El hombre horadado

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EL HOMBRE HORADADO O LO QUE NACIÓ DE UN SUEÑO

GONZALO MAIRE

Editorial Rove


© Editorial Rove, 2013 © Gonzalo Maire, 2013 Editor: Emilio Vargas Poblete. Portada: Contraportada: 1ª edición Registro de Propiedad Intelectual: Santiago de Chile, 2013. Publicado en formato online en Buenos Aires, Argentina, mayo de 2013.


“hay un pájaro azul en mi corazón que quiere salir pero soy duro con él, le digo quédate ahí dentro, no voy a permitir que nadie te vea” Charles Bukowski (1920-1994).

“Hay un campo de rastrojos donde una negra lluvia cae. Hay un árbol pardusco que se yergue solitario. Hay un viento susurrante que abraza las chozas vacías. Qué triste este atardecer”. Georg Trakl (1887-1914).



Índice.

Sobre el autor

pág. 7

Preludio

pág. 9

Similar al cielo

pág. 11

pág. 16

All grown up

pág. 18

El guardabosque

pág. 20

Jirones

pág. 23

Imágenes puras

pág. 25

En un sólo lugar

pág. 28

No será de tristes figuras, sino cisnes sin alas

pág. 30

A mí, difícilmente, violonchelos

pág. 34

Insistiéndome

pág. 36

Amaneciendo

pág. 39

Fatamorgana

pág. 42

Sólo me queda una nube amarilla

pág. 46


Tú sabes mi nombre, ángel desesperante

pág. 48

Basura

pág. 51

Desolación en la imagen de junio

pág. 53

A una María, lento árbol

pág. 55

Tosca elegía

pág. 58

El azul en que canto huérfanos

pág. 62

Breve estancia en el silencio

pág. 65

Escarcha dura

pág. 69

Pequeñas manecillas en medio de la sombras

pág. 72

Alrededor, gradualmente

pág. 74

Bajo el suelo, lámparas

pág. 77

Al lado de la carretera

pág. 78

Arriba de un vagón, a contrapelo

pág. 80

Despedida del hombre horadado

pág. 82

Plantaciones de té

pág. 84


Sobre el autor.

Gonzalo Maire es un historiador del arte y poeta nacido en Santiago de Chile, en el año 1987. Cursó sus estudios de pregrado en la Universidad de Chile, y actualmente realiza un Doctorado en Filosofía en la misma sede universitaria. Docente de historia y teoría del arte japonés, además de un invitado recurrente a espacios de debate y extensión académica del tema, su línea de investigación se enmarca en la indagación de la cultura japonesa en el objeto arte, su historiografía, pensamiento filosófico-estético y dimensión mítica; síntesis y modos de ser y de mundo. Como poeta, ha trasladado sus inquietudes intelectuales a sus dos primeros libros: “Bajo cerezos en flor” (MAGO Editores, 2011) y “Caballos planetarios” (Editorial Rove, 2012), en los que desarrolla las formas de apropiación de imaginarios cosmológicos orientales –lo japonés- sobre lo real: las significaciones de los sentidos desde el lenguaje en el primer poemario, y una antropología metafísica en su segunda obra. Su tercera entrega, “Así fue como vivimos” (Editorial Rove, 2012), corresponde a la introspección de su propio cauce germinal poético, el que no sólo se sustenta sobre la base de su objeto de estudio cultural, sino también la experiencia estética cotidiana del amor y la configuración de una retórica sobre la escena amorosa deshecha. 7


Finalmente, cabe señalar la particularidad que, salvo el primer poemario, los demás títulos se encuentran en formato digital, online, y cuyo trabajo de elaboración y difusión es íntegramente gratuita a través de Editorial Rove, y en las plataformas de distribución del autor. La obra poética de Gonzalo Maire, prácticamente en su totalidad, no posee fines de lucro, quedando a completa disposición de quien lo desee.

Datos de contacto: Cuenta Blogger de Gonzalo Maire: La casa de té 茶室 <http://gonzalomaire.blogspot.com/> Página web donde se encuentran alojados los títulos precedentes del autor: Issuu < http://issuu.com/gonzalomaire> Página web de Editorial Rove: < http://www.editorialrove.com/>

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Preludio.

La modernidad nos dejó el problema de la representación. La unidad aparente de ser, de habitar, de conocer y percibir se ha licuado sin remedio, quedando bajo una relación meramente contemplativa, expectante, muerta ¿Qué es lo real, realidad finalmente, lo verdaderamente que buscamos mientras vivimos, y lo verdaderamente perdurable en el sentido de desplegarnos sobre nosotros mismos, de mí, tú, y el mundo? Hay un ser de todas las cosas que yace develado desde el origen; llámenlo Dios, universo o noúmeno, y está el ente, esa pobre geografía de apariencias y teatros, historia y relato. Somos los hijos de esa crisis existencial, de la modernidad como un eterno aborto, pero no en términos de disociación entre un accidente –parecer- y una permanencia –esencial y adherido-, sino en la escena de una pérdida de todo sentido. Lo difuso de los contornos, la laxitud de la voluntad es lo que describe al hombre contemporáneo, existencialmente; ya no es posible ningún juicio, ninguna reflexión o proyección de sí que no devenga en una profunda contradicción, un sinsentido ontológico, limitación de obrar, y pura negación. El lenguaje pone en escena esta ruptura en su propia precariedad relacional y nominal entre el sujeto y el objeto, el medio enaltecido por el que conocemos. La poesía presta un 9


poco de auxilio, sí, es cierto, en el momento que se propone abrir las posibilidades de significación en el lenguaje y la experiencia, explorar a medio camino entre una analogía y un concepto, ese acontecer y suceder que perdemos en la representación. No obstante, su auxilio providencial no sale de unos manotazos de ahogado, sellados en la burbuja del hecho artístico o en la teoría estética, porque al fin y al cabo, es el ser humano quien se encuentra en el entredicho. ¿Y cómo es que llamaríamos –si cabe todavía establecer la palabra “llamar” al hecho supuesto de autentificar y validara este tipo de organismo humano, a esta imagen acartonada, depositada en nuestro tiempo como simulacro? Un buen seudónimo es el de hombre horadado. Pienso que el hombre horadado se asemeja más a la existencia transhistórica, acumulativa de la angustia y el despojamiento radical de su propia voluntad, que el resultado de la sinceridad moderna al advertir su fragilidad en el mundo: la desfragmentación de su yo, corresponde a la duda y la miseria que genera su autonomía como individuo solitario, el anacronismo de un espíritu aplastado por la experiencia de lo real, que desgaja su inmanencia en síntomas binarios: cuerpo y alma, conciencia e inconciencia, bien y mal, razón y sentimiento, gesto e indicio, locura y cordura, hombre y mujer, vida y muerte, naturaleza y hombre, poesía y sentido. Ésta es la forma que nos han heredado, y de la que sin fuerzas y sin convicciones, nos acostumbramos a no eludir: el simulacro de la palabra y la vida.

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Similar al cielo.

Hay cosas bellas en el mundo, bellas realmente, como el cuervo que de pronto se hace luna, y en sus alas desenlaza una lentitud de acecho tinto, ataúdes conmovedores; o también qué decir de la noche difunta, pesada gota estirada entre las flores solitarias, que de beso y de beso, extienden un denso amarillo, amargo, y acarician el sueño calcáreo, allí, en el aire oscuro de su ser nervioso, mordiendo el amor sobre las olas de mí.

Oh, de lo hermoso, absoluto, ave y noche, y gemido, 11


y de lo que se asoma tatuado de sitios y de lágrimas: yo sólo amo y sólo escribo a lo que da herida a las violetas secas o a las penumbras rotas.

¿Pero por qué es que yo he nacido así, tan sordo, nocturno y devorado por los inmensos girasoles? Veo cada día de mi existencia órganos respirando, una forma estática como una sentencia del mismísimo miedo, y habitaciones con baldosas torcidas y un agua que atraviesa mis venas quebrantadas. Soy así, y no quiero. Mordido por todos lados, huyo empapado de líquido oscuro, y desbordado de mí mismo un espeso mar respira y habla de profundidades que yacieron alguna vez encadenadas. 12


¿Qué me cabe ya esperar?

Pero acontece, y es que, acontece… Que hoy habito en un mar incierto de cosas, y pregunto por ellas uniforme; no me acostumbro, y tengo el peso lúgubre de lo real: hojas suicidas se gastan en mi corazón sin materia, y el otoño madura sus uvas bajo mis pies. Soy tan sólo una sombra ardiente, un miserable anochecer.

Veo una luz que no alcanzo, un corazón que no se completa, mientras las aves persiguen migraciones hacia el límite de lo ahogado,

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y de vuelo y de cenizas, caen hermosas y con estrellas entre tumbas frías, el viento penetra su lengua en la boca encendida de las nubes y desarrolla su beso cerrado de amor negro, de su sangre ahogada.

Pasan las horas y me siento a goterones, tartamudo, funeral.

Todo tiene una existencia ajena, una amarga superficie.

De la soledad mengua un pequeño rocío, sin perfume, y de lo bello, el aguacero de lo que siempre fue trastocado; ruina de todo origen, de números persistentes y melancolía.

Tú eres mi silencio, Desamparo, como las entrañas de un horizonte parido: 14


bajas y duermes en mi cama como una cĂłpula de palomas, lenta, y cuchillas entre tus pĂĄrpados das, y estrofas nupciales que me hacen a mĂ­, y a ti, similares a un cielo horadado.

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∞

Bienvenida, Madre Naturaleza, a la casa que asosiega a tu hijo, un todo perpetuo de silencio, letargo y cenizas que las paredes devoran hasta morirse, el retrato de otoĂąos marchitos y la hierba que de rodillas, acaso como sombras en cruces, se multiplica al sonido de la soledad sin fin, y me desviste.

La residencia que vive sobre tus senos a gotas, y derrama tu vientre negro en la noche fallecida, te saluda.

Bienvenida a tu casa de viajeros, a las araĂąas deshechas y fatales, como las estrellas madurando,

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amontonadas y anónimas, floreciendo debajo de los patios entre los hospitales.

Bienvenida, Madre Naturaleza, a la perforada residencia de tu hijo, hogar de lilas con lamento y quemaduras que no poseen un principio o mundo, sino piedras rojas y viento y calles agónicas y hojas y hombres y suicidas y sermones y crepúsculos y cosas hacinadas y olvidadas, como una sola azucena en el amor, como una sola y estéril trayectoria, una voz de precarias entidades sin un rostro, atadas, nacidas dentro de mis sueños y que se extienden esclavizando a miles y miles de pájaros con sus picos rotos.

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All grown up.

Me di cuenta que había crecido, cuando en la mañana volaba un pájaro y dije que era rojo, y en la tarde compramos girasoles para la despedida de una compañera. Mi sombra entonces acumuló más peso, y mi alma acudió a romperse con el agua.

Mariposa sin alas, el viento te lleva en su boca, y pasas a través de mí, y yo te pongo un nombre y colores y límites 18


a través de las tumbas y las flores que guardan tu silencio. Pequeño mundo, diminuto, que se enrosca bajo los árboles, descosiendo las hojas, creciendo entre mis manos y los días, tú, detrás de una carta de amor que olvidé y regresando silenciosamente en el olor que nace con la tierra.

Labra un campo para no saber de la vida, ni números en los años; y repitiendo las mismas palabras, una y otra vez, di una oración hacia donde tú duermas.

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El guardabosque.

Otra vez he nacido, otra vez en esta incierta certidumbre de amor o vinagre oscura, de idénticas espinas sonando en silencio, un sólo fondo de trajes sepultados y orquídeas negras, desde los pelos hasta los pies, brasas en medianoche y arcilla de artesano, de números, de cuchillos, de un llanto de acordeones girando sobre sí mismo; otra vez terrestre y de luto con los sueños mordidos por una rosa redonda, y todo para conocerte a ti, buscándote adonde tú no estabas, 20


caminando con el cuándo entre los dientes, el hambre, la piel, pequeñas superficies inconclusas por Dios, los porqués, bajo la tierra poblada de roncos árboles, un corazón sin tinta que describe temperaturas obscenas, y tiñendo con heridas el olor del viento, desnudo y solo, como una larga despedida de algo que muchas veces, muchas veces, floreció para no ser.

Sin brújulas y astrologías por los puentes decaídos, el día se establece en mis ojos, sólo por ti, y violines en los sanatorios y en los cines sin sombra muda, una mujer que eres, sólo por ti, voces llamando a través del miedo de las noches que acechan, una distancia que se mueve con un brillo tenue, 21


y viejos ocĂŠanos con el retrato de tu nombre, allĂ­, sobre la boina de un hombre que comparece a su amor con un dedal muerto, y tijeras, y sastrerĂ­as, y el crimen de una botella con muchas lĂĄgrimas de medianoche.

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Jirones.

Preguntaréis bajo un día de sol, quién es el que llora, quién es el que escarba entre cadáveres y ruiseñores buscando un violín que vuela por la noche. Preguntaréis a una nube en la melancolía, quién, quién es el que besa, besa y acaricia lo que se halla en un viento de corceles, y atiborrado de árboles que retroceden repletos de pena y de agua. Preguntaréis quién es, quien el que lava las palabras rotas de un planeta sin calles, y luces retumbantes de conversaciones entre luciérnagas, y quien posee los pies de la madera más vieja, y astilla los caminos cuando pasa y no lo ven, 23


confundido con un quijote que mira al cielo retorcerse con sus estrellas dolorosas.

¡Oíd los jirones llegando al oscuro placer, oídlos de oscuro placer! ¡Oíd venenos azules en una sombra, zapaterías con olor a mujer sin lunas, oíd su voz de diana difunta!

Preguntaréis quién. Preguntaréis…

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Imágenes puras.

Un viento de pulmones incoloros asola las hojas más allá del horizonte y como brújulas sin remedio, corren entre desolaciones sin casa. Largas tardes de iglesias marchitas me sobreviven como a una existencia arrancada de sí, y en cada rostro oscureciéndose sin fin, desde dentro un grito sobresale, excedido por todos lados de narcisos cubiertos de sangre, espejos amarillos que nadie puede sostener.

A un sol que está de luto, yo conservo unos ojos de exterminio,

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un retrato que va andando entre lámparas por callejones aullantes de una madera podrida, letreros profanados de cuerpos vencidos por la furia, el lodo, el semen profundo de una amapola sin vida, o unas golondrinas sin alas, que vuelan como ángeles difuntos, o como una hebra entre la soledad, que de cierta ternura, cierto modo de sufrir, es una presencia hasta el fondo y esculpe en su torso los funerales y canciones de toda la extensión que brotan sobre este mundo.

Al golpe de una gota, a la luz de una estrella, bebo para mí, por mí, solo, 26


moviĂŠndome a penas, fatigado, mientras que a mis espaldas un riachuelo ahoga mi sombra con un vino de cuyas botellas una tristeza sorda muerde y mosquitos ya sin vuelo, y ciertas cosas tambiĂŠn que un vagĂłn detenido le roba a la noche.

27


Un sólo lugar.

Extraña mañana de verano, en que intento llenar con cartas un agujero en el mar. Una contracción anida en el pecho, y una voz se desintegra en cualquier lugar. ¿Es que estuve enamorado, o fue una triste invención? Sueños malformados me hablan con un sólo ojo, de algo, algo, algo, algo sin ninguna importancia.

El sol deshoja sus pétalos en mi cara, y la falda de una mujer florece sobre sus líneas sexuales, nuevamente, y su juventud blanca peina un gorrión espeso en la noche alta. 28


Los cerezos follan sin saber si mi pena va a pasar, o si la maleza seguirĂĄ haciendo jirones con las manchas de mis ropas.

Una fresca brisa atardece las horas, y viento de Ăşteros que soplan en mi boca haciendo sonar cascabeles de gato sobre la orilla de un mar con ostras, pinceladas pĂşrpuras en el cielo y lienzos desgajados en melancolĂ­a.

29


No serán tristes figuras, sino de cisnes sin alas.

Pequeña ave, criatura de ciertas tumbas, canta conmigo: inclina el aire, cúbrelo sobre tus sombras, acuéstate vestida en la cuna de mi esqueleto y reparte con tu voz la muerte entre los abandonados, la sílaba que ya no porta el trigo. Una estrella se expande con pieles gastadas sobre tu vuelo y una luz entre corchetes se deja caer y colma de engranajes mi corazón. 30


Nacido dentro de una nuez azul, voy de sangre sin morirme y estoy triste, y a menudo como un grano de arena, estoy triste. Las parturientas que me visitan son similares a una luna enferma, enterradas en esponjas, gimiendo instrumentos pesados, y rodeĂĄndome las manos con un resplandor que no hace a su volumen, una buena luz.

Como relĂĄmpagos a pasos de aire, precipitando la desnudez entre las urnas, la simpleza perdidamente del anillo y el fuego sĂşbito de un beso, vas y vienes en la vida, siendo una vela o fantasma y asfixia; 31


tú me tocas los huesos y lames con tu lengua la gota de un parto enrojecido, a menudo con alambres y rosas que no conducen a ninguna estación, y amamantas mi boca, y despiertas los sueños de los astilleros que se embarcan hasta los océanos para no existir.

Los murmullos de los muertos se oyen a través de un navío sin proa, y la noche desciende hasta una vivienda vacía, arrastrando consigo sus caballos luminosos y una terrible nostalgia que desdibuja diminutos relojes.

Las escobas en el cielo barren nuestros tejados 32


-y sucedemoscon lluvia de polvo y ausencias sonando, orejas de vĂ­rgenes cortadas, un amor apasionado, la lujuria interminable, una ternura, y de pronto, y de pronto aquĂ­ estamos acercĂĄndonos en el frĂ­o, y nacemos como el cisne sin alas, atardeciendo.

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A mí, difícilmente, violonchelos.

Yo nací como todos los hombres: residente de la historia, firme, dispuesto en alma toda para el amor inaplazable. Constelaciones de seres palpitando recibimos, planetas con un sonido puro al nacer, brillan como una sola sílaba, y es algo positivo para mí, positivo. Yo amo, extiendo y voy rompiendo calendarios con los cristales y las albas enronquecidas.

Es un lento entierro de aguas agrias y rituales, que pasan por la vida, cósmicas imágenes de un punto en reposo, y un leve daño, 34


que se derraman sobre la hora del encuentro y el nacimiento.

De la noche un río púrpura arrastra el tiempo a pétalos, y muros invisibles arrullan la desnudez de una estrella, oh volumen de ostra cósmica, hasta dejarla caer quemada en el borde turbio de las cosas, de cierta ausencia y consigna, oscura sangre a contrapelo como una mariposa que se muere por la espada de un ángel, o un hombre viejo y perpetuo cuando ve la luna dentro de las cortinas y el aroma apretado de las orquídeas en los balcones, resbalando hacia su corazón una noche de violonchelos, mientras llora cuerdas duras y maravillosas y jazmines que recorren la superficie fémina de un contacto derrumbado, y demasiado remoto.

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Insistiéndome.

Pesada techumbre que empequeñece, inclusive, a la noche que porta sus cicatrices, jeringa cerrada con dolor a pezón que punza el aire arrebolado de criptas duras, sosiego de la razón sobre un mar de lágrimas rojas. Todo esto es un renacer impuro, una colmena de moscas amarillentas, girando y girando sobre el contorno de un sentimiento que no desaparece.

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Pobre piedad hace un río muerto a sus piedras, pobre luz al camino que siguen y alimentan a los muertos.

De muchas cosas que sufren y les hablo para calmar, hoy yo soy una más, chorreando huesos y pus, delirando líquidos como los bares sin regreso.

“Yo quiero que te acuestes y no despiertes”, me dije a mí mismo, “quiero constelar una guitarra enferma, y cantar a la soledad sus poemas, cultivar sus animales y degollar los árboles con la letra más triste que implore mi voz maldita”.

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AsĂ­ fue que en un dĂ­a, por fin me detuve. Y el mundo como una gran cebolla se fue descosiendo, y lagrimando oscura en mi alma sin consuelo, y a pedazos.

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Amaneciendo.

Sobre una mesa que hiere el espacio, un vaso con agua da su lenguaje de enfermedad.

Efigies de meras sombras rodean el sitio asolado, y acompañan con velas y escarabajos viudos los gritos de los pianos, y el desamparo de los días que se dilatan amaneciendo, y la tortura permanente de la noche con miles de juguetes dispersados entre los cementerios. Grandes pasos sin virilidad y puñales con sueño testifican la sangre inerte que hay dentro de una habitación con cuerpos volando, 39


y estertores de coitos y dep贸sitos siniestros.

Oh, rituales del tiempo, fatalidad de hombre y sus condenas, el aire se enrosca con un deseo sincero de vida y el pulm贸n de las hojas estalla produciendo un silbido en las caras de las personas.

Palomas con cabezas de petr贸leo anidan sin ser vistas, y se acumulan curiosas, merodeando el sexo agudo de una estatua que se conduce sorda.

Yo quiero romper cristales en tu nombre, golpearme contra los n煤meros indefensos, subir hasta el cielo con alas en pleno llanto. Y mientras tanto las moscas se entretienen en mi cuerpo, y beben infinitos colores, 40


y devoran los paisajes que descansan en mis ojos. Y mientras tanto germina un nuevo amanecer, y mientras tanto una débil pausa…

No me des tanto tiempo ya, triste abandono, abandonado, ni rompas las jarros que vierten mi garganta en el crepúsculo, los vidrios malditos que dan forma a las casas porque de un segundo, de una sola lágrima que nazca con sus bocanadas negras, yo ahogaré en mi boca las espirales de un dolor inhumano, y cargado de lirios acumulados entre las sombras de la noche haré de la aurora su pura luz violeta; ligero candor de una abeja con traje de mañana y su suicidio amarillo.

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Fatamorgana.

Suprimido ser, distante, similares a los ladridos ĂĄsperos y averiados de un perro antes de morir, tristemente transparentes, inconstante, como una carne deshecha por la luz, o por araĂąas sin ningĂşn encanto o como uvas mordidas por el sexo, sediento ser, cobarde, doliente, como una higuera concibiendo a gritos el invierno; nadie sabe quiĂŠn eres, y caes,

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y ruedas junto a mi nombre sin poder definirlo, recopilando el amor sin tocarlo, infructuosamente, como no se logra precisar el espanto y los mataderos de cisnes. Lleno de dientes oscuros, de seducción infecunda, de zorzales varados, tulipanes calientes, cruzas el alma de un socavón, y partes en úteros las flores, y eres la distancia del mundo. Abandonado, te pareces a una simple calle ciega, débil, y correteas con tus párpados sus cenizas, abandonado, juegas a no ser nada, extenuado de trajes sin medida, y joyas a lo alto de las iglesias, el sexo que se abre sin piernas, flotando, 43


desintegrándose con orgasmos de ángeles descoloridos, consumiéndose igual un arcoíris en un rincón roto, y las primeras raíces que amanecen en las abejas, después de una noche redonda, anudan las arboledas secas, y te pareces a esa preciosa imagen del mundo, al polen grueso de mis pensamientos, a la claridad de las piedras, a la sangre de las hojas.

Muslos con actitud de tijeras cortan la aurora: otro amor, una cama diferente, y la noche se desangra desde dentro. 44


Secreto y herido, recalcitrante, dulce, se ahoga el tiempo con la historia, y se deshacen los castillos en el cuello de las copas que reducen tu ser a un puro y amargo movimiento de oto単o en el vino.

Aves nocturnas se escuchan llorar, a lo lejos, traicionando sus propias creencias.

45


Sólo me queda una nube amarilla.

Siento que mi alma se va secando como una cáscara en el viento, sin un rumbo estable, y un insomnio de cometas letales me hiere las uñas. Dejo caer mis dientes, suavemente, hacia el mundo.

Como una tela ensangrentada yo solamente sufro, resignado, y acumulo un cajón que ya no tiene ropa, un rosario naranjo o una carta que murió sin saber leer, un revólver temblando, una bala abierta que huye, una esquina con su orina caliente, chicles sin sabor en las aceras, el nombre de una gata perdida, una mujer que baila en un burdel, un conejo sin sus patas, 46


o una flor que muere como flor, marchitĂĄndose dentro de una primavera envenenada.

Las cosas son como son, implacablemente, aunque escriba poemas sobre lo que todavĂ­a no nace, le cante a los pĂĄjaros el feliz recuerdo de sus nidos, su primer vuelo en sus alas, o pinte sobre las mariposas los murales que me dio el sol.

Y sin embargo, incluso si nada, todo sigue igual.

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Tú sabes mi nombre, ángel desesperante.

Por un momento en mi vida ésta, de ásperas flores que se gastan y se vacían, yo voy a cerrar mis ojos de espanto y de borbotones y me olvidaré que soy un fantasma haciendo jirones de frío, y andante, y penado al informe ego, acompañaré los gritos de animales suicidas para quienes soy la inútil materia de una noche en silencio, o el temblor de los colibríes que barren la tierra herida a gotas. Por un momento en mi vida ésta, extenderé mi substancia de ángel fatigado, desenredando alambres parecidos a las plumas y crucifijos alados, 48


espadas amargas que desde mi pecho se renuevan con meses de plomo, y territorios obscenos. Lentamente. Como una carta que sobrevive con el perfume a tus manos de cadáver. Lentamente. Como sólo sabrás de mí por el carbón de los perros y una tarde con su color invertido, Lucifer. Lentamente. Como acariciando una mejilla sin valor, o un marcalibros muerto de un golpe de olvido, respirando el tiempo en espirales, haciendo con nuestros nombres el amor amando. Lentamente.

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¿Qué puedo yo decirte ya sin más que decir, qué puedo darte sin que tú lo supieras, y sufrir y amar en tu memoria y sufrir desde ti y desde ti amar, y desde ti a los demás que como tú, mueren, nacen, florecen y van a través de nuestras relampagueantes vidas, poblando la luz extensa del tiempo y las calles?

Quiero pensar en muchas cosas, y yo quiero que tú vivas o mueras en esas cosas.

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Basura.

Pequeños fragmentos de vida entran, de vez en cuando, a través de las ventanas. No son más que envoltorios sacudiéndose, más que tierra reunida. No es más que un olvido invencible y violonchelos muriéndose de pena.

Imposible es una tarde que derrocha llanto con tu olor. Raíces por toda la tierra observan poses de menstruación fúnebre, y hojas sin nombres.

Pequeñas abundancias de otros tiempos penetran, de vez en cuando, en mi corazón. 51


No son más que sombras del mundo, escurriéndose, más que piel y orgullo y amor en completa inercia junto a unos ojos secos en el crepúsculo, cayendo, y cayendo con oscuras botas de la noche.

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Desolación en la imagen de junio.

Bajo la lluvia hay tanta espera, tanta, y un ruido de cristal roto muriendo, que lo frágil de un roce se ahoga y madura; pero largamente el amor está aquí, la distancia aquí, y caen en mi pecho sin vacilar las estaciones, porque soy el agua y soy el viento, y el límite de las cosas que definen la eternidad de un simple segundo.

Bajo la lluvia se encuerdan las estériles afonías del alma, y hay un diminuto mar que se defiende de nosotros con sus olas perforadas y prófugas, a goterones, 53


donde el tiempo va volando entre los dormitorios de la noche oscura, y no escribe ya, ni canta sobre los tejados, sino que sĂłlo nos mira y con un sombrero, nos espera.

Bajo la lluvia hay tanta pesadumbre, tanta, y sentimientos depuestos bajo las nubes lentas y los charcos, que tu voz huye, apenas, acompaĂąando las brasas de un pĂĄlido fuego, sin vernos apenas, desnudos y con las manos entrelazadas, en una inmensidad que desencadena su desesperanza a lo lejos, tu imagen en mi amor, adonde las casas con sonrisas de madera van y mueren.

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A una María, un lento árbol.

Como cerezos encinta te saludo, a cada rama que recorre tus manos, a ti que cruzas las llagas de un mes frío, pequeño retrato rosado, florero lleno de agujas ¿has estado bien en una gota, gota sin piel, madurando en el silencio como el aire en las uvas y naciendo con cálidos brazos, y desmembrando el corazón? Huye de ti, tú y el amor con botas amargas, y eres una vendimia que cae en vasijas miserables, órganos de un pájaro carnavalesco. ¿Hay en tu boca de tristes sonidos, una, una sola novedad?

55


Los pétalos comienzan a incubar la vejez en nuestras camas, y el hierro de la sangre queda al cuidado de tu nombre con innumerables alas, y polluelos incubados y no nacidos. Todo llega al límite de tu ser como frágil lentitud de una vela, que se deshace en la tarde, bajo un puente viejo, de pronto.

¿Cómo es la vida repartida entre el espacio de las aves y en las estrellas la distancia y en los trámites de oficina el orgullo que abunda en tu redonda oscuridad? Sin saber ya de ti, te escucho hablarme entre mis sueños, y tiendo a pensar que amanece mi alma entreabierta, coronada con tus uñas revestidas de sal, tan sólo si tú me tocaras e insistieras, una, otra vez, con tu voz susurrándome el paso del tiempo, 56


y que sin embargo, no es real.

Oh, pequeña mía, ¿hacia dónde tus manos se derrumban sin ti, y lo sonoro azul es un cielo que porta todas las vocales de un esqueleto sin pantalones y figurado en poeta? Demasiado temprano el tulipán de la primavera ha sido tapado por mordeduras, y gatos maltratados con sus colas en el olvido invocan las nubes cargando botellas, y Dios, que a cuyos peces acuden a ser de otros.

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Tosca elegía.

Como gastadas ruedas de un conductor loco, el horizonte herido se llena en todas las botellas, y el andante bebe su desestimado camino. El humo denso viola un cigarro de la boca, y luego lo escupe en un corazón hosco. Canta un grito oscuro en la retina, y una fotografía se desvanece entre la basura.

Maniquíes estrujados por la noche, neumáticos con rastros de semen; larga poesía entre mujeres con sus canastos de tumba fresca, bocas reventadas por órganos extraños, 58


servilletas forradas de nombres inconclusos, y demasiados sentimientos…

Los sueños me parecen una constante cavilación de girasoles negros y una soledad que mide su cáscara en resonancias suicidas.

Oh, distante fuga, anchura desconocida del mundo, éste es un viaje arrebolado de mí, y mariposas de carbón.

Soy tan quebradizo y eterno como la madera, como el otoño.

Miro al cielo con un hollín en mi alma, y mi pecho abierto desde donde nacen larvas que se ahogan con un pozo entre la inmensa noche. Un graznido a lo lejos se muere, y una estrella se pudre. 59


No hay culpa, ninguna culpa, sino un canto de desesperanza, la luz marchita. Sólo queda perderse en uno mismo, y lamentarse en una rosa de contradicciones.

La sombra de una cama estremecida espera, deshojada de su ser, contrayendo una orilla peluda, crecida de alas y secretos, orinando un manto de oscura niebla y rojo atardecer. De una habitación sin mundo, un par tetas redondas tientan el aire, la blanca entrepierna atravesada por ampolletas azules y la piel restante se expande sin un sentido, fluyendo, sin un mayor preámbulo. Yo no reconozco ningún rostro, ningún amor.

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Tan sólo advierto un funeral de muñecas, embudos y lágrimas que gimen mi nombre en las posiciones de una primavera seca, y sin embargo, de muchos frutos. Risas agudas se confunden con la infinita tristeza. Las vejaciones tienen un espacio entre las aves, y el lugar más sucio de una mujer abre su catarata para un fuego brusco, sin sonido, ilógico, grotesco, maravilloso como es estar perdido entre un campo de algodones usados y tibias soledades.

Hoy, el violín rojo eyacula sus campanadas en la iglesia más alta de la tierra.

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Un azul en que canto huérfanos.

Ya casi no te siento, ya casi como la nada, y un cuervo en que la tarde reposa, canta, y vas condensándote sobre el peso de una nube ácida, o una rama sin brotes que en el silencio golpea. Ya casi no te percibo en ningún lugar, y la noche te abraza como a una polilla en el fuego, adonde una estrella hambrienta consume las hojas, y recibe en sus brazos a tu hijo.

Hoy te pareces a una luna cubierta de escamas,

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a un personaje que recorta fruta entre las piernas, y que luego la envuelve dentro de un pañuelo negro para salir huyendo por los riachuelos muertos en las cenizas, triste, en un estrado de púas, y corceles infectados con tu olor que galopan desde la oscuridad.

Oh, indiferente y perpetuo y gigante el timbre de tu voz; cómo identificarte, cómo gritar para mí tu presencia perforada, lo metálico, si yo voy con un cadáver de cisne retozando entre las lilas y haciendo eco de un corazón tieso sobre un duro océano.

La tarde cae con gaviotas y árboles agotados, con tu ausencia de guitarra en pena, 63


y la poesía llega soplando desesperanza, una sombra coja que consume las caléndulas solitarias, las que tú sabes muy bien, se parecen a los niños huérfanos que duermen dentro de los jardines de un crepúsculo que también ya hemos abandonado.

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Breve estancia en el silencio.

A la Muerte en nuestra alcoba sonreí, y mi corazón fue un instrumento para el agua, la tierra, el fuego; un teatro oscuro; toda mi carne ocupó los cielos, y un arcoíris cayó de repente, rebanando los azares sobre tu alma que sueña la inmensa noche que acorta los caminos y abre canciones en los amantes.

El tiempo ha parado sus anillos, y entregado en cajones los días que se han secado igual a una cigarra en el verano,

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abandonando a un gusano torpe, o a una lluvia blandiendo alas caídas en cada persona, en cada lugar que yo amé y lloré, todas las palabras que fueron navegando en el cosmos de un picaflor celeste y a través de la nada.

Hay un cometa de azufre que me saluda, una ciudad ahogada en violetas, una residencia donde el amor posee forma de antigua cuna:

tan sólo es una ilusión a mi alma que huye, un eco ahorcado, una exigencia de vida muerta, tan sólo es un fantasma de pequeñas sonrisas y estrellas sedientas, y lunas azules coronadas sobre un cuello desconocido. 66


La noche deja caer agujas en mis pensamientos, y carmines en la boca florecen de un ser invisible y su sencillo mundo.

La noche es un túnel que me lleva con extraños trajes, andando sin parar por lugares mojados, con el Amor entre basuras insaciable, la Muerte y los sueños, la soledad y el dolor, volantines desmembrados.

Me voy moviendo.

Sin definición las casas se rompen, abren sus techos, y la luz descansa cuando los caminos duermen.

De pronto, como una nota de violín, 67


la caricia de un insecto se posa en mi ventana, ceñido en aire y cristal, y aletea y se esconde, y aletea y se va desde las luces que desaparecen, y me voy despidiendo de un nombre, hiriéndome el pecho en la tristeza absoluta, y serenatas de silencios purpúreos que resuenan y resuenan adentro de mis órganos.

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Escarcha dura.

Anoche soñé contigo, y estabas desnuda, y sangrabas, y tu cuerpo arrastraba costras como de atardeceres sobre mi almohada. Pura natividad, pura inflorescencia en una hora sola, en una única cama, y en cuyos aromas, los relojes ya no se quejan.

El abatimiento respira, colocando música a las hojas que caen, y repartiendo tristes lirios a cada fosa que no carga con su nombre, y deambulando como deambulan las luciérnagas 69


que han agotado todas sus fuerzas para convertirse en inútiles polillas, pobres telas sucias, oh, difuntas polillas, racimo de putas silenciosas.

Abierto igual que un tambor oxidado, el cielo echa cenizas con la voz de un lamento, y gritos de perras sin sentido, golpeadas.

Oh, furia, licor de lámparas en la noche, párpados firmes que me observan, asustado y removido, campanas y gitanas vaginas pasan cuando intento recordar la forma que me ha parecido a mí el amor, y que hoy sólo es una mancha viscosa de una fruta triste, herida y amontonada en un cajón.

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Largos poemas sin títulos yacen por aquí, y golpes que no provienen de ninguna parte, tazas rotas que aparecen con la mañana, el susurro de una armónica… Nada es suficiente para consolar una palabra que nace siendo un cadáver y que al morderla en mi boca no destila más que un inocente dolor.

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Pequeñas manecillas en medio de las sombras.

Bajo esta vieja tarde de pájaros las puertas están mudas, acumuladas a mi alrededor, y el agua de un vaso sueña su propia luz, pero yo escribo, sin detenerme, el diario de vida de un árbol en el otoño y sigo a cada hoja su historia anterior, a cada extensión el espíritu que ahora es solamente tierra, y que construía vocales en otro tiempo; frutos que la melancolía muerde sin dientes, bufandas vestidas en el viento como las velas que yacen 72


y pierden su moral; alondras volando enroscadas hacia la noche sin terminar.

¿No eres acaso tú, oh, el fantasma que está solamente allí? ¿No eres acaso tú, quien desviste los árboles de amor, y bajo la sombra de los puentes das paso al sueño y la poesía?

El árbol que yo te escribo abre los techos de las casas, y hojas pelirrojas florecen, uniendo las estrellas con una voz desde la noche.

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Alrededor, gradualmente.

Qué triste es una puta que ya no salta, ni habla con sudor, y de la que sólo palpamos en el amor sus heridas. Amado y amado, un puro error, crepusculario de lo falso. Cantemos sobre un piano las estocadas de su cuerpo pegajoso por mil orgías y disfrutemos la desnudez del “papito feo” en un cisne que fue desplumado.

Qué triste es una mariposa derribada por el escupitajo de un hombre que se ha acostumbrado a vivir como un barco dentro de una botella. 74


Océanos y océanos, naufragios que no se mueren de agua. Que nos escupa Dios su invisible investidura, y robemos de la mariposa, esos horribles ojos y que se incendie ciega en un río de resonancias sin voz.

Qué triste es una tarde sin conversación, largos preámbulos de una soledad con formas de nubes ebrias que hacen de una arqueología, la tierra de los sueños. Demos espacio a tu voz, a mis palabras, tomados juntos de las manos, maltrechos por los graznidos de los pájaros, y digamos lo que somos en el otro, sobre el campo que se desquebraja con alimañas, en nuestro pequeño espacio.

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Qué tristes son los tulipanes con forma de vagina, accediendo a la tierra con tu número y tu retrato. Estepas desconocidas bordean plurales inconexos. Disfraces de muñeca excitan el paso de los cadáveres bien vestidos hacia la taquilla del subterráneo, y en cada dirección un olvido, un cuerpo que no se recupera a la fatalidad de no tener más que una impresión borrosa de sí.

Efímeros hoteles no guardan el sitio de la penetración, ni en la cama reposa el aroma de las musas repartidas, sino que, en cambio, cruzan por sus ventanales y en sus desechos de hombre y mujer, toda la tristeza y la miseria de los que vagaron en círculos sin llegar nunca a ser.

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Bajo el suelo, lámparas.

Hay una voz con olivos retorciéndose; un perro atrayendo la luz, una monja y una siniestra estrella. Multitudes tocan una partitura con instrumentos de tristeza. El cielo mira un socavón de ámbar, y objetos cayendo indefinidamente como enfermedades en el rocío: vivimos por tan poco, y también por mucho. Se agota la hora del grito, y no hay más peso en mis hombros que un arpa gimiendo en la muerte. Un punto azul resplandece dentro de la nada. Dios está aquí. Dios no está aquí.

Una orquesta desencadena un vals de pájaros en la noche. 77


Al lado de la carretera.

Ayer murió alguien, ayer fue una mujer… Ay de ayer, de ayer que estaba, pero hoy, un nenúfar cerró sus pétalos a pleno sol, invirtiendo el destino de su corola bajo el agua, y la tristeza que anida sobre el crepúsculo, tendida como una cuerda roja, y un mar de duda en la forma alargada de la carretera, y un ave sin color que escapa del baúl de una niña adonde su cuerpo se posa con el tiempo apretado, y la voz con las ramas cayendo y en el cielo arrinconado, azucenas de barro florecen opacadas sobre la estación muerta, 78


y los puñales en el viento, que envuelven y matan a toda la tierra.

Hoy una sombra cuelga de un árbol, un pasto que crece con remordimientos; hoy el sol es una luz intermitente, una lluvia espesa, y dentro de unos ojos fijos, el rastro a contra luz de un arcoíris despidiéndose, solamente, despidiéndose.

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Boceto de un vagón a contrapelo.

A través de un vagón de ferrocarril, las ramas de los árboles se acumulan sobre sí mismas como dedos amputados y las penumbras se trenzan en el intervalo de las luciérnagas, despertando desde el fuego tenue, un otoño con alas. En los rieles se desenlazan mis ojos, bajo la madera está tu boca durmiendo, y pitidos solitarios resuenan con las montañas.

Es una vista enternecedora, pero muy triste.

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Los andenes amontonan cuerpos cabizbajos, volúmenes y direcciones, impuras apariciones de personas erradas, densas superficies, similares a un pensamiento fugaz, clavadas de pronto con agujas en la carne de mi corazón; y un amor que está lleno de miedo desciende como un río suavemente de la oscuridad. No hay alegría cuando un árbol se escucha caer, o cuando una golondrina se destiñe al volar.

Óyeme amor, aún no nos conocemos. Porque después de todo sigo muerto. Después de todo yo no soy real.

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Despedida del hombre horadado.

A los ojos del mundo escribo, y soy poeta. Tal vez quisieran los muertos que entonara siempre de cisnes el cielo o de duraznos florecidos los techos, y que el invierno no entregue sino caricias en las ventanas, largas tazas de caf茅, himnos y migraciones, lluvia sin caer, una canci贸n con barro y agua sorda, creciendo bajo los alerces en la mitad de la tormenta; pero el mundo es mundo y el dolor me quema en las manos.

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Pero de lo que am茅, de lo que fue existiendo y cantando, y de lo que naci贸 en tu nombre para ser de todos los nombres, mis versos.

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Plantaciones de té.

A veces yo quisiera que no haya un sólo movimiento. A veces una tragedia de sauces, o un ombligo en cuya huella nacen ojos y plantaciones verdes. A veces quisiera una sola cosa heredada. Un molino que gire con gigantes violetas, la soledad de las vacas, su paciencia. A veces, no sé, el tiempo, los océanos, las libélulas y sus penas en el río, los himnos, las manzanas.

Una pausa cuando todo sucede, y sucede con tristeza, a veces, cuando siento porque no estás, y eres constante y dolorosa como las mañanas en el mes de abril.

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Quiero descubrir en este tiempo que pido, la experiencia, la vagancia, el abandono, la sencillez del caos; y cobijado por el abrazo de una mujer, echar sobre mi boca sus verdes raíces, que entretejen nidos y alacranes. Quiero el crepitar de la madera con el jardinero, el letargo, la noche oscura, oscura como la conquista triste de un hacha sobre el árbol.

Hora de fiebre y poda, escritura y solitaria, ésta, cuando puedo ser una criatura inmóvil, ebria medida del alma que se hace en el sin futuro. Y tijeras desde dentro de mí.

Y un socavón donde nacen henos y corazones.

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Hora en que yo puedo observar las hojas muriendo bajo la distancia, y a ti, del brazo con ellas: la tarde va preparando la bebida de la luna.

El horizonte abre entonces sus primeros embarazos, y las aves de la noche descansan, tan pesadas como curvas.

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