Sergio Perales 36 LA NOSTALGIA CONFORME (1ºPARTE) Sergio Alonso 40

EL ENTRENO Paco Rosa

42 NIKE Antonio Burillo 46 FRAGMENTOS DE VIDA Ana Morán Infiesta 49 LA MALA SOMBRA Marita 52 SOLEDADES Gonzalo Muro

Pàgina 18: TATUAJE

55 PERSPECTIVA Luis Ignacio Rodríguez 58 LAS PUPILAS AL SOL DEL NIÑO DEL NORTE

Lauren García

60 UNA CRUDA SORPRESA Lourdes Alarcón 64 AGOnÍAS ENTRÓPICAS Kek 68 ADELITA Jota Pego 70 PICOtÉCNICO Juan Guinot 75 ES MEJOR QUE LO DEJEMOS Santiago Sevilla Vallejo 77 TODO EL MUNDO SABE QUE ESTO ES NINGUNA PARTE

Pàgina 68: ADELITA

Pablo Rodríguez Canfranc

80 EL EXTRAÑO CASO DEL HOMBRE que pretendía SALVAR EL MUNDO Ernesto Antonio Parrilla

84 UNA NOCHE DE MEIGAS Antonio Grillo 86 Perfil Edgar Allan Poe 88

LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA Edgar Allan Poe

93 MICROENTROPÍAS

Pàgina 84: UNA NOCHE DE MEIGAS


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Error de copia

(y 2ª Parte)

Baltasar García

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alió del comedor para adentrarse más en la base, encontrándose con una compuerta que se abrió a su paso. Al cerrarse la puerta y caminar brevemente por el nuevo pasillo, pudo captar movimientos que trató de enfocar con su linterna: una criatura metálica de un cuerpo formado por tres hexágonos, y un cuarto más pequeño que formaba la cabeza, se estaba irguiendo sobre cuatro de sus patas para, a su vez, mirarle a él. Su sorpresa y aprensión no le distrajo del hecho de que de cada hexágono salían tres patas, conformando seis patas. La cabeza tenía dos receptores visuales al uso humano, de manera simétrica. Si bien aquel ser era un robot, era obvio que era totalmente autónomo y estaba extraordinariamente motivado, pues transformando dos de sus patas en dos especie de taladros, le amenazó brevemente para que le siguiese, mientras recibía un empujón desde atrás: otra criatura le vigilaba

a su vez. Por el momento más sorprendido que asustado, siguió a las dos criaturas hasta un ascensor por el que descendieron largo rato, y entonces a una gran sala en la que muchas criaturas se alineaban a los lados. En el centro, otra criatura como las demás, pero considerablemente dañada, o más bien... avejentada fue la primera en romper el silencio: “¿Quién eres?”. Rasatlab se sintió sobrepasado. Aquella lengua era el inglés, una lengua muerta desde hacía siglos. Dando gracias a aquella afición suya por el siglo XX, respondió en inglés pasable: “Mi nombre es Rasatlab, comandante mercante del carguero espacial Pacífico.” Varios movimientos espasmódicos en los miembros de los robots le hicieron pensar que se estaban comunicando entre ellos... un comportamiento peculiar. “¿De dónde vienes?” Rasatlab se encogió de hombros. “De la Tierra.” Más movimientos espasmódicos, por un periodo de tiempo más prolongado. “¿Eres

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el creador?”. Rasatlab abrió mucho los ojos. “¿¡Qué!?” El robot alzó lo que quedaba de sus brazos. “¡Hemos terminado la obra!” Rasatlab se sentía cada vez más pequeño, siendo el centro de atención de un modo tan inesperado. Acertó a musitar algunas palabras. “Yo no...” De nuevo al robot no pareció importarle demasiado la respuesta. “¡Las tareas están terminadas, creador!” El mercante se sentía sobrepasado por los acontecimientos. “Yo no soy vuestro creador.” Esta vez, entre los robots no pareció haber comunicación alguna. “El creador nos hizo desde la Tierra.” Rasatlab empezó a vislumbrar algo de entendimiento. “¿Cuánto tiempo lleváis construyendo?”. La respuesta del robot fue exacta. “1192.45 años”. Era obvio que “el creador”, quien quiera que fuera, había fenecido hace ya mucho tiempo. Las piezas empezaban a encajar poco a poco en la mente de Rasatlab. Todo lo construido por aquellos robots era modular, así como ellos mismos eran también modulares. Probablemente se fabricaban los unos a los otros, de manera que nunca faltase la mano de obra. Recordó entonces que en la época de la ESA, se hablaba con entusiasmo de la terraformación de Marte, un planeta que se parecería mucho a XJR43 si el primero tuviera atmósfera. Según aquellos proyectos, habría otros complejos construidos por toda la superficie del planeta, así como

centros botánicos donde se cultivarían las algas y otros vegetales que, recordó, eran las bases de la teoría de la terraformación en la época. A aquellos científicos les encantaría saber que sus teorías habían tenido éxito. Sin embargo, algo no encajaba. Los robots de aquella época eran tremendamente primitivos, lo cual se correspondía efectivamente con el aspecto exterior de aquellas criaturas, pero no con su aparente capacidad de raciocinio. La unidad averiada tomó nuevamente la iniciativa. “Creador, hemos construido 318 complejos. ¿Es ya suficiente?” Aquella pregunta parecía confirmar sus sospechas. Al comandante se le ocurrió una idea. “¿Cuántos sois en total, dónde están los demás?” Su interlocutor no vaciló “Según el proyecto del creador, 488736. Nuestros registros demuestran la existencia de 22121424 unidades. Están trabajando.” Rasatlab preguntó extrañado: “¿Cómo que según el proyecto del creador?” Algunas unidades se separaron de la pared, dejando al descubierto una plancha de acero que había sido grabada. Su afición a la historia le ayudó de nuevo. Se tratada de un trozo de un programa en un lenguaje de programación llamado C, abandonado en la noche de los tiempos. En el pequeño trozo era obvio un error de programación: una variable llevaba el conteo de robots creados, pero había sido declarada con tan sólo 16 bits

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El estado vertical (Manuscrito hallado en París sobre el estado vertical)

Sergio Perales

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o sucesos que voy a relatar parten de la edad de incubación del hombre. Un resto de la historia que se puede contar brevemente: me curo de la tentación baldía de jugar a sospechoso. Pongamos en vigilancia un estado gobernado por las palabras. El Estado Vertical es un estado que se mide por las palabras. Controla extraordinariamente el vocabulario de sus ciudadanos. Por eso tiene potestad y autoridad legal para otorgar la capacidad verbal a los miembros de la comunidad. Estima y desestima unánimemente mediante los oportunos informes extendidos por sus ministerios la petición ciudadana de adquirir nuevas palabras a su mente para perfeccionar su comunicación. Ese Estado Vertical se ubica en unas montañas lejanas, alejado de contaminación y en constante evolución. Su felicidad es relativa. La visión que yo puedo aportar responde a una mera aproximación de los hechos. Ahora

y solo ahora, estoy en condiciones de pensar, reflexionar, hablar, comunicar, escribir, trascender. Este es el momento oportuno. EV es el Estado Vertical. Cada uno de sus edificios oficiales se rotula con las siglas EV en su entrada principal. Por ejemplo EV-MP significa Ministerio de las Palabras del Estado Vertical. Concretamente este ministerio contiene todas las palabras universales. A través de sus cartas efeméride, otorga palabras a los ciudadanos. Consiguiendo estos más o menos libertad de expresión, lenguaje y creación. Lo único que hace el individuo es pagar su peaje económico por huir del retraso mental. Pero con pagar estas cartas no basta. Los Oficiales deben juzgar mediante tribunal en última instancia la aprobación y entrega. El llamado Certamen Laudo Resolutorio. Vivir en estado vertical resulta difícil. La diferencia de clases limita la convivencia social. Tristemente, cualquier individuo no puede co-

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municarse con cualquier otro individuo por la distancia, infinita o no, de sus vocabularios. Los dominadores verbales se aburren en su frustrante empeño de debatir y filosofar sobre temas complejos. Los ignorantes luchan por la supervivencia y no cejan en su afán de conseguir nuevas palabras. La inestabilidad comunicativa de los miembros de la comunidad modifica los instintos y comportamientos. Nihi Li se aproximó a crear un lenguaje independiente fuera de toda mentalidad binaria. Fue imposible. El EV-M la condenó a la supresión total de la palabra. Menos la palabra “Silencio”. Esta animalización de Nihi provocó la convulsión de mucha gente y muchos se suicidaron. Durante estos sucesos, una sensación rara se apoderó de Estado Vertical. Yo tenía la impresión harto desagradable de que debía hablar con alguien, pero lo peor del caso era que no sabía con quién ni qué debía decir. ¿Qué podía hacer yo? El amor de Nihi, Smo, murió de pena. El estado borró de su mente las palabras “Te querré siempre” y este nunca pudo siquiera pensar eso de su amada. El EV tenía poder para anular palabras a sus ciudadanos si estos no cumplían las normas. La voluntad de Smo no pudo evitar pintar en la calle, cerca del EV-C, la frase “Nihi solo quería libertad de pensamiento para todos”. Aún hoy, esas palabras permane-

cen escritas como epitafio de la humanidad. El Doctor Jones, miembro de honor Relevantis del Alto Ministerio, cambió de opinión y denegó borrar la frase para conseguir concienciar a sus ciudadanos del castigo ejemplar que se le aplicó a Smo: la anulación analítica de la palabra. Esta anulación se hacía de modo sistemático con los malhechores. Muchos ciudadanos que habían conseguido con el mayor de sus esfuerzos palabras ilustres, veían como de un plumazo, tras cometer acciones irrelevantes, e incluso injustas, la anulación de palabra seleccionadas. La llamada pormenorización. Nunca más volví a saber de Smo. Su perro ladró dos semanas sin parar hasta que agonizó. Nadie ha sabido nunca qué hace el estado con los muertos. Los entierros están prohibidos por ley. Los neobitas, funcionarios del EV-MT, gestionan los cuerpos y se los llevan en los autos inmaculados y radiantes. La muerte está mal vista. El Alto Funcionariado todavía cree que el hombre puede superar la muerte alcanzando un estadio superior que lo haga etéreo e inmortal. Incorruptible. En verdad, en Estado Vertical la muerte oscilaba levemente, bailando su danza silenciosa. Con frecuencia, incluso, las instituciones no quieren imponer a los ciudadanos contra su voluntad una ignorancia gratuita. La verdadera conquista radica en la motivación de los ciudadanos en aprender palabras, consiguiéndolas con esfuerzo y trabajo. Con poder económico, como en otras religiones. El símbolo económico trae la gloria de la palabra, la base de toda observación racional y toda creación posterior. Pero conseguir este patrón implica trabajo

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El entreno Paco Sosa tando y haciendo bromas. Las dos niñas venían cambiadas “La Tere” y “La Patas” no se vestían con ellos. No quería preguntarse por qué, pero él lo prefería así. A los diez años ya tienes tu pequeña intimidad y bueno... eso. Ángel, “El míster”, los esperaba en el campo. Hoy tenían que traer dos versos de dos señores que no habían conocido, pero que decían cosas preciosas. Ángel, les animaba a recitarlos mientras practicaban con el balón. Le dibujaba con tiza a cada uno un círculo alrededor de ellos en el suelo. Había que dar más de cien toques de balón sin que botara fuera. Uno, dos, tres «La carta que te escribí, mi corazón la dictó», diecisiete, dieciocho, diecinueve. «Mis ojos la tinta fueron», treinta y nueve, cuarenta «Dispensa si va un borrón» cincuenta y cinco, cincuenta y seis, «Fue por las lágrimas que cayeron». Después, corrían a lo ancho del campo, todos con las manos unidas y los ojos cerrados.

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uando su madre lo dejaba los martes y jueves a eso de las ocho de la tarde en la puerta del patio del colegio, Carlitos la miraba sin mostrar ninguna emoción. Recibía el beso de “hasta luego” como un trámite más. Él, lo que de verdad deseaba era correr al vestuario. Allí lo esperaban sus “compis”. Allí, empezaba su mundo. Desde hacía tres meses, Carlitos había empezado a entrenar con el equipo de fútbol sala del colegio. Al principio, no le hizo gracia la idea. De hecho, pensaba que era otra de las ocurrencias de sus padres para mantenerlo alejado de ellos. A él no le gustaba eso de darle patadas a un balón y mucho menos lo de correr y recibir golpes y empujones. Además, papá y mamá se habían convertido en unos extraños. Los dos trabajaban todo el día fuera de casa y cuando estaban en ella, se pasaban más tiempo discutiendo que haciendo cualquier otra cosa. Casi siempre llegaba el primero, pero enseguida “El Pecas”, “Pablito”, “El Moqui”, “Antoñito” y el portero “Pulpito” entraban gri-

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Ángel les gritaba «alto» y se paraban justo en las líneas de banda. Jugaban partidos entre ellos, sin balón. Cada uno decía cómo tenía la pelota y gritaba qué iba a hacer y a quién le pasaba el balón virtual. «Un caño», gritaban, «hago un regate, dos, centro, remata `la Tere´ de cabeza y Goooooool». Después, cuando lo practicaban con la pelota de verdad, no salía exactamente así. Pero bueno, al menos sabían lo que querían hacer. “La Patas» era la que más corría. Nadie la pillaba cuando jugaban en el entreno a polis y ladrones. Bueno, la verdad es que con el balón, también era bastante buena. A Carlitos le gustaba un poquito “la Patas». Casi sin darse cuenta empezó a descubrir que eso del fútbol era algo más que correr. Tenías que evitar que los otros te quitasen la bola. Ver dónde iban a estar tus «compis» un segundo antes que el rival. Aprender a ganar con una sonrisa y a perder con otra. A confiar

en tus colegas y sufrir por ellos. A no discutir, a caerte y a volverte a levantar. A escribir con la pelota rimas en el aire. Mientras hacían los estiramientos, “el Míster” les contaba cuentos cortos para relajarlos. A Carlitos le gustaba el de la señora de una tribu africana que decía que solo las personas felices pueden ver el polvo de las estrellas, los rayos de luna o la cola de los cometas. Él, estaba convencido de que en aquellos entrenos, cada vez que golpeaba la bola dejaba una estela mágica y que cuando marcaba un gol, la luna hacía de marcador. Después, algún que otro día llegaba su padre a buscarlo. Había pasado una hora y media y siempre se le hacía corta. De nuevo el beso de «hola», y poco más. Nunca iba a verlo. No sabía lo que se perdía. Él, ya estaba pensando en el próximo entreno. «Un día», pensaba Carlitos, «un día, escribiré un libro que cuente los entrenos...»

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Fragmentos de vida Ana Morán Infiesta

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n chasquido; otro trozo de vida segado para siempre. El hombre deja al lado sus tijeras y, casi con reverencia, conduce a su última víctima al sepelio que le aguarda para la eternidad, el contenedor donde acompañará a sus compañeros caídos. Son ya muchos los que han perecido víctimas de la irracionalidad y la intransigencia, de la que él se ha convertido en el brazo ejecutor. Conforman un abigarrado montón de oportunidades perdidas y momentos felices cortados de cuajo. Hoy, como siempre en los últimos dos años, se sorprende por la facilidad con la que realizara aquella escabrosa tarea tiempo atrás. Un tiempo en que veía aún a aquellos pobres condenados como simples trozos de

celuloide y no como fragmentos de una vida, de muchas vidas en realidad. Hasta que un día, me sorprendió en los ojos de un colega montador una mirada de odio, la mirada de un padre que contempla al verdugo de su hijo. Y es que, piensa ahora el hombre, ¿qué son las películas sino los hijos del esfuerzo de muchos padres? Padres que ven cómo sus retoños son mutilados y manipulados aún antes de que vean la luz por órdenes de un burócrata intransigente. Y, aún cuando los maquillan a gusto de este, en demasiadas ocasiones vuelven a ser alterados, una vez filmados. Esa labor nunca corre a cargo de esos creadores. Los estudios contratan a gente como él —profesionales acabados, hastiados— para ser sus ingratos sicarios.

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Muchas veces, sueña que esos fragmentos extirpados cobran vida; los personajes inmortalizados en el celuloide se muestran ante él como fantasmas escapados del éter. Lo rodean en silencio y en sus ojos nunca ve odio, solo preguntas mudas: ¿Por qué?, ¿qué daño os hemos hecho?, ¿por qué tú no pareces odiarnos?, preguntas; nunca reproches. El hecho de que esos espectros oníricos aparenten carecer de la sed de sangre que anega a las personas, siempre le ha resultado curioso, a la par que extrañamente estremecedor. Le aterra pensar que, incluso en esas fantasías, esos fotogramas, esos objetos inertes, destilan más humanidad y cordura que los mezquinos humanos que llevan las riendas de cine de su país. Piensa en el fragmento que ha extirpado hoy. Es un buen ejemplo de esa irracionalidad. Un beso, un simple y casto beso. Y sin embargo, a Joseph Breen, Censor Jefe y notorio antisemita, le ha parecido obsceno por tratarse de un ósculo entre una chica judía y un católico. Así que el censor ha dictado sentencia y él, con el corazón encogido, la ha ejecutado. Cada vez odia más el trabajo que le ha tocado desempeñar. En otros tiempos, sus manos y sus tijeras contribuían a que las películas cobrasen vida. Hoy, solo se dedican a mutilarlas. Se ha convertido

en el ejecutor del estudio, la puta de la censura, pero perder la dignidad no le ha librado de un mal peor aún que la propia censura. Saca de nuevo la carta y la mira, esperando tal vez, que su contenido haya cambiado por arte de magia. Pero no lo ha hecho. Dentro de dos días tendrá que personarse ante El Comité de Actividades Americanas, para intentar defenderse de la acusación de ser miembro del Partido Comunista. No sabe quién lo ha traicionado. Enemigos no le han faltado estos últimos años, incluso en su mismo estudio. Aunque nunca ha militado en el partido, siempre ha manifestado sus opiniones en público con cierto fervor y, para algunas mentes retrógradas, eso es suficiente para colgarle el sambenito de traidor. Sabe que solo le quedan dos opciones: acogerse a la Quinta Enmienda y, pese a eludir la cárcel, ser incluido en la Lista Negra, o delatar a alguien, sea miembro del partido o no. Ninguna de ellas le entusiasma: la primera, le apartaría para siempre de esa amante ingrata por la que tanto se ha degradado; la segunda, le hará perder el escaso respeto que tiene por sí mismo. Su mirada recorre el exterior del contenedor y, por tercera vez en ese día, piensa en lo hermoso que sería poder formar parte de esos trozos de existencia hurtados a la pos-

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Adelita Jota Pego Cuarenta años. Soltera. Culta. Atractiva. Busca compañía. Que ronde los cincuenta. Formal. Fines serios.

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epasó otra vez el anuncio, palabra por palabra, y una vez más concluyó que no le satisfacía. Poco misterioso, demasiado frío, se decía. Demasiado evidente. ¿A quién quería engañar con aquello? ¿Cuarenta años? Quien se interesase, sabría al instante que se había llevado diez. ¿Soltera…? ¡¡Solterona!!, mejor dicho. Nadie lo pondría en duda. Con un poco de imaginación se podría reconstruir su vida. Encerrada allí, entre aquellas cuatro paredes cuidando a su anciana madre, como había hecho hasta pocas semanas antes. No, definitivamente no le convencía aquel anuncio, tan

parco en palabras, tan distante. Ella quería algo que sonase más próximo, más cálido. Algo que llamara la atención de futuros interesados, y no aquello. ¿Culta? Oculta, en realidad. Toda la vida velando por ella, cumpliendo sus caprichos de dictadora enferma: —Adelita, esto. —Adelita, lo otro. ¿Adelita? Nadie en su sano juicio llamaría Adelita a una mujer de cincuenta años. Pero claro, ella hacía ya mucho tiempo que había perdido el juicio... El juicio, la movilidad (treinta años postrada en aquella cama), la paciencia, las ganas de vivir... Lo único que

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no había perdido en todo aquel tiempo eran las ganas de joder. De joderla a ella, Adelita. Especialmente a ella, de joderle la vida... ¿Atractiva? ¿Cincuenta kilos de pellejo y huesos podían ser considerados atractivos? Consumida la tenía, en aquel estado de nervios, encerrada en aquel mausoleo, siempre a la verita suya, a la cabecera de su cama, aguantando sus reproches y quejas, sin poder salir, respirar, correr, huir. Consumidita la tenía. Pero, por fin aquello había terminado y las cosas tenían que cambiar. Con cincuenta años todavía le quedaba tiempo para disfrutar de la vida. Siendo optimistas, tampoco estaba tan mal. No en vano, conservaba la misma talla que a los veinte años. Claro, que había tantas cosas que conservaba desde los veinte años...

A nadie le llamaría la atención aquel APP (SOS, prefería llamarles, no sin cierta amargura) e incluso dudó de la seriedad de los posibles interesados. Debería cambiarlo. Decir algo que llamara más su atención. Que enterneciera sus corazones... Lo intentó de nuevo: Princesa de cuento. Prisionera en torre oscura busca príncipe azul que acuda al rescate y con el que protagonizar final feliz.

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