Octavio Paz 1914-2014

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Octavio

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CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

Rafael Tovar y de Teresa Presidente Saúl Juárez Vega Secretario Cultural y Artístico Francisco Cornejo Rodríguez Secretario Ejecutivo Ricardo Cayuela Gally Director General de Publicaciones

GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO

Fausto Vallejo Figueroa Gobernador Constitucional Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Paula Cristina Silva Torres Secretario Técnico Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural María Catalina Patricia Díaz Vega Delegada Administrativa Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura


Paz

Octavio

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Introducción y selección de textos

RAÚL CASAMADRID


Primera edición, 2014 dr

© Secretaría de Cultura de Michoacán

© Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00, 322-89-03, 322-89-42 www.cultura.michoacan.gob.mx

dr

Antologador: Raúl Casamadrid Diseño de portada y editorial: Jorge Arriola Padilla ISBN: xxxxxxxxxxxxxxxx El contenido, la presentación y disposición en conjunto y de cada página de esta obra son propiedad del editor. Queda prohibida su reproducción parcial o total por cualquier sistema mecánico, electrónico u otro, sin autorización escrita. Impreso y hecho en México


Índice Presentacíón

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Octavio Paz: la memoria y la palabra

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SONETO I SONETO II SONETO V CREPÚSCULOS DE LA CIUDAD LA CAÍDA PEQUEÑO MONUMENTO POR LA CALLE DE GALEANA LA PALABRA ESCRITA ESCRITURA CONVERSAR LAS PALABRAS LA PALABRA DICHA SILENCIO VISITAS NUEVO ROSTRO HERMOSURA QUE VUELVE



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Presentación

Marco Antonio Aguilar Cortés

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os fantasmas de nuestros bicentenarios y centenarios, a partir del 2010, siguen recorriendo e inquietando las más secretas raíces que nutren y atan a los mexicanos. Eso que nos alimenta y liga fue analizado con profunda maestría por Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950); y hoy, en este año 2014 en que recordamos el centenario de su nacimiento, nos es obligado retornar a la relectura de sus obras, con preocupación, aún sabiendo que nos generará encanto. En mi caso tengo subrayados sus textos, a los que al margen he dedicado anotaciones personales. Esto me ha facilitado las frecuentes consultas. Antecedente de las reflexiones que Paz tuvo sobre lo mexicano fue, sin lugar a duda, lo escrito por, quien sus años de preparatoria los pasara en el Primitivo y Nacional Colegio de

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San Nicolás de Hidalgo, Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en México (1934); empero, Octavio ahonda, amplía y actualiza, ese tema inacabable y controversial, tan pertinaz y debatible como todo lo que cambia y que, además, multiplica con frecuencia inaudita las perspectivas para ser estudiado. Siempre será un material aleccionador leer lo que fueron en su tiempo, y lo que son para el nuestro: los pachucos y sus extremos; las máscaras mexicanas; el día de todos los santos y el de muertos; la Malinche y sus hijos; la conquista y la colonia; la etapa de la Independencia, la de Reforma y la de la Revolución de 1910; la inteligencia mexicana hasta la primera mitad del siglo XX; y, la dialéctica de la soledad. Sin embargo, el meollo del problema inicial planteado por Ramos y por Paz fue, ¿el porqué del sentimiento de inferioridad que los mexicanos llevamos dentro? Y ambos observan, también en principio, que los mexicanos portamos “la instintiva desconfianza acerca de nuestras capacidades... lo que nos conduce a un sentimiento de inferioridad... por lo que tenemos predilección por el análisis... por la crítica de lo creado por

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otros... debido a la escasez de nuestras propias creaciones”. Ramos señaló algunas causas a ese sentimiento de minusvalía. Paz acrecienta en todos sentidos esa hermenéutica y, por ejemplo, externa: “Al repudiar a la Malinche -Eva mexicana, según la representa José Clemente Orozco en su mural de la Escuela Nacional Preparatoria- el mexicano rompe sus ligas con el pasado, reniega de su origen y se adentra solo en la vida histórica... de ahí que el sentimiento de orfandad sea el fondo constante de nuestras tentativas políticas y de nuestros conflictos íntimos. México está tan solo como cada uno de sus hijos.” Sobre ese tema, y algunos otros de interés, tuvimos el privilegio de platicar con Octavio Paz durante una de sus visitas a la ciudad de Morelia, invitado y envuelto por un grupo activo de jóvenes inteligentes y prometedores en los atractivos campos de la literatura: Patricia Magaña, Fernando Ramírez, Gaspar Aguilera, y José Mendoza. Y en ese entonces en la cena, después de su conferencia, nos dijo algo que más tarde le volví a escuchar, y a leer: “Nos buscamos a nosotros mismos y encontramos a los otros.”

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Y está claro, los mexicanos no somos una nota sin pentagrama, inasible y sola; somos parte sustancial, como todos los demás hombres, de la gran sinfonía que la humanidad ha venido interpretando en el transcurrir de decenas de miles de siglos. En el 1975, en un ciclo de conferencias que diera en el Colegio Nacional el 4, 6, 11, 13, 18 y 20 de marzo, Paz habló, a pretexto de sus “Cuarenta años de escribir poesía”, de su prehistoria, de su historia, y de su futuro. Ahí, más que establecer sus datos biográficos de tipo literario, insertó sus obras en el contexto de la literatura universal. ¡Actitud coherente! En este libro ante tu vista, amable lector, encontrarás una magnífica introducción escrita por Raúl Casamadrid. La selección de esta antología fue por él elaborada, al igual que las notas respectivas. Sólo pedí que se incluyera, por así disponerlo el Gobernador Fausto Vallejo Figueroa, el significativo poema Hermosura que envuelve. En ese discurrir poético la palabra mágica de Paz nos confiesa: “... O en Morelia, bajo los arcos rosados del antiguo acueducto, ni desdeñosa ni entregada centelleas. El telón de este

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mundo se abre en dos. Cesa la vieja oposición entre verdad y fåbula, apariencia y realidad celebran al fin sus bodas, sobre las cenizas de las mentirosas evidencias se levanta una columna de seda y electricidad, un pausado chorro de belleza.� Formulo votos para que este libro tenga muchos lectores; y que todos ellos, al llegar a sus cerebros las semillas que Paz produjo, las hagan germinar en nuevos y mejores conceptos. Marzo 2014.

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ctavio Paz Lozano vio la luz primera el 31 de marzo de 1914 en el barrio capitalino de Mixcoac. Su obra abarcó varios géneros literarios, destacándose especialmente como poeta y ensayista. Paz desciende de una línea de hombres involucrados con las letras y la cuestión política. Su abuelo, Irineo Paz, con quien convivió durante sus primeros años, fue un novelista representante de la intelectualidad liberal de su época. Su padre, Octavio Paz Solórzano, fue diputado; colaboró como abogado para Emiliano Zapata y fue también asesor de José Vasconcelos. Como estudiante, tuvo oportunidad de conocer a los escritores del

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grupo de los Contemporáneos, con quienes estableció fuertes lazos intelectuales. Admiró especialmente a Jorge Cuesta, de quien heredó el rigor intelectual y su profundidad poética. En marzo de 1937, reconocido ya como la pluma lírica joven más prometedora de su generación, Octavio Paz decide sumar a su labor poética el trabajo del compromiso social. Simpatizante del sector juvenil del Partido Comunista Mexicano (PCM) y de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), viaja a Mérida, Yucatán, para impartir clases y sumarse al proyecto de educación dedicado a los hijos de obreros y campesinos. Posteriormente, inquieto y trabajador funda, primero, la revista Taller, y después, El hijo pródigo. El poeta, desde temprana edad, se había interesado por lo social y en cuanto tuvo oportunidad se embarcó –al lado de la que sería después su esposa, Elena Garro– hacia España, como miembro de la delegación

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mexicana al Congreso Antifascista, para luchar junto a los republicanos y en contra de los franquistas. Con el paso del tiempo y al igual que sus amigos militantes del PCM, José Revueltas y Efraín Huerta, Octavio Paz acabaría convirtiéndose en un declarado antiestalinista. En 1943, recibe la Beca Guggenheim y viaja a los Estados Unidos, lo cual le permite observar, de primera mano, en Berkeley, California, el intenso fenómeno migratorio que se llevaba a cabo en todo lo largo de la frontera norte. Este contacto le impulsa a definir los puntos clave de cuanto sería su primer ensayo trascendental: El laberinto de la soledad. A partir de su ingreso al servicio diplomático, en la Secretaría de Relaciones Exteriores, Paz aprovecha sus visitas a distintos países –como Francia, la India y Japón– para ir afinando su comprensión de los diversos idiomas y de las variadas culturas que caracteriza la originalidad de su obra. Depura así, al

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ampliar sus conocimientos humanísticos, la intensidad de su poesía; la cual, a través de este proceso de maduración, llega a adquirir un carácter lírico universal. Su labor diplomática se ve interrumpida a raíz de los funestos acontecimientos que sucedieron en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1968, en Tlatelolco. En apoyo a los integrantes del movimiento social de aquel año en México, Octavio Paz renuncia a su puesto como embajador en Nueva Delhi. Este gesto, valiente y decidido, lo distinguiría siempre como un hombre de su tiempo. Paz regresa a los Estados Unidos, en donde se desempeña como catedrático, pero vuelve a México para dirigir la revista Plural, publicación que marcaría un espacio definitivo de libertad para el tratamiento de lo relativo a la literatura, la política, la cultura, la sociedad y la filosofía. Esta revista desaparece cuando el aparato gubernamental del echeverriato decide acabar de golpe con la dirigencia del periódico Excélsior –el

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segundo diario más antiguo del país-, disminuyéndolo, junto con sus publicaciones asociadas –entre las que destacaba Plural–, a una triste caricatura de lo que antes fuera. Del consejo editorial saliente de Excélsior, el periódico de la vida nacional, nacieron otras publicaciones: Julio Scherer fundó la revista semanal Proceso, Manuel Becerra Acosta hizo lo propio con el periódico Uno más Uno (diario que más tarde, en 1983, sufriría su propio cisma –el cual daría lugar a la creación de La Jornada–), y Octavio Paz, junto a otros antiguos miembros del consejo editorial de Plural, fundaría la legendaria revista Vuelta. En 1990, Octavio Paz recibe, de manos de la Academia Sueca, el Premio Nobel de Literatura, “por una apasionada escritura con amplios horizontes, caracterizada por la inteligencia sensorial y la integridad humanística”. A partir de entonces, al laureado poeta, a quien se le criticaba ya por su poco apego a los movimientos

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revolucionarios latinoamericanos y por sus acercamientos intermitentes a la figura del ogro filantrópico, se le consideró como a un ente totémico e inalcanzable, caprichoso y voluble. Nada más lejos de la realidad: Octavio Paz, a pesar del apoyo gubernamental y privado del que hubieran deseado gozar tirios y troyanos, siempre fue congruente consigo mismo y tampoco se obsequió con autoconcesiones. En 1978, definió con el nombre de El ogro filantrópico, en su obra homónima, al Estado mexicano. Se trata de un ensayo político que sacudió conciencias. Pero, ¿quién o qué es el ogro filantrópico que de suyo es una contradicción? El ogro filantrópico es el Estado mexicano: un estado que manifiesta actos humanitarios y de solidaridad con la población; que asiste, que subsidia a los más pobres y patrocina a la cultura y a las artes. Pero un estado que es, al mismo tiempo, paternalista, centralizado, regresivo, violento y –llegado

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el caso– represor. El poeta siempre estuvo consciente de la vocación maquiavélica de los líderes del estado mexicano; mas, ante la presencia de este ogro, de este ser mítico mexicano, de este gigante bárbaro mitad Quetzalcóatl y mitad Tezcatlipoca, su voz representó la postura de, al menos, una parte significativa de la intelectualidad mexicana de su tiempo. A Octavio Paz no le faltaron epígonos ni actores contestatarios, pero pocos –de uno y de otro lado–, estuvieron a su altura. Fueron famosas sus controversias con escritores de la talla de Daniel Cosío Villegas, Carlos Fuentes, Julio Scherer, Mario Vargas Llosa, Jorge Aguilar Mora y Carlos Monsiváis. Sin embargo, en todos estos debates privó siempre el respeto y la consideración; jamás palabras altisonantes ni construcciones esquemáticas, colmadas de ideas torpes y al vuelo. Fiel a su propio pensamiento, también Paz fue capaz de reconocer sus errores, así como de modificar sus posturas.

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Sin importar qué derroteros hubieran tomado sus amigos, Paz se mantuvo fiel y devoto al afecto del compañerismo. Como cuando visitó a José Revueltas, en la cárcel de Lecumberri: el antiguo Palacio Negro (hoy, Archivo General de la Nación). Escribe Pepe Revueltas en una carta dirigida a su hija Andrea durante mayo de 1971: “El domingo pasado vino a verme Octavio Paz. Como siempre, magnífico, limpio, honrado…” Su obra lírica no es fácil de etiquetar o encasillar; el poeta se reconoce afín al surrealismo y al neomodernismo en sus tempranas obras; luego, su trabajo fue catalogado como existencial. Lo cierto es que las constantes en su labor poética están ligadas con la experimentación y con cierto inconformismo. Mas, lo que en su obra siempre es una garantía, es el sentimiento amoroso que la anima y una profundidad humanística que la emparenta con lo mejor de la poesía universal. Su poesía, sin discusión, es única y original; pletórica en

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imágenes de gran belleza enmarcadas en un ámbito espacial y atemporal; llena de signos lingüísticos y de representaciones intelectuales y sugerentes. Además de sus ensayos y poemas, Paz incursionó también dentro de la dramaturgia, donde construyó la pieza teatral La hija de Rapaccini, una obra en un acto estructurada en nueve escenas, a la cual su propio autor denominó un “poema dramático”. Se trata de una pieza estrenada en la ciudad de México durante 1956, y que es fundamental en cuanto a que prefigura los contenidos de uno de los poemas mayores de su autor: Piedra de sol (1957). Luego, Paz concibe otra obra lírica trascendental: se trata de Blanco (1966), poema trabajado con una estructura métrica capaz de provocar una experiencia insólita tanto en lo visual como dentro de lo auditivo. Para Adolfo Castañón, Blanco es “una propuesta de lectura múltiple y aleatoria” que transita y trasciende en el tiempo.

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Al igual que José Revueltas y Efraín Huerta, Octavio Paz también tuvo relación con la época dorada del cine mexicano. En la película El rebelde (Romance de antaño), producida durante 1943, Jorge Negrete canta una melodía con letra de Octavio Paz y música de Manuel Esperón. Así lo recuerda Alberto Ruy Sánchez al comentar que en este filme, estrenado el 12 de febrero de 1944 en el cine Palacio Chino, el Charro Cantor le da voz a una melodía escrita exprofeso para la realización fílmica dirigida por Jaime Salvador: “el poeta de 29 años fue invitado a corregir el castellano de los diálogos de Jean Malaquais (quien trabajaba para el productor Oscar Danzinger) y a escribir una canción para Jorge Negrete”. La canción tiene muchos elementos del libro que el poeta publicó en 1942: A la orilla del mundo. Quizá, comenta Ruy Sánchez, de haber permanecido en el país –pues por aquellos días recibió la beca de la fundación Guggenheim y posteriormente ingresó

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al servicio diplomático– “habría trabajado más para el cine mexicano, como lo hicieron José Revueltas, Efraín Huerta y otros de sus amigos de la época”. La tragedia se abatió sobre el laureado poeta; enfermo y disminuido físicamente, el vate sufrió en diciembre de 1996 un incendio en su departamento de las calles de Río Guadalquivir y Paseo de la Reforma, en la ciudad de México. Este hecho, aunado a sus padecimientos, minó definitivamente su salud, y el 19 de abril de 1998 falleció en la Casa de Alvarado, situada en la calle de Francisco Sosa, en el Barrio de Santa Catarina, Coyoacán, convertida ahora en la Fonoteca Nacional. Se presenta a continuación una breve muestra de la poesía de Octavio Paz, compuesta por unos cuantos sonetos de su primera época; entre los que destacan La Caída, dos sonetos, compuestos a la muerte de su querido amigo, el poeta y alquimista Jorge Cuesta, quien se diera

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muerte trágicamente durante el año de 1942. También están un par de textos dedicados a dos escritores mayores que iluminaron el ámbito de las letras en el país. Se trata de Pequeño monumento, dedicado al poeta y editor nayarita Alí Chumacero, y Por la calle de Galeana, un magnífico e inquietante texto dedicado a su amigo, el filósofo y también poeta, de origen catalán, Ramón Xirau. Los demás textos que componen esta antología mínima giran alrededor de aquello que más preocupó al escritor: la palabra. La palabra como manantial, como vertiente; pero también como pozo: estanque de superficie reflejante o agitado océano de letras, signos, símbolos y significados. Esta pequeña selección, compuesta por una escasa veintena de textos, es solo una invitación para acercarse a la obra del escritor que vive en cada uno de sus poemas y en todos sus ensayos: un autor mexicano y universal, de su tiempo, de nuestro tiempo, de la memoria, de la escritura, de las palabras y del silencio.

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SONETO I Inmóvil en la luz, pero danzante, tu movimiento a la quietud se cría en la cima del vértigo se alía deteniendo, no al vuelo, sí al instante. Luz que no se derrama, ya diamante, detenido esplendor del mediodía, sol que no se consume ni se enfría de cenizas y fuego equidistante. Espada, llama, incendio cincelado, que ni mi sed aviva ni la mata, absorta luz, lucero ensimismado: tu cuerpo de sí mismo se desata y cae y se dispersa tu blancura y vuelves a ser agua y tierra oscura.

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SONETO II El mar, el mar y tú, plural espejo, el mar de torso perezoso y lento nadando por el mar, del mar sediento: el mar que muere y nace en un reflejo. El mar y tú, su mar, el mar espejo: roca que escala el mar con paso lento, pilar de sal que abate el mar sediento, sed y vaivén y apenas un reflejo. De la suma de instantes en que creces, del círculo de imágenes del año, retengo un mes de espumas y de peces, y bajo cielos líquidos de estaño tu cuerpo que en la luz abre bahías al oscuro oleaje de los días.

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SONETO V Cielo que gira y nube no asentada sino en la danza de la luz huidiza, cuerpos que brotan como la sonrisa de la luz en la playa no pisada. ¡Qué fértil sed bajo tu luz gozada!, ¡qué tierna voluntad de nube y brisa en torbellino puro nos realiza y mueve en danza nuestra sangre atada! Vértigo inmóvil, avidez primera, aire de amor que nos exalta y libra: danzan los cuerpos su quietud ociosa, danzan su propia muerte venidera, y nuestra sangre oscuramente vibra su miserable desnudez gozosa.

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CREPÚSCULOS DE LA CIUDAD I

Devora el sol final restos ya inciertos; el cielo roto, hendido, es una fosa; la luz se atarda en la pared ruinosa; polvo y salitre soplan sus desiertos. Se yerguen más los fresnos, más despiertos, y anochecen la plaza silenciosa, tan a ciegas palpada y tan esposa como herida de bordes siempre abiertos. Calles en que la nada desemboca, calles sin fin andadas, desvarío sin fin del pensamiento desvelado.

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Todo lo que me nombra o que me evoca yace, ciudad, en ti, yace vacío, en tu pecho de piedra sepultado.

IV (Cielo) Frío metal, cuchillo indiferente, páramo solitario y sin lucero, llanura sin fronteras, toda acero, cielo sin llanto, pozo, ciega fuente. Infranqueable, inmóvil, persistente, muro total, sin puertas ni asidero, entre la sed que da tu reverbero y el otro cielo prometido, ausente.

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Sabe la lengua a vidrio entumecido, a silencio erizado por el viento, a corazĂłn insomne, remordido. Nada te mueve, cielo, ni te habita. Quema el alma raĂ­z y nacimiento y en sĂ­ misma se ahonda y precipita.

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V Fluye el tiempo inmortal y en su latido sólo palpita estéril insistencia, sorda avidez de nada, indiferencia, pulso de arena, azogue sin sentido. Hechos ya tiempo muerto y exprimido yacen la edad, el sueño y la inocencia, puñado de aridez en mi conciencia, vana cifra del hombre y su gemido. Vuelvo el rostro: no soy sino la estela de mí mismo, la ausencia que deserto, el eco del silencio de mi grito. Todo se desmorona o se congela: del hombre sólo queda su desierto, monumento de yel, llanto, delito.

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LA CAÍDA I

a la memoria de Jorge Cuesta

Abre simas en todo lo creado, abre el tiempo la entraña de lo vivo, y en la hondura del pulso fugitivo se precipita el hombre desangrado. ¡Vértigo del minuto consumado! En el abismo de mi ser nativo, en mi nada primera, me desvivo: yo mismo frente a mí, ya devorado.

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Pierde el alma su sal, su levadura, en concéntricos ecos sumergida, en sus cenizas anegada, oscura. Mana el tiempo su ejército impasible, nada sostiene ya, ni mi caída, transcurre solo, quieto, inextinguible.

II Prófugo de mi ser, que me despuebla la antigua certidumbre de mí mismo, busco mi sal, mi nombre, mi bautismo, las aguas que lavaron mi tiniebla. Me dejan tacto y ojos sólo niebla, niebla de mí, mentira y espejismo: ¿qué soy, sino la sima en que me abismo, y qué, si no el no ser, lo que me puebla?

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El espejo que soy me deshabita: un caer en mí mismo inacabable al horror del no ser me precipita. Y nada queda sino el goce impío de la razón cayendo en la inefable y helada intimidad de su vacío.

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PEQUEÑO MONUMENTO

a Alí Chumacero

Fluye el tiempo inmortal y en su latido sólo palpita estéril insistencia, sorda avidez de nada, indiferencia, pulso de arena, azogue sin sentido.

Resuelto al fin en fechas lo vivido veo, ya edad, el sueño y la inocencia, puñado de aridez en mi conciencia, sílabas que disperso sin ruido.

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Vuelvo el rostro: no soy sino la estela de mĂ­ mismo, la ausencia que deserto, el eco del silencio de mi grito. Mirada que al mirarse se congela, haz de reflejos, simulacro incierto: al penetrar en mĂ­ me deshabito.

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POR LA CALLE DE GALEANA

a Ramón Xirau

Golpean martillos allá arriba voces pulverizadas Desde la punta de la tarde bajan verticalmente los albañiles Estamos entre azul y buenas noches aquí comienzan los baldíos Un charco anémico de pronto llamea la sombra de un colibrí lo incendia Al llegar a las primeras casas el verano se oxida Alguien ha cerrado la puerta alguien habla con su sombra

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Pardea ya no hay nadie en la calle ni siquiera este perro asustado de andar solo por ella Da miedo cerrar los ojos

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LA PALABRA ESCRITA Ya escrita la primera Palabra (nunca la pensada Sino la otra –ésta Que no la dice, que la contradice, Que sin decirla está diciéndola) Ya escrita la primera Palabra (uno, dos, tresArriba el sol, tu cara En el centro del pozo, Fija como un sol atónito) Ya escrita la primera Palabra (cuatro, cincoNo acaba de caer la piedrecilla, Mira tu cara mientras cae, cuenta La cuenta vertical de la caída) Ya escrita la primera

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Palabra (hay otra, abajo, No la que está cayendo, La que sostiene al rostro, al sol, al tiempo Sobre el abismo: la palabra Antes de la caída y de la cuenta) Ya escrita la primera Palabra (dos, tres, cuatroVerás tu rostro roto, Verás un sol que se dispersa, Verás la piedra entre las aguas rotas, Verás el mismo rostro, el mismo sol Fijo sobre las mismas aguas) Ya escrita la primera Palabra (sigue, No hay más palabras que las de la cuenta)

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ESCRITURA Cuando sobre el papel la pluma escribe, a cualquier hora solitaria, ¿quién la guía? ¿A quién escribe el que escribe por mí, orilla hecha de labios y de sueño, quieta colina, golfo, hombro para olvidar al mundo para siempre? Alguien escribe en mí, mueve mi mano, escoge una palabra, se detiene, duda entre el mar azul y el monte verde. Con un ardor helado contempla lo que escribo. Todo lo quema, fuego justiciero. Pero este juez también es víctima y al condenarme, se condena:

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no escribe a nadie, a nadie llama, a sĂ­ mismo se escribe, en sĂ­ se olvida, y se rescata, y vuelve a ser yo mismo

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CONVERSAR En un poema leo: conversar es divino. Pero los dioses no hablan: hacen, deshacen mundos mientras los hombres hablan. Los dioses, sin palabras, juegan juegos terribles. El espĂ­ritu baja y desata las lenguas pero no habla palabras: habla lumbre. El lenguaje, por el dios encendido, es una profecĂ­a de llamas y una torre de humo y un desplome

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de sĂ­labas quemadas: ceniza sin sentido. La palabra del hombre es hija de la muerte. Hablamos porque somos mortales: las palabras no son signos, son aĂąos. Al decir lo que dicen los nombres que decimos dicen tiempo: nos dicen. Somos nombres del tiempo. Conversar es humano.

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LAS PALABRAS Dales la vuelta, cógelas del rabo (chillen, putas), azótalas, dales azúcar en la boca a las rejegas, ínflalas, globos, pínchalas, sórbeles sangre y tuétanos, sécalas, cápalas, písalas, gallo galante, tuérceles el gaznate, cocinero, desplúmalas, destrípalas, toro, buey, arrástralas, hazlas, poeta, haz que se traguen todas sus palabras.

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LA PALABRA DICHA La palabra se levanta de la página escrita. La palabra, labrada estalactita, grabada columna, una a una letra a letra. El eco se congela en la página pétrea. Ánima, blanca como la página, se levanta la palabra. Anda sobre un hilo tendido del silencio al grito, sobre el filo

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del decir estricto. El oído: nido o laberinto del sonido. Lo que dice no dice lo que dice: ¿cómo se dice lo que no dice? Di tal vez es bestial la vestal. Un grito en un cráter extinto: en otra galaxia ¿cómo se dice ataraxia? Lo que se dice se dice al derecho y al revés. Lamenta la mente de menta demente:

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cementerio es sementero, simiente no miente. Laberinto del oĂ­do, lo que dices se desdice del silencio al grito desoĂ­do. Inocencia y no ciencia: para hablar aprende a callar.

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SILENCIO Así como del fondo de la música brota una nota que mientras vibra crece y se adelgaza hasta que en otra música enmudece, brota del fondo del silencio otro silencio, aguda torre, espada, y sube y crece y nos suspende y mientras sube caen recuerdos, esperanzas, las pequeñas mentiras y las grandes, y queremos gritar y en la garganta se desvanece el grito: desembocamos al silencio en donde los silencios enmudecen.

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VISITAS A través de la noche urbana de piedra y sequía entra el campo a mi cuarto. Alarga brazos verdes con pulseras de pájaros, con pulseras de hojas. Lleva un río de la mano. El cielo del campo también entra, con su cesta de joyas acabadas de cortar. Y el mar se sienta junto a mí, extendiendo su cola blanquísima en el suelo. Del silencio brota un árbol de música. Del árbol cuelgan todas las palabras hermosas que brillan, maduran, caen. En mi frente, cueva que habita un relámpago... Pero todo se ha poblado de alas.

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NUEVO ROSTRO La noche borra noches en tu rostro, derrama aceites en tus secos párpados, quema en tu frente el pensamiento y atrás del pensamiento la memoria. Entre las sombras que te anegan otro rostro amanece. Y siento que a mi lado no eres tú la que duerme, sino la niña aquella que fuiste y que esperaba que durmieras para volver y conocerme.

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HERMOSURA QUE VUELVE En un rincón del salón crepuscular O al volver una esquina en la hora indecisa y blasfema, O una mañana parecida a un navío atado al horizonte, O en Morelia, bajo los arcos rosados del antiguo acueducto, Ni desdeñosa ni entregada, centelleas. El telón de este mundo se abre en dos. Cesa la vieja oposición entre verdad y fábula, Apariencia y realidad celebran al fin sus bodas, Sobre las cenizas de las mentirosas evidencias Se levanta una columna de seda y electricidad,

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Un pausado chorro de belleza. Tú sonríes, arma blanca a medias desenvainada. Niegas al sueño en pleno sueño, Desmientes al tacto y a los ojos en pleno día. Tú existes de otro modo que nosotros, No eres la vida pero tampoco la muerte. Tú nada más estás, Nada más fulges, engastada en la noche.

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Se terminó de imprimir en marzo de 2014 en los talleres gráficos de Impresora Gospa ubicados en Jesús Romero Flores no.1063, colonia Oviedo Mota, C.P.58060 en Morelia, Michoacán, México La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado del Departamento de Literatura y fomento a la Lectura.



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