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ENTROPÍA Revista bimestral de relatos cortos ilustrados para el fomento de la lectura

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Ha pe zlo ro o no no lo i “En en los ojo los del s del j o viej o br ven ar de illa la l la lla uz” ma ; Vict or H ugo

ENTROPÍA

4,80 €

“Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla” Fernando Pessoa

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Haz lo que yo digo...

El rinc贸n de Xurxo

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SUMARIO

Entropía núm 3

05 EDITORIAL 07 UN PRÍNCIPE DE OTRA CHARCA… Xurxo 08

HOGAÑO: TÓMAME O DÉJAME Fernando Solera

10 Singular: Xavier Àguesa y José Vicente Pascual 18

El hecho direrencial Kikás

22 EXTRANJERO (y 2ª parte) Javier Fernández Jiménez 26 EL FANTASMA DE KIPLING Jesús Villaverde Sánchez 28 ESTILO ACERADO Rosario Raro

Pàgina 28: estilo acerado

31 EL ROMANCE DE LA LLAMA Y LA TRAICIÓN DEL HIELO Laura López Alfranca

32 HACKER Pepe Pereza 36 Diario de un náufrago… laboral Antonio Pamos 40

ERROR DE COPIA (1ª Parte) Baltasar García

45 CREO EN MITRA, MATADOR DE TOROS Javier Ramos 46 La muñeca Ekaitz Ortega

Pàgina 32: hacker

48 De perlas Adolfo Suárez 50 ALMAS, A LA OBRA Flenning 54 MATEMÁTICAMENTE IMPOSIBLE Paloma Hidalgo 58 DETRÁS DEL SILENCIO Felicidad Batista 59 PAREDES ACOLCHADAS Isaac Pachón 62

El espejo Marcos Ley

64 MI VOZ PIDE TU MÚSICA Chema García 66 NÓMADAS EN EL LABERINTO La Gárgola Impasible

Pàgina 59: paredes acolchadas

72 El parásito Raelana Dsagan 76 A LA LUZ DE LAS VELAS H. C. 82 ESTACIONES 82 ESA

Ch. Cirujano

ABSURDA HISTORIA Fernanda Ruza

82 NUNCA ES DEMASIADO TARDE Elena Ortiz Muñiz 86 Perfil. Gustavo Adolfo Bécquer 88

LOS OJOS VERDES Gustavo Adolfo Bécquer

94 MICROENTROPÍAS

Pàgina 62: el espejo


Singular

La gorgona José Vicente Pascual

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legaron noticias de que los jinetes del páramo poseían un gran tesoro: tres sirenas del mar de las Ánimas Dormidas. Según el mensajero, comerciantes de Alexandrópolis, tiempo atrás, habían contratado a mercenarios de Kefalonia, expertos en esta clase de cacerías. Una vez en su poder las tristes sirenas, encerradas en arca de bronce, las transportaron hacia Hestaria, en los dominios septentrionales del Emperador, con intención de vendérselas a un precio exorbitante. Pero los cándidos comerciantes no contaban con la audacia de los jinetes del páramo, sobre todo si hay rapiña y botín de por medio. Estos salvajes cubiertos de pieles grasientas no reconocen otra autoridad que la Noche, no acatan más ley que la del Perpetuo Invierno y tienen por único señor a la Muerte, divinidad a la que nombran de treinta maneras distintas, siendo Dadora de Vida su título más desconcertante. Nuestro rey, Dhermes el Insensato, determinó enviar emisarios a los jinetes del páramo y acordar un rescate razonable por las sirenas. Su propósito no era devolverlas

a su mar, ni a los mercaderes alejandrinos ni mucho menos al Emperador, sino traerlas a nuestra ciudad y organizar un multitudinario, fastuoso concierto en el que las infelices sirenas cantarían dulcísimas baladas antes de morir de melancolía, tal como es su costumbre cuando se saben lejos del mar y para siempre condenadas a la ausencia. A decir de los entendidos —entre los cuales hay varios músicos de incontestable experiencia—, los melodiosos, agudos trinos que lanzan las sirenas en el preciso instante de perecer, son tan hermosos que el invisible eco de su bondad alcanza a las esencias mismas del tiempo, otorgando cien años prósperos a quien tenga la dicha de oírlas; y otros cuantos siglos de supremacía a la estirpe de quien devuelva sus cadáveres al inmenso azul. Ante tan magníficas perspectivas, no es de extrañar que Dhermes el Insensato se empeñase en aquel magno concierto, el más costoso del que pudiesen dar referencia las Actas Perdurables. La embajada regresó tras dos años de esforzado vagar por las tierras yermas del Territorio Discutido. De cuarenta emisarios

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que la compusiesen, sólo once volvieron con vida. Su informe fue decepcionante. Los jinetes del páramo habían vendido las sirenas en Hestaria por el triple de lo que pensaban obtener los mercaderes de Alexandrópolis, de modo que ahora estaban en poder del Emperador. Las mantenía custodiadas en aquella ciudad, presas en la misma urna de bronce donde las transportasen desde su captura, alimentándolas cada seis meses con algas de primavera. Como no había en Hestaria ningún experto en el cuido de sirenas cautivas, el Emperador había dado orden de no dejarlas salir del arca bajo ninguna circunstancia, en espera de encontrar a persona prudente que aconsejase sobre el debido trato a aquellas criaturas. Sólo a través de un pequeño orificio, practicado en la parte superior del enorme recipiente, podían respirar las desdichadas sirenas. —En estas condiciones, encerradas y sin ver la luz del sol, sobreviven desde que los pescadores de Kefalonia las trabasen en sus redes —expuso, compungido, el más veterano de los emisarios. —¡Es del todo inaceptable! —clamó nuestro rey, iracundo. Dhermes el Insensato, hijo de Antonino

el Veleidoso, no se detuvo en diplomacias. Denunció el tratado de Corinto, firmado un siglo antes entre su abuelo Berengario y la administración imperial. Declaró la guerra a todas las ciudades bajo autoridad del Supremo Monarca y se propuso conquistar Hestaria, proclamarse dueño de las sirenas y convertir aquella ciudad en una escombrera, como castigo a las crueldades cometidas contra las delicadas hijas del sagrado mar. Después de once años de guerra, tres asedios, cuatro grandes batallas y numerosos combates marítimos, dos epidemias de cólera y la más terrible hambruna que nadie recordase, el Emperador, cansado de tantas calamidades, envió una embajada con el siguiente mensaje: “Ya está bien de hacer el idiota, empecinado Dhermes. Dejemos las armas y conversemos como gobernantes juiciosos. Dime lo que quieres y, si en mi mano está, te lo ofreceré gustoso con tal de poner fin a la controversia”. Nuestro rey, como era preceptivo en estos casos, ordenó ejecutar a los plenipotenciarios del Emperador, si bien envió una clara respuesta: “Quiero a las sirenas. Entrégamelas y habrá paz”. Un año más tarde, todo estaba preparado

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Hacker Pepe Pereza

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staba harto de que las editoriales me devolviesen mis manuscritos, más que harto. En ese caso era lo escueto del mensaje lo que realmente me cabreaba. Había recibido muchas otras cartas y en todas ellas los editores, por lo menos, se habían tomado la molestia de darme una excusa -más o menos- creíble de por qué no iban a publicar mi novela. Volví a releer la carta: Estimado Sr. Le agradecemos que se haya dirigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales. Podían haberme dicho, por ejemplo, en qué no se ajustaba el proyecto a su línea editorial, pero ni eso. Volví a releerla una vez más: Estimado Sr. Le agradecemos que se haya dirigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales.

Y otra: Estimado Sr. Le agradecemos que se haya dirigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales. Estaba indignado y decidí vengarme. Aparte de escritor, yo tenía los suficientes conocimientos de informática y programación como para colarme en cualquier ordenador que no estuviese fuertemente protegido. Últimamente estaba muy alterado y cualquier cosa me sacaba de quicio. Hacía tres días que había dejado de fumar y desde entonces era un manojo de nervios. Me sentí tentado de encenderme un cigarro, de hecho me lleve la mano al bolsillo de la camisa para coger el paquete, pero al notarlo vacío me acordé de que lo estaba dejando. Para combatir el síndrome de abstinencia leí otra vez la carta:

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Estimado Sr. Le agradecemos que se haya dirigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales. -Os vais a enterar, cabrones. Después un cuarto de hora tecleando códigos conseguí colarme en el ordenador de la editorial. Tenía la intención de borrar todos sus datos, pero antes decidí echar un vistazo al disco duro. Rebuscando encontré los informes de los escritores que tenían en plantilla. En dichos informes estaban todos los datos personales. También localicé manuscritos inéditos que esperaban ser evaluados y galeradas que estaban pendientes de publicación. La editorial era de las más prestigiosas del país con lo cual todos los escritores que gozaban de fama estaban allí. De hecho, algunos de mis escritores favoritos figuraban en la lista. Tenía un tesoro entre manos. Elegí un inédito de uno de mis escritores preferidos y empecé a leerlo.

Enseguida me vi atrapado por la trama. Estuve leyendo durante horas hasta que lo terminé. El libro en general me había gustado, no obstante había ciertos pasajes que según mi criterio se excedían en descripciones que ya de por sí eran obvias. Decidí borrar algunas y así lo hice. Volví a releer los párrafos por mí corregidos. Sin duda la historia ganaba en ritmo. Satisfecho conmigo mismo resolví meter algunas frases de mi cosecha. Lo hice aquí y allí, en todo lo largo de la historia. No eran frases largas, ni siquiera daban relevancia a la trama, pero eran frases que yo había colado dentro del libro de uno de mis autores preferidos y con eso me bastaba. A la noche siguiente volví al disco duro de la editorial. Quería echar un vistazo al libro que estuve corrigiendo la noche anterior. Me sorprendí al comprobar que las frases que yo había escrito seguían allí, mezcladas con las palabras del célebre escritor. Eso me dio ánimos para hacer lo mismo con otros manuscritos. Elegí el texto de otro escritor que admiraba. En este caso eran relatos de ficción. Los leí

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La Muñeca Ekaitz Ortega

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o me cogió por sorpresa. Soy su madre, yo la crié y esas cosas se intuyen. Ahí tienen las imágenes. ¿Qué puedo decir? Ella cogió el arma y lo hizo. El vídeo es lo bastante clarificador como para que aporte algo nuevo. Lo supe por la televisión. En casa tengo una pequeña, de esas en blanco y negro. Al llegar de limpiar la encendí mientras me cambiaba y estaban con los avances informativos. Todavía no la habían identificado pero al verla no existía confusión alguna. Cualquiera que la conociese podía haber llamado a la policía, por eso no lo hice. Me senté en la cocina a esperar que viniesen. Cuando iba por el tercer vaso llamaron al timbre y entraron los dos agentes. El teléfono no dejaba de sonar pero no quise coger, no tengo nadie a quien rendir cuentas. No se conformaron con desordenar su habitación; también fueron a la mía, al baño y la cocina. Vivimos en una casa pequeña, no quiero pensar lo que hubiesen tardado en una mansión. Fueron concienzudos ¿Se dice así? ¿Concienzudos? Pues eso. Desde la cocina los veía pasar de un lado a otro, esperaba que viniesen a decirme si la habían detenido, pero ninguno se digno a hablarme. Cuando se fueron encendí de nuevo la televisión y supe que la habían matado.

Mi hija era una chica normal hasta ese día. Creo que antes tenía novio pero no sé lo que pasó con ese chico. Mire, tampoco es que tuviésemos demasiada relación. Me levanto pronto a trabajar y por las tarde suelo quedar con mis amigas para jugar. Ella se hacía la comida y limpiaba sus cosas. Desde que mi marido se fue paso las tardes con mis amigas, no quiero quedarme en el apartamento como otra viuda triste más, todavía tengo 54 años y quiero divertirme. A veces hablábamos o me dejaba notas. Cuando dejó los estudios y se puso a trabajar en el restaurante no le dije nada. A su edad ya era capaz de decidir que era lo mejor para ella. Mientras no se quedase en casa viviendo de mi dinero no me importaba que estudiase o trabajase. Sabía que los estudios no le llevarían a ningún lado, en mi familia no somos demasiado listos. Ella aprobaba, a veces en junio y otras veces en septiembre. Nunca me llamaron del instituto, como mucho tenía que firmar alguna nota o justificante que mandaban. ¿Amigas? Tuvo unas cuantas, creo. El año pasado cuando llegaba a casas a veces me encontraba a una chica rubia, con rizos. Era muy callada. Pero tampoco sé mucho más. Creo mi hija era como las demás, no era espectacular pero tampoco fea, del montón. Pienso que tendría su grupo de amigos, un chico que le gustara, que habría experimentado la vida. Últimamente no pasaba ninguna noche fuera, en eso sí había cambiado, el año pasado había veces que no la encontraba cuando volvía por la noche. Veía su puerta abierta y me metía a la cama. Si podía trabajar y ganar su dinero también podía salir de fiesta y dormir en otras casas. Yo con su edad ya me había ido con mi marido. Sé que a veces lloraba, hace unos meses estuvo unos días sin hablar y con los ojos rojos a todas horas. Cuando pregunté me dijo que no pasaba nada, supuse que si era algo importante ya me lo diría. Yo la reñí porque dejó de asearse y peinarse, creo que no fue a trabajar esos días. Luego volvió a la normalidad. Nunca me he portado mal con ella. Ha tenido una educación, ha sido libre para cometer sus propios errores y siempre he supervisado las decisiones más importantes. Conozco parejas que hacen menos que eso, yo le he tratado con mano dura pero flexible.

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Antes se llevaba un azote o tortazo, pero un día llegó a casa y me dijo que no la volviese a pegar más. Obedecí. Su tono de voz era fuerte y seguro, sentí un poco de miedo, pero también orgullo de que supiese marcar su territorio. A veces tenía un tono de voz que hacía que obedecieses, se encendía la llama de su carácter y… No sé explicarlo, espero que lo entienda. Por eso digo que no me sorprendió lo que hizo. Bueno, sí, claro, ¿quién se puede esperar algo así? Pero no me es difícil imaginarlo. Mire, cuando vivía mi marido nos dijo que quería tener una hermana pequeña, nosotros contestamos que nos diese tiempo, que primero teníamos que comprar una casa más grande. Para compensarla compramos una de esas muñecas, con carrito y todo, de las que al tumbarlas cierran los ojos. Ella empezó a llevarla a todos lados, cuando salíamos a pasear no podía dejarla en casa, la cuidaba y dormía con ella. Decía que era su hermana. Ya sabe cómo son las niñas. Después mataron a su padre en aquel estanco. Fueron unos meses complicados para las dos. Tenía doce años y no podía dormir bien por las noches, lloraba abrazada a la muñeca. A mí me parecía que aquello no podía ser bueno, ya era mayor para andar con muñecas. Hubo una tarde que se enfurruño y tiró el plato de comida al suelo. Yo exploté y le aticé, hice que limpiase el suelo y grité que dejase la muñeca en paz, que nunca tendría ninguna hermana. Ella dejó de llorar y obedeció. Cuando volví de trabajar al día siguiente no la encontré en casa. Fui a su habitación y tampoco estaba la muñeca ni el

carrito, lo que significaba que había vuelto del colegio. Esperé a que volviese. Cuando llegó no traía la muñeca. Pregunté a ver dónde diablos se había metido y me contestó que ya no vería más la muñeca. No dijo nada más, pero tenía heridas en las manos. Fue la primera vez que habló con ese tono de voz. Yo me quedé sin palabras. Eso fue hace seis años y lo he vuelto a ver otras veces. Esa furia. No me extraña lo que sucedió, ella era capaz de hacerlo, por eso no lloré en su entierro.

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Detrás del silencio Felicidad Batista

L

a mañana que murió Sarito Ramos caía una lluvia dispersa. No provenía de las nubes, ausentes aquel mayo de principios de los setenta, bajaba salada por las mejillas de los mayores. Mamá terminó de colocarme los lazos en el pelo y desde el patio se vislumbraba el mar en el horizonte, y un velero luminoso que parecía anclado sobre las aguas. Salí a la calle, una vecina me preguntó si ya la había visto, ¿a quién? y esposó su mano a mi muñeca y me introdujo en el zaguán de la casa donde tanto había jugado con Saro. Murmullos, gemidos y llantos se abalanzaron sobre mí a medida que iba penetrando en los lugares comunes. Me arrastró a una habitación donde la madre se mecía los cabellos y el padre parecía estar bajo los efectos de una gran borrachera y entonces la vi, inánime, envuelta en un vestido blanco, embutida en un ataúd del mismo color. Logré zafarme y salir corriendo. Aquel día anduve huidiza, espantada, incapaz de comprender la escena reciente que parecía sacada de un mal sueño. Más tarde, mi cerebro se inundó con una riada de preguntas, una tormenta de incógnitas, un laberinto sin salida. Y dejé de hablar. Comencé a ausentarme, a perderme por los senderos, buscando en los caminos por dónde se iba al cielo. Escalé laderas, trepé a los árboles hilvanando pensamientos con recuerdos, tarareando, en la mente, las canciones con las que saltábamos al tejo. Y la familia se

alarmó porque no hablaba. El médico diagnosticó que me encontraba bajo los efectos de una gran impresión y que se me pasaría. Se multiplicaron las excursiones a la montaña y a la playa, la vuelta a la isla, visitas a El Teide y hasta a la Virgen, pero siempre terminaba escabulléndome. Harta de no hallar respuestas en el entorno, la lectura se volvió mi refugio y puesto que el sonido de la palabra no acudía, comencé a escribir. Primero investigué qué era la nada, qué era eso de morir y no volver nunca más, luego envié cartas a Saro y un buen día me encontré con Alicia en el País de las Maravillas y salí corriendo a contárselo a mi prima. Y al poco tiempo yo quería ser Anna Karenina, casada y con un amante, aunque tuve claro que cambiaría el final. Y, en tropel, llegaron todos los autores rusos y Moscú fue mi segunda ciudad. Y una idea comenzó a inocularme el futuro, los proyectos, los caminos se me volvieron cortos y decidí que debía ir a buscar a Tom Sawyer y Huckelberry Finn al Misisipi y a Gabriela Mistral a Chile y Cervantes a La Mancha… Entretanto, mientras esperaba impacientemente ser mayor, seguiría devorando historias, creando universos paralelos, inventado aventuras, amigos, viajes a lugares imaginarios. Vivía la inmensa felicidad de habitar en varios mundos simultáneamente y podía emigrar de uno a otro sin fronteras, sin aduanas, sin pasaporte. Volví a tener habla aunque dicen que nunca la recuperé del todo.

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Paredes acolchadas Isaac Pachón … había dejado para el final del reparto la zona más alejada de la ciudad. Era su primer día de trabajo. Nunca había pasado por aquel apartado lugar. Ni tan solo sabía que existiera. Era un sitio tenebroso. Se podía respirar tristeza en aquel ambiente con olor a clausura. Grandes paredes se erguían para asediar el recinto. Detrás de estos muros de roca pura, un imponente edificio pintado en ocre y piedra pizarra gris en la parte inferior, se levantaba a unos trescientos metros de donde él se encontraba. El cielo entonaba acordes de tormenta y hacía una conjunción perfecta con aquel siniestro lugar. Creyó notar alguna gota en sus brazos. Empezaba a lloviznar. — ¡Genial! Gruñó en tono irónico. Sin poder dejar de observar la inmensidad de aquel caserón, siguió adelante para poder

llamar al timbre. Apretó el botón un par de veces. Nadie contestaba. Cuando pudo apreciar a su izquierda un cartel donde se leía: “Entrada solo en horario de visitas”, entonces alguien contestó. — ¿Sí? — Hola buenas tardes venía a… Le interrumpieron. —Tendrá que ser por la otra puerta, justo al otro lado. Esta solo se abre en horas de visita. —Bien gracias, entonces daré la vuel… Se oyó colgar el interfono sin esperar su respuesta. — ¡Genial! Volvió a exclamar irónicamente. Comenzó a bordear por un camino estrecho que no mediría más de cinco palmos. A un lado seis metros de enormes pedruscos en forma de muro vigilaban a quien quiera que estuviera allí adentro. Al otro, un pequeño barranco de

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Estaciones Ch. Cirujano

Primavera Empieza a llover, me paro y dejo que las gotas de agua mojen mi cara, me alivia. Es lluvia de primavera, la que huele a limpio, a tierra y hierba. Es el agua que trae vida nueva, repara la herida y resucita la desahuciada. A partir de ahora el mundo cambia, lucimos una piel nueva, la que atrae las miradas, esa que apetece acariciar. La luz es brillante y dura más para recuperar hábitos perdidos. La oscuridad quedará limitada a la noche y al sueño. Vuelven los sonidos olvidados. Nuestro cuerpo nos pide el calor de otro cuerpo. Poco a poco reaparece el color. El gris de los árboles se corona en verde y las flores nos regalan su mejor pose. A partir de ahora se impone la alegría, para unos llega el final del curso y para otros se acercan las vacaciones. Disfrutad del renacimiento. Respirad ¿no veis lo que está pasando? Ya llegara el otoño y después el invierno pero para eso aún que da mucho tiempo. Ahora el mundo es verde, el color de la esperanza.

Verano Llegó el verano. Calor, vacaciones, salidas y llegadas, playa, montaña, nuestro hogar, el lugar donde nacimos, en cualquier caso romper con la rutina diaria. La playa nos regala la mar transparente para sumergirse y descubrir su interior. Las suaves olas llegan hasta la arena, que nos permite jugar con ella, La montaña nos muestra la naturaleza en todo su esplendor. Actividades que nos pide el cuerpo para afrontar lo que vendrá. Nuestro hogar, nuestra querida casa y no disfrutada durante el resto del año, nuestro refugio, la tranquilidad, la seguridad. Ahora es el momento de vivirla, de disfrutarla en compañía o en soledad, de recapacitar y proponerse cambios si son necesarios. El lugar donde nacimos no trae los recuerdos, la familia, amigos, juegos, el primer amor, los cambios surgidos en nuestra vida y la de los demás. Hemos crecido y asumido las responsabilidades que supuso la marcha hacía otro destino, lo que en él encontramos y lo que se ha convertido nuestra vida. Llegó el tiempo la luz y el descanso.

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Otoño Colores rojos, verdes, amarillos, marrones, y de cada uno multitud de tonalidades. El paisaje es lo más parecido a un cuadro que me atrapa y serena. Sigue luciendo el Sol aunque ahora se retire antes. Los árboles se van quedando desnudos poco a poco, es el precio del descanso de la naturaleza. Suena el agua de los ríos y cascadas, la mejor música para mis oídos. De vez en cuando aparece la lluvia que la tierra necesita para que no se duerma, la que las raíces de los árboles necesitan, la que los campos piden para la recolección o prepararlos para una nueva plantación. Otoño, la estación que relaja, que nos ayuda a descansar del caluroso y frenético verano, la que nos prepara para el duro y oscuro invierno. Llegó el tiempo del color, del descanso de la naturaleza.

Invierno Oscuridad, frío, nosotros abrigados y la naturaleza desnuda. Llegó la rutina, las obligaciones, la urgencia por llegar a casa y refugiarse es su calidez. Asomarse a la ventana para ver las negras nubes que descargan el agua tan necesaria, como caen los copos de nieve, comprobar como se hiela la noche. No apetece salir, estamos demasiado a gusto en casa. Pero el agua es necesaria y la nieve al deshacerse volverá a llenar pantanos y ríos que ayudaran a que la naturaleza renazca. Ahora los árboles tienen color grisáceo, están hibernando, lo necesitan para descansar y adquirir fuerza para regalarnos su sombra, color y belleza. Las flores que han desaparecido ya volverán para que disfrutemos de su olor y belleza. Llegó el invierno y no sabemos apreciar el descanso que aporta a la naturaleza.

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