HOTEL DE LEPIDÓPTEROS de Joel Gaytán Bedolla

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Concurso de Ópera prima, Narrativa

Joel Gaytán Bedolla

Hotel de Lepidópteros




CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES Rafael Tovar y de Teresa Presidente Saúl Juárez Vega Secretario Cultural y Artístico Francisco Cornejo Rodríguez Secretario Ejecutivo Ricardo Cayuela Gally Director General de Publicaciones GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO Salvador Jara Guerrero Gobernador de Michoacán Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Paula Cristina Silva Torres Secretaria Técnica María Catalina Patricia Díaz Vega Delegada Administrativa Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural Argelia Martínez Gutiérrez Directora de Vinculación e Integración Cultural Eréndira Herrejón Rentería Directora de Formación y Educación Jaime Bravo Déctor Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural Héctor García Moreno Director de Patrimonio, Protección y Conservación de Monumentos y Sitios Históricos Miguel Salmon Del Real Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán Bismarck Izquierdo Rodríguez Secretario Particular Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura


Joel Gaytán Bedolla

Hotel de Lepidópteros

Gobierno del Estado de Michoacán Secretaría de Cultura Consejo Nacional para la Cultura y las Artes


Hotel de Lepidópteros Primera edición, 2014 dr

© Joel Gaytán Bedolla

dr

© Secretaría de Cultura de Michoacán

Colección Premios Michoacán de Literatura 2014 Categoría Ópera Prima Cuento Jurados: Eduardo Aguirre, Daniel Wences y Abdías Martínez Coordinación editorial: Héctor Borges Palacios Diseño de Colección: Jorge Arriola Padilla Revisión de textos: Elena Medina Pineda Ramón Lara Gómez Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00 www.cultura.michoacan.gob.mx ISBN Volumen: 978-607-8201-87-7 ISBN Colección: 978-607-8201-85-3 Impreso y hecho en México


Índice Presentación

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Breve y triste historia

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Posdata

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Condensación

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Nupcias

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Epílogo

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ZZZZZZZ

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El desfile

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Un problema de caballeros

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Huésped

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En la fuente

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Vértigo

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El cronista de “Radio 67”

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Pérdidas ridículas

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Hotel de lepidópteros

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Las dificultades de ser cuentista

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Para escribir

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Contra las fuentes

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Palindrótopos

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Autoconocimiento

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Crónica de un lunes por la tarde

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Declaración de un día perdido

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Mecánica laboral

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Presentación La creación literaria le ofrece al autor la milagrosa oportunidad de convertirse en un ente creador, propositivo y reactivo, que va plasmando en cada palabra un pedazo de alma, un soplo de vida que regala su lector para que éste a su vez encuentre en ella algo que le permita esparcir esa magia que sólo la vida literaria puede engendrar en el que lee y establecer un vínculo indisoluble y perenne al tiempo y al espacio. Joel Gaytán Bedolla en este Hotel de Lepidópteros nos lleva por distintas realidades, cada una con un toque de sensibilidad y profundidad incomparable. Nos narra breves y fantásticas historias, “pedazos de todas sus ideas unidas con hilo y aguja dando como como resultado” una mágica serie de acontecimientos: Primero: “Condensación: Dos gotas de agua se miran mientras caen precipitadamente al vacío…” 9


Segundo: “Las dificultades de ser cuentista: Un cuentista se percata de que todo lo existente es motivo para escribir…” Tercero: “Pérdidas ridículas: Un hombre perdió su sombra. Como siempre dejaban su ventana abierta…” Cuarto: “Para escribir: El silencio es el mejor momento para escribir…” Quinto: “Contra las fuentes: ¡Me declaro en contra de la creencia de que el amor se mide por las lágrimas…!” Sexto: “Autoconocimiento: Extraño que alguien se reconozca en un espejo sin antes ser presentado a sí mismo…” Séptimo: “Declaración de un día perdido: Nunca escribí la carta que ella no leyó. Y finalmente… “Posdata 1: No se me ocurre nada. Favor de arrancar la hoja y arrojar el cuento por la ventana.” “Posdata 2: Si no conoces el amor, observa con detenimiento una mariposa por la mañana antes de ir al trabajo.”

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Pedimos encarecidamente hacer caso omiso a la Posdata 1…, a la Posdata dos en cambio, favor de practicarla diariamente. Esperamos disfruten este Premio de Ópera Prima de Narrativa de los Premios Michoacán de Literatura 2014. Héctor Borges Palacios

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Para Margarita: Por todas aquellas tardes en la casa del caracol.



Breve y triste historia Una niĂąa llora porque se le ha volado su globo, lo ve alejarse: una mancha gris con una larga trompa. Su madre le dice: -No llores mi amor, te comprarĂŠ otro. Llegando a la casa, la niĂąa lleva un nuevo globo con forma de camello. Se sorprende de ver a su viejo amigo esperĂĄndola en la puerta, de vuelta de su viaje. El camello y el elefante se miran. El elefante llora al ver que ha sido remplazado.

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Posdata E‌

Posdata: No se me ocurre nada. Favor de arrancar la hoja y arrojar el cuento por la ventana. 16


Condensaci贸n Dos gotas de agua se miran mientras caen precipitadamente al vac铆o. No tiene manos para acariciarse, ni boca para decir que se aman. Simplemente se miran, esperando su destino en forma de lluvia.

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Nupcias La novia te mira a los ojos. El cabello se le escurre debajo del velo. Toma aire y dice: -No. Camina por la nave central y se va de la iglesia ante la sorpresa de todos. La miras mientras la brisa de la tarde le arranca el velo al salir.

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Epílogo Cenicienta regresa triste a su casa, triste por la zapatilla que ha perdido, por sus hermanastras, por el estúpido príncipe que no se atreve a desnudarla en la carrosa. Cenicienta dejó de creer en hadas madrinas, escapó de casa y se fue al bosque. Escuchó al lobo entre los árboles, detrás de ella, dentro de ella… Siete enanos lloran, se lamentan. -“Es una desgracia, una terrible desgracia”. Salen del bosque, inconsolables, dejándolos sobre el pasto húmedo.

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ZZZZ

ZZZ

Éste es un cuento para antes de dormir, no ponga esa cara, no me burlo.(Bostezo). No puedo escribir cosas interesantes a esta hora de la noche. Además se está tan cómodo aquí. (Bostezo más largo). La verdad se me acabaron las ideas, mis ojos… (Bostezo largo que abarca todo el relato).

*Nota del autor. Si pensó encontrar algo interesante mientras espera la hora de comer, para leer en el baño o acortar el viaje en la combi, cierre los ojos y duerma un poco, el autor promete lo encontrará en el viaje onírico y entonces podrá saber cómo termina o siquiera como inicia este relato. O si le satisface más golpéelo en el rostro o dispárele, obviamente debe encontrar un arma en alguna parte, y prosiga con su sueño de la forma acostumbrada. 20


El desfile Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. No aparecía aunque estaba seguro de haberlo guardado dentro del florero, pero en cuanto revisó ¡puf! desapareció. La marioneta caminó sobre el desastre que era su habitación, abrió la ventana y observó a la modelo que anunciaba la nueva marca de zapatos en el espectacular de enfrente. Su mirada cayó por el edificio hasta la parada del autobús donde una hora antes lo había visto. La gente se arremolinaba formando una pared de la que sólo sobresalían los altos gorros de la banda y claro: la cabeza del elefante. La marioneta se coló entre el bosque de piernas cuidando que sus hilos no se enredaran con nadie. Llegó al filo de la acera, apenas medía más de veinte centímetros: corría el riesgo de ser aplastada así que se subió a un semáforo para mantenerse a salvo y ver mejor. 21


El desfile de manchas rojas y doradas se extendía más allá de doce cuadras. El ruido de las trompetas, tambores y platillos rebotaba por los muros hasta perderse por alguna de las ventanas abiertas: palcos para el público observador. El elefante apareció acompañado de los gritos de los niños. La marioneta lo veía también, cuando reparó en la trompa que se alzó entre la multitud con un calcetín rojo en la punta. Casi se cae de la impresión ¡¿Cómo era posible, su calcetín?! No podía ser otro, hasta tenía las letras verdes que le había bordado para identificarlo. Caminó sobre las cabezas para alcanzar una ventana, atravesó un cuarto vacío y se dirigió al pequeño elevador de servicio. Al llegar a su habitación buscó el calcetín en el florero: no estaba. Mirando por la ventana, vio alejarse a la banda hasta que se perdió. 22


Un problema de caballeros Empezó en la Plaza Mayor. Estaba a dos calles y sólo pensaba en encontrar a mamá, con todo este tumulto ella no sabría a dónde ir, además, no teníamos tijeras y eso era lo primordial. Los de corbata larga se escondían en el resquicio de las puertas, bajo los puestos de revistas o en la desesperación para pasar inadvertidos. Alguien gritó que los estaban colgando en el árbol de los espejos, donde los niños amarraban placas de metal para reflejar la luz del sol. Los de corbata larga corrían a ocultarse en la seguridad engañosa de las sombras o debajo de las mesas. Los de corbata corta dieron el golpe de estado, nadie sabía qué hacer. Me enteré mientras corría por la calle “Revolución”, una viejita vendía quesadillas, me preguntó si no quería comprar una, señalaba a los de corbata corta que venían inundando las calles, y seguía sin encontrar unas malditas tijeras. 23


Yo que era de corbata larga, por cierto azul turquesa, me la doblé para disimular por si me veían. Caminé por la avenida principal, donde un mar de gente con una oleada de agresividad se estrellaba contra los muros. Muéstrame tu corbata. ¡Muéstrame tu corbata! ¡MUÉSTRAME TU CORBATA! Se volvieron unánimes ladrando y escupiendo frases que golpeaban la cara. No me vieron, o no me hicieron caso, y eso que no había encontrado tijeras. El carro donde vendían billetes de lotería estaba volcado, y por más prisa que tuviera no podía dejar de revisar si mi boleto era el premiado. Observé la papeleta ¡123456789 el boleto ganador! qué gusto le dará a mamá cuando lo vea. Estaba al otro lado de la calle con su bolso rojo, no la hubiera visto si no lo llevara: un regalo de cumpleaños; ella no me veía, oculto tras los automóviles y las fuentes, no fuera que me agarraran, aunque me había doblado la corbata 24


para disimular, uno nunca sabe. Pensé en gritarle pero seguramente no me escucharía entre tanta algarabía. Me puse un sombrero, vi los cuerpos colgados de la corbata allá en el árbol, acariciado por el viento, como si no le doliera ser cementerio, largas lenguas de madera, ataúdes que la brisa dirigía en su sinfonía. -Mamá, por qué no me haces caso, debemos irnos. -Ya voy, hijo, ya voy. Mi madre se quedó observando la estatua adornada de palomas y una corbata larga, al grito de un loco que bramaba ¡muerte a los corbatas cortas!, un estallido y el hombre ya estaba en el suelo. Estaba feliz, le decía a mi madre que con lo de la lotería podríamos comprar unas tijeras para recortarnos la corbata.

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Huésped (En silencio, casi un susurro) Hace rato que se quedó ahí en la esquina, sentado y con la cabeza contra la pared como si durmiera. No le creo, mantengo los ojos abiertos pero me los cubro ligeramente con la cobija para disimular. Hablo en silencio, he leído que tienen un muy buen oído, de hecho no hablo: escribo (debo de cuidar que la pluma no hable demasiado al rasgar el papel) por si algún día encuentras mi diario te enteres de lo que sucede por las noches. Se dice que permanecen en vela y te miran bajo los párpados. Pero contrario a lo que pensaba, su olor no es putrefacto, sino más bien nostalgia quemada. Llega cuando mamá sale del cuarto después de darme las buenas noches y plantarme un beso en la frente. No sé bien de dónde ni en qué momento, pero ya lo tengo frente a mí. Nunca habla y no me he atrevido a dirigirle palabra. No sé cómo es su voz. 26


Sólo se queda ahí, donde ahora, fingiendo que duerme como todas las noches desde hace cuatro semanas. La única vez que faltó mandó a alguien más en su lugar, era parecido a él, todos son iguales. Me daba un aire conocido. Esta noche lo siento triste, no sé de qué manera pero lo adivino. No necesita hablar para hacerme entender lo que pasa, como si fuera un sueño, sé que lo es pero no es el mío, sino el suyo. Se levanta y se acerca a mí… Me pregunta qué escribo, se mete en las cobijas y me da las buenas noches. Cierro los ojos, aliviado por tener el rincón vacío al fin.

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En la fuente El sol de mediodía brilla sobre la piel húmeda de Helena; las escamas de su cola se entrevén bajo la superficie acuática como diamantes. Llenas de vida centellean con cada movimiento; el viento acaricia sus cabellos de ébano. El agua refleja las esmeraldas de sus ojos. La gente pasa y la mira un momento, pero nada más; nadie se acerca a hablar con ella, ni le dedica versos románticos o le regala una flor. Sólo cuando canta se detienen a escucharla. Una gran multitud llena de pronto el parque y por un momento se siente querida, apreciada, importante. Los enamorados suspiran al oírla, hasta las aves cesan su canto y lloran con tan dulces notas que vuelan ligeras con el viento, hasta posarse en el corazón de algún poeta enamorado. Cuando su canto termina la muchedumbre se dispersa y se queda sola otra vez. 28


Los pĂĄjaros que beben agua de la fuente, se posan sobre sus cabellos y le cantan al oĂ­do.

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Vértigo Un día lluvioso un hombre se dirige como de costumbre al trabajo. Al salir de su casa la lluvia se corta y las nubes se van. Espera en una esquina la llegada del colectivo cuando se le cae una moneda del bolsillo derecho (el cual tiene un orificio por el que se le pierden las monedas y el hombre siempre lo olvida). Al agacharse se da cuenta que hay un charco de agua donde se refleja el azul del cielo, siente vértigo de caer en el abismo azul. Regresa a su casa presa del pánico, sube al baño, se lava la cara y se mira en el espejo, se da cuenta de que hay alguien más del otro lado, teme tocar el cristal y caer; también le da miedo el hombre de corbata roja, recién afeitado y de camisa nueva que lo mira a los ojos. Cubre con cartón todos los espejos y los objetos reflejantes de la casa, sustituye los cubiertos de metal por otros de madera, destruye todos los cristales, por lo que necesita comprar cobijas: le es 30


imposible cerrar las ventanas para evitar la brisa nocturna ya que las rompió todas. Al ser despedido de la oficina sus amigos se preocupan y tras visitarlo se enteran de su situación. Después de una larga charla lo animan a saltar en un charco de agua formado por una lluvia ligera, insistente desde temprano. Accede sólo después de que ellos salten primero. Se acerca al filo de la banqueta, da el paso y cae precipitadamente al vacío atravesando el reflejo del agua ante la sorpresa de sus compañeros. Se preguntan quién se hará cargo del gato de su amigo ahora que se ha ido.

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El cronista de “Radio 67” Armando caminaba por la calle principal rumbo a su trabajo. Había conseguido el puesto de locutor en el noticiero de las dos en “Radio 67” (al parecer el último había renunciado después de un ataque al corazón). Emocionado, iba con su mejor traje. Su oficina estaba en un cuarto de mantenimiento debido a la remodelación del edificio. Le importaba poco, es más, le divertía que sus compañeros fueran la escoba y el trapeador. Daría a conocer asuntos de: política, economía, ciencia y cultura. Después, haría algunas llamadas para preparar las entrevistas de los siguientes programas y por último su informe. Saldría del trabajo como a eso de las seis de la tarde. A las seis treinta estaría tomando una taza de café con su amiga Laura en Los portales, y así hubiera sido de no ser porque murió antes de llegar a su trabajo.

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Armando García Villegas caminaba por la calle principal rumbo a su trabajo, cuando un piano calló del quinto piso de un edificio y lo aplastó. Fue una muerte extraña, pero más raro fue lo que sucedió después. El director de “Radio 67”, un hombre gordo y con bigote, que usaba corbatas de colores llamativos, convocó a una junta para elegir al que daría ahora el noticiero de las dos. A media reunión se abrió la puerta y entró Armando completamente desnudo. Dijo que no había necesidad de que lo remplazaran porque él no tenía inconveniente en salir de su tumba y presentarse a trabajar. El director no se pudo oponer, pues todo lo que decía le pareció completamente lógico. Armando sólo pidió ropa prestada porque al enterrarlo alguien se la había robado. Así que de lunes a viernes Armando sale del cementerio, camina hasta su trabajo, pero no pasa por la calle donde el piano lo aplastó, porque la señora del café de enfrente se burla de él. 33


Pérdidas ridículas Un hombre perdió su sombra. Como siempre dejaba la ventana abierta, salió sin hacer ruido ni dejar siquiera una carta de despedida. El hombre dibujó una nueva con plumón permanente para evitar se borrara, y le puso candado para evitar repetir su mala suerte. Una sombra perdió su hombre, éste dejó la ventana abierta y ella aprovechó para dar una vuelta a la manzana, cuando regresó encontró una nueva en su lugar; salió corriendo de la casa dando un portazo: lloró toda la noche en una banca del parque. La mañana siguiente, puso un anuncio en el periódico solicitando personas sin sombra, como no tuvo éxito decidió darse un tiro. A su funeral asistieron las demás sombras sin dueño. Habría tenido que escribir otro final si nuestra protagonista hubiera sabido que no era la única sombra en el mundo. 34


Hotel de lepidópteros Enamorarse es una jaula de mariposas con nariz. Revolotean alegres entre los pulmones y el corazón, no en el estómago como todos piensan equivocadamente. Las mariposas de esta clase se distinguen por tener una gran nariz, que vendría siendo de tamaño normal para una persona ¡pero no para una mariposa! Más, si es una nariz grande y horrible, larga y puntiaguda. Si la nariz les pesa demasiado se cansan de volar y se quedan sin aliento; cuando les falta aire se arremolinan en los pulmones y el esófago, a veces hasta en la garganta para robarte el aire que respiras. Especialmente en este sitio les gusta hacer nudos y jugar con las palabras que uno quiere decir, prefieren las invitaciones a salir, las declaraciones amorosas, los “te quiero”, “me gustas” y “te amo”. Con su larga espiritrompa las apresan y les hacen cosquillas hasta que se 35


marchitan, luego las entierran en el corazón, y como no tiene mucho sentido dedicar palabras de despedida a las palabras muertas, las mariposas se alejan felices. Suben hasta la cabeza y duermen detrás de los ojos Les gusta también acomodarse en la parte del cerebro donde se guardan los recuerdos, en el armario de ese patio trasero por supuesto; aunque no se ha descubierto por qué están ahí y no en el cuarto donde se guardan los recuerdos que no se reviven tan a menudo (debería ser objeto de investigación). Tienen predilección por oler las flores de las remembranzas amorosas, por eso nos hacen llorar sin que nos demos cuenta. No se sabe mucho sobre las mariposas con nariz, nunca se ha visto una, pero la comunidad científica no duda de su existencia. Si algún día tienes síntomas de enamoramiento es seguro que pescaste en algún lado una nariz con alas.

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Posdata: Si no conoces el amor, observa con detenimiento una mariposa por la ma単ana antes de ir al trabajo.

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Las dificultades de ser cuentista Un cuentista se percata de que todo lo existente es motivo para escribir. Ante tal descubrimiento, decide cambiar la pecera donde guarda las ideas por una mucho más grande, tanto, que apenas quepa en el jardín de la casa. Pero como las ideas son todas muy celosas y algunas demasiado salvajes es inevitable la pelea: las ridículas contra las inteligentes y las aburridas contra las desordenadas, salpicando agua por todo el patio. Cuando el cuentista quiere sacar alguna, las demás se lanzan sobre ella y la devoran sin piedad. Esto se repite hasta que sólo queda una idea en la pecera, y al no saber qué hacer se devora a sí misma. El cuentista toma los pedazos de todas las ideas y los une con hilo y aguja, dando como resultado una historia sin pies ni cabeza, sin principio ni fin: sólo las entrañas de cuentos absurdos completamente lógicos y surrealistas. 38


Al publicar su único cuento lo juzgaron de loco y lo metieron al manicomio para poetas. El cuentista se aflige mucho, pero le conforta ver el jardín lleno de mariposas desde la ventana de su nueva habitación.

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Para escribir El silencio es el mejor momento para escribir. Una vez que se ha encontrado llega como consecuencia inevitable, el impulso creativo de plasmar ideas en cualquier lado; ya sea en las servilletas que ofrecen los restaurantes a sus comensales, con diseños muy variados a decir verdad, o en una libreta debidamente forrada, con numeración del uno al cien y un candado grande en la pasta delantera para no dejar escapar las ideas. Una vez que llegue el impulso, asegúrese de correr por la sala hasta alcanzar la puerta y cerrar con llave (repita esto con todas las puertas de su domicilio), para evitar que el ruido entre y riña con el silencio, (es la principal causa de muerte entre las ideas) y nos mate el cuento que se quiere contar. Si usted desea escribir poemas no siga estas instrucciones, el resultado sería catastrófico. En caso 40


de que la puerta no tenga seguro es necesario hacer una barricada con los muebles de la sala con el fin de no estropear el trabajo hasta ahora tan bien hecho. En cuanto a las ventanas, es suficiente cerrar las cortinas para mantener el silencio, de no contar con las mencionadas, será necesario cubrir con un gran vestido de novia cuidando no haya ninguna en la casa que pueda quitarlo, y preguntar por qué diablos se utilizó de esa manera el vestido de su madre o su abuela. Una vez que se ha conseguido el espacio adecuado, escríbase de un solo jalón y sin piedad, arránquese de la cabeza con ayuda de esa herramienta diseñada para deslizarse tan fácilmente entre sus falanges, y cuya forma va desde un cilindro alargado hasta prismas rectangulares o hexagonales igualmente alargados, acabados en una punta que se desgasta con cada idea plasmada en el papel. Sin esta herramienta llamada vulgarmente lápiz le será imposible acabar su tarea. 41


Una vez extraído el cuento de su cráneo, dele unas palmaditas en las nalgas para que respire y comience a llorar mientras lo tiene agarrado por un pie. Para este momento que el ruido ha irrumpido en la sala y el silencio se ha roto, debe tomar los pedazos y pegarlos con cinta adhesiva, suelte la cadena, abra la puerta y acaricie su cabeza con cariño, acto seguido deséele buen viaje. Si es su primera vez realice una fiesta por ser madre o padre primerizo, llame a todos sus amigos e invítelos a tomar un trago mientras su cuento duerme en la habitación contigua, con ese mameluco verde que le compró en una tienda departamental.

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Contra las fuentes ¡Me declaro en contra de la creencia de que el amor se mide por lágrimas! Se mide en los puntos de las heridas del corazón; el llanto es inapropiado y hasta cierto punto, falso. Cualquiera puede llorar, no hace falta más que recordar la crisis de los pájaros azules en el archipiélago o las pesadillas de los elefantes sordos; entonces las lágrimas brotan sin dificultad en cuestión de segundos, bañan las mejillas y provocan el flujo de elementos nasales llamados mocos. Si le sumamos la voz cortada con tijeras sin filo, nos encontramos con una estrella de telenovela y hay que cuidarse de su brillo artificial, puede dañar seriamente los ojos. Estas lágrimas no son del todo falsas, pero para los expertos en la materia tampoco son verídicas. Por esto me declaro en contra de cualquier práctica automatizada para medir el amor.

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En cambio, la lectura de puntos en las heridas del corazón es un medio cien por ciento acertado para aquellos que deseen medir la cantidad de material poético presente en ellos. Tan sólo basta salir a la calle y preguntar a los pájaros la dirección del medidor más cercano, en algunos casos puede ser automático como los dispensadores de dulces en los centros comerciales, o si no, puede buscar un lector de puntos humano (aunque la mayoría de la gente piensa que los automáticos son más certeros, ésta es una idea errónea). Debe tener aspecto de vagabundo, con el cabello y la barba crecidos. En el primer caso no hay más que introducir una moneda de un peso en la ranura y girar la manecilla escuchando la maquinaria del dispensador trabajando como reloj ¡tic tac clac clac clac clac!, extender la mano y abrir la compuerta para sacar el premio.

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Palindrótopos Los palindrótopos se esconden en la lavadora. A mamá no le gusta que se metan, cuesta mucho trabajo sacarlos. Me gusta ver su trompa haciendo burbujas de jabón y al gato saltando para reventarlas. Ver el agua escurrir de su pelo y que al sacudirse me dejen empapado. A mamá no le gusta que me divierta con ellos a menos que sea fin de semana, cuando no tengo que ir a la escuela, los palindrótopos se la pasan jugando hasta muy tarde. Durante el día casi todos están dormidos, a menos que sea número par del mes, entonces revolotean desde temprano. En días festivos tan sólo danzan en el jardín. Les gusta meterse a los armarios y espantar a quien busque dentro ropa o zapatos. Disfrutan revolcándose en el hollín de la chimenea y formar figuras con las cenizas (tal vez por eso se esconden en la lavadora: una forma particular de bañarse). 45


Me gusta subir a su lomo y jugar a los vaqueros, sólo debo tener cuidado con las astas, aunque ahora eso no es problema porque apenas les están saliendo, en unos meses acabarán de crecer y ya no podré jugar más, por lo menos hasta que vuelvan a mudar. A mamá no le gusta que duerman la siesta en el jardín porque se comen sus plantas cuando tienen dolor de estómago, me gusta escuchar su panza: hace ruidos como si tuviera gatos ahí dentro. No les gusta vestirse muy formales, prefieren los sombreros grandes, llenos de flores y los zapatos de payaso, repudian el blanco y negro de pingüinos, monjas, mimos y películas antiguas. No nos gusta llevarlos a los velorios porque sufren ataques de risa, ¡literalmente! Uno de ellos casi muere en el entierro del pez dorado de mi amigo Christopher; le dio el ataque y lo llevamos al hospital para que no se nos muriera, duró inconsciente un día, no le pasó nada más. 46


Tampoco nos gusta llevarlos a los cumpleaños de mis compañeros del colegio porque se ponen a llorar a mares. ¡¿Qué le vamos a hacer?! Mamá dice que no existen, le digo que no es verdad y la llevo al jardín para que los vea comerse sus plantas. Ella se queda mirándolos en silencio y yo la abrazo. Es muy olvidadiza. Cuando llegaron a la casa espantaron al monstruo que vivía debajo de mi cama. No me caía muy bien, le decía todas las noches: -Cántame una canción -y él sólo gruñía: “gra, grre, grrri”. -Con eso nunca podré dormir, una canción por favor señor monstruo - y él seguía con sus gruñidos: “grrre, grrrri, grrrrro grrrrrrruuuuu”. A los palindrótopos les gusta bailar tango con la luna mientras los gatos cantan en la noche. No me gusta verlos comer. Con sus grandes y afilados dientes podrían 47


devorarme de un bocado. Un amigo me dijo que se alimentaban de tus sueños, la verdad no le creo: nunca se han comido los míos y supongo que deben ser muy buenos, me los comería si pudiera. Mamá dice que no existen. -“Quién sabe, a lo mejor”- le respondo. Hay burbujas de jabón por todos lados. ¿Estarán jugando en la lavadora?

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Autoconocimiento Extraño que alguien se reconozca en un espejo sin antes ser presentado a sí mismo. Por lo menos creo que la mayoría de las personas nunca han tenido el gusto de conocerse y viven con esa tremenda falta de cortesía durante toda su vida. Un espejo sirve para ver si el nudo de la corbata está bien alineado, revisarse el peinado; en el caso de las mujeres el tiempo que pasan frente al espejo se convierte en un ritual llevado a cabo todos los días: el maquillaje, el cabello, la selección del vestido más apropiado y un guiño al final para despedirse. Una mañana decidí terminar con esta incertidumbre. Conocer al que vive del otro lado y presentarme con toda formalidad a mí mismo. -Buenos días caballero, si me permite presentarme, soy don Fulano de Tal, hijo de don Zutano de Tal, es un gusto por fin conocernos. 49


-El gusto es mío -respondió mi reflejono siempre se tiene el placer de conversar con uno mismo de esta manera. -Estoy de acuerdo, ¿le gustaría tomar una taza de café? -Temo no poder en este momento, debo ir a la oficina, pero ¿le parece bien que pase por la noche? -Me parece bien, hasta entonces. Pasa el día como todos los demás: una interminable cadena de casualidades y costumbres: tráfico, guerra de bocinas, llegar cinco minutos tarde y encontrarse al jefe en el ascensor con esa ridícula corbata amarilla (seguramente la compró por algún personaje de una película con muy mal gusto para las corbatas); las cuentas que parecen interminables en una montaña de papeles sueltos y volantes, hay que pasar los reportes a la oficina correspondiente (¿dónde está el idiota de Suárez que se cree el jefe por traer la misma corbata y un auto nuevo que presume cada mañana haciendo sonar la bocina?). 50


-No es aquí señorita, es la puerta de la derecha por el pasillo de enfrente. Qué linda blusa traía esa joven, dejaba al descubierto parte de su busto, trataba de concentrarme en sus ojos, olía a frutas. Suertudo el del departamento dos, estúpido Suárez del departamento dos. El sol me lastima a esta hora, he pedido cambien las persianas pero al jefe no le parece importante la comodidad de sus empleados. Salgo temprano por ser viernes, no debo horas extras, es mi cumpleaños y me regalo una tarde libre. Me despido, Laura es la única que me felicita, le pregunto por sus hijos y todas aquellas cosas que se hacen por cortesía. En el elevador me encuentro a la mujer de perfume de frutas, la miro de reojo en el reflejo de los diez botones del ascensor, su falda gris deja ver sus piernas morenas y torneadas, le pregunto si encontró lo que buscaba. Debe de ir la planta baja porque ya pasamos el tercero y el segundo piso, donde se baja la gente que aún no se va 51


del edificio, ella asiente y yo veo su cabello negro, ondulado. Debe tener entre veintinueve y treinta y cinco años, no lleva anillo y me pregunto si debería invitarla a cenar. Abro la puerta de mi Ford 97, ella sube, no decimos nada en el trayecto a casa, escuchamos en la radio a los Beatles y a los Rolling Stones parece gustarle, es una complicidad sin palabras, ambos nos movemos en la quietud y disfrutamos la seducción. Al bajar la cubro con mi abrigo; comenzó a llover hace tres canciones. -Me gustan los días lluviosos como hoy. -A mí también -respondo. Subimos las escaleras, mi mano rosa la suya en el picaporte. Desabotona el primer botón de su blusa alegando el calor, le diría que es por la calefacción pero me quedo en silencio. Trato de no mirarla, le ofrezco una copa de vino.

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Su nombre es Brenda, vive sola con su gato, aunque no le gustan, fue regalo de una amiga y cómo rechazar un regalo, prefiere cenar sola pero conmigo hizo una excepción, desabrocha el segundo botón de la blusa, la miro en silencio, me acerco al reproductor y pongo a Frank Sinatra, ella dice que está bien, suavizo mi mirada para no hacerla sentir incómoda, no me mira, le ofrezco otra copa de vino, le preguntaría si quiere bailar pero me parece muy ridículo, no sé… por algo aceptó venir a cenar, ella dice saber lo que estoy pensando, -Me encantaría bailar -le gustan esas cosas que parecen ridículas a otra hora del día, pero en la noche la metamorfosis de las circunstancias nos obliga a mirar con otros ojos, desabotonar la blusa un poco más. Me toma de la mano y pide me olvide del miedo, no sé por qué debería tenerlo si es mi casa. La tomo de la cintura, sus labios rojos tienen aún unas gotas de vino y yo quiero beberlas, Sinatra me dice que es el momento adecuado. 53


Alguien toca la puerta. Disgustado atravieso el recibidor y abro. Me sorprendo a mí mismo en el umbral. -Disculpe la tardanza el tráfico era terrible. Me hago pasar a mí mismo mientras la mujer del perfume de frutas me espera en la cocina, pienso “soy terriblemente inoportuno”.

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Crónica de un lunes por la tarde Caminaba al descubrir aquella pared. Se paró en seco, como si hubiera recordado algo sumamente importante. Permaneció inmóvil, con la mirada fija en un punto preciso. El portafolios cayó al suelo con ruido sordo, el aire le voló el sombrero. La gente pasaba a su lado presurosa. Risas; la máquina de café dentro del restaurante; la cuchara revolviendo el azúcar; pasos de meseros entrando y saliendo; llaves que caen del bolso de una señora; automóviles en la calle; conductores furibundos sonando cláxones; vendedores en la acera de enfrente; monedas viajando de una mano a otra; el silbato del policía…; puertas cerrándose; el viento llevándose hojas de un periódico olvidado. Todo formaba parte de la vida cotidiana en la ciudad.

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Una joven de ojos alegres atrapó el sombrero y se acercó. -Disculpe señor - dijo al hombre de traje gris y mirada perdida -se le ha caído el sombrero. El extraño personaje parecía no darse cuenta de su presencia. -¡Señor! -intentó de nuevo- su som… No pudo terminar la frase. Sorprendida y con los ojos abiertos de par en par, se percató de aquel punto de la pared y se perdió. Las personas se acercarían con curiosidad. Saldrían de restaurantes, los conductores bajarían de sus autos dejándolos a media calle, un campesino dejaría sus vacas en el camión (ellas se despedirían llorando), (en ambulancias y patrullas) llegarían policías y bomberos.Un atropellado bajaría de la camilla con la cabeza al revés y los brazos donde debería tener las piernas a preguntar por qué tanto escándalo. Las palomas de la plaza se posarían sobre las cabezas de la multitud para ver mejor. 56


Habría prostitutas vestidas de muñecas, borrachos con vómito en el pantalón, elefantes con princesas africanas en su lomo, jirafas, leones que devorarían a los que no les permitieran ver. Llegaría una pareja gay con el cierre roto, la estatua de Cervantes escapada de la biblioteca, los fantasmas de una casa abandonada junto al bosque, árboles que arrastrarían raíces por la calle serían multados por ensuciar la ciudad con los huevos que caerían de sus ramas, las mujeres abandonarían a sus hijos; los niños a sus osos de peluche para bajar de su carriola y unirse a la multitud. Todos observarían aquel punto fijo en la pared, como una llamada imperiosa que desajustaría su cotidianidad. En los periódicos el titular diría: “Nombran patrimonio de la humanidad a una pared” En el radio: “Más famosa que la muralla China o el muro de Berlín”, “Exigen inicie proceso de santificación”. 57


El turismo aumentaría de manera increíble, millones de personas de todo el mundo acudirían en peregrinación a ver el famoso muro. Los negocios se convertirían en hoteles, baños y puestos de comida rápida, para satisfacer las necesidades de los turistas. El gobierno invertiría el presupuesto nacional para aprovechar de la mejor manera el espacio, porque las personas ya no cabrían. Se mandarían construir casas y edificios subterráneos. “Los japoneses se expandieron hacia el cielo, nosotros miramos hacia abajo, así no nos molestará el sol” La gente se acostumbraría al nuevo estilo de vida. Lo que alarmaría a la sociedad serían las amenazas de guerra por parte de los demás países exigiendo se entregara la pared. Como habría tantos países esperando con sus armas listas se organizaría una asamblea donde sortearían el derecho de invasión. Los militares avanzarían abriéndose paso entre la multitud. De un convoy ba58


jaría el general Arcabuz, avanzaría firme, con mirada de hierro. La barba le cubriría la cara y parte del cuello, uniforme café, con aires de arrogancia, la camisola manchada por los besos que le habría comprado a una francesa de ojos azules en el hotel Barcelona. En la habitación 334 quedarían huellas de una batalla campal, una botella de vino sobre la cama. En un arrebato de amor juvenil pintarían en las paredes blancas sus nombres encerrados en un corazón de lápiz labial barato. No sabría siquiera su nombre, pero en cuanto su mirada se cruzará no podría resistir el deseo. Aquellos ojos místicos le robarían el alma. El general llegaría hasta el frente de la multitud, los militares abrirían paso. Se perdería en aquel punto de la pared. En un segundo todo se apagaría, no habría nadie a su alrededor, sólo vería imágenes pasando a gran velocidad: una botella de vino; su hermano recibiendo un abrazo de mamá mientras a él lo castigaban bajo 59


la lluvia; sábanas blancas; una ciudad… Todo giraría muy aprisa, perdería el conocimiento… -Señor -dijo la joven de ojos alegressu sombrero se ha caído. Volvió en sí de golpe… -Oh, gracias niña. Tomó su sombrero y caminó por la calle hacia el hotel. El general buscaría aquellos ojos azules que le abrían robado el alma.

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Declaración de un día perdido. Nunca escribí la carta que ella no leyó. No tomé la pluma de ganso que uso habitualmente para redactar cartas de desamor, ni incliné un poco la letra apoyándome en la mesa de la sala; no se me derramó el café en la alfombra ni salí diez minutos más tarde de lo habitual dejando la llave del gas abierta. No bajé por la escalera saludando a la vecina que por supuesto no usaba un abrigo marrón y tampoco llevaba consigo a su perro “Gato” que no meneaba la cola ni me ladraba como todos los días. No salí a la calle ni esperé quince minutos para tomar el autobús de siempre porque no voy a correos. No dije buenos días al pagar el pasaje y el conductor distraído no lo tiró al suelo. No me senté en el último lugar del lado de la ventanilla donde un hombre no llevaba un ramo de rosas.

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No subí al camión que arrancó con un sonido seco y dejó una pantalla de humo, los peatones no lo maldijeron, tampoco pasó por la dulcería y no pensé que debería visitar a mi madre más seguido, llevando los caramelos envinados que tanto le gustan. No salté por la ventana sin dar las gracias porque el chofer desde luego no conducía como kamikaze. Tampoco me sacudí el polvo del traje ni decidí caminar hacia la derecha en lugar de a la izquierda como los viernes por la tarde, cuando no tengo que pasar por ella al café de los portales donde no trabaja y sale a las ocho. No le llevo flores porque no se ve bellísima con el vestido rojo que no usa cuando salimos juntos. Pero desde luego hoy no es jueves. No llegué tarde al trabajo ni besé a la secretaria por el simple deseo de besar a una mujer con zapatos cafés. No subí por las escaleras (no es que sea claustrofóbico y tema a los elevadores) como no suelo hacerlo porque no me gusta contar 62


escalones, ni detenerme en números cuadráticos porque da la casualidad que hay una ventana en cada uno de ellos. No me gusta contemplar el paisaje, contar las palomas del parque que hay al lado del edificio donde no trabajo, no espero veintisiete segundos en cada escalón porque ese no es mi número favorito. A ella no le gustan los payasos ni que la bese en el lunar que tiene sobre el labio, cuando no nos vemos nunca la beso en la boca por no parecer grosero ¿quién no quiere una bofetada? No me paso todo el día pensativo, imaginado borregos saltando por la ventana, ni pienso que algún día Darwin no les regalará alas. No miro el reloj cada vez que suena el teléfono, ni tengo que ordenar los archivos. Al principio no lo hacía cronológica y geográficamente o por orden alfabético, no me parecía que la empresa no se moriría de aburrimiento con tanto orden (las empresas nunca deben morir de aburrimiento, sino más bien por una 63


mala administración de máquina tragamonedas, alguna trama de telenovela, o ataque terrorista, ¡pero por Dios!, jamás de aburrimiento). Así que no cambié los archivos ni los ordené por la sonoridad del nombre del cliente. No pensaba “de la Mancha, Quijote (don)” suena más bonito que “Corazones, reina de (La)”, o que” loco, Sombrerero” era más sonoro que “Tal fulano de (don)”. No perdí mi empleo por eso, ni pensé que a ella le parecería ridículo, de por sí, no estaba enojada conmigo: “Eres yo, no soy tú. No es que olvide dar sentido lógico a las frases, es sólo que no es hija de la nieta de la hermana de la prima de una señora que nada tiene que ver en esta historia. No habíamos tenido problemas desde hace semanas “por falta de teatralidad en nuestras citas románticas” No pensaba en eso mientras mi jefe, un hombre nada hombre y muy pato, graznaba mi despido. Como no había sido buen empleado no me regaló unas flores. 64


No le di las gracias ni me acerqué a la ventana sin que una lágrima saliera del ojo derecho, como siempre, no olvidé cerrar la llave para evitar que goteara. Tal vez por eso algún día los ecologistas no me detengan y no me sentencien. Recapitulando; entonces no la vi caminando con su vestido rojo por la avenida debajo del edificio, ni la vi sentarse en la mesa donde nos vemos todos los viernes. No me aterré porque el calendario que no colgaba de la pared no me dijo que era viernes, ni el sol ni el reloj de la iglesia me avisaron que era tarde, pero eso no era imposible. En la mañana no era jueves y ahora no era viernes, no pensé en denunciar a la policía el robo del no día porque los oficiales investigan robos de dinero y joyas, secuestros de personas, pero nunca he oído a alguien denunciar que le hayan robado un día. Sería ridículo. Además de que no llegaría irremediablemente tarde a mi cita, no me alcanzarían los dedos de las manos para contar las veces que no 65


me detendría en la escalera (el edificio es muy alto). ¿Dije que soy claustrofóbico? Además no odio llegar tarde aunque siempre lo hago, pienso que mi reloj no debe tener un resfriado y cada vez que estornuda desajusta las manecillas, algún día no lo llevaré al médico. ¿Cómo se llaman los médicos de relojes? ¡Ah sí, relojeros! que horrible nombre, prefiero no llegar tarde a llevar a mi reloj con uno de esos. Retomando el hilo de la narración; no tomé las flores que me regaló mi jefe ni besé a la secretaria con zapatos azules, sólo por el placer de besar a una mujer de zapatos azules. No abrí la ventana ni di un salto al vacío con el pie derecho por supuesto, dejándome caer, despidiéndome de todos mis compañeros aunque en esa oficina no trabajaran más de tres personas. No recordé que por la mañana le había escrito una carta de desamor porque el viernes pasado le envié una de amor y repetir el tema en dos cartas se vuelve te66


dioso. Así que no me guardé la carta en el bolsillo derecho del saco, visible para todos. No le dije adiós a las palomas ni les pedí que fueran a mi casa y cerraran la llave del gas que siempre dejo abierta, nadie quiere un accidente. Mientras no caía, no buscaba entre las nubes por si vislumbraba el jueves que no se me perdió. No creí verlo caminando de la mano de una joven de sombrero verde, no le grité y no creo que alcancé a ver su mano agitándose en el aire. No se volvió, tampoco siguió andando sin tomar por la cintura a su acompañante. No caería en la mesa donde no nos vemos siempre y ella no gritaría por supuesto, se pondría de pie y aplaudiría por un final tan escénico, además las manchas de sangre nunca se notarían en su vestido rojo con el que no se ve hermosa igual que todos los viernes en la tarde.

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Mecánica laboral Desperté un lunes por la mañana con fuerte dolor de estómago. Hundida la cara en la almohada, hecho un ovillo, dejé escapar un grito que se ahogó en la soledad de mi departamento. Sentí algo por dentro comiéndome las entrañas. Pero tan repentinamente como surgió, desapareció. Permanecí acostado sobre la cama, sólo cuando la lengua de “Spyke”, mi labrador de veinte kilos, llenó mis dedos de baba, reaccioné y entreví en el reloj del buró que ya era tarde. Pensé en faltar al trabajo, pero ese día era la reunión con los inversionistas extranjeros, además, el dolor se había ido. Busqué en el armario el traje café, la corbata no estaba, saqué los zapatos y fui a la cocina por un pan tostado. “¿Dónde dejé la presentación?” Mi casa era un desastre desde que Mariana se fue, a “poner en orden sus ideas con su madre”. Se había llevado la mayor parte de sus cosas, 68


aunque en la recámara seguían sus cuadros y los caballetes recargados contra la pared. Tomé un sorbo de café, sabía bien, no tanto como el de la vecina del “veintisiete c”. “Debo ir a desayunar con ella más seguido”. El pan tostado se quemó, perseguí a “Spyke” que corría por la habitación con las llaves hasta que lo atrapé en la sala, las guardé babeadas en mi pantalón. Descubrí la corbata debajo de un montón de libros. Frente al espejo me hice el nudo y de pronto ¡track! Un ruido metálico, como de engranes. Guardé silencio para distinguir entre el rugir de los coches en la calle. Nada, sólo el perro moviendo la cola. Tomé mi sombrero y… ¡track! Esta vez lo escuché en mi mano, así que la llevé frente a mi rostro y al cerrar el puño, el dedo meñique de la mano derecha crujió con un sonido que retumbó en la habitación ¡Qué diablos! Miré el reloj, era muy tarde, salí apresuradamente del departamento, encendí el coche y fui a trabajar. 69


Entré al edificio saludando a Tony el portero de sesenta años, con sonrisa que presumía tener dientes perfectos. Siempre había movido mi curiosidad, quizá tiempo atrás habría sido actor de telenovela, (en el crucero Revolución un hombre idéntico a él observaba a los automovilistas desde un espectacular). Marta, detrás del escritorio, ordenaba las citas pendientes para ese día. Subí al ascensor, traté de calmarme un poco, era mi oportunidad, tercero, cuarto, quinto piso. Por esta razón señores deben invertir en nuestro proyecto, dentro de algunos años… Sexto, séptimo, octavo. Dentro de poco tiempo el complejo llegará a los países más importantes de… Noveno, décimo, vigésimo piso. Las puertas se abrieron, caminé a grandes zancadas por un pasillo alfombrado y llegué a una sala grande, todos estaban listos. Alguien encendió el proyector, me paré frente a los empresarios y comencé a hablar. 70


Siempre había tenido una gran habilidad para convencer a las personas, cuando era chico lograba que mis compañeros se echaran la culpa de cosas que yo había hecho. Con cada palabra ganaba confianza y me desenvolvía más, tenía su atención, el negocio en la bolsa. Pero un repentino ataque de tos interrumpió mi discurso incontrolable. Me apoyé contra la pared, alguien me acercó un vaso con agua, entonces comencé a escupir tuercas. De mi boca volaban hacia todas partes. Me miraban con asombro mientras salía de la sala dejando un rastro de tuercas en el suelo. Llegué al hospital más cercano. Permanecí un rato en la sala de espera. Una mujer con un niño en brazos gritaba a la enfermera. Ella tecleaba algo en la computadora sin notar la presencia de la madre. El niño eructaba mariposas que volaban por los pasillos del hospital, o salían por alguna de las ventanas. El techo se llenó de colores. 71


La puerta del consultorio se abrió y una mujer me indicó que pasara. Entré, unas cuantas mariposas consiguieron pasar conmigo. La doctora, una mujer joven de ojos grises y mirada seductora, me señaló una silla. Preguntó si había salido del país recientemente y si había consumido drogas… No lo había notado, pero la doctora era realmente hermosa, mordía tiernamente su labio inferior y su voz transmitía calidez y genuina preocupación. -Señor, ¿su ventana mira a la calle? -Sí, ¿pero eso es importante? -Desde luego. Tomó una de las tuercas que salía de mi boca y la hizo girar entre sus dedos. -¿Cuándo fue la primera vez que le sucedió? -Es la primera vez. El semblante le cambió por completo, tomando notas una hoja, su mirada severa como fuera a dictar una sentencia, su vista pasó de la hoja a mis ojos y de nuevo 72


a la hoja. Dejó a un lado la pluma y dijo: -Necesita una operación de emergencia. Alarmado quise preguntar, pero antes de que pudiera librarme del estupor, apretó un botón, bajo la mesa. -No se preocupe, es normal en personas como usted. Me levanté de la silla, no comprendía. Unos hombres vestidos de blanco irrumpieron en el consultorio y me sujetaron a una camilla. Mientras protestaba tratando de golpearlos, sentí un impacto en el estómago, sofocado, dejé de luchar y salimos al pasillo. La doctora sonreía desde la puerta. No sé cuánto tiempo esperé en la habitación, voces en el corredor, gritos, unos ojos en el vidrio de la puerta. El reloj hacía ¡tic tac! en la pared, pasaban los minutos sin embargo las manecillas no avanzaban de las seis quince. El pájaro cucú se posó en mi zapato y comenzó a picotearlo. Por lo menos tenía a alguien para hacerme compañía. 73


Por la puerta regresaron los hombres de blanco y me llevaron al quirófano. El pájaro voló con mi zapato. Obscuridad, estaba solo, un sudor frío recorría mi frente. La luz se encendió con ruido seco, la puerta se abrió tras de mí. La doctora entró completamente desnuda, con una llave que se escondía entre sus pechos. La piel blanca contrastaba con el cabello negro que le caía por el cuello. Sus muslos, sexo, pies. En ese momento desee ser pintor y poder retratar las curvas de su cuerpo, y moldear con el pincel las líneas de las piernas. Se acercó a mí con lentitud, tomó unas tijeras y cortó mi camisa. Sus manos tibias se deslizaron cariñosamente por mi torso hasta toparse con una cerradura. Miré con sorpresa y terror levantando la cabeza, ¡una cerradura! ¡¿Cómo era posible que nunca la hubiera visto?! Tomó la llave y la introdujo con leve sonido, abriéndolo como a una puerta y metió la 74


mano dentro de mí. Su cabello acariciaba mis ojos, podía sentir sus pechos contra mi piel y su aliento sobre mi boca. La mano me recorría por dentro, perdí todo sentido de intimidad. Introdujo todo el brazo, el que tenía fuera de mí sujetaba con fuerza mis hombros tratando de apoyarse, parecía agitada. De pronto se detuvo, creo encontró lo que buscaba, sus facciones se relajaron, sacó un paraguas y lo puso en el suelo, sacó también una bicicleta, engranes, un reloj, un pájaro cucú con mi zapato en el pico…De pronto un estremecimiento recorrió mi cuerpo, sentí un impacto por dentro, mis ojos se pusieron en blanco, escuchaba gritos, pero lejanos, como si hablaran en medio de una tormenta. Lo último que vi, una mariposa volando en el techo.

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Hotel de Lepidópteros Se terminó de imprimir en diciembre de 2014 en los talleres gráficos de Impresora Gospa ubicados en Jesús Romero Flores no.1063, colonia Oviedo Mota, C.P.58060 en Morelia, Michoacán, México La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura.



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