Hellfire Kiss ~ VII. Potterhead

Page 1

Capítulo 7 Potterhead —Estás demente. La acusación de Andrealphus, para ser justos, bien pudo tener algo de sentido. De cierta manera, lo que la chica decía a manera de reproche era algo cierto: si realmente yo acababa de hacerle semejante proposición, bien podría estar loco. Un poco. La cosa era que acababa de encontrar una manera perfecta de ignorar las anteriores especificaciones del contrato. Era solamente una teoría, pero bien es dicho que la esperanza muere al último. Si realmente había encontrado una laguna legal, sabía quién de qué cosas podría aprovecharme. Mi primera idea era relativamente sencilla. Domingo al mediodía y ya había decidido interceptar a Andrea en algún lugar de la casa, a solas. Directamente iría al grano, haciéndole mi petición sin ningún preámbulo. Y ante mis bien fundamentados argumentos y la adorabilidad de mi rostro, el demonio no podría hacer más si no aceptar. O eso había pensado hasta el momento, al menos, hasta que Andrea reaccionó como si le hubiese pedido… no sé, sostener una bomba. A nadie le gustan las bombas. Y, aparentemente, a nadie le gusta enseñar magia. Porque eso era lo que había decidido pedirle a Andrea, buscando poner en práctica mi teoría, la cual había rondado mi cabeza durante casi toda la noche. Kyle Flynn, el patético humano, imploraba la divina iluminación de la oh poderosa súcubo Andrealphus. —Oh, venga… digo, no es la gran cosa —me defendí entonces, encogiéndome de hombros para intentar restarle importancia al asunto. —Es la gran cosa —corrigió la joven, haciendo un especial énfasis en la primera palabra—. Es magia. Poder de la mente sobre la materia y dominación de los elementos que componen al universo —Andrea bufó, levantándose levemente uno de sus mechones violetas y luego se cruzó de brazos, mostrando así con su actitud que en realidad no estaba dispuesta a ceder.


Tenía un punto. Sí, sí, lo tenía. Tenía un buen punto, pero eso no significaba que iba a darme por vencido. —¿Estás insinuando que no podría lograrlo? —cuestioné, ligeramente desafiante, exhibiendo una media sonrisa. Como para imitar sus manierismos, me permití cruzarme de brazos y recargar mi peso hacia atrás, doblando ligeramente las rodillas. La respuesta vino más rápido de lo que cualquiera esperaría: —Sí. Aquella tan ferviente afirmación me tomó por sorpresa y de alguna manera significó una pequeña espina en mi orgullo. —Me subestimas —repliqué, frunciendo el ceño y volviendo a una expresión un tanto más seria. —No, no lo hago —respondió la joven—. La magia no es algo que un humano pueda simplemente obtener. “Qué comentario más ofensivo”, pensé. Era semejante a cuando un humano se refería a un animal con aquel usual tono de lástima y despecho, como apiadándose de su incapacidad de compararse con la raza superior. Inmediatamente le demandé que extendiera su declaración: —Explícate. Y así lo hizo. —El dominio de la mente sobre la materia es una habilidad altamente específica. No es algo que pertenezca a tu mundo inferior —aquellas palabras podían sonar duras, casi como un insulto a nuestra raza, pero Andrea las había pronunciado con un tono tan suave y consolador que parecía apiadarse de nuestra gente. Aquello me calmó. —¿Entonces… no puedo aprender magia? —inquirí, haciendo una mueca.


—Ya te lo dije, un humano no puede aprender semejantes secretos. Su raza no está preparada para ello. Por eso no tienen contacto con el Inframundo y el Edén, al menos en vida. Volví a apretar los labios, claramente molesto. A Andrea no le pasó inadvertido, pero decidió no agregar nada nuevo; sencillamente dejó salir un bufido de fastidio. No estaba dispuesta a explicar nada más. De tal manera que yo, tan empático y compresivo como soy, no insistí en absoluto: —¿Puedo pedir un par de deseos, al menos? —cuestioné tras unos breves instantes de incómodo silencio. Andrealphus, cruzada de brazos como se hallaba, alzó una ceja, inquisitiva mas poco sorprendida, para luego exhibir una media sonrisa. —¿Un par? —repitió— Bueno, mientras estés dispuesto a acabar con los que te quedan, de acuerdo. Sólo asegúrate de aprovecharlos. ¿Estaban sus purpúreos ojos brillando? Aquello era entusiasmo, sin duda. ¿Podría ser, acaso, que el pedir mis otros dos deseos simbolizara una especie de liberación para el demonio? Al expresarlos y verlos concedidos, ¿estaría sellando inevitablemente mi destino: la entrega de mi alma? ¿Entonces qué pasaría… si jamás pedía esos deseos? —¿Puedo desear más deseos? —pregunté. Y tal y como me lo suponía, la chica inmediatamente negó con la cabeza. —No —dijo simplemente, tan precisa como tajante. —¿Y más contratos? —No. —¿Y si deseo que me cuentes alguna manera de saltarme el contrato? Una vez más, Andrea soltó un bufido de fastidio: —Ugh, si yo tuviese un deseo… —masculló entre dientes.


Aquello me hizo soltar unas leves carcajadas. Y después de mostrar aquella expresión de diversión, Andrea respondió con la sombra de una sonrisa. —Sólo deja de buscar irregularidades —declaró entonces, un poco más tranquila. Disculpándose con la expresión de su rostro y con una gentil caricia en mi brazo, hizo ademán de finalmente darse la vuelta. —No prometo nada —dije mientras sonreía, aunque sin realmente tener muchos ánimos para ese momento. Aunque pretendía mostrarme perfectamente normal ante Andrea, la verdad era que internamente me sentía completamente derrotado. ¡Había tenido tanto entusiasmo, sencillamente no era justo! Ciertamente me había hecho ilusiones con aquel nuevo deseo; de cualquier manera todavía me quedaban dos, ¿no? Bien podía pedir otro sin arriesgarme a sellar mi destino gastándome los tres (si es que realmente hacerlo era una diferencia). Así, resignado y algo fastidiado, no pude hacer nada más sino alejarme de nuevo a la cocina.

—¡E-espera! ¡Kyle! Cuando Andrea me llamó desde el otro lado de la sala, tuve que parar con un pie en el aire, a medio paso de subir otro escalón hacia la segunda planta. Precavido, intenté dar la media vuelta en mi sitio, con cuidado de no perder el equilibrio a mitad de las escaleras y caer inevitablemente al suelo con mi plato a rebosar de pizza fría. —¿Sí…? —pregunté con no poco esfuerzo: después de todo, llevaba un valioso trozo de pan salado entre mis dientes incisivos, el cual no podía permitirme perder ante las fuerzas gravitatorias. Con aparente nerviosismo, la chica cruzó la habitación hasta acercarse a mí, decidiendo permanecer al pie de las escaleras. Me sostuvo la mirada durante unos instantes, como dudando de las palabras que quería pronunciar. Y para mi sorpresa, se balanceaba


sobre la punta de sus pies; un gesto tan femenino e infantil que simplemente nunca había contemplado en ella. Expectante, alcé una ceja. —¿Por qué? —cuestionó finalmente, después de poner orden a sus pensamientos. Y cuando mostré incomprensión se vio obligada a añadir—: ¿Por qué quieres aprender magia? Medité durante unos segundos mi respuesta. Segundos que aproveché para darle un mordisco a la pizza y disfrutarlo en silencio, devolviendo al plato la porción que había estado balanceando precariamente en mi boca —Porque es interesante —respondí, encogiéndome de hombros. No quise parecer muy afectado por ello—. Y útil. Y probablemente divertido. —Oh…—se le escapó a Andrea. Su mirada cayó al suelo— ¿Es sólo eso? —quiso confirmar. —Bueno, sí —contesté después de terminarme un poco más de mi comida—. ¿Para qué más? Andrea permaneció callada; aunque por la manera en la que torció la boca y movió impacientemente el pie, era evidente que quería decir más. —No puedes pedirme que te enseñe magia —añadió finalmente—, sólo porque es divertido. —Considéralo un capricho, nada más —respondí casi al instante. Después de ello dibujé una sonrisa a manera de disculpa e hice amago de continuar mi camino. No obstante, Andrea me interrumpió de nuevo, pese a que no tenía la intención de hacerlo: —No sé si estoy para cumplirte caprichos, Kyle… Un súbito arrebato de entendimiento me obligó a detenerme por segunda vez. Levemente sorprendido, volví a mirar a la joven al girar mi cabeza en su dirección. Tuve la urgencia de pedirle que repitiese sus palabras, aunque sabía que no había posibilidad de haberla escuchado mal.


Y, de cualquier manera, la idea ya había llegado a mi mente. Así que, impulsivo como era, la dije como salió: —¡Eso dijiste ayer! Andrea parpadeó varias veces, como batallando para procesar lo que acababa de decirle. Ante su incomprensión, alcé las cejas y sonreí divertido, si bien en mi sonrisa se atisbaba también una pizca de maldad. —Bueno, no, no realmente. De hecho, dijiste todo lo contrario —expliqué, señalándola acusadoramente con mi dedo índice—. Dijiste que podías comenzar a cumplir algunos caprichos, como mi esposa que eras. El súcubo abrió los ojos como platos, para luego dejar caer levemente la mandíbula a causa de la sorpresa. Apartó la mirada y se mordió el labio unos segundos después, demostrando su nerviosismo. La había acorralado… ¡Lo había hecho! —¡Haha! —reí triunfante, tan alegre que estuve a punto de dejar caer mi atesorado plato de pizza fría—. ¡Tienes que hacerlo! ¡Entra en el contrato! —expliqué, sintiendo la repentina urgencia de comenzar a bailar (evidentemente, no lo hice. Llevaba pizza en mis manos). Y cómo no experimentar aquello, pues era imposible no sentirme tan extático cuando finalmente había encontrado que tanto había buscado. ¡Y más pronto de lo previsto! —. ¡Porque es un capricho, un regalo, un favor y no un deseo! ¡Y debes cumplirme caprichos porque eso es lo que hacen los novios! El universo se tornó estático en ese instante; todo lo que nos rodeaba quedó congelado, en perfecto silencio. O por lo menos fue aquella impresión que me dio el ambiente mientras sentía mis últimas palabras resonar en mi cabeza: dolorosos ecos a manera de penitencia. “Eso es lo que hacen los novios”. Oh, lo había vuelto a hacer. Desafortunadamente, aquella expresión no pasó desapercibida para Andrealphus como lo había hecho el día anterior, quien presentó el mismo rostro que tendría quien ha


visto un fantasma (y sabiendo que trabajaba con almas cotidianamente, aquello era todavía más preocupante). Me aventuré a intentar corregirme, pensando que tal vez pudiese enmendar lo sentenciado de alguna manera. —Quise decir… Pero para mi sorpresa Andrealphus sonrió. Su gesto de asombro cambió a uno sereno y consolador, y luego… a una sonrisa. —No me incomoda —apuntó—. Es un paso antes del matrimonio, ¿no? Tragué saliva, nervioso. Aquella situación se estaba desenvolviendo de una manera inesperada… y alarmante. —Pero yo… —Es parte del contrato, ¿no es así? Vacilante y tembloroso, asentí con la cabeza, aunque no con poco esfuerzo. —Entonces, como tu novia… supongo que podía cumplir un capricho o dos —expresó resignada, aunque sin borrar la sombra de sonrisa que se le había dibujado en el rostro. Sin darme más explicaciones, Andrea se llevó una mano a la otra. Por unos instantes no entendí lo que estaba haciendo, frotándose los dedos de la izquierda con la mano contraria. Pero entonces comprendí cuando, de un tirón, apartó la diestra de su hermana. Se había estado quitando un anillo y ahora, sin decir nada, me lo ofrecía directamente. Extendí la palma de mi mano libre y, con delicadeza, Andrea posó el accesorio sobre ella. Era bastante sencillito, en realidad, aunque eso sólo podía simbolizar que tenía un gran valor: el metal plateado que componía el delgado, muy delgado anillo era tan pulcro que parecía ser incluso blanco. Una sola joya, pequeña, se hallaba fija a la banda y brillaba con intensidad. Oh, sorpresa… una amatista de color violeta.


—Un regalo de mi parte —aclaró Andrea para luego añadir juguetona—: Lo que significa que más tarde debes regalarme algo a mí también. Te daré unos días para pensarlo. Con movimientos curiosamente danzarines, que jamás había imaginado en ella, la chica giró sobre la punta de sus pies y se alejó de las escaleras por la dirección en la que había venido. —¡No, espera! ¿Qué se supone que haga con él? ¡Es un anillo de niña! —expresé en voz alta, esperando que Andrea me respondiese. La chica asomó la cabeza por el pasillo por el cual había desaparecido y luego explicó: —¿Querías magia? Allí tienes la magia. Te permitirá expulsar leves disparos de energía; así que, aunque ahora luce como “de niña” —sonriente, ilustró las comillas con sus dedos—, te recomiendo que lo uses. Y en cuanto terminó de decir aquello, Andrea volvió a perderse de mi vista en cuanto la pared se interpuso entre los dos. Desde lejos, sin embargo, añadió algo que parecía habérsele olvidado: —¡Sólo recuerda que se alimenta de mi energía y yo necesito alimentarme de…! Se detuvo para dar efecto a sus palabras. Y desgraciadamente, lo logró.

Durante el resto de mi ascenso por las escaleras, no pude apartar la mirada del tan poco ostentoso anillo que Andrea había decidido obsequiarme, mientras balanceaba peligrosamente el trozo de pizza entre mis dientes. Y no podía parar de preguntarme mientras caminaba hacia mi habitación… ¿estaba el demonio hablando en serio? ¿Podía ese pequeño anillo otorgarme el regalo de la magia? ¿Cómo iba ponérmelo, si Andrea tenía unas manos tan finas y delgadas? Consideré incluso si sería suficiente con el simple hecho de llevarlo en el bolsillo o tal vez colgado al cuello. “¡Mr. Frodo, Mr. Frodo!”.


Sacudí la cabeza para apartar cualquier descabellado pensamiento y al llegar a mi cuarto, inmediatamente me derrumbé en la cama; maldije cuando provoqué una lluvia de migajas de pan sobre las sábanas, pero terminé por no darle mucha importancia tras unas cuantas sacudidas. Entonces abandoné mi comida y me dediqué en observar el anillo al sostenerlo sobre mi rostro. Curioso y meditativo, hice ademán de ponérmelo. Sorprendentemente, mi dedo entró sin mayor complicación, como si la banda hubiese sido moldeada justo a su forma. Se deslizó de una manera tan natural y perfecta, que de hecho no parecía natural y perfecta. Y cuando miré el anillo con curiosidad e incomprensión, descubrí que había cambiado. El delgado círculo plateado se había convertido en una gruesa banda de color negro brillante que rodeaba mi dedo de una manera más tosca y cuadrada, con unos bordes bien definidos en lugar de formar una curva limpia. La amatista ahora era tan grande como el anillo mismo y tenía un color más profundo y oscuro, además de también haber cambiado su forma a una más poligonal. Era más grande, más oscuro y más tosco. En pocas palabras, se había convertido en un anillo para hombre. Si aquello no era magia, entonces no sabría decir qué. —Esto es… increíble —murmuré sin pensarlo, mirando con admiración el accesorio. Si se ajustaba a mi mano con tanta facilidad, ¿Por qué no habría de creerle a Andrea cuando insistía en que ese anillo me otorgaría magia? ¿Debía… intentarlo? Me preguntaba en silencio cómo funcionaba, a la par que miraba mi mano recortada contra el techo de mi habitación. Cuestionaba con escepticismo el correcto funcionamiento: ¿cómo podía un simple anillo manipular el mundo a mi alrededor? ¿De dónde sacaba la energía para hacerlo? ¿Cómo debía expresar mis órdenes? ¿O podría entender mis deseos por sí mismos?


—Win… —tragué saliva, arrepintiéndome por un instante sobre lo que estaba a punto de decir; y no obstante, cuando recordé que estaba solo en mi habitación, decidí hacerlo de cualquier manera—: Wingardium… le… viosa….. Fue ridículo. Evidentemente, no ocurrió absolutamente nada. Había apuntado a algo que consideraba pequeño, una taza vacía que había abandonado en el escritorio, y había intentado hacerla levitar. No sentí ninguna respuesta en ningún momento y sólo me quedé con la mano extendida al frente sin saber realmente qué pretendía lograr con ello. —Idiota —me reproché. Y no tenía ganas de seguir sintiéndome ingenuo. Después de todo, Andrea había llamado a los humanos “inferiores”. ¿Y se lo iba a probar al pedirle ayuda? ¡Ni de chiste! Es más: ni siquiera podía estar seguro que la chica me había dicho la verdad al regalarme ese anillo. Bien podría ser una broma o una prueba para restregarme en la cara que era incapaz de usar ese poder, así como un estúpido animal no podría usar una licuadora. Y había sido tan linda… Antes de que me diera cuenta, había tomado mi abrigo y había salido de mi habitación hecho una furia.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.