De un pensador tricentenario

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De un pensador tricentenario

Ensayos sobre Adam Smith

330.15 VV.AA.

De un pensador tricentenario. Ensayos sobre Adam Smith / Julio H. Cole, Marco A. Del Río R., Silvia Aleman, Enrique Fernández García: UPSA, Santa Cruz de la Sierra, 2023 74p.: 21cm

DL: 8-1-3066-2023

ISBN: 978-99905-58-75-3

<ADAM SMITH><ECONOMÍA ><FILOSOFÍA ECONÓMICA>

<ESCUELAS DE PENSAMIENTO ECONÓMICO >

Cubierta: Monumento de Adam Smith en la Royal Mile, de Edimburgo.

1ª edición 2023

© Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra (UPSA)

© Silvia Aleman, Julio H. Cole, Marco A. Del Río R., Enrique Fernández García

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Santa Cruz de la Sierra

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Prólogo .................................................................................. 7 Sergio Daga Mérida Adam Smith y su Teoría de los sentimientos morales .............. 11 Julio H. Cole La excepcionalidad europea en Adam Smith ...................... 23 Marco A. Del Río R. Orden entre la evolución biológica y cultural: la constitución subjetiva del individuo ................................ 51 Silvia Aleman Universidad y pedagogía ciudadana. ¿Por qué un libro sobre Adam Smith? ................................. 65 Enrique Fernández García
Índice

Lo que nos incita a la práctica de esas virtudes divinas no es el amor al prójimo, no es el amor a la humanidad. Lo que aparece en tales ocasiones es un amor más fuerte, un afecto más poderoso: el amor a lo honorable y noble, a la grandeza, la dignidad y eminencia de nuestras personalidades.

En marzo de 1776, Adam Smith publica An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. Ante la lucidez y trascendencia de dicha obra, estructurada en cinco libros y treinta y dos capítulos, no cabe sino la admiración y la necesidad de conmemorar al filósofo, economista, pero, sobre todo, al hombre que dejó a la humanidad el primer tratado de la ciencia económica.

La riqueza de las naciones de Smith separó para siempre el análisis económico del marco de referencia mercantilista, hasta entonces reinante en Occidente, marco que negaba los beneficios del libre comercio. Desarrolló así, de manera clara, el estudio del orden social espontáneo, el cual surge de los intercambios voluntarios libres, mismos que producen beneficios para todas las partes involucradas, sean domésticas o extranjeras.

No puede dejar de maravillar la claridad con que Smith explica el mecanismo que lleva a la prosperidad de las naciones. El modelo smithiano promulga que tanto el nivel del ingreso real por persona como su tasa de crecimiento dependen esencialmente de la productividad laboral, aspecto que hoy es fundamental para explicar por qué unas naciones son ricas y otras son pobres. Algo determinante en dicho modelo es que las diferencias de

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Prólogo
Adam Smith, La teoría de los sentimientos morales.

productividad laboral entre naciones vienen explicadas por las diferencias en el grado de división del trabajo. De manera didáctica, haciendo gala de su impronta de profesor universitario, ya en el primer capítulo de La riqueza de las naciones, Smith explica las ganancias de la división del trabajo en una fábrica de alfileres.

Pero Smith va más allá. Él explica cuáles son los factores que limitan la división del trabajo. Menciona que la disponibilidad del capital por trabajador, y, por ende, el ahorro, es determinante, así como el tamaño del mercado; con todo, en última instancia, el problema del desarrollo económico para nuestro autor es un problema institucional. Smith favorecía una política de mínima intervención del gobierno en el mercado, desestimando la pretensión de asignar recursos por medio de planes predeterminados, que requeriría mayores conocimientos que los que pueden disponer las partes interesadas.

Ahora bien, el libro que el lector tiene en sus manos cuenta igualmente con el objetivo de recordar y realzar la obra de uno de los pensadores más importantes de las ciencias sociales y, además, padre de la economía moderna en el tricentenario de su bautizo. Sí, de su bautizo, porque, tal y como nos lo recuerda Julio H. Cole en su libro Cinco pensadores liberales (pág. 21), Adam Smith nació en Kirkcaldy, Escocia, en 1723, en fecha exacta desconocida, pero fue bautizado el 5 de junio de ese año, es decir, hace 300 años.1

La esencia de las universidades debe ser la búsqueda incesante de la verdad y, en esa búsqueda, las ideas importan. Desde su fundación en 1984, hace ya casi 40 años, la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra – UPSA ha dejado constancia de que las aprecia. La publicación de numerosas obras, libros y revistas, son útiles para reflejar esa postura institucional. A este significativo fondo editorial, compuesto por títulos que abarcan diferentes campos del conocimiento, se suma el volumen que tengo la dicha de presentar.

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Adam Smith murió el 17 de julio de 1790, lleno de honores, a la edad de 67 años.

Es necesario subrayar la importancia que, como institución, concedemos al propósito de difundir reflexiones e indagaciones que ayuden a entender y resolver problemas ciudadanos. No se quita, ni de lejos, valor a la profesionalización e investigación científica; son labores que no dejamos de considerar fundamentales. Sin embargo, la misión de aportar con ideas que ayuden al debate público no es menor. Porque un centro de enseñanza superior pierde legitimidad si olvida su relación con la razón, el espíritu crítico y nuestra convivencia. Adam Smith nos ha brindado la oportunidad de volver a acreditarlo.

Los textos que conforman este libro aspiran a evidenciar parte del provecho reflexivo de su excepcional obra. Smith puede ser examinado desde diferentes perspectivas, sean éstas económicas, políticas o filosóficas, entre otras. En las siguientes páginas, el lector se topará con tres más que interesantes consideraciones. En primer lugar, Julio H. Cole trabaja sobre La teoría de los sentimientos morales, exponiendo una interpretación que deja notar cómo las ideas económicas y éticas de Smith resultan conciliables. Por otra parte, Marco A. Del Río se ocupa de analizar el libro tercero de La riqueza de las naciones, señalándonos aspectos que sirven para explicar el singular progreso que ha tenido Europa. Por último, recurriendo a la psicología, Silvia Alemán expone los vínculos entre planteamientos smithianos e ideas de Freud y Lacan, ofreciéndose una óptica distinta de lo convencional en el estudio de nuestro pensador.

Por otro lado, en la parte final del libro, Enrique Fernández García, coordinador de nuestra Cátedra Libre Manfredo Kempff Mercado, ha aprovechado para pensar acerca de un tema necesario, a saber: cómo, mediante las ideas, la universidad puede contribuir a la formación del ciudadano. Siguiendo esta línea, hablar hoy sobre Smith responde a una justificación mayor. No se trata solamente de recordar a un enorme pensador; es una ocasión que sirve para la ratificación de una relevante labor institucional. Porque, al margen de los aportes que realizan otras entidades, tanto públicas como privadas, nosotros procuramos contribuir a ese propósito de pedagogía ciudadana.

9 PRÓLOGO

Sergio Daga Mérida

Finalmente, resta el agradecimiento a los autores del volumen. Todos son profesores de la UPSA, incluido nuestro profesor visitante internacional, Julio H. Cole, quien ejerce como catedrático en la prestigiosa Universidad Francisco Marroquín, de Guatemala. Gracias a sus textos, tenemos la certeza de que el lector resultará favorecido y, en resumen, habremos rendido un justo homenaje intelectual a ese extraordinario filósofo y economista que fue bautizado hace 300 años.

Sergio Daga Mérida

Vicerrector

Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra

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Adam Smith y su Teoría de los sentimientos morales

Julio H. Cole

Introducción

Al conmemorar el tricentenario del nacimiento de Adam Smith, es importante recordar que no sólo fue autor de la justamente célebre obra conocida como La riqueza de las naciones, publicada en 1776. Diecisiete años antes, en 1759, Smith había publicado su primera obra importante, La teoría de los sentimientos morales.

Los dos libros, por supuesto, versan sobre temas diferentes, y al pasar de uno a otro se perciben naturalmente algunos matices nuevos y cierto cambio de orientación. Algunos comentaristas, sin embargo, exageraron las diferencias entre las dos obras, llegando a considerarlas como evidencia de un cambio en el pensamiento de Smith, cambio que tuvo lugar, presumiblemente, durante ese período de 1759 a 1776. Algunos académicos alemanes del siglo XIX incluso acuñaron la expresión “das Adam Smith-Problem” para denotar el aparente conflicto entre las dos obras —es decir, cómo reconciliar el hecho de que en la primera obra se enfatiza el papel de la “simpatía” como base de la moralidad, mientras que en La riqueza de las naciones se enfatiza el “interés personal” como elemento motivador de la conducta económica.

Una de las “reconciliaciones” más peculiares fue la Umschwungstheorie, propuesta por Witold von Skarżyński, quien planteó la hipótesis de que hubo un “vuelco” en el pensamiento de Smith como consecuencia de su contacto

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con pensadores franceses durante los meses que vivió en París en el año 1766.1 Skarżyński, en todo caso, cuestionaba la originalidad del pensamiento smithiano, ya que, según su interpretación, la filosofía moral de Adam Smith provenía de David Hume y Francis Hutcheson, mientras que casi todas sus ideas económicas provenían de los fisiócratas franceses.

Desafortunadamente para esa interpretación, el descubrimiento en 1895 de los apuntes, tomados por un estudiante, de las conferencias sobre jurisprudencia dictadas por Smith en la Universidad de Glasgow durante la sesión de 1763 (es decir, antes de su viaje a Francia) demostró claramente que la mayor parte de sus ideas económicas ya estaban formadas y articuladas antes de su contacto con los economistas franceses.2 Es, por

1 Adam Smith als Moralphilosoph und Schoepfer der Nationaloekonomie: Ein Beitrag zur Geschichte der Nationaloekonomie (Berlin: Verlag von Theobald Grieben, 1878). La monografía de Skarżyński es la discusión más extensa de la teoría del “vuelco”, aunque versiones preliminares de la misma ya habían sido planteadas por Karl Knies (1853) y por Lujo Brentano (1877). Leonidas Montes, “Das Adam Smith Problem: Its Origins, the Stages of the Current Debate, and One Implication for Our Understanding of Sympathy”, Journal of the History of Economic Thought, 25 (1) (March 2003): 63–90, proporciona una revisión muy actualizada de la literatura sobre “das Adam Smith-Problem”. Cabe mencionar que la expresión fue acuñada en 1898 por August Oncken, pero no para criticar a Smith sino, al contrario, para defenderlo de la imputación de inconsistencia entre sus dos libros más importantes (“Das Adam Smith-Problem”,  Zeitschrift für Socialwissenschaft, ed. Julius Wolf, I. Jahrgang [1898]: 25-33, 101-8, 276–87; agradezco a mi amigo Federico Salazar Bustamante por sus valiosas aclaraciones a este respecto). Sobre el tiempo que vivió Smith en Francia en calidad de tutor-acompañante del Duque de Buccleuch (1764-1766) véase E. G. West, Adam Smith: El hombre y sus obras (Madrid: Unión Editorial, 1989), Cap. X, pp. 139-62.

2 Esto recibió confirmación adicional con el descubrimiento de un segundo juego de apuntes correspondiente a la sesión de 1762. Con relación al primer juego de apuntes, fue el economista Edwin Cannan quien se enteró de la existencia, en manos de un abogado de Edimburgo, de un manuscrito que identificó como los elementos de un curso sobre jurisprudencia dictado por Smith poco antes de su viaje a Francia. Cannan editó estos apuntes y los publicó bajo el título de Lectures on Justice, Police, Revenue and Arms, delivered in the University of Glasgow by Adam Smith (Oxford: Clarendon Press, 1896). Dos juegos adicionales de apuntes de clase fueron descubiertos por John M. Lothian en 1958. Uno de estos correspondía a un curso de retórica y letras, dictado por Smith en Glasgow en la sesión de 1762-63, los cuales fueron editados y publicados por Lothian bajo el título Lectures on Rhetoric and Belles Lettres

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Julio H. Cole

tanto, imposible argumentar que el supuesto “vuelco” se produjo como consecuencia del viaje francés. En todo caso, la base misma de la Umschwungstheorie fue siempre débil, ya que una lectura más cuidadosa de los dos libros muestra que no son realmente contradictorios sino complementarios.

“Simpatía” smithiana

Es posible que parte de la confusión se deba a una mala interpretación del término “simpatía”, que en la obra de Smith no es sinónimo de benevolencia o altruismo, ni es incompatible con el importante papel que Smith asignaba —en ambas obras— al interés personal como motivo determinante de la conducta individual. Tampoco es la simpatía, en la concepción de Smith, mera “lástima” o simpatía con los sufrimientos de los demás. Más bien, la “simpatía” a la que alude Smith se presenta cada vez que un individuo, al observar la conducta de otras personas e inferir los sentimientos que al parecer la motivan, se imagina él mismo en la situación de la persona observada:

Como carecemos de la experiencia inmediata de lo que sienten las otras personas, no podemos hacernos ninguna idea de la manera en que se ven afectadas, salvo que pensemos cómo nos sentiríamos nosotros en su misma situación. Aunque quien esté en el potro [de tormento] sea nuestro propio hermano, en la medida en que nosotros no nos hallemos en su misma condición nuestros sentidos jamás nos informarán de la medida de su sufrimiento …. [Sin embargo,] la imaginación nos permite situarnos en su posición, concebir que padecemos los mismos tormentos, entrar por así decirlo en su propio cuerpo y llegar a ser en alguna medida una misma persona con él y formarnos así (Londres: Nelson, 1963). El segundo juego de apuntes, correspondiente al curso de jurisprudencia dictado durante la misma sesión, no fue publicado sino hasta 1978, como parte de la Glasgow Edition of the Works and Correspondence of Adam Smith, vol. 5, Lectures on Jurisprudence (Oxford: Oxford University Press, 1978).

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alguna idea de sus sensaciones, e incluso sentir algo parecido, aunque con una intensidad menor.3

Similitudes

Es muy fácil enfatizar las diferencias entre dos obras que, al fin y al cabo, tratan de temas diferentes. Consideremos, sin embargo, las similitudes. Tanto en los Sentimientos morales como en la Riqueza, por ejemplo, Smith anda en busca de explicaciones del orden social que minimizan el papel de la razón humana. Esto lo expresa vívidamente en la Riqueza cuando describe la división del trabajo, que “no es en su origen efecto de la sabiduría humana, que prevé y anticipa aquella opulencia general que de él se deriva. Es la consecuencia gradual y necesaria, aunque lenta, de una cierta propensión en la naturaleza

3 Adam Smith, La teoría de los sentimientos morales, traducido por Carlos Rodríguez Braun (Madrid: Alianza Editorial, 1997), pp. 49-50. Con esta interpretación, la “simpatía” que describe Smith se acercaría a lo que hoy en día definimos como “empatía”. El ejemplo citado se refiere por supuesto a los sentimientos de lástima o compasión, que son quizá los casos más obvios de simpatía (o empatía): “El que sentimos pena por las penas de otros es una cuestión de hecho tan obvia que no requiere demostración alguna…. No se halla desprovisto totalmente [de este sentimiento] ni el mayor malhechor ni el más brutal violador de las leyes de la sociedad” (ibid.). Sin embargo, y como ya se señaló, “no son sólo las circunstancias que crean dolor o aflicción las que nos hacen compartir los sentimientos con los demás. Cualquiera sea la pasión que un objeto promueve en la persona en cuestión, ante la concepción de la situación brota una emoción análoga en el pecho de todo espectador atento” (ibid., p. 51). Cabe notar, además, que Smith concibe la simpatía como un sentimiento completamente desinteresado: “…en ningún caso cabe considerar la simpatía como un principio egoísta. Es verdad que cuando yo me identifico con su pesar o su indignación cabría decir que mi emoción se basa en el amor propio, puesto que brota porque yo asumo su caso, me pongo en su lugar y concibo así lo que yo sentiría en tales circunstancias…. [Sin embargo,] cuando me duelo por la muerte de su hijo único, con objeto de identificarme con su aflicción, no pienso en lo que yo mismo, … , sufriría si tuviese un hijo y si ese hijo desgraciadamente muriese; lo que hago es considerar cuánto sufriría si yo fuese en realidad usted, y no sólo cambio con usted el contexto sino también personas y caracteres” (pp. 537-38). La simpatía, por tanto, aclara Smith, es enteramente por cuenta ajena, y en ningún caso por cuenta propia: “Un hombre puede simpatizar con una parturienta, aunque es imposible que se conciba sufriendo sus dolores en su propia persona” (ibid.).

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Julio H. Cole

humana … la propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa por otra”.4 Comparemos esto con el siguiente pasaje de La teoría de los sentimientos morales:

Con relación a todos aquellos fines que por su peculiar importancia pueden ser considerados … como fines favoritos de la naturaleza, ella ha dotado constantemente de esta manera a las personas de un apetito no sólo por el fin que se propone sino también por los medios a través exclusivamente de los cuales ese fin puede lograrse….5

Estos medios son deseados por sí mismos, e independientemente de los fines que tienden a promover:

Así, la conservación y propagación de la especie son los grandes fines que la naturaleza parece haberse propuesto en la formación de todos los animales. Los seres humanos están dotados de un deseo de tales objetivos y una aversión por los opuestos, un amor a la vida y un temor a la muerte, un deseo de continuar y perpetuar la especie y una aversión ante la idea de su total extinción. Pero, …no se ha confiado a la lenta e incierta determinación de nuestra razón el descubrir los medios adecuados para conseguirlos. [Más bien] la naturaleza nos ha dirigido hacia la mayor parte de ellos mediante instintos originales e inmediatos. El hambre, la sed, la pasión que atrae a los sexos, el gusto por el placer, el rechazo al dolor, nos impulsan a aplicar esos medios por sí mismos, sin ninguna consideración a su tendencia a los benéficos fines que el gran Director de la naturaleza intentó realizar a través de ellos.6

4 Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, traducido por Gabriel Franco (México: Fondo de Cultura Económica, 1958), p. 16.

5 La teoría de los sentimientos morales, p. 166.

6 Ibid. Smith consideraba el amor romántico (“la pasión que atrae a los sexos”) como una cosa un tanto ridícula (pp. 90, 92). Sin embargo, no cabe duda que esta pasión es lo que asegura la preservación de la especie, por lo que no debe ser sorprendente que en este aspecto de su conducta el hombre tiende a ser no-racional.

15 ADAM SMITH Y SU TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS MORALES

En forma similar, tendemos a sentir mayor afecto por los jóvenes que por las personas mayores: “Con sabios propósitos, la naturaleza ha hecho que en la mayoría de las personas, y quizá en todas, la ternura paternal sea un afecto más intenso que la piedad filial. La continuidad y propagación de la especie dependen totalmente de la primera, [pero] no de la segunda”.7 Además, “…a los ojos de la naturaleza un niño [parecería] un objeto más importante que un anciano, y suscita una simpatía más viva y más generalizada …. En ocasiones normales un anciano muere sin que nadie lo sienta mucho, pero es extraño que un niño muera sin que a alguien se le parta el corazón”.8

Por lo que respecta al interés personal, es ciertamente fantástico suponer que esta motivación está ausente de La teoría de los sentimientos morales. De hecho, Smith no sólo no condena la búsqueda del interés personal en esta obra, sino que de hecho lo describe como una virtud.

Justicia, prudencia y benevolencia

La moralidad “natural”, según Smith, recomienda tres virtudes cardinales: prudencia, justicia y benevolencia. La prudencia se define como el inteligente cuidado de la propia salud, riqueza y felicidad. En otras palabras, este concepto es sinónimo con el concepto de interés personal que figura prominentemente en La riqueza de las naciones como el motivo principal que dirige la conducta humana en el campo económico. Por eso es importante notar aquí que este motivo es tratado en La teoría de los sentimientos morales, no sólo como algo no reprobable, sino como una virtud positiva.9

7 Ibid., p. 258. Smith agrega, a este respecto: “Los Mandamientos nos ordenan honrar a nuestros padres y nuestras madres. Nada se dice de amar a nuestros hijos. La naturaleza nos ha preparado suficientemente para el cumplimiento de este último deber” (ibid., p. 259).

8 Ibid., p. 386.

9 Ibid., pp. 371-79.

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La justicia es definida por Smith como una negativa escrupulosa a dañar o perjudicar a otra persona, con el objeto de adelantar el interés personal, mientras que la benevolencia, por otro lado, nos induce a promover positivamente la felicidad de otros. La justicia, con esta definición, es una virtud negativa: limita el campo de acción del individuo en sus relaciones sociales, pero su observancia no requiere de acciones positivas. Por otro lado, el respeto de los límites dictados por la justicia no puede ser dejado a la discreción de los individuos, sino que debe ser impuesto por la fuerza.10 La benevolencia, en cambio, “siempre es libre, no puede ser arrancada por la fuerza”.11 La justicia es una condición necesaria para la existencia de cualquier sociedad, pero no es en sí condición suficiente para una sociedad “feliz y agradable”: …aunque entre los distintos miembros de la sociedad no haya amor y afecto recíprocos, la sociedad, aunque menos feliz y grata, no necesariamente será disuelta. La sociedad de personas distintas puede subsistir, como la de comerciantes distintos, en razón de su utilidad, sin ningún amor o afecto mutuo; y aunque en ella ninguna persona deba favor alguno o está en deuda de gratitud con nadie, la sociedad podría sostenerse a través de un mercenario intercambio de buenos oficios de acuerdo con una valuación consensuada. Pero la sociedad nunca puede subsistir entre quienes están constantemente prestos a herir y dañar a otros ….Si hay sociedades entre ladrones y asesinos, al menos deben abstenerse, como se dice comúnmente, de robarse y asesinarse entre ellos.12

La benevolencia, por otro lado, es “el adorno que embellece el edificio, [más] no la base que lo sostiene”.13 Sin justicia, sin embargo, no podría sobrevivir ninguna sociedad —ni siquiera una sociedad de asesinos y ladrones— y es por esto que la observan-

10 Ibid., pp. 171-81 (especialmente pp. 176 y 178-79).

11 Ibid., p. 171.

12 Ibid., pp. 182-83.

13 Ibid.

17 ADAM SMITH Y SU TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS MORALES

cia de sus dictados debe ser exigida por la fuerza: observar las reglas de la justicia no nos hace acreedores a premio alguno, pero la violación de estas reglas incurre un castigo.

Benevolencia y distancia social

Independientemente de su estatus moral, en La teoría de los sentimientos morales se reconoce que la búsqueda del interés personal es una característica innata de la naturaleza humana (aun cuando no sea la más “noble” de las virtudes14). Es significativo, por ejemplo, que Smith empiece su discusión sobre “benevolencia” con el siguiente pasaje:

14 “La prudencia, en suma, …aunque es apreciada como una virtud de lo más respetable y también en alguna medida afable y agradable, nunca es estimada como una de las virtudes más queridas o ennoblecedoras. Impone una cierta fría estimación, pero no parece digna de un amor o una admiración demasiado ardientes” (ibid., p. 376). Smith mismo consideraba, personalmente, que la ambición desmedida de riqueza material era un síntoma poco saludable, pero esto también era una cuestión empírica: el hecho simple es que muchas personas desean poseer cosas que en el fondo no valen la pena. No podemos dejar de citar en este contexto el siguiente magnífico pasaje: “El hijo del pobre, a quien la ira de los cielos ha vuelto ambicioso, cuando empieza a observar en torno suyo admira la condición del rico …. En su fantasía parece la vida de unos seres superiores, y para alcanzar esa meta se dedica para siempre a la búsqueda de la riqueza y los honores. Para acceder a las comodidades que esas cosas deparan se somete en el primer año de su empresa, es más, durante el primer mes, a mayores fatigas corporales y mayor desasosiego espiritual que los que habría sufrido en toda su vida si no las hubiese ambicionado. Estudia para poder distinguirse en alguna profesión. Con infatigable diligencia trabaja día y noche para sacar esos méritos a la luz pública y con análoga constancia solicita cualquier oportunidad de empleo. A tal efecto hace la corte a todo el mundo; sirve a quienes odia y es obsequioso con quienes desprecia. Durante toda su vida lucha por la idea de un reposo artificial y elegante que quizá nunca consiga, pero en aras del cual sacrifica una tranquilidad real que está siempre a su alcance, y si finalmente en su extrema vejez lo logra, descubrirá que desde ningún punto de vista es preferible a la modesta seguridad y contento que abandonó por él. Y entonces, en el trance postrero de su vida, ajado su cuerpo por fatigas y enfermedades, amarga y encrespada su mente por el recuerdo de mil injurias y frustraciones que imagina haber padecido por la injusticia de sus enemigos o por la perfidia e ingratitud de sus amigos, entonces es cuando comienza a caer por fin en la cuenta de que riqueza y pompa son meras baratijas de frívola utilidad, [aún menos idóneas] para procurar el alivio corporal y la paz espiritual que las cajas de tenazuelas del aficionado a las chucherías” (ibid., pp. 319-21).

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Como decían los estoicos, cada hombre debe cuidar primero y principalmente de sí mismo, y cada hombre está en este sentido mejor y más adecuadamente preparado para cuidar de sí mismo que ninguna otra persona. Cada hombre siente sus propios placeres y dolores más intensamente que los de otras personas.15

En el capítulo que empieza con este pasaje, Smith discute el papel que desempeña la benevolencia en las relaciones sociales —papel bastante modesto y limitado, por cierto. En efecto, la benevolencia es necesariamente personal, y por fuerza habrá de debilitarse a medida que aumenta la “distancia social” entre los individuos:

Después de sí mismo, los objetos naturales de sus afectos más cálidos son los miembros de su familia, los que viven normalmente en su misma casa, sus padres, sus hijos, sus hermanos y hermanas. Son natural y normalmente las personas sobre cuya felicidad o infelicidad más influencia puede ejercer su conducta. Él está más habituado a identificarse con ellos. Conoce mejor el modo en que cada cosa puede eventualmente afectarlos y su simpatía hacia ellos es más precisa y definida de lo que puede ser con el grueso de las demás personas: se acerca más, en suma, a lo que él siente respecto a sí mismo.16

Smith considera luego la simpatía que existe cuando el parentesco es más lejano:

Los hijos de los hermanos y hermanas están naturalmente conectados por la amistad que, tras dividirse en familias diferentes, continúa viva entre sus padres …. [Pero] aunque son más importantes recíprocamente que con respecto a la mayoría del resto de la gente, lo son mucho menos que los hermanos y hermanas. Como su simpatía mutua es

15 Ibid., p. 385.

16 Ibid.

19 ADAM SMITH Y SU TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS MORALES

menos necesaria, también es menos habitual y por lo tanto proporcionalmente más débil.17

De esta manera, los lazos de afecto se debilitan sucesivamente a medida que la relación familiar se hace más y más distante. Existen, por supuesto, lazos de afecto y benevolencia más allá del entorno familiar:

…la necesidad o conveniencia de la mutua adaptación muy frecuentemente genera una amistad no desigual a la que se entabla entre quienes viven en el seno de la misma familia. Los colegas en el trabajo o los socios en los negocios se llaman hermanos y a menudo sienten unos por otros como si realmente lo fueran …. Incluso el dato insignificante de vivir en el mismo vecindario tiene algún efecto del mismo tenor.18

Al parecer, entonces, Smith consideraba que los sentimientos benevolentes son más fuertes entre miembros de la misma familia, y que a medida que nos extendemos más allá de este círculo inmediato (amigos, vecinos, colegas de trabajo) la fuerza de la benevolencia se va debilitando a medida que la relación personal se hace cada vez más remota.

El cuadro que nos pinta Smith, aunque realista, no resulta del todo halagador: el ser humano, es cierto, no carece de buenos sentimientos, pero también es egoísta, vanidoso, envidioso y resentido.19 De hecho, como bien señaló el autor de un clásico

17 Ibid., pp. 386-87.

18 Ibid., p. 392.

19 “Es tan desagradable pensar mal de nosotros mismos, que solemos apartar los ojos de aquellas particularidades que podrían torcer ese ejercicio hacia lo desfavorable. Se dice que el cirujano más audaz es aquel al que no le tiembla la mano cuando practica una operación sobre su propia persona; a menudo resulta igualmente audaz el que no titubea en correr el velo misterioso de la auto-ilusión que le impide ver las deformidades de su propia conducta …. Este auto-engaño, esta fatal debilidad de las personas, es la fuente de la mitad de los desórdenes de la vida humana. Si nos viésemos como nos ven los demás, o como nos verían si lo supieran todo, la enmienda sería generalmente inevitable. En caso contrario no podríamos sostener la mirada” (ibid., pp. 281-82).

20 Julio H. Cole

comentario sobre la obra smithiana, este es el ser humano tal como lo conocemos de nuestra experiencia cotidiana.20 En todo caso, estas citas aisladas ciertamente no apoyan la noción de que existe una contradicción entre los Sentimientos morales y la Riqueza de las naciones por lo que respecta a las motivaciones del individuo en sus relaciones sociales:

La benevolencia puede ser quizá el único principio activo en la Deidad, y hay bastantes argumentos, no improbables, que tienden a persuadirnos de que es así ….Pero sea lo que fuere en el caso de la Deidad, una criatura tan imperfecta como el hombre, el mantenimiento de cuya existencia requiere de tantas cosas externas a él, tiene que actuar muchas veces a partir de numerosas otras motivaciones.21

¿En qué sentido podría decirse que la cita anterior es inconsistente con la siguiente afirmación (uno de los pasajes más citados de la Riqueza de las naciones)?

No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo, ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.22

De hecho, lejos de ser incompatibles, estos pasajes más bien se complementan, y la discusión de la benevolencia en los Sentimientos morales no sólo no contradice los argumentos de la Riqueza de las naciones, sino que los refuerza. La clave está en la dependencia mutua que resulta de la división del trabajo: “En una sociedad civilizada, [el individuo] necesita a cada instante la cooperación y asistencia de la multitud, en tanto que su vida entera apenas le basta para conquistar la amistad de contadas

20 R. H. Coase, “Adam Smith’s View of Man,” Journal of Law and Economics, 19 (3) (Oct 1976): 529-47.

21 La teoría de los sentimientos morales, pp. 515-16.

22 La riqueza de las naciones, p. 17.

21 ADAM SMITH Y SU TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS MORALES

personas”.23 En otras palabras, la extensa y fina especialización que se requiere para sostener un nivel de vida civilizado presupone un grado de cooperación social que simplemente no podría darse únicamente mediante el ejercicio de la benevolencia, ya que ésta actúa débilmente entre extraños: “El hombre reclama en la mayor parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes, y en vano puede esperarla sólo de su benevolencia”.24 La benevolencia es altamente personal, pero el hecho es que en una sociedad civilizada constantemente nos beneficiamos de las actividades económicas de personas que no conocemos.

En esta perspectiva, resulta que el argumento de Smith en favor del mercado libre se ve enormemente fortalecido por su Teoría de los sentimientos morales: el mercado no es únicamente un mecanismo eficiente para lograr la cooperación social en la producción de bienes y servicios, sino que de hecho es la única forma de lograrlo. La gran ventaja del mercado es que permite canalizar la fuerza del interés personal para compensar la insuficiente benevolencia que existe.

Para cerrar, citemos en este contexto un comentario muy atinado y perspicaz —y también muy “smithiano”— que hizo Dennis Robertson sobre este tema, al plantearse la pregunta: “¿Qué es lo que economizan los economistas?”25. Su respuesta no fue la que usualmente se esperaría de un economista moderno. Según Robertson lo que los economistas economizan es nada menos que el amor —el recurso más valioso, y también el más escaso—. Adam Smith hubiera estado totalmente de acuerdo con esta afirmación.

23 Ibid., pp. 16-17.

24 Ibid., p. 17.

25 “What Does the Economist Economize?”, en H. C. Harlan (ed.), Readings in Economics and Politics (Oxford University Press, 1961), pp. 733-37.

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H. Cole
Julio

La excepcionalidad europea en Adam Smith

En la mayor parte de Europa, el comercio y las manufacturas de las ciudades han sido, no efecto, sino causa y ocasión de las mejoras y progresos del cultivo de los campos.

Die Stadtluft macht frei (El aire de la ciudad hace libre).

Proverbio alemán

Las ciudades son más antiguas que los condados y desde luego más antiguas que los países.

1. Introducción

La Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicada en 1776 por Adam Smith, es, sin duda, uno de los libros de mayor influencia en la historia del pensamiento económico de los últimos siglos (tanto en términos de doctrina como en términos de teoría), no faltando quien lo considera el texto con que nace la Economía Política como disciplina científica, colocándolo así en un grupo de textos fundamentales como Los principios matemáticos de la filosofía natural (1687), de Isaac Newton, y El origen de las especies (1859), de Charles Darwin.

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Adam Smith

La Riqueza de las naciones (como nombre abreviado) se compone de cinco libros. En este trabajo, queremos centrarnos en el contenido del tercer libro: «De los diferentes progresos de la opulencia en distintas naciones». Se trata de la sección más corta del texto smithiano, que cubre apenas el 4,5% del total1. Este breve tercer libro funciona como una suerte de bisagra entre los dos primeros y los dos últimos libros, de lejos mucho más extensos. En efecto, mientras que, en los dos primeros libros, Smith desarrolla los elementos más teóricos de su sistema, en el cuarto explaya sus demoledoras críticas al mercantilismo, y en el quinto desarrolla sus ideas en cuanto a hacienda pública, o sea, las tareas que, legítimamente, debe asumir el Gobierno, y las formas idóneas de imposición fiscal que permitan costearlas.

Pero ya Schumpeter observaba en cuanto al contenido del libro tercero: “Este Libro no ha atraído la atención que, en mi opinión, merece. Sus juiciosas observaciones, un tanto áridas y carentes de inspiración, podrían haber servido como excelente punto de partida para una sociología histórica de la vida económica, que nunca ha sido escrita” (1954; p. 183).

Por su parte, Víctor Méndez Baiges coincide, en 2004, con la idea de que la lectura habitual de los economistas de la obra de Smith aun hoy pasa del libro II al libro IV, saltando en cierto modo el Libro III bajo la premisa que “solo” trata de historia económica. “Sin embargo, esta parte de la Riqueza de las naciones, la más política y la más directamente ligada a la empresa teórica general smithiana, ha sido también la más despreciada durante el siglo XIX y hasta ahora mismo” (p. 331). Pero esto es, en la visión de Méndez, un grave error, pues, al tratar la historia del comercio y la creación de la riqueza en la Europa moderna, Smith establece los nexos entre el comercio, el derecho, la justicia y la libertad. El tercer Libro de la Riqueza de las naciones no es, pues, solo una bisa-

1 Frente al aproximadamente 29% del primer libro, el 11% del segundo, el 28% del cuarto y el 27,5% del quinto. Estos porcentajes se han calculado a partir del número de páginas de la traducción española de Gabriel Franco, para el Fondo de Cultura Económica, de 1958. Schumpeter proporciona los siguientes porcentajes 25%, 14% 4,5%, 28%,28,6%, respectivamente, en su Historia del análisis económico.

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gra entre la visión teórica del Smith economista y sus propuestas de política económica de los libros IV y V, sino que articula los nexos entre la economía y el derecho y la política.

En el Tercer Libro de la Riqueza de las naciones, Smith piensa y analiza cómo debería darse el progreso de las naciones (la opulencia). Smith identifica un modo que lo llama “natural”, donde la riqueza primero debe crearse en la agricultura, en el campo, para luego, al pasar a las ciudades, fomentar la actividad manufacturera y comercial. La riqueza creada en las ciudades volvería al campo, y esto generaría una suerte de proceso virtuoso de crecimiento económico, donde el comercio, interno e internacional, podría tener un rol importante, pero no fundamental en el origen. Sin embargo, Smith, observando la historia económica de Europa, ve que las cosas no han seguido ese curso, sino que la riqueza inicial se ha creado en la producción de manufacturas y en el comercio de ellas, en especial, el comercio internacional o de largas distancias, y sólo los excedentes de esta riqueza han activado la producción en las áreas rurales. En este modelo, el crecimiento económico no nace en el campo, sino que, al revés, el campo es su destino final. Por ello cree Smith que el orden europeo es “retrógrado”. Esto es lo que se podría llamar la excepcionalidad europea, y en este trabajo se busca analizar la argumentación smithiana sobre este tema.

2. El orden natural de la opulencia económica

Habiendo establecido que la riqueza debe ser entendida como el flujo de producción de las “cosas necesarias y convenientes para la vida, y que anualmente consume el país” (p. 3), en los tres primeros capítulos de la Riqueza de las naciones, Smith propone los fundamentos de su teoría del crecimiento. El punto de partida es la división del trabajo, donde, a partir del famoso ejemplo de la fabricación de alfileres, muestra cómo se potencia, diríamos exponencialmente, la productividad del trabajo. Pero la profundidad que puede alcanzar la división del trabajo, con la respectiva especialización tanto del trabajo como de las herramientas y medios de

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producción (acumulación de capital), depende de las posibilidades del intercambio, que, a su vez, interacciona con la extensión del mercado. En tal sentido, las posibilidades de transporte (en especial, el uso del transporte marítimo y fluvial) y el uso de la moneda se verifican como elementos clave que, al expandir el mercado, permiten ampliar las posibilidades de la división del trabajo.

Uno de los aspectos interesantes del este “modelo smithiano” es que la innovación y el cambio tecnológico, ligados a la inventiva humana, en tanto ahorradores de esfuerzo humano, aparecen como endógenos al crecimiento económico. En efecto, en la medida que los productores buscan los ahorros de esfuerzo humano que genera la división del trabajo, han de desarrollar la creatividad e iniciativa para mejorar sus herramientas de trabajo, sus maquinarias, y perfeccionar los procesos de trabajo.

Otro elemento a destacar es que, mientras el ejemplo de la fábrica de alfileres muestra la expansión de la productividad del trabajo por medio de la especialización intrasectorial o intraindiustrial (esto es, de la división del trabajo dentro de un proceso de producción o dentro de una industria), al incorporar el intercambio y el mercado, Smith parece pensar que hay una solución de continuidad hacia la especialización intersectorial o interindustrial (la especialización que separa las distintas ramas de la industria).

Sin embargo, en el Libro III de la Riqueza de las naciones, el centro de interés de Smith pasa a analizar las distintas pautas de división del trabajo entre la economía urbana y la economía rural. Para ello se basa en el análisis de los posibles usos del capital hecho en el capítulo V del Libro II. Según este, los capitales pueden tener cuatro posibles aplicaciones: 1) la producción de aquellas cosas que, siendo poco elaboradas, se necesitan de forma cotidiana para la vida humana, alimentos, minerales y pesca; 2) la producción de manufacturas; 3) el transporte de mercancías de los lugares donde son abundantes a donde son escasas, el comercio mayorista; y 4) el comercio minorista.

Entre estos posibles usos del capital, Smith muestra de forma explícita su preferencia por el primero de los usos, pues moviliza la

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mayor cantidad de trabajo productivo en la sociedad, y es el que se radica en la misma. Junto al comercio minorista, son trabajos y son ingresos que se generan y quedan en el propio país. En cambio, la producción de manufactura puede, según sea más conveniente, ubicarse en los lugares donde se producen sus materias primas o cerca de sus mercados de salida, por lo cual, de forma semejante al comercio mayorista, su ubicación puede estar dentro o fuera del país, generando trabajo e ingresos en un lugar o en otro. En todo caso, el empleo del capital en todos estos posibles usos es importante, y Smith señala su relevancia para la prosperidad de un país.

“La actividad comercial más eminente de toda sociedad civilizada es la que tienen lugar entre los habitantes de las ciudades y los del campo” (p. 339). Así Smith empieza el primer capítulo del Tercer Libro, llamado «De los diferentes progresos de la opulencia en distintas naciones». Como ya se señaló, ahora Smith aborda la división del trabajo entre las ciudades y el campo.

Para Smith, es evidente que se trata de un intercambio mutuamente ventajoso, donde el campo produce los alimentos y materias primas que necesitan los habitantes de las ciudades para dedicarse a sus actividades, las cuales consisten en la producción de manufacturas: “La ciudad proporciona a los cultivadores de las tierras un mercado muy cómodo para el producto excedente del campo, o para lo que resta después de atender a su consumo, y es en la ciudad donde estos campesinos cambian sus producciones por otras cosas que necesitan. Cuanto mayor es el número y los ingresos de los habitantes de las ciudades, más extenso es el mercado que se ofrece a quienes viven en distritos rurales; y cuanto más extenso sea este mercado, mayor será el número de los que participan en sus ventajas” (p. 339-340).

De esta manera, Smith tiene una natural inteligencia de las relaciones campo-ciudad. No de otra forma definió Arnold J. Toynbee la sustancia de una ciudad: “Una ciudad es una agrupación humana cuyos habitantes no pueden producir, dentro de sus límites, todo el alimento que necesitan para subsistir. Este rasgo es común a las ciudades de todas clases. Es común a Jericó y a Megalópolis” (1970, p. 20).

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La dependencia en la provisión de alimentos es la nota esencial de las ciudades, y es por ello que Smith hace de sus relaciones con el campo circundante su relación económica básica. Es, por lo tanto, necesario que el campo, el ámbito rural genere un excedente de alimentos que puedan ser la base del sustento básico de la ciudad. Pero aquí hay una nota que, históricamente, no puede pasar inadvertida: la urbanización, o sea, el surgimiento de las ciudades, generó la aparición de la “ruralización”. En la medida en que fueron apareciendo las ciudades a lo largo del mundo, el campo, evidentemente, el área circundante a las ciudades, se fue transformando y dejó de ser lo que era. Merry E. Wiesner-Hanks lo señala en los términos siguientes: “Con independencia de cómo se originaron, las ciudades empezaron a ejercer un control sobre la tierra que les rodeaba, obligando a los habitantes del campo a llevar parte de su excedente agrícola a la ciudad” (2015, p. 74). Pero las ciudades no sólo absorbían los excedentes alimenticios del campo; el hacinamiento en las ciudades era un espacio ideal para la proliferación de enfermedades, y, por lo tanto, la tasa de mortalidad en ellas era superior al de su entorno rural. Esto hacía que las ciudades también absorbieran parte de la población rural que buscaba formas alternativas de vida en las ciudades, en especial en aquellas sociedades donde el campesino era siervo del señor feudal, y la ciudad habría la posibilidad de convertirse en hombre libre.

Volviendo a Adam Smith, se tiene que, en el primer capítulo del tercer libro de la Riqueza de las naciones, a partir del hecho básico de la división del trabajo entre la ciudad y el campo, Smith formula una teoría del crecimiento de la riqueza en las sociedades que considera “natural”. Para esto, se basa en su idea de las ventajas del uso de los capitales en sus diferentes aplicaciones. Dado que lo principal o lo más básico es la producción de alimentos y otros productos del campo, para Smith es evidente que el primer destino de los capitales debe ser “el cultivo y mejora de las tierras” (p. 340). Es más, a Smith le parece natural que incluso los comerciantes, industriales y artesanos que han logrado hacer fortuna destinen su riqueza a inversiones en el campo, pri-

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mero, por la cercanía y poder control directo, como por el menor riesgo e incluso por la clara satisfacción que proporciona a las personas ver el fruto de sus desvelos y esfuerzos materializarse en las cosechas y el crecimiento del número de sus animales.

“A igualdad de beneficios, o a falta de grandes diferencias entre ellos, la mayor parte de los hombres hubieran preferido emplear sus capitales en el cultivo y mejora de los campos, en lugar de destinarlos a las manufacturas o al comercio exterior” (p. 340).

Es evidente que Smith mira con romanticismo y espíritu bucólico el campo: “La belleza del campo, las delicias de la vida rural, la tranquilidad de ánimo que ofrece la campaña, …, la independencia que realmente confiere” (p. 341) son los términos con los que refiere al mundo rural. Pero además, observa Smith que mientras el artesano —y por extensión diríamos el industrial y el comerciante— desarrolla un cierto tipo de mentalidad servil, pues se sabe “servidor de los clientes que los mantienen”, en cambio, “El labriego que labra sus propias tierras y que gana el sustento con el trabajo de su propia familia, se considera, y es en realidad, un señor independiente del mundo entero” (p. 342).

Así pues, Smith, basado en su teoría de las ventajas y desventajas de las distintas posibles aplicaciones de los capitales (al campo, a la industria, al comercio mayorista y al comercio minorista), formula una suerte de modelo de desarrollo económico que considera “natural” e incluso deseable: aquel donde, en la interacción entre las economías urbanas y rurales, los excedentes de riqueza que se van generando en las ciudades se inviertan primero en el campo; luego, en la industria y, finalmente, en el comercio exterior. En sus propios términos: “Siguiendo, pues, el curso natural de las cosas, la mayor parte del capital de toda sociedad adelantada se invierte, primero, en la agricultura, después en las manufacturas y, por último, en el comercio exterior. Este orden de cosas es tan regular que no creemos exista sociedad alguna poseedora de un cierto territorio en que no se haya manifestado en cierto grado.” (p. 343).

Surgen acá dos preguntas. La primera: si, además de esta apreciación general, Smith precisa algunas experiencias concre-

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tas de sociedades donde se ha verificado procesos semejantes a los que él describe. La segunda tiene que ver si tal proceso se ha dado en Europa. Smith, al término del capítulo I del libro III, guarda silencio en cuanto a la primera pregunta, pero, en cuanto a la segunda, observa que Europa ha seguido, no el orden natural que él ha señalado, sino un orden “retrógrado”, pues se ha dado en forma totalmente inversa. Precisamente esto es lo que se ha venido en llamar “la excepcionalidad europea”.

3. El orden natural… ¿en China?

Como ya se ha mencionado, Smith se abstiene de indicar, en el primer capítulo del Libro III, algún ejemplo de un país o región que hubiera seguido este su modelo de crecimiento económico natural. Empero, en el capítulo precedente (el capítulo V del libro II) había anotado lo siguiente: “No nos es dado citar país alguno cuyo progreso en la prosperidad haya sido tan continuo que pudiera haber facilitado la adquisición de un capital tal suficiente para estos tres propósitos, a no ser que demos crédito a las maravillosas relaciones de la riqueza y la cultura de China, del antiguo Egipto y del vetusto Indostán” (p. 331). Smith es consciente de la limitación de sus fuentes, pues las llama “maravillosas narraciones”, casi una réplica del libro de las memorias de Marco Polo, El libro de las maravillas. Más adelante, Smith se muestra más duro con sus fuentes: las noticias que llegan de China “vienen generalmente por conducto de viajeros que se asombran de todo, muchas veces misioneros estúpidos y mendaces” (p. 645).

Con todo, pese a esa prevención, a lo largo de la Riqueza de las naciones, Smith sugiere explícitamente que China se ajusta a su modelo de desarrollo natural. Así, por ejemplo, Smith se refiere a la economía china en general: “China ha sido durante mucho tiempo uno de los países más ricos, mejor cultivados, más fértiles e industriosos, y uno de los más poblados del mundo” (p. 70), “China es un país mucho más rico que cualquier parte de Europa…. El arroz es mucho más barato en China que el trigo en cualquier región de Europa” (p. 182).

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Smith detalla explícitamente que China podría ser un ejemplo de su modelo “natural”. Retornando a la referencia sobre China, Egipto e Indostán, Smith prosigue: “Aun estos tres países, los más ricos que se han conocido en el mundo, según las noticias coincidentes que de ellos tenemos, debieron su prosperidad y su fama a la superioridad de su agricultura y de sus manufacturas; pero no hallamos comprobado en parte alguna que sobresaliesen en el comercio exterior. …La China […] jamás se destacó por la magnitud de su comercio con otros pueblos” (p. 331). Ya anteriormente, al destacar las facilidades de transporte fluvial en China, Smith señaló que los chinos no estimularon su comercio exterior y que “derivaron su gran opulencia de su comercio interior” (p. 23).

Con mayor contundencia, Smith ratifica estas ideas cuando aborda la exposición y crítica de los fisiócratas. En efecto, en el capítulo IX del Libro IV, vuelve a tocar el tema de China, indicando cómo en ese país la agricultura tiene prioridad sobre las manufacturas y el comercio exterior. Señala que la condición social del trabajador del campo es superior a la del artesano, y que todo hombre de fortuna aspira a tener su propia parcela que cultivara con esmero. Por otra parte, la gran población, la gran diversidad de sus pueblos y la variedad de sus climas favorecen el comercio interior, abaratado por un amplio sistema de transporte fluvial, lo que en definitiva permite la expansión de un vigoroso mercado interno. Ante tal situación, Smith incluso observa que China no aprovecha adecuadamente las oportunidades que le podría proporcionar el comercio exterior (ver p. 606-607).

Esta idea expresada por Adam Smith, la de que China siguió una vía “natural” en su desarrollo económico, ha tomado relevancia en los últimos años entre diversos intelectuales marxistas, frente al hecho del extraordinario crecimiento de la economía china entre finales del siglo XX y los inicios del siglo XXI. Samir Amin, David Harvey, André Gunter Frank, Robert Brenner y Giovanni Arrighi, entre otros, se unieron a economistas chinos, como Wen Tiejun, Liu Guoguang, R. Bin Wong y Philip Huang y otros, para reflexionar sobre el desarrollo económico

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chino de las últimas décadas. En tal esfuerzo redescubrieron a Adam Smith, y entre algunos de ellos surgió lo que se ha venido a llamar el “marxismo neo-smithiano”2.

Pero, en este ya extenso debate intelectual, el centro de interés no es la historia económica previa a 1776, la comparación entre China y Europa que hace Adam Smith, sino la historia económica posterior y la actual. En efecto, lo que interesa a muchos de estos intelectuales es lo que K. Pomeranz ha llamado “la Gran Divergencia”: hacia 1750, la economía china era mucho más importante (en relación al PIB mundial) y, en cierto sentido, más desarrollada que la europea, pero, como resultado de la Revolución Industrial, que inicia en Gran Bretaña, para el siglo XX, la economía occidental superó grandemente a la china; sin embargo, este proceso se invierte a fines del siglo XX, cuando China vuelve a ponerse a la cabeza del crecimiento económico mundial. Precisamente, el ascenso de China que está logrando superar hoy a los Estados Unidos como la economía más grande del mundo (cuando se mide el PIB a paridad de poder de compra, actualmente el PIB de China supera al de EEUU), luego de un declive de más de dos siglos, es lo que se debe explicar y lo que tiene evidentes implicaciones para el futuro de la economía mundial.

En el debate sobre la Gran Divergencia es que se ha introducido la expresión “revolución industriosa” para distinguirla de la Revolución Industrial. Así, mientras la Revolución Industrial sería el proceso por el cual Europa Occidental llevó adelante su desarrollo económico, en economías de mercado, pero donde el excedente económico se orientaba a la industria, intensificando el uso del capital y el uso de la energía basada en los recursos naturales, la Revolución Industriosa sería la forma de desarrollo seguida por China, y donde el excedente económico se orienta preferentemente a intensificar el empleo de la mano de obra. La vía europea llevó al capitalismo, con la progresiva desvinculación del trabajador de la toma de decisiones en el ámbito de las em-

2 Los párrafos que siguen, en relación a los debates del marxismo neo-smithiano, se basan en el libro de Giovanni Arrighi Adam Smith en Pekín (2007). Para los autores citados, ver las referencias bibliográficas de este libro.

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presas, mientras que la vía china supondría la posibilidad de una economía de mercado no capitalista, y donde los trabajadores no habrían perdido su posibilidad de participar en la toma de decisiones en los procesos productivos.

A este punto se debe introducir dos apreciaciones. La primera es que Adam Smith es consciente de la fragilidad de sus opiniones sobre China. Podemos inferir que Smith se refiere a la China de su época, pero cualquier revisión rápida de un libro sobre la historia de China3 muestra los grandes cambios y mutaciones que fue sufriendo a lo largo de su extensa historia. Al igual que los Imperios romano y bizantino, los Imperios chinos se vieron asediados por pueblos nómadas que cruzaban sus fronteras, y que incluso llegaron a controlar el poder imperial, como ocurrió con los mongoles en el siglo XIII. Los cambios políticos y las guerras provocaron grandes transformaciones en la vida cotidiana y el comercio. No es, pues, evidente que se pueda hablar de un solo modelo de desarrollo para la historia de China.

En el año 960 d. C., el comandante Zhao Kuangyin (927974) se hizo con el poder imperial en China, dando inicio a la dinastía Song, la cual sentó los fundamentos de China para el siguiente milenio. Pese a su debilidad militar, la dinastía Song, que se prolongó hasta 1279, fue un periodo de prosperidad económica y cultural. Charles Holcombe (2011) lo describe en los términos siguientes: “La China de la dinastía Song disfrutó de un floreciente comercio marítimo con todo el mundo islámico, que llegaba tan lejos al oeste como la España morisca y a casi todos los lugares intermedios…La sociedad china de la dinastía Song se dedicaba al comercio, poseía una tecnología avanzada y era sobre todo urbana.” (p. 174-175). En esa época, el arte de la navegación china alcanza su mayor desarrollo: imponentes naves de cuatro pisos y hasta una docena de velas, con compartimientos a prueba de agua, uso del timón de codaste y usando la brújula magnética. El desarrollo de los mercados llegó al punto, señala Holcombe, que incluso fue determinante en la venta de

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3 Ver Jacques Gernet (1999) y Holcombe (2011) por ejemplo.

concubinas y el comportamiento religioso. Incluso el comercio de objetos valiosos empezó a diversificarse hacia el comercio de productos voluminosos y baratos como textiles, porcelanas, pimienta, arroz, azúcar y madera. Se usaba ampliamente el papel moneda (ya utilizado en la dinastía Tang) y gracias a la imprenta de madera hubo un aumento de la disponibilidad de libros. Gracias a esto, la burocracia estatal se convirtió en una élite ilustrada, gracias a un sistema de acceso a los cargos por medio de exámenes. Fue un tiempo de enorme vitalidad cultural.

Empero, la dinastía Song no pudo resistir la presión de las tribus nómadas mongoles que venía en norte del país, hasta que, finalmente, Kublai Kan (1215-1294), nieto de Gengis Kan, fue proclamado Gran Kan en 1260, comenzando la dinastía Yuan, con sede en Beijing, la cual duró un siglo aproximadamente. Bajo esta dinastía, se dio la aparición de la peste bubónica (hacia 1320), y se estima que hasta un tercio de la población china puedo haber muerto por esta terrible enfermedad. La peste bubónica se expandió hasta la misma Europa también con efectos devastadores. La rapidez con que la enfermedad se extendió por toda Eurasia demuestra la importancia de los flujos comerciales que unían sus dos extremos. Pese a esta catástrofe demográfica, sin embargo, los tiempos de la dinastía Yuan fueron una época de oro para la pintura y el teatro. Los gobiernos mongoles promovieron el comercio y el intercambio cultural. Es en este tiempo que Marco Polo visitó China.

En 1368, Zhu Yuanzhang (1328-1398), un líder rebelde, logró conquistar Beiging, y proclamarse nuevo emperador, el primero de la dinastía Ming, cuyo dominio se extendió hasta el siglo XVII. Para prevenir futuras invasiones mongolas, se reconstruyó y amplió la Muralla que separa China de Mongolia. Aunque durante estos tiempos, China tuvo una amplia participación en el comercio internacional, y alcanzó notables niveles de prosperidad y bienestar material (las noticias que, precisamente, llegaban al mundo occidental), el gobierno Ming tenía más bien una actitud conservadora, muy a tono con sus ideales confucianos. La dinastía Ming no promovió el comercio internacional de su imperio (pese

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a que, en el primer tercio del siglo XV, realizó importantes viajes de exploración mundial con una enorme flota de barcos imperiales), que dejó en manos de los privados. En reacción a las acciones de la dinastía Yuan (la de los invasores mongoles), los Ming tendieron a cerrar la economía China, favorecer la agricultura y el comercio interno. De hecho, las personas no tenían libertad de movimiento; se debía obtener un permiso para viajar a distancia mayores de cincuenta kilómetros de casa, y salir de las fronteras del Imperio se castigaba con la muerte. Sin embargo, con cierta idea de gobierno limitado, que se expresó en el pequeño tamaño de la burocracia, se redujeron los impuestos, que se podían pagar en especie, y esto evidentemente estimulo el comercio interno. Además, el gobierno chino se preocupó de abrir y mantener el Gran Canal, y las vías de navegación fluvial. Es esta la China de la cual habla Smith, evidentemente.

En segundo lugar, hay que considerar que Adam Smith es contemporáneo de las primeras décadas de la Revolución Industrial, y que, por lo tanto, no pudo verla en su desarrollo y sus consecuencias. Smith hace, en el Libro III, un ejercicio de construcción teórica que usará para analizar la historia europea precedente. Su modelo de crecimiento económico “natural” es, ante todo, un ejercicio conceptual basado en sus ideas (e incluso se podría decir prejuicios) en cuanto a las ventajas en el uso de los capitales. Las referencias a China, Egipto y el Indostán son solo referencias históricas débiles, pues Smith es consciente de la fragilidad de la información que tiene sobre tales sociedades.

4. El orden retrógrado europeo

Como se ha señalado, Smith pensaba que el impulso inicial del crecimiento económico debería arrancar con la generación de un excedente agrícola que pudiera hacer posible la vida en las ciudades. Luego, se debería generar un proceso de intercambio donde el campo debería seguir proveyendo materias primas a la ciudad, y esta proveerle de artesanías, manufacturas y servicios. En este proceso de especialización productiva, la riqueza gene-

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rada en la economía urbana debería volver como inversiones en la mejora de la producción rural. Sobre este principio básico, el aporte del comercio exterior sería un factor dinamizador, pero no causal. Además, Smith creía que el Antiguo Egipto, China e incluso las colonias británicas en América eran una evidencia de este modelo que él llama natural.

En los capítulos II a IV del Tercer Libro de la Riqueza de las naciones, Smith expone lo que se podría llamar la excepcionalidad europea, cuando, al mirar la historia económica de Europa, posterior a la caída del Imperio romano, constata que no siguió el curso “natural” ya descrito. Lo describe inicialmente en los siguientes términos: “Pero aun cuando en toda sociedad este orden natural de cosas se ha verificado en cierto grado, lo hemos visto también completamente invertido en todos los modernos estados de Europa. El comercio exterior de algunas de sus grandes ciudades ha introducido gran parte de sus más finas manufacturas, o aquellas que son más a propósito para venderse en tierras lejanas, y tanto tales manufacturas como dicho comercio dieron ocasión a los principales progresos efectuados en la agricultura. Los usos y las costumbres implantados en esos territorios por la naturaleza misma de sus primitivos gobiernos, y que perduraron después de que la gobernación experimento grandes cambios, les forzaron a observar este orden retrógrado, contrario a la naturaleza de las cosas,” (p. 343; la cursiva no aparece en el original).

Un primer detalle a observar es que Smith, parado a mediados del siglo XVIII, observa opulencia —desarrollo económico— tanto en las naciones europeas como en otras latitudes del mundo, como China, por ejemplo. Todavía la Revolución Industrial no ha logrado imponer la supremacía económica europea en el mundo. Por lo tanto, Smith observa que Europa no ha seguido el curso que él cree natural (podríamos decir lógico) que ya se ha descrito. Así pues, en Europa, la acumulación de capitales no arranca del excedente agrícola, sino que se forma primero en las ciudades, por los logros en el comercio internacional, y solo cuando en las ciudades se ha acumulado riqueza esta se desparrama para generar el progreso de las zonas rurales en algunos casos, pues incluso podría

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ocurrir el caso de prósperas ciudades rodeadas de zonas rurales empobrecidas, ya que tales ciudades podrían aprovisionarse de alimentos y materias primas traídas de lejanas distancias, en especial si son ciudades costeras junto al mar o a ríos navegables.

La historia económica moderna4 de Europa empieza, para Smith, con la caída del Imperio romano. Smith no hace ninguna referencia a los sistemas económicos europeos de la Antigüedad greco-romana. Pero también se cuida de dar una fecha más o menos exacta de cuando empieza esta nueva era en Europa: “Cuando las naciones escitas y germanas inundaron las provincias occidentales del Imperio romano […]” (p. 344).

Para Smith, por lo tanto, lo que le interesa es la reconfiguración de Europa luego de las invasiones bárbaras. Es esta Europa la que atrae su reflexión, y dados los niveles de riqueza que ha alcanzado, su opulencia, se pregunta por sus orígenes y causas. Se constata que Europa no ha seguido el modelo natural que él ha identificado, sino que la acumulación originaria de la riqueza no ha empezado en la generación de excedentes agrícolas para las ciudades en sus campos adyacentes, sino que se ha ido dando en las ciudades en virtud de un comercio extendido y de largo alcance. En consecuencia, implícitamente, Smith se hace la pregunta sobre por qué esto ha ocurrido, y en concreto, por qué la producción del campo no ha sido el ámbito de generación de excedentes que alimente las ciudades, y cree esa retroalimentación virtuosa en la especialización entre campo y ciudad.

Sin hacer consideraciones sobre la economía de la Antigüedad grecorromana, Smith, directamente, observa que la economía de la Alta Edad Media es, básicamente, una economía rural donde el grueso de la población se dedica a las faenas agrícolas.

4 Usar acá el adjetivo “moderno” no deja de ser discutible, pues, para nuestra época, lo moderno empieza después del Renacimiento, y coincide con la Ilustración; sin embrago, ubicándonos en el siglo XVII y antes de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, me parece que para Adam Smith lo “moderno” sería el conjunto de sociedades europeas que surgió luego de la caída del Imperio romano de Occidente, en 457 d. C. y luego de la reconfiguración de Europa en los Estados Nacionales que mas o menos aún subsisten hoy.

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Como lo confirma Henri Pirenne: “Es absolutamente evidente que, a partir del siglo VIII, la Europa occidental volvió al estado de región exclusivamente agrícola. La tierra fue la única fuente de subsistencia y la única condición de riqueza” (1933: 14). Por lo tanto, el escenario parece ser adecuado para que el modelo natural smithiano pueda operar, pero Smith comprende que no ha sido así. Por lo tanto, la pregunta fundamental es por qué esta economía agraria no ha podido generar los excedentes necesarios para dinamizar un proceso de crecimiento. En consecuencia, Smith encuentra la explicación en dos instituciones que dominaron tal época: el latifundio y el derecho de primogenitura. En efecto, aunque el latifundio ya tenía antecedentes en la economía romana, es con el advenimiento del feudalismo que Europa se cubre con dominios feudales donde los campesinos quedan sometidos a la categoría de siervos.

El punto de partida de la reflexión de Smith es la concepción en cuanto a la tierra en esos tiempos: “Tan pronto como llegó a considerarse la tierra, no como mero instrumento de subsistencia, sino como instrumento de poder y de posesión, se consideró más conveniente transmitirla indivisa a un solo sucesor” (p. 344-345). En efecto, lo esencial de la Alta Edad Media, y del Feudalismo es que la tierra se constituye en factor fundamental de poder político y social. Los grandes terratenientes son los nobles que basan su poder en la extensión de sus dominios, lo que incluía a los campesinos que en ellas habitaban en calidad de vasallos. Ahora bien, dado que la posesión de tierras era el factor clave en la distribución del poder, la tierra deja de ser un bien que se pueda dividir, o transar como los bienes muebles. Aquí es, pues, donde Smith introduce como un factor de retraso el derecho de primogenitura, que impedía la división de las tierras, entre los herederos, y pasando indiviso al hijo mayor del señor feudal5.

5 Acá es interesante observar dos aspectos. Uno, que Smith considera totalmente razonable la elección del primogénito como heredero del total del feudo, pues se usa un criterio objetivo e indiscutible y no “sobre las dudosas distinciones de mérito personal” (p. 345). Dos, resulta interesante cómo Smith cuestiona la tradición, y peor aún si opera como obligación legal, de las normas del pasado señalando que

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Dado que, en tal época, quien trabaja la tierra no es su propietario, Smith pasa a considerar las relaciones entre el señor feudal y sus vasallos, desde el punto de vista de la productividad del trabajo en el campo, y, en especial, los incentivos tanto para mejorar las técnicas productivas y aumentar el rendimiento agrícola. En tal sentido, considera que la forma más ineficiente de trabajo es la que usa mano de obra de esclavos, pues estos no tienen ningún incentivo sobre el trabajo que realizan: un esclavo “no puede tener otro interés sino el de comer lo más que pueda y de trabajar lo menos posible” (p. 346). Así, solo se pude hacer trabajar a los esclavos mediante el uso de la violencia.

Otro tipo de arreglo sería cuando el dueño de las tierras otorga todos los elementos necesarios para el trabajo del campo (semillas, instrumentos de labranza, etc.) mientras que el colono hace el trabajo, para luego, realizada la cosecha, dividir la producción (descontando los gastos realizados) a mitad. También este arreglo Smith lo considera ineficiente, pues el colono, si bien buscaría producir lo más posible, lo haría usando los medios proporcionados por el propietario de la tierra, pero no tendría interés en aumentar sus medios propios, pues su condición lo hacía presa fácil de los abusos del señor feudal, que podría reclamar como suyo lo logrado por el colono.

Finalmente, si el campesino trabajaba pagando un alquiler sobre las tierras, Smith considera clave la longitud del tiempo del contrato para que el campesino esté dispuesto a realizar las inversiones necesarias. Si el tiempo del arrendamiento es muy breve, o sujeto al capricho del terrateniente, el colono no tendrá los incentivos suficientes para invertir a largo plazo en mejoras; sin embargo, si el plazo del contrato es de muchos años, mejor si es a perpetuidad, y con un alquiler modesto, entonces el colono tendrá los incentivos adecuados para hacer las mejoras necesarias para aumentar la productividad agrícola. Smith considera que solo en Inglaterra se ha dado esta última situación, tal que:

“el dominio de la generación presente debe quedar restringido, regulado y sujeto al capricho de quienes murieron acaso hace quinientos años” (p. 345).

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“Estas leyes y costumbres, tan favorables a los labradores, contribuyeron a la actual grandeza de Inglaterra más que todos sus reglamentos de comercio, que han sido tan encomiados” (p. 351).

Cabe destacar también que Smith analiza la actitud de los señores feudales en relación con la producción agrícola. Más preocupados por la defensa de sus tierras (en tiempos de invasiones y guerras), o por expandir sus dominios, “No les quedaba tiempo para atender al cultivo y mejora de sus posesiones” (p. 346). Una clase más preocupada por la guerra y la política mal podría dedicar su tiempo a preocuparse por los trabajos del campo.

Se podría añadir que, entre los siglos IX y X, dado el decaimiento general del comercio en Europa Occidental, mal se podría aspirar a aumentar la productividad agrícola, ya que la economía torno a ser de subsistencia. Los posibles excedentes agrícolas solo se hubieran podido consumir en el propio feudo, sin posibilidades de encontrar una salida gracias al comercio. No había, pues, incentivos comerciales a lograr mayores niveles de producción en los campos.

Tampoco olvida Smith analizar tanto la servidumbre como los impuestos a los que estaba sometida la población rural. Las prestaciones personales a los que estaban obligados los siervos como contribución a los señores feudales podían ser muy opresivos, en especial por su carácter arbitrario. Y lo mismo ocurría con las contribuciones a las que estaban sujetos los campesinos, que, en muchos casos, no tenían en consideración la capacidad de pago de los labradores. Por ello, estos buscaban aparentar que poseían menos capital del que realmente tenían.

Smith no olvida mencionar que la condición social del labriego, ya sea como siervo, colono o campesino libre, era inferior a la de los terratenientes.

Llegados a este punto, cabe hacer algunas apreciaciones sobre la visión que propone Smith sobre la economía de la Edad Media. En primer lugar, cabe señalar que lo que describe Smith con bastante precisión es la economía de la Alta Edad Media, entre los siglos IX y X. Es la época donde el feudalismo se consoli-

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da en toda Europa Occidental, y donde la economía monetaria prácticamente desaparece, las ciudades se despueblan y caen en ruinas, donde la economía y vida social se vuelve básicamente rural, donde los laicos dejan de aprender a leer y escribir. Sin embargo, esta no fue la situación en los siglos precedentes, del VI en adelante. En efecto, pese al impacto de las invasiones germánicas, que barbarizan Occidente, la economía sigue funcionando como en los siglos precedentes, una economía monetaria y urbana, fuertemente orientada al comercio con todo el ámbito del mar Mediterráneo. Si bien Europa Occidental se ha fraccionado en varios reinos germánicos, la cultura y la vida social sigue siendo la del Imperio romano. Se sigue usando monedas de oro, el latín sigue siendo la lengua del pueblo llano (aunque se irá transformando para dar lugar a las lenguas romances) y, en lo que nos interesa, la economía sigue orientada al comercio del Mediterráneo. Marsella es un vigoroso puerto por donde fluye el comercio de Europa Oriental y del Cercano Oriente hacia el centro de Europa. Todavía existen mercaderes profesionales, sirios y judíos, que llevan sus mercancías de un puerto a otro, y de una ciudad a otra. Pero todo esto cambió cuando el Islam sale de Arabia y se lanza a la conquista del mundo conocido, en el siglo VIII. Henri Pirenne destaca la importancia del avance del Islam en los términos siguientes: “No existe en la historia del mundo un hecho comparable, por la universalidad y la instantaneidad de sus consecuencias, al de la expansión del Islam durante el siglo VII” (1936: 35)6. La conquista de los árabes de todo el norte de África, que barre la herencia romana de estas tierras, cierra el comercio del Mediterráneo a los pueblos de Occidente, aunque todavía el Mediterráneo Oriental permanece bajo el dominio de Bizancio. Las incursiones de los árabes por el sur, y la de los vikingos por el norte, hacen que el comercio europeo desaparezca, y con el desaparece la vida urbana. Tal es el punto de quiebre,

6 La importancia del avance del Islam, y sus consecuencias, tanto políticas, económicas y sociales es el tema fundamental de la última obra del historiador belga Henri Pirenne, que, con gran detalle y erudición, describe en su obra Mahoma y Carlomagno.

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en el plano económico, entre la economía de la Antigüedad y la economía medieval.

En segundo lugar, si se consideran las características de la economía del Imperio romano, con su intenso comercio gracias al mar Mediterráneo y su carácter fundamentalmente urbano y monetario, cabe observar que la opulencia de la Europa del siglo XVIII no vendría a ser una excepcionalidad histórica, como lo plantea Smith, sino que pude considerarse un modelo de crecimiento tan posible y factible como el modelo “natural” que postula.

En tercer lugar, parece necesario destacar que a Smith le interesa subrayar la importancia del latifundio y del derecho de primogenitura (aplicado a los fundos agrícolas)7 como instituciones que explican el estancamiento de la producción rural en Europa en cuanto seguían presentes en la Europa de su época8. En tal sentido, Smith no menciona otros factores que han influido en tal escenario, como la censura de la Iglesia al comercio y la usura, por ejemplo.

Siguiendo con la argumentación de Smith, si las instituciones feudales no propiciaron la acumulación de excedentes en el ámbito rural, los cuales pudieran generar un circulo de acumulación de capitales con las ciudades, ¿cómo es que en Europa ocurrió que los excedentes se crearon en las ciudades y fluyeron luego hacia los campos circundantes? Acá es donde Smith explica este proceso en los capítulos 3 y 4 del Tercer Libro de la Riqueza de las naciones, analizando la evolución de las ciudades europeas.

Smith entiende que la conformación de las ciudades de la Antigüedad grecorromana fue distinta a la de las ciudades posterio-

7 Si bien Smith critica el derecho de primogenitura en la posesión de las tierras, se cuida de criticar tal principio en la esfera del gobierno: “Para que el poder y seguridad de la monarquía no se debilite con la división, es indispensable que pase entera e indivisa a uno de los hijos” (p. 345. El ejemplo de la sucesión a Carlomagno muestra la importancia de esta afirmación.

8 Al respecto señala: “Por regla general, las leyes continúan manteniendo fuerza y vigor hasta mucho tiempo después de pasadas las circunstancias que dieron motivo a su establecimiento y las hicieron razonables” (p. 345).

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res a la caída del Imperio romano; en las primeras, los grandes terratenientes decidían habitar juntos por cuestiones de defensa; en las segundas, se concentran artesanos y comerciantes, mientras que los señores feudales, su familia y su clientela se van a vivir en sus castillos. Esta escueta descripción peca evidentemente de generalidad. Hoy podemos distinguir las cualidades de las ciudades del mundo greco-romano como los espacios de residencia de los terratenientes (como señala Smith) pero también como las bases administrativas del Imperio romano (que luego serán la base para la organización territorial de la Iglesia. La sobrevivencia de estas ciudades dependía del entorno rural cercano, pero también del vasto comercio que existía en la cuenca del mar Mediterráneo. Las invasiones bárbaras de los vándalos, godos y otros pueblos bárbaros, pese a su impacto, no alteraron en lo fundamental esta situación. Pero con las invasiones musulmanas, su control de las costas africanas, y la acción de su piratería en las costas del sur de Europa, tal escenario muta de forma significativa. Así, entre los siglos VIII y X las ciudades van desapareciendo o, en el mejor de los casos se reducen a puestos de defensa o de administración eclesiástica. Sólo escapan a este panorama Venecia, y algunas de las ciudades del sur de Italia, bajo el dominio de Imperio Bizantino. Es evidente que a este período se refiere Smith al inicio del capítulo 3. Pero tal escenario empieza a cambiar en el siglo X y las ciudades europeas resurgen gracias al comercio y la expansión de la burguesía. Sin duda, también en este proceso tuvo su relevancia el impacto de las cruzadas.

Precisamente, lo que observa Smith es el lento proceso por el cual las ciudades, o mejor dicho los habitantes de las ciudades, logran un estatus de libertad: “Por más servil que fuese la primera condición de los habitantes de las ciudades, es indudable que llegaron al estado de la libertad e independencia mucho antes que los moradores del campo” (p. 356). En efecto, lo que destaca Smith es cómo se da un lento progreso por el cual los habitantes de las ciudades se van liberando de las cargas y servidumbres propias del régimen feudal: poder casar a las hijas sin necesidad de tener el consentimiento del señor feudal o poder legar a los

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hijos sus bienes en el momento de la defunción (y no que fueran heredados por el señor feudal).

Para Smith, el elemento clave para que las ciudades fueran ganando libertades es el conflicto entre los reyes y los señores feudales. Este conflicto evidentemente nos ubica ya en entre los siglos XI y XII. Para ganar poder y recuperar sus prerrogativas, los reyes empiezan a dar distintos privilegios a los habitantes de las ciudades, con lo cual estas personas escaparon a la servidumbre: “El interés recíproco aconsejaba a los ciudadanos defender a los reyes, y a éstos, protegerlos contra los señores. Las ciudades eran enemigas de los enemigos de los reyes, y los soberanos tenían un especial interés en asegurar su independencia contra aquellos opresores” (p. 358). Los ciudadanos no eran otra cosa que los burgueses, los habitantes de las ciudades. Pirenne (1927) destaca la importancia de los comerciantes, primero ambulantes y sedentarios después, en la conformación de las ciudades a partir del siglo X, cuando el comercio empieza a resurgir en Europa. Y resulta interesante notar que coincide con Smith, pues señala: “Al igual que la civilización agraria había hecho del campesino un hombre cuyo estado habitual era la servidumbre, el comercio hizo del mercader un hombre cuyo estado habitual era la libertad”.

Los privilegios que los reyes fueron dando a los habitantes de las ciudades, reduciendo su sometimiento a los señores feudales o al poder de las autoridades eclesiásticas, supuso que las ciudades se dieron formas de autogobierno, lo que en palabras de Smith: “Se estableció en las ciudades el orden y el buen gobierno, y con ellos, la libertad y la seguridad de sus individuos, mientras los ocupantes de las tierras en los distritos rurales se hallaban expuestos a las mayores violencias” (p. 360).

Pirenne (1927: 111-116) señala que las ciudades van creando un derecho urbano medieval, que no es el resultado de algún tipo de sistematización o cosa racionalizada semejante, sino simplemente un conjunto de instituciones que se van articulando para hacer de las ciudades algo distinto y novedoso; es el resultado político y jurídico de un proceso económico y social. Este derecho urbano medieval, señala Pirenne, se puede arti-

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cular en algunos puntos clave. Primero, la libertad personal: el individuo ya no está sujeto a la servidumbre a un señor; tiene autonomía personal sobre su vida y sus bienes, que puede poseer, vender o testar. Esta libertad, que primero la disfrutan los mercaderes, luego se hace patrimonio de todos los habitantes de la ciudad. Pero es un privilegio, pues, fuera de la ciudad, el habitante del campo sigue en situación de servidumbre. Segundo, la libertad territorial. En las ciudades, los bienes inmuebles pueden ser objeto de transacciones económicas, pueden ser hipotecadas, pueden ser dadas en alquiler. Tercero, desaparecen los privilegios señoriales y las rentas fiscales que trababan el comercio y la industria. Cuarto, para dirimir los conflictos entre ciudadanos, se crean, dentro de la ciudad, los órganos necesarios para ello: se introducen procedimientos más rápidos, y se introduce un sistema de multas y castigos corporales para los infractores. Quinto, se supone que los habitantes de las ciudades quieren vivir en paz, por lo cual esta paz urbana se sustenta en un sistema muy severo de penas y castigos: quien ose violar la paz de la ciudad será sometido a la horca, la decapitación, la castración, la amputación de los miembros; castigos ejemplarizadores donde se aplica la ley del Talión. Pero se lo hace con la virtud de que es universal, o sea, se aplica por igual para todos. Para garantizar todo esto, se crean los órganos adecuados: un consejo, para la gestión de la ciudad, y un tribunal para hacer respetar y aplicar la ley; acá la burguesía sólo puede ser juzgada por un tribunal con sus magistrados. Que este derecho urbano feudal sea nuevo es algo que también lo ve con claridad Smith: “Es una equivocación imaginar que esas jurisdicciones territoriales tuviesen su origen en las leyes feudales” (p. 368).

Entre el siglo X y el siglo XIV, Europa entra en un proceso de crecimiento económico gracias a los flujos de comercio internacional. Es una época donde se intensifican los flujos de comercio tanto en el Mediterráneo y el mar Negro, donde las ciudades italianas como Venecia, Pisa y otras despliegan un gran dinamismo, tanto en el ámbito comercial, el industrial e incluso el financiero. No menos relevante es el comercio en el Báltico y en

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el mar del Norte. Esta actividad impulsa también el comercio en el interior de Europa. Si en los siglos precedentes los mercados locales tuvieron cierta relevancia, ahora toman importancia las ferias, que son lugares de encuentro de mercaderes profesionales, muchos de ellos verdaderos comerciantes mayoristas. Estas ferias hacen que el comercio de Italia y Provenza se conecte con el comercio de las ciudades flamencas, y, por lo tanto, permitan la integración económica del comercio costero con las zonas interiores del continente, como lo explica Pirenne (1933: 81-94). Pero Smith, antes que narrar esta historia, está interesado en ver cómo Europa invierte los excedentes del comercio para hacer progresar sus áreas rurales. En tal empeño, identifica tres formas de influencia. En primer lugar, el crecimiento demográfico de las ciudades, y el alza en sus condiciones de vida, proporcionó a los habitantes del campo mercados “amplios e inmediatos” (p. 365) para sus productos. No solo a las áreas estrictamente circundantes de las ciudades, sino incluso a mayores distancias, dependiendo de la oferta de que pudieran abastecer. En segundo lugar, muchas de las ganancias del comercio fueron invertidas por los mercaderes en adquirir tierras y aplicar en ellas su espíritu de obtener provecho. Acá destaca Smith las diferencias de mentalidad entre el terrateniente, que obtenía del campo lo que le era factible sin grandes inversiones; en cambio, el mercader, por su propia mentalidad orientada a obtener ganancias, estaba dispuesto a invertir sus capitales en mejorar sus sistemas de producción agrícola y pecuaria, a fin de recuperar lo invertido, y obtener un excedente de tal actividad. Ya anteriormente Smith había expresado que la inversión en la tierra es la primera aplicación del capital que supone el provecho de la nación. Que, para estos burgueses enriquecidos, la inversión en bienes raíces era importante lo expresa también Henri Pirenne: “Los mercaderes que el comercio había enriquecido no invertían todas sus ganancias en negocios o en préstamos. La inversión más segura consistía en comprar terrenos que, gracias al rápido crecimiento de la población urbana, se convertían en poco tiempo en terrenos en construcción, los cuales se concedían a cambio de un censo a

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los nuevos habitantes” (1933:121). Y en tercer lugar Smith, tomando la sugerencia de David Hume, en cuanto a que el comercio es un factor de civilización y pacificación en las relaciones humanas, considera los efectos que el comercio ha tenido sobre la libertad y seguridad de los individuos, en particular, cómo la libertad de las ciudades se fue imponiendo también en las zonas rurales, gracias al declive del poder de los señores feudales.

Smith muestra con cierta ironía cómo fue que los mercaderes (o sea, los burgueses) contribuyeron a que los señores feudales perdieran el poder y relevancia política y social que habían detentado en el pasado. Los mercaderes pusieron a disposición de los hacendados productos suntuosos y caros, y los nobles, en el afán de poseerlos, por vanidad o amor propio, para poder costearse tales mercancías, empezaron a reducir su clientela, lo cual incluso no sólo suponía un ahorro, sino también un ingreso. Pero, al perder siervos y colonos, su poder se fue reduciendo hasta anularse. En palabras de Smith: “La satisfacción de la vanidad más pueril fue el único motivo que guió la conducta de los grandes propietarios, en tanto que los mercaderes y artistas obraron con miras a su propio interés […]. Ninguno de ellos fue capaz de prever ni pudo imaginar la gran revolución que fueron obrando insensiblemente la estulticia de los unos y la laboriosidad de los otros” (p. 372).

Luego de todo este análisis, Smith vuelve a expresar su idea de la excepcionalidad de Europa: “En la mayor parte de Europa, el comercio y las manufacturas de las ciudades han sido no efecto, sino causa y ocasión de las mejoras y progresos del cultivo de los campos” (p. 372).

Pero, al haber seguido un curso distinto del orden natural, Smith concluye con dos apreciaciones. La primera, que, en su opinión, el desarrollo rural de Europa es más “lento e incierto” de lo que pudiera haber sido. Y como argumento empírico destaca el progreso de las colonias en América, que, en un plazo de veinte o veinticinco años, la población se ha duplicado (lo que, implícitamente, significa que su producción de alimentos también ha seguido tal ritmo mucho más rápido que el de las nacio-

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nes europeas). Por ello, vuelve a sostener su énfasis “fisiocrático”: “En Europa no se puede hacer un empleo menos útil que un capital pequeño que la compra de tierras” (p. 373).

Segundo, la apreciación de que sólo la riqueza invertida en los cultivos y la mejora de las tierras es una riqueza que queda vinculada a la nación, pues, en cambio, el capital obtenido con el comercio o la industria “es precario e incierto”, y esto es así, pues estos tipos de capitales se pueden trasladar fácilmente y con bajos costos de un país a otro. Mientras que el capital invertido en la actividad agrícola se queda necesariamente en el país, los capitales de la industria y el comercio no tienen patria, puesto que se pueden llevar de un país a otro. Si las guerras o la inestabilidad política no dan garantías para el comercio o la industria, tales capitales buscarán otros lugares más propicios. Smith pone como ejemplos Italia y Flandes, en el siglo XV, que se vieron asolados por guerras, gracias a su inversión en la producción agrícola se han podido recuperar de esa devastación.

5. Conclusiones

En el Tercer libro de la Riqueza de las naciones, Adam Smith propone un modelo u orden, que lo llama natural, para el desarrollo económico de los países. En él, la relación de especialización productiva e intercambio entre el campo y la ciudad es fundamental, ya que el primero provee los bienes básicos para la vida humana (alimentos y materias primas), mientras que la ciudad le proporciona manufacturas y servicios. A partir de este hecho, dado que la ciudad sólo puede existir si el campo tiene los excedentes agrícolas suficientes, entonces infiere Smith, que el despegue de la economía se tiene que dar en las faenas del campo, que luego, al generar un excedente, permite la vida en la ciudad. En tal idea, la creación de riqueza por la industria y el comercio exterior serían el resultado de la riqueza creada en el mundo rural. Pese a que Smith es consciente de la debilidad de sus fuentes de información, cree encontrar una validación empírica a esta hipótesis en Egipto, China, o las colonias americanas.

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Sin embargo, al mirar la historia económica de Europa después de las invasiones bárbaras y la caída del Imperio romano, Smith observa que Europa no ha seguido los lineamientos de su modelo. En efecto, el desarrollo económico de Europa, desde el siglo X en adelante, ha sido tal que el comercio de larga distancia. En tal sentido, la generación de riqueza, primero, se ha dado en la manufactura y el comercio, y sus excedentes se han volcado luego al campo. O sea que el desarrollo rural vino a ser una consecuencia del desarrollo industrial y comercial. Este orden para Smith es retrógrado, y hace del desarrollo más lento e incierto. Esto es lo que se puede llamar la excepcionalidad europea.

Sin embargo, mirando tanto la historia económica de China (concretamente la época de la dinastía Song) como la historia económica de Europa, pero en un horizonte más amplio, que incluya la Antigüedad greco-romana, se evidencia la importancia del comercio de larga distancia y la producción manufacturera como factores relevantes del crecimiento económico. Pero, sin duda, se requiere una más amplia investigación histórica para determinar si el modelo de Smith es sólo un esquema teórico, o hay evidencia de otras sociedades y culturas que lo valide.

49 LA EXCEPCIONALIDAD EUROPEA EN ADAM SMITH

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Bibliografía

Orden entre la evolución biológica y cultural: la constitución subjetiva del individuo

Introducción

Hace trescientos años, con La teoría de los sentimientos morales, Adam Smith nos legó un fabuloso tratado de principios inquietantes e insondables para entender la moral, la política y la filosofía. Un reto, además, para valorar a las ciencias sociales, la conducta humana, la acción y sus propósitos. Naturalmente, tomando al individuo como unidad de análisis y sus fecundos procesos de interacción con la cultura.

Si Adam Smith estuviese vivo, asistiendo a una conferencia de psicólogos de distinto enfoque, o tan solo accediera a la navegación virtual, encontraría posturas y textos que niegan la naturaleza humana. No solo ello: adoptan posturas positivistas, distorsionando el origen del comportamiento humano, otorgando, además, a la cultura y el entorno la facultad de formar las conductas y los comportamientos humanos.

Para ellos, no existe una historia biológica y evolucionista del individuo. Querría decir, en expresión misma de muchos psicólogos, que los seres humanos nacen sin cerebro, por lo menos sin uso de las facultades mentales. Tan risueña semblanza, en rigor, constituye un peligro para las formaciones humanas, pues tienden a ser objeto de distintas manipulaciones. Así, gradualmente,

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se tiende a borrar las huellas mnémicas de los individuos, su unicidad y su proceso de subjetivación. Se van naturalizando los comportamientos colectivistas, como elementos del todo.

Este texto no debe entenderse como un intento de interpretar el pensamiento de Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales. Tan solo se pretende compartir visiones desde el sentido biológico, evolucionista, los cuales son parte fundacional de Smith, respecto a los enfoques estructuralista, de Jacques Lacan, y determinístico, de Sigmund Freud.

Para un lector conservador, seguramente asociar a Smith con Lacan y Freud, llanamente, sería incorrecto, dadas sus vertientes distintas y antitéticas en algunos casos. Mas, quién sabe, pudiese existir algunos vínculos conceptuales en la esfera del conocimiento. Este texto plantea algunos esbozos acerca del proceso evolutivo y adaptativo y el abandono de las formas primitivas. En segundo término, se recorre brevemente la constitución subjetiva del yo desde el lenguaje. Concluye el texto con acercamiento posible de Smith y Lacan en la posible o imaginaria constitución de las reglas abstractas y normativas, a partir de las relaciones interhumanas, por lo tanto, intersubjetivas.

El único propósito de lo expresado es contribuir desde la psicología a la literatura actual sobre Adam Smith.

Entre el proceso evolutivo del orden cultural

Sin duda, la evolución biológica de los seres humanos va en continuo simultáneo con la evolución cultural. Ambos procesos no pudiesen suceder sin la evolución mental que integra lo biológico y lo cultural. Adam Smith ordenó sistemáticamente un conjunto maravilloso de sentimientos morales, orientó los mismos desde un sentido evolucionista y adaptativo e implícitas en órdenes espontáneos.

Como parte de los pensadores escoceses del siglo XVIII, Smith también rechazó los criterios kantianos y racionalistas, en los cuales subyacen los límites de los poderes de la razón humana. Asumió los principios morales desde el razonamiento de los

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seres humanos y sus elementos causales, que, además, nos aproximan a entender los comportamientos futuros. Sentimientos y acciones que no podrían surgir, por supuesto, del designio humano, tomando como referencia a Adam Ferguson, en su aporte a los fenómenos sociales y la acción humana.

En rigor, Ferguson señaló que los fenómenos sociales son fruto de la acción humana, pero no del designio humano, pensamiento inscrito en la obra La tradición del orden social espontáneo, escrita por tres escoceses: Adam Ferguson, David Hume y Adam Smith (Gallo, 1987).

Los motivos de las acciones individuales provienen de la deducción de variables causales. Así, los seres humanos desarrollan patrones de afrontamiento de la realidad a partir de una serie de eventos causales, provistos de ideas, juicios de valor, sistemas de creencias e interpretaciones simbólicos. Estos afrontamientos intervienen en la resolución de problemas, así como permiten la adquisición de conocimientos.

Existe, consiguientemente, un nexo entre la evolución mental y los procesos adaptativos que hacen a conformación de las normas abstractas. Todo ello enmarcado en su propia naturaleza: el orden espontáneo.

Psicología evolucionista y sentimientos morales

Adam Smith plantea una impresionante percepción del ser humano y su vinculación al entorno de carácter evolutivo, su comprensión sobre los sistemas parentales y el rechazo al incesto. Ello no solo constituye un sentimiento, sino un principio del ciclo evolutivo y preservación de la especie humana. Recogiendo el sentir de su maestro Hutcheson, Smith se refiere al sentido del instinto:

Que habla de un instinto social, refleja, o por ejemplo en la prohibición de los matrimonios consanguíneos, que estimulaba la apertura de las familias y la sociabilidad (Ed. Carlos Rodríguez Braun).

53 ORDEN ENTRE LA EVOLUCIÓN BIOLÓGICA Y CULTURAL:

Esa percepción de Smith plantea un mecanismo intencional del comportamiento humano. Desde la época del Pleistoceno, los seres humanos fueron capaces de soportar la presión adaptativa de nuevos entornos y circunstancias, enfrentado siempre grandes alcances de incertidumbre.

La actividad mental se fue configurado en complejas interacciones entre la naturaleza humana y las condiciones de entorno. Surgieron una serie de relaciones entre el impulso, las funciones y los efectos sensoriales que, a nivel biológico, constituyen un conjunto de máquinas procesadoras de información, diseñadas para solucionar los problemas adaptativos (Hayek, 1952).

Esos procesadores son organizados como nexos entre cerebro, mente y entorno. Esto permitió al individuo prever en escasez, estimar costes y beneficios, desarrollar el lenguaje, interpretar símbolos, asumir normas abstractas y desarrollar múltiples habilidades. Así ha sido la evolución que nos permitió separamos de nuestros primos, los chimpancés, procesos que se iniciaron hace unos seis millones de años. Durante este período, adaptamos y adoptamos comportamientos, conductas, el lenguaje y otras herramientas que nos ha permitido el avance de la civilización en la historia de la humanidad. Nuestra mente humana también se fue perfeccionando, rediseñando y modificando, conforme organizamos nuestros nichos cognitivos. (Pinker, 2008).

Adaptar y asimilar en todo lo que podamos nuestros propios sentimientos, principios y sensaciones a los que vemos fijados y enraizados en las personas con las que estamos obligados a vivir y tratar durante mucho tiempo es la causa de los efectos contagiosos de las buenas y las malas compañías.

Francis Galton, primo de Charles Darwin, a finales del siglo XIX, demostró sistemáticamente cómo ciertos rasgos de comportamiento se transmiten en familias (Galton 1875 y 1874). Por su parte, Gregorio Mendel (1822-1884), como predecesor al descubrimiento del ADN, introdujo la formación y herencia genética para comprender la constitución biológica de un ser vivo, entre ellos, la del comportamiento humano.

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No obstante, han sido los escoceses, quienes, cien años antes de Mendel y Darwin, advirtieron y dotaron de contenidos a la propia teoría de la evolución. El ideario de le evolución cultural fue anterior a la teoría de evolución biológica (Hayek, 1973).

Sentimientos y replicabilidad del comportamiento humano

La persona que se junta básicamente con los sabios y los virtuosos, aunque ella misma pueda no convertirse en sabia y virtuosa, inevitablemente concebirá al menos un cierto respeto por la sabiduría y la virtud.

La persona que se mezcla fundamentalmente con los libertinos y los disolutos, aunque ella misma no lo sea, pronto perderá al menos su aborrecimiento original hacia las costumbres libertinas y disolutas. Los parecidos de las personalidades familiares, que tan frecuentemente vemos transmitidos.

Los sistemas vivos se replican a través del material genético en el ADN, sin lo cual la capacidad de propagarse cualquier molécula biológica primitiva estaría destinada a desaparecer. De igual forma, es posible replicar factores de la conducta humana. Todos contamos con definida capacidad de autorreplicación. Estos elementos nos permiten disgregar entre los libertinos y los disolutos, por ejemplo. En su caso, tratamos de replicar el comportamiento de los sabios y los virtuosos, aunque, como bien dice Smith, ello no nos conducirá a ser sabio o virtuoso.

Su interrelación es compleja, pero es la esencia para comprender los procesos civilizatorios. En esencia, replicamos material genético y lo volvemos a editar. Existe un plan de acción (PA) retroalimentado por la mente con el entorno y viceversa, funciona con base en mecanismos perceptuales. Esa interacción (PA) se traduce en un determinado comportamiento (Fuster, 1980).

Esta es la importancia de la selección de eventos que replicamos, la genética de la conducta humana que nos posibilita percibir de manera intencional y adaptarnos. De estos elementos,

55 ORDEN ENTRE LA EVOLUCIÓN BIOLÓGICA Y CULTURAL:

individuos e interacción permanente constituyen y organizan finalmente la evolución cultural.

Mundo físico y cultural: constitución de individuos únicos

Con los procesos adaptativos fuimos abandonando el colectivismo y, al mismo tiempo, fuimos organizando nuestra constitución de individuos, únicos, con base en nuestra propia historia filogenética.

Surge entonces la comprensión abstracta de las reglas, el procesamiento de la información, el conocimiento, la aparición de la propiedad privada y el lenguaje. Parte esencial de Smith es la distinción que hace de la mente individual respecto al orden último de la realidad. Establecerá entonces la noción de un orden espontáneo, donde los individuos se adaptarán a distintas circunstancias conocidas de manera particular.

Mas tarde, Hayek, en su obra Orden sensorial, estudia esta formación de unicidad de los individuos a través del comportamiento de los impulsos fisiológicos y sus significados funcionales. Interpreta que estos impulsos provenientes de diferentes partes del sistema nervioso central forman cualidades sensoriales distintas en cada individuo respecto a las imágenes, emociones y conceptos abstractos. Así se establecen la existencia de una correspondencia entre acontecimientos particulares del mundo físico y acontecimientos particulares de la mente. (Hayek, 1952)

De esa manera, las mentes individuales, en su proceso adaptativo, percibirán unas circunstancias que afectan a unos y no necesitan ser conocidas por todos. Tan complejas serán las circunstancias que ninguna mente las podría entender en su totalidad (Hayek, 1973, 1976, 1979, 1982).

El lenguaje constituye un hecho de unicidad de los individuos, que, como producto de la interrelación con otros, procede de la evolución y nadie, deliberadamente, lo pudo inventar. Está basado en decisiones humanas, como explica Smith —La teoría de los sentimientos morales (1759) y la riqueza de las naciones (1776)—.

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Solo los individuos toman decisiones; el proceso es absolutamente individual. Estas decisiones, explicará Smith, generan consecuencias “sin intención ni previsión por parte de los que establecieron el ejemplo originalmente, quienes nunca trataron de crear una regla general. Esta se establecería por sí misma insensible y gradualmente” (Smith, A. (1994), p. 621; Smith, A. (1981), p. 626 López, Lloret, 2019).

El aporte que hace Smith sobre el lenguaje es de extraordinaria importancia para la evolución cultural; constituye el propósito del intercambio, expone la natural propensión al trueque y a la interacción que tienen los individuos. Introduce también una serie de condicionalidades en el comportamiento humano, pues marcaría la pauta evolutiva en los procesos de transformación de los recursos naturales y, con ello, definiría la estructura fundamental de todo proceso histórico (López, Lloret, 2019).

Smith expone una teoría sobre el lenguaje en su ensayo Considerations Concerning the First Formation of Languages and the Different Genius of Original and Compounded Languages, aparecido en 1761 en la revista  The Philological Miscellany de Edimburgo, Escociay (López, Lloret, 2019).

Constitución subjetiva de sujeto desde Lacan

Jacques Lacan (1901-1981), psiquiatra y psicoanalista francés, consideró que la constitución subjetiva del yo provino de tres dimensiones: el real, el simbólico y el imaginario. Se trata de unidades de análisis esenciales para comprender el proceso de humanización y la estructuración del lenguaje que emana de ese universo.

Para ello, el lenguaje es fundamental en el sentido que permite este ordenamiento psíquico. Sin embargo, la adquisición del lenguaje producirá, a su vez, una pérdida en el sujeto, conocida como el objeto a. Este objeto perdido jamás podrá ser aprehendido por el sujeto, por lo que entrarán en funcionamiento otras instancias psíquicas inconscientes, como es el caso de la pulsión.

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La pulsión es una consecuencia lógica de la adquisición del lenguaje y de la pérdida del objeto a. Explica que, cuando el ser humano adopta el lenguaje, adquiere también los significantes de esos mundos. Considera una ganancia cuando el sujeto desea ingresar al mundo simbólico, mas no puede, pues tiene una pérdida, que viene de afuera, dado que el lenguaje no le es innato como ser humano. Por esa razón el individuo (sujeto) se siente desnaturalizado.

¿Qué es lo que distingue al hombre del animal? La representación. El animal tiene una representación adecuada del objeto, a diferencia del hombre, a quien se le plantea el problema de la verdad, precisamente porque puede engañarse.

El instinto produce en el organismo una representación imaginaria, queremos decir una imagen del objeto. El animal no se plantea el problema de la verdad, lo que no implica que no pueda fingir. El hombre puede hasta fingir que finge, puede decir o la verdad fingiendo que miente (Carbajal, et, al.,1984).

En el instinto hay una relación directa con el objeto. Si un perro tiene hambre, caza y come, con lo cual la presión del instinto baja. El animal tiene un encuentro directo con su objeto. Nosotros, los seres humanos, nunca podremos estar en relación con el objeto, porque lo real es inaprehensible para nosotros; jamás podremos conocer lo real. Lo único que sabemos de lo real es la muerte, no sabemos más.

En la clasificación freudiana se considera a los neuróticos, a los psicóticos y a los perversos. Los primeros (neuróticos) serían los sujetos adaptados; o, llanamente, lo que dice el vulgo, “los normales”. Los psicóticos tienen fallas en sus registros simbólicos e imaginarios para afrontar lo real. Por su parte, los perversos, denominados usualmente como psicópatas y asesinos en serie, son quienes transgreden la norma.

Los neuróticos nunca podremos estar en relación con el objeto a, pues no existe en el sentido de que no puede ser aprehendido por el sujeto. Activamos entonces la pulsión; buscamos eli-

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Silvia Aleman

minar esa presión que se transforma en una demanda constante, se convierte en un malestar psíquico.

Buscamos satisfacer nuestra pulsión; sin embargo, la pulsión no necesita de un objeto para hacerlo. La paradoja está en que la pulsión viene a ser una descarga de goce, de libido y de energías psíquicas, con las que contamos todos. La pulsión, al igual que el goce, son autoeróticas (que se vive en el organismo). Pero el recorrido pulsional que buscamos se mueve en el campo del otro, haciéndonos creer que el objeto perdido (objeto a) lo tiene el otro, eso no es más que un objeto señuelo, ya que la pulsión en realidad contornea el objeto a, pero nunca podemos alcanzarlo (Lacan, 1997).

La fuente de la pulsión viene del placer. Está vinculada al goce través de las zonas erógenas, que, como bien señala la teoría psicoanalítica (oral, anal, y genital), comprende una parte del cuerpo envestida de energía libidinal (Freud, 1967). Estas zonas erógenas son la zona de intercambio. Lacan dice que estas zonas no tienen una articulación clara entre ellos, que son disjuntas; sin embargo, funcionan como un conjunto de las partes, que no están articulados, pero forman un algo, y esta es la pulsión.

Esta pulsión no ve la falta; lo hace el yo. Ese yo que, predominantemente, es inconsciente y que tiene el rol de vigilar nuestras emociones, pero que, sobre todo, va ordenando en el tiempo y el espacio las instituciones perceptivas y emocionales. De nuestra cognición, el yo es lo real, pero, en esa frecuencia de interacciones con el ambiente, nos podemos equivocar y nuestros sentimientos morales pueden tornarse vulnerables.

La pulsión que conllevamos produce goce, sentimiento que no es descifrable. No sabemos bien de qué gozamos, puesto que este goce se ha montado sobre el vacío, con lo cual se manifiesta sobre el vacío. Sin embargo, este goce, que está en nuestro cuerpo, es lo real, nos motiva, hacer cosas. Pero todo tiene un límite, porque nadie puede vivir en goce pleno y desmedido, esto sería insoportable, ya no sería un placer, sino un displacer, a decir de Freud.

59 ORDEN ENTRE LA EVOLUCIÓN BIOLÓGICA Y CULTURAL:

Sentimientos morales: registros psíquicos en las relaciones interhumanas

Subyace la moral como emergente del proceso evolutivo y Smith percibe cientos de sentimientos morales que los categoriza como correctos o incorrectos, en tanto que Lacan analiza la forma en que los sujetos realizan registros psíquicos en el mundo simbólico. Sea desde la noción adaptativa de Smith o la estructuralista de Lacan, lo concreto es que el individuo va almacenando información en su memoria filogenética. Ambas formas están siendo procesada en la mente humana.

Desde esas concepciones, Smith reconoce la incertidumbre en el actuar de los seres humanos, mientras que Lacan reconoce lo real como inaprehensible para los individuos. Smith, Lacan y Freud explican sus conocimientos desde sus propios fines; parten de la noción de la unicidad del ser humano con la que, finalmente, generan relaciones interhumanas.

Provisto cada uno de información subjetiva, hacen que esas relaciones interhumanas sean definidas como relaciones intersubjetivas, donde los individuos buscan propósitos comunes, así como el logro de sus fines individuales. Buscan la reciprocidad, el goce; la reconciliación entre diferentes; buscan la cooperación social voluntaria. Ese proceso intersubjetivo ha permitido, probablemente, la constitución de las reglas y normas abstractas.

Normas abstractas: huellas mnémicas

La abstracción de normas y reglas tienen un asidero, simbólico, real y físico. De tal forma que, cuando Smith señala que “el hombre está preparado por la naturaleza”, podría entenderse que el individuo está equipado con sus propias huellas mnémicas. Es verdad que todos nacemos e implantamos nuestras huellas mnémicas, es decir, hechos, imágenes concebidas y trascendencias extraídas de la memoria, no de las cosas mismas.

Implantamos, guiamos y nos guían por eventos que pasaron, como huella en el alma (mind); “premeditamos nuestras futuras

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acciones y que esa su prenoción nos es ya presente. Sin embargo, la acción misma que premeditamos en realidad aún no es, porque es futura. La transferencia es memoria hecha presente”. (Hernández, 2011: 3)

Recuerdo y narro; el pasado está presente a través de re-transcripciones que codifica y recodifica la memoria. Así se van almacenando los registros, las normas y las reglas que guían nuestras tramas intersubjetivas, infinitas, que almacenan las huellas de unos y de otros.

Pero la memoria es biológica; pertenece al mundo físico, pertenece al mundo de lo real y procesa acontecimientos particulares de la mente humana, lo hace a través de entradas y salidas, en el marco de la interrelación con el entorno. Son registros psíquicos, también.

Durante este proceso, se organiza de manera selectiva la información con la que vamos a actuar. Retranscribe, buscando correspondencia y en ese proceso elabora contenidos del pasado en proyección en el futuro. Escribe sus memorias del futuro (Fuster, 2014).

¿No pudiesen ser estos contenidos evolutivos de la reinscripción de acontecimientos particulares en la evolución cultural? La huella mnémica es un concepto freudiano, que explica los comportamientos no conscientes de la memoria, misma que es dinámica y nunca es un depósito inamovible de huellas mnémicas, ya que estas huellas siempre se reinscriben a posteriori (Blanck Cereijido,2006).

Explorando el siguiente principio, encontramos el equipamiento moral y pre adaptativo y la inscripción de un acontecimiento:

El hombre está preparado por la naturaleza para la sociedad: nace en una familia, una sociedad primitiva, con principios, normas y reglas.

Normas y reglas que los individuos perciben y adoptan como comportamientos intersubjetivos para la supremacía de la fa-

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milia. Su naturaleza está escrita en su historia filogenética y registrada con su huella mnémico con el que se inscriben en el mundo simbólico.

Bajo el principio que cada hombre es el propietario de su propia vida y tiene derecho a la integridad física y mental, Smith señala que la condición humana requiere trabajo y nos llama a:

Ir más allá de las palabras y comprometernos en la producción y contribución positiva a la vida de los demás… Por lo mismo, nuestros sentimientos morales son modelados y moderados por la sociedad; sentimientos que están mediados por el término de la corrección.

Está corrección que señala Smith puede ser interpretada como ajuste consciente a los estímulos y las condiciones del entorno, siendo que el comportamiento inconsciente pudo haber procesado respuestas involuntarias.

Así, en la naturaleza de los sentimientos morales, subyacen los comportamientos intencionales y la expectativa de pasar de un estado satisfactorio, a otro más aún, a decir de Mises (Mises, 1966; Huerta de Soto, 2011).

Regla: La norma del padre: No todo

La pulsión surge también en un momento lógico ante la castración, cuando emerge la figura del padre para hacer frente al deseo de la madre. Así se impone la autoridad en términos psicoanalíticos. Se impone la norma del padre y se introduce la regla: —el no todo .

Freud fue quien introdujo el primer acto normativo, la primera ley, al prohibir el incesto.

Los sujetos neuróticos entienden entonces que no todo es posible. Todos respetamos una norma y entendemos que no todo es alcanzable. Adoptamos límites de autorregulación en nuestros propósitos y conductas respeto al otro:

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Cuando me esfuerzo por examinar mi propia conducta, cuando me esfuerzo por pronunciar sentencia sobre ella, ya sea para aprobarla o para condenarla, es evidente que, en tales casos, es como si yo me dividiera en dos distintas personas, y que yo, el examinador y juez, encarno un hombre distinto al otro yo, la persona cuya conducta se examina y juzga. El primero es el espectador, de cuyos sentimientos respecto a mi conducta procuro hacerme partícipe, poniéndome en su lugar y considerando lo que a mí me parecería si la examinara desde ese punto de vista. El segundo es el agente, la persona que con propiedad designo como a mí mismo, y de cuya conducta trataba de formarme una opinión, como si fuese la de un espectador.

En la abstracción subyace lo normativo y delimitativo. Así, el no todo— se refleja en el registro real, que no todo es aprensible para el ser humano.

En rigor, es muy poco acerca de lo que conocemos de lo real, menos podemos comprender en su totalidad. Si tratásemos de comprender esa totalidad, seriamos psicóticos, pues el freno para aprehender esto que resulta inaprensible es nuestro registro simbólico imaginario.

Al psicótico le falla este registro; él no vive en lo real, por eso se desencadena, es inaprensible. Por lo general, es el perverso quien trasgrede la norma e incumple la ley; transgredir le da placer, por eso, cuando viola sexualmente a una persona, el horror y el sufrimiento de la persona.

63 ORDEN ENTRE LA EVOLUCIÓN BIOLÓGICA Y CULTURAL:

Referencias

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Carbajal, E. D’Angelo R., Marchilli A, Una Introducción a Lacan (Los autores), ISBN: 950-9129-08-9- Lugar Editorial. Malabia 1330 - (1414) Buenos Aires 1984.

Freud, S. Los instintos y sus destinos, O.C., T. 1, Biblioteca Nueva, Madrid, 1967.

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Fuster JM. The Prefrontal Cortex: Anatomy, Physiology, and Neuropsychology of the Frontal Lobe. Raven Press, New York, 1980.

Fuster, JM. Presentación del Plan de Apoyo a la Neurociencia. Real Academia de Medicina (Archivo ABC) España, 2014.

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Galton, F. English men of science: Their nature and nurture. London, Macmillan. The history of twins as a criterion of the relative powers of nature and nurtur, Journal of the Anthropological Institute1875

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Huerta de Soto, J. La acción humana. Tratado de Economía, Décima Edición. Estudio Preliminar. Unión Editorial 2011

Hayek F. Derecho, Legislación y Libertad, (2ª ED.) Unión Editorial9788472096271. 1978-1985.

Hayek, F. El orden sensorial. Los fundamentos de la psicología teórica. ISBN. 979-8-4720-9398-9. Unión Editorial 1952

Lacan, J. Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, ¡Barra! Barcelona 1977.

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Pinker, S. Cómo funciona la mente: Ediciones Destino, S.A. 2008.

Smith Adam. La teoría de los sentimientos morales. Edición de Carlos Rodríguez Braun. Alianza Editorial, ISBN 97884206566492004.

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Universidad y pedagogía ciudadana.

¿Por qué un libro sobre Adam Smith?

Enrique Fernández García

Necesitamos desarrollo cultural para que haya desarrollo político, porque queremos que el ciudadano esté bien informado, que sea culto, que pueda votar a conciencia y no por el candidato que le diga el caudillo. Necesitamos ciudadanos responsables, ciudadanos que debatan racionalmente las opciones, y que tomen decisiones en forma razonable, para lo cual tienen que estar informados: para esto necesitamos un mínimo de educación.

Toda universidad debería ser un espacio propicio para que circulen ideas, se invite al diálogo y, además, multipliquen debates. Su naturaleza está esencialmente relacionada con el hecho de buscar la verdad. Sin pretender la exclusividad al respecto, puede ser concebida como un faro que intenta iluminar a su sociedad. Una meritoria tarea que, por desgracia, durante los últimos tiempos, se ha vuelto cada vez más ardua. Ocurre que, si bien, tal como lo ha manifestado Justin E. H. Smith, la irracionalidad ha gobernado gran parte de nuestra historia humana1, lo visto

1 Es más, gracias a los resultados de una rigurosa investigación suya, ese autor señala que tal vez la irracionalidad «haya reinado siempre, mientras que los períodos históricos durante los cuales los seres humanos se convencen a sí mismos de que

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en esta época puede llevarnos, con facilidad, a sentir profundas preocupaciones. En efecto, el hecho de que, durante la reciente pandemia, considerables personas se hayan manifestado contra científicos, investigadores e industrias farmacéuticas es un síntoma para nada irrelevante. Evidencia cierto nivel de incultura del ciudadano que no corresponde menospreciar.

Es verdad que el sistema educativo es un campo de no cortas dimensiones, conteniendo sólo parcialmente a las universidades. En este sentido, si se advirtieran falencias referentes a la cultura y formación de las personas, sería injusto que esas instituciones fuesen presentadas como las principales responsables. No, hay diversos actores, incluyendo las distintas instancias gubernamentales. Pese a ello, las casas de educación superior no pueden quedarse indiferentes frente a esa situación. Más aún, si consideramos que, como indicó Aranguren, la universidad debería ser «implacablemente analítica y crítica»2, es su deber tratar de hacer algo al respecto. A todos, sin excepción, nos interesa que la sociedad ofrezca un escenario favorable para una discusión racional de sus problemas. Aunque, por sí sola, su labor investigativa y profesoral resulta valiosa, los académicos no tienen que sentirse complacidos si no está produciéndose ninguna elevación del nivel de la ciudadanía en general3. Una radical desconexión con la realidad social puede llegar a ser contraproducente. No sorprendería que, al despreciar el conocimiento, algunos indivi-

han logrado mantenerla a raya son en verdad escasos e infrecuentes» (Irracionalidad. Una historia del lado oscuro de la razón; Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2021 [2020], p. 29).

2 José Luis López-Aranguren, «El futuro de la Universidad y otras polémicas», en Obras completas. Volumen 4: Moral, sociología y política I; Madrid: Trotta, 1996 [1963], p. 261.

3 Según José Ortega y Gasset, una de las tareas centrales de la universidad es «hacer del hombre medio, ante todo, un hombre culto —situarlo a la altura de los tiempos» (Misión de la Universidad y otros ensayos afines; Madrid: Revista de Occidente, 1960 [1930], p. 36).

66 Enrique Fernández García

duos involucrasen a las universidades, cuestionando su función dentro de la sociedad4.

La Cátedra Libre Manfredo Kempff Mercado, al igual que otras iniciativas de nuestra Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra, intenta responder a esa inquietud. Así, desde su creación, en febrero del año pasado, hasta el presente, ha organizado conferencias, conversatorios y paneles abiertos al público. Esto significa que cualquier persona, sin necesidad de ser estudiante, profesor o administrativo, puede participar en esos acontecimientos. Apelando a especialistas e intelectuales, se procura que los conocimientos sean compartidos, pero también existe la intención de promover un ejercicio del razonamiento público. Por este motivo, aun cuando se haya hablado de autores que ya no están con nosotros —como Cornelius Castoriadis, Borges o Isaac Sandoval Rodríguez5—, se lo hizo para, merced a sus ideas, pensar el presente. Porque nuestra realidad no acostumbra ser tan original como lo supone mucha gente. El ciudadano puede hallar más de una respuesta a preguntas sobre problemas actuales cuando se decanta por conocer lo que sostuvieron esos intelectuales. No se pretende, por tanto, una vana ilustración del ciudadano, sino facilitarle algunas cavilaciones que enriquezcan la mirada personal y lo ayuden a comprender su realidad. Además, topándose allí con sus semejantes, individuos que tienen similares preocupaciones, se contribuye asimismo al establecimiento de una cultura del diálogo en democracia.

4 En su libro La educación como forma de suicidio nacional (La Paz: Difusión, 1976 [1973], p. 171), Mariano Baptista Gumucio protesta porque la universidad «está orgánicamente imposibilitada para formar hombres que intervengan con capacidad dirigente en la vida social». Se observa, pues, su inutilidad desde la perspectiva social. Es cierto que dicho autor lo señaló entonces mientras pensaba en el sistema de universidades públicas de Bolivia; empero, la observación es también atendible cuando analizamos a las entidades privadas.

5 Preconizando el concepto de cátedra libre, Sandoval plantea que aquélla «debería responder más bien a la comprensión de las diversas opciones teóricas formuladas por las escuelas de pensamiento, con el propósito de lograr un conocimiento amplio, contrastable, sistemático y crítico, que devenga en capacidad interpretativa y globalizadora de la realidad social» (Universidad e investigación en la formación social nacional; La Paz: Camarlinghi, 1982, p. 22).

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Con el mismo afán de compartir ideas que son importantes para entender el progreso del género humano y que, por ende, puedan servirnos frente a la problemática vigente, se justifica un libro sobre Adam Smith (1723-1790). Sucede que, aunque, habiendo honradez, se lo quisiera, nadie podría desconocer el valor de los planteamientos elaborados por él. La teoría de los sentimientos morales (1759) y Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), con seguridad, son obras suyas que no pueden sino ser consideradas verdaderos clásicos. El paso del tiempo, esto es, ya más de dos siglos y medio, ha servido para notar sus grandes virtudes intelectuales. Ninguna historia del pensamiento, sea económico o filosófico, puede prescindir de Smith6. Ha sido leído, pues, de modo abundante, provocando adhesiones y, vale decirlo, antipatías. Marx, por ejemplo, fue uno de quienes lo estudiaron a profundidad; sin embargo, usó sus ideas para cuestionarlas y motivar su famosa crítica de la economía política. En cualquier caso, aludimos a un autor, profesor universitario, economista y filósofo que continúa invitándonos a meditar acerca de significativos asuntos. Conocerlo no es, por consiguiente, una necesidad de orden superfluo. Smith fue parte del Siglo de las Luces. No ha existido una época más fascinante, al menos para quienes confían en la razón y creen que, con su empleo, nuestra especie está llamada a progresar7. Conoció entonces a mentes prodigiosas; empero, hubo alguien que, al margen de su lucidez, tenía virtudes gracias a las cuales se estableció entre ellos una gran amistad: David

6 En el conocido trabajo de Giovanni Reale y Dario Antiseri, Historia del pensamiento filosófico y científico (Barcelona: Herder, 1996 [1984]), Smith aparece en el tomo tercero, aunque destacando sólo sus reflexiones económicas. Por dar otro ejemplo, la magnífica Historia de las ciencias (Madrid: Cátedra, 1991 [1989]), obra que coordinó Michel Serres, considera a la publicación de La riqueza de las naciones entre los hechos de importancia para el desarrollo del conocimiento científico.

7 El paso de los siglos no ha conseguido extenuar su esplendor. Varios autores se han ocupado de su reivindicación. Entre los contemporáneos, cabe citar a Juan José Sebreli, con El asedio a la modernidad (1991), y Steven Pinker, quien escribió En defensa de la Ilustración (2018).

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Hume8. Eso sí, hay una diferencia entre Smith y ese destacado autor del Tratado sobre la naturaleza humana, un tema sin el que nuestra justificación quedaría trunca. Aludo a la condición de profesor universitario. Porque, mientras Hume, pese a quererlo, nunca formó parte de la institucionalidad académica, su amigo lo consiguió. No sólo eso. Ya con su primer libro, publicado cuando estaba apenas en la treintena, había alcanzado gran notoriedad. Era un autor conocido, mas igualmente se reivindicaba como catedrático, aunque no uno que haya tenido grandes preocupaciones por temas burocráticos9. Es la condición que juzgo ahora necesario subrayar. Porque se puede ser un docente sin el menor interés por temas de carácter social, circunscribiéndose a conceptos, teorías, especulaciones; no obstante, Smith tenía otro talante. Fue un representante de la filosofía práctica10.

Ciertamente, el profesor Smith se ocupó de varios temas. Sus disquisiciones sobre astronomía11 y estética, por dar dos ejemplos, dejan constancia de un espíritu que no se contenta con refugiarse en ninguna parcela del conocimiento. Con todo, haber teorizado, aun escrito, acerca de asuntos que atañen a la vida en

8 Su relación fue del todo cercana y se mantuvo hasta el final. En una conmovedora carta que dirigió a William Strahan, Smith resalta cómo Hume vivió sus últimos días. Destacó entonces su buen ánimo: «Pues su alegría seguía siendo tanta, y su buena disposición social seguía tan entera que, cuando estaba con él algún amigo, no podía evitar hablar más y con mayor esfuerzo de lo que convenía al debilitamiento de su cuerpo» (misiva recogida en Ensayos morales, políticos y literarios, de David Hume; Madrid: Trotta, 2011, p. 37).

9 Recurriendo a testimonios estudiantiles, E. G. West nos cuenta que, cuando podía, Smith se aparta del programa formal del curso de Lógica, dedicándose a tocar otros asuntos, retóricos y literarios (cf. Adam Smith. El hombre y sus obras; Madrid: Unión Editorial, 1989 [1976], pp. 57-58).

10 En un espléndido estudio preliminar, Alfonso Ruiz Miguel expresa que la obra de Adam Smith «resulta unificable sobre todo como un extenso estudio de filosofía moral y jurídica, de filosofía práctica si se quiere […]» (Adam Smith, Lecciones de jurisprudencia; Madrid: Boletín Oficial del Estado / Centro de Estudios Constitucionales, 1996, p. XIV).

11 Hace algunos años, al leer sus Ensayos filosóficos, cuya primera edición inglesa data del año 1795, me sorprendió toparme con un acápite sobre historia de la astronomía. No obstante, el apunte tuvo pleno sentido cuando, en seguida, Smith aprovecha para enlazar el asombro causado por los astros con el origen de la filosofía.

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común es revelador. Porque profesar en torno a la moral, economía, política y derecho es posible cuando uno reconoce cuán importante resulta procurar una convivencia razonable. En efecto, tal como lo evidencian sus Lecciones de jurisprudencia, le interesaba considerar, entre otros asuntos fundamentales: por qué los hombres entran en una sociedad civil, cuáles son los fines del Estado, cómo son los gobiernos, qué debe ocurrir con la propiedad y cómo la libertad desempeña un papel capital al instaurar ese tipo de ordenamiento12. Teniendo presente este elenco de cuestiones, destaco que coinciden con cinco clásicos temas que han sido abordados por la filosofía en el ámbito político, según Jonathan Wolff13, a saber: el estado de naturaleza, la justificación del Estado, la legitimación del poder, el lugar de la libertad y la regulación de la propiedad. Asuntos que deberían ser objeto de conocimiento por parte del ciudadano, porque la regulación de su propia vida depende de vigilar lo que sucede con esas ideas.

Tanto la moral como el derecho, conforme a lo explicado por Del Vecchio, son las dos principales formas de valoración del obrar humano14. Frente a un acto cualquiera, estamos en condiciones de juzgarlo. Así, podemos aseverar que es bueno o malo, dependiendo de su concordancia u oposición a nuestras creencias sobre lo deseable. Mas no basta con nuestro parecer acerca de aquello. Acontece que, si estamos conviviendo en sociedad, interesa lo dicho por cada individuo; sin embargo, la mayoría no puede ser desdeñada, ni mucho menos. Es más, las opiniones o sentimientos compartidos por numerosas personas se constituyen en la base de regulaciones que afectarán la libertad individual. En otras palabras, lo que la mayor parte de una comunidad estime aceptable, desde su óptica moral, debería ser un factor re-

12 Un espléndido ensayo que sirve para considerar este tipo de cuestiones es «Reflexiones sobre el Gobierno y el derecho en las Lecciones sobre jurisprudencia de Adam Smith», de Jesús María Alvarado Andrade, contenido en un libro editado por Julio H. Cole, A companion to Adam Smith (Guatemala: Universidad Francisco Marroquín, 2017, pp. 1-34).

13 Cf. Jonathan Wolff, An Introduction to Political Philosophy; Oxford: Oxford University Press, 1996.

14 Cf. Giorgio del Vecchio, Filosofía del derecho; Barcelona: Bosch, 1974, p. 321.

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levante para orientar nuestra conducta. El legislador tendría que considerar, pues, esas valoraciones mayoritarias para permitir, ordenar o prohibirnos algo. Del entendimiento de cómo emergen las convicciones éticas o, en términos smithianos, los sentimientos morales, por tanto, podemos pasar a la siempre ardua labor de crear normas que puedan gozar de cierta legitimidad, motivando nuestra obediencia. El propio Estado, en caso de incumplir fines que le sean esenciales, puede resultar cuestionado al ser contrario a derechos e intereses individuales15.

El derecho es un fenómeno necesariamente social. No tiene sentido que tengamos leyes si, como náufragos, estamos solos en una isla. Siguiendo esta lógica, las normas jurídicas se ocupan de regular relaciones, vínculos entre personas. Lo mismo pasa cuando hablamos de la política. Hannah Arendt lo ha expresado con absoluto acierto: la condición de todas las formas de organización política es la pluralidad16. Irrumpe y tiene sentido gracias a la vida en común. Es una actividad que precisamos para satisfacer distintas necesidades. La política hará posible que nos organicemos, con miras al ejercicio del poder, para resolver problemas sociales. Efectivamente, cuando pensamos en alguna utilidad práctica de las autoridades públicas, podemos preguntarnos si han resuelto problemas relacionados con la seguridad ciudadana, justicia, educación, etc. Para cumplir este objetivo, recurrirán a su poder reglamentario, imponiendo normas que demandarán nuestro acatamiento. Pero ¿cómo saber cuál es la mejor manera de organizar nuestra convivencia? Porque no se trata sólo de relacionarnos con los demás; cualquier ciudadano más o menos sensato, que los hay, puede sentir la necesidad de responder esa pregunta. Un interrogante que, por cierto, es

15 En su famoso Libertad de elegir (Buenos Aires: Orbis, 1983 [1979], p. 49), más de 200 años después de lo dicho por Smith, Milton y Rose Friedman reconocían que no era fácil mejorar la respuesta que él había dado sobre una pregunta nada insignificante, «¿qué papel se debe asignar al gobierno?». Me refiero a proteger a la sociedad de la violencia, brindar una exacta administración de justicia y, aunque resulte más controvertido, realizar determinadas obras públicas que, en síntesis, sean necesarias para la sociedad.

16 Cf. Hannah Arendt, La condición humana; Barcelona: Paidós, 2020 [1958], p. 225.

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ético17, aunque también ideológico18. Con nuestra contestación, adoptamos un criterio que servirá para medir lo hecho por quienes están en ejercicio del poder.

Consiguientemente, la necesidad ciudadana de pensar en cómo debería organizarse su vida en común, ejercerse el poder, salvaguardando su libertad y propiedad, entre otros bienes mayores, vuelve del todo razonable que se conozca lo expuesto por Adam Smith. Una reflexión similar podría ser formulada si considerásemos a otros pensadores, tales como Karl R. Popper, Ludwig von Mises, Friedrich A. Hayek, Raymond Aron, Jean-François Revel o, en el caso específico de Bolivia, Mamerto Oyola Cuéllar, Guillermo Francovich, nuestro apreciado Manfredo Kempff Mercado, Oscar Olmedo Llanos y H. C. F. Mansilla, por dar algunos nombres. Que la Universidad se ocupe de difundir esas ideas, por ende, torna viable su reivindicación. Se cumple una función de innegable importancia social. Corresponderá al ciudadano hacer su propia estimación de cada uno. Ante todo, se respeta su libertad de pensamiento, un elemento central para cualquier centro universitario.

17 En una obra que, precisamente, enlaza los conceptos aquí tratados, Victoria Camps define la ética como un «proyecto de vida y sociedad mejores» (Ética, retórica y política; Madrid: Alianza, 2005, 1988, p. 99). Es que todo ciudadano, es más, cualquier persona, debería aspirar a la mejor realidad posible, aunque nunca perfecta, desde luego.

18 Quitándole la carga negativa que se le ha dado desde el siglo XIX, por lo menos, una ideología, cualquiera que sea, no debe necesariamente considerarse perjudicial. Es un conjunto de creencias éticas, políticas, económicas y culturales, entre otras, gracias a las cuales concebimos una sociedad más o menos razonable. Además, se trata de ideas que, como apunta Terry Eagleton, nos orientan a la acción (cf. Ideología; Barcelona: Paidós, 2021 [1993], p. 21).

72 Enrique Fernández García

Este libro se terminó de imprimir en el mes de junio de 2023 en los talleres gráficos de Imprímase srl. Santa Cruz de la Sierra Bolivia

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