¿Tiene usted la Biblia en casa? de Magdiel Torres

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CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES Rafael Tovar y de Teresa Presidente Saúl Juárez Vega Secretario Cultural y Artístico Francisco Cornejo Rodríguez Secretario Ejecutivo Ricardo Cayuela Gally Director General de Publicaciones

GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO Salvador Jara Guerrero Gobernador de Michoacán Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Bismarck Izquierdo Rodríguez Secretario Técnico Irma Daza Banderas Secretaria Particular María Catalina Patricia Díaz Vega Delegada Administrativa Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural Argelia Martínez Gutiérrez Directora de Vinculación e Integración Cultural Eréndira Herrejón Rentería Directora de Formación y Educación Jaime Bravo Déctor Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural Héctor García Moreno Director de Patrimonio, Protección y Conservación de Monumentos y Sitios Históricos Miguel Salmon Del Real Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura


Premio de Cuento, Xavier Vargas Pardo

¿Tiene usted la Biblia en casa? Magdiel Torres

Gobierno del Estado de Michoacán Secretaría de Cultura Consejo Nacional para la Cultura y las Artes


Primera edición, 2015 © Magdiel Torres dr

© Secretaría de Cultura de Michoacán

Colección: Premios Michoacán de Literatura 2015 Categoría Cuento Xavier Vargas Pardo Jurados: Carlos Alberto Albarrán Fernández, Omar Arriaga Garcés y María Concepción Ramírez Sámano Coordinación editorial: Héctor Borges Palacios Diseño de Colección: Jorge Arriola Padilla Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00 www.cultura.michoacan.gob.mx ISBN: 978-607-9461-21-8. Impreso y hecho en México


Índice Presentación 7 I ESTANCIA LUMINOSA El muro 15 Hermandad humana I 16 Lot 17 Apunte 378 para una relación de avistamientos de santos 22 Peregrinaciones 24 Hermandad humana II 25 El desierto 26 Apunte 153 para una relación de avistamientos de santos 27 En el Sahara 28 Hermandad humana III 29 Mateo IV: 8-9 30 Apunte 490 para una relación de avistamientos de santos 31 II ¡DIABLOS! 33 Tepeque I 37 La virgen 38 Apunte 965 para una relación de avistamientos de santos 39 Miedo 40 El diablo 42 Apunte 765 para una relación de avistamientos de santos 43 Tepeque II 44 El elegido 45 Apunte 297 para una relación de avistamientos de santos 48 Pertenencias 49 Tepeque III 52 Apunte 836 para una relación de avistamientos de santos 53


Puente 54 La obra del diablo 55 Apunte 774 para una relación de avistamientos de santos 59 A tratar 60 Tierra 63 III ESTANCIA OSCURA 67 Lázaro 71 Dios no juega a los dados 73 Apunte 297-b para una relación de avistamientos de santos 74 El buen comerciante I 75 Hasta no ver… 76 Apunte 507 para una relación de avistamientos de santos 77 Fragmento del evangelio según Cide Hamete Benengeli 79 El buen comerciante II 80 Apunte 471 para una relación de avistamientos de santos 81 Artista del porno 83 Apunte 332 para una relación de avistamientos de santos 88 ÁTICO (BONUS TRACK) 91 Amnón 93 Winskovich 100


Presentación La Secretaría de Cultura continuando con la tradición de premiar a los mejores trabajos a través de los Premios Michoacán de Literatura, ha galardonado a Magdiel Torres Magaña, por su obra ¿Tiene usted la biblia en casa? que a consideración de Carlos Alberto Albarrán Fernández, Omar Arriaga Garcés y María Concepción Ramírez Sámano, decidieron otorgar este premio. La propuesta de Magdiel Torres en este cuento está dividida en tres capítulos: primero, Estancia Luminosa, segundo ¡Diablos!, y tercero Estancia Oscura; y nos regala un bonus track denominado Ático; en el que utiliza la paráfrasis como recurso literario y nos muestra una versión libre con una visión muy personal de algunos libros y autores clásico, ya que a través de una serie de historias le da un interesante sustento a su narrativa. Había conocido la poesía de este destacado escritor cuando se presentó el 23 de abril del 2012 en el Museo del Estado, su poemario Los días con el otro, obra con la que ganó el Premio estatal de poesía Carlos Eduardo Turón 2011. 7


Es de llamar la atención su introspección y la magia con la que describía eventos cotidianos pero que al mismo tiempo llegan a ser profundos y contrastantes. Ahora en su narrativa me ha vuelto a confrontar y seguramente lo hará contigo estimado lector, pues nuestra cultura, tradiciones y creencias tienen un gran apego al judaísmo cristiano por lo que a manera de nota aclaratoria diré que es una propuesta literaria sin ningún afán de ofender y menos aún, atentar contra la libertad de creencia. Seguramente Michoacán sigue y seguirá aportando literatura creativa, propositiva y de vanguardia. “Un hombre que camina por el desierto espera hallar un indicio de humanidad, algo que le garantice la supervivencia”. Héctor Borges Palacios

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I ESTANCIA LUMINOSA



Yo te consagro Dios, porque amas tanto; porque jamás sonríes; porque siempre debe dolerte mucho el corazón César Vallejo



El muro Es verdad este muro. Allá fuera todo puede ser mentira, pero este muro es real. Esta es la pared de la casa de mi padre. Allá adentro todo puede ser mentira, pero esta verdad única entre todas, terrible como todas, es un muro inabarcable. He caminado largos días y tras el fracaso he querido regresar al punto de inicio, pero ni el inicio existe. La única verdad es este muro.

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Hermandad humana I Un hombre, indignado por los males causados por sus manos, decide cercenarse el brazo izquierdo. Mutilado, incapaz de cortarse el brazo derecho por sí mismo, recurre a otro para que le ampute el miembro sobrante. Pero el otro sujeto, que ha seguido sus mismos procedimientos de autoflagelación, también se encuentra con un solo brazo y sospecha que si le quita la diestra a su semejante será el único culpable de los males y se niega a hacerle el favor al primer individuo. Así, ambos hombres siguieron haciendo el mal, pero ahora juntos; complementándose.

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Lot Cansado de huir de tu ira, sucio y dolido por la pérdida de mi amada, refugiado en una húmeda caverna y con la terrible vista de las dos ciudades en llamas, me entregué a la bebida y al exceso y me dejé seducir por los mismos pecados por los que destruiste a los injustos. Llegábame el aire apestoso de carne chamuscada y aunque los gritos habían quedado atrás, mis oídos no dejaban de percibir un largo alarido semejante a la aguda presencia del silencio. Nadie sobre la Tierra, ni mis adoradas hijas, sintió tanto la pérdida de mi esposa que este pobre cuerpo, hombre a penas, que Tú rescataste del infortunio solo para llenarle el alma de maldiciones. Mis hijas entendieron bien mi dolor y quisieron reconfortar la ausencia de mi mujer con mimos y vino ¿cómo ocultarte, oh, Señor, que eres omnipresente, que bien escuché cuando una de ellas le dijo a la otra: “Si Dios ha destruido la Tierra solo nosotras y nuestro padre quedamos y es nuestro deber repoblarla, embriaguemos a nuestro padre para poder fornicar con él y preñarnos de su semilla”? Oh, Señor, ¿Por qué me 17


permitiste salir de Sodoma para cometer semejante crimen? ¿Por qué dijiste que en aquel pueblo no existía ni un solo justo que por su única presencia pudiera evitar la catástrofe? ¿Es tu placer perverso? ¿Es que tu naturaleza se excita con la pirotecnia? ¿Acaso decidiste dejar la Tierra desierta de injustos solo para que yo no tuviera competencia y cualquier acto impuro que cometiera, por pequeño que fuera, me convirtiera en el hombre más malvado de tu reino? No es mi intención desentrañar tus designios y respondo solo como hombre, criatura de tu ser, a las fechorías que cometí de acto y omisión, consciente a pesar de la vid. Es cierto que en un principio, cuando escuché la reflexión de Midrash, a mí también se me hizo sensato repoblar la Tierra y quise entregarme a aquello como un cordero va al sacrificio ¿Pero qué criatura disfruta del frío puñal clavado en el corazón? He ahí mi perversidad, Señor. En un inicio, ante los besos de sus bocas, me sentí guiado por tu misteriosa mano y permití que Midrash me desnudara mientras que Aggadah frotaba casi salvajemente mi sexo y dejé que toda la cavidad de su boca de niña se llenara de mi virilidad mientras su hermana me ofrecía la tersa piel de sus senos y su tibio pezón agridulce. Me abandoné a la perfección de las caderas de Midrash que ya había imaginado a través de su túnica y 18


cuando puso su pubis sobre mi boca dejó caer su dulce lamento ante la suavidad de mi lengua. Así, acostado y desnudo, con Aggadah ocupada con mi miembro y con la mayor doblada como perra dejando caer su oloroso pubis sobre mis barbas, aún creía que aquello era un acto de tu voluntad. Como la caliente cavidad de la primogénita me exigía satisfacerla, retiré los hinchados labios de la otra, no acostumbrada a aquellos menesteres y sin que Midrash perdiera aquella posición que me mostraba la magnitud de sus caderas, me adentré en la búsqueda de tus designios. Pero lo que encontré fue sus placeres, manifiestos en alaridos suaves que eran un canto a los oídos de Aggadah, excitada a tal punto que no se conformó con estar observando y se colocó boca arriba en donde podía disfrutar de su hermana y de mí como un becerro que se pega a las ubres de su madre. Alternadamente alimentaba el hambre de una y rellenaba la cavidad recién inaugurada de la otra. Midrash no pudo más y dejose ir en un semisueño casi narcótico. Se le doblaron las piernas y cayó boca abajo mientras que Aggadah exigía el lugar dejado por su hermana. Yo aún no cumplía tu voluntad de derramar la semilla y cargué contra la que estaba mejor dispuesta, esperando consumar tus sagrados designios. Relamía la cavidad de los dedos del pie de Aggadah cuando la que parecía dormir despertó de su letargo y se acercó a la otra para besarle en los labios 19


suavemente. Pero la niña tenía otros ánimos y mordió el labio de Midrash que pudo soltarse para seguir mordisqueando el cuerpo núbil de la menor que se entregó al éxtasis sin reservas, sospecho que más por las caricias de su hermana que por mi virilidad lista para engendrar la vida. En esos momentos debía elegir cuál de los dos vientres fecundar. Me decidí por la mayor porque creí que podría soportar los avatares de la maternidad más que Aggadah y además consideré que ya tendría tiempo para preñar a la otra. Pero cuando las niñas se entretenían en explorarse la más pequeña notó mi ausencia y sin que pudiera evitarlo se abalanzó sobre mí, me aprisionó con su boca y terminé derramando la simiente en su cara y como si de una bendición se tratara Midrash se abalanzó a devorar las últimas gotas. Fue entonces cuando caí en cuenta de mi fallo, había derramado inútilmente la sabia de la vida y aquellos dos lindos rostros manchados de blanco me hicieron sentir el ser más imperfecto. Sin embargo, no tuve corazón para reprenderlas. Me fui a acostar para reponer fuerzas porque sabía que tenía que terminar con aquella empresa. Ellas consciente de que el trabajo no estaba terminado y embelesadas la una por la otra fueron tras de mí y jugaron son sus cuerpos en mi presencia, tocándose mutuamente a mi lado. Aggadah parecía tener una insana atracción por los pechos de la otra y se los lamía y mordisqueaba mien20


tras su compañera le respondía frotando su mano en el sexo de Midrash. Yo las miraba y la luz roja del incendio lejano iluminaba mi cara y el trasero de la mayor. Olvidadas de mí se tocaban gimiendo, acostadas una sobre la otra, descubriéndose con la piel, las lenguas y los dientes. Cuando Aggadah se decidió por saborear el sexo de su hermana y dejó al descubierto sus redondas nalgas, yo terminaba mis oraciones observando las llamas que no sabía si eran las del alba o las del incendio. Apuré mi copa de vino y me aventuré por el reducto que la menor en aras de beberse a Midrash, dejaba al descubierto, era aquello un botón a punto de florecer y yo le dediqué mi lengua y mi saliva y cuando ella estaba a nada de enloquecer y de enloquecer a su hermana, yo te fallé otra vez. Poseído por el delirio fui contra natura, fui contra Ti y rompí a la menor por la parte más blanda, me lo decían los gritos que en un principio creí de dolor pero cuando me pidió que continuara descubrí que ellas eran también víctimas de los demonios que ardían a mis espaldas. Supe entonces que estaba condenado y que nada, ni yo –menos yo– salvaría de su ruina a Sodoma y a Gomorra. Y aunque al clarear pude depositar mi semilla tanto en la pequeña como en la más grande y cumplir tu divino mandato, sabía que culpar al vino y a la inocencia de mis hijas me hacía más indigno de Ti de lo que pudiera haber sido solo por los acontecimientos de esa noche. 21


Apunte 378 para una relación de avistamientos de santos Santiago García tenía una secreta predilección por los maniquíes. Era, ante todo, una experiencia estética. Se preguntaba cómo podían existir esculturas en los museos y en las salas de exhibiciones y los maniquíes no eran más que un accesorio para mostrar la ropa de moda o de temporada. Por supuesto, no lo comentaba con nadie. Quien escuchara que prefería a un maniquí de Sears (que en este rubro siempre se distinguió de las demás tiendas) al David de Miguel Ángel, lo tacharía de ignorante. Además era una afición que no hacía daño a nadie y que en secreto fluía bien y sin complicaciones. A veces, inspirado por este placer, Santiago García acudía a los centros comerciales y se entretenía largo rato mirando los maniquíes. En ocasiones algún empleado se acercaba para ofrecer sus servicios y le señalaba que podía mostrarle la prenda en otros tamaños o colores. Santiago accedía de vez en cuando, era una de sus formas de no llamar la atención.

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Una tarde de lluvia cuando regresaba del trabajo y preocupado más por no mojarse que por su interés por los maniquíes, se refugió en una tienda deportiva. Fue entonces que lo vio. Se trataba de un maniquí sin atributo singular alguno, era una de esas obras minimalistas en la que solo se puede ver la figura de un cráneo, sin rostro y sin peluca, que ostentaba una camiseta Adidas y un pants seguramente de la misma marca. Pero Santiago García lo sabía, tenía toda la certeza de que ese maniquí era en realidad San Sulpicio que había adoptado esa forma física para decirle que todo iría bien y que no tenía nada de qué avergonzarse. Santiago García salió de la tienda tan lleno de sí mismo que no le importó mojarse para llegar a casa.

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Peregrinaciones En este pueblo hay cientos de peregrinaciones. Vienen personas de todas partes, hasta de sitios que no se concibe que existan o de lugares que uno nunca se imagina que podrían venir personas. Se acercan a la plaza a contemplar el atardecer en las copas de los árboles. Se dice que cuando el sol toca las últimas ramas de los sauces, justo antes de anochecer, aquel que esté elegido para oír, escuchará las respuestas a las preguntas que, antes de que oscurezca, ya ha formulado en secreto. Muchos se van sin escuchar nada, otros dicen que sí obtuvieron respuesta pero no cuentan qué oyeron, porque creen que si lo comentan el consejo ya no tendrá efecto o porque simplemente no pueden explicar con palabras de cristiano lo que les dijo el sol entre los árboles. Pero eso sí, todos regresan. Algunos a ver si tienen suerte, otros con esperanzas de que se repita el milagro y muchos más tan solo por la costumbre.

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Hermandad humana II Un hombre, indignado por los males causados por sus manos, decide cercenarse el brazo izquierdo. Mutilado, incapaz de cortarse el brazo derecho por sí mismo, recurre a otro para que le ampute el miembro sobrante. Pero el otro sujeto, que ha seguido sus mismos procedimientos de autoflagelación, también se encuentra con un solo brazo y sospecha que si le quita la diestra a su semejante será el único culpable de los males y se niega a hacerle el favor al primer hombre. Ambos personajes saben que pueden pelear contra el mal, pero luchar contra la envidia es siempre una causa perdida.

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El desierto Un hombre que camina por el desierto espera encontrarse con un pueblo. Espera llegar (si no fuera posible encontrarse con un pueblo) a un bosque, a un mar, a un rĂ­o o a un oasis. Un hombre que camina por el desierto espera hallar un indicio de humanidad, algo que le garantice la supervivencia. Un hombre en el desierto, un hombre que ha caminado mucho tiempo en el desierto, no espera encontrarse con un desierto y sin embargo es con lo Ăşnico con lo que se encuentra.

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Apunte 153 para una relación de avistamientos de santos Sorprendió al doctor no la presencia inequívoca de un tumor cancerígeno en el estómago de su paciente, sino la impresión de que el quiste se parecía a San Peregrino. Podía ver, si forzaba la vista, su negro hábito, su báculo un poco curvo y la rodilla descubierta en donde, por la distancia, no era posible distinguir el cáncer del que dicen que se salvó. El doctor Rodríguez imaginó que en el santo cáncer de San Peregrino se visualizaba también otra figura divina y en ella, a su vez, otra, hasta dar con un interminable desfile de santos, beatos y religiosos destacados. Guardó los estudios de su paciente en una carpeta designada para tal caso y se olvidó del asunto.

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En el Sahara En el Sahara hay un camello. Nada nuevo. Un hombre, de esos que parecen que parió el desierto, lo renta por unas cuantas monedas a los viajeros comunes: malditos, mesías y farsantes. Ante los canallas que recorren esos sitios, el hombre nunca teme por su camello, su único patrimonio. El animal regresa siempre, la mayoría de las veces sin jinete.

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Hermandad humana III Un hombre, indignado por los males causados por sus manos, decide cercenarse el brazo izquierdo. Mutilado, incapaz de cortarse el brazo derecho por sí mismo, recurre a otro para que le ampute el miembro sobrante, pero se percata que todos tienen ambos brazos amputados. Después de mucho buscar, encuentra al único sujeto que tiene mano, también solo una, que le pide que, por misericordia, le trunque la diestra. El primer personaje cumple con la súplica de su igual y con el único brazo sobre la faz de la Tierra empuña la mano y la agita con violencia y repugnancia hacia el cielo.

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Mateo IV: 8-9 Y Jes煤s se postr贸 y bes贸 las sandalias de Sat谩n y desde entonces reina el Cristo entre poderosas naciones que hacen la guerra.

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Apunte 490 para una relación de avistamientos de santos Filemón Sánchez no era un católico ferviente, según la opinión de su esposa, Luz María Zavala, quien asistía cada domingo a misa y comulgaba al menos una vez al mes. Para Filemón ser o no ser un católico ferviente era un asunto sin importancia, se creía creyente, se había casado por la iglesia y a cada uno de sus hijos los había adoctrinado en la religión de sus padres y de sus abuelos, así que no asistir a misa o comulgar eran para él males menores que el Señor sabría perdonar el día que le llegara su hora. Los domingos por las mañanas Filemón se entretenía en arreglar un viejo camión que había sido de su padre y que toda la familia, incluso él secretamente, sabía que jamás volvería a andar. Aquella actividad, sin embargo, lo entretenía a tal grado, que le servía para aliviar el estrés de toda una semana de trabajo. Una tarde, cuando ya estaba oscureciendo y Filemón Sánchez limpiaba sus herramientas con gasolina, pudo percatarse de la existencia de una mancha de

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aceite cerca del camión destartalado. Era una mancha singular, era la milagrosa figura de San Paciano, podía verse sus rizados cabellos, su mano derecha alzada mostrando la palma y un pergamino en el brazo izquierdo. Solo hacían falta sus coloridas túnicas y eso mismo hizo sospechar a Filemón Sánchez que aquello no era más que una sencilla coincidencia o un producto de su cerebro cansado y no un auténtico milagro. Quitó la mancha de aceite antes de que su esposa la viera y se empecinara en montar un altar justo en donde él ya había montado el suyo, pagano, en donde adoraba la inutilidad de las máquinas.

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II ยกDIABLOS!



De noche mi estancia se llena de diablos Aloysius Bertrand



Tepeque I Camino a Tierra Caliente, por el camino viejo, encontrarás en un barranco las patas del Diablo. Desearás cerrar los ojos, dejar que pase rápido la imagen aterradora del despeñadero, no querrás mirar de frente y no intentarás mirar hacia abajo. Dejarás que tu caballo, animal de Dios, te lleve por la brecha que tanto buscan tus pasos. Pero si andas a pie y la noche se acerca será mejor que mires bien las patas del Diablo y te convenzas, no sé cómo, de que solo son piedras.

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La virgen Ayer fue el día de la virgen. La gente prendió veladoras, cantó y rezó. Es una noche santa, pensé. Pero en la oscuridad tocó el Demonio a mi puerta y supe que lo que realmente hacían los fieles era cuidar a la virgen esa noche maldita, cuidarla del Diablo que anda buscando deshonrarla. En aquella ocasión lo entretuve y contribuí de alguna manera a ese ritual y a esa guardia. La virgen puede estar tranquila, no así mi pobre alma.

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Apunte 965 para una relación de avistamientos de santos Tras años de emplear el mismo método anticonceptivo Rigoberto Peláez y su esposa debieron cambiar de estrategia a recomendación del ginecólogo. Mientras la pareja se adaptaba a la nueva anticoncepción tuvieron que volver a usar preservativo. Esa tarde, después del trabajo y antes de llegar a casa, Rigoberto pasó a la farmacia a comprar un paquete de condones. Llevaba años sin comprar unos, pues desde que se casó no había estado con otra mujer que no fuera su esposa. Cuando el dependiente le preguntó por el producto de su preferencia comprobó con tristeza que algunas marcas de su juventud ya no existían, así que optó por los primeros que le fueron sugeridos. Se trataba de preservativos San Melanio, ilustrados con la figura del santo: hábito azul y blanco, larga y blanca barba y areola luminosa que semejaba ser la base desplegable del condón.

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Miedo Cierto día, más bien, cierta tarde, camino a las fiestas del santo patrón de Carapuato, se me emparejó un hombre que iba para los mismos rumbos. Ocurre a menudo que en esas brechas tan largas los viajeros se emparejen para hacer la charla, para compartir comida y hasta cobijo, llegado el caso. En aquella ocasión el Amigo que se me emparejó llevaba un guaje cargado de mezcal lindo y sano de no sé qué parte y compartimos trago y plática mientras comíamos camino. Ya oscurecía cuando le dije que nos acercáramos a la vereda de los cueramos, un espacio de regular estacionamiento de viajeros cuando la noche llega. Pero el Amigo me dijo contrariado que él prefería seguir su trayecto porque dicen que ahí van los malditos a hacer pacto con el Diablo. No es que yo sea incrédulo, todo lo contrario, pero pasa que esas cosas del Diablo y los fantasmas me dan mucho miedo y sé de buena fe que el Diablo se aparece para apalabrar solo con los que son capaces de verlo, por lo que mi miedo, cosa curiosa, era pues mi mayor seguridad. 40


Así se lo hice saber a mi acompañante. “Si uno le tiene miedo al Diablo ni se le aparece, porque lo que quiere es cerrar negocio con cristiano para llevarse su alma. Yo le tengo mucho miedo al Diablo, así que no creo que quiera aparecérseme para que le venda la mía”. Pero el sujeto se puso serio, como endiablado y me dijo: “Qué lástima, amigo; qué lástima”, y le dio tremendo espuelarazo a su caballo para salir huyendo de mi miedo.

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El Diablo Fui a divertirme con el Diablo. Repartía las cartas a tres almas incautas, incluyendo la mía. Conmigo fue complaciente porque descubrí de quién se trataba. Reímos juntos. Me puso un par de trampas que supe resolver en el instante y cuando celebraba mi hazaña me dio un revés que a él le devolvió la sonrisa y a mí la infamia. Era verdaderamente hermoso el Diablo, cuidaba de mi alma como si le perteneciera.

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Apunte 765 para una relación de avistamientos de santos No cabían dudas, era evidente que se trataba de Santa Lutgarda. Se le veía con el rostro en éxtasis, abriéndose el pecho para que saliera volando su corazón. La imagen duró tan solo un instante, poco después Marcial tiró sobre el piso de la carnicería el agua enjabonada y el trapero terminó por desfigurar la mancha de sangre hasta desaparecerla y Mateo, que siempre había querido ser sacerdote, se dejó de cosas y continuó metiendo el resto de la reses descuartizadas al refrigerador.

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Tepeque II Todos vamos para allá, me dijo, y yo lo miré y lo miré, había bajado de mi caballo minutos antes y la Tierra Caliente se estremecía con el sol de las cuatro de la tarde. Bebía una cerveza. Yo me senté también a beber una y los tabiques nunca habían sido tan rojos. “Todos vamos para allá” me dijo como diciendo “no se preocupe” y le dio un trago largo a su cerveza.

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El elegido El padre Jacinto se sintió con la inclinación por el sacerdocio desde temprana edad. Fue el llamado de la vocación. Recordaba bien cuando acudió ese día a misa y vio a la salida del templo a un pordiosero acompañado de unos perros negros y callejeros que revolvía la basura en búsqueda de algo utilizable. Jacinto llevaba entonces una moneda brillante que le había dado la abuela para depositarla en el cesto de las limosnas, pero que conservó porque nadie le acercó el cesto quizá porque lo veían aún muy niño para llevar dinero. Mientras la abuela se entretenía en ver un crucifijo magnífico que ofrecía un mercader afuera del templo, Jacinto vio su oportunidad de utilizar la moneda que estaba destinada, a fin de cuentas, a una noble acción. Se acercó al pordiosero para darle el dinero y entonces lo vio, era la cara de Jesús que le sonreía y tomando la moneda le dijo: “Jacinto, mi pequeño niño, yo necesito de ti más que una moneda y sé que tú serás valiente para venir conmigo” y le acarició la cara con ternura para darle la espalda e irse con sus perros lejos de la muchedumbre. 45


El padre siempre contaba con lágrimas en los ojos esa experiencia mística que lo llevó primero a ser monaguillo, después seminarista y finalmente el sacerdote más querido de su pueblo. Su humildad fue tal que rechazó ascensos dentro de la jerarquía católica porque quería estar a la altura de su maestro Jesús, siendo hombre entre los hombres, humilde entre los humildes. Como era de esperarse, cuando envejeció, un cura más joven fue al pueblo a remplazarlo. Jacinto se dedicó a ser un servil ayudante del recién llegado cura y aceptó con humildad su nueva posición. El joven sacerdote, de nombre Javier, le comentó varias veces que pretendía recabar información para proponerlo ante la santa sede como beato por sus servicios a Dios y a su pueblo y a diario hablaba con Jacinto para elogiarlo y halagarlo. El viejo cura hizo presente un sentimiento malsano que había combatido durante muchos años: la soberbia. Pero ahora se sentía con menos fuerzas para afrontar esa terrible batalla tan desigual, al lado siempre de un joven demonio que no hacía otra cosa que enaltecerlo constantemente desde el altar ante sus antiguos feligreses que en su ignorancia no alcanzaban a ver los hilos finos que tejía el Diablo en favor de la perdición del alma del pobre Jacinto. El anciano había entonces perdido gran parte de su sistema auditivo y casi toda su capacidad de movimiento por lo que no podía expresar a nadie su gran 46


temor de sentirse santo sin serlo. Una tarde cayó gravemente enfermo y al lado de su cabecera el cura Javier le repetía al oído: “Jacinto, mi pequeño niño, yo necesito de ti más que una moneda y sé que tú serás tan soberbio para venir conmigo”, mientras en la angustia del desespero, el cura Jacinto reconocía los perros negros de aquel sucio pordiosero guardando por su alma al lado de su cama.

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Apunte 297 para una relación de avistamientos de santos Cierta tarde Juana, la fiel cocinera de los Rivadeneyra, se enteró que Josefina, la sirvienta de los Santacruz, finca cercana de los Rivadeneyra, sufría de visiones místicas. El domingo de su descanso Juana fue a donde los Santacruz para visitar a Josefina y enterarse del extraordinario prodigio. En el camino, empero, Juana se topó tallada en un árbol, la nítida imagen de Santa Zita, quien le advirtió, con una voz que parecía ser susurros que crea el viento entre la hojarasca, que se regresara por donde vino, porque lo que realmente sufría la pobrecita Juana eran tremendos orgasmos demoniacos que la hacían hablar lenguas y voltear los ojos al revés. Juana regresó a su casa, que era la de los Rivadeneyra, pensando que el siguiente domingo acudiría a misa para confesarse por el pecado de envidia.

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Pertenencias Le sucedía siempre que estaba con una mujer. Al principio llegó a creer que se trataba de una alucinación producida por la pérdida de la fuerza, común en esos casos, por el grado máximo de excitación o porque había sido educado dentro de una moral cristiana en donde el sexo premarital era satanizado. Cualquiera que fuera la explicación del fenómeno ninguna la servía para remediar su mal: siempre que eyaculaba, Rosendo veía al Diablo, lo veía en el rostro de su compañera. Cuando perdió la virginidad, a los pocos minutos de estar con su novia, observó el rostro del maligno en ella y no hizo más que llorar y pronunciar en susurros angustiantes la palabra mamá. Aquello fue debut y despedida. Tiempo después volvió a pasar con una compañera ocasional que se animó a meterse con él a pesar de la mala fama que aquella primera ocasión le había generado. Para entonces Rosendo pudo contenerse, pero el Diablo seguía ahí. Como la experiencia sexual nunca fue placentera con sus parejas, a Rosendo le fue difícil mantener una 49


relación estable y tuvo que recurrir a prostitutas. Pero en ocasiones, en aras de defenderse del Demonio, terminaba golpeando a las pobres chicas y muchas veces se vio en la necesidad de salir corriendo semidesnudo por calles inhóspitas para salvarse de una orla de prostitutas, travestis y proxenetas que buscaban vengar a la puta mancillada. Con el tiempo logró contener la eyaculación gracias a técnicas y ejercicios que practicó con esmero en noches de soledad y poco a poco pudo recuperar su capacidad de tener relaciones más o menos estables. La cura definitiva llegó con Damiana, una chica con la que había empezado a entablar una relación. Cierta noche, después de una jornada de restaurantes y de bares festejando alguna trivialidad se entregaron a una madrugada desenfrenada de sexo. Damiana sabía que Rosendo evitaba eyacular y aquella noche se había propuesto vencerlo en su juego, quería su eyaculación a como diera lugar. Rosendo luchó desesperado, sus técnicas de respiración y concentración tocaron límites que solo estaban reservados para verdaderos místicos anacoretas, pero las poderosas fuerzas sobrehumanas de las caderas de Damiana vencieron finalmente la entereza de Rosendo que cerró los ojos dejándose ir como quien se tira de un puente al vacío. Al abrir los ojos, sin embargo, no había imágenes terribles, era Damiana sonriendo como una niña que había ganado la partida. Él lo sabía, esa mujer era 50


verdaderamente el Diablo que habĂ­a sembrado todas sus relaciones anteriores con imĂĄgenes terribles para apropiarse del alma de Rosendo, que siempre le habĂ­a pertenecido.

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Tepeque III Camino a Tierra Caliente, por el camino viejo, encontrarás en un barranco las patas del Diablo. Si el miedo te ataca tendrás que recurrir a un simple truco: dejarás de creer en Dios para dejar de creer en el Diablo. Pero no se te ocurra emplear la reflexión de manera inversa porque si dejas de creer primero en el Diablo después dejarás de creer en el Cielo y entonces sí te cargará la verga.

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Apunte 836 para una relación de avistamientos de santos A Rafael Cervantes las mujeres le atraían desde muy pequeño. Su despertar sexual había ocurrido antes de lo acostumbrado y no perdía oportunidad de ver a las chicas, sin importar que estas no fueran tan agraciadas. Con el tiempo aprendió a ser más discreto. En la oficina, en la calle, en el transporte urbano o tras su ventana los días de ocio, observaba a todas las mujeres. Le llamaban la atención ante todo, sus traseros. Siempre que las veía medía mentalmente el tamaño de las caderas con ambos manos con las palmas abiertas, imaginando que las tenía ahí mismo, a su alcance. No hace mucho, tras observar los traseros de las mujeres, empezó a tener alucinaciones. Visualizaba a Santa Macrina, vestida con hábito y túnica y haciendo el mismo ademán con ambas manos como si lo imitara midiendo un trasero, pero con la expresión seria, dolorosa y ausente que tiene todos los santos. Rafael Cervantes no podía evitar, cada vez que tenía esta experiencia, imaginar de qué tamaño sería el trasero de Santa Macrina.

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Puente En lo alto de un puente, las aguas que corren por debajo pueden ver un suceso extraordinario. Se trata de un suicida. Respira hondo porque cree que lo que hará a continuación precisa de una actitud sublime. Las aguas, abajo, esperan abrazarlo y hacer su labor. Pero tal cosa no ocurre. El hombre es interceptado por alguien, un desconocido. Le habla. Seguramente elabora un discurso con argumentos que defienden la vida y las formas sorpresivas en la que llega la muerte. Debe de mencionar a Dios o al destino y espanta los temores del suicida con lugares comunes bien ordenados y desarrollados. Quién sabe qué palabras le dice, pero el suicida llora ahora inconsolablemente, con una mano apoyado en el barandal y con otra tapándose el rostro que se convulsiona dibujando una imagen verdaderamente conmovedora. El extraño aprovecha para acercarse al suicida. Sin duda ha bajado la guardia. Entonces es posible reconocer al sujeto, al salvador, no es otra persona que el Diablo que evita que otra alma buena se le escape. Por ahora ayuda al suicida a regresar al lado seguro del puente, ya tendrá tiempo más tarde de corromperlo y agenciarse un alma más en su haber. 54


La obra del Diablo Carlos Cervantes era sin duda el mejor escritor de la comarca. La gente lo supo cuando ganó el premio de mayor renombre de la capital del estado, después de adjudicarse los juegos florales del pueblo con una oda que no tenía comparación con otra que se habían escrito sobre el lugar. Con el tiempo Cervantes se dio cuenta que obtenía más dinero ganando premios literarios o becas que en su viejo oficio de zapatero, así que un buen día dejó el terruño y se fue a vivir a la capital del estado en donde se codeó con lo más granado de la élite literaria de esa época y hasta llegó a dar un par de talleres en la Facultad de Letras. Los premios menores dejaron de interesarle y empezó a ganar los más prestigiosos galardones del país, lo que lo llevó a ser invitado a congresos y festivales de la palabra en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Con la participación en estos eventos vino la posibilidad de ser traducido a varios idiomas y encontrarse con los poetas y narradores que habían sido sus más grandes ídolos cuando era joven. 55


Pero a pesar de la fama Carlos Cervantes era una persona sencilla. Quizá por eso siempre conservó el círculo íntimo de amigos y los nuevos que hizo apreciaban su compañía y admiraban su sencillez. No quiso cambiar de domicilio ni a la capital del país ni al extranjero, como muchos laureados escritores le sugirieron. De hecho, incluso estar en la capital del estado le agobiaba a veces, pues siempre había sido un sujeto con profundas raíces en su tierra natal. Tras unas semanas de asueto y de descansar de las clases, los talleres, las charlas y las presentaciones de libros (propios o ajenos), Carlos Cervantes se dijo que no tenía que mostrarle nada a nadie y decidió volver a su pueblo. Con la gloria alcanzada y el dinero de sus premios podía vivir en paz y escribir sin presiones de editoriales o revistas especializadas. Había llegado la hora de cosechar lo sembrado. Lo primero que hizo fue llegar a la casa de sus padres, mientas buscaba un departamento de alquiler en donde vivir por un largo tiempo. Pero ese par de semanas que estuvo con su madre cambiaron sus planes para siempre. La primera en intuir que algo estaba mal fue la abuela. Tenía la anciana casi cien años de vida, no veía y lo poco que hablaba era a veces ininteligible. La familia le tenía lástima y rogaban a Dios que ya la recogiera, pues creían que la pobre mujer se aburría de vivir. Debió ser que la vejez es perspicaz o tiene poderes adivinatorios, pues cuando Carlos Cervantes 56


se acercó a besar a su abuela ella supo oler en su nieto la presencia del Diablo. “¡Carlitos trae al Diablo adentro!” le dijo la suegra a la mamá de Carlos, que con los años había aprendido a no dejar pasar las observaciones de la abuela, por lo regular bastante acertadas. Así que la madre se dedicó espiar a su hijo y pudo ver en él actitudes que no correspondían a su personalidad y hasta un día vislumbró la sombra diabólica que proyectaba cuando se ponía a escribir en el computador portátil. Convencida de que su hijo llevaba el Diablo a dentro, la mamá de Carlos contrató los servicios de un afamado exorcista, conocedor de esas terribles batallas en que un buen sacerdote le disputa al Diablo un alma. Sin que Carlos lo sospechara, la madre invitó a comer al sacerdote a la casa, pocos días antes de que el escritor se mudara a la campiña, a las afueras del pueblo. Tras comer Carlos se fue a su habitación a realizar su acostumbrada siesta y en ese descuido empezó la contienda por su alma. Carlos despertó a causa de que el padre le arrojaba agua bendita y después no supo de sí. Cuentan quienes estuvieron ahí (en todo caso un círculo cercano) que el Diablo se defendió arrojando citas de obras célebres que defienden la presencia del Demonio e incluso con propios fragmentos de las obras de Carlos. Finalmente el Diablo perdió la batalla y Carlos pudo regresar a la normalidad. 57


Nunca volvió a escribir, ya no le llamaba la atención. Reabrió su taller de zapatería y perfeccionó su técnica. Supo, porque le dijeron, que había estado poseído por un demonio, pero se lo tomó con calma, dio gracias primero a Dios por defenderlo y luego a su abuela, a su madre y al sacerdote, por el exorcismo, pero no quiso volver a hablar del caso. Su familia entendió. En un par de ocasiones llegaron al pueblo periodistas para entrevistarlo y saber por qué ya no seguía escribiendo, pero aunque él los atendía no sabía qué contestar a sus preguntas y no entendía la importancia que le daban a sus libros. “Son solo libros”, les decía, “y son muy buenos”, contrarrestaban los otros. Pero él nunca se había preguntado si había libros buenos o malos. Con el paso de los años lo dejaron en paz, pero su obra cobró mayor prestigioso debido a esta actitud que muchos críticos y lectores consideraron excéntrica y típica de la genialidad creativa de Carlos Cervantes. Sus obras se vendieron con mayor fuerza. La obra del Diablo, a pesar de todo, ya estaba hecha.

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Apunte 774 para una relación de avistamientos de santos Siempre había deseado tener algo con Paty. La chica no solo era sensual, sino que también era simpática, tenía buen cuerpo y al parecer él no le desagradaba. Con el tiempo, algunas salidas al cine, al bar y a fiestas de amigos en común, terminaron con la noche que siempre había soñado Gerardo Díaz. Durante el acto, Gerardo pudo comprobar la perfección de los senos de Paty, su palidez insospechada, sus caderas firmes y el tatuaje de Santa Serafina en una nalga, sumamente colorido, con su túnica azul, su blusa roja, sosteniendo una cruz con ambas manos y mirando piadosamente a Gerardo mientras este penetraba a Paty, arrodillada sobre su cama y apoyada sobre sus codos, gimiendo como loca, víctima de un éxtasis que parecía cosa de otro mundo.

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A tratar Le habían dicho y también había leído que quien precisaba de los favores del Diablo debía de hacerse de valor y acudir a un cruce de caminos en donde, pasada la medianoche, podría encontrase con él para hacer un trato. Así lo hizo Fernando cuando cumplió la mayoría de edad y estaba en el tiempo preciso de creer en esas cosas o dejar de tener esperanza en las bondades del mal para siempre. Por la noche, junto con un six de cervezas, llegó a un cruce de la vía del tren a las afueras de la ciudad. Iba solo porque temía que sus amigos lo tomaran por ingenuo y porque creía que a lo mejor el Diablo no aparecería si lo sabía acompañado. Cuando eran las tres de la mañana y Fernando ya se había bebido la totalidad de las cervezas supuso que el Diablo nunca aparecería, pero estaba pasando un buen rato y decidió quedarse un momento más antes de irse. Permaneció afuera de su auto, fumando un cigarro y con el volumen del estéreo bajo para escuchar los sonidos de la noche. Fue entonces que se apareció el Diablo. Fernando lo 60


supo reconocer en la figura de un anciano que llevaba tirando de un burro que debía tener alguna extraña carga. El viejo saludó a Fernando con un buenas noches sonoro y tocándose la punta del sombrero. No tardaron mucho en iniciar la conversación, todo de forma tan amable que Fernando se lamentó no haber dejado una cerveza intacta para ofrecérsela a su negociante. Tras dos o tres palabras de rigor Fernando fue al grano. Quería fama como músico y compositor (estudiaba guitarra acústica y dentro de poco compraría una guitarra eléctrica), mujeres y dinero. El anciano puso un rostro adusto y sorpresivo, abrió los ojos como platos soperos, se quitó el sombrero, se rascó la cabeza, se volvió a colocar el sombrero y le dijo a Fernando que no había trato. Que no podía ofrecerle todo eso a cambio de su alma. Fernando estaba extrañado, había imaginado la posibilidad de que el Diablo nunca apareciera o de que llegara con una actitud retadora de la que no hubiera podido sacar provecho. Pero nunca pensó en una negativa. Bajó su oferta. Primero pidió solamente fama, después solo dinero sin importarle el anonimato y así hasta llegar a pedir los favores de la chica que en la prepa lo había rechazado. El Diablo nunca estuvo satisfecho; más aún, se mostraba molesto por participar en una negociación que ciertamente no le interesaba. Parecía que había llegado a la cita por una obligación propia de su oficio, pero nada más. 61


Cuando Felipe preguntó, también desilusionado, sobre qué podría ofrecerle el Diablo a cambio de su alma, el anciano lo miró como midiendo en las carnes del muchacho el tamaño de algo intangible. Le dijo, finalmente, que lo que le propondría seguramente no sería de su agrado, pero que la daría una oferta solo para que Fernando no sintiera que había acudido a ese cruce de ferrocarriles en vano. Le propuso ayudarle a terminar una carrera universitaria satisfactoriamente, no con honores ni publicaciones, solo satisfactoriamente. Fernando se contuvo de mentarle la madre al anciano, más por recordar ciertas reglas de cortesía para con las personas de la tercera edad que por tratarse del Diablo. Nunca le había interesado la escuela y no estaba en sus planes continuar estudiando. Le dio las gracias de cualquier forma con un apretón de manos, se subió a su auto y se fue del lugar. Dos cuadras antes de llegar a casa, un ferrocarril a quien intentó ganar el paso no tuvo piedad de su vehículo y Fernando quedó muerto entre los fierros retorcidos.

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Tierra Con el tiempo se le quitará, pensaba la familia, pero la madre de cualquier manera lo reprendía porque el ejercicio de comer tierra nunca sería bien visto a pesar de que incluso el médico había salido con aquello de que era una fuente directa de hierro que tanto bien hacía para el crecimiento de los infantes. Manuel creció y desaparecieron ciertas manías, se fue incluso aquella de masturbarse compulsivamente una vez que tuvo cuarto propio y descubrió su sexo y la pornografía y demás fuentes de placer sexual. Pero nunca perdió el gusto por la tierra. En un principio podía reservarse ese placer en la intimidad de su casa. Cuando nadie lo veía y tras una jornada laboral en la que llegaba rendido a su hogar salía a su jardín y se tragaba un buen puñado de tierra. Después lo empezó a hacer por las mañanas antes de ir al trabajo y llegó al grado de llevarse en una pequeña bolsita un poco de tierra que consumía a escondidas en el baño. El divorcio, la casa hipotecada, la cada vez más difícil relación con su hija adolescente fueron argumentos 63


con los que defendió su vicio, hasta que ya no pudo más y tuvo que recurrir a ayuda profesional. El libro que había conseguido era una versión facsimilar de un ejemplar del siglo XIX que a su vez presumía ser la réplica de uno prohibido por la inquisición en el siglo XVI. El libro tenía fórmulas y conjuros que prometían resolver diversos problemas y uno de ellos aseguraba la comunicación directa con Satanás. Después de mover los muebles de su sala (que tras el divorcio parecía más bien la de un universitario amante del minimalismo), dibujar un pentagrama y colocar velas en las aristas precisas, Manuel invocó el nombre de la Bestia que apareció temible pero solícita, lamiéndose los labios ante la promesa de un alma desesperada. Manuel fue directo: quería comer tierra y que nadie se escandalizara cuando lo hiciera, deseaba poder hacerlo a toda hora sin tener que ocultarse ni dar explicaciones. La Bestia parecía sorprendida. Preguntó que si lo que verdaderamente solicitaba era comerse al mundo, triunfar sobre él, ser mejor que nadie en la Tierra en algún punto en específico, pero Manuel puntualizó su deseo. Aquello había quedado claro. A la Bestia la parecía todo eso una broma colosal, pero ciertas reglas a las que no tenía derecho de faltar le hicieron no devorar a ese engendro de la humanidad como hubiese querido, su pacto con los hombres firmado miles de años atrás se lo impedía. Por otro lado 64


se negaba a satisfacer un absurdo de esta naturaleza y le ofreció a Manuel un prodigio a cambio, por supuesto, de su alma. La Bestia le entregó a Manuel un reloj de pulsera con el que podía parar el tiempo. Bastaba con que tocara un par de veces la pantalla del reloj para que el tiempo eclipsara y sin que nadie lo molestara Manuel podía hacer lo que quisiese, incluso comer tierra. Un par de toques más a la pantalla del reloj haría que el planeta siguiera rodando sobre su eje. La Bestia esperaba que más adelante su cliente le diera un bueno uso al aparato, más allá de la obsesión pueril por la que había sido llamado. Pero Manuel no utilizó el reloj más que para proveerse de tierra sin que nadie le dijera nada. En un principio paraba el reloj, dejaba su cubículo en el trabajo, bajaba al jardín, comía su puñado de tierra, subía nuevamente al departamento de oficinas, se sentaba en su cubículo y ponía en marcha el reloj. Ni siquiera lo empleaba para ganar tiempo con el trabajo atrasado o llegar puntual cuando pasaba por su hija a las clases de piano. Con el tiempo la comodidad ganada le hizo valorar el regalo del Demonio. Tras comer tierra se entretenía fumando un cigarro con el reloj apagado, a veces daba un paseo por los centros comerciales para detenerse a ver los aparadores y los artículos sin que ningún empleado le molestase con preguntas obvias que 65


le encolerizaban. Pero cierta tarde, tras comer tierra y quedarse al menos una media hora (mera sospecha, por supuesto) contemplando el nulo crecimiento de los rosales del jardín se decidió por no volver a encender el reloj. Sus intenciones no eran malas. Con un crepúsculo perpetuo se limitó a vivir como supuso que lo harían los animales, nutriéndose casi literalmente de la tierra y no haciendo otra cosa más que caminar cuando se aburría o leer para espantarse las moscas del entendimiento. La Bestia le veía de vez en vez, pensando en cuándo sería preciso intervenir, el pacto firmado con los primeros hombres a eso la comprometía. Pero no fue necesario. Algo pasó en la cabeza de Manuel, lo que quizá estaba esperando y que no podía venir si no de un tiempo inédito. Puso el reloj en marcha, cortó las rosas de jardín y cuando se marchitaron destruyó el reloj y se dio un tiro en la cabeza. Del lado de la oscuridad la Bestia lo esperaba, pero ahora tenía otra opinión sobre aquel sujeto.

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III ESTANCIA OSCURA



A la parte de mí que me da miedo la llamaré Demonio. ¿O es el doble de Dios, su inmensa sombra? José Emilio Pacheco



Lázaro Se sabe que Lázaro quedó enfermo de inmortalidad después de aquel extraordinario suceso que engrandeciera al Mesías. Revivir, sin embargo, era un artificio sin mayor provecho una vez que Jesús ya no estaba y se había inventado aquella patraña del cristianismo y la gente estaba más entusiasmada con otros menesteres. Lázaro, para su suerte, encontró un oficio en qué aprovechar su singular talento: se volvió artista de circo. Aunque eso no se deja ver tan claramente en este epitafio que engalana la tumba de nuestro amado personaje: “Aquí yace Lázaro, vencedor de la muerte, pero no del tiempo”. El cementerio de Sebastopol que mereció el gran honor de guardar los restos de uno de los mayores escapistas que ha dado la humanidad, no estaba destinado a tan gran acontecimiento. De hecho, ningún campo santo lo estaba. En aquellos días el circo llegó a la ciudad para ofrecer sus funciones y entre ellas estaba el famoso acto de Lázaro. La actuación de nuestro personaje consistía en ser enterrado vivo en el cementerio del pueblo, 71


justo cuando la carpa ya se había instalado, para resucitar después ante la mirada sorpresiva de los habitantes. Sin embargo, una fuerte tormenta atrasó el desmontaje de la carpa y la presentación de Lázaro tuvo que posponerse con consecuencias fatales: cuando la gente acudió a ver la última exhibición del circo en la ciudad, descubrieron a Lázaro sin vida. Entre la comunidad circense se suele decir que nadie sabe en qué pueblo los agarrará la muerte, el caso de Lázaro es sin duda el ejemplo más extremo de tal dicho.

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Dios no juega a los dados Cuando le preguntaron al campeón de ajedrez sobre cuál era su secreto para conseguir la supremacía mundial en ese deporte, el tímido ruso contestó que su verdadera arma era creer fervientemente que el juego no se trataba de estrategia, sino de mero azar.

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Apunte 297-b para una relación de avistamientos de santos Doña Josefinita de Rivadeneyra, cansada de ser juzgada mala cocinera, por su entonces marido el Duque de Rivadeneyra, quitó a Juana de la cocina y se dispuso a preparar unos chilaquiles rojos, verdes o del color que le saliesen. Buscó el cesto de tortillas duras y mientras las despedazaba una a una en la cacerola con aceite, se encontró con una tortilla en donde podía verse la silueta inconfundible del rostro de San Charbel. Doña Josefinita de Rivadeneyra dejó que Juana continuara con la pueril tarea de los chilaquiles y se llevó su santa tortilla a la habitación conyugal en donde montó un altar digno del sagrado prodigio. Tras el divorcio de los Rivadeneyra Doña Josefinita pudo conservar la reliquia en el reparto de bienes.

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El buen comerciante I Judas puso el precio, los otros regatearon; Judas fue inflexible, los otros se consultaron entre sí. Poco tiempo después –ya se sabe: la resurrección, la destrucción del templo y demás– los hombres que pagaron al judío se lamentaron por haber despilfarrado su dinero de manera inútil, maldecían a Judas y lloraban al evocar las brillantes monedas que se fueron de sus manos para jamás volver.

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Hasta no ver… La muchedumbre, enardecida, exigía en la taquilla del circo que les devolvieran las entradas, pues estaban decepcionados porque los místicos acróbatas, el plato fuerte de la función, utilizaban redes de seguridad en su acto.

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Apunte 507 para una relación de avistamientos de santos A Doña Ruperta su abuela le quiso enseñar a leer los asientos de café cuando ella tenía doce años y la madre de su madre se estaba quedando ciega. En un principio la joven Ruperta fue optimista, pero pronto se dio cuenta que en ella no estaba el don de la abuela, si es que realmente la abuela pudo leer el café algún día, pues Ruperta estaba en la edad del descrédito y el escepticismo. Pero como la pequeña no quería defraudar a la abuela ciega fingió haber aprendido las artes adivinatorias y su abuela murió en paz creyendo que había legado al mundo su don tan importante para la humanidad. Lo que sí aprendió doña Ruperta fue el don del engaño y la imitación de quien puede ver lo desconocido. Así educó a sus hijos y sacó adelante la familia cuando su marido murió intempestivamente de un paro cardíaco que las cartas ni el café ni nada pudieron prever. Pero aquella noche la cosa fue diferente, la comadre de toda la vida, a quien le hubiera revelado su secreto

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de no haber sabido a ciencia cierta que era una chismosa consuetudinaria, fue a la casa de doña Ruperta a que le leyera la suerte. Con Bartola la cosa era diferente. Doña Ruperta la conocía de años y no era menester engañarla para darle de cuando en cuando buenos consejos y palabras sentidas que la hicieran devolverse contenta a su casa. Tras la plática y después de que las tazas, boca abajo, habían destilado su resto de café y manchado de enigmas las paredes internas, doña Ruperta tomó el pocillo y pudo ver en el fondo, como una pintura antigua, la sabia esfinge de Santa Hildegarda, sentada sobre un pupitre con la cara hacia el cielo, iluminada por la Luz del Santísimo que seguramente le dictaba palabras ecuánimes y justas. Doña Ruperta le dijo lo acostumbrado a doña Bartola, la despidió y guardó la taza por largo tiempo, consternada. Más tarde una de sus hijas lavó la taza sin más, los restos del café habían trocado en moho a la santa figura que, al contrario de su referente, no era incorruptible.

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Fragmento del evangelio según Cide Hamete Benengeli En aquellos días Jesús fue a orar al monte de los Olivos ante el temor de sus discípulos de ser atrapado por los hombres de Herodes. Fue entonces cuando Pablo le dijo: “Maestro, es grande nuestro miedo de que una vez solo, los perversos lleguen a ti y mancillen tu carne y te muelan a palos.” Jesús, quien había decidido ir solo al monte para hacer oración, calmó a Pablo con estas palabras: “Sábete, hermano Pablo, que tengo enemigos visibles e invisibles, y que sé cuándo, dónde, en qué tiempo y en qué figuras me han de acometer. Pablo, amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la del oro, o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos”.

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El buen comerciante II En el fondo Jesús estaba bastante orgulloso de Judas cuando se enteró de que lo había vendido. “No imaginé que me vendiera tan caro”, dijo cuando supo cuánto se le había pagado al traidor e hizo una mueca que, dado el estado lamentable de su rostro, María no supo distinguir si se trataba de una sonrisa o de un gesto irónico.

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A Sibo

Apunte 471 para una relación de avistamientos de santos Javier López había asistido, un poco contrariando sus propios placeres, a la fiesta del reencuentro de la generación de odontología a la que perteneció su esposa. Ella ya se lo había advertido: tenían que pasar más tiempo juntos. Javier no pudo eludir el compromiso y dejó a su suerte a las Chivas que se jugaban el descenso: qué Dios se apiadara de ellas. En la fiesta Javier no pudo seguir las conversaciones sobre temáticas específicas y cansado de la ignorancia se dio a la tarea de beber para que el tiempo pasara ágil y de prisa, esperanzado a que pudiera llegar a tiempo para ver el resumen deportivo por televisión. Fue entonces que ocurrió. Seguro fue producto del alcohol porque de inmediato tanto su esposa como sus compañeros se enfrascaron en una conversación vehemente sobre la figura y obra de San Cucufato.

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“No lo quiera San Cucufato”, decía su esposa, “Así lo ha querido San Cucufato y qué se la va hacer”, argumentaba un novio que su esposa tuvo en la facultad, “Deberías preguntarte qué haría San Cucufato en tu lugar”, le decía sin razón aparente una compañera de su esposa con la que más bien tuvo muy malas relaciones; “Cuando San Cucufato ha determinado los hilos con los que se moverán las carreras de caballo, no hay modo alguno de que los alfiles amenacen al rey”, le había escuchado a un sujeto diciéndole a una mujer con la vista perdida en su copa, acongojada; “Si las Chivas se salvan, me cae de madres que le pongo una corona de las flores más caras a San Cucufato”, le dijo el único amigo que tenía en aquella velada, mientras chocaba su copa con él.

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Artista del porno Cuando Rodrigo Vidal vio por primera vez una película porno pensó, como muchos niños de su edad, que ese podría ser un buen trabajo. Ya despertaba en él el deseo sexual irrefrenable y no se tenía que ser muy inteligente para llegar a la conclusión de que te pagaran por fornicar con mujeres que además eran el paradigma de la belleza era sin duda uno de los mejores trabajos del mundo. Rodrigo nunca fue impertinente y cuando le decía a sus amigos que quería ser actor porno sabía que lo tomaban a broma, mientras él hablaba en serio y, sin embargo, cuando le confesaba a sus padres y maestros de que quería ser ingeniero, sabía que mentía, pues en el fondo siempre quiso desnudarse ante las cámaras, pero era consciente de que existía un tabú enorme al respecto. Con el pretexto de inscribirse en la Escuela de Ingeniería Eléctrica, Rodrigo salió de la casa de sus padres y con el nombre de Rodri Vit pudo hacerse poco a poco de una carrera dentro de la pornografía.

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Empezó desde abajo, bailando en centro nocturnos, haciéndose fotografías para naipes pornográficos, calendarios o fotonovelas. En su debut en el cine porno auténtico (ya había hecho un par de cortos para una serie erótica, pero no era lo mismo, la ausencia de penetración evidentemente le restaba realismo a su arte) Rodrigo tuvo por primera vez la experiencia. En esa ocasión compartió créditos con Mary Star, una prodigiosa estrella del porno que antes de retirarse se dedicaba a hacer sesiones con chicos nuevos, que ella elegía previamente, en aras de encaminarlos por el buen camino de la actuación. Star sabía que había muchos tontos musculosos que por saberse bien dotados creían que ya lo tenían todo para sobresalir en el medio. No era así, Star, quien a esas alturas era también productora, buscaba verdaderos artistas, los iba a observar en centros nocturnos, en sesiones fotográficas de revista de moda, en Internet ante tanto actor porno amateur y hasta en la calle. El talento podía estar en cualquier parte. Con Rodrigo no fue la excepción, Star le había echado el ojo al menos un año atrás y ahora el chico tenía su oportunidad. Rodrigo no estaba nervioso por trabajar con Star, por el contrario, se sentía motivado de estar frente a frente (a veces no fue así) de una profesional. Star le dio algunas recomendaciones, le aconsejó cómo tratarla para que la escena cobrara realismo y la cámara pudiera captar una verdad amorosa. 84


Star creía que lo que realmente importaba era la verdad, el punto exacto en el que los actores se dejan llevar por el entorno y se muestran como son genuinamente. Su postura era contraria a aquellos que argumentaban que lo que esencialmente importaba era la actuación, no la verdad (insostenible, escurridiza, intangible, subjetiva en todo caso) sino la invención de una verdad, es decir, la actuación en sí misma. Bajo este rubro estaban aquellos, hombres y mujeres, que aseguraban que incluso sentir un orgasmo verdadero era vergonzoso, era mucho más bello la simulación que el acto en sí mismo. Rodrigo no estaba exento de estas filosofías, pero él aún no tomaba partido al respecto. Esa tarde, tras una sección de sexo oral practicada por una de las asistentes de Star, Rodrigo estaba listo para penetrar a la veterana actriz. Entonces sucedió. El acompasado trajín del acto sexual ante las cámaras provocó en Rodrigo una transformación, se sintió de repente otro y tuvo visiones sin sentido que se venían una sobre otra. Primero le pareció que era un jinete de una época lejana, tal vez del siglo XIX, que cabalgaba por un frondoso bosque. Sabía incluso de qué se trataba. Él era el capitán de un regimiento y marchaba a una posada en donde habría que recibir órdenes precisas para detener un contrabando de armas que iban dirigidas a la resistencia. Esa palabra, “resistencia”, estaba bastante clara en su cerebro. 85


Después vinieron más imágenes, visiones extraordinarias, como aquella en la que se vio cara a cara con una mujer anciana que le decía “El agua que corre tendrá que llegar al mar, es inevitable” u otra en la que él era una mujer que empujaba en el columpio a una niña que no paraba de reír. Era la hora de terminar, Rodrigo podía elegir entre descargarse sobre la espalda de su amante a quien penetraba estando ella a gatas o venirse en la cara de Star, como ya se había estipulado previamente. Eligió esta última y el rostro de Star bañado de su semen le trajo la última imagen, la de la Virgen María mirándolo complacida y orgullosa. Tras la faena, en el descanso de ambos actores, Star felicitó a su compañero y la auguró un porvenir fecundo dentro de la pornografía. Rodrigo, sin duda, era uno de los suyos, de esos que llevan la experiencia al máximo de su expresión artística. Pero Rodrigo no supo si Star intuyó lo que le había pasado a él o si ella misma llegó a sufrir de alucinaciones. Con el paso del tiempo Rodrigo experimentó muchas alucinaciones más y se comprobó que no se trataba del grado de excitación como lo había pensado en su experiencia primigenia, ni siquiera que tuviera que ver con sus gustos heterosexuales, pues en aras de buscar respuestas se aventuró en el universo gay y las experiencias se repetían igual de intensas.

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Perfeccionó su estado alterado a través de una alimentación más sana, meditación, ejercicio y tomas de drogas iniciáticas que le permitieron llevar su experiencia hacia el misticismo. De repente experimentaba en pleno orgasmo el dolor característico de la lanza en el costado del cuerpo de Cristo o veía la imagen del sagrado corazón en el ano recién inaugurado de alguna compañera. Más tarde volvió a encontrarse con Star, dedicada definitivamente a la producción de cintas pornográficas y a la creación de una línea de artículos eróticos, con la quien trabajó en lo que fueron sus últimas películas (cada vez le resultaba más difícil mantener una erección). Volver con Star le hizo saber que su carrera había llegado a su desenlace, ella nunca se lo dijo de forma literal, pero le hizo entender que ella había sido víctima de las raras experiencias y Rodrigo comprendió que incluso la santidad tiene un final. Con lo que ahorró en su carrera puso un negocio de artículos eléctricos en donde pudo ostentar los conocimientos que adquirió en su frustrada carrera universitaria, reconoció al hijo que había tenido en la juventud y se casó con una compañera de profesión también retirada con la que compartía el gusto por la lectura de pasajes bíblicos. Las experiencias se agotaron, pero los recuerdos de las mismas le hacían sonreír siempre que experimentaba orgasmos.

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Apunte 332 para una relación de avistamientos de santos José Fernández hizo sus residencias médicas en Caracacengo, una ranchería de unas cuantas casas en donde el Instituto Mexicano del Seguro Social había improvisado en una caballeriza un consultorio con lo apenas indispensable. Se trataba de vacunar a los niños y a los ancianos, no más; le habían dicho. José llegó temprano a la comunidad con la esperanza de ese mismo día ejecutar el trabajo y volver al pueblo en donde una habitación modesta era su hogar. A la hora de la comida los lugareños le trajeron tortillas recién hechas, queso en abundancia y pollo en jocoque. José comió como rey. Media hora más tarde, en el sopor de la canícula, los retortijones en el estómago lo hicieron despertarse de la modorra y le preguntó a la familia dueña del lugar por su baño. “Aquí nomasito, doctor, está el cerro”, le dijo una mujer atareada en los labores del hogar sin siquiera voltearlo a ver.

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A José le pareció extraño no haber intuido antes esa contrariedad y con papel higiénico en la mano fue a buscar el lugar más limpio, más íntimo y más cómodo. Pronto encontró un sitio ideal en donde pudo hacer sus necesidades con la calma que siempre lo había caracterizado. Cuando terminó pensó que lo ideal era enterrar sus heces, pero antes de echarles tierra con los pies pudo visualizar en su excremento la presencia de San Expedito, justo como lo recordaba cuando iba a misa con su madre hace ya algunos años, cuando él era apenas un niño. La peste le impidió acercarse para ver con mayor detalle el acontecimiento milagroso, pero José sacó su celular para tomarle una foto y revisarlo después con mayor calma. En esa tarea estaba José cuando pasó un arriero y lo saludó: “Buenas tardes, señor doctor”, le dijo el hombre alzando el brazo mientras se alejaba pensando que la gente de la ciudad es verdaderamente extraña.

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ÁTICO (BONUS TRACK)



Amnón He venido a la casa de mi hermano a que me dé la muerte. Quiero pensar que la mansa mano de Dios me ha traído hasta acá y no la despiadada costumbre de venganza que tiene nuestra gente, porque si así fuera no tiene Absalón la más mínima idea del favor que me hace. Quiero pensar que los ojos chispeantes de Dios, pudieron por fin ver la podredumbre de mi cuerpo y ha ordenado a la carne de mi carne, a liberar mi alma ensuciada por los besos terregosos de Thamar. Mi corazón se abrirá gustoso como se me abrieron las piernas de mi hermana y el puñal destinado a tapar el boquete invisible de mi sangre entrará limpio y suave como mi miembro entró en la húmeda cavidad de Thamar con la única resistencia evidente de su virginidad estorbosa. Dios mi señor -piedra de mi fortaleza, filo de mi espada, mar de mis naves- sabe que fue Thamar la que una vez que salió de mi estancia rasgó sus vestiduras, ensució su cuerpo con tierra y lágrimas y trocó sus gritos de placer por espanto, para que cayera en mí la desgracia del apestado y anduviera fuera de la casa de mi padre señalado por los vecinos y los mercaderes. 93


No es la verdad que quebrantara su voluntad, pero no he venido a la casa de mi hermano a darles razones porque ni él las quiere oír, ni yo pretendo esgrimirlas para salvarme de mi muerte. He venido a su casa porque mi padre, el Rey, me ha enviado para el descanso de su alma y de la mía, para el regocijo homicida de Absalón que siempre fue diestro en clavar el puñal en el cordero a la hora del sacrificio. Yo vengo a decirle a mi hermano que tenga piedad de mi alma que se ha entregado a los innumerables recuerdos que el cuerpo guarda cuando se sale de vientre de mujer, cuando se ha mamado de sus senos la vida para ser infieles e impuros. Vengo a decirle a Absalón con mi silencio que en el mundo de los hombres ya no tendré deudas que saldar, gracias a su misericordiosa mano y a su deseo, y que iré a guarecerme de la culpa eterna en un plano ajeno inventado por el Diablo que le dio a los senos de mi hermana el sabor de los almendras y a su sexo el agrio dulzor de los peces. Porque para que mi boca pecara se necesitó de otra boca, para que mi miembro se estirara más allá de sus proporciones sanas se precisó de un impulso desconocido que llegó con una mañana después de pasar varias noches en vela. Aquella noche una angustia se apoderó de mi cuerpo, una fiebre que mamá intuyó maligna se acomodó en la cabecera de mi cama y me susurró al oído imágenes 94


de infancia que creí olvidadas. No eran alucinaciones, eran recuerdos. Los recuerdos son cosas que pasaron y no pasaron, cosas que se inventa el tiempo cuando se aleja y la fiebre me llevó allá lejos. Allá Thamar se estaba bañando en el río y yo la abrazaba por debajo del agua. Era un juego. Nada más. Jugábamos ante la mirada amorosa de nuestros padres. No había nada de malo en eso. Lo malo estaba en la fiebre. Thamar se subía a una roca grande que sobresalía por encima del agua. Su túnica húmeda se le pegaba al cuerpo, unos pequeños pezones le anunciaban inquietos pechos. Reía como suenan las puertas oxidadas y se dejaba caer para que yo, abajo, la mitad del torso sumergido en el río, la atrapara. Thamar se me resbalaba por mi cuerpo y a veces mi miembro erecto le levantaba la túnica. Yo no sabía nada. Thamar no sabía nada. Nos gustaba sentirnos así como quien ríe mucho, como quien corre mucho, como quien come mucho dulce de cabra. Íbamos a menudo al río y cerca de la corriente se acostaban nuestros padres a vernos nadar y brincar, pero poco lejos de ellos estaba la roca de donde Thamar se lanzaba y mis padres nos dejaban ir allá, lejos de su mirada. Yo intuía que aquello estaba mal, pero Thamar me tomaba de la mano para llevarme y muchas veces me decía: “Que no nos vea Padre”.

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Yo resbalé. Las piedras de la fe son muy lisas, no se puede correr, no se puede huir y el recuerdo en la fiebre se descalza las sandalias de la razón y uno se cae y se parte la cabeza. Muchas veces sentí que Thamar en mis sueños se resbala en mí hasta que su boca se aferra a mi miembro succionándolo. Thamar entró a mi habitación por orden de papá. Días atrás, después de sufrir noches de insomnio y mañanas de pesadillas, le dije a mi padre que Thamar entrara a mis aposentos a prepararme el pan que calmara mi hambre. Esa mañana su cuerpo estaba caliente después de cocinar y yo había soñado que su boca me succionaba hasta hacerme llover de mí. Thamar vio la mancha de mi semilla. Su labor estaba hecha y el pan estaba listo, pero no era esa su ofrenda. Thamar vio la mancha de mi fiebre y me pidió que no me apenara, que estaba enfermo y que ella me iba a limpiar y a curar. Con el cuidado que se le tiene a un enfermo, Thamar metió sus manos por dentro de mis sábanas y guiándose por la mancha en ellas dio con mi miembro que al sentir sus manos tibias retumbó como quien recuerda caricias venidas de tiempos lejanos. Thamar mordió lentamente la sábana que cubría mi sexo, después succionó la humedad de la punta que se erguía hacia su encuentro. Sentada a lado de mi lecho, descubrióme por completo y me metió en su boca para cumplir su promesa de limpiarme. 96


Yo creí que aquello era volver al sueño, pero ella me dijo que me sacaría la fiebre de mi cuerpo y yo supe que todo era real porque eran reales los recuerdos. Por debajo de sus ojos se caían sus cabellos y yo se los anudé con la mano por encima de su cabeza para ver cómo sus labios se hinchaban con el trabajo que había decidido afrontar esa mañana. Una fuerza que no era de Dios, aunque de Dios vienen todas las cosas, se apoderó de mí, y me incorporé del lecho para verle mejor todo su cuerpo. Era blanca mi hermana como un lirio enfermo, pero sus caderas tenían la redondez de la fruta que no ha caído al suelo. Así se lo dije y se sonrió, sentí su sonrisa en mi miembro. Me incorporé, la levanté del suelo y le quité la túnica que nos estorbaba desde que éramos niños y descubrí un sexo desconocido, adornado con un jardín inédito que le había cubierto el pequeño surco de su cuerpo. La recosté en mi lecho y le abrí las piernas para darme cuenta que estaba ahí esperando por mi lengua desde hacía tiempo. Fue beberla para que volviera su risa a rechinar como puerta oxidada, como una vez escuché a mamá allá por la madrugada cuando mi padre no estaba en casa y los esclavos no habían sido aún cercenados. Fue escucharla llamar a alguien desconocido con extraña lengua, quizá a Lucifer que entraba por su cuerpo a través de mí, lo que me hizo entender que no 97


habría marcha atrás y que el recuerdo había salido de sus fronteras para invadirlo todo con su podredumbre. Para entonces sus manos aprisionaron mi cabeza, me empujaban hacia ella como si hubiese sido mi madre que arrepentida de haberme parido, deseara que volviera a entrar a sus entrañas ese mal hijo. Yo me asfixiaba de ella y la muerte hubiese sido cosa dulce entre sus piernas, pero cuando más cerca sentía yo desfallecer, desfalleció ella y se dejó caer como si todas sus fuerzas la hubiesen abandonado. Yo en cambio no cabía en mí, iba a salirme por el miembro, iba a explotarme alguien adentro y adentro de ella incursioné agreste y violento. Sus manos despertaron y me pegaron en el pecho, pero yo ya no era yo y mis fuerzas le pertenecían a un tormento desconocido que quería acabarla y maltratarla por lo que había hecho de mí, por lo que habíamos hecho. Lloró como deben llorar las vírgenes, aunque era el Diablo el que la habitaba. No dejé de cabalgarla hasta que su llanto se convirtió en silencio, en un silencio que se le atoró en la garganta y que le hizo torcer la cabeza para morder la sábana inexplicablemente húmeda, como si el río de la infancia también hubiera venido a nuestro encuentro. Cuando sus ojos volvieron a mirarme, me pidió que la matara, pero sabía que entonces nadie me mataría a mí y me dolió su egoísmo y su necedad y también me dolió su cuerpo. Sin salirme de ella la voltee 98


por entero, acomodé su caderas en las mías como si fuese una cabra y me dispuse a matarla con furia. La tomé de los brazos haciendo palanca y la acribillé con todo mi yo pecador, con todas las fuerzas de mi demonio interno, dueño de mí ya para siempre. Y llena de mí se dejó caer llorando, había dejado de ser mi hermana. Pero por los viejos tiempos, para que nadie supiera que en el río su cuerpo se estremecía en mis brazos, la saqué de mis aposentos llorando aún, para que no llegara a pensar en el placer equívoco. Ella entendió mi acto y sé que agradeció mi gesto. Se rasgó las vestiduras y fue a donde Absalón y yo me fugué a vivir con los malditos y los pordioseros. Hace poco volví a la casa de mi padre con su perdón, pero se negó a dejarme ver su rostro, como si supiera que yo mismo trato de no ver el mío tampoco. Ayer Absalón preguntó por mí y mi padre fue a verme por primera vez en años para pedirme que vaya a la casa de mi hermano. Tiene el luto adelantado y la barba crecida como yo. Ese ha sido su perdón. Mi hermano me espera hoy para darme el suyo. En el filo de su puñal, Dios ha guardado mi absolución.

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Winskovich La Demonología no le ha hecho mucha justicia a Winskovich quizá porque no tiene un nombre fastuoso o porque la propia Demonología ha sido siempre censurada por otras ciencias más reconocidas como la Angelología. En todo caso los prejuicios han sido, si se me permite la expresión, los demonios personales del fiel y audaz Winskovich. Sin embargo, este singular Demonio es indispensable para entender mucho de los roles de la humanidad. A pesar de lo que digan sus detractores, Winskovich es la esencia misma de todos los demás Demonios por poderosos que sean. En el tablero de la lucha entre el Bien y el Mal (en donde el Mal, obvio, juega con negras) Winskovich sería algo así como el peón: siempre hacia adelante, sin saber retroceder, por lo que una vez que actúa las consecuencias son inevitables. Winskovich, también llamado El Demonio de las Pequeñas Cosas, es el responsable de muchos males de la humanidad. Hasta ahora la Demonología ha registrado estos que a continuación se enlistan.

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1) El rapto de Helena por Paris. Como sabemos, Paris fue a Esparta por una misión diplomática, pero confiado en el favor que siempre obtenía por las féminas quiso mostrar su galante poder en una mujer que estaba casada nada más y nada menos que con Menelao, hermano de Agamenón. Esta imprudencia fue aconsejada por el mismísimo Winskovich quien le preguntó a Paris qué caso tenía ser el tipo con más suerte con las mujeres si todas aquellas a las que se había llevado a la cama no representaban un trofeo real. Sin duda Helena por estar casada con semejante figura era un verdadero reto para Paris que al seducirla comprobó su poder en detrimento de la suerte de toda Troya. 2) La matanza de Tlatelolco. Un 13 de agosto de 1521 los mexicas realizaban una fiesta en honor al dios Huitzilopochtli ante la mirada permisiva de Pedro de Alvarado, quien regía la ciudad en ausencia de Hernán Cortés. Tenochtitlán estaba dominada por el encanto de los conquistadores que a su vez estaban encantados y temerosos. El propio Pedro de Alvarado temía una revuelta y veía con recelo la unión de tanto nativo. Fue entonces que Winskovich, en el traje humano de Miguel de Narváez1, le 1  Según los datos históricos que se conservan y las investigaciones que se han hecho sobre la conquista de México y América, no se ha llegado a la presencia de un soldado o marino con este nombre. Esta particularidad refrenda la hipótesis de los demoniólogos, en particular los que estudian la obra de Winskovich, de que este diablo estuvo presente en este hecho 101


metió en la cabeza al ya de por sí temeroso Alvarado la posibilidad de que los mexicas se revelaran, por lo que si querían salvar la vida y la empresa debería actuar rápido contra los rebeldes. Aconsejado así Pedro de Alvarado dio la orden de atacar a una población indefensa. 3) La derrota de la armada invencible. Las cosas ya eran insostenibles entre el buen Felipe II, de España, y la desafiante Isabel I, pero todavía hubieran tenido que pasar algunos años para que la guerra entre ambos reinados se desarrolla sino es porque metió su cuchara Winskovich. Algunos académicos, sobre todo los ortodoxos, defienden la idea de que Winskovich tomó la figura del agente papal Roberto di Ridolfi para persuadir a Felipe II de que destronara a Isabel I, pero estudios más recientes (aunque no por eso más veraces) señalan que aunque ciertamente el Papa Pío V estaba a favor de la invasión hispana en Inglaterra, esto no es argumento suficiente para determinar que Winskovich trasmutara en Roberto di Ridolfi. La certeza radica en que este demonio, ya sea en sueños, en voces que los monarcas creían divinas o por otros artilugios negados a los hombres, convenció a Felipe II a llevar a su armada a pelearse contra la naturaleza con consecuencias terribles para el funesto, pues es natural de estos seres adoptar figuras humanas que las ciencias históricas no registran. 102


monarca español. El rey diría después que ante lo que Dios hace no se gana ni se pierde reputación por lo que no venía al caso hablar de ello, una declaración a todas luces agnóstica más parecida a lo que podría salir de la lengua de Winskovich que de un monarca católico. 4) Rechazo de Hitler en la Academia de Bellas Artes de Viena. Cuando el Holocausto salió a la luz y con él Hitler se convirtió en el emblema del mal no faltaron los estudios propios de la Demonología que le atribuyera al atribulado dictador cercanías con los más grandes demonios. Los especialistas en Winskovich intentaron buscar en este caso presencia de su objeto de estudio y la hallaron no sin ciertas dificultades, lo que no dejó de sorprenderlos, pues creían que sería relativamente fácil en un personaje tan ‘demoniaco’ dar con las fuerzas siniestras que se desarrollaron a su alrededor. Lo cierto es que los caminos de Winskovich son misteriosos y no hay indicios de que él haya estado detrás del rechazo de Hitler en la Academia de Bellas Artes. Ya se sabe que Hitler quería ser pintor, pero que los académicos de dicha escuela no le encontraron talento y lo rechazaron. Sus biógrafos afirman que este fracaso lo decepcionó mucho y hay quien dice que de haber seguido por los caminos del arte hubiésemos tenido solo a un artista antisemita y no a un genocida. El caso es que 103


Winskovich no tuvo que ver con ninguno de estos rechazados (Hitler no fue aceptado en dos ocasiones), pero sí con persuadir a Adolfo de tomar una segunda opción. Al parecer cuando el futuro Führer del llamado Tercer Reich fue nuevamente rechazado, los académicos lo vieron tan atribulado que le sugirieron que entrara a la Academia de Arquitectura. La recomendación era sincera, veían en el pequeño Adolfo a un chico con aptitudes para la carrera, pero Hitler no se presentó. Es aquí cuando Winskovich entró en escena. Saboreando un golpe maestro (Seis millones de judíos asesinados en campos de concentración, millones de muertos en toda Europa y la peor guerra de la humanidad en siglos), Winskovich se le apareció a Hitler como un amigo del albergue para hombres en el que entonces vivía el futuro dictador, le convenció de que el futuro no estaba en las aulas y le invitó a irse a Múnich. El resto de la historia es harto conocida. 5) Genocidio Armenio. Cierta tarde de diciembre de 1910 İsmail Enver se encontraba en una taberna de Constantinopla, celebrando su regreso a la amada patria después de estudiar en Alemania. Tenía entonces 29 años recién cumplidos y era el objeto del deseo de muchas jóvenes con tendencias occidentales que hacían de Constantinopla un auténtico edén. Los turcos locales estaban resentidos con Enver, lo creían ególatra, hedonista y engreído. Lo 104


cierto es que su punto de vista lindaba peligrosamente con la verdad. Esa tarde de diciembre Enver, sin saberlo, había cruzado los límites al intentar seducir a una bella mujer que era la pasión secreta del más grande mercader de la ciudad. Los sujetos de la taberna avisaron al mercader que rápido reunió a un puñado de hombres dispuestos a darle su merecido al petulante Enver. Se trataba de tomarlo por sorpresa, pues Enver había aprendido tácticas militares germanas que lo hacía una presa difícil. Sin embargo, cuando la tensión en el bar era evidente Winskovich, disfrazado de marinero griego, lanzó una botella que fue a caer en la cabeza de uno de los principales matones del mercader. De inmediato empezó la trifulca y Winskovich llamó a Enver para que pudiera salir por una puerta alterna de la taberna y el llamado “Héroe de la libertad” salió huyendo hacia su futuro: liderar el partido Jóvenes Turcos y obligar a marchar a cientos de miles de armenios hacia la muerte.2 6) Batalla del Somme. Si Douglas Haig llegó al frente occidental en 1916 para decir que acabaría 2  Sobre la presencia de Winskovich en este proceso hay divergencias muy serias. Demonólogos turcos la niegan tajantemente, pero debe considerarse que se trata de otra rama de la Demonología, la Demonología oriental, que tiene otros conceptos y otros estatutos en donde Winskovich aparece con el nombre de Djemal Talat. Para una breve descripción de esta rama o vertiente puede consultarse Las ruecas del diablo. Una introducción a la Demonología centro-oriental, de Joseph Riquer o Razones para unir la Demonología en una práctica universal, de Jack Orton 105


con la situación de las trincheras de una vez por todas se debe sin duda a la influencia que sobre él ejerció el poderoso Winskovich. Haig era uno de los personajes favoritos de Winskovich: arrogante, con una excesiva confianza en sí mismo y dispuesto a todo para comprobarle a quien fuera que en él reinaba la razón. Lo único que hizo Winskovich para convencerlo de aquella terrible ofensiva en las líneas alemanas que dejaron poco más de doscientas mil muertes a cambio de un avance insignificante fue seducirlo como mujer, una de las astutas caretas de este singular demonio. Antes de que Haig, segundo al mando de las fuerzas británicas durante la Primera Guerra Mundial, pensara en un plan para dar resultados ante la desesperante situación de las trincheras, decidió a acudir a un burdel exótico cerca de París, donde había encontrado prostitutas similares a las que frecuentaba cuando estaba en la India. Ahí creyó encontrarse con una que particularmente le había encantado en sus años de juventud. Por supuesto, pensó Haig, no era más que una chica con un parecido extraordinario. El hecho es que se trataba de nuestro astuto amigo Winskovich. La chica original, la de la India, había sido la primera mujer de Haig que nervioso en su reconocimiento del terreno enemigo no pudo mantener una erección. Su acompañante fue comprensiva y bajó hasta su pene, lo besó y 106


como un conjuro le dijo en su lengua nativa, bien comprendida por Haig: “No te preocupes, mañana todo estará bien, mañana emprenderás la embestida y cargarás y volverás a cargar, joven amigo”. Después se acomodó en su pecho y durmieron hasta el día siguiente en donde, como si se tratase de un presagio, Haig cargó una y otra vez con sus años joviales y vigorosos. Aquella noche en París ocurrió el milagro (o la maldición). Su chica francesa, tan parecida a la de aquella de juventud, tras el acto amoroso, repitió las mismas palabras que la primera amante de Haig, pero en esta ocasión en un francés que Haig supo muy bien comprender más allá de su traducción literal. Embelesado por lo que él creía una señal divina, durante la batalla de Somme, Haig hizo que sus hombres cargaran una y otra vez, mientras caían masacrados por las balas alemanas. 7) Bombardeo de Dresde: Sir Winston Churchill solía decir que no le importaba mucho cómo lo trataría la historia porque a fin de cuentas él pensaba escribirla. Tenía razón. Ni Dresde ni Galípoli o cualquier otro asunto pueden combatirle en la fama que adquirió en sus años de gloria. El caso de Dresde lo tramó la mano de la venganza, pero sobre todo se trató de una muestra de virilidad de un ofendido Sir Winston Churchill. La guerra ya estaba perdida para los alemanes y ganada para 107


los aliados, era cuestión de días o de meses para que finalmente cayera el régimen nazi. En un salón de fumadores, mientras el ministro inglés se pavoneaba por sus éxitos, alguno de sus enemigos encaminó la conversación hacia ciertos chistes sobre la virilidad que molestaban sobremanera a Sir Winston Churchill. Decidido a que nada ni nadie le arruinaría el ánimo se despidió de buen talante de amigos y adversarios para salir a la ancha calle en donde bien cupieran él y su soberbia. Fue entonces, ya cuando Sir Winston Churchill les había dado las espaldas a los parroquianos, que lo escuchó: un comentario sagaz, pero soez, sobre la virilidad del ministro y los deseos insatisfechos de su mujer. El caso fue que nadie más lo escuchó si no él, porque se trataba de Winskovich que sabía que al herir el orgullo del primer ministro de esa manera provocaría la decisión de un plan que ya había olvidado: ver arder en llamas una ciudad alemana. Cuando se anunció a Churchill que el bombardeo había tenido éxito el primer ministro tuvo una erección mayúscula que no desaprovechó. 8) Nagasaki Claro, los defensores de la importancia de las bombas nucleares alegan que gracias a Hiroshima se aceleró el desenlace de la guerra, pero ¿y Nagasaki?. La explicación está en otra parte y bien la sabe Winskovich. El pobrecito de Harry S. Truman había llegado tarde a la repartición de contextos 108


heroicos: la guerra estaba a punto de acabarse y él era solamente el que vino después de Franklin D. Roosevelt. Necesitaba algo que le diera protagonismo y entonces la bomba tan ansiada estaba lista. Sin pensarlo dos veces elaboró el plan y Hirohisma ardió con toda la furia que el protagonismo esconde en el pecho de los segundones. Eso fue obra de él mismo, no hubo demonio alguno que le impulsara (los hombres, muchas veces, no los necesitan). Pero Nagasaki sí es obra de nuestro célebre amigo. La noche que Truman supo del éxito de su bomba no durmió tranquilo, una vocecilla en lontananza le repetía como un comercial de hamburguesas: “porque dos siempre es mejor que una”, “porque dos siempre es mejor que una”, “porque dos siempre es mejor que una”. Lo cierto fue que Nagasaki fue un objetivo casi accidental, sin que en ello mediara ni Truman ni Winskovich. 9) Tlatelolco, 1968 Winskovich es un personaje con un sentido del humor muy bien desarrollado, de ahí que algunas veces elija lugares idénticos o con un significado adverso para sus desmanes, como sucedió con la Batalla de Somme3 puesto que Somme significa en la antigua lengua celta: tranquilidad. Por eso no es de extrañar que Tlatelolco se convirtiera nuevamente en un escenario de masacre. Algunos demonólogos equiparan el día de fiesta 3  Consúltese inciso 6 109


de 1521 con la manifestación de protesta, la ciudad tomada por una fuerza opresora con la presencia de una fuerza igualmente opresora en el siglo XX y demás comparaciones desde un punto de vista simbólico. Otros estudios opinan sin embargo que son meras coincidencias y algunos más no le dan importancia al lugar, sino al hecho en sí. Desde mi perspectiva, y si se me permite un comentario aventurado, hay algo de humorístico en todo esto y tiene que ver con la personalidad festiva de Winskovich. Entremos en detalle. Ya se sabe del movimiento estudiantil y sus estatutos, pero en esos días ciertas autoridades creían que aquello era tan solo un asunto de juventud, un capricho, algo pasajero. Para el propio Gustavo Díaz Ordaz el problema estudiantil no era siquiera uno de los asuntos de importancia media en su programa. Él tenía sus atribulaciones que no estaban cimentadas en la difícil situación internacional (en plena guerra fría y con las Olimpiadas a la vuelta de la esquina) sino con un grave problema de autoestima. Feo como él solo, la única manera de conseguir mujeres (que le fascinaban) era primero con dinero y luego con poder. Una cantante popular mexicana lo tenía embelesado, pero ella, aunque cumplía los caprichos del hombre en el poder, ya le había dado su corazón a un sujeto que por entonces era el mejor cantor y poeta de México: José Alfredo Jiménez. 110


Contra eso no podía competir el poder y el dinero de la presidencia. Así pues, una tarde cualquiera, mientras lo llevaban a la casa de la mujer que era dueña de todo lo que verdaderamente le pertenecía, su debilidad, la voz de Winskovich salió de la garganta de su chofer justo cuando sus pensamientos más turbios imaginaban al gordo y borracho de José Alfredo mordisqueando la nuca de su amada. Las palabras, aparentemente inocentes, referían sobre los problemas de tráfico que ocasionaban los mítines estudiantiles y entonces un pensamiento llevó a otro. Díaz Ordaz se preguntó que cómo podía hacerle frente como hombre a ese cantorcillo4 si no podía ni siquiera remediar a unos escuincles que tanto escándalo hacían y se dispuso a resolver eso de forma inmediata. Solo se esforzó en dar la orden, ni siquiera supo de la maquinación de la matanza, como quien en un restaurante al elegir del menú no se pregunta cómo llegó la carne a su mesa. 10) Separación de los Beatles. Muchos culpan a Yoko Ono, pero ella nada tuvo que ver. El asunto, de hecho, es mucho más sencillo que lo que la gente cree. El grupo en verdad no quería separarse, quería sí, tomarse unas vacaciones. Winskovich 4  El presidente, más allá de su obvia animadversión por José Alfredo debido a que era rival de amores, verdaderamente no le gustaban las canciones del compositor pues las creía burdas y propias del populacho 111


vio en esta apatía y enfado su oportunidad. Armado de quién sabe que trucos de la sugestión convenció a Ringo de que los otros tres ya no lo querían. El baterista primero fue con Lennon y le dijo que quería separarse del grupo porque creía que ya no lo deseaban en la banda. Lennon le dijo que él creía que al que no querían era a él. Contrariado Star fue con Paul y le dijo lo mismo, McCartney tuvo una respuesta similar a la de Lennon por lo que Ringo fue a buscar a George que para su sorpresa le dijo que él creía que al que realmente querían sacar de la banda era a él. Con más preguntas que respuestas Ringo regresó a su casa. Como se ve John, Paul y George pensaba que no los querían en la banda, el único que tenía la certeza de la unidad era Ringo (el verdadero corazón de la banda era, como muchas veces sucede en los grupos melódicos, el baterista, en este caso Ringo). Esto hizo que crecieran las dudas en todos de continuar, pues si Ringo flaqueaba ya nada valía la pena. Así pues Ringo fue, sin saberlo, el verdadero artífice de la separación. Seguramente Winskovich se alegraría después de que a Ono se le considerara la culpable, una jugada que no tenía contemplada, como quien mete gol de rebote, sin proponérselo, y de cualquier forma lo festeja.

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Hasta aquí un resumen de los males que la Demonología ha registrado como consecuencias directas de la actuación de Winskovich, aunque todavía hay mucho que estudiar al respecto. De hecho, existen tesis en plena elaboración que plantean su participación en acciones funestas como la derrota de Holanda en la final del Mundial de 1974 de Alemania, precisamente con el equipo anfitrión, tesis que de comprobarse podría explicar derrotas consecuentes como la de 1978 en Argentina, también con la escuadra anfitriona y hasta la de Sudáfrica en 2010 contra los españoles. Se registra también otro par de tesis con el nombre de Winskovich, se trata de la muerte de John Lennon en 1980 y los atentados terroristas de las Torres Gemelas en 2002, en Nueva York. Pero aunque esto todavía está por comprobarse no nos extrañaría ver la presencia de este ser malvado en estos sucesos, pues ya hemos detallado su forma efectiva de laborar.

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Se terminó de imprimir en agosto de 2015 en los talleres gráficos de Siete Cyan ubicados en Oriente 2, No. 70 Cd. Industrial Morelia, Michoacán, México La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado del autor, Viridiana Lázaro y Martha Montaño. En portada: Detalle de ilustración vectorial tomada de freevector.com



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