MAHLER de José Manuel Recillas

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Mahler


GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO Salvador Jara Guerrero Gobernador de Michoacán Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Bismarck Izquierdo Rodríguez Secretario Técnico María Catalina Patricia Díaz Vega Delegada Administrativa Irma Daza Banderas Secretaria Particular Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural Argelia Martínez Gutiérrez Directora de Vinculación e Integración Cultural Eréndira Herrejón Rentería Directora de Formación y Educación Jaime Bravo Déctor Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural Héctor García Moreno Director de Patrimonio, Protección y Conservación de Monumentos y Sitios Históricos Miguel Salmon Del Real Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura


Mahler José Manuel Recillas

Gobierno del Estado de Michoacán Secretaría de Cultura


Mahler Primera edición, 2015 © José Manuel Recillas dr © Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00 www.cultura.michoacan.gob.mx

Coordinación editorial: Bismarck Izquierdo Rodríguez y Héctor Borges Palacios Diseño de portada y editorial: Jorge Arriola Padilla Prólogo: Raúl Casamadrid ISBN: 978-607-9461-12-6 Impreso y hecho en México


Índice Presentación

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Bismarck Izquierdo Rodríguez Prólogo

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Raúl Casamadrid Primera parte La ruina intacta

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Segunda parte Himno al silencio

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2. Fragmente einer Lied von Liebe und Tod und Abschied …mit einer Fuge für drei oder weitere Stimmen

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I

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II

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III

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IV

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V. Die Fuge für drei oder weitere Stimmen

Notas a los poemas

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Presentación Conocí a José Manuel Martínez Recillas por conducto del maestro Miguel Ángel Salmon del Real después de uno de los conciertos del ciclo Beethoven programado por la OSIDEM a finales del año 2012. Este escritor originario del Distrito Federal, en aquel momento se encontraba colaborando con la Orquesta Sinfónica de Michoacán como autor de los textos incluidos en los programas de mano y en los cuales mostró brillantemente el vasto conocimiento que como melómano tiene sobre la obra del insigne hijo de Bonn. Escritor y poeta de cepa, José Manuel durante sus diversas estancias en esta ciudad de Morelia, encontró la inspiración para avocar su talento a la redacción del poema que tienes ahora en tus manos y que a nivel personal representa la conmemoración de sus 50 años de vida. Si bien fue vertiginoso e intempestivo el origen de este poema, hubo el tiempo suficiente para ponerlo a consideración del comité editorial de la SECUM, que a su vez, consideró este trabajo como una obra digna de publicación. Parte de lo que un servidor ha percibido como notable en la creación de objetos culturales, es la circunstancia o momento bajo la cual el artista los trabajó; puesto que, en muchas ocasiones, el proceso creativo y de perfeccionamiento de una obra seria –siempre y cuando no se ahonde o cuestione al autor sobre éste– se convierte en blanco de las conjeturas e imaginación de quienes descreen de métodos y estructuras cuando se busca materializar lo que la “razón apasionada” impulsa. Es en este aspecto en que encuentro muy interesante que la unión de las abstracciones José Manuel Recillas, Morelia y Gustav

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Mahler se haya transformado en un poema de la categoría a la que pertenecen Muerte sin fin y Canto a un Dios mineral, tal y como lo señala en el prólogo a esta edición el ameritado maestro Raúl Casamadrid. Creaciones de este nivel no merecen quedarse en los arcones personales, al contrario, se deben procurar los medios para trasladarlo a esa dimensión donde el juicio e interpretación de un sector de la sociedad deciden si la voz del poeta merece trascender el papel y la tinta. Para quienes valoramos sobremanera la trayectoria de José Manuel, esta edición es un extraordinario homenaje a su prolífica carrera. Sobre el contenido del poema, he decidido no verter comentario alguno, Raúl Casamadrid ha redactado un excelente prólogo; en este párrafo, de manera atípica, prefiero dejar una breve reflexión hecha por José Manuel acerca del poema: “Creo, como Gustav Mahler decía de la sinfonía, que el poema lo debe contener todo. Como él, creo en la fuerza superior del amor. Como él, creo en las grandes y graves formas, en la persecución de lo imposible: abarcarlo todo, perseguirlo todo, sin descanso.” Como única opinión que deseo expresar, pienso que el artista auténtico tiene vocación, ambición e inteligencia; el artista auténtico tiene la capacidad para elaborar entramados y proyecciones complejos que a la postre encuentran inermes y solitarios interlocutores que deciden su gloria en el silencio de las bibliotecas. Hasta ahora desconozco casos en que la fama y el reconocimiento hayan influido en el animal de silencios que es el poeta; tampoco sé si la obra de José Manuel alcanzará la gloria; lo que sí sé es que este trabajo literario despertará emociones y conmoverá a quienes se detengan a interpretarlo. Que disfrutes de este poema. Bismarck Izquierdo Rodríguez Agosto del 2015 10


Prólogo I De la obra de José Manuel Recillas (ciudad de México, 1964) –poeta, ensayista, traductor e investigador musical y literario– es mucho lo que se ha dicho y poco lo que se ha escrito. En 1999 vio la luz su libro de poemas El sueño del alquimista y en 2004 apareció su volumen de ensayos Aproximaciones al expresionismo. Para entonces, Recillas ya era reconocido como un apasionado melómano y un sólido conferencista. Por su edición bilingüe y traducción de Un peregrinar sin nombre. Escritos fundamentales (La Cabra Ediciones, 2010), de Gottfried Benn, en 2012 le fue otorgada la Cátedra Sergio Pitol, por el Centro Universitario de Estudios Superiores de Los Lagos, dependiente de la Universidad de Guadalajara, convirtiéndose en el primer poeta nacido en la década de los sesenta en obtener dicha distinción. En el año 2010 edita la obra del –hasta entonces desconocido– poeta mexicano Juan Bautista Villaseca, acercándole al público, a través de ediciones de la UNAM y de la Editorial Ditoria, a uno de los más profundos poetas del México subterráneo de la segunda mitad del siglo pasado, oscuro y –sin embargo– luminoso en su proyección lírica. Efraín Bartolomé considera a José Manuel Recillas “el último aristócrata del espíritu”, Francisco Segovia ha mencionado que “la estirpe que Recillas elige es la de Odín –como habría dicho Thomas Mann–, y con ella una breve parentela que entre nosotros sólo incluya a Jorge Cuesta, por su temperamento, y a Juan Carvajal, por

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su gracia estética. En cuanto actitud, bascula entre la brida religiosa de un Eliot y la espuela militante de Pound”. Guadalupe Aldaco ha señalado, por su parte, que “su poesía es rica en sentidos, significados, resonancias y profundidad, (…) tiene eso que uno anhela de la literatura, una especie de inconmensurabilidad, la sensación de poder detenerse ahí, en cada uno de sus versos, y regocijarse, obtener la pauta para escalar intensamente las propias rutas interiores”. Sus traducciones del alemán fueron celebradas y comentadas –en su momento– por el reconocido germanista José María Pérez Gay; por escritor y traductor italiano Claudio Magris (“muy hermosas”) y por los poetas José Emilio Pacheco (“Recillas nos debe una traducción de Goethe”) y Eduardo Lizalde (“notablemente hermosas y dignas”).

II La pieza lírica, Mahler, se ubica en la tradición mexicana del poema extenso, como Muerte sin fin y Canto a un dios mineral pero, sobre todo, en la vena trovadora de Piedra de sol y Pasado en claro; con ellos, comparte los requerimientos de construcción arquitectónica basada en la intertextualidad, la metatextualidad, el diálogo con la tradición, el discurso como género lírico, los desarrollos verticales y horizontales, los juegos de voces y tonos, la referencialidad y los diversos aspectos emparentados con la retórica y la argumentación. De hecho, Mahler presenta una numerología precisa: 440 versos que simbolizan los 440 hertzios que el concertino digita con su violín frente a la orquesta –para afinarla– antes de iniciar el concierto; marca, así, el tono unísono y la vibración cordial en que todos los instrumentos deberán entenderse; el idioma con el cuál, entre ellos, se hablan y, a la vez, la clave, la llave con la que se comprenden. Esa 12


nota afinatoria presagia, también, a la apnea previa al concierto, a ese momento de silencio anticipatorio en el que todo está por suceder (aunque, al mismo tiempo, podría no acontecer); a ese instante en el cual su conjunto puede devenir, absoluta e inesperadamente, de otra forma a la anticipada. En este sentido, el inicio del poema ocurre antes de que éste empiece, al igual que el concierto comienza antes de que se escuche el primer compás de la orquesta. Por otro lado, pero de manera sincrónica con lo antes expuesto, el poema no sólo empieza desde el primer verso, sino que también lo hace desde el centro: lejos de ser un ave áptera esta pieza lírica surge desde su propio núcleo con dos aletazos que, a partir de su propio foco, se dividen en un par de bloques de 220 versos, cada uno. Esta arquitectura formal es una construcción especular en donde sus dos mitades terminan y empiezan con el mismo verso (al igual que sucede con citas y referencias a otros poemas y episodios culturales). Mahler parte, también, desde este ombligo originario hacia la periferia, y lo hace en ambos sentidos y en verso holandés. Señala, así, un tiempo existencial difuso y constituye, a su vez, la génesis y el germen en donde se expresan el tema del exilio y el del eterno deambular sin retorno ni destino. Como en Eneas, cuya presencia marca la paradoja de un origen que se convierte en su propio fin, esta división del poema en dos mitades y con un eje central le da a su arquitectura poética una suerte de imagen especular: la de dos mitades que requieren una de la otra pero que, al mismo tiempo, no son iguales ni se constituyen, estrictamente, en reflejos sino, más bien, en sus propias refracciones. De esta suerte, al hallarse una frente a otra y al responderse a sí mismas y también a sus fantasmas virtuales, las dos mitades del 13


poema concluyen de igual manera; esto es, con una cita entera de la poesía de Lillian van den Broeck: una frase suya –traducida al holandés– es la que finaliza la primera mitad y da inicio a la segunda. En ambas, el movimiento vertical del tiempo mítico y el horizontal del discurso lírico se conjugan para reunir no sólo varios tiempos y voces que se entrelazan, sino el juego de diálogos entre Eneas – el personaje que ha perdido su Antigüedad clásica por hallarse en la Modernidad del tiempo humano– y su Destino, el cual aparece, desafortunadamente, como incierto. La cita modula, anula y atempera la voz y el tono de la pieza lírica; señala luego y refiere, de manera metatextual, la relación autorreferencial de intertextualidad que guarda con el poema Der Töd und das Mädchen, un texto literario de Mathias Claudius musicalizado –primero– por Franz Schubert para una canción y –posteriormente– arreglado por Gustav Mahler, para orquesta de cuerdas. Así, Antigüedad y Modernidad se encuentran en el nuevo Eneas, quien tiene que mirar a la ciudad en ruinas de Cartago al través de los ojos de un tiempo nuevo: el de la incertidumbre y la pena por la ausencia de dioses –pero no de sibilas proféticas– cuyo mensaje ya no es descifrable, como lo fue en la Antigüedad. Es de esta manera como el destino de Eneas (del nuevo Eneas) se mezcla con el de Mahler, el hombre de la Modernidad; y así es como entrelazan sus pasos. Y no sólo por las viejas avenidas de la Viena finisecular, sino por las calles del centro histórico de la ciudad de México. También así, a Eneas, le queda resonando siempre el eco de una nueva ciudad, la cual sustituye a la clásica Cartago. Al mismo tiempo que deambula –sin encontrarse– por calles, jardines y plazoletas, le sobreviven Dido, Alma Mahler, Ingeborg Bachmann y Lillian van den Broeck: son figuras representativas de las imágenes, 14


tanto de la musa idílica como de la mujer independiente de nuestros días y, como tales, se constituyen más allá de las ciudades de Ámsterdam, Austin, Viena y México. Así, desde distintos espacios conurbados observan las ciudades que las vieron nacer y se transforman en nuevas sibilas a quienes que hay que entender o –al menos– intentar comprender. Así es como se invierten líricamente los tiempos, y la voz original única es suplantada por la de una nueva sibila: Ingeborg Bachmann, sirve de contrapunto al poema y, al hacer referencia a Gustav Mahler, ubica los destinos humanos dentro de una nueva tierra, en donde todo está por suceder. De este modo el poema entero es esa apnea inicial que termina por ser el eco de otra voz, de otro sino y de otra fortuna.

III En un movimiento complementario, Enigma, el poema de Ingeborg Bachmann, hace visible un pasaje del quinto movimiento de la Tercera sinfonía, de Mahler, lo cual se puede percibir, con mayor claridad, en el texto alemán más que en el texto traducido –por ello es citado ahí en su lengua original–. En el poema, Des Knaben Wunderhorn, Jesús le dice a Pedro: “Cada que vez que te miro, te pones a llorar”, a lo que Pedro contesta: “Ah, ¿cómo no iba a llorar, Dios bondadoso?”. Cuando la solista canta esta frase de Pedro, el coro le contesta, dos veces, con unas palabras que no están en el poema: Du sollst ja nicht weinen! (“¡No debes llorar!”). Y son estas las palabras que cita el poema de Bachmann. El poema, entonces, es una confesión de nihilismo, de desesperanza, de desolación. Nada positivo hay en él. Y es que nadie dice nada, nadie aporta una solución o un consuelo. Sólo la música dice 15


algo: “No debes llorar”. Pero esa música lo expresa en el contexto de la Pasión de Cristo y del perdón a Pedro; o sea, dentro en un contexto inexistente al interior del poema. Es en este múltiple movimiento discursivo en donde se entrecruzan el tiempo del Destino y el del azaroso Devenir Humano; es el tiempo de la Creación; de traducción y la reproducción: el del diálogo y el de la tradición. Ese es el gesto, en mitad del poema, que viene a señalar el aspecto netamente femenino de la creación en medio de la incertidumbre; el encuentro entre la Antigüedad clásica y la Modernidad; entre la forma tradicional del endecasílabo y la modernas del versículo y del verso libre; entre la referencialidad intertextual externa y autorreferencialidad metatextual; entre el movimiento horizontal y el vertical; entre el discurso mítico y el histórico; entre el viejo mundo (Viena) y nuevo mundo (México); entre la literatura y la música. El ayer y el hoy en una dialéctica que serpentea y se muerde la cola… En Mahler, de José Manuel Recillas, la función metalingüística de Jakobson se aplica, al interior de una forma lírica, a la manera en como lo hiciera Johann Wolfang von Goethe en su autobiografía, Dichtung und Wahrheit (1811-1814), donde "Dichtung" viene de dichten que significa, antes que "hacer poesía", simplemente "hacer ficción", "inventar". De modo que Dichtung significa "poesía" sólo en sentido figurado pues, estrictamente, significa "ficción". La autobiografía de Goethe se llamaría, entonces, Ficción y realidad o, mejor, ficción como realidad (aunque, convencionalmente, la traduzcan como Poesía y verdad). En esa misma medida –estirando al extremo la liga de la autorreferencialidad– la autobiografía de José Manuel Recillas se llamaría: Mahler pues, metalingüísticamente, la utiliza como código para referirse a sí mismo. El autor aprehende el lenguaje musical de Mahler para hablar del lenguaje literario de Recillas. 16


Narrativamente, realizar una autobiografía, abusando de la historia familiar, parecería una cosa sobada; el monumento –muy criticado– a ese tipo de trabajo metalíptico es Buddenbrooks (1901), de Thomas Mann. De hecho, en el ensayo Bilse und ich, de 1906 (existe en español: Bilse y yo, editorial Síntesis, 2009, p. 201), Mann escribe para defenderse de las críticas. Y es que, en realidad, no sólo Buddenbrooks –sino toda su obra, hasta sus ensayos políticos– es autobiográfica: de ahí la necesidad de justificarse Mahler es, de esta suerte, semilla y destino al mismo tiempo: destino de sí mismo pero semilla que no sólo se sitúa en la tradición del poema extenso sino que, al unísono, se coloca en los inicios de la lírica hispana, en la de los cantares de gesta, con sus largas exposiciones y sus pasajes narrativos; pasajes que son, al mismo tiempo, experimentales y polifónicos–. En el poema se unen, así como lo señalara alguna vez Octavio Paz: tradición y ruptura, renovación y exploración.

IV José Manuel Recillas comenta –y aquí finalizan estas palabras liminares–: “El poema lo escribí para conmemorar mis cincuenta años, y que se edite cerca de mi onomástico resulta muy significativo”. Lo festejo y lo menciono en este prólogo no solamente recordando las palabras del autor de este poema tan significativo, sino depositario de mi absoluta confianza y con el más elevado de mis respetos. Raúl Casamadrid Ciudad de Morelia, a 27 de noviembre de 2014.

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Inolvidable, inolvidable Lillian van den Broeck



das Bild der Welt dem Himmel entgegengetragen auf einem Brombeerblatt.

Paul Celan

[la imagen del mundo al cielo ofrecida sobre una hoja de zarza.]



1. Mahler



Primera parte La ruina intacta



De una ciudad sin nombre en la memoria vendrá la luz y el pergamino de los años, la tenue y generosa permanencia que recorre el tiempo como un amanecer de palabras nuevas: origen que nombrando todo va, Inolvidable, inolvidable nombre subcutáneo, remota geografía de Roma, Viena, Austin o Ámsterdam en verbos conjurados. Eneas así encontró sellado su destino, así también Kokoschka o Gustav y en un vuelco de los tiempos allende la mar océano llegó esa holandesa y primigenia flor que a todo nombre dio: Alma, Dido o Lillian, o Rosa Lilia y Zahír que se hace luz y cuerpo y flor y sangre y epopeya o epopteia, memoria retenida que todo lo conduce hacia su fin, y que a Gustav la vida dio y también la muerte o su trayecto, y si algo sabe alguno es que el dolor no es ir dejando la ciudad en llamas y partir, sino permanecer, estar en el erial como esas noches en que el silencio es más que un himno: un canto del destino al que hay que digno ser. Celebración es sólo el mundo si en él respiras tú, si nombre tú le das y un sentido que más allá de la palabra, del amanecer y de la noche, vaya y por ti, que eres todas, y Lillian y Alma y Dido y Clitemnestra que te precedieron, dejamos de ser un poco Eneas todos, un poco menos Mahler y un mucho más un eco de tus manos y tus ojos de sibila y en cada puerto no haya viaje sino espera y estadía, amanecer de una remota geografía de palomas

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de ti colmadas y que a todos cambie en un callar de horas. Decir Yo tendría que ser decir Nosotros, Tú, pero más aún Ella, y partir hacia el horizonte como un canto o la leyenda del sol que ya no vuelve a la misma ciudad si no está Ella, y algo va quedando: destilaciones que sólo el tiempo narra, y acaso un escuchar la noche un poco, como quien la eternidad escucha, tal y como Mahler escuchaba La muerte y la doncella, como quien en silencio su sino calla y sella: de ese mutismo nació un violoncello como un jardín que guarda el alma de ella. Y de la nada surgió su cabello ese reposo de luz en su cuello como un corcel magnífico que a Troya fatídico dejara en un destello. Brilla cansada la noche su joya sobre un collado de luz sin muralla. Quede lo núbil brillando, igual que un amor que se calla. Un yerto resplandor toda la tierra enjoya. No hubo gloria ni Helena… ni triunfo sobre Troya… sólo el eco final de otra batalla.

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Tal vez debí saberlo, tal vez alguien lo supo, tal vez lo supo el mundo mejor que un solo yo, no debió de nacer más que en palabras, en años y años de agonía entera igual que en prados amanece el día que nada anuncia que no el silencio sea. Así tal vez se entierre un siglo, o el amor que su nombre calla y en otro siglo encuentre seguidores y nueva nombradía. Tal vez en otra tierra esté el refugio, tal vez en otros ojos y otras manos singlado esté el amor por esta tierra, tal vez habrá quien diga nuestros nombres… tal vez no habrá tal vez… En cada siglo se abre nuevamente un fin del mundo y dos podrían hallarse al fin y sin saberlo y sólo en lejanías estar fundando entre el silencio Patria y un hogar en palabras sostenido, temor estremecido que sacude al mar y sus orillas, extremos que se tocan como apenas besos, como el viajero ahíto de nostalgias y de muertos, de un sin puerto navegar y sin destino ni llegada, la eterna tierra prometida que no arriba. Tal vez es sólo el eco del silencio, tal vez decir nos mata, tal vez… tal vez… tal vez…

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tausendjährige kalender sagen es voraus

y quién escuchará esa voz que tanto dio a quien rememora, que entre palabra escrita y disonancia el amado nombre quede del que amó, no su cuerpo, ceniza y triunfo del olvido envuelto en irrisorio culto. De sombra y de silencios el recuerdo poblado está, y amar sea sólo un viaje sin retorno, ¿y quién dirá estos nombres dispuestos a viajar en labios de otros, quién tu nombre dirá de nuevo como milagro y testimonio amado y no como “mengana” o “fulanito”? Sepultado entre innúmeras las hojas el nombre quede y la memoria crezca y cada quien recuerde que escribirte y decirte es también permanecer entre las horas y las hojas, oculto y celebrando. De ti, inolvidable… inolvidable… tan sólo quede la palabra “amor”, que sustituya a todo verbo y predicado y Sujeto de sí mismo sea, pues, entre azul y buenas noches, sólo lo escrito permanencia sea y testimonio de una vida y el perdido aroma de lo amado, que todo sea un esperar en labios el futuro: es ist nicht Zeit, daß es Zeit wird.

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Hay un amanecer que no termina y es crepúsculo y horizonte y sol de medianoche y es lenguaje ciego en sigilo encerrado entre las dunas que al tiempo dan motor y dirección. En fecha muy cercana pudo Kraus tal vez haberte visto alumbrar como yo te escuché en una noche cuyo nombre fue dicho como aurora a puro golpe de callar y amar 3—4 como lo habría hecho Annie Kalmar en el albor de un siglo que separa los dos meses de junio en veinte años, y al de él de éste que es nuestro por un mar embravecido y poderoso al fin. Entre ese mar y dos abriles vio llegar la muerte por Musil y Broch apenas separadas por diez años, y antes que todo derrumbado fuese y sólo grises soles alumbraran las dos orillas donde nace el canto un 18 de mayo abrió el compás que Gustav ya no vio pero anunció3—4 de esos tres meses en que vida y muerte fundidos quedan y al mundo engendran como una inmensidad que se llevara en todo calendario los amados nombres que nos definen y prolongan como una herencia de ciudad lacustre

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en memoria de todos erigida. No hay dios que vislumbrado haya en su olimpo el eco de esas oto帽ales hojas bajo los pies cantando antes de irse la noche que es del siglo s贸lo sombra, vocablo amado por siempre en silencio, mutismo que separa, venerando.

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Escucha las dolidas palabras tantas veces usadas, el lucífero eco primigenio oculto en tanta gente y tanto rostro, en tanto abuso que a su amparo crece. Escucha. No descansa en su laberinto el sol y el invierno enmudece apenas dejando bajo tierra un eco de eternidad, de vaga finitud reconstruida en un crepúsculo de cuerdas y metales, la angosta ruta que sigue lo perdido, lo dado así como una lluvia vesperal. Escucha. Bajo la noche el aleteo ausente de las aves es prometeica ofrenda del destino. A cada quien le toca dar sentido a toda sombra, en ella el marmóreo desprenderse está, el Ser que calla y en silencio otorga. Escucha. El turno toca de decir tu nombre. No sueltes esta cuerda que al Templo te conduce. Recuerda en silencio los campaniles proclamando uno a uno cada ángel. Elige la postrer palabra y dila… Escucha… Escucha… Escucha…

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En

el paisaje inmóvil de esas fotos,

en esos rostros congelados para

siempre, en la atónita mirada de quien mira hacia un pasado hecho presente buscando hallar sentido a lo inasible, hay una huella imperceptible y vaga, la tenue maravilla de entre siglos que se van y uno que llega. El Café Central, el Nacional y el Herrenhof como sombras quedan, esos nombres salidos de un lenguaje como de cera y olivo y vid, como de días prolongados hasta el delirio, entre tazas y copas y cigarros y largas tardes de conversación en que el mundo en un sorbo o bocanada caber podía. Recuerda, recuerda tú también, un tiempo de simposios hubo y aurorales conversaciones sobre el mundo, la poesía, el tabaco y el amor, en volutas y en cafés disueltos. ¿Recuerdas esa ternura toda, esas oleadas de palabras y silencios, en la noche de un siglo por venir en una eterna sinfonía que auguraba un amanecer entre tus ojos? Apenas huellas quedan impasibles, una palabra, una forma de amar el lenguaje y mantenerlo puro – tú sabes –, un sol en la memoria de esos tiempos, de esas manos, de un todo recordar inolvidable, inolvidable…

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Lejano el tiempo y los profetas negros, no así el inacabado viaje de la tinta y el papel, ni la lucha con el tiempo si no es desvelo o lentitud de un peregrinar desarraigado. No dudas sino temblor de verbos, de aciagos frutos en la tierra ocultos, prosternación enfebrecida ante el dios rehuido de todos y en sílabas indemnes otorgado. En vano las palabras precipitan astros, soles, atónitas revueltas, acción que vuelca el mundo entre tormentas… tú sólo guardas en silencio una pureza de palabras nuevas.

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¿Qué eternidad la noche lleva y puebla en la que solos quedan unos y sabiendo que el destino es no llegar a la otra orilla en canto sino sólo en agudo despertar y estar y ser y amar? Así nuestra estrella podría llamarse, por noche y mar y por vacío y llanto y tiempo bautizada que une y calla y a todo nombre y rumbo da. ¡Qué Viena vemos hoy tan lejos, ignota y venerable, quién el destino de esta otra Viena canta que en unos pocos vive! Apenas cuatro años nos separan y todo un siglo en llamas recorrido como flecha en el campo que se pierde entre la sangre amurallada de los que se aman frente a Cronos y sonríen. Apenas las palabras llegan, y todo incendian, y hasta para lo imposible decir, la música misma y el amor, palabras van y vienen, esa llama del alma, inamovible, que en versos y en silencio todo dice… Por calles y callejas vaga inescrutable el eco escrito hace tiempo, y apenas sabe Tiresias qué decir, y Virgilio, como tú y yo, un largo atardecer vivió al llegar a Brindisi y nadie hay ya que diga ese sagrado e inolvidable, inolvidable nombre como debe, apenas queda ese rescoldo que todo el siglo recorre como herida viva, ese vacío que producen las personas cuando se encuentran y se reconocen y en cada una un alma y un bautismo sigiloso amaneciera. No hay Alma Schindler para ti…

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¡Si el mundo cuánta luz supiera diste y orden tus palabras dan, y dieron, cuánto este espíritu las esperó que así, callado, te contempla y ama, silencio o amanecer no habría en ti, a calle iluminada tú sabrías, o tal vez ya sabes como un rocío que labios inmortales siempre buscan y en flor, agradecidos te pronuncian como sentencia del amado exilio!

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La casa de los Mahler-Schindler en Steinbach que otrora fuese templo para el alma y espacio de creación, un día de julio de mil novecientos siete de toda vida se vació y no hubo más ojos ni más vida allí, tal vez ese cansado Gustav Mahler por vez primera sintió que aquellos versos usados dos lustros atrás para cantar y su cuchillo sólo un aviso eran de esos niños muertos que Ruckert le dio como espejo suyo, y ese silencio que embargó esa casa a orillas del Attersee, un presagio sólo fue de esos millones de otros niños y esa otra casa llamada Imperio y Europa y yo también y otros miles cuyos nombres no registra nadie y que hasta en México sus ecos de mutismo en otras casas dejarían como verbo amanecido, inolvidable… inolvidable… quedando sólo el corazón y sólo el alma en un abismo presentido que interpretar había: La casa está vacía y sola (conmigo dentro la recuerdo) bebo vino en ella brindo en sus ventanas

cristal con cristal

y nos quedamos calladas

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como somos las casas todas silenciosas de nosotras mismas con nuestras puertas ventanas y escaleras

Haga luz o no…

Las palabras se queman

humo

Himno al silencio a la ruina intacta y esas palabras aquí sembradas sin tú saberlo o no eran para mí ¾ serán destino y eje del exilio, respiración de los amantes idos, y la palabra amor y salvación en la frente del mundo grabada quede como óbolo y palabra vuelto Ser: “voor wie je bent u besparen?”

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Segunda parte Himno al silencio



“voor wie je bent u besparen?” ¿Escuchaste, Eneas…, escuchaste? No todo lo dejado atrás es destrucción, desolada mirada acusadora o sangre entremezclada con cenizas que se agolpan mudas como túmulo o silencio escrito en lágrimas. Escucha, Eneas, escucha, se llama lentitud, eternidad, y reposada tarde en noche convertida, en signo de un abrazo en tanto el siglo entero se desploma con todas sus historias por contar, feierlich und gemessen, ohne zu schleppen. Escucha, Eneas, escucha, las risas a lo lejos, la burla proferida ante el naciente amor, y todo en Ella Es, y la ciudad será no conquistada, no habrá querubes ni repentinas naves alejándose, y toda Ella, como un siglo mudo, nombrándote una vez en eco de palabras inmortales y siempre revividas y toda Ella palabra y Verbo, y tú, destino y lejanía y un viaje sin escalas a otra ciudad nunca alcanzada. Escucha, Eneas, y escucha para siempre esas palabras que son ciudad y amor y abandono y nocturna entrega y agradecido canto y no ciudad en ruinas, gratitud callada del relámpago que ciega y ve más que una boca y labios y mirada y un mutismo que bautiza y la frente ciñe.

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Escucha, Eneas, escucha el viento de su nombre en Dido vuelto como flor de las praderas, desde otro idioma y mundo renacido en esa noche diminuta apenas contenida en la respiraci贸n, el aleteo de otro viaje y beso, de otra forma de nombrar amor, destino y eternidad.

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Sellados cada noche los destinos, fenecen los amantes y las eras y entierran su vocablo para otros, y sólo las ciudades y sus calles rememoran calladas las palabras, los besos y promesas encerrados en tardes imborrables y sin nombre. Si Troya es un recuerdo dolorido de muertes y batallas y guerreros, Helena es un perfume vuelto Verbo, beso y noche y canto y resurrección, inolvidable frase inmemorial los bosques recorriendo y bautizando a todo lo que exilio y viaje es. En la ergástula del endecasílabo está la libertad que a ti te canta.

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Nichts mehr wird kommen sólo el perdón sin la palabra “olvido”, sólo el rumor de lo nocturno en fuego consumido, un oro a ningún dios consagrado aguarda las cenizas, aquel fugaz encuentro donde presente se hizo en Verbo entre dos, eterna noche de palabras juntas como un abrazo, como un estar entre dos silencios. Ya nada queda en la memoria de lo visto aquella noche; por más que escrute en el pasado, todo vaho es, y ver tu imagen retratada es enigma, y es silencio, y algo más que se me escapa y no sé cómo nombrar. Estás en mí como besos nunca dados, y esperados, y siempre amados, y la pregunta casi murmurada, amurallada, la eterna duda que es respuesta y canto, el doble martillar de los destinos y su certeza inamovible: Frühling wird nicht mehr werden.

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No son sólo palabras como escarcha en la tormenta, no es sólo lentitud lo que se escucha una y otra vez, es algo que en la sangre del Imperio permanece: es tiempo, reposo, oscuridad, descenso o permanencia, es el canto nunca ido del ángel demudado absorto entre la tierra y el silencio, abatido por el hálito dejado en plata de la noche. Un padre ausente llama desde médanos lejanos y en su voz hay una espera como de siglos, un eco de maderas y juncales danzarines como ese jardín en que la infancia eco nunca tuvo ni sonrisas en tropel. Sea esta la medida, la palpitante luz de los delirios, la que insigne y dé sentido al rumbo de este exilio.

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La lluvia pertinaz de todos esos años jamás se llevará la sangre hacia el olvido ni el oscuro recuerdo en hojas de papel escrito por cuidadosa mano en la tiniebla escrutando. Escucha el golpetear del agua en tu cabeza, su caída entre tu rostro bajar como en un calabozo siente, escucha todas esas voces pasadas clamar por la razón, la altanería desde ese laberinto en el que perdido está todo esbozo de amanecer, y sólo tinieblas, sombra y oscuridad albergan al poder y su lenguaje siniestro. Pero escucha, escucha el lento amanecer de la rosa, el alba alguna vez ofrecida por otros cantada, insensatos, en medio del delirio y sus espumarajos. Escucha cómo la noche instalada está en tantos y tantos como el rocío inquebrantable que al alma invade dejando en muchos la señal de lo que avanza y no recula, ese espejismo que tanta ilusión provoca igual que el amor estudiantil que enceguece y corrompe. Escucha, atento, ese peregrinar interno, callado, opuesto al uso horario en derredor, ese viaje que es viraje y es rodeo, que es un ir anónimo y secreto con la noche como un guerrero sin patria y sin destino, sabedor que en las ocultas sendas entre arbustos otros caminos hay.

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¿Escuchas ese fantasmal silencio entre dos lenguas intentando pronunciar la misma noche que en Viena vieron otros ojos, y también otras palabras? No va a escucharse esta querella ni su luna ascenderá sobre los prados defendidos lentamente. Que otros canten aquí y ahora la derrota de una era. Escucha el avanzar de tus palabras, y sábelo bien, nadie te espera en esta noche, levanta tu visera y empuña la argentina daga que otros te dieron para esta noche eterna en que te toca velar. Escucha, escucha ese silencio, soplo y vida que te toca defender.

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Alguna vez las calles desplegadas hoy aquí fueron otras y a nada conducían que no el olvido fuese, los muchos pasos se perdían mudos en un furor de horas, de días consumidos y de amores en cuartos baratos de hotel, en oscuras bancas al amparo de la recóndita y cómplice noche, en la humedad nocturna de todo lo secreto y subterráneo. El orden matemático y jurídico calle a calle luchan por vencer y en cada esquina una derrota les aguarda, las mismas calles y cafés y los refugios de otro tiempo, el himno gris o blanco de etéreos fumadores. La misma escena se repite aquí, aquel desvanecerse vienés heredado y tantas veces visitado, esas palabras innombrables para el amor o el atardecer, para ese muro que no cesa de caer como la lluvia o el delirio de encapotados cielos, apenas concebido en el lenguaje de los besos y caricias. Aquí también hay un derrumbe, un mundo en oscos trazos a punto de caer y apenas sostenido por el deseo o ilusión de lo que es o debe ser; y gente va y viene y los amantes permanecen, los que aman esas bocas y humedades en el cuerpo ocultas, aquellos que aman encontrarse y después perderse, los que oscuramente van buscando sin hallar aunque salgan con las manos tan llenas que ahítos queden sin saberlo. No son estas las calles y cafés donde Musil vagaba ni son las callejuelas donde su oscura sed de posesión de mujeres saciaba, de hacerlas suyas sin ser de nadie aunque podrían serlo.

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Aquí también se pierde el lento andar de los relojes y un áurea de ciudad maldita aparecer podría en cada esquina, en cada mesa o en el siguiente cigarrillo o desencuentro. Un gueto en cada bocacalle aguarda y grita y se hunde en cada visitante, en cada recoveco o grieta o cueva para el alma, y en viejas buhardillas el destino está como ocupando un tiempo de laberintos y pasajes, de espejos escindidos y su gramática de escaleras infernales. Ese vetusto y gris refugio para leyes y sus muros insalvables a Kraus tal vez habría gustado para retratarlo y darle así posteridad a su abierta obsolescencia como un sonido repentinamente abandonado entre letras o una mariposa que del delirio huye hacia el verano. Tal vez en esa plancha gris que Zócalo llamamos y sus alrededores donde el poder del hombre con el de Dios compite habrían visto los vieneses un cielo vuelto del revés como en un poema escrito dejó Celan.

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Escucha, Eneas, escucha el paso militar atrás dejado o la oscura marcha intermitente de metales y la sangre, el denso resonar de Hefestos y su instrumento. Escucha, Eneas, escucha el incesante trino de la lluvia ante la ciudad callada y consumida. Quién quedará, hijo de Anquises, que recuerde las ruinas a tu sombra heredadas y a tu oscura gloria consagradas. Habrá quienes del fuego y del hedor de esta ciudad recusen, y todo lo que consumido por las llamas recordado será como murmullo o coral inadvertido. El fin de la ciudad una y otra vez será vivido, sí, como un delirio en sombras celebrado, y unos pocos pie pondrán como colonos a nueva tierra convocados. Escucha, Eneas, escucha el lento andar de lo elegido, la perseverante marcha de lo oculto entre noche y alba, suspiro ante lo eterno y la visible oscuridad de lo innombrable, escucha el lento crepitar del fuego atrás dejado, el canto ignoto que uno espera retornar y no amanece. Escucha, Eneas, escucha esa sombra siempre cerca, la amenazante mansedumbre que sólo algunos ven, el aletargado eco de los mataderos, la sangre rebosante en las trincheras y los campos desolados. Escucha, Eneas, escucha cómo llega un día ya vivido, la cantinela que en otro incendio se escuchó como pasado perfecto conjugado

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y en tropel sólo quedan estas vagas palabras suspendidas como ramas secas en el bosque o precipitada sombra entre la noche. Escucha, Eneas, escucha, no es la brisa anunciando mar o tierra, no es el eco de campanas sobre un campo verdecido entre dos noches, no es el himno impronunciable del oráculo que el destino nombra, es la herencia arrebatada y apropiada, es el culto a esa promesa por otros hecha lo que aquí se cumple en nombre tuyo un día ausente. Si algo sobrevive a toda ruina, Eneas, será por la palabra conquistado, por la memoria en la niebla acumulada, por todo ese lamento atrás dejado… ¿Escuchas, Eneas, escuchas este canto?

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Du sollst ja nicht weinen… sagt eine Musik y solo en lejanía y en exilio está esa Patria que es dolor, ese espacio que es sol de la memoria, refugio y resplandor de todo un mundo sobre sí mismo vuelto como rememorada lluvia, un flujo de silencios en papel escrito que se hace real y se hace carne y canto y en ausencia de todo se vuelve verso y oración inolvidable. Inolvidable, inolvidable flor para los labios y las manos, caudal de la memoria que todo crea y besa en ausencia y luz y desnudez. No debes tú llorar en esas tardes que Su nombre llevan, un mundo vaga y se perpetua entre las nubes y fronteras atrás dejadas como dos manos solitarias que alguna vez rozáronse y a su paso la palabra y el amanecer crearon y el instante que a la noche nombre da y permanencia. Tal vez habrá, tal vez, alguna forma de unir esos dos mundos, esa perdida Viena que entre nosotros vive y en silencio nos pronuncia como un beso, promesa dada que a todo una y dé distancia, refugio eterno para dos o para uno… inolvidable…, inolvidable, que todo en un instante suspendido quede y en esa lejanía sólo viva el canto que nos nombre y nos recuerde: no hubo gloria… ni Helena… ni triunfo sobre Troya, sólo el eco final de otra batalla… Este es el sello de cualquier agonía Un decir de papel y tinta muerta

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Esta es una guerra de ciegos contra mudos sordos contra cojos dioses que asesinan la voz bajita de los niños Este es el polvo sobre el cuerpo esos los hoyos que nos exigen cavar Estos son el pico la pala y el sólido tepetate Estas son las manos cenizas Así encendemos los cirios que ese viento apaga Esta es una lágrima La llaga en el dedo Quién El pueblo está solo Los gallos no dejan de cantar aunque la tarde roja se guarde entre los montes La ropa blanca aún ondea impaciente en los tendederos El pueblo está solo

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herido traicionado No habrá quien cave la última fosa Du sollst ja nicht weinen… sagt eine Musik 4 a 31 de Julio, 2013 Morelia, Michoacán

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2. Fragmente einer Lied von Liebe und Tod und Abschied ‌mit einer Fuge fßr drei oder weitere Stimmen



I Como al partir del Sol la sombra crece, no queden más aquí ecos canoros, y en cayendo su rayo se levante, como una bendición de ausencia pura, la negra oscuridad que el mundo cubre, y agradecido quede y todo sea de do viene el temor que nos espante, igual que aquella noche vuelta día y la medrosa forma en que se ofrece el justo instante en que todo al fin es: con ojos y mirada de sibila el mundo es contemplado atemporal como esa noche primigenia y muda en que todo creado fue y no había aún palabras ni conciencia alguna del milagro que allí, en esos ojos de amapola y de sol, de eternidad contemplados, apenas comenzaba a ser y a nombre dar a cada instancia que en pupila de amor y luz y besos se amaba y era espacio para dos. Auroras como manos temblorosas a cada instante daban ser y nombre, secreto abrazo del milagro todo en humedad vestido y renovado, y engendrado de toda luz futura y toda desnudez desprotegida, aliento todo de tu aliento y ser, de tierra fértil y de luz envuelto como una lenta lava y cicatriz que a toda tierra nuevo nombre diera y a cada día un templo y un silencio. Todo pasado, es, y en ti, promesa de ese murmullo que sólo es dicho por besos hechos manos y mutismo, de arenas milenarias y de tiempo, de aquello que es milagro conjugado y espejo de silencio escrito en flor. A cada paso veo el fiel retrato que en improbable blanco y negro colma la memoria y la llena de esa voz que alguna vez eternidad sembró y compañera noche del abrazo, entera fruta y desnudez vivida, inolvidable numen que alimenta la venerable forma en que la tierra, a cada instante, testimonia y canta y entona la mañana de tu ausencia. Así es como se erige la memoria que en canto nemoroso se silencia y se hace himno, estela y maravilla memorante, tatuaje del almario que Tu nombre llevar quisiera, joya de luz y de humedad y amanecer. Así es como se ve pasar el tiempo desde lo atemporal en donde Estás

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y desde donde nacen las calandrias y su elevada geometría indócil, álgebra demudada que me nombra y me hace y deletrea cada vez que al mundo Das sentido con un beso, con ese Verbo y vientre que es del mundo vegetación, abrazo y dulce entrega y todo sea refugio donde llegue cada alba como lo que nacer debe, y así el ritual se cumpla donde Seas y el mundo Sea contigo canto y fiesta y un puerto de destino para todo. Primero fue el exilio. No sabía que estaba yo de paso en otra tierra cuyo nombre y recuerdo fue el primero en mi memoria, y aún en mí quedan aquellos resplandores cuyo verde, poblando sueños y deshabitando corazones, despliega en mí un aire de mundo conocido y permanente que quizá sólo exista para mí. Hoy pienso, medio siglo después, nada en mí se reconoce en esa tierra por más que mis recuerdos iniciales de todo lo que existe allí comiencen. Un desarraigo en el origen hay y apenas eso explica soledad y desencanto y un peregrinar que no se ve pero se siente y vive. Tal vez por eso mío quiero hacerlo todo, sin importar y como sea, y a veces he pagado un alto precio y sé que el día llegará y el pago, fatal y necesario con Caronte, vendrá de nuevo cuando ausente esté. Pero esta tierra que mi nombre lleva es mía y sé que en ella está lo que amo: aromas y sabores, los amigos y calles recorridas con asombro, todo eso en que me pierdo y me encuentro, amores y recuerdos de mujeres, de noches y de ausencias compartidas, y habrá quien me haya amado y quien me odie, quien olvidarme quiera y así escupa sobre mi tumba, como Boris Vian dejara escrito en memorable libro. Mi padre recordaba muchas veces su ya lejano origen escocés de algún explorador o navegante de apellido McDonald, pero nunca hallar pudimos los altos designios que a esta tierra lo hicieron arribar, pero supongo travesía tal el origen de tantas caminatas

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y sendas que mi padre recorrió, y con él quienes tratamos su nombre de honrar y mantener, aunque él honrado se sintió de portar el de mi madre igual que yo conservo ese apellido como alta insignia de un incierto origen de humilde proceder, seguramente, que me une así a tantos que es ninguno y todos los que anónimos han sido nuestros predecesores y herederos. Pero estas calles y sus nombres vivos, recordatorio son de mis andanzas, de tanto que he vivido y no recuerdo, y cuyas huellas siempre me acompañan como el eco marino que escuchaba Ulises cuando a Ítaca llegó. Tal vez por otras sendas unos fueron conquistados y ahora tienen nombres por otros recordados y cantados en noches veraniegas sin retorno, oscuras como el sol que albergue dio así como destino inmemorial a quienes día a día pasan días como el ciego que vaga y merodea sobre un recuerdo indestructible y vivo, esperando a la noche que es olvido, silencio nemoroso en el umbral de algo que crece y es apenas sueño, apenas girasol y no pradera, apenas eco y canto y desconsuelo. Y yo no sé si un día isla alguna me aguarde y a mis pies abrigo dé, no sé qué es lo que quede y lo que dejo, apenas un puñado de palabras que tal vez otros amen y hagan suyas, y todo lo vivido y que he sentido quién sabe a dónde irá a parar. Amores en versos convertidos, sustitutos del verdadero amor del que nacieron, tal vez algunos hagan como suyos o tal vez no. Este otro exilio nuevo me recuerda ese otro que vivió Dante y por el cual a muchos condenó a sólo ser vividos como sombras en el Infierno hundidos, condenados a ser comparsas de sí mismos, cita o erudita referencia que aclare que fueron partiquinos de una vida que sólo existe hoy por voluntad de quien los condenó a sombra ser. Exiliado por sangre derramada, mi padre halló refugio en Centroamérica, y allí familia y primeros recuerdos aparecen en mí como fantasmas, como el vaho del bosque que arrullaba cada mañana a la casa y a todo lo que era fiesta y celebración diaria, un orbe construido y destruido

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con infantil placer, y una aventura que hizo el verde más verde del orbe un mundo inteligible y al alcance de la mano en senderos protectores de la abundante lluvia que bañaba, inclemente, desde temprana hora, todo a su paso: calles y jardines, el día entero en incesante agua y todo refugiado en una casa de la que casi nada ya recuerdo. Hoy queda poco espacio en la memoria para eso que perdido permanece a fuerza de nombrar su letanía como callado himno del cifrado destino decretado en otro templo que apenas tiene nombre y descendencia. Del dos de octubre del sesenta y ocho no tengo que decir nada pues no hay en mí recuerdo alguno ni vivencia, pero me duele igual que a muchos más. No sé cuando llegué, y apenas viene a mi mente aquel vuelo hacia México como una supernova remanente por accidente descubierta hoy; la eterna casa junto al Periférico, el extraño ferrocarril en frente, las idas al establo a comprar leche y el local de carnitas en la esquina, a media cuadra de esa casa inmensa que mi padre decía era chica y de la cual nos mudamos sin mudanza de por medio, tan sólo a unas cuadras llevando nuestros muebles por la calle como un extraño circo que se va a la aventura sin saber a dónde. Allí empezó, seguro, mi pasión por todo lo que a calle me llamara, y luego con mi hermano aventurarme a ir de calle en calle sin destino buscando sepa qué sin encontrarlo. Pero allí fue, en ese ir y andar que poco a poco la ciudad fue mía, o lo intenté en el diario trasegar de andar de calle en calle descubriendo los marismas y el tráfico habitual de los que llevan prisa frente a todo. Y es que en cada ciudad hay un otoño que debe conquistado ser y darle un sentido que las distancias mueva e hipocorísticamente nos llame acariciando el nombre y la memoria como mujer en vela a la que amamos; y en estas calles se han perdido pasos que perdiéndose, finalmente hallaron el sentido de hacer de sus senderos la ruta que designa nuestro fin

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y a cada objeto un nombre da que queda y singladura de los muchos pasos que en ella se han hundido cual guerreros a punto de morir en la batalla. No sé ya cuántas calles han hollado mis bandoleros pies ni cuánta sed saciado he en sus esquinas muertas, como si un primipilus esperase mi llegada después de tanto viaje y tanto legionario ya perdido. Destino es ir por calles y avenidas como quien busca en vano malgastar el precioso tiempo en inmarcesibles travesías sin rutas ni destinos que la noche y su vana geografía de sueños y amapolas y desvelos y un vasto territorio que es espera y lentitud y un vago recordar de todo lo que nunca está a la mano como un silencio impuro entre los labios se vuelva un regresar de los exilios, el nombre impronunciable de la noche. Y a fuerza de vagar, la calle es de uno, y el nombre ya no importa sino el templo en uno alzado como pabellón para la noche en la que el alma se hunde. De todo lo vivido, no viví aquel sesenta y ocho del que viene toda esta herida que llamamos México y que no cicatriza pero vive y nos recuerda quiénes hemos sido y somos y seremos. No viví la sangre ni el horror, pero la furia muy pronto la aprendí y la hice mía y supe de qué lado iba a estar siempre, a quién debía amar y a quién sin voz la mía dar debía. Pronto supe de mis héroes y los hice más míos de lo que nunca nada mío fue, y supe que la calle es un destino que se construye caminando y yendo y conquistando cada recoveco como los legionarios sin destino de un imperio en ruinas y sin nombre, como los derruidos bastos muros de la vieja Real de Catorce, muerta y poblada de guijarros y viento y un murmurante canto de silencio que todo lo devora mientras corre por ese mundo hecho de rocas grises y un horror que no es de este mundo sino pesadilla y lamento y abandono. Así me pareció el ochenta y cinco, y tanto polvo y tanto muerto visto y esas calladas noches en el Centro hasta la madrugada eterna y gris

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llevando mantas y alimento anónimo en esa vieja camioneta Ford sesenta y siete de mi papá que tantas cosas podría rememorar, y en calles donde nadie parecía haber, pero salían, refugiados de sí mismos, con ojos como gritos ahogados de una guerra sin cuartel; y cada noche de ese mes crecía el monstruo gris del polvo y la tristeza sin que un nadie supiera qué palabra podría rescatar el tanto olvido que a todos nos cubría cada día. Cada calle guardaba una trinchera, y la televisión no sonreía como solía hacerlo y por una sola vez pareció pagar el precio de su estulticia consuetudinaria repitiendo la misma imagen día con día, y callando en la memoria que de esos días tengo, pues la calle se volvió por primera vez espacio donde no había ley que no empezara en uno mismo que toma la mano de otro como yo y como tú, más allá de conceptos y teorías, de tanta muerte y ruina concebidos. Como de tantas otras aventuras, no recuerdo tener fotografías de aquellos días y sus noches grises; no sé con quién estuve ni su nombre pero recuerdo sus miradas como de prisioneros de un horror sin nombre que cada noche me buscaban, siendo en cada noche otro y otro más y siempre uno distinto, a quien hoy no sé cómo nombrar pero recuerdo ese vaho de quien se sabe sano y salvo y tampoco sabe qué podría decir, y acaso ya no importe porque muchos nacimos de esas ruinas y volvimos a ser, por vez primera, Pedro, Juan y José, sin apellidos, por vez primera sólo ser humanos, como desnudos ante tanto polvo, igual que aquellos niños que la tele repetía salvados de las ruinas, en un mundo sólo por esa vez sin nombres y sin dueños ni poder. Yo nunca supe a quién llevé comida y sólo sé que esos abandonados eran mi misma imagen reflejada ante el temor de que una noche inmensa cayese y no se fuese nunca más y nadie se acordase de sus nombres. Y no me sé sus nombres, pero sé que me miran a diario cuando veo que desde la otra orilla me saludan

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con su mirada niña, rescatados, en tierra firme, sin saber ni cuándo aquí llegaron, y no importa; los reconozco entre las multitudes por sus rostros y mirada pequeña, por todo eso que callan quedamente y dicen sin decir, temblando todo, como una vaca a punto de parir. Así las calles son, o hay que hacerlas, y apropiarse de su memoria aciaga que tanto ve y que calla para que otros hagamos la escritura de su historia y en cada esquina estén memoria y canto y una celebración en donde quepan la fiesta del humilde y el olvido a que cualquiera condenado está. Fue así también que hundí mis pies cansados en el plantón que sacudió Reforma desde el Zócalo mismo, una tarde de domingo que eterna pareció; y en esa plancha hallé también los rostros que todas esas noches vi en el Centro después del sismo del ochenta y cinco: y todo me aguardaba para ir y andar por esos puestos de comida y de descanso donde todo igual se compartía, diariamente, sin distingos de quién fuese o se llamase, y nada se vendía, y de todos era todo, y todo comenzaba cada día, y una hermandad nacía que sólo los negocios y el dinero transgredían; la prensa no calló y supo hacer de esa aventura un odio vestido en clases y resentimientos, y en vez de fomentar esa hermandad que me tocó vivir, sembró el rencor, y no hubo forma de volver a ver la casa como haber podría estado y no hubo forma ya de componer lo que esta vez tiró otro terremoto. A nadie le importó ya este derrumbe. Pero otro dos de octubre yo celebro cuando a la calle salen contingentes de maestros y todo aquel que grita, y nos recuerdan que el cobarde calla aunque la soga al cuello tenga puesta; en ellos veo el mismo amor humano que en el ochenta y cinco, y sé que son tan hermanos como mi hermano anónimo que en cada calle gris yo me encontraba entre edificios viejos, derruidos

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y hundidos en la noche de un olvido y abandono de siglos enterrados, y me emociona hallarlos en las calles y saber que en ellos la dignidad no es algo que se compre en las esquinas, por más que allí me los encuentre a veces. Y no es mitología sino el tiempo de lo que es real y está en nosotros vivo aunque el poder lo niegue y en secreto otro sesenta y ocho busque y quiera con sangre detener lo que ya casi medio siglo lleva en cada calle gestándose y no puede ya ocultarse: un hombre solo por sí mismo nada podría, pero aquí tal vez se pueda, y un curso nuevo para todos haya. No sé si es primavera, la de Praga o la de Egipto, si será la nuestra, ni sé cómo verán en el futuro los días hechos mano a mano, hoy, y no me importa, porque el poder llama y lo corrompe todo y lo ensucia y todo en él es falso y de oropel, y sé que un día no estaré tampoco pero algo quedará en esas manos que en el ochenta y cinco pude ver y en esos ojos tristes pero alegres como de niños que el milagro esperan de un día en que sus nombres reconstruyan ese otro nombre que unos llaman México. Por otras calles voy como si fueran mías, como si aquí yo me moviera en casa propia: sin pedir permiso. Pero lo cierto es que no van ni fueron originarias de estas calles vagas y sinuosas. Por ellas voy y pierdo el hilo sin saber a dónde voy. No hay calles paralelas sino elipses, indetenibles catenarias, curvas y tangentes, con cuestas y subidas como si al Monte Olimpo condujeran, incansables, en otra Atenas, dicen, que alguna vez cobijo fue y albergue de conocido mole que entusiasmo y experimentación y un gran jolgorio en los Estridentistas provocase. Y como sea, es interminable vagar por estas calles imposibles y andar como perdido, sin retorno, aventurarse y ver cómo tres calles confluyen en un mismo punto, sin sentido, así nomás, por puro azar

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o porque el Centro llama, o su jardín, y en frente está el Parroquia, donde van, como en la Ciudad de México pasa con el venerable café La Habana, los muchos periodistas que pescar algo desean, y demencia fingen con grabadora en mano, y esperando una declaración justa que aparezca en primera plana y nadie lea, y así cobrar el gran chayote que de Palacio viene, generoso, tan sólo a una cuadra de distancia como un ajeno e inexpugnable búnker de guardias llenos de temor y armas y en cuya puerta clausurada guiña un ojo ese poder que nada puede y abandonado tiene todo, menos su soliloquio de ventriloquía que la prensa repite como loro o mono cilindrero mal pagado. La Atenas muerta en ese muro vive, abandonada, inmóvil, estéril, y a nadie le molesta, al parecer, ese paisaje yerto y sin futuro en que el poder aquí lo cuaja todo en un horrible mazacote crudo que no emociona ni alimenta a nadie, y en la inmovilidad eterna está, y sólo me pregunto por qué nadie reacciona a tales signos de silencio y sólo siguen su camino como los perfectos zombies de una película cuyo final nadie quiere perderse y todo mundo sabe cómo acaba. Tal vez esos descensos y subidas preludio son de un Hades ya presente, inconmovible, como debe ser, ante el sufrir eterno que se ve a simple vista en cada esquina y calle; impávido se queda, crastinando esa prosperidad tan cacareada como cuervos que al mundo crascitaran en un eterno día que no llega al amparo de un sol inamovible. Mejor fumar y ver desde esta orilla el otro tiempo que pasa en la acera, ese marcado por el ir y andar de innúmeros zapatos de tacón, acompasado aroma del andar que no conoce límites ni nombres, de todas las que aquí habría cantado Baudelaire si la mar cruzado hubiera… mas no lo hizo. Y anda uno buscando la aparición efímera y divina que alguna vez el Charlie nos contara en un soneto muy mal traducido

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casi siempre, y ya ni modo, qué puede uno hacer, si en España así traducen. Y mientras mi cigarro desvanece toda señal de tiempo transcurrido, mujeres veo pasar por sus volutas, y sé que ellas también se esfumarán en un instante como quien el cielo por vez primera ve e inalcanzable a sus deseos es – y mientras fumo, no me vendría mal un cafecín; pero solo, pues no se antoja, pienso, y sólo veo pasar desde esta banca el tiempo que se va mientras se enfría el libro que en las manos se entretiene como un molusco extraño y retozón llamando mi atención mientras sonríe. Tal vez cruzar la calle debería y los aparadores de la acera de enfrente ver, sirenas seductoras que de otra forma cantan y te pierden, sin ocultar ya nada y todo mundo esperando perderse a toda prisa, pues miles son y todos se entregan y engangrenan el alma sin pesar y sin congoja alguna, poco importa lo que pudiera hallarse en sus vitrinas, todo es engaño y masturbación, un nada importa al cual darse todo. Tal vez podrían mis pasos ir por la otra acera, para ver mejor a quienes, apetecibles y jóvenes, vagan sin más destino que el atardecer, sin atención prestar al oropel que llama y envanece sin piedad; pero me quedo aquí, frente al café: su aroma intoxicante siempre salva y acompaña no pocas veces todo lo que uno quiere compartir y amar. Y mientras sé que todo se hunde en torno, como esas viejas calles xalapeñas rodeando un imposible laberinto, me amparo por los senos y caderas que al contoneo del pasear componen la inmensa sinfonía del amor o al menos de un recuerdo similar en otra calle frente a Bellas Artes hace ya tanto tiempo que no sé por qué me llega esa reminiscencia justo ahora que en el exilio estoy, y como Dante, sin poder volver. Seguro que hace un siglo en estas calles apenas Arzubide o Maples Arce sus pasos comenzaban y, perdidos, el mole de guajolote probaban sin vislumbrar por cuáles vericuetos un día harían historia celebrándolo; sólo aquí la comida es una fiesta y esos Estridentistas testimonio

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casi único dejaron en papel escrito en ese viejo manifiesto. En esta pesarosa geografía que sube y baja como entre las sombras por las que vagan en oscura luna los oscuros sin nombre y sin destino, mis pasos se hunden y otra oscuridad mis sendas marcan y en ellas se pierden, como esa noche que mi nombre lleva como desierta sombra en otra noche que el claro ciego pudo detectar en esa pesadumbre y pesadilla que pernocta entre el sueño y la vigilia, sin los amados ojos de sibila mirando al mundo, y juzgando, así, y para siempre, el último retorno. Por estas calles va uno, condenado, sabiendo que no habrá un amanecer. 9 y 11 de octubre, 2013 4 de octubre, 2013

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II Callo de amor para que amada seas, para que en ese dar de lo que das, como un incendio de rojas monarcas en los labios llevadas como un sol, como el reino amadísimo que en ti se llama eternidad y amanecer y dulce territorio inconquistado como el cordero azul de tu presencia y promesa augural de tus entrañas, todo memoria agradecida sea, y luz y renacer de las espigas y un temblor de elevados sacrificios; y en mirar y admirar tu hondura tierra y tu sombra de luna fértil y albas también promesa sean de esa noche por ti engendrada como primavera a punto de nacer como palomas y el milagro anidado de tus pechos como un amanecido beso que besándote te llame y te desnude y al mundo dé sentido, y un arar de todas las semillas que te esperan para poblar la tierra de palabras y agradecidas lunas vesperales sea apenas la pura forma del silencio que la tierra necesite para otorgar la vida y permanencia de todo lo que bulle y en ti mora y vive y es desnuda gratitud, y es un canto también que te celebra y te nombra de mil maneras ciegas y en ti quisiera ser y renacer como esa vid eterna que en ti mana, y es Ítaca de noche y su murmullo, y es fundación de una ciudad eterna floreciendo entre sueños y penas y un callado deseo por tus muslos y la noche y las nubes y lo eterno de esas antorchas que vuelven tus ojos un almicantarat de los destinos. A diario quiero verte y escuchar la amanecida luz de tus entrañas, el anidado canto de la tierra que en ti se desarrolla como un fuego que alimenta la sed de las estrellas para que alguien las nombre con tu boca de estela ilimitada sobre el cielo, navío perfecto en que mis sueños nazcan. Y todo en mí proclame esta verdad: por ti todo es eterno renacer,

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viñedo en que el amor por ti regresa, y se hace carne y día y esperanza y un denuedo de esferas sobre el cielo vagando, como haría el peregrino buscando hundir sus labios en la gloria de tus senos que son la algarabía de un pueblo abandonado y ya sin nombre al que a diario tú salvas cada noche en medio del milagro alado de tus muslos sexo labios y aleluya. Callo apenas para perderme en tu boca, y en ella ser palabra agradecida y mudo verbo que incinere al mundo y todo lo detenga entre tu lengua como un anís que es bendecido apenas al entrar entre lengua y tu garganta y una humedad de besos como noches de antorchas milenarias postergadas germinando como una humanidad del todo ignorada y a ti debida; y callo sólo para oír la lluvia jurar el nombre tuyo a nombre mío como si tú y yo la primavera fundásemos, tan juntos como el sol, y una nube te bese como el viaje inaugural de todas las estrellas en nuevas supernovas desvestidas, y jardines de manos amanezcan desnudando lo que haya que sembrar en tu vientre de noches germinales. Que nada quede ahíto de mis manos si no ha nacido, absorto, de tus labios, como un ritual de verbos y palabras, gramática cifrada entre montañas y un alto descender hasta tu playa de cálidas caderas que me llaman, y si algo ha de quedar tu prisionero, que quede, y se hunda en ti como se hunden las noches de una guerra compartida y Cartago en silencio y llanto ardiendo. Que en ti todo lenguaje sea horario y plan de vuelo y algo que decir como memoria y esplendor del tiempo, y todo sea duda y una aurora entre tus piernas con la sed eterna del que vuelve nuevamente a tus playas luego de un naufragio que hallase en ti ignotos territorios aguardando

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ser conocidos con labios y manos, y andar por esa rada sea hallar camino hacia el perderse entre milagros de una nocturna entrega que te roza y te nombra y bautiza sin saberlo como una primavera entre las manos, como el perpetuo azoro de los mares besando todo el tiempo el litoral amado e inaprehensible de tus muslos, como esa Vía Láctea que es tu pecho a medianoche y sin antorchas vivas y la infinita sed de poseerte que mis manos y lengua han heredado como un destino escrito en el Olimpo a fuego y sangre entre los montes vivos de un templo de sibilas demudadas. Tal vez tendría que decirte entre eclipses lo que ya te he dicho en besos llenos de furia y un deseo apenas contenido por murallas a punto de caer por su peso enamorado de guerrero perdido en la batalla: que hubo un tiempo en que fuiste sólo origen y murmullo de un baile incontenible, de palabras fundadas en la luna y un sol que ya conoces subcutáneo, impostergable, en ti concentrado como el profundo aroma del recuerdo de todo lo vivido, y nace en ti, desnuda y transformada como el sol perdido en las praderas y jardines amadísimos de tu sangre inmensa. Tal vez hay un tal vez que ya conoces, que es como aurora, cierzos y neblina cercándote sin fin y sin propósito, lamiendo la otra orilla de la noche en la que el precipicio sangra y vive como quien ama y lame tus entrañas y amándote se entierra ya sin nombre y después resurja como volcán de un niño enmudecido y de rodillas que aguarda regresar a la pradera de la que un día vio surgirte nueva y amazona del mundo de los hados – y sólo lo que beso son tus manos y tus senos y mil amaneceres prolongados de antiguas buganvilias que todo lo descubren y celebran inútilmente, como el mar que ayer llegó a la playa y sin memoria alguna

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volvió a besar lo ya besado mil veces más que la noche irremediable en que verbo y destino unidos quedan como dos amapolas en los labios que amadamente buscan pronunciarte en cada estrella que la noche habita. Y siendo, toda verbo y vida y germen, también eres el tiempo y la miseria y una forma de gloria arrodillada que se enceniza y perpetúa sangre adentro, como hormigas esenciales de otro silencio interlingual y níveo fluyendo labio adentro en la garganta con la argentina luna de testigo corriendo por tus venas imparable; en cada amanecer está el milagro de saberte, y saber que sabes toda a leche, miel y sombras y verano de la lengua, saliva y novedad, y un alzarse de unánimes lenguajes de ti nacidos que voraces cumplen la homilía rapaz de devorarte. No sé de qué basalto habrás surgido pero en él te multiplicas, y pueblas del mar hasta la sed y cordilleras en que los sueños y las noches son contigo la manzana salvadora que Adán debió morder y que ahora muerdo como el vinagre de los condenados que nunca ha de llegar a ese Gólgota en que sellados los destinos son. No sé con qué bandera navegar por los meandros que de tu cuerpo hacen un bucle amadamente por poblar y en esos farallones recorridos por ojos y por manos insaciables que te coronan como diosa y madre y antigua mensajera talasal, mas sé que hundirme debo como nave perseguida por olímpica furia y hallar en tus praderas y en tu lengua la sal descomunal de los delirios por los cuales se pierde la cordura y sólo queda amarte, como un náufrago amaría el rescate salvador que sólo tú provees como sibilia de los silencios y del canto amado que ante ti se arrodilla y se eterniza como el vaivén de las plegarias idas en límpidos adioses a una tierra que espera tu llegada de patricia para orgullosa alzar con nuevo nombre

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el nombre tuyo que la denomine perenne tierra del que así te ha amado. En ese mar sin nombre de tus piernas, en ese amado sideromelano resto de arrecifes en que se pierden todos los síes y noes que has pronunciado, allí donde encallado han mil navíos y hay otros mil que aguardan a otros mil como una procesión sin fin de noches llevando, silenciosas, los destinos de aquellos inmortales que se llevan un morir hacia los labios nombrándote, en esa algarabía seminal que se hace campo e intoxicación y floral estación de los infiernos donde germina todo como en llanto y viaje sin retorno y desdeñada plutocracia ignorante y engreída, allí –donde en bahía y en retorno te vuelves de mis sueños la palabra y el durazno preciso para el alma– llegar quisiera con senil cansancio a la Ítaca desnuda que una vez en tus ojos y senos vislumbré, y calmar por fin la sed marinera de quien enamorado viaja y vive de noche en noche con manos vacías y una ebriedad de amor sobre la frente. 1 de febrero, 2014, Morelia 6 de febrero, 2014, Xalapa

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III En el verano o el otoño crecen melancólicas tardes asesinas, ensimismadas noches tentadoras, y adentro hay un olor a derramada sangre de cuyo origen nadie sabe, y en uno mismo hay sombras acechando, hay una noche inmensa que amenaza con quedarse por siempre y dar la espalda a todo aquel que al día y a su luz aspire, y yo no sé qué noche es esa ni cuál su nombre sea, pero viene y va ocupando vastos territorios en mí ocultos, visibilizándolos, y como una ciudad amurallada he descubierto poco a poco, en tardes argentinas, lluviosas y sin sol, que es una noche mía y que mi padre antes que yo la padeció y vivió. Ya estuvo aquí, y un desmoronamiento tan severo fue que no sé por qué no pude claramente verlo entonces. Sólo me hundí, muy lentamente en ella, como quien ama, ciego, la postrer hora en que el sol desaparece solo, como un amor tan lento, inabarcable, como la vida misma que se acaba e irrepetiblemente nos pronuncia, dejándonos exhaustos y sin nombre. Un largo atardecer agonizante de cielos extendidos y plomizos condujo mi horizonte hacia un exilio de sombras y de todo lo vivido que no ha cesado desde entonces con áridas semillas esparcir un ostracismo de palabras rotas y un lento amanecer que aún no llega y todo va cubriendo de un silencio como de rocas y una nieve en vilo de la que aún no sé si llegará o ya llegó o si se irá un día. Tal vez, alguna vez, un ángel sordo, con alas de silencio desprovisto, mi nombre pronunciaba en una acera como quien ora el cielo estando ausente, pero en la furia de la noche parda no había destino que incluyera a dos y el ángel su camino prosiguió; tal vez otra criatura me esperaba entre cigarros y en ausentes calles de una ciudad perdida que me habita y en donde sólo viven mis recuerdos y un solitario yo hundido en sombras.

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Como una lenta arena movediza o una sirena mustia que te llama, mis pasos se perdieron sin remedio, y sin saberlo yo del todo bien, un mundo helado y sin destino estaba –como la sangre palpitante y muerta de aquellos que a su propio entierro van– perdido en cada esquina de mí mismo, y así se está en un cementerio vivo donde todo es del silencio un eco y nadie se percata, como fue, que estás en medio del naufragio y solo. Cómo saber podría si palabras no hay, aunque las repita todo mundo, para este desarraigo de expatriados en que uno se halla helado y sin saberlo; yo sé que hay otros ángeles sin nombre, y algunos diminutos en el mundo que bien podrían salvar a esos perdidos que en esta inmensa noche proliferan; te vi, y allí estuviste casi quieta, como la misma noche y su vestido, como un bifronte ángel aguardando lo más oscuro de la noche oscura, y yo no supe, como nadie sabe, decir tu nombre de espesura inmóvil en medio de ese vaho intemporal que cada día parece incontenible. ¿De qué escalera o realidad proviene ese pasmo que todo lo duplica y para el cual no sé qué nombre darle –Azael, Nephilim, o Lucifer? Otras trincheras hubo, y generales, en las que una batalla se llevaba a cabo y sin cuartel, pero esa guerra la vi como lejana y sin mi nombre; del sol y sus prodigios nunca supe y si alguien salvarme pudo, no sé en dónde habrá su posta mantenido. No se veía nada en torno a mí, pero adentro un estéril llano crece y un raro balbuceo de arreboles, callados, anunciaba un hontanar más seco y escampado que la noche. Y casi nadie vio, o pudo ver, la llama fría que en silencio ardía en mudos pabellones sin sentido, pero hasta en sueños y en la hora nimia en que descansa el cuerpo, hoy recuerdo los estandartes negros de la insidia jardines carcomiendo sin reposo y un aura en ruinas en el horizonte. ¿A dónde viaja el alma en esos casos, en qué refugio paz encuentra y luz,

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en qué serenidad su hogar y abrigo si un proceloso mar no le abandona y todo en derredor es ruina y sombra y apenas hay espacio para el pecho y su respiración, y no hay amor ni fructífero encuentro salvador que conduzca la nave a salvo puerto? No hay ángel que nos salve en esos casos, y dan la espalda hasta la eternidad y no hay palabras de consuelo aquí que les permita regresar y hacer lo que una vez hicieron, amorosos, en medio de esa noche que es más noche que indisoluble noche conocida. Yo sé que un ángel hay, pero perdido, inalcanzable hasta la eternidad, y todo lo que allí quedó sellado, sellado hasta que el mundo caiga y muera y quede como estatua o templo yerto en tanto recordarlo alguien pueda –ya Baudelaire su amado nombre dijo y condenado él también lo fue. Entre diciembre y junio está un otoño que diez años abarca –una vida que sólo entre palabras quedará como los doctos libros juntos yertos que algunos rememoran en silencio, como un amor nacido en otro tiempo–, cual bruma inadvertida fue llegando, y todo en un subsuelo terminó como quien bautizado queda en sombras y nada ya quedara en ese eclipse más que un lejano cielo sin estrellas, poblado de nocturnos y aleatorios descensos en lo ignoto y sin destino, y un hormigueo negro descendiese como un demonio dios de los exilios que en este sumergirse en las tinieblas robar todo quisiera sin saber por qué o para qué todo fue hecho, y aun así siguiese en la trinchera que separa al día de toda noche, como incansables yeguas de Diomedes de luz devoradoras y esperanzas, y sin emperador y su Bucéfalo que pueda rescatar o conquistar todo este territorio abandonado. Y es pesaroso ver pasar los días y su engolondrinada geografía, su arcana voz que a todos llama, menos al alquimista ciego que hay en ti, y ya de sombras nadie entiende nada pues la Estigia ven, aunque no su nombre; y en esa tierra hundida hay muy pocos,

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y como muertos andan y sin nombre, y no es posible hablar uno con otro pues condenados y sin luz vagamos en tanto la tiniebla no sea el día sin nombre y postergado en que nos llamen a ver de nuevo el sol y sus milagros. Y en esa estridulada tierra estaba cuando de un tajo el sol que fue mi origen llevado a otro silencio sin retorno: y doble oscuridad, y llanto, y furia, y un empedrado bosque ya sin dueño, sin nombre ni mitología oscura, todo fue: sueño no hubo ya, quebrado, como rama de nieve hartada y yerta, y no hubo ya más voz que me llamara – la tierra yerma y el lenguaje inmenso silencio fueron y amargura doble: el desahuciado sol de los mortales. Petrificado queda todo, y nada es ya lo mismo: no hay agua que sacie la sed de este abandono que nos nombra, y como un fuego detenido, calla, y todo es una hora que no llega, un aguacero que no cesa y colma la doble oscuridad que no calcina pero en brasas mantiene el alma sola y su vasija sin palabra y nombres, y un sol de eterno eclipse se derrumba y todo en él es cataclismo y negro andar y una amapola y un pedir y luz y sed, y un doble amanecer que no termina de llegar ni ser, y un irse pareciera que nos llama para el destino así cumplir y amar la muerte que no llega por nosotros y sólo mira, mustia, sólo mira. Y en las vacías manos amanece otro reloj, vacío y avanzando, y sus horas no son las del dolor que a todo acosa ni tampoco aurora. Una ceniza, el doblegado día, una ataraxia que las manos crean, un tono de silencio sobre el muro, a punto de caer, envejecido, que nadie más que tú soporta y lleva, como una nueva noche cada noche, ensangrentada noche del destino, del día siguiente a su naufragio todo, al eco ensimismado que te nombra, a ese perderlo todo que se encuentra apenas en las manos, en los labios, en el mirar que nada sabe ver, en esa sed que es luz, y eternidad, y no llegar, y ser, y abandonar,

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y no el amor que ensancha la mirada, sino ese hundirse que te espera y llama. La luz que de unos es, aquí no fue. Un claro eclipse de silencio y sombras de todo se apropió y sin remedio. Apenas ver las sombras es posible ahora que ese ejército otra vez de un ocre ineludible todo tiñe y ahora sé que una frontera hay que debo pronunciar y en la que tarde o temprano esta marcha a su fin llega; no hay tiempo ni reloj que los ocasos determinen, y asumo que si ahora un nuevo atardecer está llegando, con sus otoños y sus hojas yermas, endecasílabo su nombre y canto, que así es como decido ahora ver lo que este ocaso tenga a bien traer. 7 y 8 de octubre, 2013

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IV No sé qué fue lo que te dije entonces, pero la tarde vuelta noche y labios una y otra vez soberana llama, y a ti y a mí y a todos nos convoca diciéndonos que el tiempo ya llegó, que no habrá templo ni justicia ciega ni espera que no cumpla su trayecto en esta hora en que la sangre clama en nombre de los idos y de aquellos como nosotros que les toca ver la alborada y nacimiento de un tiempo cuyo nombre no sabemos, ni nadie tal vez lo sepa, pero habrá de ser el tiempo de besar en nuestro nombre a quienes den amor por lo que viene: pues semilla y promesa es lo que somos. Un vaho de manos quede, despedirse sin verdaderamente desprenderse de aquellas manos y palabras dichas, cultivadas como una eternidad. Y cómo entenderán que en esa furia está el futuro y la conquista diaria de un vasto territorio prometido, amarga geografía días y fechas consumiendo y amores sin remedio; habrá que darle al tiempo de esos labios otro tiempo en que nuevamente nazcan como palabra prometida y besos, cual eco fiel de las por ti enunciadas en una voz que toda noche fue, y sean reposo y el destino fiel para el que, caminante, al fin llegó. De todo lo que amé, de lo que amamos, de todo a lo que nombre damos, queda una carcasa, epitafio apenas cubriendo la memoria y olvidando ya después lo que fue y no tuvo nombre ni labios que lo canten y den vida. No importa recordar lo ya vivido, abrir baúles o mirar las fotos donde encerrado va quedando el tiempo; hablamos cuando abrimos esas viejas maravillas que a nadie importarán un día, pero hoy sí nos importan: y a veces el amado nombre aflora, o sólo el nombre, pues amor no queda, o no hubo: todo fue de a mentiritas. En vano buscaría en mis recuerdos quien algo averiguar quisiera: nada queda en el baúl que vuelto no se haya

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palabras y oración, celebratoria canción en la que incluso tú estás ahora, amada, siendo pronunciada como quien dice un nombre salvador. Nos toca a todos ver y más que hacer, hacer que todo pase como en fragua el bronce o en el piso el pas-de-deux. El mundo se hace, sí, cuando dos manos o lenguas o miradas se aventuran, y juntas del amor destino son y nada hay que acción no sea, fiera pasión de lo vivido y por vivir, incansable deseo de cantar. Bastó esa chispa en tu mirada niña para encender el mundo y emprender la travesía que destino llaman unos, y así entender que la palabra es vana gloria si no nos convoca en otro, como un beso entre las piernas, como quien ve parir el mundo y calla. Y así, a la conquista uno se lanza, no a la aventura de nombrarlo todo, sino de hacer y a todo dar su ser – e irse por las anchas calles sin saber a ciencia cierta lo otorgado y sin saber que el sol alumbra en todo el orbe cuando al otro veneramos y nombre y rostro suficientes son para arraigar palabra y movimiento en una misma onda de sonido como el lamento que emerge del mundo y nos exige no callar jamás. Entonces ya las tardes y las noches destino no serán sino estación en que lo dicho acción se vuelva y vida, reunión en donde el tiempo sea conquista y la palabra espacio compartido, encuentro venerable del pasado que la memoria erija como templo para un cuerpo llamado Todos-somos, y aunque en nada volver pudiera ser, palabra y Verbo recobrados creen el nuevo tiempo y la palabra viva que cantándolo todo, lo preserve, y un sentido del tiempo como fuego se quede entre los libros fugitivos que algunos llaman ojos, y amor otros, pero en manos de todos quede el canto y su presencia llene plaza y calle y boca y beso, y destino nuevo.

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Pero utopía apenas mencionada es sólo el espejismo de creer, en todo encuentro hay algo que se pierde, irremediable, no queremos verlo, y lo que hallazgo fue se vuelve fuga, eterno transformar y mutación de los sentidos que embotados quedan apenas balbuceando el no sé qué que no se calla y en vano nos nombra como perdida maldición sin nombre. Si sólo queda un día para hablar y darle nombre a lo que amado fue, y en el vacío estremecido está la imagen perdurable y ya vacía de ese recuerdo que ojos ya no ven por más que hacia lo incomprensible miren habrá que no callar para que entonces algo temblando quede entre los labios: el nombre que ni en sueños mencionamos y naciendo en los labios permanece como un temblor ajeno que enaltece al oro y sus redobles seductores. Y sabe bien tu corazón amado que cuando callo es cuando mejor te nombro y te protejo de mí mismo, de mis abismos y mi furia loca de tener en los labios lo que tiembla, desnuda el alma y la palabra viste, y de, por un momento, alzar la rabia como un sol que se nombra entre los pliegues de los ojos al despertar y haber amado los amados senos tuyos en todas las amadas como tú, que al desnudarse al mundo pacifican en medio de esa guerra que es su cuerpo, labios como sargazos invisibles que perdiéndolo todo, nos condenan y salvan en un grito de bautismo que el mismísimo Dios envidiaría una mañana de Resurrección. Y en cada día la batalla empieza como un hacer que sucediendo va y no conoce límite más suyo que tu mirada de promesas plena. Y no se trata de palabras sólo, también están, cual Garcilaso quiso, estructuras que al verso parten y abren y un orden y sentido a todo dan como el sol que en silencio tú pronuncias cuando los ojos posas sobre el día y el mundo encapsulado queda y duele en una humeante taza de café.

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Porque esto sí es verdad: de tanto amor el odio confundirlo puede todo, y hundirse la pasión y su navío en una noche que no tiene noche ni nombre que le lleve de retorno a donde origen todo tiene y nada sea sino misiva con tu nombre, tu nombre pronunciado en un silencio de amor cuyo destino sean los ojos del que habrá de mirar y por nosotros el nombre pronunciar que nos aguarda, y al nuevo mundo alumbrará cantando. Y tal vez hoy no quede más empeño que un tratar de alcanzar ese pasado y hallarse con que nada queda ya: rumor quizás de un algo que se pierde, de inalcanzables manos para amarte como infinitas tardes de abandono o el lento declinar de los otoños que nada dicen, mas la tierra cubren, y esas manos tal vez ya no te busquen, ni deberían hacerlo pues ya nada, o casi nada, de ti en mí queda, o en lo que va quedando ya de mí. Creemos recordar con amuletos, con fotos o papeles incendiados, con letras que le importan a muy pocos, ni a quienes dirigidas van tal vez, pero algo se vacía cada noche, y aunque tu nombre diga, Lillian, y otros lo digan en mi ausencia, o en la nuestra, en la perenne ausencia de mi nombre, hay algo que ya es nada en mi memoria; por más que busque en el pasado ignoto, mis ojos nada ven: mudos y ciegos, desheredados de lo que me diste, de lo que todas me han dado, no queda en mí más que un pasillo de nocturnas referencias que nada ya me dicen por más que diga yo que dicen algo. No sabes tú, y nadie más lo sabe, nadie creer podría, que me hundo en un mundo de sombras donde no hay, o cada día hay menos, luz y día que pueda compartir, pues ni fetiches, esa memorabilia que otros tienen, ni asideros me quedan que yo mismo repetir en silencio pueda, ¿sabes? Un largo atardecer agosta a todo lo vivido, la gris presencia emblanca

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la testa que explanada y sede es de un Senado en palabras asentado a cuya voluntad discurren verbo, sujeto y predicado en disímbolos conjuntos de tribunos laticlavios y prefectos castrorum ordenados que sólo ocultan y disfrazan causa de su efecto, como callando siempre que lo escrito reflejo es del olvido y múltiples heridas en la mente que a duras penas avanzar podría por terreno enemigo sin caerse si no tuviera estas muletas falsas denominadas letra escrita y blanca como Laguna Estigia que nos llama y cuya bruma nos espera, quieta, callada y enfermiza, porque adora esa decrepitud en ciernes nuestra. Tal vez por eso yo te invento a diario, te nombro, estés o no, y te amo como se amaría el postrer aliento, vida perdida en que el amor lugar no tuvo pero lo tiene si lo nombro y hago, si lo digo contigo o sin ti, al borde del patíbulo, o las lágrimas, o de eso que no hay cómo pronunciar más que en silencio con agradecida mirada bautizándolo ya todo; y te amo en sílabas de fe nombradas en medio del naufragio que nos hunde y tus palabras hago mías, como el mundo que callar no quiere aún, sabiendo que ya nada hay que decir que tú no seas y hayas pronunciado. Destino es lo que llaman ser en ti, deberlo todo agradecidamente y no callar en tanto el mundo sea, y el negro aceite de la medianoche los sueños alimente, y pesadillas también nos dé para siempre ocuparnos de esa realidad que llamamos sueño y en donde el cuerpo se sumerge pleno y en gritos de aleluya en ti se pierde como un amanecer entre tus senos, garganta, labios, y eternidad. Nada quedará de nosotros que no en ti amanecido haya, por más que con otro nombre lo llamemos hoy: porque eres corazón y amanecer y un despertar que a todo nombre da y eres encuentro y despedida y sol y un balbucear que agradecido todo lo pronuncie, y destino no haya más que nombrarte para así salvarme. Y qué será de esas miradas quietas y calladas, una vez compartidas como dos copas en silencio amadas ahora vueltas movimiento activo,

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qué será de esos besos y murmullos envueltos en saliva y en abrazos, en el revolotear de las palomas que memoria no tienen pero cantan como cantar Lucrecio pudo en otros cuya voz usurparon los que cantan el progreso y la ciencia y democracia, espacios donde crece la derrota. Será de noche cuando el día venga y en silencio tu nombre el mundo pueble, pero eso pasará cuando ni tú ni yo aquí estemos y decirnos todo resulte inútil pues ya nadie habrá que nos pronuncie y al decirnos vivan los nombres con que, Amor, nos recordaba la vida y sus misterios peregrinos. Ya no estaremos como una vez fuimos, todo afán será demudado verbo, vacío espejo sin reflejo alguno y todo aquel reproche y tanto amor un cacahuate habrá valido, o menos, y nada salvará a nuestros cuerpos del lento atardecer que olvido llaman, y yo maldeciré lo maldecir que tenga, mas no a ti, y que otros vivan lo que haya que vivir en nuestra ausencia y den su amor furtivo en nombre nuestro y amanezca otra guerra y otro amor en lechos sufragados por la ciencia, y quede de nosotros sólo tú, impredecible y holandesa flor poblando el alma y bautizando al mundo. No sé con qué lenguaje habré de amarte, pero al hacerlo al mundo doy verdad y consistencia, y rumbo de lucero, y un ritmo y resplandor que sólo es ojos y mirada y temblor de labios y de besos y su oscura geografía y esa secreta oscuridad del alba que en el cuerpo se oculta mientras brilla y todo es canto y soledad y un ir callando y renunciar y despedirse de quien nada comprende de palabras y de amor entrelazado con el Verbo y el espíritu que todo posee con sólo darle nombre, vida y sitio, reloj de la mirada ausente y ciega que viendo todo –comprendiendo nada–, ensimismado vive y se consume, y nada por decir quede en nosotros más que palabras que, diciendo, callen, y en otros labios nos recuerden vivos. Y si en calladas lágrimas te nombro y todo en mí se vuelve absorto canto

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es sólo porque al sol ya no le alcanza con salir día a día y bautizarte, y así es como lo nuevo, en ti, amanece, y a mí me toca hacer el inventario: me salen al encuentro cosas tuyas, y tus manos parientes me hacen señas como dulce mujer de pan y peces que todo lo renueva cuando calla, y cuando tanto dices con un beso que apenas caben noches en la alcoba que es semilla y memoria prometidas de todo lo futuro que hay en ti y en cada amanecer están los frutos que aguardan navegantes y viajeros que en cada despedida te recuerdan, te hacen vivir en mí y así te llevo. Con palabras prestadas también te amo, y todo lo que digo es esto: tendremos que morir para vivir de nuevo en otros labios y otros nombres, y darle otra tarde a cada tarde, y que alguien en ausencia nos recuerde sin importar ya lo vivido juntos, o en otra dimensión de la palabra, y todo quede por vivir y ser, y en versos respirar como la noche. Y tú sabrás que aquí respira un cuerpo y nombre para siempre: sólo el tuyo. 1 a 3 de octubre, 2013

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V. Die Fuge für drei oder weitere Stimmen Con el amor empieza lo divino, la ardua necesidad de lo difícil y todo lo que es beso y es promesa también es desventura y es destino, apenas es discurso ensimismado y una acumulación de lo innombrable un hálito que vuela y no reposa, naciendo como muerte en todo sueño y renaciendo en agua y en bautismo se vuelve ausencia y epidermis vivas, un eco de otros tiempos y de amantes, reflejo fiel de un mundo que se calla, de todo lo que nace y resplandece oculto en un silencio hecho de noches un mundo de palabras pronunciadas con anterioridad a todo lo nocturno por otros dichas y cumplidas hoy en un amanecer de filos rojos como el beso y la muerte impronunciables en la memoria hundidos y encallados.

En qué prado del sueño o de la muerte, de qué palabra surge lo que vive, en cuál insomnio desdichado nace todo eso que te acosa y te persigue el justo verbo en que todo es delirio y un derruir la vida y sus poderes un repetir los nombres olvidados para fundar de nuevo la memoria en noches de palomas incendiadas como los navegantes de los sueños que amanecen en templos desvaídos diciendo todo como nueva muerte como quien su destino pronunciase y al alba ya no hubiese un nuevo sol pero hay quien sabe y calla lo que sabe, como si no saber alguien quisiera y al instante se da y se revela y apenas basta un soplo entre las sombras y todo queda como manos mudas, como hace el fugitivo cuando piensa en un estremecido resplandor huyendo eternamente sin ser visto que sólo el ojo ciego y repentino por los pasillos de un recuerdo virgen detectar puede pero nombrar no, y condenado sólo calla y vive y sólo en esa muerte diminuta su recuerdo, y su nombre, permanece, y esa resurrección de los milagros como el sueño nocturno de otra noche se encuentra el precipicio de una vida entregada al vacío y su ilusión. De todo lo vivido y recordado, en medio de la noche y otra noche,

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como dos amapolas primordiales naciendo una de la otra, en silencio, ¿quién sabe qué palabras nombran todo y en su lugar un eco revestido como el alba engañando a la memoria nos habla de un estar y de un he sido sin que realmente nada permanezca? Algo que apenas Es, sin voluntad, pues ya que lo vivido es un derrumbe, inalcanzable templo y soledad, un algo que en el alma mora y muere y es un destino por un otro escrito, apenas una sombra y nada más, azogue de lo que uno nunca fue, recuerdo de alguien más que ya es olvido, imagen reflejada de otra imagen etéreo son tocado a contratiempo, anacrusas en fuga que se cruzan

y sólo espejo son de lo que vive, etéreo sol sonando a contratiempo, amotinada noche del recuerdo cantándonos en cada himno y canto como si olvido y noche fuesen Una, como quien canta la postrera noche y los siglos un parpadeo apenas, la rota melodía de condena de lo vivido, y no, en la memoria, y algo como un olvido amaneciera, un no sé qué que todo nombra y calla, como quien dijera su propia muerte un ir como sin rumbo ni destino en un dolor que canta y rebautiza un estar sin estar, sin haber sido, sueño y vigilia sin más vaticinio un parpadeo de paralelas noches, de un despertar en los brazos del sol y tal vez queden las manos desnudas como un silencio que todo lo agota enmudeciendo lo amado y cantado como si al alba sonase un clarín, un insomnio de besos cantarines, de eterna Sol tocada a contratiempo, etéreo son sonando a contratiempo de anacrusas en labios que se cruzan de mil voces que todo lo contengan y sólo espejo sean de lo vivido, y todo lo ennostalgien de palabras, un eco primordial no repetido de una batalla que apenas empieza, y cuyo nombre apenas se pronuncie de noches traspasadas por el verbo como condena de otra eternidad en donde todo es, menos promesa, por no entregar el verbo articulado entrega y mutación, no fantasía, para sembrar el día y su memoria decálogo del loco porvenir en acto fundador de un nuevo mundo;

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y todo quede en un furor de manos en una renovada apnea inmensa, en eso que es salud y enfermedad, que besándolo todo, ensinfonice el exilio de los que se aman y aman, y resplandezca el Verbo de esas lenguas y quede un marzo y un abril de besos en húmedos bautizos fantasmales que sean más que el mundo y sus septiembres, como los hierofantes de

anthesterion; por cada beso quede un nuevo mundo, la promesa de darle todo a todos y en cada boca un hálito que quede y en cada mano un pan multiplicado y si algo queda en tanto y tanto amor que sea la nueva espiga de Deméter, que sea un renovar viejas pavesas, y en un rariar de celebrantes ebrios y apenas sostenidos por amantes un lento resplandor de telesterios unidos, todo en Uno, como dos se funda el renacer con lo que muere y en cada respirar haya semilla y sea de nuevo lo que una vez hubo y un sumergirse tanto y renacer hasta que en verbo todo sea germen y lo inmortal se vuelva beso y sexo y alma viva de todo lo mortal; y en tanto que este tiempo es peregrino celebrando lo digno de memoria

en la penumbra nada quede fijo…después que nos dejaste nunca pace podría llegar y hacerse con el día en hartura el ganado ya, ni acude ese fluir que todo pueda albear el campo al labrador con mano llena, y hacer de los contrarios Uno, pues no hay bien que en mal no se convierta y mude,

y todo renacer será esa sombra, la mala hierba al trigo ahoga, y nace en unos dando y en otros cantando en lugar suyo la infelice avena, y en diálogos callados, germinar la tierra, que de buena –algo como de un sueño que es humano–gana nos producía y descubrirse, todo amaneciendo, flores con que solía como quien llama al día o a la flor, quitar en solo verlas mil enojos, sabiendo que algo queda, que en ausencia produce agora en cambio estos abrojos

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y todo un balbucear que nos condene ya de rigor de espinas intratable: y apenas en silencio se oiga el nombre: Yo hago con mis ojos su natural belleza reclamándola, crecer llorando el fruto miserable. Como al partir del Sol la sombra crece, no queden más aquí ecos canoros, y en cayendo su rayo se levanta, como una bendición de ausencia pura, la negra oscuridad que el mundo cubre, y agradecido quede y todo sea de do viene el temor que nos espanta igual que aquella noche vuelta día y la medrosa forma en que se ofrece el justo instante en que todo al fin es: aquello que la noche nos encubre, de sombra y de temor atormentado, hasta que muerte el tiempo determine. Xalapa, Veracruz 1 a 13 de noviembre, 2013

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Notas a los poemas Mahler El poema consta de 440 versos, estructurado en dos partes de 220 versos cada una. La afinación de la orquesta moderna la da el violín principal cuando afina al resto de la orquesta tocando la nota La, afinada a 440 herzios. Primera parte “Escuchaba La muerte y la doncella” apareció en El sueño del alquimista, Praxis, México, 1997. El poema reproduce línea a línea las cinco variaciones y el tema del segundo movimiento del Cuarteto para cuerdas del mismo nombre de Franz Schubert. Es ist nicht Zeit, daß es Zeit wird; tomado de Paul Celan, “Corona”, verso 17. Los poemas citados en cursivas al final de la primera parte corresponden a “Casas”, completo, y “Fumamos”, versos 4-7, de Lillian van den Broeck (Estado de anónimo, Nautilum, México, 1994). Segunda parte Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen, título del tercer movimiento de la Primera sinfonía de Gustav Mahler. El poema citado en alemán, “Enigma”, fue dedicado a Hans Werner Henze por Ingeborg Bachmann y se reproduce a continuación:

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Nichts mehr wird kommen. Frühling wird nicht mehr werden. Tausendjährige Kalender sagen es voraus. Aber auch Sommer und weiterhin, was so gute Namen wie “sommerlich” hat─ es wird nichts mehr kommen. Du sollst ja nicht weinen, sagt eine Musik. Sonst sagt niemand etwas. El poema citado, completo, en cursivas al final de la segunda parte, se titula “Contenido”, de Lillian van den Broeck (Me lleva el tren, Ediciones del ermitaño, México, 2013). Fragmente einer Lied von Liebe und Tod und Abschied En la parte final de la cuarta sección, “Die Fuge für drei oder weitere Stimmen”, se cita la Primera égloga de Garcilaso de la Vega, vv. 296-315 y 320-321

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Se terminó de imprimir en septiembre de 2015 en los talleres gráficos de Siete Cyan ubicados en Oriente 2, No. 70, Cd. Industrial Morelia, Michoacán, México La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura.



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