La "Grancia Grande" 150 años después

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LA “GRACIA GRANDE” 150 AÑOS DESPUÉS LA EXPERIENCIA “EUCARÍSTICA” DE SAN ANTONIO MARÍA CLARET

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES, CMF Ya desde niño me sentí fascinado por la imagen de san Antonio María Claret “sagrario viviente”. Pasados muchos años y coincidiendo con el 150 aniversario de aquella gracia, he sentido la necesidad interior de reflexionar sobre aquello que me fascinó. Lo hago con la experiencia que puedo tener como profesor de teología durante los cuarenta últimos años. Nunca he dudado de la veracidad de la confidencia de nuestro Padre Fundador sobre la permanencia sacramental de Jesucristo en él de una comunión a otra en la última etapa de su vida. Debo confesar que valoro mucho los estudios que se han realizado en la Congregación para explicar el fenómeno y descubrir su trascendencia; no obstante, a 150 años de esta “gracia grande” necesitamos volver sobre la herencia recibida y reinterpretarla en un nuevo contexto.

I. EL TESTIMONIO DE CLARET SOBRE LA “GRACIA GRANDE” 1. LAS VERSIONES DEL HECHO Y SU CONTENIDO FUNDAMENTAL Parto del supuesto de que el testimonio de Antonio María Claret sobre la gracia grande merece ser creído1, aunque se sirviera para ello de categorías teológicas propias de aquel tiempo que hoy nos resultan un tanto obsoletas : “En el día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario, en La Granja, a las 7 de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho” (Aut 694)

El hecho así transmitido aparece, ante todo, como una gracia muy especial (reserva milagrosa 2 del Santísimo en su pecho) que Claret experimenta en un contexto de oración y a la cual responde con una intensa y permanente oración3. Él lo interpretó como gracia de la “conservación de las especies sacramentales” y por otra parte la localiza “en su pecho” y la temporaliza en un genérico “día y noche”. En

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Hablo de “reserva” y no de “permanencia” sin más como F. Juberías, porque el relato pone el acento en el “de una comunión a otra”; la comunión es la culminación de la celebración eucarística; por eso, debería decirse más correctamente “de una celebración eucarística a otra”. Por eso, prefiero hablar de “reserva” eucarística; no se trata de una permanencia de la celebración –que ha concluido-­‐, sino de la reserva eucarística. 3 “Hallándome en oración… el Señor me concedió la gracia grande… por lo mismo, yo siempre debo estar muy recogido y devoto interiormente; y además debo orar”.


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ese contexto, Claret sintió como referidas a sí mismo las palabras de san Pablo: “Glorificate et portate Deum in corpore vestro” (1 Cor 6,20)4. Unos meses después, Claret intentó borrar lo que había escrito al respecto en la Autobiografía, pero tanto María como Jesús le ratificaron la verdad de la gracia concedida. Claret lo comunica en los siguientes términos: “En el día 16 de mayo de 1862, a las 4 1/4, estando en oración, [se] me ocurrió lo que en el día anterior había copiado aquí respecto del Santísimo Sacramento del día 26 de agosto del año pasado. Yo ayer pensaba borrarlo, y hoy también; [pero] la Santísima Virgen me ha dicho que no lo borrase; y después en la Misa me ha dicho Jesucristo que me había concedido esta gracia de permanecer en mi interior sacramentalmente” (Aut, 700). En este texto la referencia es más genérica: “permanecer sacramentalmente”, y no ya “en su pecho”, sino más genéricamente “en el interior”5. Y el hecho de que se le pida a Claret que no borre de su Autobiografía este acontecimiento, demuestra la importancia que se le atribuye a quienes acogerán la Autobiografía cmoo herencia carismática6. De la concesión de la gracia dedujo Claret algunas conclusiones para su vida y misión, expresadas muy sintéticamente en el siguiente texto de la Autobiografía: “Por lo mismo yo siempre debo estar muy recogido y devoto interiormente; y además debo orar… hacer frente a todos los males de España, como así me lo ha dicho el Señor” (Aut 694). Al día siguiente el Señor le revela de qué males se trata: el protestantismo o la descatolización, la república y el comunismo7. Y los medios que se le proponen para 4

El texto completo dice: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros, y que lo tenéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis a vosotros mismos? Porque habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo.” (1 Cor 6, 19-­‐20). 5 Claret mismo nos expone que se le apareció la Virgen y le dijo: “Antonio, nada borres; lo que te dijo mi Hijo te lo digo yo. Conservarás las especies sacramentales de una comunión a otra hasta la muerte”. En la Autobiografía Claret atribuye a Jesucristo la ratificación de esta gracia con una terminología más genérica: “esta gracia de permanecer en su interior sacramentalmente” (Aut 700). En esta formulación de la Autobiografía Claret no alude a las “especies sacramentales”; habla, en cambio, de una permanencia “sacramental” y no localizada en “el pecho”, sino “en mi interior”. Claret hace referencia al “pecho” cuando evoca su primera comunión: “A los diez años me dejaron comulgar. Yo no puedo explicar lo que por mí pasó en aquel día que tuve la imponderable dicha de recibir por primera vez en mi pecho a mi buen Jesús” (Autobiografía, 38). 6 Francisco Juberías defiende la opinión de que esta gracia podríamos denominarla gracia de “capitalidad”, concedida a Claret en cuanto cabeza de quienes recibimos su herencia carismática: “Si se hubiera tratado de una gracia para él solo, poco hubiera importado que trascendiera o no, una vez logrados sus efectos de santificación. Pero este desconocimiento para nosotros, los hijos e hijas de san Antonio María Claret, hubiera supuesto, sin duda, una pérdida bien sensible, cuando en ella es donde se descubren más destacados y en el más alto grado de maduración los rasgos esenciales de nuestro carisma y de nuestra espiritualidad”, F. Juberías, La permanencia eucarística, Granada 1975, p. 49.52. 83-­‐89 (aquí analiza F. Juberías la repercusión de esta gracia en el documento CMF sobre el “Patrimonio Espiritual” del Capítulo General de renovación 1968). 7 “El día 27 de agosto de 1861, en la misma Iglesia, durante la bendición del Santísimo Sacramento que di después de la Misa, el Señor me hizo reconocer los tres grandes males que amenazaban a España y son: el protestantismo, mejor, la descatolización, la república y el comunismo” (Aut 695). Claret muestra aquí su sensibilidad apocalíptica; de hecho le comunicó confidencialmente a D. Carmelo Sala que: «El Señor está irritado contra España; me ha dicho que vendrá una gran


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atajar esos males son aparentemente ingenuos: tres devociones, el Trisagio, la devoción eucarística y el Rosario8. El remedio es el “apostolado de la oración”, de la “intercesión profética” ante Dios que es el único que los puede solucionar9. Claret le pide también a Madre Antonia Paris y sus monjas 10 y al P. José Xifré y a sus misioneros que se enfrenten a estos males11. En el fondo, Claret es consciente de la necesidad de concederle a Dios Trinidad – Trisagio-­‐, a la Eucaristía – devoción eucarística-­‐, y a María –el Rosario-­‐ el protagonismo principal en la Misión. Es lo que hoy denominamos el primado de la “missio Dei” y la comprensión de nuestra misión en estrecha comunión y humilde colaboración con el Espíritu de Dios. Por otra parte, los tres males que Claret detectó en su tiempo y circunstancia, adquieren hoy otras características que tienen mucho que ver con los atentados contra la justicia, la paz, y la ecología. Por otro lado, Antonio María Claret junto con Madre Antonia París fueron muy sensibles a los males de la Iglesia y, por eso, tenían sueños y planes de reforma eclesial., que comenzarían por la asunción de un estilo de vida auténticamente apostólico. Por lo dicho anteriormente, se verifica en Claret una cierta evolución en su modo de transmitir la gracia grande: desde hablar de “la conservación de las especies sacramentales… en el pecho” al más genérico “permanecer en mi interior

revolución sobre ella, la reina perderá su trono, será proclamada la república, el protestantismo se introducirá en España y habrá también excesos de comunismo» PIT, ses. 8. 8 Para atajar estos tres males me dio a conocer que se habían de aplicar tres devociones: el Trisagio, el Santísimo Sacramento y el Rosario” (Aut 695-­‐696). 9 Cf. Ángel Garachana – Pablo Largo Domínguez, La Eucaristía fuente de espiritualidad para el sacerdote claretiano, en Aa.Vv., El ministerio de la Eucaristía y la Espiritualidad Claretiana, IV Semana Sacerdotal Claretiana, Vich 1993, Publicaciones Claretianas 1998, p. 95. 10 Tras la concesión de esta gracia de la conservación de las especies sacramentales, Claret escribió a Madre París: “Actualmente están amenazando tres grandes calamidades a España: el comunismo, el protestantismo y la república. Dios nuestro Señor me ha dado a conocer de una manera muy clara la necesidad que tenemos de orar y promover la devoción del Trisagio, del Santísimo Sacramento , visitándolo y recibiéndolo con frecuencia, y la del Santísimo Rosario. Hágalo usted y las demás monjas; dígalo al señor obispo Caixal y si gusta envíele esta misma carta” (EAE, p. 689: carta del 27 de agosto de 1861). Pero no hemos de olvidar que Madre María Antonia París fue previamente agraciada con esta gracia. Así lo describe ella: “Empezando por el día de mi profesión (27 agosto de 1855)… me llamó su Divina Majestad tres veces esposa mía con grandísimo cariño, dándome a entender que me amaba mucho el Eterno Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Y me dijo nuestro Señor: Hija mía, de aquí en adelante quiero estar sentado en medio de tu corazón como en mi propio trono. Y me pagó con tanta gracia el haber esperado por tantos años este sagrado desposorio que quiso su Majestad celebrarlo por ocho días seguidos conservando las especies sacramentales de una comunión para otra, gracia que me tenía el alma como fuera de mí y parecía que tenía su asiento o morada en el centro del Corazón Sagrado de mi Dios y Señor. Digo en el centro del Corazón de mi Dios, porque no me parecía que estaba Dios en mi corazón sino que vi cómo toda yo en cuerpo y alma estaba metida dentro del Sagrado Corazón de mi Dios y Señor” RC, 9. También a María Antonia Paris le fue concedida una especialísima sensibilidad ante los males de la Iglesia 11 “Amigo, conviene no dormirse; el mal se dirige a su término a pasos agigantados. La justicia de Dios está muy irritada y no hay otro medio que la morigeración de las costumbres para detenerla, y esto es obra de la gracia de Dios, que se vale, como de instrumento, de las santas Misiones. No lo dude usted, amigo; la sociedad está sobre una pendiente, y sólo la Religión la puede contener, y ésta la han de mover los Misioneros… Sólo en Dios, en usted y en la Congregación del Inmaculado Corazón de María confío y así le repito que sin pérdida de tiempo trabaje usted en reunir y formar jóvenes” (EAE, p. 877).


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sacramentalmente”. Esa evolución nos invita a superar una comprensión excesivamente literal o fisicista del hecho12. Esto sucede cuando se le añade al testimonio de Claret lo que él no dijo: especies sacramentales incorruptas, o se enfatiza demasiado en la teoría aristotélica de la distinción entre sustancia y accidentes o especies sacramentales -­‐según la expresión del Concilio de Trento-­‐. Creo que la idea fundamental que nos transmite Claret en su Autobiografía es que le fue concedida la gracia grande de la reserva del Santísimo Sacramento en su interior y que esto era una llamada a una oración eucarística permanente y más intensa y más apostólica.

2. EL RELATO EN EL CONTEXTO Creo que no sería justo focalizar excesivamente la atención en esta gracia grande, aislándola del contexto de la vida de Claret y del texto del que forma parte. Sólo el cuadro global en el que se inserta nos permitirá descubrir su sentido y razón de ser. Nos preguntamos, por tanto: ¿cómo se conecta esta gracia grande con la experiencia de la presencia de Dios y de la presencia eucarística en Claret13? ¿Cómo interpretar el relato en el conjunto del capítulo XVIII de la Autobiografía? a) La conciencia de la presencia de Dios en los últimos años Es una constante en los “Propósitos” de san Antonio María Claret su deseo de vivir en la presencia de Dios14. Pero llama la atención, a partir del 1857, su insistencia en la presencia de Dios “perpetua”15, “continua”16, “siempre”17; y también, por otra parte, la constante referencia al “corazón” como lugar de la presencia. 12

Lo hacen así quienes se preguntan por la suerte de las especies de pan y de vino, por la interrupción de las funciones digestivas del estómago, por lo que sucede con las especies anteriores cuando llega la comunión etc. Lo cual delata una comprensión fisicista de la Eucaristía.

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La experiencia eucarística de Claret a lo largo de su vida ha sido objeto de diferentes estudios. En ellos se pone de relieve cómo desde su infancia hasta su muerte la Eucaristía tuvo un lugar muy importante en Claret y que su experiencia eucarística va pasando por diferentes fases, hasta entrar en la fase mística, que se inicia con la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales: cf. José María Viñas Colomer, La Eucaristía en la vida del misionero apostólico san Antonio María Claret ministro de la Eucaristía, en Aa.Vv., El ministerio de la Eucaristía y la Espiritualidad claretiana, IV Semana Sacerdotal Claretiana, Vic 1993, Publicaciones Claretianas, Madrid 1998, pp. 9-­‐33; Deiminger, Wolfgang, "Christus lebt in mir" -­‐ Claret and die Eucharistie, en Echo mit Herz für alle, Herbst 2005, p p . 6-­‐10; Urkiri, Timoteo, Historia de los fervores eucarísticos de San Antonio María Claret, en Ilustración del Clero 43 (1950) 285-­‐302; Álvarez José, Sanctus Eucharisticus, en Palestra Latina 123 (1950), 230-­‐231; 14 Cf. 1843: “Procuraré la presencia de Dios y lo dirigiré y haré todo por Dios”: Propósito 4, San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, p. 652; 1850: “Propongo andar siempre en la presencia de Dios y dirigir a Él todas las cosas”: Propósito 17, San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, p. 662; 1855: “Andaré siempre en la presencia de Dios” (Propósito 1: San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, p. 676. 15 Cf. 1858: “La presencia de Dios perpetua”: Propósito 5, San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, p.684. 16 Cf. 1859: “Presencia continua de Dios y a Él ofrecerle todo”: Propósito 10: San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, p. 689


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En sus propósitos del año 1857 –cuatro antes de la “gracia grande”-­‐ escribió: “Tendré una capilla fabricada en medio de mi corazón y en ella día y noche adoraré a Dios con un culto espiritual. Pediré continuamente para mí y para los demás. Mi alma, como María, estará a los pies de Jesús escuchando sus voces e inspiraciones, y mi carne o cuerpo, como Marta, andará con humildad y solicitud obrando todo lo que conozca ser la mayor gloria de Dios y bien de mis prójimos: cor meum et caro mea exultaverunt in Deum vivum”18. En los Propósitos de los años siguientes a la concesión de esta gracia (1862-­‐1966), Claret sigue en la misma onda19. Pero en los propósitos del 1868 Claret se ve en la presencia de Dios con mucha más intensidad: “Pensaré que Dios está siempre en mi corazón y así diré: Deus cordis mei et pars mea in aeternum. Andaré siempre en la presencia de Dios y a mi Dios y Señor le ofreceré todas las cosas en general y cada una en particular, haciéndolas con la más pura y recta intención”20. Y un año antes de morir sigue en la misma línea y lo expresa con más concisión:

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Cf. 1862 y 1863: “Andaré siempre en presencia de Dios… Me acordaré siempre de Dios” (Propósitos 7 y 9: , San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, p. 698. 18 Cf. 1857: Propósito 1, San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, p. 681. 19 En los Propósitos del año 1864 escribe: “Andaré en la presencia de Dios, en mi interior. Me acordaré de aquellas palabras del apóstol: Vis enim templum Dei vivi. Nescitis quia templum Dei estis…. Me figuraré continuamente que mi alma es María y mi cuerpo Marta, y que Jesús se halla sentado en mi corazón y le diré con el mayor afecto: Deus cordis mei, et pars mea Deus in aeternum. Compás. Christum habitare per fidem in cordibus vestris”: Propósito 8, San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, p. 706. En los propósitos del 1866 es más explícito: “Andaré continuamente en la presencia de Dios interiormente. Al efecto andaré siempre muy recogido de sentidos para no derramarme. La imaginación la tendré en mi interior en el Señor, acordándome de aquellas palabras de san Pablo: Nescitis quia templum Dei estis? Vos enim estis templum Dei vivi. Me figuraré que mi corazón es como aquella pieza en que estaba sentado Jesús y que mi alma está contemplando a los pies de Jesús, como María, y que mi cuerpo, como Marta, está ocupado en las cosas de mi ministerio, a fin de que sean como una comida la más sabrosa para Jesús. Me figuraré que mi alma y mi cuerpo son como las dos puntas de un compás, y mi alma, como una punta, está fija en Jesús, que es mi centro y que mi cuerpo, como la otra punta del compás, está describiendo el círculo de mis atribuciones y obligaciones con toda perfección, ya que el círculo es símbolo de la perfección en la tierra y de la eternidad en el cielo. En los pies de Jesús diré frecuentemente jaculatorias… Este recogimiento en el corazón lo enseñó Jesucristo a santa Catalina de Sena. María Santísima lo enseñó a Sor María de Ágreda. Santa Teresa lo enseñaba a sus monjas. La beata Margarita de Alacoque lo enseñaba a las novicias…. Simil de la fotografía, que la imagen de Jesús se imprimirá en mi corazón teniéndola siempre presente. Simil del espejo ustorio, que será mi corazón interior y cóncavo, que, recibiendo el sol, que es Jesús, convergerá los rayos en el alma como un foco y así arderá en el divino amor como un serafín: Propósitos, 8-­‐11: San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, pp 713-­‐714.. 20 Propósitos 8, 9, 16: San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, pp 720.722.


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“Pensaré que Dios está siempre en mi corazón… Procuraré andar siempre en la presencia de Dios, haciendo y sufriendo por su amor21. Esta experiencia de la presencia de Dios demuestra, en primer lugar, cómo nuestro Padre Fundador anhelaba experimentar la presencia de Dios, de Jesús de forma permanente, y también, en segundo lugar la localización de la presencia en su corazón. b) La conciencia de la presencia eucarística Antes de concedérsele la “gracia grande”, Claret parecía desearla vivamente. En el siguiente texto que forma parte de sus “Recuerdos” escribía: “Después de la Misa estoy media hora en que me hallo todo aniquilado. No quiero cosa que no sea su santísima voluntad. Vivo con la vida de Jesucristo. El poseyéndome posee una nada, y yo lo poseo todo en él. Yo le digo: ¡Oh Señor, Vos sois mi amor! Vos sois mi honra mi esperanza y mi refugio. Vos sois mi gloria y mi fin. ¡Oh amor mío! ¡Oh bienaventuranza mía! ¡Oh conservador mío! ¡Oh gozo mío! ¡Oh reformador mío! ¡Oh maestro mío! ¡Oh esposo de mi vida y de mi alma! No busco, Señor, ni quiero saber otra cosa que vuestra santísima voluntad para cumplirla. Yo no quiero más que a Vos y en Vos y únicamente por Vos y para Vos las demás cosas. Vos sois para mí suficientísimo. Yo so amo, fortaleza mía, refugió mío y consuelo mío. Sí, Vos sois mi Padre, mi hermano, mi esposo, mi amigo y mi todo. Haced que os ame como Vos me amáis a mí y como Vos queréis que os ame. Padre mío, tomad este mi pobre corazón, comedlo, así como yo os como a Vos, para que yo me convierta todo en Vos. Con las palabras de la consagración, la sustancia de pan y vino se convierte en la sustancia de vuestro cuerpo y sangre. ¡Ay, Señor omnipotente! Consagradme, hablad sobre mi y convertidme todo en Vos”22. A este deseo le respondió Jesús con la “gracia grande” de la permanente reserva eucarística en su cuerpo23. Claret recibió, halló y a él se le abrió la puerta. No debemos olvidar la relación de “alianza” que Dios establece con nosotros y que requiere, por parte nuestra, también establecer esa misma relación. ¿Se debería a esto el deseo de Claret –según varios testimonios-­‐ que se estableciera en la Congregación de Misioneros una adoración perpetua al Santísimo Sacramento24? Después de recibir la “gracia grande” Claret habla de Jesús de una forma nueva: 21

Propóstios 8 y 9: San Antonio María Claret, Autobiografía y Escritos complementarios (edición bicentenario), Editorial Claretiana, Buenos Aires 2008, p. 725.. 22 Aut nn. 754-­‐756. 23 Dios quiere que sus dones sean deseados: “Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá” (Mt 7,7). Hay tres imperativos en este texto: ¡Pedid, llamad, buscad! 24 Un deseo de nuestro Fundador, según consta en la “Positio super virtutibus”, t.1, p. 492 en nota marginal: “Quería que continuamente alguno de los alumnos de la Congregación orara ante el Santísimo”. Este deseo lo justifica en el proceso de Tarragona el P. José Arbós, superior en aquel momento de la comunidad de la Selva del Campo con esta declaración: “Al hablar de las virtudes del Venerable me he olvidado decir relativamente a la devoción fervorosa que profesaba al Santísimo sacramento, como era su deseo y propósito que en cada una de nuestras casas hubiera algún Padre o Hermano orando continuamente delante del Santísimo y así nos lo recomendaba nuestro P. General Xifré haciéndonos constar siempre que era el deseo y la voluntad del Fundador” (Annales, 1953, p. 242)


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“Apenas Jesucristo conoció la voluntad del Padre se consagró con el amor más fuerte y generoso. Desde aquel momento, un volcán de amor abrasó, devoró aquel corazón adorable En toda su vida santísima no pensaba en otra cosa más que en hacer y padecer, pero con tanto gusto y deseo de consumar este grande sacrificio, que estaba como en prensa hasta llegar el momento de beber este cáliz y de ser bautizado con este bautismo de penas y trabajos”25. Al final de su vida escribía: “Tengo que ser como una vela que arde; gasta la cera y luce hasta que muere. Los miembros gustan de unirse a su cabeza, el hierro al imán y yo a Jesús deseo unirme en el Sacramento y en el cielo”26. “Si queréis tener actividad para las obras de caridad, aumentad en vuestros corazones el fuego del divino amor por medio de la recepción del sacramento de la Eucaristía. El fuego hace fuego. Haced que este fuego prenda en vuestro corazón y se propague a todas vuestras cosas, como se extiende el incendio en medio de un cañaveral”27. c) El contexto apocalíptico del capítulo XVIII de la Autobiografía Merece, finalmente, una especial atención el contexto inmediato en el que Claret nos cuenta su experiencia: el capítulo XVIII de la Autobiografía. En él Claret nos relata con minuciosidad de lugar, día y hora, importantes acontecimientos de su vida –desde el año 1855 hasta el 186228: locuciones de María29, de Jesús30, de Dios31, 25

Boletín de la Sociedad de San Vicente de Paúl en Espala (Madrid, 1862), p. 71. 26 EZ, 588. 27 Boletín de la Sociedad de S. Vicente de Paul en España, Madrid, t. 4 (1859), 20-­‐24. 28 Autobiografía, nn. 674-­‐700. Es decir un total de 26 números. 29 El día 12 de julio de 1855, a las 5 1/2 de la tarde: la Carta pastoral de la Inmaculada Concepción: Bene scripsisti. Dichas palabras me hicieron una muy profunda impresión, con deseos muy grandes de ser perfecto (n.674). El día 8 de octubre, a las 12 1/2, del año 1857: María a Claret: Ya lo sabes: arrepentirte de las faltas de la vida pasada y vigilancia en lo venidero... ¿Oyes, Antonio?, me repitió; vigilancia en lo venidero. Sí, sí, yo te lo digo (n. 676). El día 9 de octubre de 1857, a las cuatro de la madrugada, la Santísima Virgen María me repitió lo que ya me tenía dicho otras veces: que yo había de ser el Domingo de estos tiempos en la propagación del Rosario (n. 677) 30 El día 15 de enero de 1857, a las 5 de la tarde, del año 1857, contemplando a Jesús, dije: ¿Qué queréis que haga, Señor? -­‐ Ya trabajarás, Antonio; no es hora todavía (n, 675). En el día 6 de enero del año 1859, el Señor me dio a conocer que yo soy como la tierra. (n. 680). En el día 27 de abril de 1859 me prometió el divino amor y me llamó Antoñito mío (n. 683). En el día 4 de septiembre de 1859, a las 4 y 25 m. de la madrugada, me dijo Jesucristo: La mortificación has de enseñar a los Misioneros, Antonio. A los pocos minutos me dijo la Santísima Virgen: Así harás fruto, Antonio (n. 684). En el día 21 de marzo de 1859, en la Meditación de la Samaritana sobre aquellas palabras: “Ego sum qui loquor tecum”, entendí grandes y muy grandes cosas. (n. 681-­‐682). En el día 7 de junio de 1860, a las 11 1/2, día del Corpus, después de la Misa en Santa María antes de la procesión que yo debía presidir, estando en oración delante del Santísimo Sacramento con mucho fervor y devoción, y de repente y como de sorpresa me dijo Jesús: Está bien y me gusta el libro que has escrito (n. 690). En el día 22 de Noviembre de 1860 me hallaba muy agobiado al ver que había de cargar con todo lo de El Escorial: Animo, no te desalientes, y yo te ayudaré (n. 691). En el día 2 de marzo de 1861, Jesucristo se dignó aprobarme la hoja que había escrito de la pasión. (n. 692). En el día 6 de abril de 1861 fui avisado de no apurarme; que hiciera cada cosa como si no tuviera que hacer otra cosa más que aquella que tengo entre manos, sin perder la mansedumbre. (n. 693). En el día 15 de junio de 1861 me dijo Jesús: Toma paciencia; ya trabajarás. (n. 694).


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otras gracias que le son concedidas en este tiempo32; entre ellas Claret menciona una gracia muy llamativa, que le fue concedida el 23 y el 24 de septiembre de 1859: verse personalmente implicado y también con sus misioneros en la interpretación de los capítulos ocho y diez del Apocalipsis. El 23 de septiembre a las 7.30 se le revela que él será el águila apocalítica que recorre el cielo lamentándose con gran voz por los males que van a sobrevenir a los habitantes de la tierra (Apc 8,1333). Le dice el Señor: “Volarás por medio de la tierra o andarás con grande velocidad y predicarás los grandes castigos que se acercan” (Aut. 685). Claret proclamará la llegada de lo que las tres últimas trompetas anuncian el castigo del protestantismo y del comunismo, el castigo de las cuatro archidemonios (amor a los placeres, al dinero, la independencia de la razón y de la voluntad) y el castigo de grandes guerras y sus consecuencias (cf. Aut 685). Al día siguiente a las 11.30 se le revela que es él aquel ángel valeroso de Apoc 10,1-­‐4 que baja del cielo -­‐revestido de una nube, y sobre su cabeza el arco iris, y su cara era como el sol, y sus pies como columnas de fuego-­‐ y que tiene en su mano un libro abierto y pone su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra34 (Aut 686). El ángel emite un grande grito (fwnhØv mega¿lhØ), a manera de un león cuando ruge, y tras de él siete truenos articulan sus voces. Éstos son sus misioneros35. Tanto él como ellos se convierten en portavoces del Espíritu del Padre y de la Madre: el Espíritu está sobre ellos y los ha ungido para evangelizar a los pobres y sanar a los contritos de corazón36. No debemos olvidar que cinco días antes de la concesión de la “gracia grande” el P. Xifré recibió de Claret el papelito en el que ofrece a los

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En el día 21 de diciembre de 1857 se me dieron cuatro avisos: 1.° Más oración. 2.° Escribir libros. 3.° Dirigir almas. 4.° Más tranquilidad en estar en Madrid. (n. 678). 32 En el día 25 de diciembre de 1857: Dios me infundió amor a las persecuciones y calumnias: un sueño (n. 679). En el día 15 de octubre de 1859, día de Santa Teresa, había de ser asesinado. El asesino se convirtió… He pasado por grandes penas, calumnias y persecuciones; todo el infierno se ha conjurado contra mí (nn. 688-­‐689). 33 “Entonces miré y oí a un águila volando en medio del cielo, proclamando con fuerte voz (fwnhØv mega¿lhØ): “Ay, ay, ay de aquellos que habitantes de la tierra, a causa de los restantes sonidos de trompeta que los tres ángeles van a hacer sonar!” (Apc 8,13). 34 Claret lo explica diciendo: “primero en su diócesis en la Isla de Cuba y después en las demás diócesis”. Es interesante constatar cómo Madre María Antonia Paris cuenta que “una noche, estando ella haciendo la oración de la hora santa” suplicó de esta manera a Jesús: “Enviad aquel Ángel que vuestro discípulo amado vio discurrir por el cielo con el Evangelio eterno en la mano, para evangelizar a los que habitan la tierra y decirles a todos: ¡temed al Señor y tributadle el honor que le es debido!” R 1, 17. Cf. José Cristo Rey García Paredes, El carisma de María Antonio París a la luz de la Apocalíptica y de la nueva Eclesiología, Misioneras Claretianas, Roma, , 1992. 35 “Aquí vienen los hijos de la Congregación del Inmaculado Corazón de María; dice siete, el número es indefinido; aquí quiere decir todos. Los llama truenos porque como truenos gritarán y harán oír sus voces; también por su amor y celo, como Santiago y San Juan, que fueron llamados hijos del trueno. Y el Señor quiere que yo y mis compañeros imitemos a los apóstoles Santiago y San Juan en el celo, en la castidad y en el amor a Jesús y a María” (Aut 687). 36 “El Señor me dijo a mí y a todos estos Misioneros compañeros míos: Non vos estis qui loquimini sed Spiritus Patris vestri, et Matris vestrae qui loquitur in vobis. Por manera que cada uno de nosotros podrá decir: Spiritus Domini super me, propter quod unxit me, evangelizare pauperibus misit me, sanare contritos corde. (n. 686-­‐687).


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misioneros la llamada “forma” o “definición” del hijo del Inmaculado Corazón de María37. A este Claret -­‐águila apocalíptica que anuncia los males que sobrevendrán sobre la tierra y ángel apocalíptico que con gran voz y los siete truenos proclama la buena noticia-­‐ se le revela el día 26 de agosto de 1861 una “gracia grande”: la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho. Y por ello, ha de hacer frente a los males de España38, que como águila apocalíptica venía anunciando. Con esta gracia grande, Claret se siente encumbrado “al lado del Rey del cielo”, como el ángel apocalíptico (Aut 694). La gracia grande es correspondida por parte de Claret con una entrega sin reservas a aquello que Jesucristo le pida: mientras realiza la reserva eucarística en el palacio de Aranjuez, se ofrece en oblación a Jesús y a María para que cuenten con él en la realización de la misión apocalíptica encomendada39. Creo que desde que Claret escribió su carta pastoral sobre la Inmaculada – presentada como la mujer victoriosa del Apocalipsis que vence al dragón y que le asegura que escribió bien (“Bene scripsisti”)-­‐ Claret inicia una etapa de especial sensibilidad apocalíptica que tiene diversas expresiones como hemos ido indicando. Creo, por lo tanto, que el capítulo XVIII de la Autobiografía nos ofrece otra clave importantísima para entender adecuadamente la gracia de la presencia sacramental de Cristo en el interior, en el cuerpo de Claret de una comunión a otra. Además de marcar una nueva etapa en la vida espiritual de Claret, en la cual él es configurado por el Espíritu (etapa mística), Claret se vive en sus últimos tiempos en un contexto escatológico apocalíptico que lo sitúa en el centro de la batalla última entre el Reino de Dios y el Reino demoníaco40.

II. LA RE-­‐INTERPRETACIÓN “HOY” 1. PUNTO DE PARTIDA: ¿CÓMO SE HA RE-­‐INTERPRETADO EN EL PASADO LA “GRACIA GRANDE”? En las interpretaciones del fenómeno he encontrado diversos planteamientos: a) la transmisión del testimonio destacando su importancia, admirándolo, pero sin 37

«Aquí va este papelito, que quisiera que cada uno de los misioneros copiara y llevara consigo» (carta del 20 de agosto de 1861: EC, II,p. 352 38 En el día 27 de agosto de 1861, en la misma Iglesia, durante la bendición del Santísimo Sacramento que di después de la Misa, el Señor me hizo conocer los tres grandes males que amenazan la España, y son: el Protestantismo, mejor dicho, la descatolización; la república y el Comunismo. Para atajar a estos tres males me dio a conocer que se había de aplicar tres devociones: el Trisagio, el Santísimo Sacramento y el Rosario. (n. 695-­‐696). 39 En el día 11 de mayo de 1862, hallándome en la Capilla de Palacio de Aranjuez, a las 6 1/2 de la tarde, en la reserva del Santísimo Sacramento, me ofrecí a Jesús y a María para predicar, exhortar y a pasar trabajos, y a la muerte misma, y el Señor se dignó aceptarme. … Me siento llamado a escoger, entre dos cosas de igual gloria de Dios, lo más pobre, lo más humillante y lo más doloroso y lo más humillante. (n. 698-­‐699). 40 Merece la pena ser citada aquí la tesis de Licenciatura que tuve la suerte de dirigir: Adam Bartyzol, Horizonte apocalíptico en la comprensión de la vida apostólica de san Antonio María Claret, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid 1994.


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cuestionarlo, ni explicarlo en profundidad41; b) la comprensión del fenómeno como “gracia mística”42, que señalaría la entrada de Claret en la fase del “matrimonio espiritual” 43 ; c) la explicación sacramental que se centra en el prodigio de las especies sacramentales incorruptas y su significado 44 , o lo hace desde una perspectiva “sacramental” más actualizada, sin olvidar la dimensión mística45. Otra actitud consiste en silenciar el hecho y diluirlo en una genérica alusión a la espiritualidad eucarística de Claret. La “gracia grande”, concedida a Claret, necesita hoy un nuevo enfoque. La imagen proyectada sobre la pantalla de la tradición se ha difuminado con el paso del tiempo y no tiene la nitidez necesaria para evitar actitudes escépticas o indiferentes ante el fenómeno. Ese nuevo enfoque ha de tener en cuenta la teología de los Sacramentos 41

Cf. Anónimo, Centenario del prodigio eucarístico de san Antonio María Claret, en El Iris 77 (1961), pp. 254-­‐255; Anónimo, Centenario de un prodigio eucarístico (Crónica de los actos de la conmemoración claretiana en la Granja), en VR 108 (1961), pp. 395-­‐397; Codina, Pere, El gran prodigi eucarístic de S. Antoni Ma Claret, en XII Aplec de Matagalls, 1961, pp. 4-­‐7; De Frutos, Juan, Circular sobre el Centenario de la gracia extraordinaria de la Conservación de las Especies Sacramentales, concedida a nuestro S. P. Fundador, en Crónica de Castilla 185 (1960), pp. 441-­‐418; Juberías, F., Meneucaristía. Triduo para la fiesta de nuestra espiritualidad: día 26 de agosto, Madrid 1961, 32p.; Oquillas, Conrado, San Antonio María Claret, sagrario viviente. Un centenario de gloria, en Crónica de Castilla 190 (1961), pp-­‐ 156-­‐163; Oquillas, Conrado, El centenario del prodigio eucarístico de N.S.P. Fundador en Segovia y la Granja, en Annales Congregationis 64 (1961-­‐1962), 166-­‐173; Pérez, Toribio, Circular ante el centenario de la inhabitación sacramental de Jesucristo en San Antonio María Claret (1861 – 26 agosto 1961), en Crónica Cantabria 65 (1961), pp-­‐ 291-­‐293; Pina Ribeiro, A., Há 120 anos, en Com. Prov. Portu 86 (1981), pp. 1-­‐3; Orue-­‐ Rementería, Francisco, S. Antonio María Claret recibe la gracia de la conservación de las especies sacramentales, Tolosa, 1961, 4p.; Warmons, Peter, Eucharistische Jahrhundertfeier, en Echo 20 (1960), pp. 3-­‐6. 42 En un artículo publicado con motivo de la canonización del Padre Fundador Joaquín María Alonso escribió: “Claret gozó de unos favores místicos extraordinarios: en que su presencia de Dios era íntima comunicación que llega hasta la presencia sacramental continua durante los nueve últimos años de su vida” (Alonso, Joaquin María, Personalidad de san Antonio María Claret: humanismo y santidad en san Antonio María Claret, en IC 43 (1950), p. 264). 43 Cf. Alvarez, Gómez, Jesús, La conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra: una experiencia mística de San Antonio María Claret, en SC 13 (1995) 7-­‐16; Aramendia, Julio, La unión transformante en el Beato P. Claret según la doctrina de la Escuela Carmelitana, El Monte Carmelo 38 (1934) 195-­‐204, 213-­‐218,315-­‐325,363-­‐372,411-­‐419,468-­‐475,507-­‐513,555-­‐561; Andrés Ortega Augusto, en Escritos Teológico-­‐Espirituales, vol II, BAC, Madrid 2005, pp. 850-­‐855; Juberías F., La permanencia eucarística, Granada 1975; Lazcano, Agustín de, La conservación de las especies sacramentales, en IC 28 (1934) 215-­‐223; Lozano, J. María, Un místico de la acción, pp. 405ss; Lozano, Juan María, Una vida al servicio del Evangelio, ed. Claret, Barcelona 1985, pp. 512-­‐515. Merecen una especial mención dos amplios y documentados estudios del fenómeno: Mesa, José María, Una gracia grande: la conservación de las especies sacramentales en San Antonio María Claret, en SC 2 (1964), 44-­‐134; Ramírez Toro, Everardo, El hecho de la conservación de las especies sacramentales en San Antonio María Claret a la luz de la teología y de la mística, en VL 20 (1961), pp. 3-­‐70. 44 Ramírez Toro, Everardo, El hecho de la conservación de las especies sacramentales en San Antonio María Claret a la luz de la teología y de la mística, en Virtud y Letras 20 (1961), pp. 3-­‐70. 45 Cf. Gutiérrez Vega, Lucas, Eucaristía – Incorporación – Transformación, en “Ilustración del Clero” 42 (1949), pp-­‐ 418-­‐430, 459-­‐466; 43 (1950) 11-­‐16; Gutiérrez Vega, L., San Antonio María Claret, sagrario viviente, en Ilustración del Clero 43 (1950), p. 303. Unos interesantes apuntes al respecto encontramos en una reflexión más amplia sobre Claret: Garachana Pérez, Ángel y Largo, Domínguez Pablo, La Eucaristía, fuente de espiritualidad para el sacerdote claretiano, en Aa.Vv., El ministerio de la Eucaristía y la espiritualidad claretiana (Madrid 1998) pp. 75-­‐111.


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y en especial de la Eucaristía que se ha ido elaborando desde el Concilio Vaticano II hasta hoy y que es muy diferente de la teología sacramental del tiempo de Claret. Para ello voy a reflexionar sobre dos temas: la reserva del Santísimo y su sentido teológico y espiritual y la reinterpretación de la presencia eucarística en las especies sacramentales.

2. LA “GRACIA GRANDE” COMO “RESERVA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO” La comprensión adecuada de la “gracia grande” concedida a Claret depende en gran medida de la valoración que se haga de la reserva del Santísimo Sacramento y de la oración y adoración en su Presencia. Hoy se nos invita a reconocer la Presencia, ante todo y sobre todo, en la celebración de la Eucaristía (en la Palabra, en los dones eucarísticos, en la Comunidad, en el ministro ordenado) y, solo derivadamente en el tabernáculo o sagrario 46 ; hoy se reconoce que tiene mucho más valor la participación en la celebración eucarística, que la comunión o adoración eucarística fuera de misa. Pero sabemos que no siempre fue así. La “gracia grande” concedida a Claret es pos-­‐celebrativa y, por tanto, menos intensa desde el punto de vista sacramental. Y además, existe un agravante: mientras en tiempos de Claret apenas se cuestionaba la reserva del Santísimo Sacramento para la oración y adoración, hoy sí se cuestiona y se vuelve necesario “repensar la herencia recibida”, como diría Gianni Vattimo. ¿Qué repercusiones tendrá esta nueva reflexión en la interpretación de la “gracia grande” de la conservación de las especies sacramentales en el pecho de Claret de una comunión a otra? a) La reserva del Santísimo Sacramento: historia, justificación y sentido Durante el primer milenio de la Iglesia únicamente se reservaba el pan eucarístico para la comunión de los enfermos o como viático para quienes emprendían un largo viaje47. -­‐ Inicio y desarrollo del culto eucarístico fuera de la Misa El inicio de la reserva y adoración del Santísimo Sacramento coincidió en Occidente con el debate sobre la presencia real o no de Jesucristo en el pan y en el vino eucarísticos allá por el siglo XII. Como resultado de tal debate se elaboraron diversas teorías teológicas que explicaban la presencia real en la Eucaristía como transustanciación (conversión de toda la sustancia de pan y del vino en la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo Jesús) y con-­‐comitancia (según la cual el Señor estaría presente todo él en cada especie eucarística, justificando de esta manera la 46

“Evidentemente el momento más intenso de presencia mutua, de encuentro, es la celebración eucarística. La Eucaristía es, ante todo, sacramento de la sagrada presencia, porque es el sacramento del misterio pascual, que es venida del Señor en persona…. Pero ¿es posible otro tipo de presencia mutua, fuera de la celebración?” José Cristo Rey García Paredes, Iniciación cristiana y Eucaristía, San Pablo, Madrid 1992, p. 423; cf. Dennis Chriszt, Holy Communion and Worship of the Eucharist outside Mass, en Liturgical Ministry 17 (2008), pp. 71-­‐76. 47 La disciplina del arcano inducía más a ocultar los dones eucarísticos que a exponerlos. Estos se reservaban para servir como viático a los enfermos, para los que iban de viaje, para los mártires (Justino), o para ser enviada a otras iglesias en señal de comunión (Ireneo).


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praxis eclesial de la recepción de la Eucaristía por parte de los laicos con una sola especie sacramental y no con las dos48). Ambas categorías sirvieron para justificar las prácticas eucarísticas devocionales que tanto agradaban al pueblo cristiano49. Desde entonces hasta nuestro tiempo, la Iglesia latina ha favorecido y cultivado la devoción eucarística fuera de la misa; a ella se le atribuyen conversiones 50 y gracias místicas51. Como sabemos, los Reformadores protestantes se opusieron a las prácticas eucarísticas devocionales y a la utilización de las categorías de transustanciación y concomitancia52: se hizo famosa la frase de Lutero: “extra usum abusum”. Hoy es mucho más mitigada la actitud de las iglesias de la reforma ante esta praxis eucarístico-­‐devocional de la Iglesia latina53. Por otra parte, las iglesias de Oriente mantienen la tradición del primer milenio. 48

Cf. J. Megivern, Concomitance and Communion: A Study in Eucharistic Doctrine and Practice, Herder, New York, 1963. 49 Las reacciones populares contra Berengario y sus seguidores favorecieron la emergencia de la piedad eucarística, fuera de la celebración. Se puso una luz permanente junto a las especies eucarísticas reservadas; hacia mediados del siglo XI se inició en Cluny y en otros monasterios la costumbre de arrodillarse ante el Santísimo Sacramento y de incensarlo; a finales del siglo XII se comenzó a elevar la hostia después de la consagración, para que fuera adorada por el pueblo y éste reconociera el misterio de la transustanciación; la custodia fue considerada como un instrumento para poder ofrecer al pueblo una «elevación continuada» de la hostia. Sólo bien entrado el siglo XIV se impuso la costumbre de orar ante el Santísimo Sacramento fuera de la Misa. Estos ritos trataban de expresar la fe en la transustanciación. 50 Ante ella muchos hombres y mujeres han tenido las experiencias más hondas. André Frossard, hijo del primer secretario del partido comunista francés, había sido educado en el ateísmo. A los veinte años, entró por casualidad en una capilla de París, donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento. De repente, «en una silenciosa y dulce explosión de luz», fue alcanzado por Dios: cf. A. FROSSARD, Dios existe, yo me lo encontré, Rialp, Madrid 1981. Un monje contó lo siguiente: «Yo era oficial paracaidista. Estuve en la guerra de Argelia. Había perdido la fe de mi infancia. Hacia el final de esta guerra tuve que volver a Pau (donde se encuentran algunos regimientos de paracaidistas en formación). Llego a una bifurcación de la carretera y veo: "Lourdes, 14 kms". Me hice esta extraña reflexión: "Voy a tener la cortesía de hacerle una visita". Entré en la basílica subterránea. A lo lejos brillaba una luz. Me acerco: estaba expuesto el Santísimo Sacramento. Me convertí de golpe. Aquella a quien yo quería ofrecer la cortesía de una visita, me había obtenido esta gracia por la Eucaristía» cit. por F. X. DURRWELL, Orar en la presencia, en «Vida Religiosa» 62 (1987), 34. 51 Santa Micaela del Santísimo Sacramento comunicaba al Padre Labarta en 1856 lo siguiente:«Muchas veces salgo de la oración con fuerte dolor al corazón y el día 28 me parecía que me lo arrancaban... Quedé con un fervor y deseo de retiro que no pude vencer y sentí por la noche un consuelo extraordinario... No he llamado al médico porque el dolor del corazón no parece físico, es muy interior... Todo esto proviene desde hace quince días que vi tan claro en la oración cómo el cuerpo y la sangre estaban unidos a su divinidad, y lo sentí con tal fuerza que desde entonces no puedo comulgar con calma. Es un ansia y afán que deseo por momentos llegue la hora de comulgar y se renueve el conocimiento que tuve en la oración». 52 Cf. J. Megivern, Concomitance and Communion: A Study in Eucharistic Doctrine and Practice, Herder, New York, 1963. 53 En el acuerdo ecuménico de Lima (1982) se dice al respecto: «Ciertas iglesias insisten en la presencia de Cristo en los elementos consagrados de la Eucaristía, después de la celebración. Otras subrayan más bien el acto de la celebración en sí misma y la consumición de los elementos en la comunión. La forma de tratar los elementos reclama una atención particular. En lo referente a la reserva de los elementos, cada iglesia tendría que respetar las prácticas y la piedad de las otras. Dada la diversidad existente entre las iglesias, y teniendo en cuenta también la situación presente en el desarrollo de las convergencias, es útil sugerir que: a) por una parte, se recuerde expresamente en la catequesis y en la predicación que la intención primera de la reserva de los elementos es su distribución a los enfermos y a los ausentes; b) por otra, se reconozca que la mejor manera de testimoniar el respeto debido a los elementos que servirán en la celebración eucarística es su


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El Concilio Vaticano II puso la celebración eucarística en el centro de la vida eclesial54 y no prestó tanta atención a la piedad y devoción eucarísticas después de la misa. En su “Introducción del ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa” la Sagrada Congregación de la disciplina de los sacramentos (21 de junio de 1973) justificaba la reserva de las especies sacramentales fuera de la misa para la administración del viático, como fin primero y primordial y como fin secundario la distribución de la comunión y la adoración55. Esta justificación de la reserva eucarística les pareció a los Papas Juan Pablo II y a Benedicto XVI reduccionista: la encíclica “Ecclesia de Eucharistia” de Juan Pablo II y la exhortación apostólica “Sacramentum Caritatis” de Benedicto XVI justifican la reserva del Santísimo Sacramento para “orar en la Presencia y adorar la presencia, no teniendo demasiado en cuenta la finalidad primaria de la que hablaba la Instrucción de la Congregación para la disciplina de los Sacramentos56.

consumición, sin excluir su uso para la comunión de los enfermos» (Documento de Lima. Eucaristía, n.32). 54 Recogiendo la doctrina del magisterio pontificio de Pablo VI la Instrucción de la Congregación de los Sacramentos sobre “Comunión y Culto fuera de la Misa”, en el n. 6 dice: “En la celebración de la misa se iluminan gradualmente los modos principales según los cuales Cristo se hace presente a su Iglesia: en primer lugar, está presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre; está presente también en su palabra, cuando se lee y explica en la iglesia la Sagrada Escritura; presente también en la persona del ministro; finalmente, sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas. En este Sacramento, en efecto, de modo enteramente singular, Cristo entero e íntegro, Dios y hombre, se halla presente substancial y permanentemente. Esta presencia de Cristo bajo las especies «se dice real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por excelencia». 55 “El fin primero y primordial de la reserva de las sagradas especies fuera de la misa es la administración del viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión y la adoración de nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento. Pues la reserva de las especies sagradas para los enfermos ha introducido la laudable costumbre de adorar este manjar del cielo conservado en las iglesias. Este culto de adoración se basa en una razón muy sólida y firme: sobre todo porque a la fe en la presencia real del Señor le es connatural su manifestación externa y pública”: Sagrada Congregación para la Disciplina de los Sacramentos, Introducción del ritual de la sagrada communion y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, n.5. 56 Juan Pablo II en su carta encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, n. 25 escribe: “La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino–, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas. Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!”. Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis”, n. 67 ofrece una más amplia fundamentación teológica e incluso un correctivo a determinadas interpretaciones: “Mientras la reforma daba sus primeros pasos, a veces no se percibió de manera suficientemente clara la relación intrínseca entre la santa Misa y la adoración del Santísimo Sacramento. Una objeción difundida entonces se basaba, por ejemplo, en la observación de que el Pan eucarístico no habría sido dado para ser contemplado, sino para ser comido. En realidad, a la luz de la experiencia de oración de la Iglesia, dicha contraposición se mostró carente de todo fundamento…. La adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración


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-­‐ La justificación teológica: la eclesiología esponsal La mejor respuesta teológica a las cuestiones que la reserva del Santísimo Sacramento presenta, la encontré hace años en el libro de F.X. Durrwell La Eucaristía sacramento pascual57. Creo que la intuición que late en ella es fundamentalmente válida, completada en algunos aspectos. Según Durrwell, cada Eucaristía expresa, actualiza y celebra el encuentro del Señor Resucitado con la Iglesia, su Esposa. Se hace presente a ella, le ofrece su cuerpo y su sangre, ratifica con ella su alianza. El Espíritu Santo y la Esposa claman: “Maranatha” (Apc 22,17) y su deseo conjunto es atendido en cada celebración: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Apc 3,20). La iglesia-­‐Esposa, en no pocas de sus comunidades, ha decidido desde hace siglos mantener la Presencia sacramental de su Señor en el sagrario de una celebración a otra. Y lo ha hecho –consciente o inconscientemente-­‐ apelando a sus derechos de esposa respecto al cuerpo de su Esposo: «el marido no dispone de su propio cuerpo, sino que éste pertenece a su mujer (oJ aÓnh\r touv i˙di÷ou sw¿matoß oujk e˙xousia¿zei aÓlla» hJ gunh/)» (1 Cor 7,4); además, el Esposo le da su cuerpo y le ofrece la copa de la Alianza sin ningún tipo de reserva: «¡Tomad!... Esto es mi cuerpo… Tomad… bebed… esta es la Alianza en mi sangre». Así se justifica la osadía de mantener el cuerpo eucarístico de su Señor para la adoración y la oración, sin que se debilite el hambre de comunión para el que fue instituida la Eucaristía. En todo caso, más allá de la metáfora esponsal, lo cierto es que la Alianza de nuestro Dios con nosotros es bilateral, y que en ella somos tomados en serio, como seres libres, capaces de amar y de decidir. La reserva del Santísimo le permite a la Iglesia-­‐Esposa “orar como conviene”, gracias al Espíritu que “viene en su ayuda” y orar con gemidos inenarrables (Rom 8, 26-­‐27) y gracias a la intercesión de Jesús por su Esposa ante el Padre (Heb 8, 1-­‐3). Ora asociándose al Espíritu y a Jesús y entrando en comunión con Ellos. Así la Iglesia obedece el mandato de Jesús de orar incesantemente, Para ello mantiene la presencia eucarística como una gracia de oración. En ese Cuerpo, retenido amorosamente por la Iglesia-­‐esposa, ella se contempla también a sí misma. Sabe que el Cuerpo de su Señor está indisoluble y místicamente unido a sus miembros y que es símbolo supremo de la comunión eclesial: ¡un solo Cuerpo! En la reserva eucarística siguen resonando las palabras finales de la celebración: «Ite Missa est». El Cuerpo Eucarístico reservado transmite una constante llamada a la misión, a repetir la entrega y la bendición de Jesús en el mundo.

eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una sola cosa con Él y, en cierto modo, pregustamos anticipadamente la belleza de la liturgia celestial. La adoración fuera de la santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica. En efecto, «sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros». 57 Cf. F.X. Durrwell, La Eucaristía sacramento pascual, Sígueme, Salamanca, 1982.


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Esta explicación no es solo teológica, es fundamentalmente mística. San Juan de la Cruz comprendió en esta clave la relación entre el ser humano y Jesucristo. La alianza esponsal o la alianza de amistad es la metáfora, la analogía, que la teología mística emplea para entender la relación entre Cristo y su Iglesia. b) La “gracia grande” de la reserva del Santísimo Sacramento en el cuerpo de Claret Las claves teológicas que justifican la reserva del Santísimo Sacramento para la oración y adoración, para la comunión y la misión nos sirven también para entender “la gracia grande” concedida a Claret: la reserva del Santísimo Sacramento en su cuerpo de una comunión a otra. En su etapa mística el ser humano trasciende lo masculino y lo femenino; pone en acto energías inéditas; entra en una fase difícilmente descriptible con nuestras categorías habituales y que podríamos denominar “trans-­‐“. Esto le sucedió a nuestro Padre Fundador, como podemos ver en el siguiente texto, en el que expresa su amor apasionado por Jesucristo: “Vivo con la vida de Jesucristo. ¡Oh Señor, vos sois mi amor!... ¡Oh amor mío! ¡Oh esposo de mi vida y de mi alma!.... Sí, Vos sois mi… esposo.. mi todo… Haced que os ame como Vos me amáis a mí y como Vos queréis que os ame… tomad este mi pobre corazón, comedlo, así como yo os como a Vos, para que yo me convierta todo en Vos. Con las palabras de la consagración, la sustancia de pan y vino se convierte en la sustancia de vuestro cuerpo y sangre. ¡Ay, Señor omnipotente! Consagradme, hablad sobre mi y convertidme todo en Vos”58. Que Claret llame a Jesús “esposo de mi vida y de mi alma” se entiende como la entrada en un estado “trans-­‐“. Parece que en Claret está hablando la Iglesia-­‐Esposa, aquella que se sabe en Alianza y recurre a los derechos que la Alianza y el amor le conceden. Claret desea disponer durante el mayor tiempo posible del cuerpo de su Señor para contemplarlo, adorarlo, unirse a Él, orar con Él, cultivar su amor.59 Todas las horas que Claret pasaba en su presencia le parecían pocas. Su deseo más profundo era no tener que separarse ni un instante. La respuesta del Esposo al ansia de la Esposa –personificada en Claret-­‐ es la “gracia grande”. Le es revelado a Claret que Jesús quiere disponer también del cuerpo de la Esposa, para consagrarla y habitar en ella permanentemente. Recurre a sus derechos de esposo: “no es la Esposa la que dispone de su cuerpo, sino el Esposo” (hJ gunh\ touv i˙di÷ou sw¿matoß oujk e˙xousia¿zei aÓlla» oJ aÓnh/r: 1 Cor 7,4). Jesús recurre a sus derechos de esposo y toma posesión del cuerpo de la esposa para estar permanentemente unido a ella. En Claret se realiza “sacramentalmente” la culminación de la Alianza esponsal entre Cristo Jesús y su Iglesia. Es como un icono, una realización fragmentaria, del “un solo Cuerpo –Jesús y sus miembros” hacia el que tienden las celebraciones eucarísticas.

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Aut nn. 754-­‐756. 59 También Madre Antonia Paris testifica que en el momento de serle concedida la gracia de la conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra durante 8 días, el Señor la llamó tres veces ¡Esposa mía! RC, 9.


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En este sentido tienen razón quienes interpretan la gracia de conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra como la entrada de Claret en la etapa mística, denominada “matrimonio espiritual”. Pero creo que hay que dar un paso más. No se trata de un “privilegio”, sino de una “anticipación” de aquella gracia que el Esposo concede y concederá a su Esposa, la Iglesia. Es oportuno recordar en este momento que Antonio María Claret creía que la primera agraciada con la gracia de la conservación de las especies sacramentales fue María, la madre del Señor. Don José Carmelo Sala testificó en el Proceso canónico sobre las virtudes heroicas que, habiéndose leído en una comida, un texto de la Mística Ciudad de Dios de la Madre Ágreda en el cual ser hablaba de la permanencia de las especies sacramentales en el cuerpo de María de una comunión a otra, al trasladarse a su habitación el P. Claret le comunicó “que la Sma. Virgen le había alcanzado una gracia igual”60. Hay que recordar cómo en el tiempo en que recibió la gracia grande, Claret le escribió una carta al P. Jaime Clotet (1 de Julio de 1861) en la que le pide que “se lea en el refectorio la Mística Ciudad de Dios”61. Claret, como María, se convierte en señal anticipada de la vocación última de la Iglesia: ser un solo cuerpo con su Señor. Incluso podemos decir más: la Iglesia no es el final de los caminos de Dios. “Tanto amó Dios al mundo, que el entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16); por eso, Claret recibe la “gracia grande” como representante de la humanidad62. 60

Madre Ágreda, Mística Ciudad de Dios, Libro VIII, cap. 10: “582. Señalábase en ellos la gran Reina en celebrar la institución del santísimo sacramento con nuevos cánticos de loores, de agradecimiento y fervorosos actos de amor. Y para esto singularmente convidaba a sus ángeles y a otros muchos que descendían del empíreo cielo para asistirla y acompañarla en estas alabanzas del Señor. Y fue maravilla digna de su omnipotencia, que como la divina Maestra y Madre tenía en su pecho al mismo Cristo sacramentado que, como he dicho arriba, perseveraba de una comunión a otra, enviaba Su Majestad muchos ángeles de las alturas, para que viesen aquel prodigio en su Madre santísima y le diesen gloria y alabanza por los efectos que hacía sacramentado en aquella criatura más pura y santa que los mismos ángeles y serafines, que ni antes ni después vieron obra semejante en todo el resto de las mismas criaturas. 583. Y no era de menor admiración para ellos –y lo será para nosotros–, que con estar la gran Reina del cielo dispuesta para conservarse dignamente en su pecho Cristo sacramentado, con todo, para recibirle de nuevo cuando comulgaba, que era casi cada día, fuera de los que no salía del oratorio, se disponía y preparaba con nuevos fervores, obras y devociones que tenía para esta preparación. Y lo primero ofrecía para ella todo el ejercicio de la pasión de cada semana; luego, cuando se recogía a prima noche del día de la comunión, comenzaba otros ejercicios de postraciones en tierra, puesta en forma de cruz y otras genuflexiones y oraciones, adorando al ser de Dios inmutable. Pedía licencia al Señor para hablarle y con ella le suplicaba profundamente humilde que no mirando a su bajeza terrena le concediese la comunión de su Hijo santísimo sacramentado, y que para hacerle este beneficio se obligase de su misma bondad infinita y de la caridad que tuvo el mismo Dios humanado en quedarse sacramentado en la santa Iglesia. Ofrecíale su misma pasión y muerte y la dignidad con que se comulgó a sí mismo, la unión de la humana naturaleza con la divina en la persona del mismo Cristo, todas sus obras desde el instante que encarnó en el virginal vientre de ella misma, toda la santidad y pureza de la naturaleza angélica y sus obras, todas las de los justos pasados, presentes y futuros”. 61 Antonio María Claret, Epistolario Claretiano, Coculsa, Madrid, 1970, vol, II, p. 320. 62 A esta interpretación eclesiológico-­‐esponsal de la gracia grande de Claret, podría extenderse a una representación de toda la humanidad en la línea sugerida por Xabier Larrañaga en un interesantísimo artículo. Cito un largo párrafo en el que lo explica: “En el encuentro eucarístico con Cristo comulgamos con Él, en cuanto representante de la humanidad y al identificarnos con Cristo, nos identificamos con la humanidad entera Después de la Consagración, el altar eucarístico


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Si Jesús le concede esta “gracia grande” ¿no es entonces Claret en su cuerpo y en su alma, en su realidad total, un icono viviente del Señor resucitado? ¿No se aparece Cristo resucitado en él “bajo otra forma”? ¿No acontece en él una especie de aparición pascual? ¿No será ese el significado verdadero de aquello que Claret quiso transmitir con la expresión “conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra? Cristo Resucitado que ha tomado posesión de él, sino también de la Iglesia-­‐Esposa y aun de la misma humanidad. c) La sede de la presencia: el corazón, el pecho (el chakra cordial) Creo que además de las claves teológicas y de la experiencia de gracia, es muy iluminador contemplar la experiencia psicológica, emocional y espiritual de Claret desde la perspectiva del cuerpo y sus centros de energías o de los factores que despiertan la energía. Así lo propone intuitivamente José Ramón Sanz Ortiz en un breve estudio presentado en www.lafraguacmf.org Cuando Claret es agraciado con la “gracia grande” vive un peculiar contexto de relaciones, de decepciones y fracasos, de relaciones y sueños. Claret sintió en esta etapa cómo se le abrió la puerta del amor, de la compasión, del perdón y del desprendimiento de sí. Comenzó a liberar energía amorosa. Los misioneros claretianos, no deberíamos cerrarnos a interpretar la experiencia espiritual de Claret a partir de las claves que nos ofrece la doctrina hindú o budista tibetana de los siete chakras.. Es interesante resaltar el qué punto de energía o chakra localiza Claret su experiencia de la presencia de Dios y de la presencia eucarística: en el corazón, en el pecho, o en el llamado “chakra cardíaco”. Este chakra es el lugar de la pasión y de la emoción; se encuentra directamente relacionado con la capacidad de expresar amor: como autoestima y como amor hacia los demás63. Este chakra puede estar cerrado o abierto; puede ser mediador de energía o bloqueador de ella. La apertura de este centro es directamente correlativa a la merma del ego, pues es el centro a través del cual amamos; a través del cual fluye la energía de la conexión con toda forma de vida. Cuanto más abierto está este centro, mayor es nuestra capacidad de amar: a nosotros mismos, a nuestros prójimos, a todos los seres humanos, a la naturaleza, al misterio inefable de Dios. Cuando el cuarto chakra no funciona bien, la persona se vuelve vulnerable y dependiente, afectada; y cuando está cerrado completamente, se vuelve seco e indiferente.

soporta sobre sí todo el peso de la humanidad, ofreciéndonos noticias de la misma, vinculándonos anímicamente a ella. Al fijarnos en el pan consagrado vemos, como en una singular bola de cristal todo lo que da de sí el ser humano, y en la superficie del vino consagrado se refleja, además del rostro de los participantes al banquete, el de todo hombre en su radical ambigüedad. Nada de lo que sea o haga la humanidad llegará a ser un imprevisto a los ojos de Dios. Por lo miso, nada de lo que sea o haga la humanidad puede entenderse al margen de lo que sucede a diario sobre el altar”: Xabier Larrañaga Oiarzábal, Formación del ministro-­‐claretiano de la Eucaristía, en Aa.Vv., El ministerio de la Eucaristía y la espiritualidad claretiana, pp. 166-­‐167. 63 El color del chakra cordial es el verde, y a veces el rosa. El símbolo es una flor circular con 12 pétalos verdes. En el centro del círculo se sobreponen dos triángulos que parecen tener la forma de la estrella de David. Este símbolo representa la unión de los masculino y lo femenino.


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El chakra cordial, completamente abierto, interactúa armónicamente con los demás chakras, la persona se convierte en un canal del amor divino. Las energías de su corazón pueden transformar su mundo y unir a las personas de su entorno, reconciliarlas y curarlas. Irradian cordialidad, y jovialidad naturales , despiertan confianza y obsequian alegría. El budismo tibetano pone mucho énfasis en el cuarto chakra como centro de equilibrio.

3. LA “GRACIA GRANDE” EN LA PERSPECTIVA DE LA TEOLOGÍA EUCARÍSTICA: LAS “ESPECIES SACRAMENTALES” Otra cuestión que no podemos soslayar es el tema de las “especies sacramentales”64. a) La explicación “tradicional” La doctrina de la transustanciación afirma la conversión de toda la sustancia del pan y del vino en la sustancia del cuerpo y de la sangre del Señor65; permanecen sin conversión los accidentes; éstos al no tener la sustancia como sujeto de inherencia, son milagrosamente sostenidos por Dios, causa primera66 (¡milagro del que no se tiene constancia en el Nuevo Testamento!); por eso, tras la consagración, los accidentes conservan sus reacciones químicas y se convierten en “referencia simbólica” de la sustancia del Cuerpo y Sangre de Cristo. La conversión eucarística es un fenómeno metafísico y por lo tanto no constatable 67 . El Concilio de Trento reafirmó esta doctrina, pero en lugar de utilizar la categoría técnica de “accidentes” prefirió el nombre de “especies”68. La “gracia grande” concedida a san Antonio María Claret, consiste, desde esta perspectiva, en la permanencia en “el pecho” (¡eufemismo!) de las especies sacramentales de una comunión a otra. Los comentaristas claretianos se han visto obligados a añadir: “sin corromperse de una comunión a otra” lo cual implicaría un 64

Cf. José Cristo Rey García Paredes, Iniciación cristiana y Eucaristía, San Pablo, Madrid 1992, pp. 321-­‐ 323. 65 Los teólogos medievales recurrieron a la categoría aristotélica de “sustancia” como solución de compromiso que permitía, por una parte, dar razón a quienes pensaba que se hacía presente en la Eucaristía el cuerpo histórico de Jesús y, por otra, a quienes pensaba que se hacía presente en su estado glorioso. La categoría de sustancia permitía trascender esas determinaciones “accidentales”. Y de ahí se procedió a explicar el fenómeno eucarístico como “trans-­‐sustanciación”, es decir, la conversión de toda la sustancia del pan y del vino en la sustancia del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. El término transustanciación apareció por vez primera en los años 1140/42 en as Sententiae de Rolando Bandinelli (+1160), el futuro papa Alejandro III. El término comenzó a ser utilizado correctamente a partir de Esteban de Tours (1160) y por vez primera en el lenguaje oficial de la Iglesia en el siglo IV de Letrán (1215): DS 802. 66 Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologica, III, q. 75, a.5. 67 Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q. 75, a.1. “Los accidentes del pan subsisten en este sacramento para que en ellos se vea el cuerpo de Cristo y no en su aspecto propio” (Id., o.c. a.6)-­‐ 68 Pablo VI en su enciclica “Mysterium Fidei” dijo que estas fórmulas de las que la Iglesia se sirve, como en nuestro caso “transustanciación” “expresan conceptos no ligados a una determinada fase del proceso científico, ni a una escuela teológica, sino que manifiestan lo que la mente humana percibe de la realidad en la universal y necesaria experiencia y lo expresan con adecuadas y determinadas palabras tomadas del lenguaje popular o del lenguaje culto. Por eso resultan acomodadas a los hombres de todo tiempo y lugar”, Pablo VI, Mysterium Fidei, n. 24.


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segundo milagro respecto a las especies sacramentales. Se trataría de una comunión prolongada, no culminada 69 . Ahora la cuestión que se nos plantea es: ¿cómo transmitir a las nuevas generaciones el sentido de esta gracia de las “especies sacramentales” a la luz de la nueva teología de la Eucaristía y de los sacramentos?70. b) ¿Cómo explicarlo hoy? Las cuatro claves Ha habido en este tiempo intentos neo-­‐escolásticos de recuperación de la doctrina tradicional desde una nueva metafísica71. Sin embargo, la emergencia del pensamiento posmoderno –antimetafísico-­‐ ha lanzado a ciertos teólogos a buscar otras explicaciones. Tres autores de lengua francesa han coincidido en la necesidad de superar el pensamiento metafísico72 y de centrar la presencia eucarística en el acontecimiento de la Pascua: F.X. Durrwell 73 , Louis-­‐Marie Chauvet 74 y Jean-­‐Luc Marion75. Providencialmente la reflexión teológica contemporánea ha entrado en 69

Puede verse en el artículo de Everardo a qué cuestiones tan extrañas y hasta materialistas puede llevar el razonamiento lógico implicado en esta teología eucarística: Ramírez Toro, Everardo, El hecho de la conservación de las especies sacramentales en San Antonio María Claret a la luz de la teología y de la mística, en VL 20 (1961), pp. 3-­‐70. 70 Además de los autores que voy a citar en la reflexión siguiente, es importante referirse a una literatura ecuménica interesante que aborda desde perspectiva innovadoras el tema eucarístico: cf. Michael Witczak, The Manifold Presence of Christ in the Liturgy, en Theological Studies 59 (1998) 680-­‐702; John H. McKenna, Setting the Context for Eucharistic Presence, en Proceedings of the North American Academy of Liturgy (1998), pp. 81-­‐88; Regis A. Duffy, Kevin W. Irwin, and David N. Power, Sacramental Theology: A Review of Literature, en Theological Studies 55 (1994) 657-­‐705;; Paul Jones, Christ's Eucharistic Presence: A History of the Doctrine, Peter Lang, New York, 1994; David Power, The Eucharistic Mystery: Revitalizing the Tradition, Crossroad, New York 1994;; Nathan Mitchell, Cult and Controversy: The Worship of the Eucharist Outside Mass, Pueblo, New York, 1982; John McKenna, Eucharist and Holy Spirit: the Eucharistic Epiclesis in 20th Century Theology, Mayhew-­‐McCrimmon, Great Wakering , 1975. 71 Unos se han servido de la filosofía personalista (Piet Schoonenberg, Schillebeeckx); otros de una metafísica renovada (X. Zubiri desde las categorías de sustantividad y actualidad, o B. Lonergan desde la categoría de “sublatio”: cf. Michael Stebbins, The eucharistic presence of Christ: Mystery and Meaning, en Worship 64 (1990), pp. 225-­‐236. cf. X. Zubiri, Reflexiones teológicas sobre la Eucaristía, en José María Lera (ed.), Universitas, theologia, Ecclesia (I), Universidad de Deusto, 1981, pp. 58-­‐59). 72 Para los teólogos posmodernos el problema básico de la metafísica es que promete el infinito y solo ofrece limitación. Cuando la metafísica dice “Dios”, piensa “causa”, y cuando piensa “causa” simultáneamente se imagina el “efecto”, dado que causa y efecto son correlativos. La realidad es que nosotros no percibimos los fenómenos como efectos producidos por una causa; los percibimos como “dados”, como realidades que emergen desde alguna parte. El verdadero y propio horizonte de los fenómenos es que “son dados”, no el ser. Y, con modestia, hay que admitir la posibilidad de que los fenómenos dados, sean también el dador (a "Given" and a "Giver"). 73 Cf. F.X. Durrwell, La Eucaristía Sacamento pascual, Sígueme, Salamanca, 1982. 74 Louis-­‐Marie Chauvet, Symbole et sacrement. Une relecture sacramentelle de l’existence chrétienne, Cerf, Paris, 1987; Id., De la médiation. Quatre études de théologie sacramentaire fondamentale, Cittadella Editrice, Assisi et Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 2006 (236 p.) 75 Cf. Jean-­‐Luc Marion, Dios sin el ser: el ídolo y el icono, Ellago Ed. 2010; uno de sus capítulo trata sobre “El lugar eucarístico de la teología”; Id., Prolegómenos a la caridad, Madrid. Ed. Caparrós, 1993 (en él hay un capítulo interesantísimo titulado “el don de la Presencia” y cita la frase de san Ireneo: "trajo toda la novedad, trayéndose a sí mismo": Adversus Haereses, IV.34.1); Id., El fenómeno erótico: seis meditaciones. Buenos Aires. Ed. Literales: El Cuenco de Plata 2005; Id., Siendo dado: Ensayo para una fenomenología de la donación, Madrid Síntesis, 2008; Id., El cruce de lo visible, Castellón: Ellago Ediciones, 2006; Id., Dios sin el ser, Ellago Edciones, 2010; Id., In Excess: Studies of Saturated Phenomena, Fordham University Press, New York, 2002.


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una nueva fase, innovadora y sorprendente, mucho más bíblica, más pneumatológica, más escatológica. Y sorprendentemente más en consonancia con el contexto eucarístico que configuró la existencia de Claret en sus últimos años. Quiero resumir esta reflexión en lo que yo denominaría “las cuatro claves”: el Misterio Pascual, el Espíritu Santo y la escatologización, la aparición “bajo otra forma” y la comunión. -­‐ La clave primera: el Misterio Pascual La Pascua -­‐y no la metafísica de la presencia y de la causalidad-­‐ nos introduce en el misterio de la Eucaristía, según Chauvet y Marion; las Pascua es la respuesta a las cuestiones que la presencia eucarística plantea a nuestra inteligencia, según Durrwell 76 . La Pascua innova, nos lanza a un mundo “demasiado nuevo para nosotros” (Marion), tan nuevo y poco familiar que hemos de reaprenderlo todo. Ninguna de las categorías anteriores funciona. ¡Qué bien lo expresó W.B. Yeats en su poema “Easter, 1916”: “All is changed, (todo ha cambiado) changed utterly (totalmente cambiado) a terrible beauty is born." (una terrible belleza ha nacido). En la Pascua descubrimos, no que Dios y su Hijo Jesucristo están presentes en todo el mundo por el Espíritu, sino que el mundo está presente en la Trinidad; no que Jesucristo está presente en el trozo de pan o en el vino del cáliz, sino que ese pan partido y entregado y esa copa de vino entregada están presentes en el Resucitado y transparentan y median su Presencia. Cristo resucitado subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. El cuerpo del Resucitado pertenece para siempre a Dios Padre77; y sólo por el mismo Dios a través del Espíritu puede sernos donado, como don y presencia. El Padre y Jesús nos envían al Espíritu. Gracias al Espíritu descubrimos la presencia del Padre y del Hijo que están en los cielos, pero que tienen todo el poder en el cielo y en la tierra. La Ascensión acontece en un doble movimiento: bendición y desaparición78. Lo mismo ocurre en el relato de Emaús: Jesús bendice y después desaparece 79. El cuerpo del Resucitado se hace presente haciéndose ausente; rehúye nuestras medidas y localizaciones. Pero su presencia es siempre “bendición” y regalo. En el orden simbólico, presencia y ausencia no son dos realidades contradictorias; acontecen al mismo tiempo. La presencia eucarística se hace bendición en nuestros cuerpos, aunque nunca pueda ser adscrita a un lugar. La presencia eucarística no está circunscrita en el espacio del pan o de la copa; es una presencia en la acción de partir el pan, repartirlo, comerlo, de escanciar el vino en la copa, repartirla y beber de ella. Lo importante no es el “esse” sino el “adesse” de la presencia (Chauvet).

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F.X. Durrwell., o.c., p. 30. 77 Le dice Jesús a María Magdalena: “No me toques, pues no he subido al Padre” (mh/ mou a‚ptou, ou¡pw ga»r aÓnabe÷bhka pro\ß to\n pate÷ra:: Jn 20,17) 78 Bendición: “eujlo/ghsen aujtou/ß”: Lc 24,50. Desaparición: “e˙n twˆ◊ eujlogei√n aujto\n aujtou\ß die÷sth aÓpΔ∆ aujtw◊n kai« aÓnefe÷reto ei˙ß to\n oujrano/n.” Lc 24,51. 79 Bendición: “e˙n twˆ◊ katakliqhvnai aujto\n metΔ∆ aujtw◊n labw»n to\n a‡rton eujlo/ghsen kai« kla¿saß e˙pedi÷dou aujtoi√ß,” Lc 24,30. Desaparición: “kai« aujto\ß a‡fantoß”:


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A partir de la Pascua nuestro mundo es un espacio “crístico”, “trinitario”. Está instalado en la Presencia de Dios. Lo expresa muy bien el teólogo norteamericano John H. McKenna cuando escribe: “Lleno del Espíritu de Dios, Jesús resucitado ha recibido una nueva libertad. Esta libertad no es libertad del cuerpo, sino más bien libertad en el cuerpo, en el cuerpo “espiritualizado” del que Pablo habla en 1 Cor 15,44. El cuerpo de Jesús ha sido transformado a través del Espíritu en el vehículo perfecto de su autoexpresión y comunicación. No se le impone los límites que en otro tiempo tuvo. Es libre para darse en absoluta libertad. Los relatos de la resurrección testifican esta faceta de su nueva vida”80. -­‐ La clave segunda: el Espíritu Santo y la escatologización La ausencia de Jesús, a partir de la Ascensión, no disminuye su presencia, sino que la intensifica: “os conviene que yo me vaya porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré”81 . El Espíritu Santo le da al Cuerpo escatológico de Jesús diversos modos de presencia. Una de ellas, la más intensa, es la presencia sacramental eucarística. El Espíritu consagra y santifica los dones y el acto de donación –en el que están implicados-­‐ y hace posible así la comunión más íntima que se pueda imaginar. Esa es la súplica de las dos epíclesis eucarísticas: una sobre los dones para que sean cuerpo y sangre de Cristo y otra sobre la comunidad para que forme un solo cuerpo en Cristo 82 . La conversión eucarística no depende de nuestro poder, ni dominio; el presbítero no consagra: ¡solo el Espíritu que realza lo creatural al orden de la nueva Alianza, al mundo nuevo de la Pascua! “Consagrados por el Espíritu, el pan y el vino son asumidos tan enteramente en Cristo que él se convierte en la sustancia total y, al alimentarse de la Eucaristía, los cristianos, se unen sin intermediario de ningún tipo con el cuerpo de Cristo”83. 80

John H. McKenna,, Eucharistic presence: an invitation to dialogue, en Theological Studies 60 (1999), pp. 294-­‐317; p. 298. 81 Dice este importante texto en griego: sumfe÷rei uJmi√n iºna e˙gw» aÓpe÷lqw. e˙a»n ga»r mh\ aÓpe÷lqw, oJ para¿klhtoß oujk e˙leu/setai pro\ß uJma◊ß: e˙a»n de« poreuqw◊, pe÷myw aujto\n pro\ß uJma◊ß: Jn 16,7. 82 “Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros cuerpo y sangre de Jesucristo nuestro Señor” (Plegaria Eucarística II). “Que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti de manera que sean cuerpo y sangre de Jesucristo, hijo tuyo y Señor nuestro que nos mandó celebrar estos misterios” (Plegaria Eucarística III). “Que este mismo Espíritu santifique, Señor, estas ofrendas para que sean cuerpo y sangre de Jesucristo nuestro Señor, y así celebremos el gran misterio que nos dejó como Alianza eterna” (Plegaria Eucarística IV). Cf. John McKenna, Eucharist and Holy Spirit: the Eucharistic Epiclesis in 20th Century Theology, Mayhew-­‐McCrimmon, Great Wakering , 1975. 83 F.X. Durrwell, o.c. p.94. John H. McKenna lo expresa así en el artículo anteriormente citado: “Christ's risen or "Spiritized" body enables him to use individual elements of the universe as extensions of his presence. He is now free to use words, especially those of Scripture, for a personal encounter with others. Natural symbols such as water, bread, and wine suddenly become willing instruments in his free, total self-­‐giving. People, too, are invited to enter into this process. They can become more or less willing extensions of his presence in the world. One can speak in realistic terms of people as members of Christ's body. Because Christ's Resurrection involves the universe and its people, what took place in him is still taking place in the persons and universe which he has swept up into his new life, his new freedom”: a.c., p. 299.


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Gracias a la acción del Espíritu, los dones eucarísticos quedan escatologizados, atraídos hacia la plenitud del cielo, porque Jesús se hace presente en cuanto cielo. Viene desde el futuro escatológico, no desde el pasado. La presencia acontece bajo acciones simbólicas que, hacen presente ocultando; de ahí que sigamos ansiando la venida del Señor en gloria: ¡Ven Señor Jesús! (cf. 1 Cor 16,22; Ap 22,20) (cf. Flp 3,21)84. Por eso, el pan eucarístico es llamado “pan del cielo”. Ya lo dijo Jesús: “Cuando sea elevado atraeré todo hacia mi” (-­‐kaÓgw» e˙a»n uJywqw◊ e˙k thvß ghvß, pa¿ntaß e˚lku/sw pro\ß e˙mauto/n-­‐ Jn 12,32). Para hacerse presente en los dones eucarísticos no es necesario un vaciamiento ontológico de esas realidades. En la Eucaristía se muestra cómo Jesús ha sido agraciado con “todo el poder, en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18); gracias al Espíritu puede asumir los dones para comunicarse a través de ellos con mucha más intensidad y comunión que en la última Cena. Estos dones no entran en contradicción consigo mismos cuando devienen eucarísticos. Así lo dice la oración de presentación de las ofrendas: “bendito seas, Señor, por este pan… él será para nosotros de vida”, “bendito seas, Señor, por este vino… él será para nosotros bebida de salvación”. -­‐ La clave tercera: “El Señor aparece bajo otra forma” En este planteamiento el pan y el vino no son “accidentes”, sino “especies sacramentales” –como decía el concilio de Trento, “formas de aparecer” la Escatología en nuestro tiempo y espacio. El pan y el vino nos hacen tangible el futuro escatológico: “son la visibilidad del Cristo pascual, la tangencia inmediata de la escatología con el mundo, la aparición de aquel que es en sí mismo invisible con la iglesia terrena: una presencia no ya “bajo los accidentes” del pan y del vino, sino “bajo las apariencias del pan y del vino”85. Los dones del pan partido y distribuido y la copa escanciada y compartida se convierten en formas de aparición pascual del Señor. En los dones eucarísticos acontece lo que el evangelio de Marcos nos dice: “El Señor se les apareció bajo otra forma” (e˙fanerw¿qh e˙n e˚te÷raˆ morfhØ:v Mc 16,12) 86. Es tarea nuestra abrazar el don icónico de la presencia eucarística de Cristo temblando de alegría y ánimo, pero no olvidando nuestra duda y temor. Tenemos que aprender a reconocer la presencia de la ausencia, la verdad de aquel Extranjero que, bendiciendo y partiendo el pan en los solitarios puestos avanzados de nuestras vidas,, viene a hacerse tan cercano como nuestra aliento y cuerpo, solo para evanescerse de nuestra vista. -­‐ La clave cuarta: ¡no los dones, sino la comunión! Pero los dones, asumidos en la Presencia, no son el punto de llegada, sino mediación transeúnte hacia la meta final de la Eucaristía. la comunión de Cristo con su Cuerpo que es la Iglesia, de manera que no sean dos, sino uno solo: ¡Gran misterio es éste! (to\ musth/rion touvto me÷ga e˙sti÷n:: Ef 5,32). Esa es la petición de 84

Cf. Luis F. Ladaria, Eucaristía y Escatología, en Estudios Eclesiásticos 59 (1984) pp. 211-­‐216. F.X. Durrwell, o.c. p. 94 86 F.X. Durrwell, o.c., p. 88. 85


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la segunda epíclesis eucarística87. Y el Espíritu a lleva a cabo sin vaciar al ser humano, sino más bien pneumatizándolo, uniéndolo a Cristo Jesús para vivir en Él, para incorporarlo al único Cuerpo 88 . Así pedimos que “el Espíritu nos transforme en ofrenda permanente” (Plegaria Eucarística III); “concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz que-­‐… seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria” (Plegaria eucarística IV). Esto quiere decir que quien comulga a Cristo Jesús es, ante todo, la Iglesia, pues a ella le ha sido entregado el Cuerpo de su Señor. La comunión personal se inscribe dentro de la pertenencia del creyente a la Iglesia. El encuentro con el cuerpo del Señor es comunitario. Es el encuentro nupcial entre el esposo y la esposa (que no es ante todo el alma individual del creyente, sino la comunidad por la que Jesús da la vida). Entre las dos consagraciones –realizadas por el Espíritu Santo-­‐, la del pan y de la comunidad, existe una impresionante analogía 89; la diferencia estriba en que la Iglesia está constituida por personas que conservan su alteridad personal (alteridad reforzada incluso por la misma presencia liberadora de Cristo) y, en cambio, los dones eucarísticos son cosas, pueden ser asimiladas sin más al cuerpo de Cristo90. c) Claret, inmerso en la Pascua, pneumatizado, escatologizado Después de todo lo estudiado hasta este momento, llego a la conclusión de que la “gracia grande” concedida a Claret no debe ser interpretada como un hecho aislado, un privilegio, una realidad que tiene sentido por sí misma. Es preciso, más bien, situarla en el cuadro que diseñan los últimos años de su vida. En este marco, descubrimos la verdad de Claret y adquieren significado hechos aislados que, en sí mismos considerados podrían parecer contradictorios91. No creo que haya que recurrir primariamente a los místicos para entender la gracia concedida a Claret –como ha sido tradicional en la Congregación-­‐. Basta 87

“Que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuanto participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo” (Plegaria Eucarística II). “Para que fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Que Él nos transforme en ofrenda permanente” (Plegaria Eucarística II). “Concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz que, congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para tu alabanza” (Plegaria Eucarística IV) 88 Como decía san Agustín: “Si queréis entender lo que es el cuerpo de Cristo, ver lo que el Apóstol les dice a los fieles: vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Si pues, vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la santa mesa es un símbolo de vosotros mismos…. Vosotros mismo lo refrendáis así al responder: Amén”: San Agustín, Sermón 272: en TEP, 210-­‐211. 89 “Lo mismo que el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, no es pan ordinario sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrestre y otra celeste, así nuestros cuerpos que participan de la Eucaristía no son ya corruptibles, puesto que poseen la experiencia de la resurrección” San Ireneo, Adversus Haereses, IV, 18,5. 90 F.X. Durrwell, o.c., pp. 89-­‐92. 91 Por ejemplo, llama la atención que un año después de la concesión de la gracia grande pueda decir que “siempre tiene que separarse y arrancarse con violencia de la presencia eucarística cuando llega la hora”. “Delante del Santísimo Sacramento siento una fe tan viva, que no lo puedo explicar. Casi se me hace sensible, y estoy continuamente besando sus llagas y quedo, finalmente, abrazado con él. Siempre tengo que separarme y arrancarme con violencia de su divina presencia cuando llega la hora”. (Claret, Aut. 767: tomado del capítulo VI: Cuenta de mi espíritu al director espiritual al ultimo del año de 1862). Esa aparente contradicción se puede entender a partir de lo que hemos dicho sobre la presencia-­‐ausencia, o sobre el concepto de Presencia a partir de la Pascua.


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recurrir al acontecimiento de la Pascua y al mismo Claret que lo experimenta y testifica. Como hemos visto en la primera parte de esta conferencia Claret tuvo una experiencia muy fuerte de la Presencia de Dios, especialmente focalizada en la presencia eucarística de Jesucristo. Pero esta experiencia tenía mucho que ver con la sensibilidad escatológico-­‐apocalíptica que marcó su vida espiritual y su misión en los últimos 15 años de su vida. Desde este contexto es posible descubrir de forma nueva el significado de la “gracia grande”. A san Antonio María Claret –como también a la Madre Antonia Paris-­‐ le fue concedida una especial sensibilidad apocalíptica para interpretar lo que estaba sucediendo en la sociedad y en la Iglesia. Antonio María Claret se sintió implicado en la lucha del Reinado de Dios contra las fuerzas del Maligno. No interpretó su misión como lucha armada, ni lucha política. Hizo del amor su arma más poderosa. Ese era el fuego que quería expandir por el mundo. El amor le llevó a orar mucho, constantemente por sus hermanos y hermanas (apostolado de la oración). El amor se convirtió para él en celo apostólico predicando la palabra a tiempo y a destiempo. Se sintió identificado con el águila apocalíptica que denuncia los males de la sociedad, con el ángel apocalíptico que proclama la Palabra de Dios en toda la tierra. El amor le llevó a desear una unión muy estrecha con Jesucristo, hasta no ser él quien viva, sino Cristo en él. Claret vivió su presente desde el futuro escatológico de Dios. El futuro iluminaba su presente: de ahí provenía su inquietud, su impaciencia apocalítpica, su experiencia de la presencia (“ya sí”) y de la ausencia (“todavía no”). En la medida en que su vida iba madurando, Claret se dejaba más fácilmente “consagrar” por el Espíritu, daba lugar a la acción de la Presencia. Y crecía con ello su deseo de la más profunda comunión. El Espíritu escuchó sus deseos más profundos y actuó en el espacio abierto por el deseo. El eros de la Esposa se vió recompensado con la presencia permanente del Esposo. Los místicos llaman a esta situación “desposorio espiritual”. El don de las especies sacramentales en Claret podría muy bien ser interpretado como una “escatologización” del cuerpo de Claret producida por el Espíritu Santo y que incorpora al Cuerpo escatológico de Jesús Resucitado. Así llega la Alianza de amor a su culminación: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Jesús le decía a Claret: “toma y come”. Claret se siente así mismo autorizado para exclamar: “Tomad este pobre corazón, comedlo, así como yo os como a Voc, para que yo me convierta todo en vos… Señor omnipotente, consagradme, hablad sobre mi y convertidme todo en Vos” (Aut 756). Este fue el tiempo de la Alianza que llegaba a su última cima. La presencia de María en esta fase escatológico-­‐apocalíptica de Claret está –a mi modo de ver-­‐ vinculada a la presencia del Espíritu Santo. En Claret no hay vivencia del Espíritu sin María, ni vivencia de María sin el Espíritu. Podríamos aplicarle muy bien la fórmula del “Credo”: “de Spiritu Sancto ex Maria virgine”. Por eso, en esta última fase de su vida, María ratifica lo que el Espíritu realiza en Claret92. En Claret se 92

El teórico de la mística Antonio del Espíritu Santo ve en la Eucaristía el sacramento gracias al cual se realiza el matrimonio espiritual: Antonio del Espíritu Santo, Directorio místico, tr. IV, disp.. V. Fray Luis de León, al tratar de Cristo Esposo, tiene sobre esto párrafos delicioso: Fray Luis de León, Nombres de Cristo, lib.2, Esposo, Madrid (BAC) 1951, 619-­‐651. La hagiografía muestra cómo ordinariamente el ingreso en la unión transformante tiene lugar después de la comunión. Santa


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hace verdad la segunda epíclesis de cada Eucaristía y Claret no pone obstáculo, convirtiéndose así en “especie sacramental”, o aparición pascual de Jesucristo bajo otra forma, o como miembro incorporado al Cuerpo, capaz de expresar en el miembro el Todo93.

CONCLUSIÓN Hasta aquí mi reflexión. Debo confesar que ha sido para mí apasionante introducirme en este tema: descubrir lo que otros hermanos claretianos pensaron sobre él, conectar de nuevo aunque tangencialmente con la experiencia semejante de Madre Antonia Paris, conectar con los escritos de nuestro Padre Fundador y descubrir cómo en el conjunto de la teología actual de la Eucaristía, la “gracia grande” concedida a Claret no solo no pierde su esplendor, sino que se agranda. También quiero decir, que no he contemplado a Claret como un privilegiado, sino más bien como un pionero, como aquel que nos enseña un camino espiritual que está abierto a todos nosotros. Lo que en él aconteció como gracia del Espíritu puede sernos concedido también a nosotros. Quien busca el rostro de Dios, apasionadamente como Claret, es agraciado con la experiencia de la Presencia. Claret nos enseña que cuando una persona es invadida por la Presencia no es anulada, ni vaciada, sino liberada, plenificada, ensalzada, activada al máximo de sus posibilidades para la misión. Claret nos dice a los misioneros claretianos que nuestra Alianza tiene un futuro insospechado, maravilloso para quien apasionadamente desea identificarse con su Señor. Y que, por medio de él o ella, se introduce en lo más íntimo de la creación, un proceso de transformación de la realidad que terminará por transfigurar el mundo entero, cuando Dios será todo en todos. Es la nueva y eterna alianza en la sangre del Cordero inmolado, que comienza transformando el corazón del cristiano y termina transformando el cosmos. En esa transformación tiene un papel central el Espíritu Santo. La dinámica transformadora de la Eucaristía se introduce así en la historia y en el seno de las culturas94. * * * Y concluyo con unas referencias al documento conclusivo del Congreso de Espiritualidad Claretiana “Nuestra Espiritualidad Misionera en el camino del Pueblo de Dios”. Allí se ofrece –aunque de forma indirecta-­‐ una relectura del significado de la Eucaristía dentro de nuestra espiritualidad misionera y claretiana. La gracia de la reserva y permanencia eucarística de una comunión a otra, recibe en el documento sobre nuestra espiritualidad una peculiar relectura: la comprensión

Teresa lo afirma expresamente de sí misma: Teresa de Jesús, Moradas séptimas, c.2, n.1, e.c., p. 421 93 “La esencia formal de la Eucaristía es comunión personal y la esencia de la comunión personal es incorporación al cuerpo de Cristo. Y como cuerpo es la actualidad del yo mismo en la realidad, resulta que esta incorporación consiste en que cada partícipe del ágape es yo mismo, siendo yo en y por el Yo de Cristo. Todo cristiano es otro Cristo”: X. Zubiri, Reflexiones teológicas sobre la Eucaristía, en José María Lera (ed.), Universitas, theologia, Ecclesia (I), Universidad de Deusto, 1981, pp. 58-­‐59. 94 Benedicto XVI, . Mysterium Caritatis, n. 12.


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del año litúrgico como una gran Eucaristía extendida, como un camino eucarístico con todo el pueblo de Dios a lo largo del año95. Y después, se die: “Para nosotros, misioneros claretianos, la celebración de la Eucaristía y el culto de la Presencia del Señor son el eje de nuestra espiritualidad y la fuerza de nuestro camino. Así lo hemos heredado de nuestro Padre Fundador. Toda su vida espiritual giró en tono a este misterio y desde él se hizo proyecto, hasta culminar en la identificación misteriosa con el Señor (la gracia de las especies sacramentales)… Como Claret, también nosotros vivimos el misterio eucarístico en el tiempo. En nuestra vida adquiere diversas tonalidades, diversos significados. No somos capaces de vivir de una vez el misterio, y por eso de él hacemos “el pan nuestro de cada día”. Aunque es uno solo el misterio que se celebra, para nosotros es diferente en cada experiencia eucarística. Deseamos llegar a la identificación y configuración con Jesús hasta que podamos decir: “no spy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” y hacer, con Él, de nuestra vida un don “para que todos tengan vida y la tengan en abundancia”96

95

Misioneros Claretianos, Nuestrra espiritualidad misionera en el camino del pueblo de Dios,, Roma 2002, pp. 47-­‐48. 96 Id., o.c., pp. 48-­‐49.


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EN EL 150 ANIVERSARIO DE LA CONSERVACIÓN DE LAS ESPECIES SACRAMENTALES EN EL PECHO DE SAN ANTONIO MARÍA CLARET

¿CÓMO RE-­‐INTERPRETAR LA “GRACIA GRANDE” 150 AÑOS DESPUÉS? JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES, CMF SEGOVIA, 15 SEPTIEMBRE 2011

I. EL TESTIMONIO DE CLARET SOBRE LA “GRACIA GRANDE” 1. Las versiones del hecho y su contenido fundamental 2. El relato en el contexto a) La conciencia de la presencia de Dios en los últimos años b) La conciencia de la presencia eucarística c) El contexto apocalíptico del capítulo XVIII de la Autobiografía

II. LA RE-­‐INTERPRETACIÓN “HOY” 1. La “gracia grande” como “reserva del Santísimo Sacramento” a) La reserva del Santísimo Sacramento: historia, justificación y sentido -­‐ Inicio y desarrollo del culto eucarístico fuera de la Misa -­‐ La justificación teológica: la eclesiología esponsal b) La “gracia grande” de la reserva del Santísimo Sacramento en el cuerpo de Claret c) La sede de la presencia: el corazón, el pecho (el chakra cordial) 2. La “gracia grande” en la perspectiva de la Teología Eucarística: las “especies sacramentales” a) La explicación “tradicional” b) ¿Cómo explicarlo hoy? Las cuatro claves -­‐ La clave primera: el Misterio Pascual -­‐ La clave segunda: el Espíritu Santo y la escatologización -­‐ La clave tercera: “El Señor aparece bajo otra forma” -­‐ La clave cuarta: ¡no los dones, sino la comunión! c) Claret, inmerso en la Pascua, pneumatizado, escatologizado

CONCLUSIÓN


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