Tonadas ágiles para sonreír en voz alta

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Tonadas ágiles para sonreír en voz alta Ramón Méndez Estrada

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CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES Rafael Tovar de Teresa Presidente Saúl Juárez Vega Secretario Cultural y Artístico Francisco Cornejo Rodríguez Secretario Ejecutivo Ricardo Cayuela Gally Director General de Publicaciones GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO Fausto Vallejo Figueroa Gobernador Constitucional Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Juan García Tapia Secretario Técnico Fernando López Alanís Director de Formación y Educación Jaime Bravo Déctor Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural Paula Cristina Silva Torres Directora de Vinculación e Integración Cultural Héctor García Moreno Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán María Catalina Patricia Díaz Vega Delegada Administrativa Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura

A mis hijos, Zipactzin, Xochipilli y Xólotl A mis nietos, Areli y Erick A Nadja y a Mowli, los hijos de mi amigo Mario Santiago Papasquiaro


Tonadas ágiles para sonreír en voz alta. Primera edición, 2013 © Ramón Méndez Estrada DR © Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00, 322-89-03, 322-89-42 www.cultura.michoacan.gob.mx Coordinación editorial: Héctor Borges Palacios Mara Rahab Bautista López Ilustraciónes: María Antonieta Zenteno Martínez, Xólotl Zenteotl Méndez Zenteno Ozaír Tavera Fragoso Zipactzin Méndez Zenteno Diseño de Colección y cuidado editorial: © Editorial y Servicios Culturales El Dragón Rojo S. A. de C. V. Edición de ilustración: Miguel Ángel Pérez Hernández Diseño de Portada: Miguel Ángel Pérez Hernández Edición: Yaiza Santos ISBN Colección: 978-607-8201-32-7 ISBN Volumen: 978-607-8201-31-0 El contenido, la presentación y disposición en conjunto y de cada página de esta obra son propiedad del editor. Queda prohibida su reproducción parcial o total por cualquier sistema mecánico, electrónico u otro, sin autorización escrita. Impreso y hecho en México

Tonadas ágiles para sonreír en voz alta Ramón Méndez Estrada


Índice Prólogo 11 Introducción 12 Marineras  14

El mar y la niña  15 La niña pregunta  17 Olas y lágrimas  19 Velas y nubes  21

Serranas 22 El camino  23 La lluvia  25 El arco iris  27

Coqueterías 28

Las fases de la luna  29

Tonada tralaleante  32 Coyote, conejo y Luna  35

Volandas 36

Los caballos del alba  36 El toro y la Luna  39 Soneto del río  41 Soneto del árbol  43 Ometeotl y los tetzcatlipoca  44 Los amores  47 Preguntas con espinas  49 La verdad mentirosa  51

Tonadillas con cola de acertijo  52 Faunario  53 Florario  56 Ludario  58

Bocetos del bosque de los cuentos  60

Terror terrible  61 El viaje de la gota  62 Zirahuén  66 Sileno y Midas  70 Fábula del fauno y el caminante  74


Prólogo

Los versos que lees ahora fueron hechos con amor, y del amor ser los hijos es su mérito mejor. Reconozco que son malos, pero no tienen la culpa: culpa es de quien escribió, y eso no tiene disculpa. La prisa de los trabajos impidió hacerlos con calma, pero no serían mejores de haberlos hecho despacio. La tonada está en el aire como travieso volado: que se pida águila o sol no tiene ningún cuidado. Un premio ya se ganaron los versos que aquí presento: sentir la luz de tus ojos: eso los pone contentos. 11


Introducción El libro que tienes en las manos tiene una historia bonita, desde que nació: lo hice para que mis hijos aprendieran a leer y escribir, y lo hicimos juntos, disfrutando esas mañanas claras de lectura y redacción. Mis hijos me sugerían ideas y a veces corregían mis versos, para hallarlos a su propio acomodo. Fue muy estimulante y divertido, por ejemplo, inventar las “Tonadillas con cola de acertijo”, adivinanzas de animales, flores y juegos, con solución al pie. Tienen la ventaja de la brevedad, el ritmo fácil y contagioso de los versos cortos, y la descripción de aquello que buscan identificar, conocer, dar a entender. Es fácil para los niños seguir el ritmo y buscar características de animales, flores, juegos o cosas que quieran describir, y viene junto con ello la precisión en lo que se expresa, el secreto mágico de la 12

buena redacción: la exactitud, que se entienda bien, que sea claro. Es éste un libro de poesía, para gozar, lúdico y divertido, a veces triste, como corresponde a los juegos de la inteligencia. Y es también un instrumento didáctico de lectura y redacción del idioma español, que puede usarse para aprender a aprender, así como auxiliar en estudios de otras materias. Agrupé los poemas en secciones temáticas: tonadas marineras y serranas en torno a una niña y un niño; coqueterías, con el eje de la Luna, de fama probada como inspiradora de poetas; volandas, por usar una expresión rural del norte de México para designar unas pequeñas carretas jaladas por animales que los vecinos usan para recorrer los caminos; las tonadillas con cola de acertijo ya mencionadas, y finalmente un grupo de cuentos y leyendas, una de ellas referi-

da a Zirahuén, la princesa michoacana cuyas lágrimas formaron el lago que ahora lleva su nombre. La primera vez que enseñé el libro a otra persona distinta de mis hijos, con los que lo hacía, lo puse ante los ojos de Nadja Zendejas López, entonces una niña de ocho años de edad, y así, a primera vista, me lo leyó en voz alta de punta a cabo. Esa lectura me convenció a mí mismo que sí soy poeta, lo cual alegra mi vida, aunque a veces cueste mucho trabajo. Después lo he leído con otros niños, con jóvenes y adultos, y he tenido la satisfacción de que lo han disfrutado alegremente. Una vez, en Arteaga, después de leer algunos poemas, entre ellos las tonadillas con cola de acertijo, propusimos un ejercicio de redacción de otras tonadillas, y los participantes hicieron las adivinanzas correspondientes al chango, a los perros, al pá-

jaro, a la culebra y otros animales que no están incluidos en el Faunario que forma esa parte del libro. Ahora que lo presento al público lector auspiciado por la Secretaría de Cultura de Michoacán (Secum), para hacer más atractivo el libro, acompaño los textos con dibujos de María Antonieta Zenteno Martínez, Xólotl Zenteotl Méndez Zenteno, Ozaír Tavera Fragoso y Zipactzin Méndez Zenteno, todos realizados con técnicas mixtas. La manera en que aprovechó estas ilustraciones Miguel Ángel Pérez Hernández de plano me encantó, y sé con certeza que así les va a gustar a todos los que tengan este trabajo en sus manos, desde niños hasta ancianos. Está, pues, en tus manos, con la atenta invitación a que lo goces. El autor, Ramón Méndez Estrada 13


El mar y la niña

Marineras

Sobre la arena mecen las olas una canción de cuna y de niñas solas.

Tarde vendrá la Luna para alumbrar los sueños dulces de la niña y el mar.

En la playa recibe del dulce viento una niña su beso y su suave aliento.

Soñará con moluscos y una sirena, y en su sueño la niña no tendrá pena.

Doradas huellas deja a su paso la niña negra, antes del ocaso.

Duerme sola la niña y en la ventana empuja el viento la noche hacia la mañana.

Cae ya la noche junto a la orilla del mar, tranquila, oscura y sencilla. 15


La niña pregunta Un enigma la niña le plantea al viento: ¿Donde comienza el cielo se acaba el mar? Una pregunta le hace la niña al agua: ¿Dónde termina el mar y comienza la playa? Inquiere la pequeña a una suave ola si tiene príncipe azul toda niña sola. La mañana y la tarde espera la nena, pero aún no hay respuesta para su pena. 16

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Olas y lágrimas Mece el viento una palmera junto a la orilla del mar. La niña negra, en silencio, ama y comienza a llorar.

Mar y llanto se conjugan y la palmera se mece, pero el pesar de la niña la desasosiega y crece.

La sal de mar en las olas sube y baja, y la del llanto sólo baja por la cara de la niña en su quebranto.

Las lágrimas y las olas sus sales juntan, y tienen un sabor de penas viejas y de recientes desdenes.

De noche endechas entona la triste muchacha negra y al viento pide noticias para mitigar su pena.

¡Ay, las aguas del océano! Saladas, no apagan la sed. ¡Ay, las lágrimas saladas! No sirven para beber.

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Velas y nubes Junto al muelle los barcos se mueven al vaivĂŠn de las olas que vienen y que se van tambiĂŠn.

Las nubes y las velas ondean bajo el sol, y la tarde las pinta con un fuerte arrebol.

Sobre un barco de vela se pasea una gaviota y el viento trae aromas de alguna tierra ignota.

Las nubes y las barcas se aprestan a partir, y el viento, el mar, la playa convidan a vivir.

El viento es suave ahora y entona dulce son, no ruge como a veces su furia de ciclĂłn.

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El camino En la mañana un pino un acertijo verde le plantea a un niño. Suave susurra el viento en las altas copas una canción jocosa de risas locas. Cerca de la cascada junto al camino mira un álamo blanco pasar al niño.

Serranas

Sonriendo una tonada rumbo a la escuela, con paso ágil el niño cruza la sierra.

Contento el pequeñuelo llega al plantel, y se quita el sombrero al entrar en él. Le fascinan la historia y la geografía, pero más el recreo, que es su alegría. Con sus amigos juega al ratón y al gato, y vuelven luego al aula a estudiar un rato. A la salida corren tras sendas ruedas que con una varita ruedan y ruedan. 23


La lluvia Un niño mazateco luce en su espalda verde capa impermeable de hoja elegante.

Canta el viento canciones entre los árboles, y despeina a la lluvia con claros aires.

Bajo la lluvia apura el niño su paso: goza del aguacero su fresco abrazo.

Llega el niño a su choza al rayar la tarde, cuando la lluvia cesa y el cielo se abre.

Entre las nubes el trueno retumba sobre los cerros, y se oyen ladrar los perros a los relámpagos.

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El arco iris Techo de tejas rojas ataja el cielo donde se acaba el valle y la sierra se alza.

El viento de la tarde corre a traer la noche, y mece un gran lucero cerca del horizonte.

Muros altos de adobe tiene la casa, bellamente encalada de blanco y rojo.

Ya la noche temprana baja hacia el valle, y una brisa serrana moja el paisaje.

La tarde despejada despuĂŠs del dĂ­a lluvioso le puso un arco iris al domo majestuoso. La punta de su arco parte desde la casa, pero su cabo llega a una montaĂąa alta. 27


Las fases de la luna

Coqueterías

Cada veintiocho días una vuelta completa le da al planeta, y cada veintiocho días una vuelta sobre su eje da la coqueta.

La plateada sonrisa de la tarde y la noche temprana, presta a parapetarse en el Poniente, enseña que lo oscuro nos avisa la luz de la mañana, cursado ya el camino de la luna creciente.

Aunque crece, se llena, mengua y renace nueva, sólo una sola cara muestra a la Tierra.

Aunque crece, se llena, mengua y renace nueva, sólo una sola cara muestra a la Tierra.

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Con su redonda cara como un gran globo blanco su plenitud regala a la alta noche, pero ni quince cumple: está en su catorcena, pletórica de luz, la luna llena.

Aunque crece, se llena, mengua y renace nueva, sólo una sola cara muestra a la Tierra.

Y luego hay una noche rebosante de estrellas, pero entre todas juntas no dan tinte siquiera del resplandor oculto que da la luna nueva.

Aunque crece, se llena, mengua y renace nueva, sólo una sola cara muestra a la Tierra.

Si bien la oscura noche recibe su sonrisa en el Levante, apenas la va a alcanzar el día y es ya un puchero incrustado en el cielo la luna menguante. 30

Aunque crece, se llena, mengua y renace nueva, sólo una sola cara muestra a la Tierra. 31


Tonada tralaleante Una tonada ágil con voz de plata tralalea la Luna en montes y valles.

Un sedero plateado trazó en Laguna Azul la luna blanca. Sobre la sierra umbría baja un manto de plata.

Tralalá de la luna en los altos riscos, tralalá de la luna en cerros y ríos.

Tralalá de la luna en bosques y selvas, tralalá de la luna en cañaverales.

Un coro de coyotes aúlla, noche, a la Luna, y un resplandor plateado vuela en la sombra.

Una canción nocturna susurra el viento. A la orilla del lago tiembla un pino de frío.

Tralalá de la luna en la alta montaña, Tralalá de la luna por los barrancos, tralalá de la luna por la cañada. tralalá de la luna y la astronomía, tralalá de la luna hasta en las ciudades...

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Tralalá de la luna, tralalí de la sierra, tralalí del desierto, tralalí del océano, tralalí tralalá tralalá de los valles y las montañas. Tralalá de la luna, la del timbre de plata, la sonrisa en la tarde, el puchero en el día, tralalá de la luna tralalea la tonada. Tralalá tralalá tralalí tralalea la tonada con sus timbres de plata.

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Coyote, conejo y Luna En la Luna hay un conejo que el coyote no atrapó.

En la Luna hay un conejo que del coyote escapó.

Un héroe y ese conejo fueron la Luna a prender, y al escudo del guerrero el conejo se prendió: escapó así del coyote que se lo quería comer.

Coyote, conejo y Luna cantan la misma canción.

Aúlla triste el coyote, le aúlla a la Luna clara, le pide le dé un conejo aunque sea para mañana.

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Volandas Los caballos del alba De la montaña bajaron caballos blancos al alba. Broncos corceles de plata el valle recorren. Tropel de potros del día truena en el llano... Látigos del viento azotan el mezquite y el huizache. Silban fustas transparentes entre maguey y nopal. Brotan de cascos ligeros chispas en el pedregal.

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Corceles plateados corren, bajan al agua. Charcos de color del cielo refrescan belfos. Mágica claridad, potros briosos, rebenques del vendaval... Diez relinchos de plata rompen el aire. Raudo galope de cascos el llano deja. Caballos blancos del alba suben al cielo. Diez relinchos de plata eleva el viento.

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El toro y la Luna A los cuernos de la Luna alza sus cuernos el toro, un toro joven. Toro negro y vigoroso muge en la noche temprana a la Luna que en Occidente desciende. El toro está enamorado de dieciséis vacas pintas que allá en el potrero rumian su pienso. Alza sus astas el toro hacia las altas estrellas. La Luna, que ya está baja, pese a su sonrisa tiembla.

El fornido astado rasca con sus pezuñas la tierra, y en sus patas hendidas queda algo de fresca yerba. La Luna tiembla en la noche, pálida Luna sonriente, Luna de plata que teme la embestida del mugiente. Al fin el toro la embiste y su dura cornamenta rasga el capote plateado que desciende del Poniente. Muge el toro en la alta noche, y en la punta de sus cuernos jirones de luz de luna resplandecen, albos jirones de plata que a las vacas enternecen. 39


Soneto del río De la montaña al mar, largo camino que lame y besa y moja la ribera, y aunque parece quieto, su carrera lo lleva en su rivera a su destino. Sendero que anda, profeta de su sino desde el serrano manantial, donde era sólo un charco nomás, una quimera que jugaba a saber su desatino. Pasa, pasa y se va, y está presente cantando la tonada permanente del agua que se fue y la que queda. Canta, canta y está invariablemente girando en torno de la misma rueda sin restricción alguna ni una veda.

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Soneto del árbol Desde que fue bellota o nuez sabía que una fuerza muy honda lo empujaba a moverse y a ser, y eso encajaba en el plan de ser árbol que tenía. Ese plan lo inclinó hacia la poesía de hacer fluir su savia: lo encantaba comer la tierra y agua en que se hallaba gozando de su ser mientras crecía. Creció muy grande, alzado encima de la tierra hasta el cielo, donde estaba a su gusto y placer, en una cima. Ser árbol y nomás, eso pensaba, y así alcanzó aquello que deseaba: ser un árbol nomás, lo que lo anima.

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Ometéotl y los tezcatlipoca

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En el principio de todo y de todo en el final, genera el mundo Ometéotl, la pareja primordial.

El negro es lo que antes hubo y no sabemos qué es, porque cuando aquí llegamos todo era como lo ves.

Con cuatro vástagos cuenta esa inicial dualidad, para cumplir su tarea: hacer la totalidad.

El azul es todo junto, material e inmaterial, sueño, vigilia, muerte, fantasía y realidad.

Tezcatlipoca les dicen, y se distinguen los cuatro porque se pintan la cara con personal dignidad.

El rojo es el movimiento que tiene todo lo que hay: nada está quieto un momento, todo al instante se va.

El blanco es al f in la vida que surge de lo que hay, necesita a sus hermanos para poderse mostrar. Así está ordenado el mundo, como lo puedes mirar. Los mexicanos antiguos así lo dijeron ya.

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Los amores Los amores de los jóvenes son juegos de los pequeños y recuerdos de los viejos. ¡Ay, los amores! La morena niña siente a su corazón brincar con sólo el presentimiento de amar. Aire le falta al muchacho para respirar, cuando la niña se acerca junto al mar. Juegan la niña y el niño al primer beso de amor, y de cuatro labios nace un huracán. 47


Preguntas con espinas –¿Por qué de los amores, madre, no se cuenta la bonanza? –Porque si el amor se logra, hija, el tiempo no alcanza. –¿Por qué de los amores, padre, sólo las penas se cantan? –Porque la nostalgia, hija, pinta verde la esperanza. –¿Por qué de amores pasados, abuela, recuerdan sólo el beso amargo? –Porque cuando no hay pasteles, hija, bueno es mal pan para el hambre.

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La verdad mentirosa La verdad y la mentira, la mentira y la verdad, son como el mar y la playa: no tienen dónde acabar.

Vueltas le daba a la frase para saber dónde parte, en partes exactas, la mentira y la verdad.

Lo descubrió un embustero un día, contando un cuento, y al descubrirlo lo dijo claramente: “Estoy mintiendo”.

Si digo: “estoy mintiendo”, miento y digo la verdad: que digo verdad si miento, pero si miento es verdad.

Al afirmar que mentía decía, claro, una verdad, y si la verdad decía mentía, la pura verdad.

El dicho del embustero cuenta el cuento sin cesar, danza jocoso en la lengua mintiendo con la verdad.

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Tonadillas con cola de acertijo

Faunario

el caracol. 2

Mole inaudita en carrera rauda, el cuerno en ristre hacia el horizonte, gran polvareda lleva por cauda

Un relámpago verde de locuaz charla, la lengua seca y abierto el pico, sin son ni tino parla que parla 4 Helicóptero vivo de brillantes colores, iridiscente lujo de cada célula, vuela sobre del agua y entre las flores

la libélula.

Su casa a cuestas arrastra lento sobre la yerba –bajo del sol–, incluso a veces sobre el cemento,

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el perico.

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el rinoceronte.


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Las orejas picudas, los músculos de acero, parece relajado bajo el cielo de tul, pero su ojo advierte la atenta y tensa espera

Agreste cordillera duro lomo levanta sobre el pantano. Monstruo viejo del Nilo de hocico gigantesco que al más plantado espanta...

Diminuto lucero de los montes, voladora linterna intermitente que en la selva y la ciénaga al respirar quiebra la sombra con su luz,

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el cocodrilo.

Corona de rey le ven por su abundante melena, su ferocidad famosa nos encoge el corazón, pero en el circo es un gato y tolera al domador, 10

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Tejedora diligente de telas maravillosas, que entre los rosales tiende con sabia maña, para atrapar su presa y hacer su casa...

Traviesa corretea por tapias y en las ramas, acecha tras las flores y su lengua canija rauda atrapa a una abeja que halló desprevenida,

la lagartija.

la jirafa.

la araña.

la mariposa.

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el león.

Entre las flores una alada flor vuela, frágil joya viviente revolotea revoltosa, de maravilla y magia deja una estela,

Trepador ágil de bardas y rey de las azoteas, se estira y eriza su lomo después de dormir un rato y se lanza tras su presa, generalmente un ratón,

el gato.

del lobo azul. 7

la luciérnaga.

Largo pescuezo superlativo la testa eleva a cielo florido arrancándoles brotes a las acacias,

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Florario 3

Dice que sí y que no y pone una duda, pero no resuelve nada y acrecienta la cuita con los pétalos blancos que la niña desprende con sus traviesos dedos de la corola.

Mi tía Pompeya les decía “señoritas”, y Nicanor las comparó con bailarinas. Es la flor roja rosa de pétalos volteados y delgados pistilos hacia abajo.

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Brinda ramos a las novias, y a los nerviosos, brebajes, su nombre se asocia fácil con los juegos y la suerte, es la flor blanca y pequeña de limón y mandarina, de naranja, sidra y lima, de toronja y limón real.

Sobre las tapias y entre los árboles la enredadera trepa y cuelga sus flores: son sólo de tres pétalos en alegres racimos morados, rojos, amarillos e incluso blancos.

La bugambilia.

La margarita. La rosa.

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La fucsia.

Aristócrata reina del cuidado jardín, a quien no amaga su muerte de mañana, esparce voluptuosa su excitante perfume y despliega los pétalos de su corona.

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El azahar.

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Ludario 3

1 Este es el juego de toma y daca, de todos ponen y toma todo; a veces dice que tomes uno, pero otras dice que pongas dos.

Cuatro edades pasaron –tierra, viento, agua y fuego– en el tiempo sin cuenta; la quinta edad abrióse –el Sol de Movimiento–, y surgió el calendario para contar el tiempo.

La suerte gira y todos los niños cruzan sus dedos entusiasmados por la fortuna que alcanzarán cuando se pare y muestre su cara

Niños antiguos saben el exacto misterio del luminoso día y la noche serena: con huesos de ciruela y de chabacano llevan la cuenta y juegan

la pirinola.

Locas piruetas en manos hábiles hace un cilindro con corta cuerda: vueltas, redobles y capiruchos al aire, en vilo, tomado y suelto...

Con las cartas en la mano, el gritón canta en la feria: “el corazón”, “el valiente”, “la chalupa”, “la sirena”, “el borracho”, “la botella”...

Entra el palito en el agujero: la mano negra no se apuntó, fue la pericia que anotó el triunfo de ese muchacho que fue el más diestro

“La cobija de los pobres”, grita el gritón, y una niña el maíz de su alegría pone en el cuadro del sol y canta

la lotería.

con el balero.

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la matatena. 4

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Terror terrible Tres traviesos hermanos, haciéndole al terrible, quisieron meter miedo a su prima, más pequeña... El mayor contó cuentos de gigantes muy fieros, de vampiros, de monstruos, y malvadas sirenas que a los marinos pierden en alta mar... Narró el segundo con voces roncas ataques de orcos y aparecidos, de chaneques y duendes y de asesinos que a sus presas persiguen en la ciudad...

Bocetos del bosque de los cuentos

de la era espacial, con leones feroces, terribles cocodrilos, arañas venenosas, y todos los terrores por imaginar... “¿Qué, no te asustas?”, preguntaron los tres a la pequeña. Sonriente su primita les contestó que no. “La verdad, no. No me asustan. La verdad no. Lo que sí me da susto y hasta me mortifica –como dice nuestra abuelita–, es que va mal la casa: mi papá sin trabajo, mi mamá sin dinero, y luego lo platican, y se enojan y gritan... Eso sí, la verdad, me da miedo”.

Aventuró el tercero una historia mezclada de antiguos dinosaurios y de seres voraces 61


El viaje de la gota Una mañana en la montaña, al pie de un gigantesco álamo blanco, brotó de un manantial una pequeña gota de agua. Miró la gota al Sol, y se alegró; sintió el viento y respiró contenta, oyó el rumor del río, y su canción le trajo la nostalgia del mar. En un charco, junto a la fuente madre, la gota se juntó con otras gotas y juntas construyeron un barco transparente en que emprendieron, gotas aventureras, el ignoto camino rumbo al mar. En la líquida nave bajaron la montaña entonando canciones marineras que aires traían de sal. 62

En un recodo se juntaron con un brazo de río, más gotas abordaron su navío, que crecía en la caída. En su camino, esas gotas valientes enfrentaron peligros y perdieron amigas: aquella se quedó en una cascada dándole de beber a un helecho sediento; otra vio trunca su aventura al saltar sobre un risco; una más se sentó a descansar en una orilla del caudaloso río que corría por un valle; algunas terminaron en bocado de pez, y muchas de ellas, inflamadas de sol, se evaporaron para subir al cielo trocando por el vuelo su navegación.

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¡Ah, las gotas aventureras! Gotitas de la montaña con alma de marineras que se perdieron soñando el mar... Pero la gota diminuta, la que naciera junto al gigante vegetal, continuaba su ruta de pie frente al timón de su líquido barco de cristal. Fue persistente. Al fin una mañana, después de una velada en que cantaron ebrias de luz de estrellas hasta romper la noche con el alba, las navegantes percibieron una brisa salada del ya próximo mar.

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Cantó la gota una vieja tonada marinera que había aprendido niña, allá en la sierra, donde se despidiera de la fontana madre cuando sintió nostalgia por el mar. Llegó al océano, y sintió el brusco abrazo de las olas; se alegró, correspondió al cumplido con un beso muy dulce, de agua dulce, de manantial de la montaña, que se fundió en el beso de la sal. ¡Ay, la gota! ¡Colmó su eternidad!

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Zirahuén La región de pescadores tiene, entre sus maravillas, un valle de lágrimas: el lago de Zirahuén, raíz del agua... Allí, cuenta la leyenda, pierde a los jóvenes una princesa que antaño lloró, y su llanto guardó un año en un cántaro de barro que en un manantial quebró. No existía entonces el lago. Había un valle, heredad de un pueblo próspero, dirigido con buen tino por poderoso señor, que a su vasto señorío colmó la buena fortuna con una hija bien amada a quien llamó Zirahuén, raíz del agua.

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La niña, cuando fue joven se enamoró de un muchacho, cuya única nobleza era la destreza en armas con que el sino lo dotó. La princesa se vio bien correspondida, y una mañana se dio por comprometida con un beso que el guerrero le robó. Contó al padre sus amores, y éste, nada contento, guardó no obstante silencio pero artero ardid urdió: Aplazó los esponsales, y para la boda puso como condición que el joven fuera a la guerra.

Antes de partir, se vieron el guerrero y la princesa, y se juraron eterno amor. Con valientes camaradas partió el muchacho a la guerra: se despidieron del pueblo y se internaron en la sierra. La princesa se dio a llorar, y su llanto guardó un año en un cántaro de barro que sus lágrimas colmaron: ella lo llevó al venero que de agua al pueblo surtía y, presa de melancolía, allí el cántaro quebró.

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El manantial se hizo aguas, torrente, anegó el valle, y creció el lago de las lágrimas de Zirahuén, que lloró. En sus orillas azules la princesa enamorada volvió a llorar, y cantó desesperada entre pinos y abedules su dolor. Y una noche de luna llena, con una canción plateada Zirahuén ahogó su pena en el lago. Volvió el joven. Triunfo y armas puso a los pies del cacique, y pidió entonces noticias de su amor.

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“Zirahuén murió en el lago”, contestó el suegro, amargado, y el guerrero enamorado una noche, junto al lago, con una elegía de plata a la princesa invocó. Surgió del lago una ondina de luz vestida, de luz de la luna llena que la pena del guerrero alivió. De él, no volvió a saberse. De ella, se sabe que a veces, en noches de luna llena, en el lago se aparece, y con clara voz de plata canta un encantamiento para muchachos valientes que tienen pena de amor...

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Sileno y Midas Una noche en el bosque, embriagado de más, durmióse un ágil fauno al pie de un alto encino. Un gran hongo del rayo veló el sueño del sátiro dormido. Llegada la mañana una escolta de un rey echó sobre del fauno una atarraya, y lo tuvo prisionero en la red. Presentolo a su rey, el señor Midas, y éste se enteró por el cautivo que era Sileno, el sátiro, sabio de los misterios, maestro y servidor del dios Dionisio. Sileno era elocuente, tanto como curioso era el rey Midas. 70

Éste juzgó propicia la fortuna al darle reo al fauno, y en su pecho planeó sacar provecho de tan fausta ocasión. Midas invitó al fauno una parranda, y larga fue la juerga que corrieron durante siete días y siete noches por estancias y huertas del palacio, y por tupidos bosques de aquel reino. Al término el monarca se dio por satisfecho, y envió al fauno Sileno a su señor. Soldados de resguardo, pajes, portaequipajes, viandas, pan nuevo y viejo vino, dio el rey al sátiro, y aparte y en secreto comunicó un saludo comedido y discreto para el dios.

Dionisio, alegre, acogió a los comparsas de su siervo en su gracia, y a su partida un don ofreció para el rey Midas. Midió Midas la oferta, la pesó, y aunque tanteó misterios un deseo muy humano lo ganó: la sed de la riqueza. Sin poner de por medio algún decoro, con una malpensada ligereza el don dorado al joven dios pidió: “Quiero –dijo el monarca– que todo lo que toque sea transmutado en oro”. El ambicioso rey, con su corona de oro, con cetro de oro, en trono de oro, en su palacio de oro, vivió así el sufrimiento del mendigo: su toque se volvió su castigo y padeció hambre y sed... 71


No fue bastante. Tuvo que suceder, para que el rey se arrepintiera, que besara a su hija, y ésta se convirtiera en una estatua de oro por el beso del rey. Midas declinó el don. Pidió a Dionisio terminar su suplicio quitándole la gracia concedida para toda su vida, y hasta en la eternidad, si la tuviera. Dionisio el dios mandó al fauno Sileno a la corte de Midas para darle el secreto que lo despojara del don. Por el bosque sombrío llevó Sileno a Midas a una fuente donde el rey se lavó, hasta que el agua de oro tornóse transparente y el rey la bebió. 72

De dicho manantial nace un río, cuyo torrente corre aún sobre un lecho de doradas arenas, residuos todavía del don de Midas. Precavido, el sátiro Sileno al rey Midas algo más le quitó: la memoria de la parranda memorable y los secretos que en ella le contó. ¿Qué cuentos sopló en el regio oído el sátiro que los soldados capturaron dormido que tan desaforada ambición despertaron en Midas? En este punto la leyenda está trunca, pues no sabemos –y no sabremos nunca– los misterios que el sátiro Sileno al famoso rey Midas develó.

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Fábula del fauno y el caminante En un espeso bosque se perdió un día un viajero, pasó aprisa la tarde y en la noche sombría comenzó una nevada... Y la nieve caía, y el bosque se helaba.

Le contestó el viajero: “Me caliento”.

El viajero aterido imploró al cielo que un socorro fortuito lo salvara del hielo.

Sopló sobre la sopa el caminante, y el fauno preguntó, maravillado: “¿Qué haces, no la sientes caliente?” Le respondió el viajero: “¡Claro que está caliente! ¡Yo la enfrío!”

Pasó por allí un fauno. Al ver a aquel perdido, lo condujo a su cueva y le dio alojo junto al fuego, esa noche.

Al rato el fauno convidó a su invitado a su rústica mesa, donde sirvió un asado, frutas, castañas, nueces, miel, vino dulce y una sopa caliente.

Ya en el bosque, el viajero de su indiscreta boca se arrepentía, mas no por mucho tiempo: antes del alba murió el hombre en la helada. De moraleja queda un buen consejo: Si no quieres que te pase lo que al caminante, cuida que tu boca jale parejo y no exprese contradicciones de tu talante.

La amistad incipiente de caminante y fauno se acabó en el instante, pues éste lo arrojó de su morada El caminante se frotaba las manos, que acercaba a su boca y les echaba su con el sabio argumento aliento. de no poder confiar en alguien cuya boca efectos tan contrarios producía. “¿Qué haces?”, dijo el fauno, curioso y sorprendido. 74

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Tonadas ágiles para sonreír en voz alta de Ramón Méndez Estrada se terminó de imprimir en mayo del 2013 en los talleres de Editorial y Servicios Culturales El Dragón Rojo S.A. de C.V. El tiraje consta de 1,000 ejemplares


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