REVISTA 041

Page 1



M

DIRECCiÓN: ANDRÉS SOREL CONSEJO DE REDACCiÓN: LUIS LANDERO LUIS MATEO DíEZ JOSÉ MARíA MERINO ISAAC MONTERO SANTOS SANZ VILLANUEVA DISEÑO: ANTONIO TELLO DIBUJO PORTADA: JOSÉ CANDALlJA REDACCiÓN Y DISTRIBUCiÓN: ASOCIACION COLEGIAL DE ESCRITORES Sagasta, 28. 5°-28004 MADRID Teléf. 4467047 - F8X 446 29 61

Los trabajos e informaciones publicados en REPÚBLICA DE LAS LETRAS pueden ser reproducidos libremente siempre que se cite su procedencia.

EDITORIAL And rés Sorel La creaciólI/iteraria. Taller de Escritllra ACE.

LA CREACiÓN LITERARIA DE LOS ALUMNOS-ALUMNAS DEL TALLER M aría Eugenia Alvarez- Rico PreselltaciólI Re/ato: El Muerto Al berto Barrueco PreselltaciólI Relato: Elegidos Valentín Cárdenas PreselltaciólI Re/ato: Catorce mil pesetas, todo incluido Nava San Miguel PreselltaciólI Re/ato: Trapecios-Redes Juana Casillas PreselltaciólI Relato: Fragmento sin título Re/ato: Desayuno sin diamantes Feli Corbelle PreselltaciólI Re/ato: Poemas: Itziar Elizondo PreselltaciólI Re/ato: La carta Re/ato: La llamada Marisol Oviaño PreselltaciólI Relato: Vida matrimonial Re/ato: El reencuentro María Jesús Esteban PresentaciólI Relato: Tertulia sobrenatural Re/ato: Con el sudor de su frente EI.isa Fenoy Casinello PresentaciólI Relato: Cinco cuentos del raciocinio Eva Fernández PreselltaciólI Re/ato: Del otro lado de la puerta Re/ato: Samuel


JqUA DIRHIIUA Df lA A.Cf. PRESIDENTE: ISAAC MONTERO VICEPRESIDENTES: S ANTOS SANZ V ILLANUEVA GUILLERMO CARNERO SECRETARIO GENERAL: ANDRÉS SOREL TESORERO: GREGORIO GALLEGO ASESOR JURíDICO : JUAN MOLLÁ VOCALES: TERESA BARBERO MELlANO PERAl LE LUIS LANDERO LUIS MATEO DíEZ JESÚS PARDO JACINTO LÓPEZ GORGE CONSEJEROS: RAÚL GUERRA GARRIDO ANTONIO COLINAS ELENA SORIANO PRESIDENTES SECCIONES AUTÓNOMAS ASTURIAS: V íCTOR ALPERI ANDALucíA RAFAEL DE CÓZAR

José García Palazón Presentación Poemas: Confines: los encantos esféricos Miguel García M artín Presentación Relato: Insomnio Charo González Presentación Relato: El coño de Persa Lou Relato: Esperando a Lucy T erry Grajera Presentación Poemas: Raq uel M ed ina Presentación Relato: Lo primero que supe de Eisa Relato: La Academia M ó nica Riaza Presentación Relato: Confidencias Relato:Un encuentro Alvaro Rivera Presentación Poemas Carm en Ro ig Presentación Relato:Despertando en la línea 5 Relato: Hacia las 3 de la tarde Esperanza Ro m án Presentación Relato:En el confesionario Relato: Sueños Javier Sanz Presentación Relato: Sin un recuerdo Relato:La espina Miriam Sayans Presentación Poemas: Eva Vil legas Presentació'¡ Relato: El final de una guerra Relato: El mu ro

TRADUCTORES: MI GUEL M ARTI NEZ- LAGE SOCIOS DE HONOR: Á NG EL M .a DE LERA D AN IEL SUEIRO F RANC ISCO G ARC íA PAVÓN JESÚS FE RNÁN DE:?: SANTOS EDUARDO DE GUZMÁN LAU RO OLMO CARMEN BR AVO-VILLASANTE

El Taller Literario fue subvencionado en 1993 por la Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid. Recibió en 1994 una ayuda de CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficbs). El presente número de REPUBLlCA DE LAS LETRAS se ha podido realizar gracias a una subvención de la Dirección General del Libro y BIbliotecas del Ministerio de Cultura.


[DlmRI~l I

l~ (Rf~(IO~ lIlfR~RI~ Taller de Edcritura de la A. C. E.

ANDRÉS SOREL (*)

N 1993 comenzó la experiencia. Profesores de literatura, escritores, hablaban, dialogaban, con treinta jóvenes reunidos en la A.C.E., reuniones que ellos continuaban después, en los bares aledaños a la Asociación. La literatura como río, como memoria, como experiencia, era un prólogo para la literatura creación que ellos mismos desarrollaban. De los libros publicados, clásicos o contemporáneos, se pasaba así a comentar los poemas, las narraciones, por los jóvenes alumbrados. Ahora, culminan casi dos años de relaciones literarias, con la publicación de los textos antologados en el presente número de "República de las Letras». Algunos se quedaron en el medio del camino. Otros se incorporaron, ya avanzada la travesía. Hubo también literatura en la literatura: tal vez un día sea contada. La experiencia no partía de tesis preconcebidas ... También machadianamente se ha hecho camino al andar. Y en andar no hizo sino dar sus primeros pasos. Aspiramos a profundizar en el presente. No existe otro futuro que el de reanudar, día a día, el milagro de esta apasionante experiencia. Cuando se apagan las luces en el salón de actos de la Asociación, ellas y ellos regresan a sus vidas. Comen las . profundas 'sombras las imágenes de los escritores retratados en las paredes: mas parte de la vida que sólo a ellos perteneció, la fundamental, ha quedado prendida en las lecturas realizadas en este año y medio de compañía. Ofrecemos los temas de debate, los nombres de los participantes, los colaboradores del programa: silenciamos las lágrimas, las caricias, las contenidas emociones, las críticas, las esperanzas albergadas tras su historia. Quisimos que fueran I?s propios participantes, y no nosotros, quienes bre(") Director del Taller Literario.


vemente hablaran del Taller: qué es, qué pudo, puede ser, qué buscan o desean, piden al mismo: estos pequeños textos-reflexiones preceden a sus escritos y acompañan sus mínimas biografías. Se inicia el verano de 1994 cuando preparamos el presente número de la Revista. Cada vez más comercializada, falsificada la literatura. No es problema de manifiestos, sino de realidades culturales. ¿Qué puede escapar a las leyes del mercado? Editoriales, informaciones, premios, críticas .. . mas para el pequeño espejo que refleja aquí unas cuántas historias de nuestra cotidiana historia, esto no importa. Son los mínimos afluentes, ríos naciendo, de ese inmenso mar en que sumergimos nuestros sueños y esperanzas. A él nos debemos: por eso alumbramos, o contribuimos a que existan éstas todavía no contaminadas aguas. Muchos nombres de los aquí recogidos, desaparecerán, se olvidarán: alguno, tal vez, incluso tal vez crezca y tenga tiempo y oportunidad de contaminarse. Pero esto no importa, esto será, como decíamos antes, el futuro, y el futuro no existe todavía, tal vez no exista nunca. Nos debemos a la magia de esta hora presente de lecturas y creaciones compartidas. En el día en que se inicia el sol de medianoche y la naturaleza desnuda sus más luminosas pasiones para fundirlas en el cálido abrazo de la vida , damos a luz el reflejo de la creación del Taller Literario. Que sus autoras-autores sobrevivan a la larga desesperanza de este torpe fin de siglo que con su ruina moral y ética nos amenaza. C>

C>

C>

TEMAS, PROFESORES Y ESCRITORES (1 .o Ciclo Febrero-Julio 1993) TEMAS

La creación Literaria: El autor, el Lector y el Público La Creación: Imaginación y Realidad Los Géneros en la Literatura: Independencia y Fusión ¿Qué es la novela hoy? ¿Qué es la poesía hoy? ¿Qué es el teatro hoy? Literatura: Radio, 1V, Cine PROFESORES

Francisco Javier DEL PRADO Univ. Comp. Madrid Miguel Angel GARRIDO GALLARDO Cons. Supo Inv. Científicas


Ricardo SEN ABRE Univ. Salamanca Ricardo DOMENECH Escuela de Arte Dramático José Carlos MAINER Universidad de Zaragoza Santos SANZ VILLANUEVA Univ. Comp. Madrid Antonio GARCíA BERRIO Univ. Comp. Madrid Gregorio TORRES NEBRERA Univ. Cáceres José ANTONIO FORTES Univ. Granada Victorino POLO Univ. Murcia Rafael DE CÓZAR Univ. Sevilla Fanny RUBIO Univ. Comp. Madrid Lourdes ORTIZ Escuela de Arte Dramático Andl'és AMORÓS Univ. Comp. Madrid ESCRITORES

Luis LANDERO Soledad PUÉRTOLAS Luisa CASTRO Javi8l' MARIAS J. Manuel CABALLERO BONALD Agustín GARCíA CALVO Eduardo GALÁN Fermín CABAL Francisco BRINES Luis Antonio DE VILLENA An tonio FERRES Andl'és SOREL Rafael CONTE Jesús PARDO Julio LLAMAZARES Fernando QUIÑONES Elena SORIANO Antonio MARTíNEZ-MENCHÉN Luis MATEO DíEZ Gregorio GALLEGO

Carlos BOUSOÑO Juan MOLLÁ Claudio RODRíGUEZ Diego Jesús JIMÉNEZ Lauro OLMO José Luis ALONSO DE SANTOS Ignacio AMESTOY Ana DIOSDADO Juan MADRID Isaac MONTERO Raúl GUERRA GARRIDO Arturo PÉREZ REVERTE En la segunda parte del Taller intervinieron los siguientes escritores: José Luis SAN PEDRO Clara OBLIGADO Fernando SAVATER Santos SANZ VILLANUEVA Jesús MARTíNEZ SÁNCHEZ José María MERINO Luis LANDERO Carmen BRAVO-VILLASANTE Meliano PERAl LE Miguel GARCíA POSADA Este ciclo abordó el análisis y discusión de los trabajos narrativos o poéticos elaborados por los participantes en el Taller, leyéndose los mismos por sus propios autores e interpretándose colecti vamente . También se analizaron di versas obras de la literatura universal, clásica y contemporánea. Fue financiado el Taller 1993 por la Comunidad de Madrid, Consejería de Educación y Cultura. EL TALLER DE 1994 Iniciamos el segundo año del taller de Escritura el 8 de febrero, abarcando las sesiones hasta el 20 de junio de 1994. Participaron en el mismo los


alumnos del curso anterior que decidieron continuar la expertiencia y se comprometieron a realizar un trabajo de creación literaria a lo largo del año. Para mayor eficacia se redujo a 24 el número de participantes. Este ciclo vino marcado por el carácter eminentemente creativo de todos los alumnos. Se consiguió del Centro Español de Derechos Reprográficos (CEDRO) una pequeña ayuda para . repartir entre todos los participantes, dentro de los fondos destinados a la pmmoción de jóvenes escritores. La presente publicación, es el inicio de un proyecto que pretende crear la Colección de Escritores Jóvenes de la Comunidad de Madrid, proyec to para el que se pedirá subve nción tanto a los fondos derivados del artículo 141 de la Ley de Propiedad Intelectual en lo que

afecta a las sociedades de gestión y participación de los escritores en la misma, como a la Comunidad de Madrid. En esta segunda parte del Taller participaron los escritores Carmen Bravo-Villasante , Lauro Olmo, ambos desgraciadamente fallecidos en el mes de junio, Miguel García Posada, Luis Mateo Díez , Luis Antonio de Vil lena, José Luis Sampedro, Fernando Savater, Jorge Ferrer-Vidal , Luis Landero , Clara Obligado, Santos Sanz Villanueva, Jesús Martínez Sánchez. Digamos por último que la selección de trabajos incluidos en el presente número y la breve presentación de los mismos, ha sido realizada por los miembros componentes del Consejo de Redacción de REPÚBLICA DE LAS LETRAS.


1. Bilibin


".


MARIA EUGENIA ALVAREZ RICO Oviedo, 1968. Estudios: Derecho en Oviedo (<<porque no había otra cosa»). Otros estudios en Francia, Belgica, Alemania. Profesión: Traductora. Experiencia literaria: Fundadora de la revista «MULTIVERSIDAD", Universidad de Oviedo, 1989. Ha obtenido diversos premios de poesía y de relato corto en Asturias. En la actualidad escribe su primera novela, sin título definido y prepara un libro de relatos.

--¿ UN

Taller Ulerario?

-Sí, sí, literario .. .

... No, no un taller mecánico. La literatura puede serlo todo menos algo mecánico. Sí, claro, todo tiene su mecánica: los coches, los relojes, los corazones y si te pones así la literatura también ... Me gustaría destriparla como si fuese un viejo motor y acariciarle el corazón de bronce. Pero la Literatura es como una de esas muñecas rusas; la destrozas y en su interior te espera otro clon, otra metáfora lisa de la indestructibilidad. Cada vez más pequeña, pero cada vez más fuerte porque condensa para destilar: al final del poema no hay motor o sí lo hay pero no palpita con hilos de cobre sino con arterias rojas. Erase una vez una niña que fue a un Taller no para hacer Literatura como se hace sino para ensangrentarse con el corazón terrible de la Literatura. Aprendió, aprendió muchísimo. Otros artesanos de más hábiles manos le enseñaron como urdir los mimbres de las historias. Los maestros guiaron sus manos temblorosas y al final tuvo armado un muñeco de paja, de barro y de su propia sangre que en todo parecía literario. Pero iOh mal haya! no se movía. En vano le llamó. Insensible por igual a sus insultos y a sus besos permaneció inerte. No era Literatura, sólo la imitaba. Entonces acudieron los Maestros "A darle vida no podemos enseñarte .


Como no tiene venas tendrás que prestarle las tuyas, como no tiene alma tendrás que insuflarle la tuya, si quieres que viva tendrás que morir tú un poco". Muchas cosas aprendí de los talleres, pero esta es la más verdadera. Todo se puede enseñar, todo se puede aprender, pero crear sólo se crea sufriendo. María Eugenia Alvarez Rico

Narrar es una pasión. Vive primero, conoce, y luego describe. Ha leído ¡micho María Eugenia. Se ha curtido en experiencias literarias en diversas tierras, de España y de Europa. Va abandonando el intimismo, la subjetividad. Quiere contar cosas. Usa la primera persona y comprime el relato de forma concisa, eficaz: no quiere desviar la atención, enredar allectD?; con algo ajeno a la historia. Nay algunas reiteraciones, defectos formales. Los irá limando con el tiempo, la experiencia. Destaca, sobre todo, su voluntad de deCIr; no qlllere encerrarse en el escribir por escribir: busca, con pasión, que uno se elltregue a la lectura, bucee en sus historias. E historia existe, sin du.da, con sus juegos y paradojas incluidas, en este muerto de u.na guerra que para ella nunca existió fuera de los libros.

Andrés Sorel


"Buen didclpulo e./ aquel que llega a del' Inaedtro de dU mae.-itro» PROVERBIO

Für Andreas Meyer

P

OCA gente sabe que el mejor agente secreto que jamás tuvieron los alemanes fue un muerto. Y yo que lo sé preferiría olvidarlo.

Pero lo recordaré porque estoy demasiado cansado de oir a tantos aprendices que piensan que no hubo verdaderos espías hasta esta época de locos en que el espionaje ya no es un oficio de hombres sino un juego de máquinas tras telones de acero. Espías fuimos los de la Gran Guerra, que entonces no era la Primera sino la Unica. Espiábamos con sangre y carne, como Mata Hari, pero sobre todo con la impasible lógica del ajedrez. Y en aquel tablero despiadado decían que yo era uno de los jugadores más fríos y tal vez fuese el mejor. Aunque nacido en el Reino Unido de los amores secretos de un agregado de embajada germano con su doncella y educado en un mísero olianato de Kent, siempre me c:onsideré un verdadero alemán. En la primavera de 19151a guerra no había hecho más que comenzar, pero hubo suficientes batallas para que un insignificante agente doble como yo se convirtiera en una de las cabezas del SeNicio Secreto Alemán. Y si la misión que tenía entre manos era un éxito, no dudaba en llegar a ser su máxime responsable. La idea había sido mía y asumí todo el riesgo. Necesitábamos hacer creer a los ingleses que, en agosto de ese mismo año, se produciría una gran invasión de Inglaterra a partir del desembarco en las costas de Cornualles. Eso desviaría su atención, obligándoles a replegarse sobre sí mismos y concentrar sus fuerzas en la defensa. Todo lo cual sería aprovechado por nuestras tropas para consolidar definitivamente nuestra posición en el continente y ganar la guerra. Nada debía hacerles dudar de la veracidad de la infonnación y para ello urdí una historia tan descabellada que nadie pudiese imaginar que no era cierta. Teníamos quince días para encontrar un cadáver. Pero no un cadáver cualquiera; llevábamos meses creando a Gerd


Siebold, sembrando las huellas de su disipada personalidad en los burdeles de Hamburgo, poniendo flores en la tumba de su madre mientras alguien fumaba tabaco holandés por él y enamoraba en su nombre a una muchacha llamada Marion. Habíamos trabajado tan bien que me parecía conocer al viejo Gerd de toda la vida. Gerd era tan real que no sólo engañaría al contraespionaje inglés sino que aveces nos engañaba a nosotros mismos. Lo tenía todo: amigos, enemigos, amores, desengaños y una brillante posición en el ejército alemán. Unicamente le faltaba un cuerpo. y no nos fue fácil encontrarle uno. Tenía que ser el de un hombre joven yfuerte que hubiese muerto asfixiado de alguna forma que sugiriera un ahogamiento en el mar. En aquellos tiempos las autopsias no conocían la morbosa precisión que han llegado a tener hoy. Pero el verdadero problema es que durante todo este tiempo había llegado a conocer a Gerd tan bien que creía poder reconocerlo en cualquier parte. Incluso una noche le vi en sueños. Por eso me obstinaba en rechazar cadáveres cuyas caras me parecían indignas de él. Hasta que un día de abril, mi ayudante encontró un cadáver con un rostro casi Idéntico al que yo había soñado. La única diferencia es que en mi sueño Gerd estaba vivo y aquel hombre estaba muerto. Se había ahogado al caer a un pozo así que era absolutamente perfecto. Aunque no expliqué a nadie el sueño, lo consideré un buen presagio y ello me impulsó a llevar a cabo aquella misión por mí mismo. Se trataba de cambiar de aires al bueno de Gerd y arrojarlo al mar en el lejano estreCllO de Gibraltar, cerca de las costas de una ciudad española llamada Huelva. En Huelva convivían, en la neutralidad de España, una importante colonia británica con un buen número de ciudadanos alemanes. Simularíamos el naufragio de uno

de nuestros buques de guerra en aguas del Estrecho. El cadáver sería recuperado por las autoridades españolas vestido con uniforme de alto oficial alemán; en la cartera algunos marcos, una foto de su novia y las órdenes del Estado Mayor ocultas en un doble fondo. El cónsul alemán, entre grandes muestras de nerviosismo, intentaría recuperar el cadáver y los documentos, cuidando de hacerlo con la ineptitud necesaria para que los ingleses fuesen los primeros en tener acceso a los papeles. Probablemente sobornasen a las autoridades locales. Unavez que enterraran a Gerd en Huelva con honores militares a costa del Consulado alemán, a mí me concederían la Cruz de Hierro. En una embarcación pequeña, partimos unos pocos tripulantes, Gerd y yo. Gerd iba en un cajón en la bodega, escondido entre hielo como si fuese un gran pez. Sólo yo estaba en el secreto de nuestra misteriosa carga. A pesar de que estuvimos a punto de perecer en el Golfo de Vizcaya a manos ' de nuestros propios aviones, llegamos sin contratiempos a las aguas del Estrecho. Una vez allí, la suerte nos sonrió de nuevo. Acababa de pasar una gran tormenta que había dejado el mar sucio y vomitón. Justo el aspecto que el mar tiene cuando quiere arrojar un muerto.


Aquella misma noche deslizaría a Gerd por una de las cubiertas, después de ordenar a la tripulación que se recogiera en sus camarotes. Tendría que hacerlo yo solo; el éxito de las misiones es inversamente proporcional al número de personas que las conocen. Fue así como el crepúsculo me sorprendió liberando aGerd del hielo, que lo aprisionaba en aquel cajón de pescado que le servía de ataúd y que parecía hacerle daño de tan inscrustado que estaba en sus carnes. Ya había salido la luna y aún no se había ocultado el sol. Era la hora en que las sombras salen de paseo. La cala estaba tan oscura que, al volver la cabeza, me pareció que Gerd había cambiado de sitio. Pensé que era una ilusión de las luces inciertas. Como no conseguía librarlo del hielo con las manos, opté por ignorar mis impresiones y subí en busca de un pico con el que completar mi tarea. Cuando bajé, él me estaba esperando. Sentado en el rincón más oscuro de la cala, libre ya del hielo que aún se agarraba a sus ropas, dormitaba. ~uizás un golpe súbito del mar habría hecho inclinarse el barco, dejándole en esa posición que tanto me había inquietado. Me acerqué a él despacio. Su rostro no parecía el de un muerto sino el de un hombre muy cansado que cierra los ojos un momento mientras recupera el resuello. Pero estaba tan inmóvil como cualquier difunto. Riéndome de mis aprensiones me dispuse a empujarlo por la escotilla. Fue entonces cuando abrió con lentitud los ojos, los ojos de mi sueño. Y habló. Me preguntó por qué iba a hacerle aquello al viejo Gerd que había sido mi compañero en los primeros días de instrucción militar y con quien tan buenos ratos habíamos pasado en los burdeles de Hamburgo. Hablaba con voz fatigada y un poco ron-

ca, tal vez por el hielo en la garganta, se me ocurrió en un momento estúpido. Estaba seguro de que me habían envenenado y que aquella era una de esas alucinaciones que preceden ala muerte. Así que le escuche con tranquilidad. Su voz era tal y como yo la imaginé y los detalles de su vida que contaba eran exactamente los planeados por el alto mando. Yo mismo lo había inventado todo, utilizando mis propios recuerdos, para que resultara más verosímil, así que no podía ser cierto. La charla del recién resucitado me hipnotizó durante un buen rato. Como aquello no podía ser cierto, trataba de disfrutarlo hasta el final. Gerd se quejaba del frío del viaje y me prometió que nada más regresar haría el amor con Marion. Yo iba a decirle que Marion era una actriz de segunda que ni siquiera se llamaba así y a la que habíamos pagado para que hiciera el papel. Pero es cruel decepcionar las esperanzas de un muerto, así que no lo hice. Le seguí la corriente. Me habían dicho que eso es lo que debe de hacerse con los locos, aunque lo más probable es que el loco fuese yo. Además era agradable charlar con Gerd que hacia tiempo no hablaba con nadie. Como sabía que aquello no era cierto, recordé mi misión y decidí olvidar que Gerd hablaba. Oue hablase podía ser un


accidente, lo esencial es que Gerd no existía. Sólo era una idea, sin más autonomía de mí queuna voluta de humo respecto a su cigarrillo. Gerd nunca había nacido y aquello nunca fue su cadáver. Porque él que sí existió fue un campesino de Giessen cuyo cuerpo nadie había reclamado y que ahora yo iba a sacrificar por Alemania arrojándole al océano. Entonces Gerd tendría que callarse y quizás yo recuperase la cordura. Así que me abalancé sobre él, que seguía hablando, y traté de empujarlo hacia la segunda cubierta" pero se alzó y usó aquellos mLlsculos que tanto habíamos admirado cuando le vimos por primera vez en la morgue. Sentí sus fuertes manos de campesino en torno a mi cuello y empecé a asfixiarme. No podía creer que mi alucinación fuese tan condenadamente real. Pensé que iba a matarme y le implol'é piedad. Perdí el conocimiento y, al volver en mí, Gerd estaba inclinado a mi lado poniéndome hielo en la frente. Nunca he vuelto a ver una mirada como la suya. En el fondo de sus ojos una luz terrible de reproche parecía decirme «me diste una vida y aho~a tengo derecho a vivirla" . Entonces me asusté realmente. Mi corazón empezó a latir como un viejo reloj frenético. Porque me dí cuenta que era cierto. Estaba realmente vivo. O al menos no estaba muerto. Y, porque levantándome con dulzura, me señaló lo que debía hacer. Comprendí que Gerd Siebold iba a regresar a Hamburgo junto ala bella Marion Jansen y que yo mismo nunca !Iegaría a

ser nada en el servicio secreto alemán. Y de pronto todo esto dejó de interesarme y lo único importante fue salir de allí, dejar atrás aquel monstruo que no estaba ni vivo ni muerto, escapar de aquel barco maldito ... Me arrojé al mar por la misma borda por la que tenía que haber arrojado el cadáver. El barco siguió navegando tranquilamente sin que nadie conociera su destino. Me recogieron medio ahogado unos pescadores españoles que me tomaron por inglés y nunca les he sacado de su engaño. Me quedé avivir para siempre en esta tierra que llaman Andalucía. No sé si se me consideró un desertor o si me dieron por muerto. La verdad es que igual da, héroe o traidor. Al final da lo mismo. Oí mencionar a Gerd Siebold varias veces en los años que siguieron. Parece ser que hizo carrera en los Servicios de Inteligencia. Después de la guerra leí una nota sobre su boda en un periódico alemán. Debía ser un hombre importante. Y yo que ya no lo soy, no sé qué decir sobre nada. Lo único que sé es que los alemanes siempre perdemos todas las guerras.


ALBERTO BARRUECO Madrid, 1964. Estudios: Licenciado en Historia de América. Teledocumentalista. Profesión: Profesor de Historia en enseñanza secundaria Actualmente es coordinador de programas de participación en centros de enseñanza. Experiencia literaria: Ha escrito pequeños relatos y cuentos.

A

veces imaginaba previamente lo que quería crear; otras, jugueteaba con trozos de cable hasta que preparaba una estructura . Luego, y con cerca de modelar, untaba poco a poco el entramado hasta que adquiría la forma que yo deseaba, aunque en ocasiones era el alambre o la propia cera la que parecía rebelarse para hacer surgir ante mí imprevisibles figuras. Más tarde todo parecía más sencillo; construía un molde y con estaño y cobre fundidos en exacta proporción, rellenaba sus oquedades. Cuando se enfriaba el metal, rompía el molde para que apareciera, así, el fruto en un consistente pedazo de bronce. Después de esta fase el trabajo se hace en ocasiones duro e ingrato. Como un orfebre, es necesario tallar, repujar y cincelar, utilizar el torno, crear biseles y modelar relieves. A veces es el martillo el que debe marcar la impronta o dar forma a los flejes que acompañan a una figura realzada por la pátina. Hace años hice varias figuras que evitaba enseñar; ahora las engendro aunque, como entonces, es frecuente que la cera se derrita, o que del molde nazcan figuras defectuosas. Pero obtengo algunas que resisten casi todo el proceso. Sigo utilizando el mismo martillo, torno y tenazas, y otras herramientas y técnicas que antes desconocía. También aprovecho muchos consejos sobre la forma, estructura, perspectivas y adornos. Pero seguir todas las sugerencías ni es bueno ni aconsejable; sin embargo, lo más maravilloso de compartir un taller con otros artesanos es que todos esperamos y apreciamos nuestros mutuos ánimos y críticas Alberto Barrueco


Elegidos, el doble, y a la vez, unitario relato de Alberto Barrueco, está hecho de una de las fibras básicas del viejísimo arte de contar; la narración de una anécdota jugosa en sí misma. Con un sano punto de disparate, de maravilla producto de la invención, pero verosímil en su trazado, apu.nta simultáneamente hacia otros terrenos: aquellos en que el fanatismo, la credulidad, la humana necesidad de trascendencia pueden ser contemplados con distancia benevolente o con jocosa irreverencia. La ironía es una de las armas secretas y superiores del escritor y con ella juega.Alberto Barrueco para transmitir una buena dosis de escepticismo, por no hablar de abierta crítica. Pero antes traza dos historias en paralelo, llenas de pequeños detalles, que se disparan hacia un final sorprendente y revelador. Con esta materia suelen estar construidos los buenos cuelltos.

Santos Sanz Villanueva


Z

lA se había adormecido sentado tras el mostrador, entre periódicos, chocolatinas y conservas. Cuando sonó el teléfono volvió sobresaltado a la realidad, y golpeó con la cabeza la estanteria, de donde cayó un bote de mermelada de naranjas amargas que estalló contra el suelo. -Tienes que venir. Date prisa --insistió Benazir al otro lado del aparato, y repitió "date prisa" no en urdu, sino en inglés, por lo que l ia concluyó que debía volver a casa por un asunto de verdadera gravedad que no podía ser explicado por teléfono. Con la mano en la cabeza, mientras notaba cómo iba creciendo un chichón, cerró la puerta de la tienda, sin recoger el frasco roto del suelo, sin cerrar la persiana veneciana, y sin cambiar de posición el letrero que seguía invitando a los clientes a entrar. Luego montó en la bicicleta, bajó por Saint Clements, giró por Cowley Road y continuó hasta llegar a la calle Essex donde vivía con su mujer y sus dos hijos desde hacía seis años. Cuando entró en la casa encontró a Benazir en la cocina con un cuchillo en la mano, . absorta frente a una berenjena que había partido por la mitad con una simetría casi perfecta. -Mira --dijo señalando la pulpa del vegetal. lia no veía nada, pero Benazir insistió. De pronto se estremeció al darse cuenta de que podía leer casi con total claridad, escrito con las semillas, un versículo del Corán. lia se arrodilló y oró, dando gracias al Misericordioso por manifestarse de ese modo en su hogar. Luego pusieron cuidadosamente la berenjena sobre una bandeja de plata y llamaron a Ayub Khan, el jefe religioso de la comunidad, para hacerle partícipe del milagro. Ayub, como lia, tardó también unos segundos en leer el Corán en la berenjena, pero al conseguirlos ambos se postraron y orientados hacia la Meca rezaron durante largos minutos. La noticia no tardó en conocerse, y la casa se convirtió en un centro de peregrinación para los seguidores y curiosos de la ciudad y más tarde de toda Inglaterra. Con unos productos químicos consiguieron secar el vegetal sin que las palabras del profeta se alteraran. La foto de la berenjena en una caja de metacrilato rodeada de peregrinos lIe-


gó a los diarios más importantes y no faltó quien, habiendo ya visitado a lo largo de su vida los santos lugares, iniciara la preparación de un nuevo viaje. Durantelos dias que se mantuvo la reliquia en aquel lugar, y hasta que se encontró otro más apropiado, Benazir fue como una vestal, encargada de mantener siempre limpia la urna y explicar una y de otra vez qué inspiración divina la llevó a leer en las semillas, antes de cortar la berenjena en rodajas para gratinarlas en el horno con tomate y queso. Zia siguió atendiendo su pequeño negocio, aunque al principio debia alternar las entrevistas con los periodistas con el despacho de pan, leche, verduras, o de cualquier otro producto de su bien surtida, aunque pequeña, tienda de barrio. Nadie, ni siquiera su mujer, ni sus hijos, que aunque de corta edad ya disponían de capacidad para percibir pequeños cambios en la actitud de su progenitor, fueron capaces de intuir que estaba urdiendo un plan, un proyecto que creía que se le dictaba desde el cielo y que cumpliéndolo, él, como Mahoma muchos siglos an tes, se convertiría en un instrumento de Dios en la tierra. Al día siguiente del milagro y antes de abrir la tienda, se dirigió a un supermercado y compró siete berenjenas, para acercarse con ellas al restaurante macrobiótico que está má allá del puente de Magdalen, que r ermite cruzar el río Isis. A ese restaurante, mitad griego, mitad francés, servía cada dos o tres día un par de cajas en las que agolpaba, aunque siempre evitando que estuvieran presionadas, frutas y verduras, y tenía cuidado de alternar piezas ya maduras con otras en proceso de macluración para que el restaurante pudiera siempre aprovechar sus existencias, y no se echaran nunca a perder. Recordaba que el día anterior, el dueño del restaurante le Ilabia encargado pimientos verdes,

amarillos y rojos, que utilizaban para decorar una muy artistica 'ensalada de la casa"; también había mandado al recadero con tomates, lec.hugas, apio, rábanos, manzanas, plátanos, calabacines y cuatro berenjenas, que procedían de la misma caja que aquella pieza que se disponía a cocinar Benazir. - Me gustaría cambiarle las berenjenas que le vendí ayer por estas que aquí le traigo- Ie explicó a Michael, el encargado y jefe de cocina, y dijo que habiendo ocurrido lo que él ya sabría, las berenjenas de esa partida debían retirarse del mercado. - Sin ningún problema, Zia, pero ayer utilizamos dos . Si lo hubiera sabido antes .. .- le contestó muy cortésmente, aunque Zia se dió cuenta que se no tomaba muy en serio su solicitud. Más tarde, y siguiendo su misión de rescate, se personó en el restaurante paquistaní de la carretera de Iffley, cercano a su tienda, y al que había vendido varias berenjenas de la misma caja. - Aquí están, las abrimos ayer en cuanto supimos del milagro, pero en éstas no hay escrito nada- y le enseñaron unas berenjenas abiertas en dos mitades y éstas cortadas también en sentido transversal, lo que demostraba que se habían afanado en rebuscar en ellas la huella de Alá. - Me las llevo de todas maneras- y le cambió aquellos pedazos por otras enteras que tenía preparadas en una bolsa. Una vez en la tienda, juntó las piezas y pedazos rescatados con las que se hallaban todavía en la caja de madera, en la que una .pegatina señalaba su procedencia: "Cooperativa Santiago (Murcia)". Zia fue cogiendo una por una las berenjenas intactas y las abrió en la soledad de las trastienda, con delicadeza y parsimonia, como si de un ritual ya establecido, y no inventado en ese mismo instante, se tratara. Poco después telefoneó a Ayub Khan, y


Ilustración: José Candalija .


más tarde a Benazir, y les comunicó el resultado de su acción. Lo queno les explicó, sin embargo, es que fue recogiendo las semillas, y una a una las fue dePQsitando en un frasco que luego llenó con agua. Por la tarde, durante esos días, y mientras Benazir y sus hijos se ocupaban de recibir a los nuevos peregrinos, Zia visitó todas las librerías de la ciudad, incluso la tienda de la calle Broad, tan estrecha y con tan poco escaparate, que nunca hubiese creído que podía albergar en sus paredes muchos miles de ejemplares. Allí buscaba información sobre jardinería, labores hortofrutícolas e instalación y cultivos en invernadero, devorando índices, contraportadas y algunos capítulos. Dedicó mucho tiempo y gran parte de las ganancias de esa semana en adquirir libros que él consideraba imprescindibles para su proyecto, para leerlos y releerlos en la tienda, porque en casa poca quietud y sosiego podía esperar hasta que no se decidiera el traslado a un lugar definitivo. En poco más de una semana, Zia tuvo claro qué necesitaba para obtener con esas semillas nuevas plantas y frutos. Supo qué características debía reunir un invernadero de reducidas dimensiones, y que instalaría en el jardín trasero. Calculó las medidas de su estructura, estudió la calidad necesaria de los materiales aislantes, y pidió información sobre sistemas de estufas de queroseno, relojes para control de humedad y temperatura. Estudió la capacidad de los tiestos, las caracteríticas que precisaba la basey el tipo ideal de tierra. No dejó nada al azar, tal era la importancia de su tarea. Cuando Ayub Khan decidió trasladar la urna con la berenjena para albergarla donde hoy todavía puede admirarse, Zia reunió a su familia. - He de instalar un invernadero en el jardín, y plantar estas semillas que están ger-

minando- Y mostró el frasco con las diminutas semillas de donde ya surgían prometedores filamentos. - Seguro que algunos son de un fruto de la misma planta que aquélla, y si Alá quiere decir algo, sé que nos ha elegido y lo hará de nuevo. Benazir asintió y sus hijos callaron. Han transcurrido ya muchas cosechas desde entonces, y aunque Zia no ha vuelto a leer las sentencias del profeta en sus vegetales, sigue cultivando las berenjenas con inalterable tesón y paciencia, abriéndolas cuando están maduras, con el mismo cuchillos y la bandeja de plata, rezando la plegaria que elevara aquel día, con la esperanza siempre de encontrar de nuevo unas palabras o un signo del cielo. 11

Rafael había abierto la lata de berenjenas en vinagre (de Almagro, peso escurrido: 600 gramos), y extrajo de ella una pieza mediana y, con más ansia que recato y sentido común, logró introducirla en la boca por completo, dejando tan sólo fuera el tallo que sujetó con los dedos mientras lo trataba de desprender royéndolo a dentelladas. - Ten cuidado, a ver si va a aparecer un moro dentro-Ie gritó Dimas desde el otro extremo de la barra. Rafael intentó hablar, pero no pudo articular más que algunas palabras repletas de oes, y donde sólo se adivinaba una entonación interrogativa, reafirmada por sus cejas enarcadas. - Lee esto-Ie invitó Dimas, señalando la última página del períodico- "Se halla en una berenjena una frase del Corán"- le anticipó Dimas en voz alta. Poco a poco fueron sus gruñidos inteligibles, y mientras leía la insólita noticia, hizo gala ~e su enorme socarronería. Su buen carácter, sin duda uno de las claves del éxito del bar, contrastaba con un físico


Ilustración: José Candflija .


duro, que se asemejaba al de un militar chusquero curtido en miles de horas de cantina. Rafael era portador de una gran y prieta barriga que dificultaba a los otros camareros entrecruzarse con él en el interior de la barra y que hacía resonar con las palmas de la mano como si de un tambor se tratara cuando oía algún comentario sobre su aparatosa voluminosidad. - Mi dinero me ha costado- y soltó una carcajada mientras la hacía repiquetear. El había regentado desde siempre aquel bar cercano a la Avenida de los Ángeles, a pocos pasos del hospital, un negocio que funcionaba a pleno redimiento desde primeras horas de la mañana y hasta las once de la noche. Rafael, Dimas y otro camarero seNían a diario cientos de desayunos al personal del hospital y de las oficinas y comercios cercanos, así como a muchos enfermos y acompañantes, a éstos para desayunar de nuevo y a aquel os para rehacer las fuerzas tras unas horas en ayunas hasta que se llevaban a cabo los análisis prescritos por los doctores. Más tarde, hacia las once y media comenzaban a seNir las primeras cañas, vinos y aperitivos, para a partir de la una ir dando las comidas, primero a los trabajadores de la construcción y más tarde al personal de otros sectores. Rafael no sólo se sentía orgulloso de la capacidad de su estómago, sino también del negocio que había abierto hacía ya muchos años y que contaba con la simpatía de una clientela fiel que apreciaba la variedad de tapas, que se encargaba siempre de preparar él, y entre las que destacaban el pescaíto frito, el salmorejo y sobre todo el jamón, bien curado, con vetas de tocino suaves al paladar y sin exceso de sal. También se ocupaba de seleccionar los productos, probando y sopesando las partidas de queso que adquiría e incluso calando con una aguja

los jamones para conocer su grado de curación. Rafael ponía a disposición de los clientes varios periódicos, por lo que aquer día muchos de ellos habían comentado la noticia, que se presentaba acompañada con la fotografía de la casa de Zia y Benazir desde cuya puerta nacía una larga cola de personas que pacientemente esperaban para poder admirir el prodigio. - Unos fanáticos, eso es lo que soncomentaba a Rafael una y otra vez a quienes ojeaban el periódico, y así trascurrieron algunos días, hasta que no surgieron más comentarios sesudos sobre el fantástico hecho y las sátiras y bromas dejaron de ser originales u ocurrentes. El día que el bar se hizo famoso, era como cualquier otro. Los dos camareros abrieron el negocio y prepararon las tostadas con manteca y café para ellos y para los primeros clientes, con cara de sueño y pocas palabras. Ocurrió al medio día. Rafael descolgó un jamón, lo colocó sobre el soporte de madera, y comenzó a apretar los tornillos a la pata. Cuando estaba a punto de cortar el primer trozo, oyó un grito y vió a dos clientes que fijaban sus ojos incrédulos en el enorme jamón. Rafael dio la vuelta a la pata y allí descubrió el rostro de Cristo, como lo representaban los pintores e imagineros barrocos, y como lo han recordado los directores de Hollywood y las monjas de la Caridad. No había duda, allí estaba él, con medio rostro visible y el pelo tapando sus ojos de tocino, esperando a que Rafael dejara el cuchillo y lo amnistiara. La noticia se propagó rápidamente y ese mismo día el bar se convirtió en uno de los negocios más rentables de la ciudad. Pero Rafael pasó una noche terrible. Soñó que vivía en una casa donde se aparecían rostros de santos y soñó con estas mismas caras que le amonestaban y le avi-


saban de su próxima muerte y condena- cuarenta años comenzaba a dudar. Y esa duda se fue transformando en agustia y ción. Ala mañana siguiente colocó una urna en esa angustia en obsesión. Pensó en el incrédulo Santo Tomás y en el gentil Pablo el lugar que hasta entonces ocupaba el televisor e introdujo en ella la reliquia. El de Tarso, mientras los clientes seguían milagro llegó a oídos de las autoridades mirando con reverencia la imagen e inclueclesiásticas, que enviaron a un sacerdo- so algunos se santiguaban antes de pedir te a inspeccionar el lugar de la aparición un café con churros o el menú del día. e incluso algunos parroquianos creyeron Con el tiempo el bar volvió a la normaliun día ver al arzobispo de incógnito miran- dad, aunque nunca dejaron de acudir do en silencio la pata de cerdo mientras curiosos y creyentes, llegando algunos a parecía estar sumergido en sus oraciones. considerarse a partir de entonces clientes La Iglesia nunca se pronunció oficialmen- fijos . Pero Rafael era incapaz de trabajar te sobre el c'aso, pero varios teólogos afir- con el mismo espíritu. Se sentía coartado, maron que era una clara manifestación de porque cuando se le escapaba una exprela sabiduría de Dios, que recordaba así su sión blasfema, o tan sólo grosera, alzaba onmipresencia. Para algunos católicos, la vista, quizá esperando que Jesús desesta aparición venía a reafirmar los dog- de la vitrina chascara la lengua o chistara mas desestimados por los protestantes, en señal de desaprobación. El milagro del y para los musulmanes tan sólo era un jamón comenzó a condicionarle de tal chiste de Alá que hubía puesto esta ima- manera, que no cortaba otro sin mirarlo gen en el animal más impuro. Sin embar- desde todos los ángulos posibles, por go, la idea más descabellada fue recogi- miedo a que en ellos se hallara la imagen da en el acta de clausura del Congreso del Espíritu Santo en forma de paloma, de Ecuménico de Restauradores, que pro- la Virgen María o quizá de Dios Padre, aunponía cocinar con la berenjena de Zia y el que en este caso no tenía muy claro qué jamón de Rafael una especie de moussaforma tendría. ka, a la que podría añadirse queso de Su desazón le llevó un día de mayo a crucabra o algún condimento donde Yavhé o zar el río y a dirigirse a la catedral. Con cualquier otros Dios tuviera a bien manipaso firme atravesó la nave para llegar al festarse. altar, pero no lo alcanzó porque a mitad Rafael trató siempre de ser mero obserdel recorrido volvió sobre sus pasos porvador, protegido tras la barra del bar, quo no pOdía oler a incienso y cera, sino incrédulo y curioso. Nunca había tenido a pimiento, salmuera y orégano. inquietudes religiosas, aunque hizo, como Rafael no regresó aquella tarde al bar; se todos sus compañeros del colegio, la pri- encerró el resto del día en su habitación. mera comunión a los ochos años y por Se tumbó en la cama y trató de recordar deseo de su madre había recibido a los las oraciones que había memorizado diez la bofetada del obispo que le confircuando era niño y entre las frases de la maba en sus creencias como católico. liturgia aquella que más le había llamado Recordaba que durante los años que siempre la atención: "Señor, no soy digduró su infancia, y quizá en su temprana no de que entres en mi casa, pero una juventud, cumplía con la misa de los palabra tuya bastará para sanarme». domingos pero era incapaz de saber Nunca supo qué le impulsó a presentarcuándo dejó de hacerlo. Pero ahora, a sus se a la mañana siguiente en el local antes


de que llegaran los camareros encargados de preparar los primeros desayunos, si el miedo o la inspiración del cielo. Miró la urna durante unos instantes, se subió a una silla y extrajo de ella el jamón, para fijarlo después al soporte de madera y comenzar a trozearlo. Fue preparando unas cuantas raciones hasta que desapareció la imagen y el jamón se asemejaba a cualquier otro, con parte del hueso visible. Luego situó la televisión en el lugar preeminente que la pata de cerdo le había usurpado durante todo ese tiempo y a su lado colocó una nota que decía escuetamente: "Señores clientes: la ima-

gen ha sido donada a una institución) eligiosa en Roma". En pocos días los clientes del bar fueron devorando con placer aquello que había alterado la vida de Rafael y él disfrutaba viendo las caras de quienes no imaginaban que quizá estaban cometiendo un sacrilegio. Rafael se sintió feliz de la decisión que había tomado, e incluso se permitió invitar a una ración de jamón a los dos parroquianos que, encantados con su sabor, lo alabaron. -Rafael, este jamón es divino. -Sí, es la hostia- contestó él con una sonrisa de satisfacción .


VALENTíN CÁRDENAS Madrid, 1968. Estudios: Formación Profesional en la rama de Delineación. Profesión: Cinco años como Dibujante Técnico en un par de Ingenierías. Experiencia líteraria: Sin experiencia literaria anterior al Taller. Una novela «¿terminada?» en el cajón y otra en elaboración. Escribe por «vocación». Aprovecha la coyuntura de la crisis para dedicarse a escribir y a ordenar "las miles de cuartillas y notas escritas en momentos de reflexión y dudas, euforias o desesperaciones».

XPLICAR algo tan sencillo como que un muñeco tiene botones en lugar de ojos, utilizando una expresión precisa para que ese muñeco sea una visión inolvidable en el lector, no es fácil. Hacerlo, además, con una frase tan acertada que parezca salida de la balanza del alquimista, que destile sentimiento y oficio, puede convertirse en un trabajo febril. Pero cuando al eterno aprendiz le llega la inspiración creadora, la exaltación se alarga hasta tocarlo. Por eso, empecé a ir todas las tardes. Primero, perdido en un sentir individual, en un misterio interior cuya solución encontraba en el Taller. Luego, comprendí que estaba definitivamente vinculado a la literatura . Era un delgadísimo halo que con una fina hendedura rasgaba, durante semanas y semanas, mis ganas tremendas de inhalar esa literatura. Quizás no fue gracias a los conferencientes de índice inhiesto o de barba mefistofélica, siempre jugando al órdago con el aburrimiento, siempre dando la impresión de que saben más de lo que dicen, aunque probablemente no lo sepan. Otras veces, se conseguía romper la prisión y la presión del tedio, y entonces se hablaba con franqueza y el Taller se convertía en un arca cuajada de sugerencias. En un lugar desde el que partir para buscar libros, porque incluso los alumnos dejan un rastro que despierta la curiosidad, aviva las ganas de participar en este juego de recrear el mundo, aviva las ganas de escribir, esas ganas que une a todos los que estamos aquí.

E

- ¿Qué haces aquí? pregunta Andrés, ahora. Tendré que contarle que soy un ser atacado de desconcierto, que viene de la obscuridad y de la incoherencia, que emprende la peregrinación para buscar un reducto


abstracto para sus abstracciones. Tendré que contarle que quiero saborear, al menos, el espíritu rebelde de convertir la mentira, el fingimiento y la invención de una historia, en palabras. Tendré que contarle que soy la reina estrombótica que se ha vestido de soldado para conquistar el mundo y reducirlo a imágenes cinceladas de frases precisas. Tendré que contarle que pienso en los amigos de ahora, en aquellos que fueron pero que ya no lo son, que me los imagino leyendo una de mis novelas, que me los imagino comprometidos en la lectura, que los imagino cerrándola al llegar al final, diciendo ellos: "Maravilloso». Diciendo ellas: "Cojonudo». Valentín Cárdenas

Los relatos de Valentín Cárdenas y Nava San Miguel El relato tolera difidlmente la dispersión y el vagabundeo narrativo a que la novela suele ser tan aficionada. En relato existe concentración de esfu.erzos, y el autor debe ceñirse a un territorio concreto y allí condensar sus habilidades técnicas y su imaginación. Es la capacidad para sugerir un mundo completo desde la austeridad de mcdios y la sin tesis expresiva está, precisamente, la gracia y el misterio del rclato

José María Merino


(~mR(f mil ~HH~~7 m~o 1~(l~I~O

-E

STATE quieto-- protesta somnolienta

-No es más que una caricia- contesta Ramiro. Ramiro se rebulle en la cama, húmeda por el sudor. Intenta calcular la hora que más o menos debe ser, siNiéndose para tratar de adivinarla de la ventana entreabierta por donde penetra una luz o una penumbra propia de las ... Imposible saberlo con certeza. Tampoco capta ruído alguno que ayude. Esa claridad escasa le embota el cerebro. No quiere encender la luz para mirar el reloj, y duda también si hacerlo con un cigarrillo que no sabe si va a ser el primero de la tarde o el último antes del amanacer. Se frota los ojos, se arropa y se arrima voluptuoso a la pelirroja de catorce mil pesetas todo incluido. Entorna los párpados para olvidar la entreabierta ventana, se hunde en una modorra extraña, y rebusca entre sus sueños el último, ese en el que andaba con los pies desnudos sobre una alfombra gris. Gris como el color de los ojos de la pelirroja, cuyo desnudo agresivo había iluminado el oscilar de un vaso y el negro de una noche vulgar'. La pelirroja de catorce mil pesetas todo incluido, de colonia en las mejillas, de aliento con olor a tabaco. Exciitante, violenta estallando al fin en caricias mecánicas, despojadas de ternura. La pelirroja con la que ha llegado al acuerdo tácito de que ambos conocen el orden impalpable de las cosas, que a él le mueve sólo el deseo. Ramiro acaricia la curva del muslo, da un azote en las nalgas duras y aún a sabiendas que puede despertarla, muerde uno de sus pezones, el izquierdo, enormemente apetecible. La pelirroja no despierta; debajo de la manta se dibuja su cuerpo, no demasiado largo pero sí delgado. Ramiro decide levantarse. Al salir de la habitación, una bocanada de aire espeso, caliente, casi tangible, se aplasta contra el rostro de Ramiro que arruga los músculos de la cara con un gesto de fastidio. Toda la casa está en penumbra. Apenas se distinguen, sobre el blanco de las paredes, los oscuros rectángulos de los cuadros, la claridad apagada del espejo del recibidor. Camina casi a tientas por un pasillo angos-


to, y busca una ventana para abrir y respirar aire fresco. Ha sacado la cabeza con ansiedad y recibe, sorprendido, salpicaduras de lluvia en el rostro. Sus ojos se han encontrado, además de con la tormenta, con los ocho pisos de un edificio levantado recientemente. Como el suyo, el bloque de viviendas ha sido construído en una zona fértil en rincones oscuros, donde al anochecer, los amantes por fin se besan y se olvidan del mundo arrimados a la pared. Deja la ventana abierta para que el rumor de la lluvia envuelva el silencio de la casa. Una ráfaga de viento repetino sacude los cristales y arrecia la lluvia. En el reloj de Ramiro están a punto de dar las seis. Ha recorrido las cuatro habitaciones, minúsculas, del piso alquilado, con la cara aún arrugada paseando su vista por aquella decoración de lugar modesto y transitorio. Ramiro vuelve al dormitorio para sentarse en el borde de la cama. La pelirroja se ha incorporado levemente y se revuelve el pelo como con ganas de jugar. Ramiro contempla el desnudo de su espalda, y al fin el de todo su cuerpo envuelto en un hálito de cautelosa provocación. Piensa que anoche fueron muchas copas y muchas caricias con aquella pelirroja de nariz respingona de la que no sabe ni su nombre propio ni el de guerra. Se acerca hacia sus senos, los besa y besa los labios gordezuelas con los que pretende entregarse al olvido del pasado, si puede ser posible, olvidar también el mañana. Ramiro vuelve a encaminar sus pasos hacia la ventana. Desde allí mira hacia el vacío. Ramiro piensa mientras cae, que era inevitable. El alcohol, la excitación, la juerga, el hastío posterior, la fastidiosa monotonía de sus ejercicios eróticos. Se adivinaba inevitable aquel momento deseado, matador, brillante a pesar del instrumento elegido; un pedazo de suelo, absurdo, simple. Se produce el golpe, que suena, que

retumba dentro de la cabeza llena de alcohol. Con el impacto, se ha retorcido grotescamente, sin dignidad, deshaciéndose en aquel encontronazo estúpido que rom~ pe, que destroza toda la tensión, que hace saltar en mil pedazos todas las perspectivas, todas las piezas del cuerpo, todas y cada una definitivamente desencajadas de cualquier morbosidad polígama. Se produce el golpe, sumisa, blandamente, para Ramiro hasta con cierto encanto; se produce con desdén, con el desdén con el que se hace el coito sin amor, sin pasión. El encontronazo es artífice inmediato de su triunfo. Ramiro ha quedado en una posición que desde el octavo piso parece un saludo hacia el cielo, tonto, apagado. Ha quedado detenido en su vuelo, encharcado en el sabor salobre de su sangre, que empapa las muchas fisuras de aquel pedazo gris de suelo, gris como los ojos de la pelirroja de catorce mil pesetas todo incluido. Casi sin darse cuenta, la pelirroja baja las escaleras. Los ojos guiñados, enrojecidos. Tropezando con los peldaños, que suenan monacal mente bajo sus pies, aún aturdida por el cariz que ha tomado la situación. Al llegar a la calle, la lluvia se mete por los poros de la piel, el aire de la madrugada en soplidos suaves pugna por sacarla de su desconcierto. Avanza hasta el coche, camuflado entre las sombras, y que la trajo hasta aquí. Hunde la cabeza en los hombros para sentarse al volante. Maldice porque se le arruga un poco más su vestido verde, ceñido a ella como la lamentable embriaguez que' agarró anoche. Mientras mete la llave en el contacto, grita que ya está harta de mancharse con el sudor amarillo de muchos gordos como aquel que yace en el suelo. La pelirroja de ojos grises y catorce mil pesetas todo incluido, acelera con un último alarido en su boca .


-

NAVA SAN MIGUEL Madrid, 1966. Estudios: Ciencias Políticas y Sociología. En preparación Tesis Doctoral sobre Género. Profesión: En la actualidad trabajo como Tutora en el Master de Estudios sobre la Mujer y Políticas de Igualdad, del Colegio de Sociólogos y la Dirección General de la Mujer de la C. A. M. Experiencia literaria:Escribo desde niña diarios, poemas y cuentos. Obtuve el Primer Premio de poesia «Ráfagas» a los 15 años. Publicación de poemas en las revistas Gemma y Clarín. Taller de Relato Corto del Círculo de Bellas Artes en 1991. Taller de Escritura Creativa en la Librería de las Mujeres, desde febrero de 1992, con publicación de dos relatos en el libro «Animales en la ventana, Cuentos y poemas", editado por Horas y horas, en Madrid, diciembre de 1992. Taller de Escritura de Mujeres de la O. N. G. La Morada, de Santiago de Chile desde octubre a diciembre de 1993. En el momento actual preparo un libro de relatos de viajes, y escribo poesía.

N Taller de escritura es un punto de encuentro y creación, entre escritores/as del pasado, del presente y del futuro; un encuentro vivo y eminentemente literario, donde se aprende, se lee, se crea y se comparte. Es una forma diferente de hacer literatura, donde ya el escritor/a no se ve únicamente abocado a la soledad de la creación, sino que comparte, se enriquece de las vive ncias y escrituras de otros/as; donde eres escritor, lector, crítico y amigo/a . Una nueva forma de hacer literatura, y de vivirla; un espacio y tiempo donde interactuan la creación personal y la riqueza de la com unicación. En un taller te encuentras con la magia de la imspiración, el esfuerzo del oficio, con la literatura creándose y recreándose en ti y en los otros/as.

U


\. Bilibin

•


Primera Parte. HojtU del Diario de Marta ¡barra

o lo que quería realmente era ser trapecista, lanzarme sobre el aire, volar. Recuerdo de mi infancia los días felices en que nos llevaban al circo, sobre todo una tarde que a la salida me perdí entre la multitud; miraba hacia lo alto, entre la gente, veía el cielo azul de otoño y un montón de globos de colores a los que yo deseaba agarrarme para salir volando, y luego caer sobre la carpa de rayas blancas y verdes, como se lanzan los trapecistas sobre la red. Mientras que mi imaginación se iba elevando, me encontraron mis padres, quieta, mirando el manojo de globos, pero no se dieron cuenta de que yo lo único que sentía era el balanceo de un trapecio grande bajo las nubes. Al escuchar las voces de mis hermanos pronunciando mi nombre, tuve la sensación de que me anunciaban por los altavoces a la vez que bajaba desde lo alto haciendo una pirueta en el vacío. Regresé a casa con un globito rojo al final de un hilo y muchas ganas de volver al circo.

1':

A partir de ese día empezó a rondarme la idea de ser trapecista. Insistí tanto que logré convencer a mi padre para que comprase entradas, al menos una vez cada semana, en los meses en los que iba a quedarse el Circo Ruso en la ciudad. Despegaba los carte es de los trapecistas, Irina y Vladimir, que estaban en todas las calles y los colgaba enfrente de mi casa, para soñar con ellos: él, agarrado al trapecio por las rodillas, ella balanceándose de sus manos, con un traje brillante de bailarina voladora. Era la pareja que mejor realizaba el triple salto mortal en el mundo entero. Además algunos días se atrevían a actuar sin red. Cada vez que volvíamos me fijaba en todos los movimientos, sentía un nerviosismo que me empujaba hacia la pista, el corazón empezaba a latirme rápido, y al final me quedaba paralizada en el asiento, mirando cómo bailaban sin suelo y sin espacio. Cuando ellos aparecían los aplausos del número anterior todavía retumbaban, haciendo vibrar la tela de la carpa gigante, luego, en pocos segundos, el silencio no podía ser más reverente. Se oscurecen las pistas y avanzan dentro del círculo de luz, ella elegante, rodeada de plumas de colores, extendiendo con sus manos la capa torna-


sol con forma de alas anchas. mientras saluda. girando. con una inclinación de cabeza que desprende destellos brillantes entre los rizos bien detenidos. Camina tranquila sobre la estrella grande de cin co puntas. abierta en la planta del suelo de madera. dibujada en rojo sobre fondo azul. como un aviso del destino elevado de los artistas. El haz luminoso les protege de la oscuridad y del silencio. El. esbelto. con unos pantalones de negro raso ajustado. conduce a la trapecista hacia la escala de nudos. tosca para sus manos. para el roce de su traje de lentejuelas celestes. Deja caer la capa y sube. sube hasta lo mas alto. ligera. segura. Mientras la gran voz escondida del circo les presenta. acompañada de un retumbar de tambores. Por la otra escala. el hombre ya ha llegado a la barra y se dispone a lanzarse con el trapecio. Comienza a balancearse cada vez con más fuerza. ella se empolva lentamente las manos. Bajo la luz el polvo cae un instante en sus dedos. estela de nieve blanca. que corta imperceptible la oscuridad abismal. Ella cierra las palmas y se lanza; el haz luminoso pretende seguirla sobre el vacío. Una y otra vez se cruzan los focos. cambian el columpio. se suspenden. uno agarrado a las manos del otro. vibran sobre la nada giran sus cuerpos en volteretas. sonríen. se detienen. Para ellos no hay nada más que ellos y su vuelo. Llevan el ritmo ele las aves migratorias. de un columpio a otro. de un:! posición a otra. Nadan sobre el aire. nunca tiemblan como yo. aquí. abajo. que semana tras semana. siento el deseo más intenso de subir e imitarlos. aprender a flotar.

Aquel domingo era el último en que estaba el circo en la ciudad. tenía que ser entonces. tenía que vencer el miedo de una vez para ser una auténtica trapecista. luego todos me aplaudirían.

Cuando se hizo el gran silencio. y mis trapecistas preferidos se dejaron caer en los columpios. dije a mi madre que me iba a comprar palomitas. todos miraban en tensión hacia lo alto. y sin terminar de escuchar lo que me contestaba ... -Dye. espera un poco. no es momento .... empecé a correr hacia la escalerilla de cuerda. - Mira una niña en la pista -¿A dónde va esa niña? -Hija ven aquí. ¿pero estás loca? - ¿Quién es ésa? - ¿Qué ocurre? -iCuidado!. está subiendo por la escala. -Las luces. encended las luces. Yo subía con las manos temblorosas sin bajar la vista. Casi arriba. miré una vez. no volví a hacerlo más. sentía vértigo. iQué lejos estaba la estrella grande en el suelo circular! Se oyeron muchos gritos cuando hice pie sobre la barra. Estaba segura de que me seguían por las escaleras. y de que. en pocos segundos. los trapecistas. que ya me miraban sorprendidos desde los columpios. llegarían junto a mi. Las luces estaban encendidas. con un miedo ciego. antes de que alguien lograra alcanzarme. agarré uno de los trapecios enganchados y salté a aquel vacio oscuro y soñado en el que todavía se agitaban los fabulosos. Por fin les veía de cerca. -La red- gritaban- poned la red. ideprisa! Estaba allí. en lo alto. zarandeándome feliz. sin saber qué hacer con mis piernas. fiotanda sin fuerza. Veía la lona ir y venir sobre mí como si fuera el cielo lleno de nubes a rayas. el aire me columpiaba. los aplausos ya eran míos. la magia completa. la sensación indefinible. lejana para todos ... Entonces vi cómo él. el trapecista. intentaba saltar a mi columpio; me asusté. en un momento me asusté mucho. Dejé caer


la alegría, el balanceo era cada vez más débil, y comencé a llorar despacio, mirando hacia lo alto de la lona. De pronto me pareció que un solo grito desgarrado, alejándose de mí, silenciaba todos los ruidos y las voces, y frente a mí, sobre la barra, ella me miraba intensamente con dolor, allogándose en el llanto. Percibí un gran revuelo de vocerío y luces. Un miedo espeso empezó a dominarme, acentuándose en los brazos; cada vez más ruido, carreras, mientras que el balanceo de mi trapecio era menor. -La red, ya está la red puesta. Me dolían las manos, crecía el miedo, quería morir. -Salta, no pasa nada. - No tengas miedo. - Venga, estamos aquí. y al cabo de un buen rato cerré los ojos

para no mirar abajo y solté el colurripio. Desde aquella tarde no hemos vuelto al circa (yo tenía diez años entonces y han pasado nueve). En casa me cuidaron excesivamente durante varias semanas. Ninguno de ellos habló nunca más de aquel día, ni del circo. Cuando en la tele salían escenas de payasos, elefantes o fieras, rápido cambiaban el canal o apagaban la televisión. Es como Si hubiera un gran secreto que nadie quiere contarme, y aunque se calmaron mis ganas de subir al trapecio, todavía recuerdo aquel momento como lo más emocionante de mi vida, aquel balanceo increíble aliado de las estrellas. Tal vez si hubiese sido la hija de aquellos trapecistas me habrían enseñado a no pasar miedo en los trapecios. Estoy segura de que sus hijos conocen todos los trucos de las alturas.

Segunda Parte. HojaJ del Diario de Irina Petrovich Nunca he vuelto a volar. Juré aquella tarde no volver a subir a un trapecio. Me he convertido en una vieja amargada y solitaria, en un.mito sin descendencia, sin vida. Todavía me da horror recordar aquel momento en el que dejé caer del trapecio todo mi futuro. Eramos los mejores del mundo, nadie hacía el triple salto mortal con tanta elegancia y sin red; todos nos admiraban. Veinte años después, desde este pueblo del norte, donde sólo unos cuantos viejos y viejas cruzan los caminos de nieve, me arrepiento de haber dejado el circo, ¿Cómo pude dejar el trapecio?, ¿Cómo pude alejarme del mundo en este lugar inhóspito. ¿Me sentía culpable, culpable y acabada, llena de odio y de miedo.

Yo amaba a Vladimir, pero era joven y el circo era alegre, él me exigía toda mi fuerza para girar en el aire, para agarrarme en sus manos, para ser perfecta en el silencio del trapecio. Eramos felices, éramos los que más alto llegábamos, las ciudades estaban llenas de nuestros carteles, el circa se llenaba sólo por nosotros. Todo fue bien hasta que el lanzador de cuchillos me pidió ser su diana en el número, primero me negué, pero luego decidí aceptarlo; aquel hombre era tan insistente y atractivo. Yo quería aVladimir, pero no pude evitarlo. Los celos enrarecieron nuestros saltos, nuestra vida. Me sentía insegura aquella tarde, y el estaba furioso, sus movimientos eran tensos, amenazantes. Yo no quería volar, sentía


angustia, cuando subía por la escalera de nudos, mis movimientos eran más lentos, para retrasar el salto, sentía el foco culpándome del nerviosismo de Vladimir, sentía el trapecio ajeno a mis manos, traicionado. Empezó el balanceo con mucha tensión; fue cuando ocurrió lo inesperado, un murmullo creciente desde abajo: laniña, aquella niña desconocida saltaba agarrada aun columpio. Todo fue muy deprisa, ¿Que hacia aquella niña?, ¿Cómo le habían dejado subir? Yo me quedé quieta en la barra. aterrorizada, mientras él, - yo lo sabia-o intentaba saltar al columpio de la pequelia. Aflojaba la fuerza, para no chocar contra su cuerpo tembloroso, para no asustarla, para que no cayera al vacío

mientras ponían la red abajo. Los gritos, el miedo, ella llorando, Vladimir, allí, tan lejos de mi, tan solo. Entonces sucedió, era difícil saltar, él no alcanzó el otro columpio y se precipitó con un grito sordo y mortal sobre la .estrella de la pista. Creí morir, quería caer junto a su cuerpo lejano; una gran mancha roja crecía sobre la estrella del suelo, y aquella niña, aquella niña estúpida, lloraba frente a mi antes de caer también, pero sobre una red, que no puedo negarlo, hubiese deseado que no estuviera. Ella culpable, ella inconsciente, yo culpable, inconsciente también. Qué cruel. No volví al trapecio sin Vladimir, ni al circo. No quise nunca más ver niños, ni oír sus voces, ni sus juegos, ni sus gritos, ni sus travesuras .


JUANA CASILLAS Avila Estudios: Diplomatura en Magisterio, licenciatura en Ciencias de la Información - Imagen y Sonido-.Profesión: Actriz de doblaje. Experiencia literaria: Integrante entre 1985-1989 del Taller de Literatura del Centro Cultural Alberto Sánchez de Vallecas. Monitora durante el Curso 1990-91 del Taller de Literatura de mujeres de los Centros del Casm, impartido en el Instituto de la Mujer. Ha escrito relatos, cuentos infantiles y guiones para cortometrajes.

ACE tiempo leí que Virginia Woolf dijo al principio de su carrera: Tengo veintiocho años, estoy soltera y aún no soy escritora». Con una pequeñísima variación, yo tengo que añadir algún año más a esos veintiocho, me gustaría hacer mías estas palabras.

H

Creo que la declaración de intención que encierra este «aún no soy escritora» es la mejor forma de explicar el motivo fundamental que me mueve a desear participar en el Taller literario. Sé que un taller literario nunca podrá ofrecer talento al que no lo tiene, pero sé también que la creación literaria requiere todo un montaje previo de recursos y mucho trabajo. Creo que cualquier actividad relacionada con la literatura puede ayudar a saber resolver mejor la siempre absorbente y difícil tarea de organizar los recursos y expresar mejor lo que uno quiere contar. Juana Casillas


Fragmento sin título Este texto nos describe la dispersión de la conciencia de quien escucha una exposición presumiblemente ardua y académica. El oyente, incapaz de concetrarse exclusivamente en las palabras del orador, va cediendo a las sirenas del ensueño y creando un discurso paralelo, de modo que por una parte esta crónica refleja el caos de la voluntad en desbandada, pero también, por otro, la secreta armonía de esa escisión entre la realidad ficticia y la objetiva. Este es un texto escrito con imaginación, con humor, con desenfado y con melancolía. Desayuno sin diamantes Creo recordar la película y reconocer en esta breve historia una variante sobre la escena de amor en un callejón donde había un gato. Como el anterio¡; este relato se mueve en la [¡-antera de la realidad y el ensueño. Escrito con una voluntad sintética yen clave privada (quiero decir que la autora parece dirigirse no tanto al lector como a algún destinatario concreto y real), nos deja un aroma desmayado de evocación nostálgica, de fotografía borrosa en la cual apenas distinguimos siluetas, sombras y manchas efímeras de luz.

Luis Landero


fR~Gffi[~m ~I~ IllijlO ~[ ij~~ I~R~[ ijml~~ ~OR l~ ~ijmR~ [~ l~ ~~O(l~(IO~ ~[ H(RIlORH STA vez no es calvo ni viejo el erudito, pero heme aquí recordando los versos del poeta: "Cabezas calvas, olvidadas de sus pecados/viejas, doctas, respetables calvas/ preparan la edición y anotan los versos/ que jóvenes, agitándose en sus lechos/ rimaron en angustias de amor/ para lisonjear al tonto oído de la belleza ... ". Lee algo de Yeast, loca-dijo acariciándome sin beso la mejilla. Nos habíamos conocido en una iglesia románica, allá por los ochenta. Caricias que no se atrevían a pasar de los hombros, del cuello, de las manos. La luz era deliciosa al atardecer. Los santos se revolcaban inquietos en los altares. Aquello era renacer al juego literario y no este verbo salpicado de doctas y sabias referencias con el que el profesor va hilvanando su discurso. Un, dos tres, todo está escrito en el papel. Un, dos, tres, papel el que se lo encuentre para él. Sorel mira el reloj. Me recuerda aquel librero del barrio de Tetuán, Julián se llamaba. Un día, sumergidos en esa calidez sepia que envuelve el desorden de libros y papelajos de las librerías de viejo, me dijo confidencialmente que él había contribuido a la inmortalidad del barrio con un estudio sociológico-poético sobre "Las pajeras y otras pájaras do Tetuán de las Victorias" , inédito naturalmente, pero lleno de unos párrafos cargados de lirismo, a decir por algunos de los lectores que habían tenido acceso al manuscrito.

E

- Aquí, ¿habrá querido decir liviana, no lesbiana? - No, a veces, pongo las palabras que me gustan; las palabras, señor censor, no tienen más remedio que soportarlo. El manuscrito nunca pudo salir de la trastienda. Me acomodo en la silla, que es lo que trivialmente suele hacerse en estos casos y cruzo las piernas. Aún hay papel y cuerda para rato. Gesto de complicidad con un muchacho de gafas. Suela plana, cómodos probablemente. Madame Bovary soy yo decía Flaubert, la de veces que habré oído la frase. ¿Y tú cómo te definirías? Pues .. .no sé .. . como me definieron cuando hice el servicio militar:-Ese de las gafas- oMuy bueno lo tuyo. Claro que ... también puede ser un buscador de cicatrices, uno de esos tipos llenos de retórica y


psicoanálisis que se empeñan en buscar un pasado heroico a una cicatriz que ya creías tú medio curada. ¿Celos?, ¿Presión familiar?, ¿motivos varios vinculados al sector modernizante de la burguesía industrial financiera?.. Nada de eso guapo, que esa me la hice yo correteando por el patio del colegio. Y empieza la cicatriz a volverse labio, a contar su historia: "Vine al mundo en el patio de un colegio de Chamberí un veintitrés de Junio de 1966, víspera de San Juan. Fui fruto indeseado de un encuentro fortuito entre un despiadado suelo y esta rodilla. Me quedé para siempre con mi madre ... Cállate, bonita. No seas tan explícita con el chico, que volverse labio era otra cosa .. .¿Y de ésta ... ¿qué me dices? De ésta no te digo nada, que he escrito un cuento ... Si se interesa tanto por tus cicatrices te quiere, estoy segura, y si te lo ha dicho en francés o en italiano te quiere, te dice Pilarín entusiasmada. Y en árabe, Pilarín, ien árabe! ... Contengo la sonrisa y miro con cierto pudor al respetable. Piel de cirio de la Puértolas ... Eso es lo que él dice, ivete tú a saber!. Yo nunca digo nada. No puedo hablar con nadie, si hablo engaño... "Reventar lo débil, traicionar» ... iPues claro que dejo que me tire suavemente en la cama! Más que hablar, primero me gusta entrelazar las piernas, me recuerda aquella sensación en Mantuano ... lt sems so long ago ... Cuenta, cuenta .. .Como Pilarín va a la ópera colgada del brazo de un conde con monóculo y es pedantón el noble y confunden ambos al Cobos con Mozart te inventas el diálogo. - Tienes un precioso diamante negro entre las piernas, ¿lo sabías? iClaro! Lo sé desde que vimos juntos a Bruno Ganz acariciando a aquella camarerita portuguesa. Y espero que se descolo-

quen las manecillas del reloj como en la . película y a que estalle definitivamente la esfera. -Pídeme lo que quieras. - Quiero que me... -Sigue - Quiero susurrarte canciones de Woody Guthrie al oído. -¿Que quieres qué? y empiezo a susurrarle una "Balada de la cuenca del polvo». Pero que ingeniosa eres, hija-te dice Pilarín frotando su entrepierna con el monóculo-recuerdo de su primer conde. iVete a la mierda, rica!. Se ha roto definitivamente la esfera y caen sobre mi cuerpo los cristales. Nunca aristas de corte limpio clavándose en ese único lugar. - Pídeme lo que quieras- oSólo quiero que pronuncies mi nombre y que me quites los trozos de cristal que han prendido en mi s ojos ... Por favor - le dices con ternurano me hagas daño. Tirar de un hilo que a veces roza quemando las palmas de las manos. Seguir escribiendo. Tengo que leer a Prousl, lo dice el profesor. La chica que está a mi derecha tiene un rostro entre Irene Papas y Anna Magnani. Manos grandes, morenas, un poco huesudas en los nudillos, manos casi varoniles que no ha dejado de$cansar durante la conferencia. En este caso las estructuras antropológicas imponen sus arquetipos. Punto y seguido. iNO te dejes impresionar por las palabras, nena! que ya sabes tú que la literatura es juego con esencia musical y no una retahíla de interpretaciones académicas adquiridas tal vez en la Sorbona. Búscame entre paisajes rápidos en octavas dobles, triples cuerdas. Perfecta la pronunciación francesa del profesor ... claro... que yo no sé francés icualquiera sabe! De acuerdo: sigue castigando tu


bonita mano. Una muchacha rubia ha salido zumbando de la sala. Zumbando, palabra onomatopéyica. Quizá también Joyce, Poe, Genet hubieran salido zumbando en busca de una botella . «El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría". Yo de momento soy cobarde y medio abstemia. Dejar que el oleaje me envuelva si tengo cerca la orilla. Descruzo las piernas. Cambiar de posición para seguir como antes. Quieta mi niña en el banco, que si no, viene el chivo blanco-decía mi madre. - iMártires ridículos!, idérisoires martyrs!- dice la muchacha mientras pulsa impaciente el botón del ascensor. Sería divertido que se despidiera así de la portera-Dérisoires martyrs, señora ... Ante el pasmo de la muchacha, comprende el francés y responde en galo la portera. Conozco a muchas que emigraron a Francia en los sesenta. - Ne sachant pas, ingrate ...que te han elegido entre trescientos. Miro a Sorel, a Land ero, a Soledad Puértolas, al muchacho de gafas. Pasa de hoja el profesor. Si ha elegido la

escalera tropezará con los letreros:FE CATÓLICA en el cuarto y ASOCIACiÓN DEL ACEITE DE OLIVA en el segundo. No estoy segura, me fijaré cuando baje. iLo que le faltaba para rematar el toque esperpéntico de la tarde! Por alusiones, como dicen los políticos, miro a Valle. - ¿Cre Vd. que yo también tengo que ahuecar el ala D. Ramón? - iCierra el pico, guapa, que el «cráneo previligiado" está hablando de Galdós ... magnífico ejemplo el de Galdós para apreciar las marcas del yo/autor en el discurso literario. - Me ha asustado D. Ramón. No esperaba yo que un retrato tomara la palabra. -Algunos somos inmortales. A Doña Emilia Pardo Bazán se le ha caído una ballena del corsé. Posible germen de un relato erótico. La ballena del corsé, en vuelo acrobático por los aires, va a parar a los pies de D. Benito. La muchacha rubia, ya en la calle, respira tan fuerte como puede. Sorel toma la palabra. Respiramos, de momento, todos respiramos.


ARA a mí fuiste siempre un hombre triste. Recuerdo ahora las caras deformes que ponías delante del espejo, caras de niño-hombre reflejadas en el armarito del pequeño cuarto de baño. Por aquel espejo quizá pasaron yertos guerreros con mirada impasible, el embaucador humo de tu pipa seduciendo a hermosas muchachas o algunas letras finales de tus escritos que imitando a Goytisolo suprimías. Pero también esto lo imagino, quizá también tu tristeza. Nunca hablaste de aquellos años. Fueron -me lo dijo Laura en un viaje a Barcelona- los más difíciles y lúcidos de tu vida. Nunca tampoco me dejaste entrar en tu infancia, ese paraíso imaginario al que Héctor tantas veces acude y que tú tan celosamente guardas. Nunca hablabas de tu madre, de tus hermanos, de ella; tan solo una vez de tu padre.

P

- Era de los pocos que no pagaba una mierda a sus obreros, por eso aquellos hijos de puta le metieron en la cárcel. Ahora vive en París. y no supe más. Y tu cuerpo desnudo ojeaba mis libros, preguntándome si los leía, mirando de soslayo el cL:adro de Gauguin, excluyéndome dolorosamente de tu vida. - Parece silencioso eSJ trasto. - Fue el primer caballete de mi hermana, mi madre dice que molesta en casa, que las pinturas lo ensucian todo. Caballete estotico-burgués en la esquina de un cuarto decías-o Y empecé a pintar, a copiar cuadros de Diego Rivera. Me pasaba horas pensando en tí mientras daba forma a esos cuerpos contundentes, oscuros, sensuales, a esa mujer abrazada a un cesto de flores amarillas. iQué silencio cuando recogías tu ropa!, cuando te alejabas a altas horas de la madrugada. Tu pantalón y mi jersey tirados en el suelo como se colocan en aparente desorden los objetos de una mesa. Composicíón de luces y sombras, rastro de noclle jadeante y hermosa. Pero quizá el mejor poema de amor no necesite de amor, ni de amantes, sólo de objetos colocados con elegancia en el suelo .


Tristes retratos de Hopper, personajes perdidos en habitaciones de hoteles. Pero era mi casa, las sábanas, el edredón con dibujos geométricos, las fotografías de mis padres mirándome desde la mesilla. Niña que se ha hecho grande, que no puede llorar, que no quiere llorar cuando cierra sin que las oigas su puerta. Audry Herpbun desayuna con diamantes a rrastrando por la ciudad un cortejo de hombres invisibles, y se detiene, y acaricia

a un gato. Gato-sabio que no necesita ofrecer un ramillete de fiores a su dama, gato-niño que se acurruca indefenso entre sus manos, gato-amante, gatohombre que se aleja asustado. Otra vez el dne. Uamadas de Caros, enfado gratuito, discusión drerratográfica. Cerrabas suavemente la nevera para no despertarme. Patadita informal y recatada. Todos los gestos estudiados. iToda la vida en un plano de cine!.



FELI CORBELLE Madrid, 1965. Estudios: Formación Profesional II Grado. Informática. (Peluquera por mis estudios de FP). Profesión : En paro. Experiencia litera ria: Cuando estudiaba FP fue cuando comencé a plantearme más serio el escribir. Mi experiencia se basa en el simple hecho de escribir en los libros en blanco que compro, en ellos cuento y plasmo todo lo que ocurre, imagino y siento a mi alrededor Soy autodidacta.

º

¿

UE sería de mí sin el taller? No lo s, robablemente continuaría conociendo más la literatura. Lo que sí sé, es que me costaría trabajo estar más informada y perdería la posibilidad de escuchar a personas que conocen en varios aspectos la literatura. Ocurriría que volvería a lo que hacía antes, escribiría y leería, pero no tendría la diversidad que actualmente puedo conocer, ni compartir un mundo tan especial como es la literatura, ya que en el mundo en que me muevo, tengo pocas posibilidades de conocer en profundidad obras, sentimientos y sensaciones de los que escriben, ya sean autores contemporáneos o clásicos. ¿Qué sería de mí sin el taller? Me sentiría baslanle perdida en lo que escribo, ya que lo que escribo nace de lo que siento, y no tengo la suficiente experiencia, ni siquiera preparación básica, para poder mejorar lo que escribo. Sinceramente, perdería la oportunidad de aprender cosas, ya que no escucharía a los demás. ¿Por qué yo en el taller? No lo sé, podría estar otro en mi lugar, pero teniendo esta oportunidad, desearía aprovecharla, como he hecho hasta ahora, ya que desde que comencé el año pasado, se ha ampliado un infinito el sentido que tenía para mí la lectura, es algo que creí que nunca podría hacer. Siempre he escrito y escribiré, y este es un gran paso en mi decisión por escribir, no por el hecho de estar en un TALLER (DONDE SE DA NOTA), no, aunque fuesen dos, tres personas, que pudieran transmitirme sensibilidad y pasión y sólo se llamara taller de letras, intentaría estar en él.


¿Por qué un taller literario? Un taller es un lugar donde se hacen cosas artesanalmente y sin modernidades de rnáquinas. Es donde aparecen los aprendices hasta llegar al maestro, que suele ser el más entendido y sabio. Para mí, la palabra taller connota rnagia, ilusión, aprendizaje y pasión. Imagino un taller en una casa en el bosque con todos los útiles para comenzar la labor cuidada y delicada de una obra, la de cada uno. Todo artesano tiene sus particularidades y formas de realizar lo que está creando, pero ante todo, su aprendizaje se basa en lo esencial, el conocer y compartir conocimientos, en este caso la literatura. Ahora lo artesanal se ha perdido, han aparecido las máquinas, el bullicio, el dinero y las obras en serie; y encima, la artesanía no se valora, se menosprecia. Lo que prima son las obras en serie. Todos iguales. Pero como todo lo inútil acaba olvidándose, y lo que permanece es lo delicado, lo que está hecho con placer, tesón y ganas. La literatura pienso que se hace así. Por ello, si este taller tiene pasión, delicadeza, realidad y transmite literatura, desearía formar parte, y así escuchar y compartir. Y como ya dije hace tiempo, hasta que los árboles existan, seguiré escribiendo. No perderé contacto con los sabios y los duendes de algo tan envolvente como las letras.

Feli Corbelle

Autodidacta. Siente y escribe. Ve y escribe. Los poemas, como la música, llegan a su imaginación, se convierten en necesidad de vida. Se deja llevar por las imágenes, los sueños. No mide, no perfecciona lo escrito. Es poesía para recitar, cantar. Con reminiscencias de poetas que puede o no conocer, cuyo lenguaje busca. Feli tiene un gran instinto poético. Se mue.ve intuitivamente y no puede separar vi~a de creación poética. De Rubén Daría a Larca, ella quiere participar en el gran festín de las imágenes y los ritmos, a los que sin duda dedicará tiempo y esfuerzo por superar las propias limitaciones de su incipiente nacer a la literatura.

Andrés Sorel


SORDOS HIMNOS Sintético, sinérgico en la forma abrupto en los railes del sustento voráz, acompasado tras arenas de terciopelos de cetros carpeteados a deshoras. el sicario que corroe como la espuma y en el mar ni una gota sobre el agua con los grados de marciales poseedores, desestiman a la plata desleada. hoy los surcos ya no encierran el pasado ni el pasado desentierra un futuro, hoy los rios no navegan en el agua y en los barcos altas velas desafian sordos himnos.

••



LA TARDE

AMBAR

El agua cae en mis ojos

Hojas de verde a negro,

entre espaldas que observan

hojas de luna y nada.

las palabras de otro.

cansado de tanto viaje el vagabundo, divaga:

me pincho y azoro en el silencio. no sí; mas aprendo en una tarde de días

¿Quien perdura en ese valle,

donde crei llenar mi sed

valle de árboles yagua?

de poemas y musica. La luna impresa de ambar cuida el valle caído, y el vagabundo sin luna, busca la luz, despacito.


EN EL OLVIDO

MISNAS

El vagabundo sonámbulo

Palabras que cortan la sangre

deambula por los caminos.

y que se nombran espadas palabras que no son nombres entre las venas calladas.

Tras él, su lento paseo pierde sus rayos de vino; emborrachado de sus sueños

Espadas de un doble filo,

se despierta aún perdido.

las de palabras matadas.

¿Dime dónde buscar?, la luna ya se ha ido; y en el sendero no queda más que el sueño de un olvido.

DISTINTA La luna baila en su jaula, clara y dulce, va de lino anteazhares y rosas que perfuman su infinito.


ITZIAR ELlZONDO San Sebastián. 1963. Estudios: Periodismo. Estudios realizados en Italia y Alemania. Profesión: Traductora. Experiencia literaria: Ha publicado artículos de opinión y literarios en medios de comuni'cación vascos. En 1993 recibió un premio INSERSO por sus artículos de opinión en el periódico "NAVARRA HOY", de Pamplona. En la actualidad está escribiendo su primera novela, "El rostro secreto". Igualmente prepara una seri e de cuentos bajo el título de "Mujeres" ,

AY días en que conecto el ordenador y me saca la lengua. No entiendo por qué lo hace pues a mí me gustan los colorines de su pantalla, la rapidez de su teclado, el memorión de sus tripas El sabe que desde que entró en mi vida no puedo prescindir de él. ¿Entonces por qué se burla de mí?

H

No sé si para compensar, otros días me suelta una risa luminosa desde el margen izquierdo hasta el derecho que me desconcierta todavía más que la desfacllatez de sus muecas agraviantes. En fin, mi ordenador es como un amante caprichoso al que tengo que agradar para sentirme bien conmigo misma. Desconozco si le gusta lo que le cuento, las tramas y los personajes de mis historias, las sinrazones de mis propósitos. En cualquier caso, él sabe que hasta ahora sólo he confiado en él, en las horas y en las manías que compartimos en la soledad del despacho. Hoy por hoy nuestra relación informática es lo único verificable, la única realidad concreta y tangible de mi quehacer literario. Mi relación con el ordenador llegó a convertirse en un taller demasiado autista como para poder madurar. Un día decidí traicionarle y compartir con otros las palabras mías que guardaba en su baúl de los secretos. No sé si él ha entendido a importancia de llegar a saber leer mis escritos, y que necesito a las personas que forman un taller para establecer cierta objetividad con mi propia obra, algo indispensable, para poder considerarme realmente una escritora.


Así las cosas, busco que un taller literario sea un espacio de libertad en el que podamos lanzar nuestra obra al viento y crecer aprendiendo de uno mismo y de los otros. Eso espero. Itziar Elizondo

Los relatos de ¡tziar Elizondo y Marisol Oviaño. Sospecho que los autores de «Vida matrimonial», «El reencuentro», «La carta» y «La llamada» querrán conocer no tanto mis impresiones de lector, e incluso de lector avezado, como esos otros juicios que atañen al pálpito profundo de la obra literaria. Suele pensarse que juicios así sólo llegan de la pluma de un escritor, y ello porque nacen de una experiencia afín. Se considera, y no sin motivo, que las creaciones literarias parten del mismo y vagaroso territorio donde se intuye lo que la vida humana oculta, se estima también que toda creación, bien o mal rematada, termina siempre donde se da forma a las sombras íntimas, y desde luego se acepta que el trabajo literario, lo haga quien lo haga, discurre por los mismos arduos senderos. Bien o mal rematadas, las obras literarias tienen todas las misma sustancia. Pues bien, me temo que vaya defraudar a las autoras de estos cuatro relatos porque, dejando de lado la obligada generosidad con los primeros tanteos, no valoraré sus cuentos por separado. Pienso que la gente de pluma nos equivocamos con mayor frecuencia y mayor desmesura que los o'íticos, y la razón no es otra que la lelatad a nuestras propios opciones, o el empecinamiento en determinados recursos, lo que a la postre viene a ser lo mismo. De modo que intentaré dar aquí un juicio no sólo general sino desapasionado, propio de quien examina un fruto sin entrar en cómo se cultivó.

Los cuatro cuentos de ¡túar Elizondo y Marisol Oviaño, se levantan sobre la materia del amor; y de tal modo, que el amor soñado y el amor


roto fo rmall en todos ellos una espesa urdimbre en la que se advierte no sólo la necesidad del afecto para sobrevivir sino la aceptación de la derrota cuando el deseo de que el amor perdure se transforma en una fuga. Me atrevo a decir asimismo que los escuetos universos rurales donde se enmarcan las peripecias de los cuatro reltos forman parte de una mítica que no es, propiamente hablando, personal. Aunque las cuatro narraciones expresan sensibilidades y mundos privados, aUllque se enfrentan con una óptica personal al paisaje o a los comportamientos de los personajes, esa coincidencia en el universo ficticio, un lugar en contacto con la naturaleza, impregnado de vida urbana pero distanciado de ella, tiene mucho de mítica generacional.

y otro tanto ca be decir de los lemas que afloran a cada uno de los relatos: la soledad y la violencia contenida, la incomunicación JI las búsquedas del otro, las actitudes ansiosas. Aiiadiré también que en los cuatro relatos resulta perceptible el esfuerzo de la composición, que todos eluden la gratuidad de los elementos, que su prosa es aseada, que cada uno de ellos consigue el clima sin el cual las narraciones breves se vienen al suelo. ¿ y qué más? Pues nada más. Y trataré de expresar con la mayor justeza esta voluntaria limitación. Decía Cesa re Pavese, y don Ramón del Valle Inclán lo había dicho también a Sil manera, que el asombro ante dos palabras que vemos juntas por primera vez no proviene de ese juego nupcial con los términos, silla de la realidad que esa unión ilumina. Lo que lile permito decirles a.las autoras, por tanto, es que sigan en su búsqueda de las palabras que iluminen parcelas no entrevistas del mundo ell que vivell. Aunque parezca pedir demasiado, resulta imprescindible.

y un pequello consejo fin al. Que cuiden la puntuación, las cacofonías JI reiteraciolles, el ritmo de las frases. La literatura consiste también en corregir y pu lir hasta el momento en que un nuevo retoque estropeará la inspiraciólI. Sabe r cuándo ha llegado el momento de detenerse supone tener ulla estética propia, pero tan valiosa piedra de toque se consig/.te insistielldo, preguntándonos si lo que pusimos sobre el papel puede ser definitivo. Isaac Montero


STA mañana ha llegado carta de Laura y no sé que hacer. Llueve a cántaros y adentrarse con mal tiempo en las tormentas gráficas de una misiva trae mala suerte. Aunque esta vez las palabras de Laura han llegado en un sobre azul de papel apergaminado y su letra redonda muestra unas contusiones hacia los lados que me tienen intrigada. Pero no la pienso abrir. Laura sabe que no me gusta recibir sus cartas en días de lluvia. La primera y última vez que lo hizo tuve un resfriado que me duró una semana.

E

Laura vive a sesenta kilómetros de la ciudad, en una pequeña casa con jardín, un refugio de ensueño convertido en pesadilla gracias a la presencia de su madre: una señora gorda, apoltronada todo el día en el sofá, que degusta la vida con monosílabos y pasteles de nata esperando una muerte que no le haga levantarse de su sitio. Laura nunca habla de su madre y su madre nunca habla con ella. Para ambas, la existencia cotidiana deambula de un gesto aprendido a otro sin que tengan apenas que abrir la boca. Un silencio que parece unirlas mucho más firmemente que todas las palabras de cariño que puedan existir. Conoci a Laura en la plaza del mercado de su pueblo, lugar al que suelo acudir de vez en cuando para desintoxicarme de la atmósfera y los productos de los grandes almacenes. Coincidimos en el puesto de fruta y me llamó la atención su forma de mirar y de elegir las manzanas. Primeramente, cogió cinco del estante y después las alzó una a ulla hacia el sol agitándolas un rato para terminar por acercárselas al oído, momento en el que sonreía, fruncía el ceño o mostraba un gesto expectante, dependiendo de la manzana. -Me gusta ésta, creo que no tiene un buen día, me llevaré bien con ella y luego no tendré ningún reparo en comérmela- le dijo al vendedor. Cuando se apartó del estante yse fue, ante mi cara de asombro, el vendedor me explicó: .. Es una buena chica, está un poco tocada, pero difícil papeleta tiene con su madre, una mujer inválida a la que tiene que cuidar. Viene todos los sábados y se compra algo


de verdura y una manzana para ella. Luego se va a la pastelería y compra no sé cuantos kilos de pasteles para su ,madre» Decidí volver la semana siguiente e invitarla a tomar un café. Era un día soleado que anunciaba una primavera agradable. Curiosamente, el ofrecimiento no la sorprendió en absoluto aunque matizó que tenía mucha prisa porque su madre la estaba esperando. Apostaba en el estante de las frutas me miró a los ojos durante varios segundos y me respondió: -Podemos tomar el café en la pastelería. Todavía me queda un encargo por hacer allí. Parecemos dos amigas que tienen mucho en común que contarse, será divertido. Si no fuera porque hace dos años que la conozco, no diría que fue precisamente un encuentro muy jovial. Laura empezó a hacerme preguntas como si me conociera de toda la vida. ¿Te has acostado alguna vez con un tío? ¿Qué se siente? ¿Es verdad que cuando un hombre se mete dentro de una mujer el corazón se te va hasta abajo del todo y empieza a latir con más ganas que nunca? Me hacía preguntas y más preguntas avoz en grito sin dejar que le respondiera. La pastelera miraba con cara de pena y las madres tapaban a sus hijos las orejas mientras éstos se comían una palmera de chocolate. Lo primero que deduje es que jamás nadie la había invitado a un café o, quizás, aún peor, yo era la única persona con la que había intercambiado más de dos palabras en sus cuarenta y tantos años de vida. - ¿No prefieres que demos una vuelta en coche y luego te llevo a casa? -le imploré-- de lo contrario, no nos volverán a dejar entrar en esta pastelería-. Aceptó a regañadientes, aunque dándo-

me a entender que ella iba y venía por donde le daba la gana y que si plegaba a mi requerimiento era por pura compasión hacia mi persona. Inicié una conversación más formal, cómo te llamas, cuántos años tienes, qué es lo que haces. Me respondió: "Laura». Laura, como su madre, su abuela y su bisabuela. Todas ellas habían muerto y ella tenía que cuidar de su madre hasta que muriera. Nunca había salido de casa y desde siempre había visto a su madre amorcillada en su sillón, como en un colapso definitivo, a la espera de sus pasteles. No le importaba saber cómo era y qué ocurría en el mundo. En el pueblo todos la conocían pero ella no tenía ningún interés en las gentes y si iba al mercado era porque no le quedaba otro remedio. "Sólo quiero saber qué pueden hacer y sentir una mujer y un hombre juntos», insistió. Después de mucho pensármelo, le aseguré que yo no era la persona más indicada para hablarle sobre los hombres y las mujeres. Tres años atrás me había separado de mi marido y desde entonces los hombres me dejaron de interesar. En cuanto a lo de sentir, todavía era mucho más complicado porque con mi marido había llegado a arder en mi interior y también había experimentado un asco indescriptible e, incluso, a veces, ambas sensaciones a la vez. No dejó mostrar su decepción ante mis palabras. "Me parece que no eres una persona muy normal, que digamos», me replicó. Al llegar a su casa pude observar desde el coche que los rosales y el césped estaban bien cuidados. El jardín parecía sacado de un cuento infantil, con columpios, flores y una hamaca donde echarse una siesta. Nadie hubiera dicho que en aquel lugar la muerte husmeaba al acecho.


Detrás de la ventana ribeteaba por la hiedra pude divisar una mole sin forma atascada en las estrecheces del sillón que parecía dormir balbuceando unos ruidos extraños. Laura no me dejó entrar. A su madre no le gustaban las visitas. Le ofrecí la mano en señal de despedida. Hizo caso omiso a mi gesto, se acercó y me dio un beso. -La verdad es que no me has sido de gran utilidad. No creo que volvamos a vernos. Pero, ¿puedo pedirte un favor? Me gustaría escribirte de vez en cuando alguna carta. No hace falta que las contestes. De hecho, no creo que a mi madre le hiciera mucha gracia; no es que hable mucho con ella, pero sé que es muy celosa. Sólo le puse una condición: que no me escribiera en días de lluvia, las cartas llegarían a su destino al día siguiente de echarlas al correo, por lo que no sería muy difícil respetar esta cuestión. Mi marido me había abandonado un día de lluvia dejando tras de sí una carta que, a pesar del paso del tiempo, no he conseguido dejar de recodar una y cada una de sus líneas. Desde entonces he recibido cientos de cartas de Laura. En ellas me habla de sus relaciones problemáticas con las rosas del jardín, de sus investigaciones metafóricas sobre el amor, de la personalidad de cada una de sus manzanas semanales. También me comunica sus descubrimientos en materia científica, el gusto de la sangre de un dedo tras un pinchazo, un sabor mucho más dulce que el del flujo de la menstruación por haber sido provocado. 0, incluso, me ha llegado a describir las revelaciones que le ha proporcionado su disciplinada soledad: la felicidad de la nada, la dulzura del deseo inmaterial, el equilibrio del vacío, el deleite de lo inasible. Poco después de nuestro primer encuentro intenté volver a hablar con Laura. Fue inLltil. Me acerqué a ella en la pastelería

pero me miró como si no me reconociera. Sus ojos se habían vuelto más incisivos y su aire de ensimismamiento se había intensificado. No volví a intentarlo. Incluso dejé de ir al mercado del pueblo para disgusto de mi estómago. Esta mañana, a primera hora, justo en el momento de coger la carta de Laura del buzón, un trueno ha hecho estallar uno de los cristales del portal. No entiendo por qué me ha enviado esta carta en un sobre azul. He obseNado el interior a contraluz y parece algo muy importante pues apenas se divisan dos o tres líneas. Como es sábado, finalmente he decidido coger el coche y acercarme al mercado del pueblo. Me he llevado la carta conmigo pero no me he decidido a abrirla. En la plaza no había nadie y los vendedores ya empezaban a retirar sus enseres con toda laceleridad que la lluvia les permitía. El frutero me ha asegurado que Laura no ha pasado por allí. En la pastelería tampoco sabían nada de ella. Me he dirigido rápidamente a su casa. La lluvia arreciaba en los cristales del coche y he metido la carta de Laura, que reposaba sobre el asiento del copiloto, en el bolsillo de mi abrigo. Al llegar a su casa, he podido apreciar que algo no cuadraba. El columpio estaba en el suelo, las rosas habían sido podadas y la puerta se encontraba abierta. Laura yacía muerta abrazada al regazo de su madre, cuyo rostro seboso estaba pringado de nata. Parecía una niña de cinco años entre los pcderosos brazos maternales, como si en el último momento de su vida su cuerpc hubiera decidido transformarse en lo que queria ser. Después he abierto el sobre azul. «Tenías razón, el amor no puede expresarse. Perdóname, siempre he sido un peco cabezota. Ahora lo único que quiero es recostarme entre la nubes".


L

LEVABA tres años, dos meses y diez días esperando su llamada. Con la confianza que proporcionan los ritos, Lola se sentaba todas las tardes junto al teléfono de góndola presta a decirle al hombre de su vida que le echaba de menos, que le quería y que le perdonaba a pesar de lo mal que se había portado con ella. Al anochecer miraba el teléfono con una extraña mezcla de dulzura, nerviosismo y melancolía que la dejaban exhausta. Cuando tocaban las nueve en la iglesia de la plaza se levantaba bruscamente, apartaba el teléfono de su mirada y sabía que aquella noche tampoco iba a sonar. Entonces se dirigía al baño, se quitaba el colorete que acababa de pintarrajearse, la falda de raso negro que se ponía para la cita y escondía sus lágrimas de cartón para que su perro Matías no la viera. Aquellas cuatro horas en tren el día que se conocieron era lo más importante que le había ocurrido en su vida. Todavía recordaba con rubor ese vértigo mental que experimentó cuando él le dijo que la verdad de la vida se revelaba en los placeres sencillos, en las rodillas redondeadas de una mujer, en la austeridad de una tortilla de patatas. Asustada por la intimidad del compartimiento, no se atrevió (y ahora se arrepentía) a desajustarse las carnes y decirle en la humedad de los besos largamente esperados que ella pensaba igual que él. Optó por arremangarse su pueril vehemencia de virgen avejentada y le confesó las soledades de sus noches abstemias, las amarguras de asfalto de una rutina sin horizonte.


El se despidió de Lola con la parsimonia estudiada de los triunfadores, desplegando el arsenal de las buenas e irresistibles formas de un caballero. Ella le dió su teléfono para que la llamara por las noches cuando, tras la absurda amnesia que proporciona la actividad, se vuelve a la conciencia de seres vivos que no esperan nada. "La llamaré todas las noches antes de que se acueste, esté donde esté, desde cualquier parte del mundo", le prometió. Lola escondió un beso detrás de su bufanda mientras él salía a toda prisa de la estación. Apunto estuvo de gritarle que le quería cuando lo vio desaparecer al otro lado del andén, pero ya era demasiado tarde. Nada más llegar a casa contrató una nueva línea y al día siguiente les dijo a sus dos compañeras del Ministerio, las únicas que solían llamarle, que se había cambiado de número. De esta forma, siempre que sonara el teléfono de góndola sabría que era él. Tras un año de inútil espera, Lola decidió poner el teléfono en el dormitorio. El salón era un espacio demasiado neutro para acceder al hilo directo de la felicidad . Su conjunto de cama y mesilla de cedro tallado, regalo de la abuela, parecía mucho más adecuado. Una tarde de tormenta, nada más terminar sus clases de cocina en el vídeo, se metió el Ilél bañera con una copa de cava. Se lavó cuidadosamente el cuello, los brazos y las piernas. Entre el vapor que se deslizaba por las baldosas escuchó una voz que le decía al oído: «Me gustan tus rodillas redondeadas, me gusta tu tortilla de patatas". Aquello le pareció una premonición. Tras embadurnarse la piel con una crema de bellorita, se puso el camisón azul de seda salvaje que todavía no Ilabía estrenado y se tumbó en la cama. Una especie de sopor concentrado se apoderó de ella en la oscuridad de la habi-

tación. Afuera los cristales de las ventanas tiritaban cuando, de lejos, el sonido del teléfono alteró el equilibrio de las sombras. Lola cogió el auricular y estuvo acariciándose con él hasta que, a la altura del pecho, escucho los latidos de su corazón. En la duermevela del placer, ella misma abrió las piernas para que el teléfono descubriera los misterios más profundos de su piel. La humedad de su cuerpo la sobresaltó. Encendió la luz y vio que Matías jugaba con el cable telefónico arrastrándolo para sí. ¿Había sido un sueño? No, aquella llamada había existido, pues su cuerpo desprendía una energía poco común que la unía, aún más, a ese aparato miserable pero necesario, capaz de guiarla al más recóndito de los deseos. A los dos años de espera decidió dejar de trabajar y esperar su llamada durante todo el día. A sus amigas del Ministerio les anunció que se casaba en una ciudad de provincias. Ellas le regalaron un jarrón chino y Lola las invitó, como despedida de soltera, a un té con pastas en una cefetería de la parte vieja de la ciudad donde todas las señoras que merendaban se parecían. Lola sintió que ella era diferente y que a partir de entonces, con sus obligaciones de casada, se abría un oasis de felicidad que compartiría con él por muy difíciles que fueran las circunstancias. A veces, cuando el silencio de la casa la sumía en pensamientos juguetones, llamaba por la línea nueva al teléfono de góndola y ... iay!, una sacudida le ponía el corazón del revés y se producía el milagro. Sonaba el aparato, Matías empezaba a ladrar como un energúmeno y le decía con toda la delicadeza que se podía permitir: «Matías, cállate un momento, por favor, ¿no ves que estoy hablando por teléfono? " Sin embargo, en otras ocasiones, la bruma de los días se agarrotaba en las pal'e-


des y el tiempo se dilataba, pesada- dad. Dejó que sonara cuatro, cinco veces y se dirigió a ia cocina para comprobar si mente, como en la canícula del desierto. Lola daba vueltas alrededor de su cráneo . las patatas ya estaban fritas. Volvió a su para descubrir qué era lo que había cuarto y se sentó lánguidamente sobre la hecho mal. ¿Sería que tras haber cocicolcha. Todo lo que estaba a su alrededor nado tantas tortillas de patatas se le se movía a cámara lenta, los saltos de había ido el punto de la cebolla, o del Matías, el balanceo de las cortinas, el pimiento, quizás? ¿Se le habrían enfla- segundero del reloj. El teléfono seguía sonando. Lola se tumbó a lo largo de la quecido las rodillas con el ajetreo de adecuar la casa para la boda? El la estaba cama y, con las piernas estiradas hacia el poniendo aprueba y ella no le defrauda- techo, se subióto la falda de raso muy lenría. Porque la vida, recordaba, se revela- tamente hasta la altura de las rodillas. Se ba en los placeres sencillos y no iba a ser las tocó en pequeños movimientos circulares y dejó que el teléfono siguiera sonanella quien complicara las cosas. Finalmente, el teléfono sonó. Lola llevaba do. Cuando el ruido se disolvió en los·aguuna hora y media larga concentrada por jeros del aire se levantó con nuevos bríos, lo que, en aquel preciso instante, la lla- desconectó el aparato y lo guardó en la mada no le sorprendió. Nunca había cómoda entre su ropa interior. Llamó a dudado y tenía que tomarlo con naturaliMatías y se fueron a dar un paseo.



MARISOL OVIAÑO Madrid, 1966. Estudios: Publicidad en C. N. P. , Fotografía en C. E. v, Historia (asignaturas sueltas). Inglés (First Certifica te). Profesión: Escribir. Experiencia literaria:Escribe novelas y cuentos. Nunca ha publicado.

H

A pasado casi un año desde que fu i admitida en este taller de escritura; hasta entonces mi labor literaria se había desarrollado en la más absolutta soledad, algunos amigos leían lo que yo hacía, pero anteponía la amistad a la crítica y, a fin de cuentas, para ellos leer un libro, ir al cine o cena r en un restaurante era algo lúdico vinculado al ocio. Cuando entré en el taller pensé que iba a encontrar divos y genios, pero el tiempo me ha demostrado que estaba equivocada: he conocido a gente estupenda y no tan estupenda - no se pueden tener veinticinco amigos íntimos- pero todos han colaborado a que yo me sienta feliz por pertenecer a este grupo de soñadores que necesitan escribir. Me ha sido muy útil estar rodeada de personas que tienen algo en común conmigo, la literatura; y he intentado ser una esponja que absorbiera sus consejos, sus críticas y sus conocimientos, tanto los de mis condiscípulos como los de los escritores consagrados. Pero la utilidad del taller no merecía la pena si a ello no le añadiéramos el placer de conocer el trabajo de otros, la posibilidad de saborear una novedad casi cada día. A veces leo un libro y lamento no poder tener cerca al autor para hablar con él y hacerle preguntas; aquí tengo la suerte de sentarme junto a ellos y compartir o discutir ideas. Creo que estoy en este taller -digo éste porque para mí es el primero y el únicoporque necesito no sólo aprender, sino comunicarme con otros, y dejar de sentirme topo en una playa soleada. Puedo prescindir de las clases magistrales, pero sin las voces de mis compañeros, sin la cálida presencia de sus trabajos, este taller no tendría sentido para mí. Marisol Oviaño .


ANDO Marcelo y Sietemachos se encontraban en la misma calle, Marcelo cruzaba de acera con las orejas gachas y buscaba un portal en el que esconderse de los insultos de ella. - iBorracho! ilnútil! iCabronazo! iComo te coja te mato! Pero todo el mundo sabía que la Siete machos nunca le haría nada, tiempo había tenido de darle una paliza y, que se supiera, nunca le había puesto la mano encima, a pesar de que él se lo mereciera. Al principio, los vecinos del pueblo esperaban con impaciencia aquellos encuentros, pero cuando comprobaron que la Sietemachos no dejaba las palabras para pasar a la acción, dejaron de volver la cabeza cuando oían los insultos. Si la Sietemachos decía que los albaricoques que había comprado el día anterior estaban verdes, el frutero le regalaba un kilo dulce como la miel, aunque las demás clientas protestasen por aquel trato de favor; en la pescadería le reservaban los boquerones más pequeños y la pescadilla más fresca, y en la tahona guardaban para ella la hogaza más tierna y más blanca, así ofreciera el triple de su valor la mujer más rica del pueblo. Porque, mujeres con tanto carácter como la Sietemachos, las había, pero ninguna medía un metro ochenta de alto por uno de ancho por otro de profundo; y ni los más viejos del lugar recordaban que hubiese habido otra mujer que hubiera matado un caballo de un puñetazo. De aquella hazaña le venía a María Baonza el mote que, aunque nadie osara pronunciar en su presencia, ella conocía. La Sietemachos todavía tenía unos bonitos ojos oscuros con los que había devorado a los mozos más fuertes del pueblo cuando era joven, ya pesar de que ya había pasado de los cuarenta, notaba las miradas de los hombres sobre su trasero y, especialmente, sobre su pecho, orgullo de la comarca; se decía que no había tetas más grandes y más prietas que las suyas en muchos kilómetros a la redonda; cómo también se había dicho, cuando ella era moza, que una mujer como ella dejaría seco al hombre más sano de un sólo revolcón .

Q


Había sido la Sietemachos hija única del ganadero con más vacas y más pastos, y símbolo erótico que aparecía en los sueños de muchos hombres de la zona, hombres que soñaban con una hembra gigantesca y complaciente; no habría sido mal partido si los pretendientes no hubieran temido su carácter y el de su padre, hombre bronco y cerril para todo lo que no fuera su negocio. Aun así, nadie dudaba que la Sietemachos habría podido encontrar un marido mejor que Marcelo. Ella misma decía que le había dado el sí por tontería y que luego no le había dejado plantado en la iglesia por miedo a su padre; rondaba ella los veintisiete años y soñaba con hombres fuertes capaces de abarcarla con sus brazos, de cubrirla y hacerle hijos sanos de rollizas mejillas; los mozos comentaban en broma que la Sietemachos estaba con el celo. Pero, aunque dos o tres de ellos de buena gana se habrían acercado a ella para pedir un baile, achucharla y sentir sus duros pezones contra el pecho, se limitaron a comérse a con la mirada icualquiera se atrevía a pedirle relaciones! Y Marcelo fue el único valiente, esmirriado, pero simpático y buen bailarín, no tuvo reparos en bailar unas piezas con aquella mujerona e invitarla a unas cervezas. Todos pudieron ver cómo se desternillaba con él la Sietemachos; no en vano él tenía fama de ser el mozo más gracioso, ése al que todas las madres reían las ocurrencias mientras no se acercase a sus hijas; porque Marcelo era simpático, pero todas soñaban con un yerno con más futuro y de más posibles. Y, sin que se dieran cuenta, pasaron los meses y todos les consideraban novios y les preguntaban para cuándo sería la boda; aunque la Sietemachos decía «no hay prisa». Pero su padre no era de la misma opinión, le asustaba pensar que su hija pudiera quedarse compuesta, sin novio y

sin virginidad, porque, aunque él nunca había hablado con su hija de aquellas cosas, sabía que los ojos de la Sietemachos brillaban esperando el momento en que Marcelo la llevara a un pajar y le enseñara por qué los hombres y las mujeres eran diferentes. De modo que se dio buena prisa en fijar fecha para la boda, aunque maldita la gracia que le hacía su yerno; no hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de que era un inútil y un tarambana que sólo pensaba en divertirse. Yla Sietemachos y Marcelo se casaron un domingo de mayo y el padre de ella derramó unas lagrimillas al pensar en lo feliz que habría sido su difunda si hubiera podido ver a su pequeña en un día tan especial. Los problemas no tardaron en llegar, Marcelo empezó a trabajar para su suegro, al que odiaba, y prefería pasarse las noches en la taberna, en lugar de estar junto a su mujer, como correspondía a un recién casado. Yella aparecía por la puerta del bar con los brazos en jarras y cara de pocos amigos, él suspiraba, se ponía en pie con resignación , pagaba la cuenta y se despedía de los presentes. - Me voy, a ver si le hago un hijo a ésta para que tenga con que entretenerse y me deje a mí echar la partidita en paz. Pero antes de que la Sietemachos se hubiese quedado embarazada, murió su padre y Marcelo sintió que le crecían alas. Se iba a otros pueblos para que ella no pudiese ir a buscarle, faltaba a dormir cuando le venía en gana y poco a poco fue dejando a un lado el trabajo. «¿Para que'voy a deslomarme, si es mi mujer la que tiene los cuartos y los administra?» Uegó un momento en el que Marcelo pasaba más horas en la taberna que en ningún otro lugar y los consejos de los amigos sólo conseguían hacerle reír. «Lo que os pasa es que tenéis envidia» .


...

lo que tiene de bruta lo tiene de cariñosa, A cualquier hora del día podía vérsele con un vaso de vino en la mano y los ojos bri- en lugar de Sietemachos deberían llamarla Sietecorazones- decía hasta que se le llantes; sólo cuando se ponía demasiado pesado, los camareros le invitaban ama- saltaban las lágrimas de la emociónblemente a que fuera a dormir la mona; lo iQuiero ver a todo el mundo brindando a la salud de la Sietemachos, la mujer más que solía hacer en casa de su madre, que estaba demasiado mayor para darse grande que ha dado este pueblo!- y todos le obedecían pensando que se cuenta de la situación de su hijo. Marcelo y la Sietemachos vivían teórica- había vuelto definitivamente loco. mente separados, aunque él se dejaba Una noche, al salir de un bar, Marcelo fue arrollado por un coche, nadie apostaba caer por casa de su mujer tres o cuatro veces al mes, pues él todavía mascullaba por su vida, excepto la Sietemachos, que en plena borrachera, que tenía que hacer- no se separó de la cabecera de su cama la un hijo a la Sietemachos para que ella durante las tres semanas que estuvo ingresado en el hospital; ella se encargó se entretuviera, aunque todos dudaban de comprar la silla de ruedas más moderque pudiera hacer gran cosa con ella o con cualquier otra mujer; y se rumoreaba que, na para que Marcelo pudiera ir de bar en cuando iba a visitarla, no se atrevía a crubar sin ayuda de nadie. Volvió a admitirle zar el umbral y dormía en el pajar. en su casa y a última hora de la noche, Los antiguos amigos no tardaron en can- cuando él estaba demasiado borracho sarse de invitarle y los dueños de los bares para regresar solo, ella iba a buscarle. cerraron el crédito que le habían concediNoche tras noche se repetía la misma do; fue entonces cuando la Sietemachos escena. sorprendió a propios y extraños: fue de -iAsí que estás aquí, jodía por culo! taberna en taberna pagando lo que debía Debería tirarte al río con silla y todo y dejar su marido; habló con todos para que conque te ahogases, entonces sí que te ibas tinuaran fiando a Marcelo, ellase encargaría a hartar de beber, cabronazo. iSeñor! de pasar una vez al mes para abonar sus ¿Qué he hecho para merecer esta cruz? cuentas. Hubo quien intentó convencerla ¡Mucho mejor me habría ¡do si no me para que no hiciera semejante estupidez. hubiera casado y me hubiera dedicado a -Marcelo es mi marido, no es ningún vestir santos! muerto de hambre que no pueda tomarMarcelo se reía entre dientes, guiñaba un se un vasito de vino de vez en cuando. ojo a la concurrencia como si todos fueElla pagaba todo lo que él fuera capaz de ran cómplices de una broma; la indignabeber, que no era poco, e incluso, de . ción de la Sietemachos era tan real, que cuando en cuando, le compraba ropa nue- algunos tuvieron la osadía de sugerirle que va para que no pareciera un jornalero sin mandara a paseo a Marcelo. trabajo. Sin embargo, continuaba insul- --'-¿ Ya usted quién le ha dado vela en este tándole cada vez que coincidían en la mis- entierro? Mejor estaría usted en su casa, ma calle y él seguía escondiéndose de ella con su mujer, que aquí en el bar, diciéncomo de la peste, aunque luego contaba dome lo que tengo que hacer con mi maria todo aquel que quisiera escucharle, que do- saltaba como una fiera. la Sietemachos era una gran mujer. Siempre que la Siete machos empujaba la -La mujer más buena que un hombre silla de Marcelo, le insultaba y desgranapueda encontrar, vale su peso en oro, todo ba todo un rosario de quejas y amenazas


al que ya nadie prestaba atención, por considerar que los dos estaban igualmente locos. Ella había podido matar un caballo de un puñetazo y sin embargo no Ilabía sabido meter en cintura a un borrachín que sólo le causaba disgusto. A nadie le sorprendió la súbita muerte de Marcelo; a todos les parecía lógico que un organismo tan débil y tan alcoholizado como el suyo, no llegase a los sesenta; a todos excepto a la Sietemachos. La muerte de su marido la cogió desprevenida y no podía hacerse ala idea de que Marcelo no fuera a levantarse jamás de su caja de madera; nadie se atrevió a detenerla cuando se abrazó al cuerpo del difunto en el velatorio. -Pero ¿cómo has podido hacerme esto, hijo de la gran puta? ¿Así me agradeces todo lo que he hecho por ti? iEres un mal hombre y te he perdonado muchas cosas, pero esto no voy a perdonártelo nunca! iVago, inútil! iTodavía no me has hecho un

hijo para que me entretenga, bocazas! ¿Con quién voy yo a hablar ahora? ¿Con quién voy a discutir? iEres un desgraciado y, para que te enteres, no pienso ir a tu entierro! Enterraron a Marcelo sin la presencia de su viuda, que seguía indignada porque él había traicionado muriéndose antes de tiempo; aunque nadie acababa de comprender que aquella muerte no fuera un alivio para la Sietemachos. La Sietemachos se dejó morir; desde el entierro de Marcelo no probó un bocado, pasaba largas horas en el cementerio, discutiendo con él e insultándole como cuando estaba vivo. En cuestión de meses, ella se convirtió en una mujer de aspecto frágil y enfermizo. Apareció muerta junto a la tumba de su marido; el alcaIde decidió que debían enterrarles juntos y escribieron sobre su tumba el siguiente epitafio: Marcelo y Sietemachos. Ni contigo ni sin ti.


N

o supe de dónde vino, no tuve tiempo de esquivarle, el maldito niño estaba

de repente en mitad de la calle y sólo lo vi cuando su pequeño cuerpo chochó contra el morro de mi coche; las ruedas chirriaron sobre el asfalto caliente, él voló unos metros y aterrizó casi sin ruido sobre el suelo. Nadie salió para ver que sucedía: Agosto, todo el mundo de vacaciones, todas las persianas bajadas, excepto las del cabrón de Beltrán, que seguirían abiertas para recordarme que su dueño me había llamado, que me había hecho recorrer setecientos kilómetros seis horas al volante, para decirme que se acabaron los negocios conmigo. Mi vida ya era basatante mala, no necesitaba atropellar a ningún niño de siete años; la rueda delantera de su bicicleta seguía dando vueltas cuando emprendimos el camino del hospital. Nunca he confiado en las pequeñas clínicas privadas, pero me pareció que los médicos actuaron con una celeridad inusual, en aquel tórrido mes. "Tranquilo, me dijeron quienes tomaron nota de mis datos, su padre es cirujano aquí, hace un rato que se ha marchado, ya hemos avisado a su madre". El nill o se llamaba David, gemía en voz baja con los ojos cerrados, pensé que era un chico muy valiente y deseé que sus lesiones no fueran graves. Mientras le trasladaban en camilla expliqué a todo el que quiso escucharme que llevaba veinte años conduciendo y aquel era mi primer percance. ~uise quedarme con él "al menos hasta que llegue su madre", dije, pero los médicos fueron tajantes: debía aguardar en la sala de espera. Necesitaba fumar y salí al jardín, hacía mucho calor, me sequé el sudor de la frente con el dorso de la mano yeso me recordó que tan siquiera podría darme una ducha cuando llegara a casa porque me habrían cortado el suministro de agua. Hacia años que todo me salía mal; lo único que me mantenía con ganas de seguir luchando era Eude; tendría que escribirle para contarle la nueva desgracia que salpicaba mi


vida, aunque tuviera que reconocer que yo tenía gran parte de culpa. Debería haber controlado la velocidad, pero ¿quién esperaba que un colegial en bicicleta surgiera de la nada en pleno mes de agosto? Si Beltrán no se hubiera portado como un carroñero hijo de puta, yo no habría descargado mi frustración pisando el acelerador y habria respetado la señallimitadora de velocidad que la rabia me había impedido ver. Afortunadamente tenía el seguro del coche al corriente de pago, esperaba que lo del niño no fuera mucho y no me retiraran el carnet; quizá yo había pecado de conducción temeraria, pero él había cruzado sin mirar, era su palabra contra la mía, no había testigos. Apagué el cigarrillo con el pie y volví a entrar; las recepcionistas me dijeron que la madre ya había llegado y que el padre no tardaría en hacerlo; el doctor salió a mi encuentro y me comunicó que el niño sólo se había torcido el tobillo y roto un brazo, nada que debiera preocuparme. Me dijo que avisaría a la madre y yo me entretuve mirando por una ventana. - Buenos días soy la madre de David ... -me dí la vuelta y reconocí aquella mueca de disgusto y sorpresa- iTÚ! - Dió un paso hacia atrás- Por favor, no me digas que ha sido una coincidencia. -Pues así es, una triste casualidad. Eudeme miraba con ojos que ven pero no quieren creer, su piel, habitualmente morena, se cubrió de un barniz mortecino y su boca dibujó un mohín de miedo y hastío. -¿Pretendes que me lo crea? iSólo hace unas semanas que vivimos aquí, algunos amigos tan siquiera saben nuestra dirección todavía y tú ya me has encontrado! -Eude, te juro que ... -pero ella ya no me escuchaba -¿No te bastan las flores y las cartas? ¿No te parecen demasiados diez años de

casualidades? ¿No ha sido suficiente que nos hayamos cambiado cuatro veces de casa para huir de tí? ¿Qué tengo que hacer para que desaparezcas de mi vida? Había soñado miles de veces con leer mi nombre en sus labios, había imaginado aquel entrecejo fruncido, aquella voz ronca por la rabia. Nada había cambiado: aquella mirada que se abrasaba en odio, aquella violencia contenida. ¿Habría probado el cirujano el sabor a sangre de sus puñetazos? Aquel dedo acusador, aquellas venitas hinchadas, seguían provocando en mí el deseo de abofetearla para ser abofeteado, cogerla en brazos, besarla y llevarla a la cama para hacer las paces fogosamente. Extendí un brazo para atraerla hacia mí, pero antes de que tuviera tiempo de saber cómo había sucedido, ella me había cogido por las solapas y había empujado mi espalda contra la pared. Su cara estaba tan cerca de la mía que podía sentir su aliento derritiendo el mío y podía oir rechinar sus dientes como cuando dormía a mi lado, su mirada trepanaba mi cerebro y podía sentir que hasta el último músculo de su cuerpo estaba en tensión. -Si vuelves a acercarte a mi familia, te matO:- intenté zafarme, pero ella volvió a empujarme violentamente, me hizo daño en un hombro -Te mataré y sabes que soy capaz de hacerlo- tenía razón, yo sabía que cumpliría su promesa. Me soltó como si el contacto de sus dedos con mi chaqueta le diera asco y regresó con su hijo sin dirigirme una última mirada. Toqué mi hombro maltrecho y me estremecí al sentir aquel dulce dolor que reavivaba otros viejos y entrañables dolores; todavía conseNaba señales imborrables de las múltiples discusiones que mantuvimos en la época que fuimos felices. Cuando nuestros cuerpos se relajaban después de hacer el amor, ella se tapaba


la cara con las manos y lloraba, juraba que jamás había pegado a nadie antes de que yo apareciera en su vida, que sólo yo era capaz de despertar aquella agresividad, se secaba las lágrimas, me pedía perdón y prometía que no volvería a repetirse, pero yo sabía que mentía y por eso la amaba y no quería que cambiase, cuanto más duros fueran los golpes, más apasionados serían los besos que sellasen la paz. Le Ilabía dicho millones de veces que no había que disculparse, que yo creía que la pasión sabía a labios partidos y se manifestaba en forma de moratones; pero ella siempre dejaba que la consumiera el remordimiento' y su conciencia comenzó a atrincherarse y hacerse fuerte allí donde mi luz no podía !Iegar. Una noche, después de cenar, le pedí que me golpeara y ella me miró con extrañeza, nunca nos habíamos pegado sin motivo, me arrodillé ante ella suplicando, pero no quiso acceder a mis deseos, no había terminado de aprender que el amor era sufrimiento y tuve que morderle una mano para que comprendiera. Mi boca se llenó de sangre, Eude me empujó diciéndome que estabaloco y que se iba aurgencias; yo no quería que se marchara, sólo la había mordido para recibir una patada. Supongo que fue en el hospital donde conoció al cirujano, ella no volvió a casa aquella noche ni ninguna otra. Desde entonces, cada mañana, después de afeitarme, recorría con el dedo la amo-

rosa cicatriz que Eude me había hecho en una mejilla al lanzarme uno de los mil pedazos en los que se había descompuesto su disco favorito, después de que yo lo pisoteara en el transcurso de una lejana discusión; y cada vez que mis yemas hacían aquel viaje al dolor y al placer, pensaba que a ella le asaltarían los mismos salvajes recuerdos cuando se lavara las manos y el agua aclarara el jabón que no borraría la señal que mis dientes habían dejado en su piel. Decidido a fumar otro cigarrillo y satisfecho por haber descubierto al azar su nuevo paradero, me encaminé hacia la salida y vi una enfermera hablando con un hombre; .élllevaba de la mano a una preciosa niña que no tendría más de cuatro años. - ... Eude está con el niño. Sólo es una fractura y un esguince, David, nada grave ... - decía la enfermera. La niña curioseaba aburrida, ajena a la conversación; su mirada y la mía se cruzaron, ella me dirigió una felina feliz sonrisa idéntica a la de su madre; era enternecedor saber que aquella criaturita no aprendería el error cometido por su hermano y corretearía alegremente por las calles de su tranquila urbanización sin preocuparse por los coches. Le devolví la sonrisa y mis labios se humedecieron al comprender lo sencillo que resultana morir a manos de Eude. Enero, 1994 Paul Weller. Wild Wood .


M.a.JESÚS ESTEBAN Madrid, 1967. Estudios:Licenciada en Derecho. Profesión: Abogado. Experiencia literaria: Cuentos

A La dombra de un TaLLer Literario las puertas de Sagasta 28 mi sombra se separó bruscamente de mi cuero po y cobra ndo vida propia se sentó en el escalón con la barbilla entre las manos. -iYo no subo!, exclamó . -i Oh por favorL ¡Lo que me faltaba ! ¡Tú también contra míl ¿Qué ocurre 1. -¡ No suboL Te conozco muy bien. Entiendo tu vida y tu modo de pensar. Más que tu sombra soy tu alma, pero, no comprendo porque asistes a estas misteriosas reuniones. - Ahora no puedo explicártelo, ¡Llego tarde 1, además no sé que misterio encierra un taller literario. ¡Vamos, levántate l -No, sí yo no tengo nada en contra de la literatura. Gracias a ella las sombras hemos gozado de cierto protagonismo. Pero dime ¿por qué tú' -Acaso no soy libre para elegir lo que me gusta. Asistiendo al taller por lo menos mis ideales cobran realidad . Me obligo a escribir y me fijo unas metas. Sería ridículo pasarme la vida deseando ser escritora y no escribir ni una sola línea. Acabaría en el psiquiátrico recitando poesías por los pasillos. - y el taller ¿te ayuda a escribir? -Así es. Me motiva. Además pretendo averiguar si valgo para esto. No hay nada

A


tan triste como la persona que se empeña en hacer algo para lo cual no tiene aptitudes. - Sí, es verdad, como los malos cantantes obstinados en cantar y los pésimos bailarines que acaparan el centro de las discotecas. -Desearía que un escritor me dijese i No sigas por este camino!. Y entonces recobraría la paz, pero i esta incertidumbre ... !. - Me parece que voy comprendiendo, según tú la literatura no se aprende, se descubre. - Querida sombra, lo has entendido perfectamente. - y tú me has convencido. ¿A qué esperas? iEntremos!.

Tertulia sobrenatural Posee estructura. La narración corre bien y aunque nos vapuleó de un modo muy peculiar, entra en el terreno del género. «Con el sudor de su frente» Aunque de distinta temática tiene la enjundia de su anterior cuento « Tertulia sobrenatural»)por lo tanto queda seleccionado también.

Lauro Olmo


E

L jueves me ocurrió algo extraño e inquietante. Parece mentira que en un día

tan vulgar puedan suceder hechos extraordinarios. Me encontraba yo escuchando las palabras de dos autores teatrales en la Sede de la Asocíación Colegial de Escritores. A pesar de este rimbombante nombre, el lugar no es más que el quinto piso de un viejo edificio al cual conducen una estrecha escalera de caracol o bien un ascensor, no menos reducido, y siempre solicitado. Alas nueve de la tarde finalizó la brillante exposición y empecé a experimentar un sopor y una fatiga poco habituales en mí. Los ojos se me cerraban y mis pies se negaban a caminar. A pesar de la incomodidad de la silla, me sentía atada a ella por una fuerza inexplicable. Decidí entonces acudir al lavabo e introducir la cabeza debajo del grifo, pero al cerrar la puerta me desmayé. Tuve una horrible pesadilla. Me hallaba en una tortuosa escalera sin principio ni fin, el vértigo me dominaba y no encontraba el interruptor de la luz. La oscuridad era profunda yde pronto escuché unos pasos lentos y pesados que se aproximaban. También unos gruñidos como de animal salvaje que murmuraban algo. Los efectos anuladores que el miedo produce me impidieron tomar una decisión, subir o bajar y enfrentarme con eso. De cualquier modo ya no quedaba tiempo. Una sombra apareció iEra la portera! Se dirigía hacia mí portadora de un hacha en su mano derecha y en la otra las llaves del portal. iiiAhhh!!!, mi propio grito me despertó. Tirada en el suelo y cubierta de sudor miré el reloj, que marcaba las doce de la noche. La casa a oscuras y yo perpleja de la situación sin saber que hacer. Hasta que creí escuchar ruidos en la sala donde nosotros celebrábamos nuestros coloquios. Movimientos de sillas, el roce de telas vaporosas, risas y saludos. Era tal mi curiosidad que el miedo se desvaneció y me levanté sigilosamente, agarré con mi mano sudorosa el pomo de la puerta y entré. iNO podía creer lo que veía!. Una luz blanca cegó mis ojos.


Entre los destellos observé que los cuadros que adornaban la pared aparecían huecos y sus ocupantes, los escritores, habían ocupado las sillas de la sala. Se disponían a entablar una tertulia. Cada uno de ellos iba vestido a la usanza de su época y calculo que todos aparentaban unos treinta años y estaban en la plenitud de sus facultades físicas. Sin embargo yo no podía verlos de cuerpo entero, algunos sólo tenían la cabeza, otros también los brazos, pero ninguno las piernas. No me vieron y me senté en la última fila, expectante. Miguel de Cervantes comenzó ahablar: Creo que ha sido una buena idea que nos hayamos reunido aquí para reflexionar sobre el Curso Literario del cual somos testigos forzosos .. . Mientras, Gongora discutía con Ouevedo y los demás, Clarín, Galdós, Bécquer, Rosalía de Castro, Moratín, Cadalso, Moliére, Calderón de la Barca, asentían de un modo solemne, dada claro, su condición espiritual. Con ell os estaba otro personaje muy curioso al que no lograba reconocer. Garcilaso se dirigió a él diciendole al oído: -Si me permite la pregunta, ¿Por qué esa obstinación en conservar el anonimato de su obra «El Lazarillo de Tormes,,? No escuché la respuesta porque Cervantes exigió silencio y continuó con esta palabras: -En primer lugar hemos de alabar que en esta sociedad, a la que afortunadamente

no pertenecemos, existan algunas almas inquietas que deseen imitarnos. Jóvenes, unos engreídos, otros inseguros, que sientan el aguijón que nosotros mismos sentimos. Ellos conocen el placer, o acaso al menos lo intuyen, el placer que conlleva la creación literaria. El escritor sólo necesita un papel y un lapiz para entretenerse y crear su propia historia. Inventar situaciones deseadas, adjudicándose el mejor papel. Dibujar el paisaje en el cual le gustaría encontrarse, provocar los sentimientos que ha soñado, teniéndolo todo, belleza, inteligencia, bondad. Crear su propia suerte sin situaciones imprevisibles, planes desbaratados, ni frustraciones. Con toda una vida por delante, a la edad que le plazca, eligiendo su compañia y sus horas de soledad, comiendo de un menú universal y bebiendo de todas las fuentes. Sobrecogida por estas maravillosas palabras empecé a aplaudir, entonces advirtieron mi presencia y hablé: - Oueridos y admirados escritores, genios de la literatura, cuando acudo a este taller me encuentro confusa pues es a ustedes a quienes me gustaría escuchar y no encuentro el modo de superar las obras que nos han legado. Pero antes de nada me gustaría que me firmasen unos autografos. iPero eso es imposible! gritaron al unísono, iEstamos muertos! y entonces fue cuando me volví a desmayar.


L

A historia de Julia es la historia de la impotencia, la agresividad contenida y el espíritu de venganza en tiempos de crisis. La historia de Julia es la historia de una asesina. Todo empezó al acabar su carrera. Ella que siempre se había distinguido por su autosuficiencia y seguridad descubrió como se desmoronaban todos sus principios. Y la vida se convirtió en una jungla. Pasaba los días recorriendo calles, asistiendo a entrevistas y preparando test de persona idad. Buscando un trabajo, un jefe iracundo, tratando de encontrar un yugo que ponerse al cuello. Estos pensamientos irónicos eran cada vez más frecuentes en su, hasta entonces, inocente cabeza, que ahora se encontraba vacía de actividad. Pero lo que más perturbaba a Julia eran las cartas. Detrás de esos folios fríos e impersonales se escondían las personas que le habían llenado de esperanza con sus amables sonrisas. Las cartas eran lo peor. Llegaba a casa por la noche cansada de vagabundear y descubría el sobre en la mesa. Esas noches se las pasaba en vela dando vueltas a sus desquiciados pensamientos. Así transcurrieron un año y seis meses ... Una mañana Julia recibió la llamada de un viejo amigo, iba a recomendarla. Fueron tan amables con ella y el trabajo tan adecuado que no dudó ni un momento que sería aceptada. Hasta que llegó la carta. «Lamentamos informarle que en esta ocasión no ha sido posible contemplar su candidatura». La frase le empezó a bailar y cayó desarmada quedándose así durante horas. Trató de buscar una razón para vivir y sólo encontró una, MATAR. Se fue recuperando y con paciencia esperaba su oportunidad. Las noches de insom-


nio volvieron y en ellas sus locos propósitos fueron cobrando intensidad. Una mañana el sonido del teléfono anunció el comienzo de esta horrible historia. - Allí estaré, con el curriculum por supuesto. Julia llegó puntual a la entrevista pero como siempre le hicieron esperar. Su odio, cada vez mayor, iba apaciguando su nerviosismo, y los momentos de flaqueza desaparecieron. Cuando la que sería su víctima entró al despacho, ella estuvo torpe al saludarle. De la boca de aquel sujeto brotó un surtidor de preguntas impertinentes que le hirieron de tal modo que perdió la compostura. -Señorita, si quiere lo dejamos. Si, p ensó Julia, y tu vas a dejar de existir. Le acompañó hasta la puerta y se dieron lamano. Ella sintió la suya blanda y sudorosa y sintió ganas de vomitar. Despacio bajó las escaleras meditando la forma de hacerlo. Salió a la calle y la escena se dibujó en su mente como una inspiración diabólica. Esperó dos horas sentada en el portal mientras contemplaba con sarcasmo el desfile de las aspirantes al puesto. Eran todas iguales, pensaba Julia, con su traje de chaqueta, su sonrisa falsa, congelada ya, y sus modales encantadores. Muchas se frotaban las manos avivando su esperanza, otras salían con lágrimas en los ojos y los hombros caídos. Ella tuvo deseos de decirles iNO os preocupeís, ese

hombre que os ha humillado va a morir!. Una vez estuvo segura de que todas habían salido se levantó para ver si las luces del despacho seguían encendidas. Una colilla cayó de la ventana y le rozó en la cara. La luz se apagó. Julia miró la cabina con ansiedad, si él no pasaba por allí, su plan fracasaría. Por fin el entrevistador salió a la oscuridad de la calle. Parecía cansado y deseoso de llegar a su casa. Pero el universo se alió con Julia que palpaba el cuchillo y observaba con emoción como él se estaba acercando. Sacó la cabeza de la cabina telefónica y le llamó. -Perdone Señor, si es tan amable, se me ha enganchado la tarjeta .. . Una vez dentro le hundió la hoja tres o cuatro veces en la carne. La sangre salió a propulsión de aquel cuerpo suplicante y casi la cegó por completo. Oyendo sus últimos gemidos se limpió el rostro con colonia y sacó de la bolsa un abrigo negro y unos zapatos .. . Ellano pretendía cometer el crimen perfecto pero sorprendentemente la calle estaba desier tao Se acercó a él y le tomó el pulso. Suspiró aliviada y al girar la cabeza lo vió. Su curriculum sobresaliendo del maletín. Con letras mayúsculas escribió "SELECCIONADA DEFINITIVAMENTE». Se quitó los guantes y corriendo se alejó de allí, segura de no haber sido vista. y efectivamente así fue, pues a los diez días entró en ese mismo portal dispuesta a empezar una nueva vida .


ELlSA FENOY CASSINELLO Las Menas, Seron, (Almería), 1966. Estudios: Veterinaria. Profesión: No ejerciente. Experiencia literaria: Artículos publicados en revistas culturales. Novelas: "Primera y única infancia del capitán". "Sin título". "Nada de Don Felipe". "Sin título". (Sin publicar).

R

ECOGE Carmen Bravo-Villasante, de Simone de Beauvoir, la siguiente cita: (( La soledad no me pesaba jamás )). Yo he descubierto que no sólo me pesa la soledad, sino también la compañía. ¿Por qué un taller literario? ¿Por qué yo en éI7 ¿Qué sería de mí sin el taller ? Pasaría días y meses metida en la oscuridad de mis escritos, sin saber si son buenos, sin saber porqué lo son. La duda, la desconfianza, y por otro lado la necesidad de continuar con ellos crear a mi alrededor y dentro de mí, y lo que es peor: dentro de mi otra vida, la familiar, un ambiente y un estar y un sentir claustrofóbico y sin duda destructivo. Saber que existe ese mundo: el literario. Saber que no es una locura mía sino que es una necesidad y un querer compartido, amado, compredido, aceptado, valorado, me yudan a no cuestionarme por qué escribo (ya lo sé). Me ayudan a seguir adelante.,Eso es para mí lo fundamental. Elisa Fenoy Cassinello


Desde el título anuncia Elisa Fenoy la fuerte carga sensorial del pequeño mundo novelesco que urde en Cinco Sentidos para cinco noches. De las muchas maneras posibles para cualquier narración, ella se apunta a una bien difícil, aquella que parte de un intimísimo reconcentrado y que se recrea morosa en esas lindes en las que un paso más allá nos toparíamos con el decir poemático. El intenso lirismo de Fenoy es, sin embargo, la materia (la forma de la expresión, si se quiere) en la que se diluye una mínima sustancia novelesca, que toma y retoma, una y otra vez, elementos percibidos por los sentidos: un color en este texto, un sabor en otro ... y un olor y un sonido y una cualidad táctil. Todo ello visto y contemplado desde una especie de edad de la inocencia a través del elemento formal, básico de estos relatos: un punto de vista, una perspectiva del narrador basada en una especie de ingenuidad y sencillez muy oportunas. Santos Sanz Villanueva


«SentioocJ para cinco nochecJ»

1 J1"Equedé mirando al lagarto porque era verde. Parecía estar dormido, no se 1y1 ~ovía nada, pero como tenía los ojos abiertos no pOdía estarlo. Si lo tocas te escupe y se te cae el pelo, oí por detrás. Eso ya lo sé, dije yo, aunque no era verdad, yo no lo sabía y me asustó oírlo, pero hasta después de que se me pusieran todos los pelos de punta y de que acabara de correrme el gusanillo eléctrico PO( toda la espalda, entera, no pude decir lo que dije, que eso ya lo sabía. No me acerqué más al lagarto, fuí valiente y no salí corriendo, aunque tenía ganas de correr o de tirarle una piedra a la cabeza, pero si le tiras a la cabeza deja de mirarte, se le cierran los ojos, se descompone, se vuelve boca abajo, así que se muere, ya no lo vuelves a ver nunca más. O si lo ves es lleno de hormigas cuando ya no queda nada de su ·color verde. Era un verde muy verde, más que el de mi bañador, mira que es feo y brilla hasta por la noche que ya ni hay sol. No me gusta, no me lo voy a poner nunca jamás, le dije yo y ella me miró como cuando ella hace cuando se enfada. No y no, dije yo, ella me contestó, o te lo pones o te bañas en calzoncillos. Se reirán de mí, tú lo sabes, quiero otro. Por eso el verde de mi bañador no me gusta porque brilla siempre y con él no se pude jugar nada, siempre me descubren el primero, todos persiguen, no sé cómo las madres no se dan cuenta de esas cosas yo cuando crezca creo que pensaré. La gelatina.que hizo de postre era de lagarto. Transparente pero de su color. La tiré a la basura en cuanto se,dió la vuelta, yo me lo como todo pero eso sí que no. Espero que no la haya preparado con mi lagarto, es mío desde que le ví, tengo que encontrarle un nombre, alguno que no suene a perro que todo lo que se me ocurre parece de niño o de perro. Le llevaré de comer todos los días, algo que le guste mucho claro que ni siquiera sé qué le gusta, ni siquiera si ellos comen. Le llevaré pan y chocolate para probar, o deja-


me he quedado casi blanco, pero si no ré sobre una piedra cerca de él pero tamme hubieran metido tanto en agua ahobién lejos no vaya a ser que le dé por escura sería como el lagarto, pero con otra pirme, la verdad es que estar sin pelo es estar feo, papá es mucho más feo que cabeza, que sería comO es ahora, pero mamá. Es más bonito tener el pelo de sin rabo, que lo mío no es rabo, y sería Gloria que no tener. Gloria lo tiene verde como soy ahora pero color lagarto. moco y dice que es porque se le ha que- Como mi bañador y el postre de gelatimado con el cloro de la piscina. Yo creo na y como las verduras y como todas las que es porque ha estado resfriada y se lim- cosas que acaban de nacer. Hay algupiaba la nariz con las manos y las manos nas que entonces nunca han sido verdes, el sol, digo yo, el mar, también. Las en la cabeza. piedras, las calles, mi casa. Porque esas Ese verde no es como el verde de verdad. Cómo podrá ser que algo marrón crezca cosas no cambian nunca, así que siem pre están, porque están igual. No es algo que no lo es. Porque las lentejas son marrónes, y los como una hoja de lechuga que te la garbanzos. No es que sean lo mismo las comes y se acabó. Claro, por eso es verlentejas que los garbanzos, porque no es de. Pero mi casa no ha nacido porque lo mismo que sean delgadas como chin - siempre ha sido mi casa, aquí vivo yo, es la mía. chetas o gordas como verrugas, ni tan oscuras como el chocolate o tan claras Duermo en una cama que tiene la col como las páginas del periódico. Cuando cha verde. Cuando sueño lo hago en las plantamos entre algodones mojados verde. Qué comerán los lagartos. Grillos salió cosa rosa pero increíble fue que cre- verdes que crecen en las coles verdes de ció el verde. Se hizo largo, muy flaco pero mi prado verde. Que mentiroso soy, yo alto, luego se abrieron dos hojas que no tengo prado. Cuando sea grande, escondían otras dos. Luego se secaron. además de pensar tendré valles y rios. Si los hubiéramos plantado en tierra Hasta cien lagartos tendré. Después de hubieran seguido creciendo y hasta darí- dormir. an más legumbres, seríamos hortelanos, así les llaman a los verduleros yo creí siempre que eran verduleros porque cómo iba 2 a imaginar que serían hortelanos. Ha crecido de una cosa marrón una verde. Y Son las lombrices eso me pasa por no hasta tan arriba. Mañana voy a probar con hacer caso. Yo nunca he visto ni una, las semillas de melón que aún tiene el dicen que salen cuando vas al baño. Yo abuelo guardadas yo sé donde. Buscaré miro por si un día resulta que encuentro un vaso gordo muy gordo y mucho algo- alguna, pero las mías están muy bien dendón, porque los melones no tiran para arritro porque no sale nunca ninguna. Debe ba sino a lo ancho, he de pensar cuanto haber lo menos ciento cuarenta y nueve, de ancho. ·10 menos, como me he comido ciento Será verde, verde como sus hojas, como cuarenta y nueve caramelos hoy. el tallo, todo menos la simiente amarilla. Son las lombrices las que me han inflado Al final todo se convierte en verde. Como la tripa y me duele. A lo mejor si me aprielos niños, que serán verdes nada más to se irán todas, pero no quiero tocarme nacer. Yo ya no, me han lavado hasta que porque me duele. Si tienen que irse por la


tripa se me abrirá y dolerá más. Si hay muchas, muchas, más de ciento cuarenta y nueve, cuando vaya al baño soltaré a más de una. Los palotes de fresa y nata son el alimento de las que son ralladas. No son como las cebras, sus rayas van todas bien seguidas una tras otra, igual que en los palotes. Las lombrices fosforescentes son verdes y amarillas. Comen éstas muchas cosas porque son hermanas pueden comer lo de la una y lo de la otra. Pues regaliz, caramelos y chicles de menta, de clorofila, de hierbabuena, de limón. Yhelados de lo mismo, de casi todo, hasta de pistacho. Además están las otras, que se alimentan pero no de lo mismo. Por ejemplo, de la leche con chocolate de la mañana con las galletas llenas de mermelada. La mermelada de fresa para las rayadas, pero la leche con chocolate para las otras que n0

son las fosforescentes tampoco, está muy claro. He cambiado mi bocadillo de chorizo del recreo, por un bollo lleno de azúcar por arriba. Se me han puesto las manos todas pringosas y como me ha dado tiempo de comérmelo entero y luego ir al caño de agua a lavarme, me he tenido que restregar en el pantalón, porque el pañuelo se lo había dado a un niño resfriado por unas gominolas, en clase, él casi que no podía respirar y le iban a regañar por no tener pañuelo, así que le he dicho, ¿qué tienes? Se sacó las gominolas del bolsillo, un poco derretidas, estaban como pegadas. Me las he metido todas a la vez en la boca y no han tardado en deshacerse. Entonces he querido recuperar el pañuelo pero lo he visto tan sucio que he tenido que decirle que lo trajera bien limpio mañana. Ahora no sé si mañana podré ir


a clase. Son las ciento cuarenta y nueve lombrices de hoy. Pero en vez de agradecerme el préstamo, que casi le regaña la profesora, entonces le he oído: cuando me devuelvas mis golosinas te daré tu paíiuelo. En el cajón tengo más. Un bombón y una piruleta. Con los bombones no crecen las lombrices. A lo mejor sí, yo creo que no. Creo que si tomo el bombón no me pasará nada, puede que hasta se me baje la hinchazón, puede que hasta pueda ir mañana al colegio. Si me lo meto en la boca y no me lo trago es como si no lo hubiera tomado. Una casa toda entera de caramelo, con la chimenea y el tejado también, y por dentro con más todavía, toda entera. Ese país existe, está muy lejos, casi nadie lo conoce. Las piedras son de carbón dulce y el agua es como el refresco, del sabor que

quieras. Cuando llueve lo hace en rosa u en verde o de mil maneras distintas que saben amil maneras distintas. Las madres no hacen lacomida porque todo se come. Yo no tendría que cambiar los bocadillos en el recreo porque los pupitres estarían buenísimos, de aperitivo me zamparía el libro y los lápices, nunca se acabarían los dulces. Las peras y las manzanas de los árboles frutales están escarchadas. Las mandarinas y las guindas son confitadas. Yo estaría tan gordQ, tanto, que no me cabría ni una limbriz más. Pero no podría abrir la boca ni para bostezar porque hasta el aire está buenísimo así que luego no podría volver a cerrarla hasta que no lo hubiera comido todo entero .. Todo el aire, todas las casas, todas las piedras, todas las aguas. Luego reventaría, a lo mejor entonces veo a esos gusanos blancos, huyendo despavoridos gri-


tando: socorro, nos quieren matar de indigestión. Si no me tomo en bombón mañana podré ir a clase. Contaré hasta diez, me quedaré dormido sin pensar más en el chocolate. Uno, dos. Claro que qué bueno es zamparse todo un país dulce aunque después explotes. Nueve y diez.

Dormiría con el camisón, con una colcha muy finita, con el elefante de peluche y la muñeca de tela. Quiero al elefante porque tiene mis años, es gris, y muy suave. Quiero a Tota porque se ríe con los mofletes y los ojos, pcrque sus manos son grandes, porque la estrujo y no se queja. Tener un bebé en casa no es tan divertido comú me decían los papás, si le aprieto un poco llora, si le despierto llora, si juego con él llora. Huele bien, me gusta su colonia y 3 se la quito. Le quito los polvos de talco y Como hace frío. No es que lo sienta, es le hecho a la Tota. La Tota se deja estruporque lo dice el hombre del tiempo, la jar, la peino, le limpio el culo, la esconde gente que se saluda por las mañanas, lo debajo de las sábanas y duerme conmidice también mi madre, algo así: abrigate go algunas noches, cuando no la han bien, ciérrate el abrigo, súbete los calceti- subido allí tan lejos. nes. Como por lo visto hace mucho frío ya Si el niño está calladito, si se lo ha comido no me puedo poner el camisón suave. todo y duerme como un bendito, él es el Ahora duermo con el pijama que pica, está único en casa que se dice así de raro, mamá forrado de franela. Pica y pesa, y cuando puede quedarse un rato antes de apagar la me doy la vuelta se me enredan las per- luz. Lo malo es que luego me quita al eleneras con las piernas y me despierto fante y a Tota. Pero mamá huele bien. Se cuando me duelen tanto que entoncesgri- tumba de lado y me acaricia lacabeza, me tooYa no duermo con la ventana abierta, estira el pelo. Es como una brujería porque porque se escapa el calor de la calefacción en seguida se me cierran los ojos. Yo le pido, y no sólo me resfrío sino que además sale un peco más, ella sigue y me cuenta cosas muy cara para malgastaria. Eso dice mi en voz baja, cerca del oído. Su voz no sólo padre. Mi madre simplemente no me deja la oigo sino que la siente mi oído y mi mejiabrir las hojas de la ventana. Aunque sean lla, asi como si fueran dedos suaves, como las de mi cuarto, yo debería mandar aquí si una mano suya, envuelta en terciopelo, si de ellos es el resto de la casa. Pod ria , apenas me rozara. Porque mamá es suave, más que el elefante, más que todo, más por ejemplo, decidir que no quiero colcha, o al menos que no la quiero doble, que que el niño del que dicen que su piel es pesa y me asfixia. Elegiría cada día la ropa como lagloria. De mi piel nada, como si no que quiero llevar al colegio, tendría los fuera tan gloriosa. Lo es más. Más que la juguetes cerca de mi alcance y no allá a lo del bebé pero menos que la de mamá. Ella alto donde sólo llegan ellos. Quiero el ele- es tan suave como el camisón. Es pcr el frio, fante y el juego de construcción, les pido por él no puedo dormir sino con esa cosa para que me los alcancen. El juego no que fea yáspera, desagradable, que se enreda, se pierden las fichas. pero si sólo he podipica, pesa. Le pediré, cuéntame un cuento. Ella me do estrenarlo un día. Mañana, mañana. Quiero poder esturrear todas sus fichas y preguntará, cuál. Ese, mamá, ese tan larno tener que dejarlo todo como si en mi go y tan bonito, el del niño que nació con piel de serpiente y su madre le bañaba con habitación no viviera yo.


aceites y jabones, le levantaba las escamas, lo llenaba de ungüentos para que su ;Jiel fuera tan suave como la de los demás 'liños. Cuéntame el final, pero luego, cuando esté ya dormida por tus manos y tu voz, no te lleves a Tata. Cuando cierre los ojos sigue con el cuento no lo dejes sin acabar, que aunque yo duerma también oigo. Y quiero oir como descubrió su madre que. si le arrancaba a besos las escamas ya nunca le volvían a crecer. Como su piel desde entonces fue tan suave como la superficie de los lagos dulces, más que la niebla baja que moja sin que la notes pasar, más que las alas de las mariposas, más que tu propia voz que me duerme feliz. Aunque haga frío esta noche.

4

Sé que detrás de mi ventana sólo le quedan flores al jazminero. Lo sé porque aunque está todo cerrado puedo olerlo. Reconozco mi casa antes de verla. Nada más doblar la esquina de la calle, porque toda ella huele dulce, como siempre, como todos los días, porque mi jazminero está en flor. Ahora, que ya no es primavera, que ya no es verano ni siquiera, las calles están más sombrías, los árboles ya no tienen hojas, en las ventanas las plantas sólo son verdes, pero en mi casa hay una planta que tiene hojas y flores blancas, pequeñas, llenas del olor al perfume de mamá, a membrillo con canela, a esencia para los armarios, a todas esas cosas y sólo a ellas mismas pues cómo huelen mis flores sino a ellas, a mi casa, a mi calle. Nada más doblar la esquina. Hoy me han cambiado las sábanas de la cama. Al principio, al entrar, están frías, pero me gusta sentirlas así. Me quedo muy quieta para sentir su olor limpio, a nuevo, aunque no lo son, son las azules con dibu-

jo de flores. Azules como las cortinas, como el cielo antes de que todo se haga oscuro afuera. Limpias como mis manos lavadas con jabón de naranja, como mis dientes cepillados con crema de clorofila. Yo huelo a todo eso. A la colonia con que mi madre me cepilla por las mañanas, a la ropa del colegio que ella lava con el mismo jabón que las sábanas. También a mí misma, creo que huelo un poco a mi madre, un poco a la leche que desayuno, mucho a los jazmines que están detrás de la ventana. Se que es bueno parecerme a estas cosas, porque a mí me gusta. Podría oler como si fuera un perro, a su comida, todas las bocas de perro huelen a comida. O como si fuera otro niño, a otro jabón, a otras fiores, a otras casas, otras madres. Pero entonces no viviría donde vivo, no dormiría en estas sábanas, no podría tener jabón de naranja, el jazminero sería un rosal. Y no es que no me gusten los rosales, me gustan mucho, pero en las otras casas. En la mía los jazmines. Porque yo hueio a ellos también, y yo me gusto. No son nuevas estas sábanas pero huelen a nuevo. Son las azules. Es bueno que sean azules, porque ya las conozco y porque son mías, las reconoz- . coy las quiero. Cuando doblo la calle ya huelo a esta cama y a estas sábanas. A mi madre, sus guísos, sus manías, los trabajos de casa, la tarea del colegio. Me gusta salir de casa porque luego vuelvo a ella. Nada más doblar la calle reconozco el aroma a jazmín y es como si oliera a mí. Esta noche no puedo verte porque la persiana está bajada, pero es bueno saber que estás detrás. Te huelo. Lo hago a través de las paredes, lo haría a través de mundos. Vendrán las heladas y por las noches, en mi cama, te sentiré. Lo haré siempre porque es bueno sentirme. Me olfateo y me gusto así.


Me gusta que estés conmigo. Por ello duermo en paz.

5 Le Ile pisado para ver si era capaz de gritar. Habla tan flag ita y tan poco que a veces n~8 parece que sólo abre la boca pero que de ella no sale nada. Para que gritara he saltado sobre su sandalia con mis botas. Creía que no lo iba a hacer, porque lahe pisado y la he visto enrojecer, así que Ile pensado, no lo va a hacer. Pero después de ponerse morada, después de empujarme para que le liberara su pie, despues todo ese tiempo, yo esperando oir, ha gritado. Ha abierto la boca, su garganta roja se ha inflado y lo ha soltado. El alarido más grande que hasta ahora he conocido.

La verdad es que me arrepiento, sé que le he hecho daño, es tan pequeño su pie, eran tan ridículas sus sandalias, tan bastas son mis botas. Ya no tengo que volver a pisarla porque ya la he oido, pero si no la hubiera escuchado no tendría que volver a saltarle encima. Yeso que me arrepiento. Porque colecciono ruidos, voces, cosas así que sólo se pueden oir, Pues cosas como los siseos de la telas y del aire, como los silbidos de las noches, como los gorgoteos de las gargantas antes de comenzar a hablar. Las guardo dentro y los recuerdo. Por eso cuando conozco a alguien nuevo he de estudiar su voz, su risa, el ruido que le acompaña cuando se mueve, cuando se sienta, cuando respi ra, cuando su pelo se mueve porque lo hace su cabeza o porque el aire lo revuel -


ve. Todo esto ya lo sabía de ella, pero nunca había lebantado la voz por nada, con motivo o sin él, su gaznate no estaba liberado, yo debía conseguirlo. No la ha entendido, cuando se lo he explicado. Primero roja, entonces morada, luego se ha vuelto amarilla, mientras le decía, ves, puedes hacerlo. Así que amarilla y yo pensaba que en seguida de nuevo blanquita y feliz, pero se encendió otra vez, entre el púrpuray el granate, se le infló· el pecho, y sin que yo la pisara, de verdad que ya había quitado mi bota de su pie, volvió a soltar un alaridio que tomaba fuera ele su boca la forma de palabra. Imbécil. Sí, así me llamó, me gritó. Yo pensaba pedirle que fuera mi novia, porque ellano es delas que habla mucho, además Ilace los deberes todos los días. Se sienta sin espachurrar el aire que hay hasta l egar al asiento, ellalo apartasin prisas, se deja caer lentamente, no lo hace estallar como tantos de la clase. Ellaes dulce, guapa, y sus ruiclos son así dulces ybellos. El caso es que me he desilusionado cuando he escuchado suinsulto, porquehecomprendido con él no habia entendidomis intenciones, porque me Ila demostrado que yo no le gusto tanto como ella a mí. Será porque no habrá estado atenta a los sonidos que yo produzco, todos los hago

para agradarla. Asíque nunca puedo sonarme la nariz, por ejemplo.Odejar escapar suspiros, porqueesas cosas las hacenlas mujeres, los hombres también, claro, pero se supone que no lo deben hacer. No lo entiendo, todo por ella, comopremio un imbecil .Mehe quedado tan sorprendidode su reacción que se mehancortado todos mis ruidos. Hadejado de crujirel suelo debajo demí, mi ropa se ha vuelto dura einrmvil, mi pelo se ha quedado clavado. No era capaz ni de oírme respirando, ni pensando, ni pestañeando, puede ser que dejara de hacer todas esas cosas.Mientras ell a, en combustión, me daba laespalda yse alejaba cojeando pero conbrío, creando rermlinos coléricos y túneles de aire aullan tes. No me lo esperaba así. Doy vueltas en la cama sin conseguir dormirrne. Tengo su grito clavado entre las orejas y no dejo de verla alejándose de mí permi tiendo que sus ruidos vengadores me atormentaran. Es demasiado cruel para ser posible, debo estar equivocado, ella seguramente no ha entendido bien, yo debo explicarle, o hacer algo, que no le duela, esta vez no saltaré sobre sus sandalias, algo bonito que suene bien, corno demostrarle la alegría queme da verla dejando escapar de mi vientre el ruido de la satisfacción. Eso que tiene un nombre tan feo, eructo le dicen. A ella le encantará .


EVA FERNANDEZ Madrid, 1971. Estudio s: TrJI1Jjo social (Diplomatura). Profesión: Estucliélllte. Experi encia literaria: Cuento, novela.

AY un espacio concreto cuando una se sienta (las sillas distribuidas, la mesa al fondo, las fotos de las pareces, la jarra del agua. ,.). Hay cada tarde una mirada concreta que te inmoviliza en blanco y negro, o eres tú, la que de pronto te pierdes entre las fotos milenarias; y es como un sortilegio entre la literatura y uno mismo, o debería de serlo. Somos como peones de un legendario ajedrez. El tablero está dispuesto cada martes, Lentamente las piezas se ordenan: el rey, la reina, el alfil, la torre... siempre los mismos, siempre distintos. Al cerrarse la puerta la partida da comienzo. Mejor será apretarse bien las manos.

H

Eva Fernández


[¡, «Salll uel» Eva Fernández narra una historia de amor adolescente y secreto llena de consideraciones y percepciones muy bien desarrolladas y tramadas. Es una historia que acaba proponiendo un fino autorretrato con mu,chas sugerencias yen la que se hace un uso excelente de la primera persona. Los ritos, la iniciación secreta, el aprendizaje, los deseos, la exclavitud, la liberación de los mismos, crean la atmósfera de « Del otro lado de la puerta», un cuento metafórico con un tono y una escritura espléndidas.

Luis Mateo Díez


ivíAMOS entonces en una gran habitación de madera, con el suelo pintado de blanco y el techo abovedado en forma de cañón. No había ventanas, pero sí un tragaluz con cristales verdes, una alfombra con cabeza de oso y una cama enorme con muchos cojines. También había una mecedora de madera podrida, un tipo desnudo y con barba, tres gatos pardos y una niña flaca que era yo. En las paredes él colgaba dibujos extraños y fotos muy antiguas. De vez en cuando me dejaba cogerlas y mirarlas un poquito, aunque jamás me atreví a preguntar quienes eran. Me supongo que familiares, o novias, o simplemente las había recogido en la basura, o me las había robado a mí. Quién sabe. Era tan difícil adivinar lo que pensaba ... Por las mañanas sólo comíamos y comíamos. Cuando la tenue luz que se filtraba por el tragaluz iluminaba ligeramente el suelo, él me cogía en brazos, me llevaba al grifo de la esquina y me mandaba lavarme mientras me observaba. Jamás sentí pudor. Me encantaba verle sentado allí, en aquella pequeña butaca, fumando su pipa y son riendo con los ojos. Aunque no articulaba ni el más leve sonido hasta la tarde, yo obedecía a cada gesto y aprendí a respetar escrupulosamente cada paso de aquel rito, como de tantos otros que me enseñó después. Al atardecer, él se marchaba y yo jugaba con los gatos. Ellos fueron sin duda mis mejores amigos y mis guardianes. Recuerdo que pasado ya mucho tiempo, intenté un día acercarme a la puerta que siempre estaba cerrada. Jamás había reparado en ella salvo por la noche, cuando él llegaba de su huída. Pero aquel día ingenuamente la miré y me picó la curiosidad saber a dónde llevaba. Entonces descubrí que los gatos no me amaban tan incondicionalmente como yo creía, y que sus caricias lisonjeras tenían un fin. Por la noche él llegaba exahusto y maloliente y comenzaba otro rito: se sentaba en la cama y yo le quitaba los zapatos, y la camisa, y el pantalón. Entonces iba al grifo y llenaba una tinaja, la única que teníamos, en la cual, según me contó un día, me

V


balio por primera vez, cuando apenéis ocupaba la palma de su mano. Después me acercaba a él y le lavaba lentamente, empezall do por la cabeza y bajando Il astA los pies; mientras, él me acariciaIX1 el cabello y me cantaba tristes y hermosas canciones. Yo gruñía melancólicame nte y él reía y reía sin parar. A veces tan fuelie que el eco asustaba a los g3tOS. CUélndo las sombras caían del todo y el tragaluz se tornaba oscuro y feo, todos nos subíamos a la gran cama para dormI Yo odiaba hacerlo con los gatos porque sus ojos incandescentes me vigilaban a toclas horas. Pero a veces, cuando cOllciliaban el sue¡'io, sus focos morían y comenzaban a romonear al son de sus ronquiclos . Entonces una jungla y un Illllnclo nuevo y dívertido se presentaban ante mí. Cientos de ruidos extraños cantalJilJl al unísono. Algunos tenues como el gotear del grifo, otros toscos y fuertes como los ronquidos y las hojas golpeanclo la puerta, y otros sinuosos y ligeros como el silbido del viento. Generalmente me pasaba toda la noche escuchando y no elormía hasta llegar el alba. Pero una noclle él me descubrió y me dijo que élCjuóI era el tiempo de jugar. Y comenzaInoS él jugar. Para mí se habían acabado lélS noches placenteras y mágicas. L¿l primera vez que él se percató de mis Insomnios, se enfadó mucho y me castigó cluramente: posó su pesado cuerpo cncima ele mí, me abrió bruscamente las piernas y dañó el lugar en donde antes me acariciaba ele vez en cuando. Jamás lo olvlelaré porque fue un dolor rápido y seco. que me hizo gritar. Más tarde las pIern as me temb laban y él dormía. QUIse llorar sin saber porqué pero no slIpe . Y vislumbré la realidad de las somoras del tecllO como espejos puni'élntes que me escarnecían.

La noche siguiente hizo lo mismo, y la otra, y la otra, hasta que acabé aceptándolo como un rito. Al principio lo odiaba y tenía miedo, pero poco a poco terminó gustándome, incluso llegué a ansiarlo durante el día. Pero jamás jugamos a plena luz. Recuerdo que en una ocasión, en que el vientre me pinchaba con locura y mi mente no cesaba de imaginar, se lo insinué y estalló en carcajadas violentas que me asustaron . Pero aquella noche me agoté tanto que los muslos se rindieron y pensé que la piel de la espalda era ahora una sábana más. Sí, fue aquella noche cuando me desplomé bajo su pecho una y otra vez, hasta que mis brazos rodearon su cuello y mordí su boca. Entonces él me miró turbado y me besó por primera vez. Aún ahora recuerdo el sabor de su sudor dulce y el peso de la oscuridad iluminada por la blancura de su cuerpo. No le amaba. No. Aunque forzosamente él acaparaba todo el mundo de mis sentimientos. En los días posteriores, mi cuerpo aprendió a perfilarse sutilmente pero con rotundidad. Y aunque jamás llevé ropa ninguna, ésta me hubiera quedado pequeña si la hubiera usado. El no decía nada, como siempre, pero se percibía un calor sofocante en el aire, como una nube densa y oscura que ahoga el cielo y necesita estallar en dulces gotas. Pero él no decía nada, tan sólo me observaba de soslayo, afirmándose a sí mismo que ni yo era yo ni nada era igual. Adiviné el miedo en su mirada y comprendí la sordidez de la habitación, el silencio perpetuo de la puerta, la ridícula claridad del tragaluz, la amargura de los gatos, y la miseria de su cuerpo desnudo, Pero sobre todo sentí, con una profunda sensación de ahogo, mi anclaje a él. No puedo recordar cuanto tiempo pasó después, pero la austeridad de mi


reproche impregnaba todo: desde la escarcha del quicio de la puerta, hasta los jirones de las sábanas destrozadas de deseo y de rabia. ¿Le odiaba? No, no podía. Pero consciente del poder que ahora ejercía sobre él, le tiranicé hasta la saciedad, disfrutando perversamente de la sumisión de sus ojos. Hasta que una mañana deseé ardientemente salir. El juego no era ya más que una tonta rutina, llena de ritos monótonos y aburridos. El percibió mi agitación, y con una desesperación que sólo nace del pánico a un amor solitario , intentó persuadirme. Pero sabía desde el principio que fré!casaría. Así que sollozando, y como siempre sin articular palabra, me indicó, con desconsolados gestos, que empujara la puerta. Yo rienelo, incrédula, me acerqué a ella temblorosa y feliz, temiendo que sólo fuera un sueño loco que se esfumase como el

vaho. Pero cuando estuve frente aquella puerta, un impulso nuevo me permitió empujarla con fuerza y descubrir que había estado siempre abierta, desde el principio, desde que yo no era más grande que la palma de su mano. Ni siquiera tenía cerradura, ni picaporte. Simplemente la mantenía en su posición su propio peso. Entonces no me paré a pensar en nada. La emoción me embargó y sólo pude sobreponerme a la invasión de tantas sensaciones, llorando por primera vez, llorando lágrimas felices. Lo último que recuerdo es el viento frío golpeando mi cara mientras corría a través de un sendero. Jamás he vuelto a sentir aquella sensación de libertad en todos los poros de mi piel. Pero aun ahora que la tierra me cubre, no me atrevería a explicar por qué me detuve un instante y miré atrás.


Ehe llevado su carpeta, como si no quisiera hacerlo, en un gesto caluroso

M

• ••'

de desidia. No te preocupes, el Lunes te la mando- he llegado a argumentar en un tono mentiroso. Sin prestar ya atención a sus ojos desconfiados, que se alelaban en el autobús, ensuciados por el cristal de primavera. El barro reseco. De vuelta a casa he ojeado la carpeta, evidentemente. Todo aburrido. Apuntes de Historia, examenes suspendidos que nunca llegarán a ser firmados en casa por la tía, dibujos torpes en las esquinas de los folios ... nada de interés, francamente. Ni siquiera un corazón atravesado por alguna chica conocida, nombrada como al azar en alguna char-Ia diana o en la cena. Ya se sabe ... pues fulanita usa el mismo perfume que tú, se ha cortaclo el pelo, es una chica estupenda, ¿la conoces? Pues no, nada, nada de interés en los tres cuartos de hora de espera que Ila tardado mi autobús. Tedioso el esfuerzo de urgar inmoralmente. Absurdo el robo permitido, aceptado por educación y ese temor a ser desCOl1és. Ser aburrido. Profundamente aburrido. yJ en el autobús, un último vistazo. Incluso en un arrebato de inspiración he garabateiJCJo algunas frases oscuras, alimentadas de incógnitas y mensajes. Incluso en un arreIx:lto desesperado he escrito te quiero en francés, con las sílabas salteadas y una úniCJ lectura: de abajo a arriba, sobre un ejercicio de triángulos isósceles y áreas y perímetros. Un ejercicio rectificado en rojo por el profesor, que ha tachado pl'ácticamente ocias las operaciones, sustituyéndolas por otras nuevas y correctas. Pobre Samuel, lamas aprobará las matemáticas. LJIGlra del profesor es salvaje. De esas alargadas que tienden a estilizarse hacia la derecha. Los nLlmeros armónicos, nada de cifras dispares y mal acabadas. Todo en rojo. Todo IllII\, confuso. El autobús ha frenado de golpe, en seco, y llorando he llegado a casa con ulla encía rota. Los apuntes de Samuel evidentemente teñidos de sangre. Mi madre me 11a aLofeteado cuando ha descubierto el estropicio. El primo Samuel está muy bien considerado en casa. Incluso mamá mantiene una fe ciega en él, en que él nos salve .


Yo tan sólo quiero que me bese. ra y otra clara. Y a las seis vuelve mamá, Con un líquido especial y pringoso, que me y me va a arrear tal paliza que me voy a ha confiado mamá, he intentado inútil- pasar la tarde sangrando por la nariz. mente limpiar el ejercicio corregido por el Curiosamente, la hoja no se ha emborroprofesor. La letra uniforme y roja vestida de nado del todo. A contraluz, se distinguían sangre. Ni que decir tiene que ha sido aún las frases y los números, y un poco absurdo. Absurda toda la tarde dale que más de cerca, con más luz, una lista extrate pego con la hoja que, al final, he arranña de nombres y de signos, que por no cado de la carpeta y he guardado en mi quemar contra la bombilla, no me he detenido a clarificar. bolsillo. Samuel se ha ido a pasar el fin de sema- Sin embargo, en la habitación (y con otros na fuera, a la ciudad, a practicar idiomas pantalones, los sucios los he escondido con su amiga la italiana, esa que conoció bajo el colchón) he leído un montón de el verano pasado. Qué tonta la tía, justifi- cosas tontas que Samuel ha escrito en tincándole en el almuerzo, como si pensase ta invisible. Qué crío. La cosa no me ha que todos estamos ciegos, como pretenhecho tanta gracia cuando he descubierde hacerse pasar ella, que juega a la to que eran nombres de chica, y sus direcmadre ignorante y atolondrada. ciones, y sus teléfonos, y un montón de Italia es una mierda. Lo he escrito muy números que espero no sean sus medioscuro en el reverso de su examen favo- das, porque no quiero llegar a imaginar un rito. El único diez conseguido en todo el busto de 130 centímetros, más que nada año, y pavoneado como oro a cualquier porque yo no alcanzo los 80. Despúes hora bajo cualquier exc usa. mamá ha entrado vociferando en la habiPreferentemente cuando yo traigo algún tación, zarandeándome como posesa suspenso. Samuel sonríe malicioso, com¿dónde los has puesto?, qué te he pillaplaciente, cruel, mientras la tía, como idio- do. Y yo, como un tomate, contestando ta, pone verde de envidia a mamá. En esos no, que estos son los pantalones de esta momentos de-searía que Samuel se mañana. Y, claro, me he delatado por miemuriese. Resulta un alivio pensar eso. do, yel miedo ha sido peor cuándo como Luego me arrepiento, porque me acuerdo una bruja (cómo narices adivinarán las del cura de la parroquia, de tener que con- madres estas cosas) ha descubierto el fesarme otra vez el domingo, y de los diez pantalón descolorido, y encima despeluavemarías que siempre me impone. Me jado por los hierros del somier, bajo la arrepiento y corro a besarle; mientras se cama. Ymenuda torta me ha caído en pleríe, me acaricia y yo me siento la reina del no rostro. Y lo sabía, la nariz ha comenmundo. zado a gotear. Y mamá, por no pegarme Claro, como soy medio boba, se me ha más, me ha mandado al rincón, a dónde manchado la pernera del pantalón. Una me he llevado la carpeta de Samuel, finmancha oscura que no se adivina sangre, giendo que es que voy a estudiar. pero que igual me servirá para estar media Samuel, o se aburre de espanto en clase, hora castigada en el rincón. En el baño he o se dedica a coleccionar nombres y intentado que desapareciera restregando centímetros, y todo en tinta invisible bajo todo tipo de líquidos, y he descubierto, el bolígrafo rojo del profesor que lo tacha demasiado tarde, que el alcohol decolora todo. Centímetros que suma y resta, y los tejidos. Ahora hay una mancha oscumultiplica, y al final pone igual a Rumerta.


¿Quién demonios será Rumerta? Ydurante la hora y media que ha durado la estancia en el rincón (qué ingenua soy, media hora), me ha dado mucho tiempo para pensar quien es Rumerta. Ypuede ser una chica (qué evidente), una mascota, una fruta, o simplemente nada. En la carpeta pocas pistas más, así que he decidido camuflarme en la habitación de Samuel y cotillear cajones. En donde he encontrado todos los envoltorios premiados de las galletas que siempre desaparecen, un montón de trastos extraviados de la tía y, lo que más me ha dolido, el reloj que le regalé las Navidades pasadas, roto, más que roto despedazado. Y entonces he recordado que Rumerta es el sitio donde Samuel se va de vacaciones en verano, con sus amigos, de campamento. A donde vamos a recogerle en septiembre, y hay un lago, y él llega moreno y guapísimo junto a ese chico asqueroso llamado Jaime, que se burla constatemente de mí, y me insulta diciendo pequeñaja, y me pellizca el trasero con el consentimiento de Samuel, que le ríe todas las idioteces. y justo cuando estaba a punto de llorar con la esfera informe del reloj en mis manos, he sentido los pasos enérgicos de la tía por el pasillo, canturreando entre dientes. Bloqueada por los nervios me he escondido debajo de la cama, mientras la tía entraba por el pasillo y aireaba la habitación, y retiraba las mantas, y recogía la ropa sucia. Luego, cuando me he querido escapar (porque con una hora y media ele castigo me vale) se me han enganchado los pelos en los alambres del somier, y me ha hecho un daño increíble, y he tirado, y he tirado, y se me había formado un nudo, y de los nervios he volteado el alambre, y he rozado la piel, áspera. Por supuesto, la tía ha regresado alertada por el ruido, pero afortunadamente en

la calle los niños gritaban y se ha ido de nuevo con sus pasos de apisonadora y una maldición entre los labios, de la que no se confesará el domingo, estoy segura. Ya más tranquila he conseguido salir debajo de la cama y me he ido corriendo a mi habitación. Con ahínco me he sacudido la ropa, y al ir a peinarme me he encontrado un trozo de algo. Un trozo de piel de vaca de la peletería de la esquina, supongo. Y me ha atacado la curiosidad, esa que no se puede contener. Y he vuelto a la cama, a meterme debajo, con la linterna de Samuel. Y tirando, tirando, he sacado más trozos de distintos tonos. Diez, veinte, treinta trozos de diversos tamaños. Algunos muy grandes. Y uno especialmente suave que llevaba escrito en el reverso Mónica, y una fecha correspendiente a hace dos veranos. Y me ha parecido tonto, francamente. Y la verdad es que todos llevaban algo escrito,a bolígrafo rojo, con esa letra estilizada y elegante del que ha hecho mucha caligrafía. Pero Samuel no tiene esa letra. La suya es redonda y chata, aburrida. Y en cada esquinita había anotada una medida en centrímetros y he pensado que el idiota de Samuel seguro que piensa hacerse un abrigo, o algo semejante. Como ese que lleva siempre Jaime y que aunque es tan feo, insiste en que me lo pruebe. Y se ríe. Y Samuelle sige el juego, como siempre. Pues no. Resulta que Samuel no quiere hacerse un abrigo, ni una cazadora. Sino que le ha pedido a la tía la máquina de coser para un regalo que le está tejiendo al asqueroso de Jaime, por su cumpleaños. Mientras que para el mío, que fue el mes pasado, a penas me envió una postal emborronada copiada del libro de lecturas obligatorio. Ni siquera se molestó en camuflarla, y, para remate en la misma postal que le envió Jaime el verano pasa-


do hablándole de la chica italiana, y, de pronto, recuerdo que la letra de Jaime no es roja si no azul, pero el ritmo es uniforme y tiende a alargarse hacia la derecha, como la que ensució mis pantalones esta tarde y la que se lee en el reverso de las pieles. Estoy excitada, siento que estoy a punto 'le descubrir un secreto de Samuel y ésto me llena de orgullo. Pero no me da tiempo. Porque al parecer Samuel regresa oara la cena por no sé que historias de la dlica esa italiana que no está o que no oodía estudiar. Y se ha encerrado toda la noclle en su cuarto, como siempre, callaio. distante, con los ojos un tanto idos y 1 expl'8sión embrutecida. Pero guapo, 'adiante. Antes de que mamá me mandara a la :ama, me he acercado a su puerta y la he ¡porreado con ganas. ¿Quién es? ha pre(juntado, resoplando Ah, eres tú, con ese ilastlo que manifiesta cuando me asomo llar la puer·ta, como si esperara un fan'asma o a ese idiota de su amigo Jaime. :Jues claro que soy yo, quien va a ser. -Oye- me he restregado remolona.Qué le vas a regalar a Jaime? -¿Ya tí qué te importa? - Anda, dímelo.

- Que no. - Pues entonces le cuento a la tía y a mamá lo que he descubierto debajo de tu cama. Y Samuel me agarra por los hombros violento, salvaje, con la mandíbula conteniendo un deseo de golpe. Después sonríe con esa expresión de prepotencia y desprecio tan de Jaime, que yo aborrezco. Y me dice, tú qué vas a saber, tonta. - ¿Me lo vas a decir? -Bueno ... Un saco de dormir para este verano, uno nuevo, que no le de calor, y que esté elaborado con los tejidos más suaves y delicados que encuentre. ¿Qué te parece? - y mientras me cuenta esto me acaricia los Ilombros, la espalda, con un tacto inquietante. - Pues que a mí nunca me regalas esas cosas. - Ahora vete a la cama y déjame en paz. - ¿Me lo enseñarás cuando este acaba-

do? -No lo sé. Ya veremos. Vete a dormir. Antes de que me conquistara el sueño he pensado que Samuel es un egoísta, que estoy casi segura de que no me quiere nada de nada, pese a que se pasa el día acariciándome la piel, con una ferocidad desagradable.



JOSÉ GARCíA PALAZÓN Madrid, 1966. Profesión: Profesor de literatura. Experiencia literaria: He escrito una obra de teatro, cuentos, poemas. "En distintas dosis, lo más importante en mi vida, ha sido música, cine, poesía, luna y gente».

U

N taller literario debería ser experiencia obligada, incluso en al formación más básica.

Puede ser un resorte creativo, pero también una máquina de hinchar egos o dogmas (creo que debe primar el hacedor sobre el crítico, siempre). Pero a mí me encantan los talleres; mi abuelo tenía uno ...


,~-

"


~a Cri.:ltina~

Al lector:

M

E sé todos los cantos. Todos escriben sobre, corazones que estallan, o lamentos de vidrio, o Grecias o jazmines. ada de eso me es útil, la poesía es un andamio. Yo quiero compromisos, urgencias, li baciones. Y lo que no consiga, ojalá lo vislumbres. Porque todo me asciende, porque no soy planeta. Ysi nadie lee ésto, que el libro se mutile. ¿es hermosa una nube después del holocausto? Ypuestos a leer no quiero que lamentes desdenes de mujeres o tardes sin capricho. Yo no quiero que leas, yo quiero que te alegres porque afuera en la calle el dolor está ardiendo. Y quien tiene en las manos flores que se derraman, no me hable de pegasos, éso me sabe a piedra. Compongamos poemas que dasalojen lluvias, poemas con tanto incienso que curen, cicatrices, poemas, chorros, MARTILLOS. Deseo que a quién me lea, le brille la silueta, mi garaganta volando, brinda con las estrellas. Estás advertido.


LA LUNA O EL SALVAJE

EL PASAJERO

La noche vate el mundo en retirada Mi mirada cabalga por el mundo Me froto contra un árbol Mi cuerpo se despide por la hierba Un animal doliente con la sangre propicia mi corazón y el mar sigue gritando Cuántas veces el mar desde tan lejos me propone que viva en sus abismos Soplo contra el cristal de mi ventana y derrito ef invierno Sólo yo sé que el mar es un pirata y la luna es un dios fosilizado mi melena de hierba De noche me despiertan las estrellas crugiendo y corro por los parques con el pecho desnudo y me bebo el estaño del cielo derretido Las estrellas gotean lágrimas como viñas Lágrimas colosales; las estrellas clabadas en el azul del cielo Se incendian las farolas y mis gritos coagulan Me sumerjo en mi sombra Me abraso, me ilumino Me despierto, soy otro Soy nadie, soy el mismo.

El mundo me propaga, roto por todas partes. Los rios resultan mechas, los árboles guitarras, ylas flores son cuerdas que atraviesan la tierra, Los árboles estallan la hierba por mis ojos. La tierra está formada de asfalto y meridianos. El mar es un columpio, el amor carambolas. Los pisos te sorprenden como fallas del cámbrico, los pájaros rebaten constantemente a Newton.

CANTOS Volemos, es el alba. Cada vez que me duerma me prometo partir, multiplicar mis fuerzas, sembrarte de cohetes. y no muera, y me parece justo que se apague la muerte, que la noche sea inmensa y que el alba sea espuma. Me dormiré entre llamas. Es hora de partir, hemos vencido. Vencer es avanzar con la mirada, mi cruzada incolora. HACIA SIEMPRE HACIA SIEMPRE derretido en el alba.


V TIERRA: LUNA: SOL; jugando eternamente tres en ralla. VI Mi nariz desmenuza mujeres de perfume atraviesa las tapias. VII Un dios mueve la luna como un péndulo. Allá donde yo voy, la luna me persigue. VIII Cuando todo se desborda, pienso sin límite y contraigo el mundo y me cabalga. IX Olas en una gota la cisterna de estrellas se desorda de brillos. Los carnéts amenazan en las americanas

XVII Sobrevive poesía, traza un ángulo muerto. Envenena mi sangre de alegría. Poesía tan destructora como el alba. Tan viva como el hielo o las auroras. Poesía que destituye que repuebla. XVIII He provocado un pozo sobre el mundo. Nacen nuevos tejados, los jinetes repiten los caminos y en los álamos reposa en cada pájaro un poema. Me multiplico en todas las ventanas. Sobre mis manos bordo el universo. Me desbcrdo; me suena, me equinocia, Me persigue la luz como melena. Las palabras se ciaban en las tapias.

«Verano, ya me voy ... ... llegas viejo; y ya no encontrarás en 'mi alma a nadie» C. Vallejo


"DE REPENTE EL ÚLTIMO VERANO"

NOCTURNO

Es tan tarde el amor tan traicionero llueve sobre los cielos, la nostalgia me remunera tardes y solsticios vaga administración de pradomaquias de tanta juvenil beligerante y ya nunca me compren el trineo se ha dormido la armónica y mi patio; sepulcro de un pequeño pistolero. Me voy de tantas tardes tatuadas por la luna; colmillo y almanaque, cada paso me duele un escalpelo los columpios agitan un pañuelo ya no acunan a nadie y el verano vierte en un polvoriento candelabro. y he tapado con sábanas los parques preguntan por la llave y no me he puesto han envargado tapias y lagartos han borrado agujeros desde donde han borrado los mares y me dejan sin enorme verano sin inmenso .

La noche me protege La luna cierra el mundo como un candado La luz se reconstruye millones de edificios Se han clavado en la noche Los ojos se me gritan los repercuten, derriten las distancias con ansia, con temor Me lanzo a precipicios que crecen sobre mí.


,. MIGUEL GARCíA MARTíN Madrid , 1966. Estudios: Licenciado en Historia moderna. Profesión: Profesor. Actualmente en paro. Ha trabajado de todo un poco. Experie ncia literaria: Escribe poesía y rela· tos.

F

UE la casualidad quien, en forma de anuncio en la prensa, me trajo al Taller de la ACE. Obviamente ya escribía con anterioridad poesía y cuentos -más una ilusión que una realidad para ser sincero- pero, por diversas circunstancias que ahora no vienen al caso, la literatura permanecía en mi interior, olvidada, a la espera de un acontencimiento mágico que le devolviera el protagonismo en mi vida que nunca debió perder. El taller, con el continuo ejemplo, tanto personal como literario, de cuantos escritores han intervenido, incluidos mis compañeros, me ha convencido de la importancia que tiene el hecho de escribir y ha supuesto una excelente oportunidad pa ra contrastar mis puntos de vista sobre la literatura . Miguel García Martín


La prosa, de Miguel Carda Martín es sencilla, ceíiida, directa, con econom[a de dispersiones, en torno al eje central: el paralelismo JI contraposición entre los insomnios del tiempo feliz añorado - en la noche del campo, bajo el cielo estrellado, con la fantasía de los gnomos benéficos- JI los insomnios de la ciudad, bajo los ruidos del piso de (/rriba y la llegada de los enanos despiadados. Esta referencia ciñe el cuento de tal manera; lo redondea, da unidad JI sentido a la mínima historia, só!o aparentemente invertebrada. Migue! Carda Martín domina también el lenguaje coloquial de la «ruta de! bacalao», como ha demostrado en otros trabajos. Juan Mollá


Iffi~OffiNm

L

AS largas noches de agosto, cuando el calor apura su insomnio hasta las tantas y consigue que uno no pare en la cama, tenían entonces un no sé que mágico y sugerente que quitaba importancia a la falta de sueño. Eran tantas cosas además del bochorno las que no dejaban dormir: sensaciones perdidas para siempre que sólo recuerdo en parte. El pueblo trabajaba por la mañana, permanecía dormido durante la canícula y vivía intensamente a la caída de la tarde. Era el mejor momento del día, cuando después de cenar salían los vecinos al fresco, con sus viejas sillas de paja, y se sentaban en corro, a charlar sin prisa hasta que el sueño les vencía. Yo guardaba un descuido de mis padres para saltar la tapia del corral y sumergirme en el mar amarillo de las eras. Paseaba por allí cerca, dejaba pasara el tiempo y, tendido en una loma, me maravillaba con el espectáculo de la Vía Lactea, con los focos de alguna tormenta lejana y con el canto de los grillos como un coro de ángeles negros e invisibles. Me imaginaba que duendecillos tímidos habitaban los campos y formaban ciudades de ensueño bajo tierra y en los troncos de los árboles, y que si no aparecían y me llevaban con ellos para enseñarme sus fabulosos reinos, se debía a que mi gran tamaño les asustaba. Me gustaba soñar que un día vendrían a buscarme para que les ayudase en sus guerras de juguete o para salvarles de graves peligros que excedían sus diminutas fuerzas. Luego volvía a casa, encantado, y me dormía rápidamente. Todo aquello lo perdí cuando me vine a la ciudad, aunque gané otras cosas, y las interminab es noches de agosto dejaron de ser un maravilloso tiempo de diversiones infantiles para transformarse en el escenario donde mis pesadillas toman forma. Porque aquí la noche carece de imágenes atractivas y los ruídos más desagradables y tópicos se apoderan de ella, de principio a fin y la sensación se me hace incómoda, de un insomnio plomizo. Este lugar me resulta ajeno, artificial, y quisiera salir de él, volver a mi infancia.


Silencio, sobre todo silencio, sólo interrumpido por el tictac molesto del despertador y un leve trajín de pasos en el piso de arriba. Vigilia, desvelo. Noche de insomnio. A fuerza de moverme y ensayar posturas, la cama se me hace pequeña. No consigo evitar la tentación y miro la hora; las tres menos diez. Mañana tengo que madrugar y si no consigo dormirme pronto, estaré cansadísimo y no daré pie con bola en el trabajo, como de costumbre, porque hasta la pobre siesta huyó de aquí, agobiada por la malditajomada partida. Me asomo a la ventana. Da lo mismo llaga lo que haga. Ando descalzo por el terrazo y está ardiendo. Para hoy anunciaban una grandiosa lluvia de estrellas, pero el poco cielo que se ve desde mi ventana, por encima del bloque de enfrente, es como un sucio espejo que refleja las luces de la ciudad y desencanta al espectador enseguida. Me niego a encender la tele una vez más, así que sólo me queda la posibilidad de que la vecina del tercero llegue tarde y me deleite desnudándose con la luz encendida. Sigo despierto. Ya son las tres y media y nada, ni eso; debe de haber salido de vacaciones. No corre una pizca de aire. Esta noche el calor es como una manta que se pega al cuerpo y no me puedo desarropar, hace rato que volví a meterme en la cama, pero es inútil. Estoy otra vez bañado en sudor caliente y parece que me hubiera meado encima. Cierro lo ojos y enseguida se me llenan de luces, como un caleidoscopio. Me gusta, pero yo quisiera dormir, soñar aunque fueran pesadillas. La noche avanza con el calor á sus espaldas y yo sigo con os ojos abiertos como faros. Algo pasa. En el techo comienza a abrirse un agujero y pequeñas partículas de yeso que me caen me despíertan del insomnio. Me pregunto qué sucede en el piso de arriba y concluyo que, sea lo que

sea, carece de interés. Apenas se oye un mínimo golpeteo durante unos minutos, hasta que toma forma en el techo un boquete algo más grande que mi puño por el que se desprende una fina cuerda. Una multitud de enanos, similares a los de los cuentos, se descuelgan por ella habilidosamente, dejándose caer sobre la mullida superficie de mi vientre, como si de paracaidistas se tratase. Son cosa de cincuenta o sesenta, barbudos como guerrilleros, poco más o menos del tamaño de un tapón de corcho, y también regordetes y cabezones, que se mueven sin prisa,a paso de militar, unos hacia mis piemas y otros en direción a mi cabeza y brazos hasta completar por fin una distribución estratégica por todo mi cuerpo. Van descalzos y noto sus pies húmedos y fríos andando sobre mí; sin duda están nerviosos. Yo también. Nervioso y sorprendido, sin saber muy bien qué hacer ante esta invasión de hombrecillos diminutos. Conforme se aproximan ami cara, me percato que son feos y contrahechos, con el rostro retorcido por una mueca de odio, nada parecidos a los de los cuentos; y siento mucho miedo, porque ahora estoy seguro de que sus intenciones son malas, que esto no es una broma extravagante, y que han venido para hacerme daño, que es su misión y que por eso llevan unas afiladas lanzas de metal. Tal vez lleven armas más peligrosas. Uno de ellos se ha detenido a mi derecha, cerca de mi oreja, y alcanzo a oir su respiración. Le miro de reojo y ni se inmuta. Parece fuerte y seguro de sí mismo. Por un momento dudo si esto me está ocurriendo en realidad ó si se trata de una alucinación más producida por el calor y la falta de sueño. Pero hasta huelen mal, a azufre, y me dan ganas de vomitar. Me pregunto cuál será su próximo movimiento y tiemblo con sólo pensarlo. Estoy comportándome como un


cobarde. Lo sé. Tendría que levantarme bruscamente, sin darles tiempo para reaccionar, y correr despavorido hacia la puerta de la calle, aplastando a cuantos se interpusiesen en mi Iluida. Eso podría funcionar. Pero, ¿y si me atrapasen otros tantos apostados en la oscuridad? Entonces sería mi perdición. iMiradlos! Ahí están y de nuevo se mueven. Uno de ellos les llama la atención desde mi barriga, grita unas palabras de grafía imposible y no tardo en descubrir su significado en mis carnes. Todos los enanos se lanzan a una actividad

desenfrenada: me atacan como si estuviesen poseídos y me pinchan con sus lanzas; masacran mi vientre; me muerden y patean allí donde más duele; estiran mis labios hasta el límite; arañan mi cara; me arrancan los pelos; taladran mis oídos; y yo grito y sufro como no creía posible. Me retuerzo y sangro. Pido piedad, pero es inútil. Se beben mi sangre porque son como un enjambre y no tienen humanidad. Ya no siento dolor, por ellos siguen royendo mis entrañas y les oigo reirse y gruñir satisfechos. Han hecho de mí un despojo.



CHARO GONZÁLEZ >

Madrid, 1964 . Estudios: Licenciada en Ciencias de la Información. rama periodista. Profesión: En paro. Periodista. Una sola colaboración. Experiencia literaria: Llevo toda la vida escribiendo. Público en revistas.

T

RAS muchos años de búsqueda exhaustiva el escritor Andreu Her Sol, artista subversivo y presidente de la AGAD -Asociación de Genios Aún por Demostrarlo- ha descubierto la fórmula secreta para escribir la mejor novela de la literatura universal de todos los tiempos. Sólo Her Sol conoce, por su descubrimiento, todas las claves necesarias para construir una obra literaria de tal envergadura, intensidad y belleza que, de realizarse, desbancará a todos los clásicos, enterrará El Quijote, ensombrecerá a Homero,a Dante y Shakespeare, deslucirá a Conrad, a Stevenson a Dostoievski, condenará al olvido a Tolstoy, a Blazac y a Borges. Su lectura cambiará el curso del pensamiento humano y de la historia, pues será la novela más hermosa, más lúcida y perfecta jamás concebida. Para elaborarla, Her Sol organiza un curso con treinta alumnos escogidos no tanto por su calidad literaria como por su imaginación y encarga a cada uno de ellos la redacción de un capítulo. Cada capítulo contiene una clave secreta que Her Sol desvelará a cada alumno bajo la promesa de no revelarla. Así, en los capítulos 1, 5 Y7 se comete, tres veces, el mismo asesinato, en el capítulo décimo un hombre se enamora y en el dieciséis un joven pierde un tren y una mujer aborta.


Cada capítulo contiene una historia diferente y única, pero Her Sol - y también algún alumno aventajado- sabe que, en el fondo, los 30 capítulos tratan de averiguar la misma vieja historia: por qué los hombres ignoran y los ángeles saben qué misterios esconden el amor y la muerte.

El Coño de Persa Lou A juzgar por el estracto, ésta será una novela no sólo erótica sino también fantástica, dos cualidades que no suelen darse juntas. A la originalidad de plantemiento, habría que añadir la autoridad narrativa con que Charo González nos sumerge de pronto en la historia:' en pocas líneas, el mundo novelesco queda desplegado ante los ojos del lector. Hay imágenes memorables: «El reflejo de su sexo rasurado (en los fragmentos de un espejo roto) parecía una flor cubista», y hay ritmo, y hay expresividad. Esperamos noticias de Persa Lou. Esperando a Lucy Ésta es la historia secretamente paralela de un hombre y de una araña. El hombre piensa en matar la araña y un asesino viene mientras tanto a la caza del hombre. Las dos líneas dramáticas, tan distantes en apariencia, establecen entre sí un contrapunto exacto y enigmático. Desvelar el significado y el alcance de ese fatídico juego de espejos, es lo que se propone, y resuelve con fluidez y fuerza, la autora.

Luis Landero


-

C

UANDO acabó de maquillarse, Persa Lou tiró el espejo al suelo y contempló, sin inmutarse, cómo se hacía trizas. Estaba desnuda, faltaban veinte minutos para la cena, y en los cristales rotos, el reflejo de su sexo rasurado parecía una flor cubista. En invierno no llevaba más prenda que el visón, aunque a veces se enfundaba unos guantes y unas medias. Se puso el abrigo, pero antes de cerrar la puerta, retuvo al mastín por el hocico y le besó. «Cuida de la Gioconda», dijo, y dando un portazo se marchó. El coño de Persa Lou emanaba un aroma perdurable. A cualquier hora del día, apoyado con desdén en un alfeizar, en el bidet, la taza del water o una silla, dormido o anhelante, desnudo o arropado por el tacto de una boca o de unas bragas de nylon, en los entierros, los hospitales, los bautizos, helado o sudoroso por la presión de los muslos y lo vapores del metro, bajo la lluvia, en los desiertos, las selvas y las tundras, aquel cofio emanaba siempre el mismo perfume. «Huele como las costas de Sicilia», decía laGioconda. «¿A qué huelen esas costas?» «A sal, a peces y a sangre, aunque su humedad relativa sea más constante que la del aire siciliano». Tal olor despedía que para una pócima, un brujo de Brasil le compró siete gotas de flujo por mil dólares. «Esta chiquilla tiene todo el poder concentrado en la vulva. Si aprende a administrarlo, tendrá a todos los hombres en su mano. Llegará a gobernar lo ingobernable: el cerebro de los sabios, la entrepierna de los castos y el corazón de los traidores. De lo contrario probecilla. La fuerza de su sexo es tal que acabará con ella». Persa Lou tenía entonces 10 años. Ahora tenía 30 y el coño tan pelado, húmedo y sueve como entonces. Cuando se metió en el taxi, sintió que el forro del abrigo le lamía los muslos como una lengua seca. Cerró la piernas y sólo entonces el taxista logró quitarse la mano de la nuca.


UANDO descubrió a la araña trepar por la pared sobre sus cuatro pares de patas, se alegro de que Lucy fuera bípeda. Lucy sólo tenía dos piernas, pero tan largas y tan diestras, tan de color champagne debajo de las medias, que si por un antojo del azar hubiese nacido araña, cada una de sus patas valdría por las ocho juntas de la araña, que en aquel instante aceleraba en quinta mientras tomaba, sin derrapar, una curva. «La araña Lucy -pensó-- hubiera sido un fenómeno, un diminuto prodigio capaz de desplazarse, cortejar a sus amantes o devorar a sus víctimas a una velocidad muy superior a la que emplean las de su especie». Miró al reloj. Eran Ia's cinco y cinco y Lucy siempre se retrasaba un cuarto de hora. La araña seguía avanzando, sin equivocar el paso, como un soldado entrenado para un desfile de victoria. Al tropezar con el marco, viró a la izquierda y no perdió el ritmo de los compases marciales mientras ascendía con las patas de fino alambre pegadas a la foto: Karl Marx sin barba. Le gustaba el hotel porque la dueña, ex-cantante de blues, era abstemia y flaca, porque en verano el jardinero dormía en el porche y los perros en las camas de la planta baja, porque la cacatúa no hablaba y porque la cocinera servía primero el café, luego la fruta, después el pollo o el pescado y terminaba con la sopa. Uno siempre encontraba los cajones boca abajo y a veces el agua de la cisterna salía por la bañera. Los crujidos de las cañerías eran el fondo sinfónico a los suspiros de Lucy cuando hacían el amor. Pero todo en aquel hotel era tan acogedor como la tela de la araña ajena a que Karl Marx posara oliendo a loción after shave después del afeitado. Las cinco y diez. Las suaves piernas de Lucy estarían aparcando el cadillac. La araña se detuvo en seco, sorprendida por la sombra de la escarpia. Lucy llevaría los zapatos negros de tacón de aguja, o tal vez las sandalias de correas doradas .

C


Imposible beber bourbon en ellas. Ni maldita la falta. Se ajustaban a sus tobillos con tal gracia que mirarla caminar era la ebriedad en tiempos de la ley seca. "Un 36 de mujer - se dijo- es la talla adecuada para un 45». La araña se encaramó a la escarpia. Luego descolgó los flancos y se quedó prendida sobre sus dos patitas delanteras, como una flor fea y abierta. Las pantorrillas de Lucy o la mantequilla con azúcar. Podia imaginarse el sonido de sus pasos atravesando el porche, alcanzando la entrada, subiendo la escalera. Se acercó con sigilo a la araña. Quería aplastarla. Al fin y al cabo es de mal gusto acudir a una cita sin haber sido invitado. Las cinco y cuarto. Las cinco y cuarto y un segundo. Las cinco y cuarto y dos segundos. Las cinco y cuarto y los nudillos de Lucy aún no habían llamado a la puerta. Hubiera bastado tres golpes secos para reducir a polvo a la pequeña intrusa. Una muerte a destiempo resulta más hermosa que con cita previa.

La araña descolgó las patas delanteras y comenzó a deslizarse en el abismo, prendida por la boca de una fibra blanca. Como una marioneta sin escena y a merced del aire, pero dueña de su propia cuerda. Desafiando así las leyes del álgebra y la magia. La araña levitaba y no había truco. El hilo, surgido por encanto y más fino que una cana, iba formando un frágil trapecio. Lucy tenía un antojo en la rodilla con forma de castaña. "Delicia de forense cuando sea cadáver», pensaba. La araña ejecutó una pirueta con la elegancia de una equilibrista experta y el golpe en la puerta sonó más fuerte de lo que esperaba. Si hubiera tenido la buena costumbre de saludar a Lucy mirándola a la cara, habria descubierto el color de los ojos de su asesino. Lástima. "Lucy no vendrá -oyó que susurraba el portador de unos zapatos de tafilete oscuro- Te envía recuerdos». Después, un disparo. La araña zozobró, dió un salto mortal y encogió las patas.


•

1. Bilibin


TERRY GRAGERA 1971 , Granada. Estudios: Estud ia en la actualidad 5. ° de Periodismo y Ciencias Políticas. Profesión: No trabaja. Experiencia literaria: Escribe desde pequeña diarios y cuentos y, desde hace cuatro años, poesía amorosa.

L

AS horas que paso en el Taller me rescatan de la vida-no vida de los ruidos, las prisas, la irreflexión, para conducirme a un universo único y privilegiado, a un mundo propio y extraordinario donde me encuentro con Stendhal, Cernuda , con Emma Bovary ... con todos los personajes y ambientes recreados por quienes como yo viven «de» la literatura . El Taller me ha permitido asomarme a los sueños y proyectos de ese grupo de jóve nes escritores y entender con ellos la riqueza de lo literario y su diversidad de cauces. He tenido también que aprender a superar el pudor ante la total desnudez que para mí supuso siempre dar luz a mis poemas. Con Federico en batín sentado al borde de un sofá, quizá en mi Granada, y don Antonio, sombrero y bastón en mano, gritando su bondad en los espejos del Café, me adentro así en una galería interminable de retratos, palabras, lugares y tiempos, que me hablan de lo de siempre: literatura, literatura, literatura.

Terry Gragera


Los poemas de Terry Gragera están empapados de vivencia íntima, femenina. Pero su erotismo tiene un contrapunto en imágenes intelectuales por no decir cerebrales, junto a un deseo de frenar la efusión. Frente a ésta, aparece el «pulso firme », la contención, la dosificación, el alejamiento de lo melódico, la búsqueda de la ambigüedad, de la imprecisión, de lo enigmático, tan próximo al mlsteno.

Juan Mollá


1

2

Te estremeces, y sólo con la yema de los dedos tu piel he rozado.

En el laberinto espejos cóncavos escupen la imagen tuya.

De puntas de estrellas se han salpicado tus brazos tras el leve contacto. Calor desprendías, hoguerita mía, como en las noches inquietas en que el sueño hacía apartes.

Busco la luz y sólo hallo reflejas a borbotones repetidos ofreciéndote culto.

El largo invierno, el invierno condenada al letargo se me impuso. Este sentir tuyo me llena de nuevo hoy el tintero, deshace los hielos ya la condición de Safo me devuelve. Tus manos han tomado con pulso firme la pluma; una vez más me regalas lo eterno.

No hay caminos, eres tú el encierro doliente y deseado. Desde algún alto lugar te proyectas cubierto de silencio para que yo recoja tus mil caras. Todo es verdad y es mentira. He perdido mi sombra tras los cristales, las cadenas ya no me hacen heridas.


~.


3 La memoria del olvido ha teniño mis manos de violeta. El limonar ha crecido sin trabajas dibujando en el jardín de los ensueños un paisaje acabado. Todos los caminos han sido recorridos y todos los dinteles, traspasados. La muralla de la carne se ha desgarrado desde abajo. Tus manos de huellas imprecisas se han mostrado torpes a mi pecho. Nuestro amor ha muerto ahogado en noches de marea baja. Mis sentidos, flotando bajo el inevitable astro, vagan a la espera de que un cuervo les vacíe los ojos.

4 Vacíame, amor. Vacíame toda con tus labios. Bébeme sin abrir los ojos y sigue el camino de quien sóla se guía. Respírame y ahógate como yo me ahogo. En celo tembloroso, quédate. En mi deseo no se dibujan bridas. Toma lo que te doy y hasta siempre gózame.

Piérdete en el deleite. Alimenta el curso del río con bravo caudal. Para estos cauces no hay orillas. Abandónate en mí y navega a ciegas sus aguas.

..


5 No conciliarme con la canción que tararea el adiós es mi vida. Sobre mi cabello planea la amenaza. Los fantasmas han desplegado sus telas blancas, mortaja de mi alma en el carnaval del desprendimiento. Máscaras secas habrán de guardar lo que quede de mí, la partida surge inevitable. En el altar de aquel amor, cual animal expiatorio pertinente será mi sacrificio.

A un río carmesí devolveré lo que me fue donado un día. Vacía he de quedar. Vacía, sin tiempo, sed, ni causa. Ami tumba sólo le falta el epitafio.


RAQUEL MEDINA Madrid, 11 - 10 - 1966. Estudio s: Licenciada en Derecho. Doctorado en Historia. Profes ión : Estudiante. Traduc tora de inglés y francés. Experiencia literaria: Cuentos. Novelas históricas (<<Las falúas irreales,,).

L

A ciudad, recinto en el que unas personas, buscando protección, se reunieron un día para intercambiar sus bienes, sus ideas, sus miedos. Hoy, en esta ciudad ajena y dura, se nos ofrece un espacio para recuperar estos privilegios ciudadanos. Unas cuantas personas, maravilladas aún por el hecho de haber sido admitidas en tan exiguo espacio gracias a unas cuartillas, se detienen a hablar, por una vez sin las mentiras, sin las máscaras, y están ansiosas por arrancar de sí tantas convenciones, antes de que definitivamente se instalen en su rostro. Rostro abiertos, algo sorprendidos, un poco aparte de la turbamulta preocupada en llegar, en estar. Gentes humildes, abierta a la crítica aún siendo celosas de su creación, fieras y orgullosas de lo suyo, pero conscientes de que les queda todo por aprender. Individuos, pero asombrados y encantados de encontrar a otros con sueños y deseos sembrados en la literatura, intenciones tan marginales en sus ambientes cotidianos. Algunos buscando construír su imagen en los libros. Buscando su voz.

Raquel Medina


Lo primero que supe de Eisa ... Hay relatos de atmósfera, y éste es uno de ellos. Nos interesa la casa, y el destino de las tres mujeres que la habitan (además de Eisa, que murió, pero cuya sombra se preside los actos, o más bien los ritos: todo aquí es ceremonia, a que se entregan las protagonistas), pero más que eso nos dejamos subyugar por el clima opresivo y lírico del ambiente. La posibilidad de vivir otra vida, más plena y auténtica que la real, resuena en el fondo de este relato escrito desde el extrañamiento y el buen gusto narratlVO. La academia Como en el anterior, también éste es un cuento enigmático, donde el ambiente adquiere rango de protagonismo. Late en ese piso a oscuras una metáfora sobre el fracaso, la ruina y la muerte. También, en contrapunto, sobre la nostalgia de la infancia, cuando todavía era posible la pureza. Vejez y niñez se confunden en la estampa final del coche de caballos: una imagen desolada, inquietante y hermosa sobre el paso del tiempo, y la pesadilla de los errores sin enmienda. Luis Landel'o


W~RlffifRO Qijf ~ij~f ~f H~~ ...

L

o primero que supe de Eisa fue que se había suicidado un día en el cuarto

que yo ocupo ahora. Me lo dijo su madre nada más conocerme, la tarde que llegué para quedarme con esa habitación que alquilaba. Julia llevaba el pelo blanco, largo y suelto, y sus ojos mongoles y sus altos pómulos sin maquillar. A pesar de aparentar diez años más de su edad cierta, que calculé cercana a los setenta, la vejez no atacaba la rara belleza que se desprendía de su presencia. Aquella tarde su cara reflejaba toda la luz del ocaso, que entraba a raudales por el ventanal. Su vestido, casi una túnica, era blanco también, como su cabello, como las jarapas alpujarreñas y como los gladiolos sobre la mesa. Todo refulgía en el resplandor dorado de la habitación, y sin embargo algo se percibía, un aura sombría que recordaba la asociación japonesa del color blanco y el duelo. Sobre un piano, unas fotos dedicadas, y un retrato de Eisa, casi niña, sentada en una tapia al sol, con un vestido de tirantes y un moño en la nuca, sonriendo sin mirar a la cámara. Fueron esas fotos las que me decidieron a quedarme con el cuarto, que tenía además unas hermosas vistas a poniente, un cuarto de Léger y una manta naranja sobre la cama. Además de Eisa, Julia tiene dos hijas más, Silvia y Claudia, que viven solas en sus respectivas casas de separadas. Silvia es la mayor, dibuja, toca el piano y estudia filosofía. Claudia es psiquiatra, y se dedica fundamentalmente a criar a su hijo, que es todavía un bebé. Yo asisto como invitada a las comidas de los domingos, organizadas puntualmente por Julia. A mediodía llegan las hijas, que se reúnen en la cocina para preparar con su madre la comida. Mas tarde aparecen los hijos de Claudia, y flllalmente los invitados del día. Con una gracia natural, siempre puntualmente, están listos los platos más sencillos y suculentos que yo haya probado jamás. La madre y las hermanas vigilan hasta el final su presentación, sin dejar de atender a los invitados. Una vez en la mesa, siguiendo un ceremonial que todos parecen conocer, los platos son servidos por las morenas manos de Makkhé, la criada egipcia. Nadie, por


ejemplo, parece sorprenderse de que a los niños se les sirva un plato adicional de carne, alimento que no aparece nunca en la comida de los adultos. Julia y sus hijas les observan al trinchar los rojos pedazos con una mezcla de reproche y de ironía, igual que cuando los niños hablan de los regalos o de los viajes fastuosos que hacen con su padre. De los antiguos maridos se comentan con aire sarcástico las machadas, su frenesí vital por triunfar, por llegar, su desorientación. Las tres mujeres forman un senedrín, un mundo aparte del que los hombres están excluidos, y su participación en la vida anterior de cada una de ellas parece haber sido exclusivamente instrumental, como inseminadores de otras vidas en sus vientres. Los que vienen a los almuerzos de los domingos suelen hablar doctamente, con complejas argumentaciones sobre ciencia, matemáticas, filosofía. A ellos se opone el enfoque cosmogónico de las mujeres, que reconducen los razonamientos abstractos a cristalinos ejemplos. Si Silvia tiende a rebatirlos racionalmente, y Claudia los compadece con dulzura, la actitud de la madre suele ser de abierto rechazo. A la casa sólo se acercan hombres-viejos, hombres sabios y viejos novios de Eisa. Todos ellos son tratados con deferencia y un desprecio apenas perceptible en los rostros de esas hembras aparentemente delicadas y sumisas. A ellos no se les invita a pasear por el parque al atardecer, sino que son sencillamente despedidos una vez terminada la conversación de sobremesa. Y como las mujeres, más brillantes, triunfan siempre en estas luchas dialécticas, los hombres, aunque sean todos ellos hombres especiales, no vuelven a los almuerzos hasta pasados unos meses, hasta que

olvidan su derrota. Pero siempre acaban volviendo, acaso por la deliciosa comi da, por la atmósfera radiante de la casa, por la belleza de estas mujeres como espíritus, por los recuerdos. Por todo ello y, sí, por los recuerdos, que alguna vez la madre consiente en desgranar. Imágenes como joyas, camafeos que lucirán en el interior de cada uno de nosotros para siempre . El rostro de Eisa, su perfil tártaro, las lágrimas que virtió tantas veces, quedan flotando, y son los más preciados obsequios que la casa ofrece a sus visitantes. El cuarto de Eisa, en el que yo vivo ahora, es sobrio, como una celda, tres paredes blancas y una cuarta de cristal, llena de árboles y cielo. En el suelo está su estera de paja; la estrecha cama, una silla de tijera y el escritorio componen el resto de mobiliario. Todo esta impregnado de la paz de Eisa, de su armonía. Yo, que he llegado hasta esta casa por un laberinto de casualidades, buscando un sitio en el que aislarme, me siento en este cuarto cada vez más acompañada por la presencia de la bella, de la poderosa, de la suicida Eisa. Los primeros días busqué con ansiedad señales suyas, objetos que la pertenecieron, alguna foto. No abundaban, y no culpé de ello a la posible rapiña materna posterior a su muerte, sino a la innata riqueza de Eisa, que no necesitaba de nada para crear a su alrededor un mundo propio. El interior del armario estaba tapizado de recortes de revistas francesas, el cuerpo mojado de Marilyn saliendo de aquella piscina, la cara de Jeanne Moreau , el cartel anunciador de "Les quatre cent coups», con aquellas dos figuras envueltas en gabardinas, besándose en el metro. En un cajón una abeja hecha de lentejuelas, un broche barato


que debió llevar prendido muchas veces a su abrigo. Entre las páginas del "Enrique de Ofterdingen» una carta firmada por "el orangután que te hace sonreir», cubierta de dibujos tristes y cómicos. Nada más. Algunos libros llevaban dedicatorias de sus autores, pero ninguna nota suya. Sin embargo, no hay duda de que ella está aquí. Julia también puede sentirlo, todos lo saben, y me pregunto porqué me han dejado ocupar este espacio, que soló le pertenece a ella. A veces, al volver de un paseo, encuentro a Julia en el cuarto, de pie, con la mirada serena. Dice que puede hablar con su hija, y que eso la hace mucho bien. Pero otras veces la descubro con ojos espantados y fijos, como si la com unicación le Ilubiere sido negada. Yo a todo ello callo, y se me trata con una amabilidad exagerada a cambio de mi actitud de apartamiento. A las horas convenidas. Makkhé llama a la puerta y deja una bandeja con el almuerzo o la cena. Apenas salgo de entre estas paredes, salvo para pasear por el parque al amanecer o cuando cae la tarde. Son muchos los dias en que me acuesto sin haber cambiado una palabra con nadie. Mañana se cumplirán dos meses desde que llegué aquí, acabo de descubrirlo en el calendario que dibujé en una de mis carpetas. El tiempo, desmigado en estos dias idénticos que paso encerrada, apenas se percibe, y verificar su paso velocísimo en la tabla romana me ha producido tal vértigo que tendré que doblar la dosis de tranquilizante para lograr conciliar el sueño. Sueño mucho, y con frecuencia se repite un sueño que me hace despertar gritando. Es una noche de verano, y en uno de mis paseos nocturnos, me

encuentro conduciendo en dirección al aeropuerto. Cansada de vagar por las calles regadas, había decidido recalar en ese inmenso edificio con fronteras a todos los países. Como si la visión de esas gentes pasajeras y huidizas me consolara de mi vida tan monocorde. Yo no podía, como ellas, volar hacia otro mundo, pero los rostros extraños de los que llegaban traían aromas de otras tierras, y yo los aspiraba con alivio; demasiado tiempo viendo las mismas caras, que no aceptaban nada de mi, que no tenían ya nada que ofrecer. Al amanecer, mirando el primer avión que despegaba de la tierra todavía oscura hacia el cielo apenas iluminando, sentí una punzada. No era una sensación vaga, no era la primera vez, sabía de qué se trataba. Era el ansia por abandonar por fin la vida, esta rueda cruel, dejarla girando imperturbable sobre su fondo de soledad eterna. Me debí quedar dormida en el banco, encogida por el fria. Desperté, me tocaban en un brazo. Uno de los hombres que a aquella hora hacían la limpieza de las salas me decía que no podía dormir allí. Murmuré que estaba esperando un vuelo que salía por la mañana, pero él ya me llevaba del brazo, a un sitio donde -decía- podría dormir más cómoda. Yo quería dormir, o no despertar, y supongo que a él eso le bastó para sentirse dueño de mi cuerpo. Aquel cuartucho olia a sudor, o quizá era yo quien sudaba. No, todavía tenía frío, pero sí, mi cuerpo sudaba. Fuera, la terminal de llegadas internacionales estaba todavía desierta. Ni siquiera habían abierto la cafeteria. Salí hacia el aparcamiento en que creía recordar habia dejado el coche. Entonces me di cuenta de que aquel sapo me habia robado la cartera, y que tampoco tenía ya las llaves.


No es que me importase, a estas alturas, o con aquel frío mortal. Ni siquiera eran las siete, la frontera horaría que me sacaría de aquella pesadilla. Una anciana esperaba en la parada de taxis. Le pedí que me llevara en el suyo hasta la ciudad, que me habían robado ... casi no tuve que explicarla nada. Ni siquiera sé si hablé de mi tesis, de que buscaba una casa para aislanne de todo. Antes de avistar los rascacielos de la ciudad, ella ya lo sabía todo de mí. Y a pesar de eso, me habló de su amiga Julia, que buscaba a alguien para no vivir sola en una casa demasiado vacía. Viendo a través de mí como veía, me dio la dirección de aquella casa demasiado grande, demasiado vacía, de aquella mujer que no tenía ninguna amiga. Vago por la casa cuando no hay nadie, aunque sé que Julia puede ver todo lo que hago, como si dejara cámaras de vídeo rodando silenciosas desde cada rincón. Busco señales de Eisa. Necesito saber más cosas de ella. Ajenas a mi sufrimiento, su madre y sus hermanas me proporcionan piezas siempre dispersas del rompecabezas, que no dejan ver ningún rasgo por en tero, sino que, al co ntrario, aportan datos nuevos sin resolver que aumentan mi confusión. Me cuentan que se rebelaba ante la injusticia allí donde se encontrara: en el autobús que, impaciente, arrancaba antes de que una anciana estuviera acomodada, en la cárcel de la pudo salir antes que sus compañeros por mediación de un amigo de su padre, a lo que se negó, en las protestas universitarias .. . Me cuentan que su cara nunca reflejó tanta paz como la mañana en que la encontraron muerta, tendida en la cama. Me cuentan que nunca fue feliz con ningún hombre, que ninguno le daba tanto como necesitaba, que ninguno sabía aceptar tanto

como ella daba, aunque todos quedaban atrapados en su encanto. Me hablan de Pablo, el último de los que pasaron por su cuarto, un cineasta, y dicen que Eisa está en todas sus películas, que incluso le dejó una escrita. Desde entonces estudio todos los dias el programa de la Filmoteca, aún sin demasiada esperanza. Me han enseñado una foto de Eisa, la última. Parece que no se dejaba fotografiar, pero que disfrutaba retratando a sus hermanas. Y en esa foto, en blanco y negro, fue traicionada, reflejándose en el espejo frente al que se había colocado para enfocar a Claudia, que, desnuda, se contemplaba a su vez, sin mucha convicción, en la superficie pulida. La cara tapada por la máquina, sólo se puede apreciar su cuerpo rotundo y sensual, en contraste con el torso filiforme de su hermana. De sobre mi mesa ha desaparecido el Libro de las Horas. Su ausencia es evidente, la cubierta formaba parte del paisaje de mi mesa de trabajo; un libro que dejaba intencionadamente encima de los otros, como si su misma presencia física estuviera impregnada de su fuerza. Casi un objeto sagrado. Me siento irritada, parece que mi cuarto es más frecuentado de lo que yo pensaba, y que Julia no se limita a convocar aquí al espíritu de su hija, sino que también se detiene a curiosear. O quizás ha sido la misma Eisa, casi tengo la certeza de que conoció a Rilke, de que fue su lectura favorita, de que lo echa de menos. y sólo un espíritu ha podido ser tan fugaz para aprovecharse de la media hora escasa que estuve fuera. El cielo se ha ennegrecido, y se cuela por la ventana el olor que precede a la lluvia. Apago la luz y la habitación queda suspensa, iluminada tan sólo por el


recorte de sol que quiere brillar por detrás de los nubarrones. Los gorriones vuelan hacia las copas de los pinos, y casi se les oye allí dentro, esperando que empiece la tormenta. Los coches en cambio aflojan la marcha, sus dueños doblando el cuello sobre el volante para mirar el cielo tan súbitamente oscuro. Dos golpes suaves en la puerta, que me sobresaltan como si hubieran sido disparos. Entra Silvia, mi libro entre las manos. -«Entré a preguntar cómo estabas y vi el libro sobre la mesa. No he pOdido evitar cC?gerlo, llevábamos tanto tiempo buscándolo .. .» El libro de las horas era el libro de Eisa, vivía y dormía con él. Cuando murió no lo pudieron encontrar entre sus cosas. Silvia asintió sólo por temor a ser descortés cuando yo le dije que ese ejemplar era mío; se había sentado en una esquina de la cama y el libro, encima de la manta naranja, resplandecía en la penu mbra del cuarto con un brillo sobrenatural. No pOdía culparla de no prestar crédito a mi versión, en efecto el libro no parecía haber sido comprado en una tienda, a cambio de unas monedas; en ese momento, se imponía entre nosotras como un objeto recuperado del más allá. Las manos de Silvia, delgadas como tallos, lo alzaron casi temerosamente. -«Amo de mi existencia las horas tenebrosas en las que mis sentidos se profundizan, en ellas he encontrado, como en las cartas antiguas, mi vida cotidiana ya vivida, lejana y superada, como vieja leyenda. En ellas he aprendido que tengo una segunda vida, inmensa, intemporal, de amplios espacios», leyó con voz ronca. A lo lejos parecía oírse un piano. Cuando hizo un silencio, recordé que podían haber sido las primeras gotas de la tormenta.

- «Eisa se quedó prendida de estas palabras, llegó a encerrarse en ellas, aislándose para vagar por esa segunda vida de amplios espacios. Pero la vida cotidiana es tan rica como aquella. Si se logra alcanzar un cierto equilibrio, el trabajo, las más nimias tareas pueden resultar tan placenteras como la contemplación. Yo disfruto en mis estudios, con mis dibujos, practicando en el piano, y también planchando, fregando los platos. Mi padre nos inculcó el deber de trabajar, la obligación de ser el mejor en lo que te propusieras. Pero él odiaba el trabajo. Creía que lo importante era sólo el fruto de que él obtuvieras. Y no era eso, no era eso. Eisa quiso huír de esa vida, pero fue demasiado lejos. Al otro extremo. En el fondo los dos eran iguales, que extraño». Fuera la tormenta golpeaba las tiernas hojas de los árboles, y la habitación se había quedado casi completamente a oscuras. El cuerpo ligero Silvia no había levantado y desaparecido silenciosamente por el pasillo. Me debí quedar dormida casi inmediatamente. Mi Makkhé me molestó, como si todos en la casa supieran que aquella noche yo necesitaba la cena. En mi sueño vestía un suntuoso vestido de la corte isabelina, y navegaba por un río en una enorme falúa tapizada en terciopelo rojo. El día ha amanecido radiante, y ahora contemplo por la ventana la tarde más clara en muchos meses. Mis ojos se resienten al mirar la nieve resplandeciendo al sol en las montañas del fondo. Pienso en los acontecimientos de la tarde de ayer y me siento irritada por ser tan impresionable. Yo no creo en espíritus, ni en el más allá. Considero la posibilidad de marcharme de este lugar, de dejarme de presencias, de ausencias, de suicidas


y ele belleza. He dado esta tarde un paseo mucho más largo que de costumbre, y andando por entre las calles de la colonia, he llegado hasta las chabolas de unos gitanos. Habían encendido una hoguera, y a su alrededor se habían sentado dos hombres de negro, en unas ajadas sillas de enea. Diez o doce niños correteaban a su lado, esquivando los pescozones que les daban los mayores cuando se acercaban demasiado. Vestidos con los colores más increíbles, se tiraban por un terraplén entre la basura. He estado mirándolos hasta que me han descubierto; los hombres se levantaron, los niños empezaron a tirarme piedras .

Hasta qué punto mi vida absurda me otorga una apariencia extravagante y ridícula. Me he visto en la mirada de los gitanos,al fin corrrectamente enfocad a, como un bicho raro. Me he sentido avergonzada, estúpida. La verdadera vida estaba entre esas chabolas, pero es una vida que me está vetada, como si la naturaleza me rechazara. Un perro flaco me ha perseguido ladrando durante un buen trecho, hasta la casa de Julia, la casa acristalada, el privilegiado y cínico mirador que parece ofrecerse al exterior, vigilado y protegido, sin embargo, por los guardias que patrullan estas calles por las que nadie pasea.


NA noche se despertó recostado en una silla, la radio sonando todavía sobre el silencio de la madrugada de invierno, el flexo encendido encima de los planos. Les echó una mirada para recordar lo que estuvo haciendo por la tarde, antes de quedarse dormido, pero no encontró nada reconocible entre esos alzados abigarrados, en esa planta imposible. Se restregó los ojos y aguzó el oído. Tampoco podía precisar qué música estaba sonando, aunque le resultaba muy familiar. Era probablemente esa desorientación de los primeros minutos después de despertarse. Pensó que pronto su mente volvería a funcionar como siempre. Sería mejor relajarse y esperar a que todo a su alrededor se aclarara por sí sólo; por el momento ni siquiera reconocía con seguridad la habitación en la que se encontraba, aunque parecía ser el sitio donde había trabajado durante toda su vida. Mejor sería decir donde alguien había trabajado durante toda una vida, porque aún no sabía si todo aquello era suyo. Polvorientos montones de carpetas ocupando casi toda la mesa, curvando los largueros del armario; una estufa vetusta, un transistor mugriento. De todos esos objetos no obtuvo ninguna referencia concreta, sino tan sólo una tenue impresión de familiaridad, la que dan siempre los objetos usados. Su mente no terminaba de arrancar, como si fuera un mecanismo oxidado o defectuoso, y tantas dudas le desconcertaban, lo mismo que esa sensación de debilidad e indefensión que sentía ante las cosas, ese rasgo amenazador en todo lo que le rodeaba. Su cuerpo no le respondía mejor, y en un movimiento involuntario del brazo tiró el cubilete lleno de lápices que había sobre la mesa. Le llevó un tiempo inaudito comprender lo que había pasado, y más aún localizar aproximadamente el lugar en el que debían haber caído los lápices. Luego tuvo que pensar con detalle la cadena de movimientos que habría de realizar para recogerlos, e incluso entonces le costó trabajo coordinar sus miembros, que sentía rigidos y pesados. Se enganchó con el cable del flexo, y todo sucedió demasiado deprisa como para que pudiese evitar que la lámpara cayera de la mesa, le golpeara en el hombro y finalmente se estrellara

U


contra el suelo, dejando la habitación a oscuras. Sus ojos se fueron acostumbrando a la penumbra, y poco a poco, al tiempo que los c~ntornos de la habitación se iban recortando, su memoria recuperaba la precisión. Primero reconoció la sonata, que ganó su nombre de "Los adioses" y los recuerdos a ella asociados. Allí, sentado en la oscuridad debajo de la mesa, apresando unos lápices en la mano agarrotada, recordó a su mujer tocando al piano ese mismo andante, con dedos jóvenes y torpes y unas cuantas teclas desafinadas, pero el sol desatando en su pelo destellos rojizos. El sol entraba por los mismos ventanales que ahora dejaban pasar la luz amarillenta de las farolas de la calle. Conmovido por el recuerdo, se levantó a asomarse al balcón, como hiciera aquella tarde de verano. La mugre pegada al cristal casi le impedía ver a su través, y el frio hacia que su aliento lo empañara. Fuera, una niña coreana se calentaba las manos en un diminuto horno, mientras esperaba que dos hombres con gorras de cuero escogieran un bocadillo. Uno de ellos pagó y le entrego al otro el paquete envuelto en papel marrón, al tiempo que le besaba en los labios; abrazados por la cintura, tiraron calle abajo. Por la misma calle Valverde que él había recorrido tantas veces a caballo, o en aquel Hispano-Suiza que hacía a la gente asomarse a los balcones a su paso, o tantas veces del brazo de su mujer, paseando vestidos de blanco hasta la Puerta del Sol.

Hizo un cálculo aproximado, amenazado por el vértigo. Debía ser un anciano de cerca de cien años. No recordaba, sin embargo, haber envejecido, y le desconcertaba la torpeza de su cuerpo, que

casi no reconocía, y la lentitud de su mente. Tanteó hasta encontrar el interruptor de la luz, pero el sistema eléctrico no respondió. Recordó que en un cajón de la mesa, forrado con papel de periódico, guardaba una vela, y la encendió. Con ella en la mano salió al pasillo y recorrió uno a uno los salones que daban a la calle, llenos ahora de escombros y papeles, las habitaciones de las hijas, con cenefas floreadas, la cocina y los cuartos de las criadas. Tropezaba a menudo con las baldosas despegadas del pasillo, o con las listas de madera sueltas. En su cuarto hacia frio, la enorme cama de matrimonio se le antojaba un catafalco siniestro, el silencio haciéndose más intenso alrededor de aquella pesada cama con dosel que ella abandonó un día, hacia mucho tiempo, hacia quizás medio siglo. Había vivido tantos años solo, en esta casa, que ahora se empeñaba en resultarle extraña, y amenazadora en la oscuridad. ¿Qué había hecho durante todo ese tiempo? ¿Nunca, hasta entonces había sentido la heladora soledad de la casa, la hendidura del tiempo? ¿Cómo había llegado a aquella decrepitud? Al lado de la chimenea se amontonaban unas tablas; las apiló en el hogar y recogió del suelo algunos papel ajos para encender el fuego. La luz de la vela le permitió leer lo que había escrito en ellos: eran complicadas fórmulas matemáticas complicadas, que, sin embargo, él era capaz de descifrar. Recordó entonces que, en un tiempo, había sido ingeniero, recordó que los papeles fueron usados por sus alumnos, y que las maderas procedían de los pupitres de la academia que había instado en el piso de abajo. Cientos de jóvenes pasaron por su casa, promoción


tras promoción de aplicados estudiantes, todos tan parecidos que le era imposible recordar ni a uno solo. El escribía en la pizarra interminables teoremas durante interminables grises tardes de invierno, años que se fundían en una sola tarde, en la ácida sequedad de sus dedos manchados de tiza. Los alumnos eran cada año más jóvenes, más irrespetuosos, y su número empezó a disminuír, hasta que un día de octubre tuvo que cancelar las clases, que se habían convertido en cursos particulares para un estudiante sucinto y capón que repetía la asignatura por séptimo año. La Cumbre prendia cansinamente, iluminando el cuarto como un fuego fatuo. Un fuego que no daba luz ni calor no era fuego. Tampoco él era ya un hombre. La angustia le apretaba la garganta, impidiéndole casi respirar; sin embargo, lo que más le asustaba era la debilidad de la sensación fisica, que llegaba amortiguada a su mente, como si ésta estuviera muy separada, flotando encima del cuerpo. Abrió la ventana, para lo que tuvo que emplear todas sus fuerzas, porque estaba atrancada en el marco como si hiciera años que no se hubiera abierto. Con el pánico helándole las venas, contempló el patio apuntalado, la casa de enfrente y el edificio de la suya completamente arruinados, las negras bocas de las ventanas abiertas al frio cortante de la noche, sin cristales, abandonadas a su suerte. Miró hacia arriba, esperando encontrar consuelo en las estrellas, pero no había luna que iluminara su espanto, ni nubes empujadas por el viento. El cielo era sólo una cubierta opaca de color anaranjado. El aire serrano que refrescaba las limpias noches de Madrid olia a gasolina que-

mada, y el silencio era ahora un zumbido de motores y bombillas permanentemente encendidas. ¿Qué ciudad era ésta en la que se encontraba? ¿Que habia sido de aquel Madrid suyo? ¿Quien habia sido el? Todo el presente le daba la espalda; quería encontrar un apoyo en su pasado, que se le escurría como agua helada entre los dedos agarrotados. Una imagen, alguien, un recuerd o ilumi nador le bast aría. Su esfuerzo le retrotrajo a la época más lejana, y se vió niño sentado en las rodillas de su madre, la abuela peinándole con agua de colonia. Su madre le cantaba, podía recordarlo, sí, pero también que a aquella boca fresca se la fue comiendo, años después, un cáncer. Y ahora podía reconocer en los pellizcos de la abuela la misma envidia por la carne tersa que él habia ya experimentado con sus propios nietos. Carne tersa como la de aquella muchacha que estuvo tantos años a su lado, las pantorrillas acariciadas por el delantal siempre tan limpio; tan pulida ella siempre, que incluso cambiaba las sábanas cada vez que las manchaban en sus encuentros amorosos, no importaba cuántas veces en una misma noche. Aquello ocurrió después de que su mujer le abandonara, mucho tiempo después. Después de que muriera su padre, después de que sus proyectos fueran una y otra vez rechazados, y finalmente, se le expulsara del estudio por sus cada vez más numerosos descuidos. Recordó que hubo un tiempo en el que habia estado peor de lo que ahora estaba, aunque fuera más jóven , aunque su cuerpo no le pesara tanto como ahora. Se tumbó en la cama mirando el fuego, cansado como nunca antes. Hacía ya mucho que no hablaba con nadie. No


recordaba la última vez que había salido a la calle, ignoraba de qué se había alimentado en ese tiempo; su mente giraba tan deprisa que la fuerza centrífuga alejaba de su memoria los recuerdos más próximos y hacía tan intensos los acontecimientos centrales de su vida que le dolía co mo si hubiera recobrado la actualidad que tuvieron hacía treinta, cuarenta, cincuenta años. El cuarto iba templándose lentamente, nunca lo suficiente, porque aquellos techos tan altos eran imposibles de calentar aunque la chimenea estuviera permanentemente encendida, la abuela otra vez refunfuñaba en sus recuerdos. El viejo se levantó a buscar más madera pero las tablas que había quemado eran las Llltimas. Volvió al cuarto de trabajo, el transistor emitía sólo un zumbido sordo, en la calle se peleaban dos yonq uis. Recogió una pila de carpetas y volvió a la alcoba. Los papeles, entre los que estaban los planos en los que había estado trabajando esa misma tarde, esa planta abigarrada que era incapaz de reconocer, se fueron quemando despacio, humeando mucho, desprendiendo apenas calor .. Por la ventana empezaba a filtrarse la luz del amanecer, otro día, y el viejo, reconfortado, iba durmiéndose. Recu-

peraba el sueño que había tenido por la tarde; él, de niño, entre su padre y su madre, en un coche descubierto una mañana de domingo. Caballos blancos, brillaba el sol. Con la cabeza apoyada en el regazo de su madre miraba las copas de los árboles que se entrecruzaban sobre el camino formando un pasillo vegetal. Su padre guiaba los caballos, pero pronto era él mismo con las riendas en la mano y donde estaba su madre iba ahora su mujer. El coche descubierto se había convertido en un landó familiar, porque ahora les acompañaban sus cuatro hijas sentadas por parejas. Seguían avanzando, aunque la mañana soleada de domingo, el paseo arbolado, habían dejado paso a un neblinoso páramo interminable. El coche, que había sido blanco ahora era negro y mucho más pesado, y llevaba detrás una carreta llena de pliegos de papel, polvorientas carpetas, pupitres apolillados. El paso de los caballos se hacía más y más lento, arrastrando a duras penas un coche ornado de molduras doradas, un coche mortuorio con un ataúd dentro . .Los caballos sólos atravesaron la puerta del cementerio, y se detuvieron frente a la planta imposible de un mausoleo abigarrado.


,

MONICA RIAZA

Madrid, 1968. Estudios: Licenciada en Ciencias Biológicas por la Universidad Autónoma de Madrid. Especialidad Bioquimica y Biología Molecular. Inglés. Francés. Informática (WP. LOTUS 1, 2, 3. OB 111 PLUS). Submarinismo deportivo. Profes ión : Estudiante. Preparación de B. l. R. Clases particulares de FP, BUP y COU. Experiencia litera ría: Escritora de cuentos cortos.

MI

querido lruler

Me preguntas porqué vengo a tí. Por que eres mi primera ventana y espero que se abrirán muchas más.



unque no lo creas Conchetta, sin ser de la acera de enfrente, odio a los tíos cuando se ponen en plan obseso; en general se puede decir que odio a los tíos. - Me parece que exageras -dijo su amiga- iQué te habrá sucedido con Paolo! Ya te advertí de que no te enamoraras de un corso, son peligrosos. Si renuncias a los hombres, no te quedará ningún horizonte en la vida-o -iQué tonterías dices Conchetta!- se defendió Bianca. -Puedo tener un hijo, triunfar en mi trabajo e incluso puedo hacer algo grandioso por la humanidad, como quemar una embajada- comentó Bianca. -No delires y cuéntame de una vez lo que ha pasado entre Paolo y tú- pidió Conchetta. -Veras-, dijo su amiga- ayer por la noche. Paolo y yo veíamos la televisión en un monótono duermevela, tirados en la cama desnudos y comiendo spaghettis con tomate del mismo bol. Suponqo que sería su aburrido día en el trabajo con la mediocridad que estaban poniendo por la tele, los que inspiraba Paolo. -Me encanta el tono de misterio que le estas dando a tu historia, sigue, sigue- dijo Conchetta. -Con toda la parsimonia del mundo, cogió uno de los spaguetti de la fuente, se lo metió en la boca, le limpió la salsa con la lengua y se lo extrajo de entre los labios tirando de él poco a poco, con precisión y cuidado. Con los mismos movimientos lentos y controlados, se agito un poco el miembro y enrrollandose el spaghetti alrededor del glande, empezó a gritar como un poseso: iHazme el "carrete»! iPor favor, hazme el "carrete»! -Eso te pasa por regalarle libros orientales en su cumpleaños- , sentenció su amiga. -Perpleja y sin decidirme a reír me monte encima de él a horcajadas y traté de cumplir con lo que me pedía. Pero claro, me gusta cocer la pasta "al dente»y esta estaba justo en su punto, por lo que ni siquiera resistió la primera embestida. El spaghetti se convir-

-

A


tió en una pulpa harinosa y mojada, dispersa entre mis piemas y el pubis, cuando Paolo volvió a gritar: iTengo hambre!, iestoy ambriento!, y sepárandome las rodillas, metió la cabeza entre mis muslos y lamió los machacados restos del spaghetti que allí se encontraban. En ese momento Bianca se calló tomó un sorbo del capuccino que tenía en la mesa, y le pidió al camarero que trajera unas pastas. Su amiga la miraba con atención, impaciente porque continuara. -La verdad es que ya me estaba mosqueando- siguió Bianca- y me sentía pegajosa. Me levante hacía el baño y dejé correr el agua hasta llenar la bañera. Mientras me miraba en el espejo, vi como Paolo se acercaba corriendo al' cuarto de baño con los ojos llameando. Intente cerrar la puerta antes de que entrara, pero llegué tarde y consiguió pasar. Me levantó por la cintura y me metió en la tina, empujándome hacia adelante, y yo caí a cuatro patas . Mientras, arrodi llado, me p netraba por detrás, manteniendo mi cabeza sumergida en el agua, «Dios mío .. , pensé, «¿Me irá a ahogar el muy animal? .. Antes de que la sensación de all ogo llegara a su plenitud, me dejaba respirar y entonces surgían en mi vientre los orgasmos mas bestiales que nunca antes he sufrido-o -¿Sufrir?, ¿a ti eso te parece sufrir?preguntó Conchetla. -Calla y escucha- se enfadó Bianca. -Tosiendo, llorando y con mocos por toela la cara, me saco de la bañera. Se sentó en la taza del water conmigo en sus rodillas y me secó con la toalla de flores. esa que es mi favorita. De repente sentí como me invadía la ira, y algo dentro de mi pedía vendetta, así que le eli elos .grandes bofetones, le arañé por donde puele y le mordí con saña en una

oreja, en la que le he dejado una herida espantosa, y fíjate como son los hombres: él, mientras, sujetaba mi cabeza contra su pecho me acunaba. Cuando me tranquilicé, me llevó a la cama en sus brazos, apoyó su cabeza en mi vientre y se quedó profundamente dormido, incluso de su garganta salía un ligero ronron. Y yo, mirando al techo fijamente, decidía entre llamar a la policía y poner una denuncia por intento de asesinato o despertar a Paolo y pedirle más. Aún ahora que esta historia me parece un sueño lejano, no sé porque le aguanto estas cosas, soy una tontasollozó Bianca. - No querida, ncr- dijo Conchelta. - Lo único que pasa es que estas enamorada. En el fondo te envidio. iA mi Fabricio nunca se le ocurren esas cosas!-.

Gustav Vigeland (1923)


aría Teresa cerró con descuido la puerta de la residencia de señoritas donde vivía, y casi se caen de sus manos los libros y cuadernos de música necesarios para el ensayo matinal en el coro. Desde que se levantó, la idea de qué hacer con su futuro no se iba de su cabeza. El bachillerato se acababa y los posibles caminos a seguir no eran muchos. Ya había olvidado la clausura y las misiones, sólo quedaban la universidad, el matrimonio, la vida laboral, o cómo alcanzar la santidad a través de una vida sencilla, pero no necesariamente en ese orden. Al cruzar el parque del barrio, vio una banda de rapados bebiendo unos litros de cerveza alrededor de un banco. Entre alaridos y risotadas contaban, con orgullo y prepotencia, como se les Ilabía dado el negocio del día: tironear a las señoras con la compra en los Interminables pasillos del metropolitano, impunes entre la indiferencia del mundo. María Teresa intentó dar un rodeo cuando Pablito Peligros, el jefe del grupo, la vio. Se acercó a ella con ademán violento e intención de ridiculizar su aspecto monjil, al tiempo que ella se aplastaba los libros contra el pecho y apretaba el paso. Las ideas del cerebro de Pablo se borraron , cuando se encontró perdido en los enormes y acuosos ojos de garza de ella, sopesando la ligereza y fragilidad de sus huesos de pájaro. Una bola caliente de ternura le subió desde alguna zona del vientre a la garganta, donde quedó atenazada, impidiéndole Ilablar o reaccionar. El miedo y las ganas de huir de María desaparecieron, cuando vio como una mirada de animal dañino se transformaba en duda, y en ese momento el rumbo de sus vidas cambió de sentido. Todavía hoy se les puede ver juntos en esa casa que tanto les costó levantar, allí sacaron adelante a sus Ilijos y fue donde el amor y la vida neutralizaron sus fanatismos. Aún María sirve abnegada la comida, mientras Pablo mete su mano por debajo del mantel y de la falda de ella, sorteando con los dedos los cilicios de los muslos, que como una alambrada de espino frente a un campo de minas, ella se pone cada vez más de tarde, en tarde, cuando siente un soplo de remordimiento en su memoria.

M



ALVARO RIVERA 1964, San Salvador. Estudios: Bachillerato en Letras. Profesión: Mozo de Carga en el Mercado de la Merced, en México. Chico para todo en una oficina en México. Artesano en Madrid. Colaboradorayudante en un Taller Literario en Madrid. Experiencia literaria: "A los 11 años me sorprendió la inspiración en un instante de aburrimiento. Así surgió mi prímer poema dedicado a la paloma de la paz. A los 13 me enamoré de una niña y volví a reincidir. Fue cuando me dí cuenta que con ciertas niñas podía ligar si les escribía poemas. Eso afianzó mi vocación» .

E

L talento no se adquiere, pero algunos truquitos hay por ahí para bien administrarlo. En un taller literario el ejercicio de crítica artesana, el intercambio de libros, incluso las enemistades literarias operan en esa dirección: servir de estímulo y ser un grano de arena en la adquisición del oficio de escritor. Por otro lado, no está mal, después de abandonar el taller, hablar de fútbol y temas más solemnes con los miembros del gremio Alvaro Rivera


Alvaro Rivera elabora una poesía que busca ser síntesis, concisión, desnudez de lo accesorio. Los escasos adjetivos se I4tilizan como lIecesarios, indispensables, y no adornan sino precisan. La aproximación al /;aiku es más aparente que real, por la presencia de lo humano y lo social. Las frecuentes alusiones a la música - como elemento creadorSOIl sintomáticos de esa vocación esencialidad. y, junto a la música, la lllz, también referencia simbólica: «destella», «ciega», «clar%scuro», «dedos o luces», «joya extraña». Se advierte además que el autor trabaja gJ,tstosamente el lenguaje, como buen hispanoamericano. Juan Mollá


1

2

Hay recuerdos de esa época que únicamente la música descubre.

Escucha que lejos estamos de la música que lejos incluso del amor.

No destella en ninguno el menor presagio del viaje tan largo que has hecho.

La extensa quietud de la noche rodea nuestro baile.

Diez años duros en tormenta caminando a través de los árboles.


5 Noche dentro: Hay dedos o luces que viven la limpia dureza del muslo .

•


6 La servidumbre en casa de Marlon Brando es de origen cubano. Es definitivo el agujero en la frente del mayordomo. Los servicios de inteligencia torturan al ama de llaves. Una sortija y tres poemas pero también una carta viajan hacia el sur en manos extrañas. Tal vez, tal vez se indemnice a Marlon Brando.

7 La mosca saltó desde la mierda y fue a posarse como una joya extraña en una brizna de hierba que ligeramente se dobló.



CARMEN ROIG Alicante, 1966 Estudios: Licenciada en Historia del Arte. Profesión : Trabajos en Bibliotecas, Archivos y Museos. Experienc ia literaria: "Desde la adolescencia escribo en prosa, cuentos y relatos cortos, aparte de algunos ensayos filosóficos o de crítica sobre algunos autores como Unamuno. Actualmente, por una manifiesta falta de tiempo, escribo artículos breves sobre temas costumbristas y de vida cotidiana".

A

SISTIR a un curso de A o B no significa tener un especial interés ni por A ni por B, quizá el verdadero interés estaría en un curso e, siempre demasiado caro; masters costosos en gestiones, recursos y demás chirigotas sin las que hoy en día no se es nada. Pero hay otra clase de cursos, cursillos o cursetes considerados de segunda, los que en buena lid deberían denominarse "talleres psicoprácticos para una vida no frustrante: son aquellos cursos donde los asistentes abandonan a su entrada, unas horas cada semana, esa máscara entrajetada de buenos gestores, y se dejan llevar por instintos hasta entonces inconfesables y escondidos, y son esos instintos los que actúan como terapia de salvamento ante lo enajenante y obsesivo que ofrece a veces la vida. No estoy hablando de cursos en ciencias psíquicas o paranormales, nada de eso. Hablo de esos talleres humildes sobre nuestras aficiones más sencillas y sinceras, cursillos de cocina, bricolage, esmaltado, cha-cha-cha, bolillos, pintura, poesía ...

y ahí es donde entra este taller literario, reunión de jóvenes con una ilusión común, la literatura. Jóvenes que ajenos a su diferente educación, origen y formación cultural, han llevado desde su adolescencia una pasión común, primero por la lectura, desde


donde entraron en mundos creativos y poéticos, y de ella a la escritura, con el fin de representar ellos mismos los paisajes de su imaginación. y así cada semana comparten fantasmas, sueños y representaciones, sus problemas para atraparlos en el papel, y el fruto final de sus luchas, a la vez que aprenden de modemos y exitosos «maestros» el dolor del artista. Pero son .sólo ellos, estas jóvenes promesas, los verdaderos protagonistas, y lo que surja de sus palabras, nuestra terapia del mañana.

Entrc la observación y la invención los dos relatos de Carmen Roig sc orientan hacia una mirada de lo cotidiano en un espacio tan habitual como el metro. La mera observación mueve a una. reflexión sobre la condición de los viajeros, en uno de ellos. Yen el otro, el que narra es una especie de vigilante-perseguidor que; al final, nos descubrirá su auténtica y sorprendente catadura. Hay un tono sencillo de narración y un desarrollo bien medido.

Luis Mateo Díez


N uno más de los actos reflejos en los que la vida moderna nos ha acostumbrado, entré en un vagón del metro, en la línea 5. Eran las 7,30 de la mañana, y no sé si rnartes, viernes o jueves. Tuve la suerte de sentarme, y fijando rni mirada en un punto no concreto, observé. Por razones que no vienen al caso, lo primero en que me fijé fue en el sexo de rnis compañeros de viaje, 80 por ciento hombres. Y pensé: «¿Entrarán las mujeres a trabajar más tarde?». Y concluí rápidamente con mi razonamiento, al pensar que ellas ya estarían trabajando, sí, por supuesto, pero en sus casas. Del sexo como primer signo diferencial, pasé a las ropas. Ninguno llevaba un traje conjuntado, y el vaquero azul descolorido empujaba, de estación en estación, por dominar el paisaje underground. De los zapatos, ni qué hablar. Serían necesaria una campaña publicitaria con algún otro chimpancés intentando atarse los cordones de sus zapatos. A ras del suelo lucía rnás las lustrosas zapatillas de deportes. De los piés pasé a las manos, y allí encontré lo más atractivo del conjunto. Una mezcla del Marca. El País. El Mundo y las últimas ediciones de R. B. A., Yuna extraña escasez, quizás fuese por la hora, de revistas del corazón, ABC, y ediciones de lujo de obras clásicas. De pié o sentados, los lectores se afanaban en abandonar la mitología urbana que les rodeaba para introducirse en las historias que se habrían ante sus ojos, sin comprender todavía a esas horas, que los ríos de sangre bosnios, el placer de Anibal Canibal por la carne, .Ias escaladas del Giro o la política de Vicálvaro, no son más que escenas de esa vida corriente y moliente, donde la muerte atróz, el triunfo efírnero, el morbo disimulado, y los trapicheos de cada día, nos dejan fríos. Seguí fija en mis convecinos, y descubrí entonces a los utópicos del sistema, a los anarquistas oníricos, a esos que encontrando libre cualquiera de los asientos de las esquinas, se apropian de ellos, para apoyando la cabeza en la barra del brazo, soñar, y soñando, pintar ese mundo de relajado, tranquilo y cómodo, que se emborrona cuando las puertas se abren en Rubén Darío.

E


L

A había estado observando varios días. Bien es verdad que la buscaba desde

siempre, pero la encontre casualmente, como por instinto. ' Sus horarios eran muy estrictos y siempre llegaba fiel a su cita, pero tal era mi necesidad de verla que si ella hubiera faltado hoy, yo hubiese rastreado palmo a palmo la ciudad hasta encontrarla. Rozando las tres y media descendía las escaleras junto a una decena de anónimos transeúntes, adquiriendo todos, ese trotecillo entre agobiado y juguetón que parece apoderarse de los usuarios del metro. Tras el último peldaño, su paso se detenía unos segundos para continuar des pues por el andén con un aire de orgullo e indife'rencia. Era sólo una pose ante esas decenas de personas extrañas que ella siempre pensaba que la miraban; era realmente timida, quizás exageradamente humilde, pero nunca orgullosa. Recorría el andén de extremo a extremo, siempre cerca de la pared, pues tenía un miedo absurdo a caer a la via, bien a causa de un desmayo, o bien por un empujón fortuito. Cuando alcanzaba el lugar deseado que obviamente correspondería con la boca de salid,a en su estación de destino a no muchas paradas de aquí, ella fijaba la vista en un punto no bien definido del vecino andén y rememoraba entonces todo aquello que le había afectado, siempre negativamente durante esa mañana, por lo que se sucedían en su mente las malas caras, las mentiras o el desprecio del que había sido blanco. Sin embargo, en su interior luchaba por dar paso a lo positivo de la vida, lo que le hacía lucir una coqueta sonrisa, que unida a sus ojos claros, su vestuario muy cuidado y a sus 30 años, la convertian en una mujer más que deseable. Pero hoy, ya no podía continuar mirándola desde mi esquina, y comencé a aproximarme. Ella, con su bolso bien apretado junto a la cadera por temor al robo, empezó a caminar, acercándose a la vía, como hacía siempre al sentir la llegada del metro desde el oscuro tunel. La luz de la máquina apareció, su ruido llenó el ambiente y se mezcló con un murmullo de voces y arrastrar de pies. Ya casi la habia alcanzado cuando oí el ruido seco de un cuerpo tras chocar y ser aplastado por la cabeza del metro. Y nunca pude decirle mi nombre. Ayer me llamaban Parca, pero hoy me llaman , Muerte.


ESPERANZA ROMAN Madrid, 1965. Estudios: Licenciada en Filología Alemana. Especialista Universitaria en Traducción de Neerlandés. Estudios de posgrado en Berlín, Amberes y Detroit. Profesión: Traductora de Alemán y Neerlandés. Becaria de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia en la UNED. Experiencia literaria: Narrativa y poesía.

¿PoR qué un taller literario' y para contestar a su pregunta, la anciana le contó esta historia: «En cierta ocasión dos jóvenes poetas se acercaron a la corte de Su Majestad para solicitar el favor real. Con sus plumas de ganso y varios lienzos de pergamino como único equipaje se presentaron ante los Reyes y, tras unas torpes reverencias, el primero pronunció las siguientes palabras: -Soy el mejor poeta del reino .El bufón soltó una insolente carcajada, los músicos dejaron de interpretar el madrigal y la Reina levantó su mirada sin saber dónde volver a posarla . Entonces habló el Rey: - Deleitad nos, pues, con vuestros versos-o El poeta desenrolló un pergamino y leyó con voz solemne: ¡Cuántos poetas existe n!, mas, ¡qué pocos persisten! . Todos ansían la fama, ninguno padece insania. Todos son los mejores, ninguno comete errores. Pero sólo mi pluma ligera el atento oído venera.


El Rey ahogó un bostezo y exclamó: -N ada nos enternece de lo que relatáis, retiraos, pues, de nuestra presencia, somos presos de una gran somnolencia. Y vos, ¿tenéis algo con que aliviar nuestro profundo malestar? El segundo poeta calló un momento, guardó el pergamino que pensaba leer e improvisó esta contestación: -Su majestad, yo no soy el mejor de los poetas, ni pretendo llegar a serlo. Pero no sé luchar ni deseo rezar. Si nadie las critica, mis palabras no merecen ser escritas. Si nadie las inspira, no tiene sentido su vida .El Rey se levantó al punto y resolvió con determinación: -Juicio mostráis al afirmar que no sois el mejor de los poetas. Pero estimamos vuestras razones y ordenamos que a partir de ahora permanezcáis con nosotros para compartir vuestras ilusiones.-» Esperanza Román

«En el confesionario» Corre bien. No carece de identidad. A punto de caer en lo profuso, sostiene bien el equilibrio. No carece, como el caso, de M. a j esús Esteban de identidad literaria. «Sueíi.os» También corre bien la prosa. Esa introspección,a su habitación ligada, posee la suficiente entidad para poder hablar de un cuento breve, que por intuición, aleja el que se le quedara en una simple viñeta literaria.

Lauro Olmo


Lportón de la iglesia chirrió en sus goznes como venía sucediendo desde hacía años cada vez que'alguien traspasaba su umbral para entrar en el interior. Nadie comprendía por qué motivo el sacristán, en otros casos siempre tan solícito a los deseos de los feligreses, no había engrasado sus bisagras, aunque las malas lenguas rumoreaban que el molesto crujido permitía a Don Severino llevar la cuenta de aquellos fieles que llegaban tarde al servicio o despertarse del sueñecito que, entre penitencia y penitencia, se echaba en el confesionario, Tampoco faltaba quien atribuía el quejido a una antigua leyenda que ya sólo los más ancianos recordaban y que algún estudioso foráneo amante del tímpano gótico de la iglesia se atrevía a relatar para despertar el interés de sus acompañantes. Cuando entró, el haz de luz que cortó durante un breve instante la oscuridad del templo, le permitió cerciorarse de que, como de costumbre, la iglesia estaba desierta y sólo Don Severino la esperaba somnoliento en el asiento acolchado del confesionario. Se envolvió bien con el chal de punto negro regalo de su nuera, que siempre llevaba a la iglesia porque sus gruesos muros impedían que los rayos del sol caldeasen el interior. Con pasos lentos se dirigió hacia la capilla de Santa Justina, patrona de la localidad, situada en la parte izquierda de la nave central, aliado del confesionario. De un bolsillo de su falda negra sacó unas cuantas monedas que introdujo en el cepillo de la santa y acto seguido encendió un cirio en memoria de su difunto Alfonso. Dada la devoción que gozaba la santa entre las gentes del lugar, tuvo que retirar una vela ya casi consumida para poder colocar su ofrenda. Después se sentó en uno de los bancos cercanos a la capilla y se arrodilló para rezar. Tras unos minutos de oración en los que intentó acordarse de todos sus seres queridos y desearles todo tipo de dichas - pellizcó en la lotería incluido-, se sentó y extrajo de un pequeño saco que llevaba atado a la cinturilla de la falda un trozo de papel blanco y un lapicero que su nieto más pequeño le había afilado antes de salir de casa. Con mucho ahínco comenzó a garabatear una serie de signos que recordaban al alfabeto cristiano pero que, debido al número

E


ele cruces y símbolos religioso intercalados entre las letras, resultaban indescifrables a cualquier mortal. Sólo ella y Don Severino entendían aquel entramado de líneas y puntos del que ambos estaban muy orgullosos por ser éste de su invención, Había sido varias semanas después del fallecimiento de Alfonso, cuando Don Severino, tras celebrar el bautizo de un nuevo nieto del difunto, aprovechó para amonestar a la viuda sobre el modo en que había descuidado sus deberes de cristiana en los últimos meses y proponerle una solución para que pudiese cumplir con todos ellos, incluida la confesión, Al principio no quiso ni oír hablar del tema ya que precisamente este sacramento estaba muy unido a la memoria de su marido, Ambos acudían juntos ante el sacerdote y haciendo un uso de un tipo de confesión muy poco frecuente, pero igualmente santificada por el Papa, exponían sus faltas sin sentir vergüenza por la presencia del cónyuge, Primero comenzaba Alfonso y después de que éste hubiera cumplido con la penitencia impuesta, se confesaba ella, siempre con la participación de su marido, que le ayudaba a relatar los pecados que ella atribuía más al trabajo que le daban sus diez hijos que a la impiedad, A pesar de su resistencia inicial, poco a poco fue convenciéndose de que le vendría bien apartarse de vez en cuando de su casa y aceptar la proposición del sacerdote, Los hijos ya no requerían sus cuidados, ni siquiera para sus nietos, y, sin su marido, pocas eran las salidas que se le permitían hacer, Con ayuda de Don Severino, que antes de cura había sido maestro de escuela, y una cartilla de uno de sus hijos que encontró en el trastero de su casa, puso manos a la obra. Sabía que no tenía nada de mágico transcribir las palabras que salían de las gargantas humanas en sím-

Ilustración: J. M, Esteban

bolos que luego otras personas fueran capaces de descifrar, pero el esfuerzo que le costó escribir su primer «Ave María Purísima»le hicieron pensar que el arte de la escritura había de ser un arma muy poderosa en manos de la humanidad. Gracias a su tesón, al ánimo que le daba su familia y a la voluntad férrea del párroco, consiguió aprender a leer y a escribir con bastante soltura, un logro poco habitual en los que han sido alfabetizados en la madurez. Comenzó escribiendo las historias de que de joven había ideado y que nunca habia podido contar a nadie, ni siquiera aAlfonso. Incluso llegó a ganar un certamen regional de leyendas tradicionales, aunque nunca se supo si por méritos propios o porque el primo Evaristo era miembro del jurado, algo inexplicable ya


la Santa Justina para redactar la lista de faltas y pecados que debería entregar a Don Severino unos instantes más tarde. Aparte del papel del color de la casulla correspondiente a la época de la liturgia en que se encontraban, llevaba siempre consigo aquella tarjeta de color gris en la que había escrito sus primeras palabras de salutación. Aunque tras la penitencia solían mantener largas y animadas conversaciones, provistos de papel y lápiz, el ritual de confesión había permanecido invariable en los últimos siete años. Ella le entregaba la tarjeta gris y él respondía como hacía con el resto de los fieles. A continuación rasgaba el papel en tantas tiras como pecados, unas veces ,más, otras menos según le hubiera asistido la virtud esa semana, y las ensortijaba en las varillas de madera que formaban los rombos de la celosía que les separaba. Don Severino los desenrollaba uno a uno y los leía en voz alta, como si la explicación de los pecados requiriese su pública exposición, aunque no fuera con la voz del penitente. En estas lides había adquirido Don Severino una gran profesionalidad declamatoria e incluso dotes de interpretac ión traducida con un leve falsete con el que disimulaba su voz a la hora de leer los papelitos. Pero nunca cambiaba la primera persona en la que iban redactadas las frases, provocando así situaciones que podían haber resultado embarazosas ~___--=-----'-=--_ __ _- - I . para el párroco si algún superior le

que siempre había hecho gala de que lo único que leía eran los encabezamientos de los diarios sensacionalistas. Dos veces a la semana, los jueves después de la confesión y antes de la misa vespertina de los sábados, Don Severino le dedicaba unas horas, que aprovechaban para corregir y mejorar los manuscritos que ella le encomendaba.y Por primera vez en su vida se sentía libre para expresar todo lo que se le ocurría. Esta sensación de independencia adquiría su verdadera dimensión a la hora de confesarse. Ya no tenía que asentir cabizbaja a las palabras de reprobación del sacerdote después de que Alfonso le hubiera puesto al corriente de unas faltas que ella no recordaba haber cometido. Tampoco tenía que excusarse fingiendo algún mal incurable para abandonar las reuniones sociales en las que todo el mundo parecía divertirse mucho excepto ella, que sólo conseguía escuchar una sarta de estupideces encadenadas en la que, quizá por suerte, no tenía manera de intervenir. De todas estas cosas se acordaba cada vez que se sentaba aliado de la capilla de

Ilustración: J. M. Esleban


hubiera escuchado recitar como propios pecados indignos de su condición. Quizá la Santa Justina intercedía por ellos desde su capilla ante otras autoridades menos terrenales, sabedora del buen fin al que iban encaminados estos encuentros. Aquel día, sin embargo, todo resultó distinto. La mano detrás de la celosía titubeó antes de coger la tarjeta gris y una voz que no era la de Don Severino descifró aquellas tres palabras que años atrás le había costado tanto escribir. Desprovista de papel en blanco, se vio incapaz de improvisar una explicación y optó por seguir el ritual tantas veces ensayado. No recordó que los papeles estaban escritos con aquella amalgama de letras, números y símbolos religiosos que habían ideado para evitar la turbación que le producía ver escritos sus pecados, y que el nuevo sacerdote, por muy letrado que fuese, sería incapaz de descifrar. Pero el sustitu-

to ni siquiera reparó en los papelitos y con un tono neutro, casi frío, exclamó: "Usted debe de ser la muda». Y sin imponerle la más mínima penitencia, la absolvió. Con las manos empapadas por el sudor desenroscó las tiras de papel y las introdujo rápidamente en la bolsa donde llevaba el lapicero. Una vez fuera del confesionario se sentó cerca del altar mayor para calmar la agitación de la que era presa y poder buscar con tranquilidad en aquella bola de papel el único pecado del que Dios no la habría de absolver nunca. Había tardado siete años en atreverse a declararle su amor a Don Severino y ahora que por fin lo había transcrito con su propio lenguaje, sabía que jamás se arrepentiría de haberlo hecho. "Ya tendré ocasión de entregársela a Don Severino cuando regrese», pensó al escuchar el gemido de la puerta cerrándose tras de sí. Pero Don Severino nunca volvió .


U mirada se detuvo en la ventana. Algo extraño había llamado su atención. Las cortinas, amarillentas ya por el humo de los cigarrillos que constantemente encendía y apagaba, habían perfilado una silueta amiga más allá del alféizar. No era aún la llora de los sue¡'íos, la hora mágica en la que ella se entregaba a sí misma, en íntima unión con su cuerpo y con su alma. La disposición de los muebles no le permitía acercarse furtivamente a la ventana para intentar sorprender la sombra ciertamente cada vez más inquietante. Muchas veces se había visto obligada a agradecer aquella colocación tan poco práctica. Nunca había sentido deseos de volar como las demás jovencitas de su edad, sino de estrellarse, de reventar contra el asfalto y dejar una amarga huella en él y en todo el que a partir de aquel salto fatídico lo contemplase. Tras unos instantes, largos e inciertos, decidió abandonar todo tipo de actividad. Primero, cerró lentamente los ojos. Todo era ya sombra e incertidumbre. Las cosas se alejaban en su más inmediato recuerdo y un oscuro hueco se abría allí donde pocos segundos antes Ilabia brillado la luz. Nadie podría penetrar jamás en este interior, en este tenerse a sí misma y contemplarse desde dentro. Un pequefío sopor empezó a invadir su cuerpo. Los dedos de los pies, tan lejanos e inalcanzables. Los empeines, a los que la brisa que entraba entre las hojas de la ventana acariciaba juguetonamente ... El recuerdo de su cuerpo le empujaba a verlo más hermoso. No existía ya esa característica torcedura en sus rodillas. Su piel era suave y apetitosa. Y más aún allí donde se poblaba de un vello fino y delicado. Volaba la imaginación contemplando, sin verlo, todo aquello que se deseaba para sí. Un torso curvo y llano a la vez. Unos pechos cálidos y emergentes. Un cuello largo, interminable. La placidez que la envolvía se turbó ligeramente al imaginarse su rostro. Miles de máscaras se configuraban ante sus ojos, casi tan reales como la seguridad de que nada era más cierto que ella misma. Pero cómo tallarlo, cómo modelarlo eternamente joven, cómo

S


tolerarlo hasta la muerte. Comenzaría por los ojos: dos huequecillos traicioneros que había que domar sin asfixiarlos. Rojos de llanto, azules de pasión o negros de esperanza. La nariz sería sólo un puente entre su mirada y su lengua. Una lengua afilada y penetrante, escondida tras el fuego de sus carnosos labios. Los dientes, piedrecitas anheladas en nácar, no sobresaldrían en exceso; se ajustal'ian con esmero a la comisura de sus labios. El rostro entero desbordaría serenidad. Sus cejas expre-

sarían el cariño y sus pestañas, la comprensión. Y cuando recuperara el don del habla, lo utilizaría con cuidado, dejando que las palabras fluyeran con musicalidad de su garganta. Callaría cuando hubiera de callar y lloraría si no lo consiguiese. Una pequeña lágrima comenzó a deslizarse por su rostro. Trató de dominarse; no podía sucumbir tan rápidamente a la . realidad. Déjame soñar, tan sólo un ratito más se suplicó a sí misma .


JAVIERSANZ 1963. Estudios: Licenciado en Ciencias de la Información Profesión: Periodista. Experiencia literaria: Escribe narrativa.

ESPU ÉS de combinar mil palabras en cuyo laberinto habría que quedar atrapada la respuesta a por qué estoy en este taller literario, sólo dos han resistido todas las pruebas: estímulo y escritura, y nii siqui era sé qué podría decir con ell as.

D

Javier Sanz


Misterio, exotismo, sueños, y al fin la realidad, la miseria-grandeza del ser humano. Se prende al lector con la sutil magia de la aventura: se le despierta con la auténtica singularidad de la vida. Eso hace más grande, «humano» el relato, y habla en beneficio de su autor. Un autor que además se preocupa de cuidar la escritura: saber narrar requiere conocimiento y orden, experiencia y estudio, algo a lo que no es ajeno el autor de las presentes narracwnes.

[sta preocupación literaria por ofrecer no arquetipos, sino auténticos retratos humanos, por, en breves líneas, destacar aspectos que explican una vida, se encuentra igualmente en el relato «la espina». A veces, unos destellos impresionistas sirven para develar el misterio del tiempo, de la existencia que es al fin una posibilidad de realización no siempre lograda. Temas literarios. Precisión narrativa. Un indudable buen comienzo en la escritura de Javier Sanz.

Andrés Sorel


UE Inés quien me habló de las ruinas de Petra, la antigua capital nabatea, la ciudad excavada en la roca y escondida entre montañas, la de los templos esculpidos de hermosas doncellas aladas y corceles árabes. Yfue ella también quien me decía -de la nostalgia de Dubrovnik, del laberinto de las estrechas calles de Edimburgo, de los contrastes de Sicilia. Cómo olvidarla, si, pese a su impostura,a ella le debo el descubdmiento de algunos de los paisajes en los que habrían de transcurrir los días de mi vida. Durante unos pocos meses ocupé con mínimo entusiasmo aquel trabajo primerizo de oficinista sin porvenir, cuya única virtud habría de ser la de afianzarme en la sospecha de una existencia distinta a la pequeña satisfacción de contar por trienios, como Inés, a la que no le delataba el menor indicio de abulia, los años en la gestoría. Era Inés,a qué dudarlo, del tipo de personas que desempeñan durante años y años, durante una vida entera, un oficio invariable, sin llegar a ser su víctima. Aunque de caracter extravertido, la reserva se apoderaba de ella cuando las palabras tendían alo particular, pese alocual las conversaciones mantenidas desde los primeros momentos entretejieron una sensación de progresiva cercanía que tan sólo llegó a afectar a Elena, una mucllacha desnvuelta incorporada unas semanas antes que yo. Mi llegada activó la simpatía entre las tres, y pronto quisieron dar alivio a mi extravío de solitaria en ciudad desconocida. Una tarde, al término del trabajo, Elena y yo aceptamos la invitación de Inés para tomar un té en su casa, una buhardilla luminosa y grande que ella empequeñecía compar tiéndola con un sinfín de libros sobre ciudades remotas, músicas lejanas y una variedad incalculable de fetiches asombrosos. Nunca hasta entonces había visto yo tantos volúmenes reunidos como los que allí obstruían las repisas de las estanterías y daban protección a las máscaras, los amuletos o las maderas talladas que no ornaban las paredes de la vivienda. Durante horas nos relató rutas de ensueño hacia lugares insospechados y nos refirió toda suerte de peligros acechantes en cualquiera de las encrucijadas de ese mundo que yo empecé a teñir con la tibieza de una envidia avivada a cada instante por la nostalgia ajena. Ante un público compuesto por dos espectadoras entregadas, Inés habló con soltura de países que no parecían estar en los mapas, de tan desconocidos entonces para mí,

f


que me embriagaba con la sonoridad de tantos dulces topónimos, augurios de las más anhelantes dichas en aquella tarde otoñal en que bebimos por nuestro futuro una infusión oscura, mientras llenaba la sala la cadencia sinuosa de una melodía titulada, no lo he olvidado, sin un recuerdo, una composición musical que yo traduje para mí, sin más apoyo que el de unas titubeantes palabras extranjeras, pero sugeridora ya de un mundo tan opuesto a la vida que había empezado a construir sobre el reverso de aquella oficina inhóspita. A la salida de la gestoría, la proximidad de nuestros domicilios favorecía el que Elena y yo regresásemos juntas hablando de menudencias laborales o intranscendentes proyectos para el fin de semana. La figura viajera de una Inés que no terminaba de avenirse con la conformidad de aquel trabajo se entrometía a menudo en nuestra conversación sin que alcanzásemos certeza alguna,.aunque las dos concluimos que sus recuerdos debían preservarse, a la vista de sus comportamientos, de los desazonadores comentarios de los demás compañeros, valorados y sólo po hacer más llevadera la labor de dar trámite a un inacabable filón de documentos contables. Fueron aquellos, no obstante, meses en los que el descubrimiento de tantos lugares inverosímiles no pudo contener la llegada de la rutina y la insatisfacción. Pero mi destino me reservaba caminos opuestos a los de Inés, algo que supe una mañana en que mi amiga se vio retenida en la cama por el creciente malestar de una enfermedad que la haría prisionera de mareos súbitos y dolorosos, idénticos alos que meses antes, en otro acceso, habían remitido sin ir acompañados de explicación médica alguna, y que sólo mucho después, en el encuentro azaroso con uno de aquellos compañeros de oficina cuyos

nombres han terminado por emborronarse por completo, supe que se reprodujeron tiempo después en su cuerpo con una intensidad que la postraría en un desvalimiento indigno del que sólo podría rescatarle la muerte. Aquella mañana en que determiné la búsqueda inapelable de una vida distinta en una ciudad nueva, Elena atendió una llamada perentoria de Inés encareciéndole la adquisición de unos medicamentos agotados durante sus días de convalecencia. Por entre los papeles de su escritorio, le dijo, debía rebuscar una receta firmada por su médico en previsión de nuevos achaques. Inés era aficionada a guardar recortes de prensa, pero su cajón no sólo tenía páginas mutiladas de periódicos, sino que objetos de otro tipo también competían por ocupar el mayor espacio posible. Tardó Elena, contra su voluntad, en dar con el portafolios que buscaba, y únicamente cuando, a solas, me dio cuenta de su hallazgo advertí de una forma cegadora la pérfida inocencia de nuestra amiga. -Mira, el pasaporte de Inés. En el interior de la carpeta, la receta se plegaba para recoger una cuartilla doblada en dos, que Elena me ofrecía ante mi extrañeza y en la que el médico se extendía en consideraciones respecto a un tratamiento que no pronosticaba corto, y que debía ayudar a Inés a sobreponerse a una fobia insuperada a viajar. En poco tiempo, y no siempre en la misma ciudad, desempeñé un buen número de oficios dispares. Con no mucho dinero ahorrado, comencé aviajar por algunos países ya aprender sus idiomas, y, poco después y por casualidad, empecé a trabajar como guía turística. Pero en todos estos años no me ha sido fácil despojarme del recuerdo sombrío de Inés, que retorna siempre que, como ahora, me dispongo a abrir un libro que contiene las vivencias de un viajero .


L era su convecino más ilustre, y yo iba descubriendo un laberinto de callejue-

E

las estrechas y malolientes por las orientaciones sucesivas de esos hombres y . mujeres que, guiados por el secreto placer de la cercanía y el conocimiento antiguo, me indicaban el mejor camino por el que llegar al taller de Eugenio Aramburu. Las últimas indicaciones me pusieron al pie de un empinado terraplén de tierra en cuya cúspide se alzaba un destartalado caserón de muros sucios y cristales rotos al que ningún letrero identificaba con la dirección escrita al dorso del catálogo de una exposición clau surada. Cinco días, me diría nada más esbozar una sonrisa de salutación. A la talla encargada le faltaban cinco días. No es que no estuviera terminada, que sí lo estaba, pero requería de cinco días más de delicado retoque. Yo, que la conozco bien, me informó, sé que son cinco días los que le faltan. Para mí, que evaluaba con una sensibilidad agradecida aquella madera labrada, nada haría mejorar más la pieza, pero Eugenio me apartó con una pregunta del deleite contemplativo. - ¿Hay prisa? Porque si la hay, y bien sé que nunca sucedéde otra manera, pues entonces no digo más Ya puede imaginar cómo son los encargos: son ya trescientas piezas, que se dice pronto; todas ellas fotografiadas y documentadas- oY me extendió otra vez el cartapacio voluminoso abrazado con una cinta de seda, que yo ya conocía. Eugenio Aramburu no viajaba nunca sin ese amasijo de cartoncillos cuya aparatosidad me sedujo menos que el porte de aquel hombre, vestido con la elegancia de una moda caduca, con quien compartí la extraña intimidad procurada por los compartimentos de aquellos trenes que convertían el viaje en un prolongado encuentro de antesalas, proclive al intercambio de minucias domésticas, experiencias desalentadoras y proyectos atenazados por el deseo. Después de una mañana infructuosa, subí al tren persuadido de que la contemplación del paisaje iluminado por la serenidad de la luz de diciembre me haría distraerme de la


palabrería de una reunión estéril. Vagué sin ganas por el pasillo hasta decidirme por un vagón ocupado nada más que por un hombre mayor y una mujer de mediana edael, en cuya conversación me introdujeron a instancias de un comentario banal. Eugenio me diría después que, desde el principio, vio en mí la figura de un comercial distinguido o del responsable de alguna empresa solvente. Eugenio le contaba a la mujer cómo la gente creía que su afición por la talla de la madera provendría ele los primeros tiempos de la adolescencia, reflejo de un padre iniciado en esos saberes, algo que Eugenio desmentía con una pregunta que, aunque pronunciada para inquirir a su interlocutora, terminó dirigiéndome con la propuesta de unos ojos entornados hacia mí. -¿Me creerá si le digo que, cuando le hice partícipe ami mujer de la decisión que hacía meses que me rondaba por la cabeza, me preguntó que si estaba chalado?-. Yagravó la voz para imitar la de su ' mujer «Tú lo que quieres es deshacerte ele tu familia dejándola en la calle". Durante el poco tiempo que fui a la escuela, siempre se me dio bien el dibujo, dejaría caer en la conversación, mientras avivaba el interés por su persona, pero aquellos tiempos eran bien diferentes a estos otros. A los que nos tocó vivirlos no se nos olvida, pero hoy los jóvenes no quieren saber nada. Siempre ha pasado eso, le oímos decir mientras se abismaba en un monólogo del que apenas le recuperaba alguna de nuestras preguntas. Toqué tantos oficios que ya ni me acuerdo de muchos de ellos. Pero lo que no se olvidará nunca fue que a los 27 años entré a trabajar como representante de una empresa de bebidas. Cuatro años estuve viajando y recorriéndome todos los pueblos y ciudades de la meseta. Y luego ya me pasé la friolera de 24 visitando los mis-

mas pueblos pero ya con el trabajo, como quien dice, de toda la vida. Un amigo le avisó de la necesidad que tenía de un viajante una empresa fabricante de aparatos para bares y restaurantes. Permaneció en aquel trabajo 24 años, pero aquella mañana ya le óí proclamar su enemistad con aquella labor que, a su manera, su familia y su salud siempre le reprocharían. Hacía campañas de veinte o treinta días, nos dijo, mientras rehusábamos con agradecimiento el convite de una porción del bocadillo que asomaba embutido en una lámina fina del color de la plata, y, en las pausas de respeto que en el comer se establecen, se lanzaba a hablarnos de los duelos de su familia y de cómo su regreso adquiría la dimensión del reencuentro con un lejano pariente al que se le recuerda en las voces de los mayores. Pero ni los viajes, ni la soledad de los días, ni las distancias, eran lo peor, una condición que él reservaba para la más terrible lacra de su vida, los bares. - Todo el día metido en ellos: había que trabajar y solazarse, y nunca escaseaba una copa en la mano. Y después de una, otra; y después de un cliente, otro. Una tiranía, como se pueden sin dificultad imaginar ustedes. La salud terminó por dar señales de quebranto, yen pocos días determinó abandonar para siempre aquel trabajo, una decisión que en la empresa sus compañeros admitieron gustosamente como broma hasta el momento en que acudió a estampar con un garabato de rúbrica su conformidad con el finiquito. En la ruta le despedían hasta la visita siguiente con palabras que festejaban su embuste, pero hubo alguien que no dudó de la sinceridad de una decisión con la que concluía una estela de años salpicados de voces turbias que agriaron su carácter mientras


los chicos se convertían en jóvenes de gustos exigentes y su mujer y él aceptaban con la boca entrecerrada que los días se espesaban a su alrededor. -Una noche, recién llegado de madrugada y sin quitarme siquiera la gabardina, los reuní a todos y puse en su conocimiento lo que ya intuían. En el barrio se extrañaron de verle a menudo, y amigos y vecinos dudaban si preguntarle por los motivos de su prolongada permanencia, acostumbrados como habían estado durante tantos lustros a ver espaciada su figura por respetables lapsos de tiempo. Al cabo, comenzó a circular por corrillos y a media voz la especie de si no desvariaría, a sus años, con esas ínfulas de artista que creían advertir en sus andares o en su forma de consentir que el cabello le hiciese guedejas en torno al cuello. Mientras nosotros dos salíamos al pasillo para desentumecer unas piernas doloridas y bajábamos con esfuerzo la ventanilla por la que dejar que el humo emprendiese su escapatoria, Eugenio afirmó que toda aquella fantasía había sido fruto del azar. Un día, en el taller de un amigo vencido por el trabajo de muchos años, le dio por rebajar un pedazo de madera de cedro desaprovechado. No debió de coger muy mal la gubia, me comentaría, porque levantando lamirada de su tarea, el ebanista le dijo que si quería había encontrado otra profesión. -Entre viaje y viaje ya había hecho mis

primeros escarceos y respondido a los primeros encargos. Y así hasta hoy. Se impuso trabajar el dibujo, que había abandonado al mismo tiempo que la escuela, y fue perfeccionando el estilo. -Aquí en el álbum, se advierte bien que el trazo tosco de los inicios se ha ido depurando-, y pasaba, sin apenas dejar que mi vista se parase a comprobar sus observaciones, las hojas de fotografías con sus obras. Al tiempo que le prometía demorar una semana la recogida de la pieza que me había llevado hasta su taller, Eugenio no eludía el incurrir en el barrizal de la vanidad para a continuación extenderse en la respetada condición de sus clientes. Y aunque no era quejoso consigo mismo en el trasluz de la retrospección, sí mostraba su disconformidad con lo que él asemejaba a una espina no arrancada a tiempo y con pulso certero. - No me quejo de mi vida, no es eso, pero quién sabe a dónde podría haber llegado yo si hubiera descubierto antes esta maña mía. Seguro que habría viajado a multitud de países, que habría alcanzado la fama y, sobre todo, no habría vivido en esta ciu dad, demasiado pequeña ya para tanta andanza. Se lo vuelve a decir a sí mismo mientras yo observo la delicadeza de su talla e intento localizar el matiz afinado de cinco días.



MIRIAM SAYANS Avila, 1960. Estudios: Magisterio. Pedagogía terapéutica. Francés (Certificado de Aptitud en Escuela de idiomas). Inglés (de por libre). Profesión: Traductora (2 años). Freelance, "pretendo seguir en el futuro" . Actualmente, profesora de pedagogía terapéutica en un colegio de educación especial. Experiencia literaria: "He escrito constan· temente desde mi infancia, sobre todo poe· sía, pero también algunos cuentos. Del 91 a. 93 he estado en la Escuela de Letras de Madrid. Actualmente trabajo en un libro dE .poesía y escribo cuentos. No he publicado nunca".

URANTE mucho tiempo, he pertenecido a ese grupo de personas cuya creatividad explora aquí y allá sin llegar a sentirse suficientemente motiva. do para profundizar en una cosa u otra y recibiendo, por tanto, una satisfacción más que somera de sus múltiples y minusválidas manifestaciones artísticas. Me he acercado a la música, la pintura, la artesanía, alternándolas según mi estado anímico o el entorno en que me hallara. Sin embargo, dentro de ese eclecticismo (( remolón )), una actividad ha persistido, desde siempre, como una necesidad íntima: escribir, sobre todo poesía, pero también cuentos, principios de relatos, reflexiones ... escribirlo todo; para ser capaz de comprender, de seguir adelante; o sencillamiento, para expresar lo que no hubiera podido verbalizar de otro modo. Durante años, mi trabajo me llevó de pueblo en pueblo. Los 30 me empujaron a romper con todo y "huir" a Londres. Allí asistí, entre encantada y perpleja, al parto de una determinación inusitada en mi vida, que no han logrado, hasta el momento, vencer ni la oposición de ciertas personas, ni las críticas, ni los distanciamientos, ni los comentarios de extrañeza. Una vez en Madrid, consciente de mis carencias en el terreno literario, comencé a buscar los cauces que me permitieran acercarme a este ámbito, sin las servidumbres que exigen unos estudios académicos donde, forzosamente, debes transigir con materias que te interesan poco o nada para lograr entresacar los conocimientos ~ que para tí son valiosos. En la Escuela de Letras, primero, y posteriormente en el " Taller de Escritura, entre gente con una situación parecida a la mía, he dejado de sentirme intimidada por la decisión que tan poco apoyo había recibido en mi entorno ("todo está ya dicho", "a escribir no se aprende", "tú qué vas a contar?" ... ) He

D


aprendido a hacer cura de humildad respecto a mis escritos (muchos de ellos inteligibles tan sólo para mí misma); puedo analizar críticamente tanto mi obra como la de escritores reconocidos, y la de otros compañeros, enriqueciendo mi punto de vista con las opiniones de los demás. Sobre todo, soy capaz de reconocer claramente la diferencia que existe entre escribir y ser escritor. Aunque sé que la creación literaria es un hecho individual, me sentiría un tanto desorientada (como tantos otros de los que estamos en el comienzo del camino) sin el contacto con los escritores y compañeros que ahora me rodean. Es sabido que sólo los genios son capaces de crear en cualquier circunstancia, incluso en las situaciones más adversas, pero el resto de los mortales, normalmente, necesita de estímulos y parámetros de referencia para desarrollar cualquier aptitud. En caso contrario, aquella quedará soterrada en beneficio de otros aprendizajes con más fortuna social o educativa. Pienso que los talleres y escuelas de escritura han nacido, felizmente, para evitar que ésto ocurra.

El pequeño pueblo dorado en el tiempo, en sus gentes, en la historia que gotea imágenes de su cotidiana vida: mujeres enlutadas, guardias civiles sombríos, locos bebiendo agua en las solitarias fuentes de sus plazas... La soledad, la locura, el amor deseado y tan difíál de calmar. Y la muerte. La poesía de Miriam habla de temas de todos los tiempos, pues en todos los tiempos, desde los orígenes del ser humano, se hizo una poesía como la que Miriam, con habilidad, precisión, gusto, sentimiento, logro rítmico e imágenes cuidadas, construye. Andrés Sorel


DENOCHE Ascienden las arañas de esta hora furitiva tejiendo blandos tules contra la tejavana de fachadas heridas por soledades tercas. Al viento, suspendido, lo acunan las acacias, y una paz infinita besa calladamente el dintel de las puertas -que se miran aún cómplices- . Ya no hay guardias civiles (aquellas sombras recias que, entre los soportales, salían de la noche sobresaltando al miedo), ni locos que reciten a los muros impávidos sus trasnochados sueños. Hoy sólo está el silencio velando las aceras (de la calle dormida que no intuye mis pasos). Hoy camino despacio bebiéndome el silencio, la paz, las cicatrices de este pueblo:

~~~~~f¡m~~ I~) lm~)


EL TIEMPO Egoísta, el presente, ignoraba el futuro. Se miraba en sí mismo con celo adolescente. Bebía en el pasado ciñéndose, de olvidos, diademas en la frente. Se supo, un día, incierto: presente era futuro. (El pasado, desierto, yacía amortajado en el necio conjuro). Comprendió su vacío - sin raíces, sin ramasy llorón con el frío que sólo llora el alma. (El presente gemía, el futuro callaba. El pasado, lamía cicatrices tempranas).

DOMESTICA PRISION Sabanas de pañales encendidos Cristales machacados en tus sueños Desiertos de sábanas abiertas

y tu pecho, desierto. El tirano se hunde en los rincones devorando minutos de silencio. En la copa del díos que te subyuga si diluyen tu vida, tus anhelos. Ya muñones las manos de tus hijos. Ya fantasma el cristol de tu deseo. Entre el Orden Mortal de tu morada la Locura cultiva cardos negros .


a ti, cumplido artífice del más cruel suicidio? (Pues hay suicidios dulces: aquellos que liberan. El tuyo es tortuoso, atroz, ítan desmedido!)

SOMBRA DE TI No te recuerdo humano. Mi memoria - salvo aquella remota que quise imaginarmete exhibe como un pérfido castigo del destino. Violento con tu lengua de trapo, acibarada. Violento, iay!, y tan sólo, tan mísero, y mezquino. Intuía tu miedo, mas, ¿quién iba a ayudarte,

Dí, ¿qué culpas expías con morbo tan demente? ¿Crees que, acaso, redime este feroz martirio? Dí, ¿qué dios te conmina a ver en el espejo la piltrafa de sombras que hoy arrastras contigo?

YUGOSLAVIA. 1992 Con ojos lujuriosos la locura - sus fauces descarnadas de ogro hambrientoAcecha.

Olvida.

Totem falaz erguida contra el cielo un hombre - el hombre-.

El odio, enardecido se conmueve con el aire impregnado de olor a sangre fresca.

La tierra aguarda atenta. Dioses de plexiglás, lobos, y lobos, escrutan con furor las madrigueras.


DESAMARTE DE UN GOLPE

CAE LA TARDE

Desaprender tu nombre, tu risa, tus palabras:

La soledad se crispa a mis costado. Se retuerce con rabia se encabrita como una yegua nueva en primavera: la sangre conmovida.

Desdibujar el gesto que a mi mente alucina. Desprender de mi alma la desazón que mata. Desenredar el nudo, tan prieto, que asesina. Desamarte de un golpe. Así Sin perdonarte la indiferencia cruel que exhibes desplicente. Borrarte.

o inventarte. Tenerte.

o detenerte. Mi alma se diluye, Amor. Desconocerte .

Como una yegua presa, acorralada, con orejeras ciega, frente al muro monótono, cansino de su encierro, la soledad relincha a mis espaldas anegando en su grito mi silencio.


EVA VILLEGAS Madrid, 1970. Estudios: Periodista. Licenciada en Ciencias de la Información. Profesión: Periodista. Experiencia literaria: Relatos. Colaboración en revistas literarias de estudiantes.

Un Taller Literario

R

EALMENTE, las palabras son peligrosas. Porque son sólo palabras. Se han dicho muchas, me pregunto si eran sinceras. ¿Se puede estructurar, aprehender el arte? ¿Es posible un taller sobre literatura? El nombre es un error, la intención también, si la literatura no se convierte un día en un viento que espero respirar para sentirme viva.


- Una trama de venganza une el destino personal y familiar del protagonista de « El final de la guerra» con el propio destino y sentido de la tragedia de la guerra misma. El cuento de Eva Villegas está narrado con cuidado y contención y rodeado de una aureola de misterio y extraíieza por encima de su planteamiento realista. Muy bien medidos y determinados los personajes y los diálogos. En «El muro» hay un intento de relato simbólico acaso más logrado en las imágenes que en los resultados narrativos, pero interesante. Luis Mateo Díez


1. Billoln

f\DRE tendió al viento con cierto cuidado aquella camisa negra que sólo la habíamos visto puesta en el funeral de su hermano. Toda la oscura humedad de la tela temblaba ahora en los ojos de la madre. Supe entonces que padre·había muerto. No me quedé al entierro y escapé hacia el monte, con el pantalón desgarrado a la altura de la pemera y las últimas monedas del arcón de madre canturreando entre el calcetín y la bota. Madre. Me había parido con enormes sacrificios doce años antes. Nunca regresé a ella. Marché para matar a los que dispararon contra padre. Luego, mucho tiempo después, he comprendido que no sólo aniquila quien dispara un arma. También el que la fábrica, la vende, la cambia o simplemente, la desea. Así pues mi propósito

M


inicial se complicaba hasta el infinito. Las probabilidades -recordar los nombres, todas aquellas ciudades lejanas y desconocldas, investigar las razones y los desti no~ anónimos- aparecían ante mis ambiciones infantiles como un abanico desolador. Reduje, pues, el campo de acción. Habría que organizarse: Mataría solamente a un hombre, que seguro habitaba en algún recóndito paraje pero con quien sería necesario el encuentro. El hombre que, mientras yo me alejaba con la meta de alcanzar un día la ciudad, sin alientos, colmado de una voluntad desmesurada para mi tamaño, descansaría en su lecho al calor de un cuerpo de mujer. O tal vez, por el contrario, había recibido ya el aviso fugaz, certero de la culpa y amenazaba a huir de mi sombra, agrandada por aquel crepúsculo -el último- que vi proyectarse en los pinos de mi sierra natal. 11

- ,,¿Ustedes son ricos? iYo soy pobre, . pobre, pobre ... !" El tío Lucas salió de estampida de su escondite, en el pecho el aroma del atardecer. Oyó pasos y pensó que llegaban los nuestros. Le acertaron antes de escuchar su canto. Creyó que si gritaba con todas sus fuerzas aquella frase le respetarían la vida porque nadie pudo convencerle de que la lucha iba en serio, que no era cosa de pobres y ricos: La guerra lo había trastornado. Aunque estaba cansado de ella. Yo, mientras cerraba los ojos, agazapado en el bienteveo apenas en pie, escuché de lejos la primera detonación. Luego vino una lluvia de muerte. Pero no me encontraron. Eran los mismos que, dos semanas atrás, nos impidieron pasar al pueblo de tío, o

más bien, a lo que de él quedaba. Tio y yo distinguimos entre la polvoreda las . siluetas de varias hoces en sus manos, los puños apretados, amenazantes sobre sus calaveras al rape. Conocían, por lo visto, a tío y le tenían ganas: -"Si seguimos nos ganamos una buena soba -dij~. "Yeso, lo menos. Eso, si conservamos las orejas». No sé cuantos días pasamos ocultos en el bosque antes de quedarme solo. El único reloj allí lo marcaba el miedo. Tío. El hermano mayor de padre. Se dedicaba a la caza furtiva y vendía en las aldeas conejos, perdices, algún jabalí que cayera. Cuando me encontró en el monte tan perdido, a punto de congelarme, no lo dudó. Había heredado la memoria del abuelo: - «Tú eres el mayor de hermano, el del otro lado de la sierra. Tienes su mirada. ¿Qué puñeta haces por aquí, no hay tajo allá, para la familia?». A la. mañana siguiente le conté que . padre se había disfrazado de miliciano. Que subió al camión para llevar un com~nicado . Que uno del pueblO vecino le reconoció y que allí mismo -según algunos- le habían bajado a bofetada limpia. Que no supimos más, aunque se creía que le habían hecho el paseíllo. Que no pude esperar a que celebraran su entierro, pues no iba a soportar ver al cura párroco cargando su cuerpo. Que dejé a mi madre sin llorar, en el patio, muy quieta, como si aguardara todavía a su esposo. - «Has hecho mal". Sin embargo tío no me obligó a volver. En aquellos días la guerra se extendió como un monstruo tentacular e invisible. Huíamos de las milicias cruzando de noche los ríos, siempre hacia el este. Durante el día aprovec hamos para saquear corrale s y eras . Evitamos


encontrarnos con cualquiera porque nosotros no estábamos en ningún bando yeso no era bueno. Una mañana .tío rompió su habitual silencio: -«No podemos seguir así. En la próxima ciudad está la Fábrica de Armas. Allá preguntaremos qué ha pasado. Nos uniremos a ellos. A ver si alguien sabe quiénes fueron los de tu padre •. Esta tarde encontramos en una zanja varios revólveres y pistolas bien engrasados. Nos extrañó pero un poco más allá vimos los cadáveres de tres guardias. Tio me obligó a prometerle entonces que si a 'él le pasaba algo yo volvería a por las armas e iría a visitar al doctor de no sé dónde, pues nos Conocían y me eqcondenan hasta que la cosa se arreglase. Después, me dió unas perras para que trajera un cuartillo de vino de la dehesa cercana mientras él buscaba dónde pasar la noche entre los torreones de un puesto de vigilancia abandonado. Su voz amarilleó, entre los jaramagos, como un presentimiento: - «No tardes. Me cantan ya las costillas hoy de tanto trajín». Cuando volví a verlo de cerca tenía el tórax abierto. Tardé mucho en decidirme a salir del candelecho tras el que me protegí. Al fin lo hice y me tumbé boca arriba, en el suelo, para observar cómo caían las bombas. Tío también las miraba, desde el fondo del lago donde ahora descansaría. Así pasaron dos noches y cuando el cuerpo del hermano de padre empezó a hincharse y noté unas ganas atroces de aplacar mi estómago, fui por las pistolas. Cogí dQs, aparté a Lucas del camino y aunque sentía dejarlo allí, corrí en dirección contraria, hacia el pueblo. Dos hombres charlaban en la plazuela, a la puerta de un colmado:

o

o

-«A esos hay que cortarles el cuello. Tarde o temprano saldrán de las checas y entonces .. .• El que se ajustaba la faja me miró al llegar y se calló en seco. - «Vengo a cambiarle el a'rma por un plato de migas o de guisado. Usted verá·. Le mostré entonces la pistola, mientras el revólver sudaba impaciente en mi costado. Cuando hizo ademán de sacar el cuchillo oculto bajo el fajín, le solté: - «Si lo intenta le reviento con la que llevo en los calzones. Pruebe·. - «Cosme. -se volvió hacia el otro, afeado por un lobanillo en la frente«ve y dile al Sartenilla que traiga gazpacho y unas sardinas con sal. Vamos·. Dicen que la guerra acabó seis meses después. Aún a veces despierto con el hambre royéndome el alma. Aún clavo los ojos en las estrellas , temiendo que caigan al lado y me abrasen, transformadas en polvo de metralla. y aún ahora, cuando por fin recibo noticias de los míos y me cuentan que todo fue un terrible malentendido, que padre lleva siglos buscándome como loco para aclarar las cosas y pedirme que vuelva ... Ahora soy yo quien no puede explicarles nada. Porque, ¿cómo despierto al hombre que tiñó mi alfombra de rojo hace tan sólo unos días, a quien ya empecé a perseguir Guando era niño para apartarle del mundo? ¿Cuál de nosotros cruza al otro lado, toma su mano y le susurra -en un lenguaje imposible- que debe regresar porque ha de asistir al final de una guerra?



E

L clamor en las calles me despertó hace rato. Las voces se elevaron - tímidas- primero, rebotando en los límites herméticos, agrisados, de las casas para constituir después una tromba vital y desordenada, independiente de sus propios dueños. Los cuerpos habrán avanzado con dificultad, empujándose, cubriendo las aceras, aglomerándose en la plaza central, pero ya silenciosos. Porque el tono de sus gritos, sus gemidos, sus llantos y ovaciones se han detenido, incrustado entre las primeras nubes y las últimas azoteas. Yo, aquí sentado, continúo escuchando el raro coro que forman, en pugna por reencontrar una garganta que se atreva a repetirlos. No necesito salir fuera, ni siquiera subir la persiana o asomarme hacia la calle. Sé de sobra lo que está pasando. Todos estarán allí (incluso los muertos harán acto de presencia). Personas importantes o vulgares, los que no pasan hambre y los avari-' ciosos; el feliz, el 'huraño; los revolucionarios o los conformistas. Todos ... Los jóvenes, encaramándose - para saludar a las cámaras de televisión- por los recovecos del gran muro. Los más viejos, estrujando fotografías despintadas entre los amarillentos dedos; elevando su cuello más de lo posible sobre las múltiples cabezas, buscando en silencio un saludo familiar, entre tanto desconocido. Y también el in<:liferente y el enamorado, que - seguro- paseaban por la plaza y se vieron arrastrados por la masa humana hacia la puerta cerrada mucho tiempo atrás, y que no se atreven a confesar que no les importa lo que hay más allá. Durante años he soñado que vivía en una ciudad rota. Soñé que pasaba hambre, que perdía mi trabajo, que me separaban de una mujer en la que pienso, sin recordar qué me unía a ella... Después volvía a despertar en una habitación blanqueada; inmóvil, sin fuerzas, solo... Y entonces, el sueño retornaba: Nuestra ciudad - tampoco recuerdo su nombre- era abatida por una epidemia de vacío. Las cosas se .des-


dibujaban, y el mundo olvidaba nuestra pero no importa. Voy a sa~r a la calle existencia. Los periódicos mostraban también yo. Y esta vez, nadie intentará páginas en blanco y en la escuela solaimpedírmelo. Algo está pasando, y no mente se estudiaba una lección: el abe- pienso perdérmelo. iVuelven! Sí, son cedario, sin llegar a terminar las palaellos. Pero ya no vocean, sólo se oyen bras. En cada fábrica, salón, tienda, grandes carreras desesperadas, como hogar, cine, parque, se repetía un día si se batiese en retirada un ejército único e idéntico, en el que no pasaba mudo. nada. La historia no volvió a hablar de - iPerdóneme, agente! ¿Ya ha terminanosotros, y nosotros decidimos no do la fiesta? hacer nada para evitarlo. Al final de mi . -Vuelva a casa, viejo loco! Nunca debisueño me veía a mí mismo en unaantimos hacerles caso, nunca debimos abrir gua casa, donde solamente había un las puertas de ese muro ... libro : Un diccionario. Yo buscaba la No he obtenido más explicación del polipalabra ESPERANZA, sin poder encon- cía. ¿De qué hablará? La plaza aparece trarla. solitaria. iNo!, iAllí diviso a un joven, Estoy un poco triste porque a mí me han . escribiendo algo en la pared! Pero, iclaprohibido participar en la fiesta de hoy. ro!, ahora se puede ya cruzar al otro Deben celebrar algo grande en la plaza lado, desde aquí veo el paso horadado con puertas, aunque no quieren contar- en el muro .. . iHay que contárselo a me el qué. No escucho ruido en el pasi- todos! Tenemos una ciudad desierta por llo; voy a preguntar... conquistar, para nosotros solitos. iPOrEs la primera vez que no acuden a mi . que eso sí, no se ve absolutamente a llamada. Cuando lo hacen me duele, así I nadie al otro lado! Por no haber, no hay que casi me alegro. El suelo está frío, ni siquiera edificios, ni calles, ni coches ...



REPÚBLICA DE LAS LETRAS NÚMEROS PUBLICADOS 13. 14. 15. 1. 16. 17. 2. 18. 19.

2tl. 21. 22. J. 23. 24. 25. 4.

26. 27. 28. 29. 30. 31. 5. 32-33. 34. 35. 36. 37. 38-39. 40. 41. 42.

LOS ESCRITORES Y LA LEY DE PROPIEDAD INTELECTUAL. ESCRIBIR : VOCACiÓN Y PROFESiÓN. LOS ESCRITORES Y LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA. Extra. LA GUERRA CIVIL. CULTURA Y LITERATURA. LA EDICiÓN EN ESPAÑA. LA CRíTICA LITERARIA. Extra. LITERATURA FINLANDESA. ÚLTIMAS TENDENCIAS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA (1). ÚLTIMAS TENDENCIAS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA (2). LEY DE PROPIEDAD INTELECTUAL. PORTUGAL Y ESPAÑA: DOS SOCIEDADES, DOS TRANSICIONES, DOS LITERATURAS. LA SITUACiÓN DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS: LA NOVELA. EL CUENTO. Extra. LITERATURA NEERLANDESA. LA SITUACiÓN DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS: LA POEsíA. EL TEATRO. MEDIO SIGLO DE LITERATURA ESPAÑOLA (1). MEDIO SIGLO DE LITERATURA ESPAÑOLA (2). Extra. LITERATURA SUECA. 1492-1992: 500 AÑOS DE HISTORIA. TRADUCCiÓN Y CREACiÓN LITERARIA. PERESTROIKA Y LITERATURA. EL ESCRITOR: SU ESTATUTO SOCIAL YSU PAPEL EN EL DESARROLLO DE LA CULTURA. ESCRITORES Y TELEVISiÓN. LA AVENTURA DE ASOCIARSE. PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LA ACE. EXTRA. LA RUTA DEL NORTE. LITERATURA NORUEGA. EL 92: LITERATURAS DE ESPAÑA Y AMÉRICA. LOS TALLERES LITERARIOS. EL TEATRO SE ESCRIBE HOY (PRIMER CONGRESO DE LA ASOCIACiÓN DE AUTORES DE TEATRO). MAASTRICHT Y EUROPA: UN DEBATE PARA LA CULTURA Y LA LITERATURA. LOS TALLERES LITERARIOS 11. ESPECIAL. 50 AÑOS DE ADONAIS. LAS LETRAS Y LOS LIBROS ESPAÑOLES EN EL NUEVO MARCO EUROPEO. TALLER DE ESCRITURA A. C. E.: LA CREACION LITERARIA. JOVENES ESCRITORES. LA LITERATURA Y SU ENSEÑANZA.

REPUBLlCA DE LAS LETRAS. ACE. el SAGASTA, 28, 5.° Teléfono 446 70 47. Fax 4462961.28004 Madrid



DIRECTOR: ANDRÉS SOREL . CONSEJO DE REDACCiÓN: LUIS LANDERO LUIS MATEO DiEZ JosÉ MARiA MERINO JUAN MOLLÁ ISAAC MONTERO SANTOS SANZ VILLANUEVA

Sagasta 28, 5° - 28004 Madrid - Teléf. 446 70 47 Imprime: Gráficas Sánchez, S. L Larra 19 - 28004 Madrid Depósito Legal: M-8872-1980 LS. N. N. : 1133-2158


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.