HACER ESCUELA #1

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HACER ESCUELA

FAAD UDP Noviembre 2014

Arquitecturaahora es una publicación de Arquitectura que opera como órgano independiente de carácter crítico. Cada número es editado por un editor invitado.

EDITORIAL #1

Por Mario Ormazábal

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“HACER UNIVERSIDAD: REHACER LA UNIVERSIDAD” “se tiene la sensación de que la universidad ha perdido el rumbo. El mundo la necesita más que nunca, pero por razones nuevas y, para clarificar el nuevo papel que debe jugar en el mundo, tenemos que encontrar un nuevo vocabulario y un nuevo sentido de propósito”. (Ronald Barnett).

dos pinceladas, con la cabeza baja, ribeteando la desesperanza. Ya no se reconocen entre sí, porque no se auto-reconocen. Sabemos quiénes somos, pero no lo que somos.

COMENTARIOS

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Presidente Centro Estudiantes, Arquitectura. UDP 2014

Estoy convencido de que la FAAD UDP es el espacio propicio para el encuentro de la arquitectura, el arte y el diseño, así como también un lugar para el nacimiento de nuevas ideas y creación de proyectos. Hoy si bien esto ocurre de algún modo, no lo hace con su máxima intensidad. Creo que es responsabilidad de los estudiantes descubrir y ganar nuevos espacios, hacer de estos espacios su escuela y de la utilización y apropiación de ellos crear tradición. Un centro de estudiantes informado y comprometido con la contingencia, un CEARQ proactivo capaz de anticiparse a las problemáticas y de proponer soluciones concretas a las necesidades de los estudiantes es fundamental, sin embargo, el trabajo debe estar impulsado y en constante revisión y discusión con los propios estudiantes, de esta forma el centro de alumnos es representativo de estos. Para lograr grandes cosas que trasciendan y sean heredadas en el tiempo debe existir voluntad de las partes involucradas, principalmente de los estudiantes.

El miedo a actuar, decir y hacer, sumado a la comodidad mantiene una asfixiante pasividad, en donde los estudiantes solo responden a encargos externos de carácter estrictamente académicos, en busqueda de la mejor nota y el mínimo esfuerzo, esto se ve reflejado en una abundancia de trabajos correctos pero que no proponen ni descubren nada nuevo, replicando modelos aprendidos. La equivocación se penaliza y lo correcto se glorifica. Esta actitud se transmite a su vez a la forma de utilizar los espacios de la facultad.

¿Cual es el rol que nos corresponde como estudiantes?, ¿Que oportunidades tenemos al ser parte de una nueva generación?, ¿Qué cosas están obsoletas?, ¿Cuáles podemos mejorar?, ¿Venir a la universidad me hace universitario?.

Poeta chileno, académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Colaboración especial para Clarín de Chile.

Se escucha con frecuencia que nuestras universidades de América Latina padecen hoy la nostalgia de haber perdido la tradición de Occidente, la tradición de la campana de cristal, pero lo que debiera plantearse es que la persistencia de las políticas neoliberales ha traído desazón y hasta desesperanza a la academia, digamos al sector académico más crítico, por su conciencia de las implicaciones; el menos crítico parece adaptarse al darwinismo social, a la perspectiva de que los humanos desempeñamos un papel determinado en el mundo que vivimos, fincado en la supervivencia y la evolución del más fuerte. Ronald Barnett ha advertido que nos esperan tres dificultades, en particular: a) aceptar que la universidad debe mantener sus valores y propósitos dentro del nuevo marco (económico-político-social); b) aceptar realizarlos en las nuevas condiciones; y c) aceptar que es la indicada para hacerlo. (R. Barnett; 2002)[1]. En suma, hacer suya la responsabilidad de extender el papel que le correspondió en el contexto del Estado de bienestar al del Estado neoliberal, el que está por una sociedad donde la incertidumbre y el riesgo son los principales condimentos del éxito de los individuos, a partir de reglas inequitativas. Si se plantea este asunto desde la perspectiva crítica, sucede que nuestras universidades están siendo descolocadas por las políticas “innovadoras” y no saben aún cómo autodefinirse ni reposicionarse; el costo tiene a profesores transitando por los espacios de las instituciones, para decirlo con

El asunto principal es hacer universidad, rehacer la universidad. Los saberes no bastan, requerimos inteligencia, imaginación y ética para aprender, investigar, inventar, aplicar, rediseñar y extender los productos de la cultura local, nacional, regional y global, que la rescaten de la interdependencia de los capitales. Todo esto nos lleva a vacilar, a equivocarnos, a insistir, a repensar, a despistarnos otra vez, hasta que logremos la identidad del nuevo propósito: una universidad más allá de los muros, pero al servicio del bien común. Se trata de procesos troncales y complejos, y de que las responsabilidades anteriores asignadas a nuestras universidades no sólo no son pertinentes en estos días, sino que tampoco están a la altura de la legitimidad que hoy se les reconoce, sea en la esfera de lo público, sea en la de lo privado. Para mayor complejidad, las políticas minimalistas del complejo político-empresarial desconocen olímpicamente la existencia de asuntos privados que adquieren carácter público, entre ellos, precisamente, la educación formal, cuyas tareas fundamentales son la socialización y la culturización de todos durante toda la vida (Unesco). Alguien, en la web, hace pocos años, planteaba: “¿Qué se supone que tienes que hacer cuando de repente te das cuenta que todo está cambiando y de que todo lo que conocías va a desaparecer ya?” Y otro decía: “¿Y si pudiera nadar en el cielo?” Y otro: “¿Y quién podría vivir sin una imagen más?” En fin, síntomas de navegantes en la red de la cultura virtual, que no suelen darse en los intramuros de nuestras universidades, al menos, no con tal soltura. ¿Estamos dispuestos a revertir el lance sostenido de la burocracia y la tecnocracia juntas con vista a los mercados? ¿Hay formas de superar sus paradigmas, esto es, los soportes ideológicos de sus aspiraciones y expectativas? ¿Reharemos la universidad? Rehagámosla.

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“Normalmente cuando las universidades sufren algún cambio que tenga que ver con sus planes de estudio, han sido los propios estudiantes quienes lo han provocado. Hoy no es ninguna novedad –al menos entre los estudiantes- que el arquitecto diseñador se ha transformado en un ser irrelevante para la sociedad, innecesario para el mercado, ausente de la política y ensimismado en su submundo intelectual. Probablemente ello ha generado una profunda decepción entre estudiantes que intuyen que la formación recibida responde más bien a intereses de un grupo reducido de arquitectos –quienes en ocasiones ven a su escuela como la extensión de su oficina de arquitectura- que al de una demanda real desde la sociedad, necesidades que evidentemente involucran a todos los otros arquitectos que “no hacen arquitectura”, tales como gestores, investigadores, desarrolladores, activistas, innovadores, artistas, urbanistas, historiadores, constructores, consultores, administradores, empresarios, etc. Para no confundir a los estudiantes con el rol que tomarán como profesionales, el desequilibrio entre lo demandado y lo ofrecido debería ser resuelto por las escuelas, sin embargo, ello no ocurrirá hasta que los propios estudiantes se involucren en dicho cuestionamiento, de lo contrario Chile seguirá formando arquitectos para un partido que nunca jugarán”. (Juan Pablo Urrutia).

“Parece fundamental orientar la invitación/ conversación que se hace en este texto no tanto a sus objetivos, sino a sus medios. Cómo debe ser mantenida esta conversación, cómo se deben disputar espacios y cómo se puede llegar a acuerdos, cómo vincular lo público con lo privado, en conclusión, cómo se debe rehacer la universidad -la invitación última de la nota. Cómo enfrentarnos a estas preguntas, en el contexto del mundo universitario, parece ser la cuestión. Porque el mundo se ha inundado últimamente de diagnósticos tormentosos, llamados a la acción y grandes personalidades. Pero qué tiene de particular esto en el contexto universitario. Antes que nada, que es una de las últimas reservas que tienen nuestras sociedades donde se permite la acción colectiva. Porque aunque la educación formal sea rígida y decadente, todavía deja a sus costados y entre sus grietas múltiples espacios a la generación de ecosistemas colectivos, que se manifiestan en fiestas estudiantiles, reuniones de patio, centros de alumnos, marchas por La Alameda o tomas de escuelas. Entonces, creo que la invitación se orienta a la construcción de ecologías colectivas que permitan el desarrollo comunitario, trascendiendo el ya tan agotado mundo individual. Dejemos de construir líderes -políticos, empresariales, deportivos o estudiantiles. Construyamos comunidades. Aprendamos a actuar colectivamente, a generar valor a través de la acción colectiva. Y no entreguemos ese poder a manos de dos o tres después de eso, mantengámoslo colectivo. A través del fortalecimiento de nuestras cualidades comunes podremos enfrentar el desafiante y complejo mundo público con mejores facultades que los que hoy lo manejan, tan acostumbrados a mirarse el ombligo y escribir sus nombres en carteles publicitarios a slogans políticos. Practicar colectivamente es fundamental si creemos que la indiferencia individual está deteriorando el mundo en que vivimos. Y dentro de las universidades tenemos la oportunidad de formarnos como seres comunitarios, y esa oportunidad no está ni en las aulas ni en las mallas curriculares, está en los patios, en las marchas, en los comedores, en las reuniones de alumnos, en las asambleas estudiantiles, en los periódicos universitarios, en los diálogos después de clase o en la vereda de enfrente de la escuela”. (Leandro Cappetto).

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