Bolívar Caballero de la Gloria y de la Libertad - Parte I

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BIOGRAFIAS HISTORICAS Y NOVELESCAS

BOLIVAR CABALLERO DE LA GLORIA Y

DE LA LIBERTAD


B1OGRAFIA$ HISTORZ AS Y NOVELESCAS

Publicadas: ANDRÉ MAUROIS ARIEL O LA VIDA DE SHELLEY FRED BÉRENCE LUCRECIA BORGIA GEORGE SOLOVEYTCHIK POTEMKIN, EL FAVORITO DE CATALINA DE RUSIA OCTAVE AUBRY VIDA PRIVADA DE NAPOLEON H. GORDON GARBEDIAN EINSTEIN, HACEDOR DE UNIVERSOS FÉLIX LIZASO MARTI, MISTICO DEL DEBER GUY DE POURTALÉS WAGNER PABLO ROJAS PAZ ALBERDI, EL CIUDADANO DE LA SOLEDAD EMIL LUDWIG BOLIVAR, CABALLERO DE LA GLORIA Y DE LA LIBERTAD


,


BOLIVAR EN 1825.



Obra escrita por orden del

Gobierno de Venezuela Traducción por

Enrique Planchart Adquiridos los derechos exclusivos para todos los países de habla española. Queda hecho el depósito que previene la ley núm. 11.723 Copyright by Editorial Losada, S. A. Buenos Aires, 1942.

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Acabado de imprimir el día 9 de febrero de 1942 Imprenta López — Perú 666 — Buenos Aires


A süs héroes, la nación les erige estatuas de bronce: Si es un gran soldado, cabalga en la plaza, alto, sobre el pedestal. Pero la nación quiere conocer también la psicología de su héroe, y no hay monumento capaz de mostrarla; en el héroe están todos, y cada quién encuentra en él algo de lo suyo propio. Al cabo de un siglo, cuando se ha hecho menos sonoro el eco de sus hazañas, cuando la libertad conquistada se halla fuera de peligro y el enemigo de antaño desde hace tiempo se ha tornado en amigo, entonces los móviles humanos que lo condujeron se perfilan más claramente detrás de las batallas y de las constituciones, porque los caracteres humanos se renuevan siempre y sus pasiones, sus alegrías y sus penas traen a la posteridad más enseñanzas que el relato de acontecimientos ya dejados atrás. En diversas ocasiones, poetas y eruditos compatriotas de Bolívar lo han representado tan magistralmente, que su patria no espera en ello nada nuevo de un extranjero. Pero éste, como aquél que, por primera vez, penetra en el círculo de una familia, quizás pueda contemplar esta figura con una mirada nueva e imparcial y extraerle la esencia de lo humano, precisamente porque no le atañen las particularidades políticas. Y esa esencia es lo que a él, como a los pueblos extranjeros, lo ha de conmover más profundamente que campañas y congresos cuyos nombres son casi desconocidos en Europa. Qué poco se sabe de Bolívar en ese continente; en general sólo se conoce de él el nombre de Bolivia. Nadie creería tal cosa en Venezuela. Era necesario escribir su historia psicológica para resucitarlo como figura viviente. Por esto se habla de batallas en este libro tan escasamente como en


EMIL LUDIVIG

el que el mismo autor escribió sobre Napoleón. Para una juventud que se forma entre el ruido de tanques y morteros, el asombroso paso de los Andes a lomo de mula no puede ser sino algo así como un grabado romántico. ¿A cuál de los aspectos de la radiante figura de Bolívar se liga nuestra época? Al de aquel frívolo, hijo de millonarios, a quien un extranjero le hace ver las bellezas de su patria; al de aquel joven ferviente de la danza y del juego, en quien la presencia de Napoleón despierta el amor a la gloria; al de aquel escéptico, cambiado en idealista cuando una lucha interior lo lleva a sacrificar a su más íntimo amigo; al de aquel inflamado diletante; al de aquel teórico de la Revolución que se transforma de pronto en gran capitán y Libertador . . . Después, como el cóndor, abre sus alas inmensas, vuela sobre los montañosos límites de su patria, se lanza impetuosamente a los países vecinos, proclamando e implantando la libertad y no retorna del Sur del Continente sino expulsado ya el último enemigo. Pero, mientras tanto, a su espalda, envidias, discordias, celos han crecido en el corazón de su pueblo: a la vista del héroe, que envejece prematuramente, entran a saco en su obra. Tras del impulso victorioso de un hombre en la plenitud de su vida, camina, como en la antigüedad, la tragedia que lo persigue hasta el día de la muerte. Cuando entre nosotros se desenvuelve el destino trágico de este legítimo héroe romántico, cuyo más ferviente amor fué la gloria, se nos oprime el corazón y se nos exalta el espíritu y al mismo tiempo recibimos una enseñanza. Una obra trazada con semejante plan sería tan poco lisonjera para los compatriotas de Bolívar como aquélla que señalara sus debilidades, tanto más cuanto que triunfando de tales debilidades alcanzó las alturas de su propio y grande destino. Sólo cuando lo hallamos junto a Napoleón, a Miranda y a San Martín, percibimos verdaderamente las orientaciones decisivas de su historia. La intención cardinal de esta historia es la de representar el combate que se libra en un alma heroica entre los ideales que animaron los héroes antiguos y los atractivos del poder; el combate del dictador nato con sus principios morales que hacen la tragedia del hombre que luchó diez años

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BOLIV AK

contra sí mismo prometiéndose no ser un dictador jamás y que sin embargo terminó su vida siéndolo. Partiendo de allí, se han tratado en este libro ciertos problemas, actuales hoy en día: el antagonismo entre dictadura y democracia, que no le dejó paz a Bolívar durante su vida; la fuerza moral con que persiguió siempre el elogio de la posteridad, más que el fácil triunfo del dictador; su perspicaz idea de una sociedad panamericana; su lucha en pro de la unidad y contra las disensiones partidarias. Temas todos de nuestra época, a la que Bolívar puede servir de modelo. Antes de que me fuera dado ver mi retrato de Napoleón admitido por las escuelas francesas, y adoptado en las americanas el que hice de Lincoln, he tenido como un honor el que el Gobierno de una Nación extranjera me llamara a trazar el de su héroe. La gran recopilación de sus cartas, editada por Vicente Lecuna, ha sido mi fuente principal; la obra magistral de Mancini no se concluyó, perdidos los manuscritos del segundo tomo, después de la muerte de su autor, y hoy en día discutida a consecuencia de nuevas investigaciones. Los escritos de Parra Pérez, de Mitre y de otros me han sido de mucho auxilio; los consejos de algunos eruditos eminentes me han librado de incurrir en más de un error. Tengo una gran deuda con Don Luis Correa, los doctores Vicente Lecuna y Cristóbal L. Mendoza, y con Don Enrique Planchart, descendientes de actuantes en el drama de esta gran existencia, quienes, con infinita amabilidad me han ayudado con sus consejos en la Academia Nacional de la Historia de Caracas. Por enfermedad de Luis Correa —hombre inolvidable— se retardó la aparición de este libro, terminado en 1938. Para los europeos, confío en haber transformado en hombre vivo la fría estatua de un General. A la Gran Colombia no puedo ofrecerle sino algunas nuevas luces e interpretaciones, esperando que ellas le acercarán aún más al corazón la fascinante figura de su Libertador. Moscía (Suiza), diciembre de 1938.



' Una brillante fiesta animaba la casa, -de ordinario cerrada y casi lúgubre: toda la alta sociedad de la capital se hallaba invitada. Era el aniversario de Su Majestad Católica Carlos IV de España, cuya gracia y poderío atravesaban aún el Atlántico, alcanzando las playas de sus más antiguas y fieles colonias, donde, tres siglos antes, había plantado Colón el estandarte español. Estamos en Caracas, hacia el año de 1790. La mansión pertenece a la viuda de uno de aquellos grandes señores que, venidos de algún apartado dominio allá en sus tierras lejanas, querían revivir, en el otro extremo del mundo español, una chispa del brillo de la corte madrileña. El señor de Bolívar, cuyo retrato en uniforme y condecoraciones pende del muro, allí, en el salón rojo, sobre las cornucopias, había muerto algunos años antes; pero, como fué amigo de un capitán general, lo mismo que su hermano, que ahora juega al tresillo en una mesa tapizada de verde, su casa mantiene la antigua tradición de fidelidad al rey. Parte de los invitados llegó del palacio de la Capitanía; en la pequeña ciudad las moradas señoriales no distan mucho unas de otras. Marchas y tropas animaron hoy una vez más las calles; el día caluroso terminaba, todo estaba adornado para la fiesta, y ser recibido allí, en una noche como ésta, era honor de que gustosamente se hacía gala. En el patio rodeado de pilares, sentado bajo el antiguo

granado, casi ocultas bajo los muslos las brillantes zapa-


REFLEXIONES DE UN NIÑO

tillas, un jovenzuelo de ocho años vestido de raso verde y encajes, miraba fríamente, cansadamente tal vez, a las señoras y a los caballeros ir y venir por entre las grandes cortinas de seda, por los gabinetes de caoba o bajo los árboles del patio, y veía el brillo de las joyas y de los uniformes, de las flores, de los encajes y de las espadas, palpitar y quebrarse a la luz de los candelabros. Entre aquel rebullir de figuras, de vez en cuando los ojos del niño se posaban en su madre, vestida de seda negra, pálida, bonita, y siempre un poco enferma, que en su alto sillón esculpido, sin apoyarse jamás en el costado derecho, presidía la recepción, erguida y altiva como una Reina de España. En la mañana, al regreso de Misa Mayor, el muchacho, junto con sus hermanos, marchó al lado de la litera dorada, detrás de las cuatro mulatas, que bajo el sol violento parecían casi negras en sus trajes blancos, y que con estudiada dignidad llevaban las alfombras, el manto, el quitasol y el devocionario de su ama, mientras los cuatro negros cargaban la litera al trote apático de sus pies silenciosos. Simón, el benjamín, bajo el granado, mira a su alrededor y encuentra todo esto un poco aburrido; las genuflexiones de los caballeros no le interesan y se asombra de que su hermano, el rubio Juan Vicente, esté en todas partes y de que sus dos hermanas, entre rígidos brocateles, repitan con tímida seriedad las respuestas prescritas a las preguntas de los mayores. Todos desfilan por delante de su madre: los Palacios, los Sojos, los Andrades, los Fontes, cada uno con su señora, cada nombre anunciado solemnemente por el negro esclavo. Éste se mantiene bajo el gran blasón esculpido de la casa, tan cerca de aquella faja de azur sobre campo de plata con tres corazones de gules, que las colas de los leones casi le tocan la cabeza ... Del salón verde llegan las notas de un minué de Haydn. Las parejas se colocan y ejecutan los pasos cuidadosamente aprendidos. Sólo entonces se despierta la curiosidad de Simón, mas en realidad encuentra que la danza no va con bastante rapidez. No hace mucho miró complacido en la plaza pública girar en torbellino las parejas,


EL PRIMER CABALLO

pero su madre le advirtió que aquél era un baile nuevo e impío, completamente indigno de un noble español. ¿Por qué no se debe bailar ligero? —se pregunta el niño—. ¿Por qué hacerlo todo con tanta solemnidad? Y, sin embargo, su madre nunca duerme en el gran lecho de madera dorada con tantos encajes y colgaduras, que se levanta en la alcoba al lado de la sala de juego. Cuando el abuelo vivía, era preciso que el pesado reloj marchase siempre exactamente, y, sin embargo, no había nada que hacer. Todo esto no existe sino por mera forma . .. Ahora, doña María ha comenzado a cantar acompañándose a la guitarra... Mucho más agradable era allá en los valles de Aragua, que se extienden como una serpiente verde, entre las frías montañas, en San Mateo, donde podía cazar y pescar el día entero junto con su hermano y el mayordomo. De noche, cuando los esclavos se reunían a la entrada del patio, a una señal de su madre se acercaban y, besándole la orla del vestido, le hacían sus peticiones, y se,les concedía el permiso para que se casaran o se les daba alguna medicina. A los niños les sobrecogía entonces un sentimiento de temor y de piedad, que no tardaban en olvidar. Sabían solamente que todo el añil y el cacao cosechado por una muchedumbre de manos esclavas salía de la hacienda en enormes carros de bueyes para transportarlo luego a La Guaira, y de allí a los barcos, vendido, rumbo a las Antillas. Así se venía haciendo desde doscientos años atrás y así se continuaría eternamente, para que nada turbase el semblante de los amos de la vida. Qué de escondites en la vieja casa de campo; y se podía echarle comida a las gallinas y a los cerdos, y había perros y caballos, caballos sobre todo. Simón acababa de cumplir los ocho apios cuando conquistó su primer caballo; hasta entonces sólo le permitían montar en burro, y cuando su preceptor, por molestarlo, le dijo: "Ud. nunca será hombre de a caballo", le respondió con furor: "¡Cómo se podrá ser hombre de a caballo montado en un burro que no sirve ni para cargar leña!" Le dieron su primer caballo y los que le rodeaban se maravillaron viendo cómo se tenía en la silla. Durante cuarenta años, casi


hasta su muerte, los caballos acompañaron la vida de Bolívar. Sin ser un formidable jinete jamás hubiera alcanzado sus propósitos; ni hubiera podido guerrear, recorrer montañas, pasar desfiladeros, ni ser nunca un hombre de acción, a pesar de los grandes sentimientos que lo impulsaban siempre a nuevas arrojadas empresas. Sólo un jinete podía ser libertador en las montañas y llanuras de la América del Sur. De pronto el destino, por vez primera, deshizo una prenda de felicidad en las manos del niño: tenía apenas nueve años cuando perdió a su madre, que acababa de cumplir los treinta. A los quince se había casado con un hombre treinta años mayor que ella, y madre de cuatro niños quedó viuda. El padre de Bolívar tenía cincuenta y seis años cuando nació el menor de sus hijos, a quien le estaba reservado llevar a todos los rincones del mundo el nombre de la antigua familia. Delicado, noble y un poco huraño, el padre muestra su figura en un viejo retrato al óleo. El tío Palacios se trajo al huérfano a la ciudad, y confió su educación a clérigos. Caracas, aunque semejante a un jardín y situada en un hermoso valle, le pareció al muchacho solamente sucia y ruidosa; en la sombría casa señorial echaba de menos su libertad de hidalgo provinciano; su hermano y sus hermanas vivían con otros parientes. Por casi dos años el niño tan mimado hasta entonces, Simoncito, se vió constreñido a adaptarse completamente a las maneras de los devotos y de las gentes de la ciudad. Ahora, a cada momento se encontraba con hombres vestidos durante el día de pantalón blanco y camisa, que paseaban protegidos por sombreros de paja de anchas alas, cantando mucho y escupiendo aún más. Si entonces hubiera podido leer la relación del Conde de Segur, publicada años antes, habría estado de acuerdo con él, cuando escribió: -Si en los valles de Caracas no se hallaran frailes truhanes, tigres y funcionarios de una administración rapaz, aquello parecería un rincón del Paraíso Terrenal". A pesar de todo, los clérigos eran siempre los principales depositarios de la cultura. A los diez años, un capuchino le enseñó los primeros rudimentos de matemáticas,

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CLERIGOS ESPAÑOLES

otro la botánica, tal como allí la había explicado recientemente un médico español amigo de Linneo, pero lo principal era ir diariamente a misa, besarle la mano al obispo y preservarse de las peligrosas ideas modernas que infestaban el ambiente. Hasta poco antes del nacimiento de Bolívar, en los territorios españoles de ultramar estaba prohibido enseñar que la Tierra giraba alrededor del Sol; esta novedad la expuso por primera vez en Santa Fe, en 1762, un diabólico médico de Cádiz. Existía, en verdad, un reducido grupo de personas ilustradas, hombres y mujeres, pero oírlos era peligroso, y, por principio, se evitaba que los niños conversaran con ellos. Justamente con los criollos, con las familias ricas de ascendencia española, la Inquisición extremaba su vigilancia; a los pobres no era menester inculcarles, con la amenaza del Infierno, el horror a los libros, porque no sabían leer. El poderío de los clérigos españoles, mayor aquí que en la Metrópoli, su independencia de hecho, aun frente a la Santa Sede, hicieron a los frailes y a las congregaciones indispensables a la monarquía, porque sobre la fe católica reposaba la fuerza mística del rey por la gracia de Dios, de suerte que los privilegios del poder y del dinero estaban seguros bajo la guardia de Dios. Los frailes y también el tío, amigo de más de un alto magistrado español, le enseñaron al joven a venerar en el Capitán General al Monarca lejano, investido por el mismo Dios, más allá de los mares. Delante de los retratos de los abuelos, el tutor lo detenía frente al primer Simón Bolívar, llegado doscientos años antes con su pariente el Gobernador y provisto de las concesiones de Felipe II. Le contaba cómo aquel abuelo recibió el título de procurador y fundó en Venezuela pueblos y ciudades. Otros, desde sus marcos de oro, contemplaban a aquel pequeño descendiente suyo, grandes agricultores que habían arrancado a sus tierras sonoros títulos de vizconde o marqués. Uno de ellos descubrió y explotó ciertas minas de cobre; su inteligencia y el trabajo de los esclavos le amasaron grandes riquezas. Otro fué el primero en plantar aquí frutales de España. Aquél de su peculio edificó a La Guaira, el puerto de Caracas, al otro lado del Avila.


APARECE UN MAESTRO

Nada de esto le agradaba en realidad. Oía, aprendía, repetía y era capaz de decir de memoria, exactamente lo mismo que sus oraciones, la historia y la zoología; pero mucho más divertido era escaparse de noche hacia el corral, a oir al negro viejo contarle por centésima vez la historia del tirano Aguirre, cuya alma infortunada pena eternamente, errando vacilante como un fuego fatuo. Quizá el tío encontró al niño un tanto propenso a fantasías; lo cierto es que, a causa de sus tendencias primitivas y románticas, lo separó de los frailes y le buscó un precep. tor adecuado.

Desde la época de 'Alejandro, pocos maestros han influido tan decisivamente como el de Bolívar en mancebos que fueron luego grandes generales o grandes polí ticos; el genio suele despertar y desarrollarse en pugna con la formación que se le quiere imponer. Pero cuanto aprendió Bolívar de su mentor entre los once y los quince años estaba en absoluta contradicción con todas las enseñanzas recibidas en el hogar paterno. Si ello lo independizó de sus aletargadoras tradiciones de rico heredero feudal, no bastaba, sin embargo, a arrastrarlo de pronto a la rebeldía contra el medio y las ideas hereditarias. Sólo a los veintiocho años, y sólo después de numerosas vicisi4 tudes, comenzó a realizar en su mundo los nuevos ideales de su maestro. Y diez años más tarde vivía en lucha continua contra ellos; porque, es menester decirlo, la tragedia en la vida de este fundador de estados es, en el fondo, la oposición de aquellos sentimientos revolucionarios de libertad e igualdad con la masa obtusa e indócil a que quería inculcárselos. En el apogeo del poder, una vez más se le apareció su desconcertante maestro. La voz admonitoria le llegó como al César en su carro triunfal la advertencia del bufón. Tiempo hacía, aquellas cosas no eran \i ya sueños, y ahora el amonestador estaba en realidad casi loco. Para un adolescente de fines del siglo XVIII ¿de qué otros bienes podía tratarse sino de la libertad y de la

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RODRIGUEZ EL REVOLUCLOYARIO

igualdad, a las cuales España oponía su inmenso poder católico y feudal... sobre todo en estas colonias, cuyo oro y cuyos productos le era imposible seguir recibiendo por algún tiempo más, sino mediante la opresión total de quince millones de nativos americanos? Junto a la cuna de Rodríguez, mayor doce años que Bolívar, no hubo ni marqueses ni grandes de España. Una juventud de pequeño y pobre burgués caraqueño no tardó en mostrarle la desigualdad de clases y razas en su país. Quedó huérfano muy pronto, lo mismo que su futuro discípulo, y, de catorce años apenas, se lanzó al mundo y atravesando el mar recorrió a pie España, Francia y Alemania, porque, como escribió más tarde, no quería parecerse a los árboles que echan raíces en un lugar y no se mueven, sino al viento, al agua, al sol, a todo lo que marcha sin cesar. Cuando a la edad de veinte años el aventurero volvió de Europa, cuando franqueó por primera vez el umbral de la casa de aquel millonario de diez años apenas, era un hombre vigoroso, de larga y delgada nariz, mentón firme y mirada escrutadora; usaba ya su segundo apellido, abandonado el de Carreño para no confundirse, como él decía, con su hermano a quien detestaba. Por lo demás, no conoció a su padre ; en cambio había visto con frecuencia a cierto fraile a quien su madre, una Rodríguez, amaba mucho. Muy joven todavía prescindió, pues, de sus antepasados y hasta de su apellido. Distinto en todo de su discípulo, llevaba, sin embargo, el mismo nombre que él, y, en un niño tan imaginativo, el encontrarse con otro Simón ejerció quizá tanto influjo como la juventud de su nuevo preceptor, con quien podía compartir sus juegos; pero le agradó sobre todo la energía con que el maestro lo sacó de las alcobas oscuras y de los latines para restituirlo plenamente a la naturaleza, de la cual lo habían alejado a la muerte de su madre. Durante sus viajes por la Francia revolucionaria, se transformó Rodríguez en admirador ferviente de Rousseau y en divulgador de sus ideas, y si nos adentramos en lo que más tarde fué su discípulo, hay que reconocerlo como el más eficaz adepto de aquel reformador. Nadie como


DISCIPU LO DE ROUSSEAU

Bolívar, entre las figuras que han influído en la Historia Moderna, recibió las enseñanzas de Rousseau. El Contrato social le reveló a Rodríguez que la sociedad se hallaba en completo desacuerdo con el orden natural, y al mismo tiempo le reveló las fórmulas para reformarla, y el Emilio le mostró cómo orientar su propia pasión de educador. Comprendiendo que no sería ni legislador ni libertador, quiso ser el maestro de uno de ellos y, sin vacilación, resolvió buscar a un Emilio que fuese el hombre natural de Rousseau y llegase a ser también el jefe natural de hombres recuperados para la nueva civilización. ¿Era romanticismo? Hacia 1793, cuando parecía que el viejo mundo despertaba de un sueño secular, ¿qué podía ser imposible, sobre todo aquí, en estas tierras vírgenes? Rodríguez, como Rousseau lo exige, era sensible y joven y había recorrido tierras extrañas: ¿qué le faltaba, pues, para ser el maestro ideal? Y ahora encontraba al niño ideal: sin padres, joven, sano y rico, como lo quería Rousseau. No hay duda, el idealista recién llegado en busca de un sujeto adecuado a la encarnación de sus ideas, de una manera u otra incluía en sus pensamientos al joven Bolívar, adivinando en él al nuevo Emilio.1" Pero no se puede explicar que, exactamente como sucedería en una novela, le hayan puesto al niño en sus manos, sino por un error de apreciación o por indiferencia de parte de su tío, leal realista que, de acuerdo con todas sus tradiciones, hubiera debido apartarlo de semejante revolucionario. Rodríguez era peligroso desde cualquier punto de vista: ¿no era acaso enemigo declarado de la Iglesia? Los rumores que corrían respecto a su extraña vida privada debieron haber llegado a oídos de la familia Bolívar, aun cuando no conociesen lo que Rodríguez escribió un día a un amigo: "Sírvase devolverme a mi mujer, porque yo también la necesito para los usos a que Ud. la tiene destinada". Sin duda, es posible ver en semejante elección una cuestión de azar; pero nos inclinamos más bien a reconocer en ella algo fatal. Lo cierto es que a partir de aquel día comenzó una nueva vida, muy solitaria, para el muchacho, gracias al estado natural en que lo colocó su nuevo


BOLÍVAR APRENDE A DUDAR

maestro y amigo. Éste apartó "a los malditos servidores" a quienes Rousseau odiaba tanto, suprimió los libros, continuamente extrajo comparaciones de animales y plantas, y enseñaba jugando, nadando, haciendo ejercicio, y el niño se sentía feliz sobre todo después de sus anteriores estudios austeros y monacales. Más aún lo estaba su entusiasmado preceptor, quien, para citar libremente el Emilio "cultivaba la razón de un sabio y la fuerza de un atleta", y, como él decía, trataba de resolver el difícil problema de no enseñarle nada a su discípulo. Durante aquellos cuatro años, sobre los cuales nos faltan datos precisos, el joven Bolívar aprendió a dudar de todo lo que le habían enseñado y a aspirar a todas las grandes y hermosas ideas que se esparcían entonces por el mundo. Mucho tiempo después, Bolívar le escribió: "No he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales, las he seguido como guías infalibles". La docilidad del niño le obviaba dificultades al maestro. Para ciertas enseñanzas le bastó mostrarle alguna noche, en el salón de la casa de campo, el primer escudo de la familia: una rueda de molino, origen del apellido de Bolívar, que significa algo así como "pradera del molino": una familia vasca perteneciente a aquellos gigantes de las montañas; el primero de ellos que pasó a América, doscientos años atrás, no vino como conquistador ni opresor; sino huyendo más bien de la puebla de su padre; separándose de los suyos, tal como recientemente lo había hecho Rodríguez. Al principio ejerció aquí las funciones de escribano público: era, pues, hombre instruido, e intervenía con las quejas de los indios ante el procurador, mostrando tanto celo contra los impuestos, que lo encarcelaron por negarse a pagarlos. Asombrado escuchaba el niño aquella historia que no les oyera a su madre o a su tío. Ni le dijeron que uno de sus antepasados combatió contra un obispo, y que, perdiendo por ello sus bienes en Francia, se había desterrado. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Por qué había huido el propio Rodríguez? Pero ésta era una larga historia para contarse después


PRIMERAS REVELACIONES

del baño, mientras se quemaban los cuerpos desnudos, la cabeza a la sombra de un plátano, protegida además por el ancho sombrero. Antaño, cuando se fué Rodríguez, habían inculpado a dos maestros de escuela de guardar libros prohibidos. ¿Qué son libros prohibidos? Rodríguez se siente dichoso: guardián del fuego sagrado, tiene en sus manos la verdad ... puede al fin abrasar en ella un alma joven e inocente. No es menester sino que la chispa caiga. Se sienta y comienza la narración. Y el niño, todo imaginación, oye por primera vez hablar de cosas que hasta entonces le habían callado: que el rey, el buen rey más allá de los mares, no es precisamente un rey bueno; que. siguiendo trescientos años de ejemplo de sus antecesores, oprime, aquí como en toda la América, cualquier movimiento espiritual, cualquier anhelo de libertad. Hace cosa de doce años, un descendiente de los antiguos incas, presentando leales proposiciones, envió a uno de sus parientes a Madrid, ante el rey, para rogar que se aboliesen viejas costumbres de esclavitud, pero el rey lo hizo encarcelar. Él, ofendido, promovió entonces una revolución, muchos miles de indios lo siguieron, y hubiera libertado su país, de no traicionarlo los suyos. Triunfó el partido del rey y, hecho prisionero, lo obligaron a presenciar en la plaza pública el sacrificio de su mujer y de sus amigos; después, tendiéndolo en tierra, lo amarraron a cuatro caballos que, al arrancar al galope, lo descuartizaron vivo. Con el asombro pintado en los ojos, lo escuchaba el niño. ¿Despedazado por levantarse contra el rey? ¿Y estuvo a punto de triunfar? ¿Por qué lo traicionaron? Con cuánto afecto, con cuánta indulgencia sonreía su maestro. ¡Verdaderamente era Emilio! ¡El propio Rousseau se hubiera regocijado! Luego le explica que los criollos no admitirían como jefe a un indio, y por eso prefirieron traicionarlo a expulsar juntos al opresor común. ... ¿Los criollos? —pensaba el niño—. ¡Pero si somos nosotros! Existían, pues, españoles puros como su padre, su abuelo, su tío, que se rebelaban contra el rey. Y cada vez más ardía en el deseo de escuchar de su maestro, semidesnudo, aquellas palabras inflamadas, dichas entre terri-


Hes miradas y grandes risas, allí, a la sombra del platanal. Y así comprendió que los criollos se constituyeran en jefes de levantamientos porque eran los más inteligentes y los más ricos: tal como sucedió en Nueva Granada, colindante con nuestro país; en el 1781, en el mismo año que en el Perú, estalló una sublevación provocada por una mujer del pueblo que desprendió de la pared y pisoteó una Real Cédula sobre impuestos. Por todo el país, hasta Panamá, se extendió el incendio; los criollos notables condujeron entonces a la capital veinte mil hombres sublevados, que llevaban en el pecho, a manera de talismán, un himno a la libertad de la patria; lo cantaban marchando hacia el palacio del capitán general, a quien obligaron a capitular. Pero más tarde, cuando llegaron de España nuevos soldados, rompió el tratado e hizo ejecutar a los cabecillas. Una suerte igual fué en todas partes la de los americanos. En Quito, en Buenos Aires, en México; dondequiera vencieron al principio porque las tropas españolas eran escasas y los oficiales, muchos de ellos naturales del país, se ponían de parte de los insurgentes. Después los españoles, actuando con más perspicacia, llevaban tropas de La Habana y apartaban del ejército a los criollos poco seguros. De sorpresa en sorpresa, fué conociendo el noble heredero los secretos de su familia: Sus abuelos, a pesar de los títulos y de los millones, no pertenecían a la primera nobleza ni eran españoles puros, como el virrey. La falta consistía, pues, en haber residido en el país durante dos siglos, fomentando su desarrollo, explotando sus minas, mientras que gobernadores y corregidores venían sólo por poco tiempo, como a un destierro, a llenarse los bolsillos para gozar luego en Madrid del producto de sus rapiñas. Él estaba acostumbrado a ver a los suyos tratados como amos, como jefes, y así lo comprendía en la humildad de los indios y de los negros cuando se acercaban a su madre: pero sólo ahora llegaba a saber que, no obstante eso, se les exceptuaba de muchas cosas, que únicamente por rareza obtenían el desempeño de un cargo público,


RAZA Y ALCURNIA

que parecía señalarlos una debilidad, una tara escondida; que los otros, los que se preciaban de verdaderos españoles, guiñaban los ojos cuando su abuelo visitaba al capitán general y, cuando se retiraba, se encogían de hombros, murmurando: "¡Estos criollos!"... Criollos, es decir, gente a quien se tolera, pero al mismo tiempo a quien se trata de señalar y hasta de separar de sus propios hermanos. Terrible descubrimiento para el alma de un adolescente orgulloso. ¡Su familia podía ser menospreciada por alguien! Entonces, los indios quizás tendrían razón a su vez en odiar a los criollos, que los desdeñaban. ¿No contaban también con nobles ascendientes, los incas y los aztecas, y no se sentían superiores a los mulatos, que en su mestizaje de negro y blanco, en una gama infinita de colores, ya trataban de ocultar su origen o ya lo publicaban... y éstos, por su parte, no se consideraban superiores a los negros traídos del África occidental? ... Por primera vez supo que, a pesar de los espejos dorados y de la vajilla de plata, a pesar de los centenares de negros y negras doblegados para ellos en las haciendas, a pesar de sus minas, de cuyas entrañas salía el cobre rojo que los anchos veleros transportaban a Europa, su linaje y su familia no eran de los principales del país... Su tío, con su magnífico alazán, no podía ser nunca virrey, ni general siquiera. Y el niño oía a Rodríguez, lleno de odios y de amor a la libertad, explicarle todo lo que le rodeaba en el país. Demasiados impuestos y pocos empleos, ésa era la política de los españoles respecto a los criollos ricos. Gobernadores que invitaban a veces a su mesa a las familias más nobles, pero que no les daban cabida sino por excepción en los elevados cargos administrativos. A su vez, aquellos criollos de vieja cepa, que se consideraban a sí mismos como verdaderos desbrozadores del país, despreciaban a los altos funcíonarios, venidos de paso por algunos años, con la arrogancia y la avidez de los cortesanos españoles. Excitar la vanidad de las razas, con sus medias sangres y cuartos de sangre, mantener en todas las clases la sed de poder, el puntillo, y, finalmente, cloral-


EL INQUIETO MENTOR

narlos a todos como indígenas inferiores, por el solo hecho de ser americanos: Tal era el arte tres veces secular del gobierno español. La fe que le habían inculcado en la Casa de España, sol del mundo, se rompía ahora golpe tras golpe, y Bolívar se iba dando cuenta de la debilidad del rey Carlos, de las aventuras de la reina, mientras, en la Universidad de Caracas, le enseñaban a su hermano mayor que la autoridad del rey era semejante a la de Dios. Allí la ciencia se detenía en Aristóteles y en los escolásticos; no había curso de anatomía para los estudiantes de medicina, y desgraciado alguno de ellos si se le encontraran nuevos libros franceses. Pero los representantes de la corona se tenían a sí mismos por semidioses, y se burlaban de los criollos, tratándolos de "Grandes Cacaos", por sus títulos obtenidos ofreciéndole al rey barcos llenos de cacao. En España corría el dicho de que si no llegara a quedar sino un arriero de la Mancha con su asno, nadie sino su asno y él tendrían derecho a reinar en América. ¿Sabía el muchacho lo que costaban dos casquillos para su caballo? Cuatro pesos, cuando una bestia ordinaria no valía sino dos. Esto provenía de la prohibición de toda industria. Era menester comprarlo todo en la metrópoli; ni siquiera de colonia a colonia se podía comerciar, sino con grandes dificultades. La Junta de Sevilla, desde la Casa de Contratación, vigilaba todo el movimiento comercial: sólo por dos puertos estaba permitida la exportación de España a Indias, y los productos de América no podían entrar sino por dos puertos; la pena de muerte amenazaba a quien comprase algo a los convoyes extranjeros o a barcos de otro país que arribaran a puertos americanos. Y, a pesar de su indignación, el maestro nunca clamaba suficientemente contra aquellas prohibiciones: que bastaban a despertar el anhelo de rebeldía, y esto era lo que él deseaba. Lo deseaba, no porque se sintiese humillado, pues siempre tenía el mundo por delante. Había recorrido una parte de Europa y había visto fundirse todos aquellos prejuicios al fuego de la Gran Revolución. Evidentemente, era el espíritu romántico lo que sublevaba a este discípulo


IMPRESOS Y CONSPIRADORES

de Rousseau. Antiguos sentimientos de libertad trasladados a un continente nuevo y dormido todavía, el deseo de figurar en la historia, la voluntad entusiasta de reformar al mundo, todo esto parecía animar a Rodríguez con más fuerza que su odio personal contra los españoles. Lo que había en él de Mefisto vomitaba hiel contra los dueños del poder, pero su temperamento idealista era lo más fuerte, y así, desde su primer viaje, esas dos tendencias lo empujaban hacia la interesante penumbra de un tormentoso porvenir. Demasiado hombre de letras para combatir, pero también demasiado aventurero para dejar de observarlo todo con sus propios ojos, el fogoso preceptor anhelaba y comprendía que aquel discípulo lleno de imaginación sería quien realizara cuanto él mismo soñaba. Todo esto se llevaría a cabo más tarde; ello muestra la genial clarividencia del maestro.

En realidad viva se transformó para ambos aquel cúmulo de pensamientos con que Rodríguez poblaba el alma de su discípulo. Un día, emocionado el maestro trajo la noticia del levantamiento ocurrido en la colonia vecina, en Nueva Granada. Éste tuvo origen en algunos libros prohibidos, que los propios españoles entregaron a un erudito. Nariño, célebre ya a los treinta años como pensador y médico, teólogo y orador, recibió del virrey, para su biblioteca privada, ya famosa en Bogotá, una Nueva Historia de la Revolución, acabada de llegar de París; con la recomendación, naturalmente, de ocultarla a las miradas de la Inquisición. El solitario idealista encontró allí la Declaración de los Derechos del Hombre, que hasta entonces sólo conocía de oídas. Fascinado por el documento, copia sus diecisiete artículos, lo imprime clandestinamente y lo distribuye en hojas volantes. Dondequiera surgen nuevas ediciones del pliego, que pasa las fronteras del país, hacia el Norte y hacia el Sur, hasta Méjico y hasta la Tierra del Fuego. Descubierto, encarcelado, deportado, piensa, con razón, que los diecisiete


LA LIBERTAD SE OCULTA

artículos de la libertad le costaron otros tantos años de su propia libertad. En efecto, los veinticinco años siguientes los pasó entre la cárcel, la evasión, la cadena y nuevas evasiones y nuevas cárceles, hasta que al fin murió siendo vicepresidente en su país ya libre. Qué impresión para Rodríguez leer ahora en español, con todo apasionamiento, los Derechos del Hombre, y enterarse al mismo tiempo de las represalias de las autoridades españolas contra el propagador de sentimientos e ideas tan elevadas. Maestro y discípulo debieron de entu3iasmarse de consuno. Lo cierto es que, a raíz de esto, Rodríguez y sus amigos tramaron una conspiración en Caracas. No es seguro, aunque sí muy probable, que pusiera al tanto a su discípulo, pues, como solía decir, le era imposible morderse la lengua. Y entonces, emigrados, deportados, terroristas pasaron por primera vez ante los ojos del niño que nunca había visto a su alrededor sino leales vasallos del rey. La cercanía de las Antillas inglesas, la difusión de libros franceses prohibidos, los prisioneros, reos de conspirar contra el rey en Madrid, constituían circunstancias propicias a un levantamiento popular. Aquel ardoroso joven ¿no le presentaría todo esto agrandado a su discípulo? ¿No había de mostrarle los nuevos estandartes, surgidos de pronto con sus cuatro colores, símbolos de la igualdad de derechos de las cuatro razas? Entre sus catorce y quince años, el nuevo Emilio fué como el confidente ideal de cosas que hubieran horrorizado a su familia. De la noche a la mañana, el maestro no apareció más; se decía que estaba preso. Quedaron cortados los puentes que ligaban al discípulo con aquel mundo de aventuras. Descubierta la conspiración, cuarenta y cinco individuos, jóvenes en su mayoría, fueron condenados, detenidos y algunos ejecutados. Muchos de ellos pertenecían a la nobleza criolla y dos eran amigos de los Bolívar. Rodríguez consiguió destruir rápidamente sus papeles, y faltando pruebas contra él quedó en libertad, pero, conocedor de los gobernantes españoles, se dispuso a huir y comenzó por alejarse de su discípulo. En la familia de éste se calificaba de alta traición aquel 25


HACiA ESPAM

movimiento. Bolívar vió la juventud de Caracas, después del fracaso, estrecharse en torno al capitán general y a sus satélites, deseoso cada cual de ser más leal que su vecino. Llegaron hasta ofrecerse para reforzar la guardia del palacio. ¿Era, pues, solamente un sueño lo que durante cuatro años le había enseñado su maestro y amigo? ¿Aquel extraño y bizarro mundo de la libertad, del misterio, de la revolución, no se hallaba sino en libros y novelas? Quizás en la antigüedad, quizás en París; aquí en la América, no, ciertamente no. Y el joven se sometió, prestó sus servicios en la milicia, a la cual había entrado por consejo de su familia, poco antes de la desaparición de Rodríguez; llevó el uniforme del rey que habían llevado sus abuelos, y obtuvo el grado de subteniente. Aquello debió de agradarle, porque, a lo que parece, era entonces tan despreocupado como soñador, y tan frívolo como apasionado. El sucesor de Rodríguez como maestro de Bolívar, Andrés Bello, más tarde gran poeta, era apenas un poco mayor que su discípulo, pero nunca tuvo sobre él la influencia que alcanzó el primero y sus lecciones sólo duraron un año. Bolívar había visto apagarse la estrella de su infancia; desde entonces su existencia de soldado sin importancia le causaba tanto desagrado como la vida en la ciudad, la cual conocía demasiado, y, por temperamento, no podía tomar mucha parte en aquélla. Semejante tormento, semejante estado de alma no eran para pasar mucho tiempo inadvertidos a su tío y tutor. Aquel nervioso adolescente necesitaba un cambio de clima; era menester enviarlo a los centros monárquicos de Madrid para que conociese a sus parientes y a la Corte y fuese lo que habían sido sus abuelos. Bolívar tenía quince años cuando, con mucho dinero y muchas cartas de recomendación, abandonó por primera vez su país, para transformarse en hombre de mundo más allá de los mares.


El palacio donde lo recibieron en Madrid era más brillante y alegre que el de Caracas. Un hermano de su madre, célibe, vivía allí con sus dos hermanos, rodeado de amigos. Casi todos elegantes ociosos, dilapidaban su patrimonio en la Corte y en la alta sociedad, cuando no lograban aumentarlo con hábiles matrimonios o por algún accidente afortunado. En 1800, considerábase todavía a Madrid como el centro del mundo, pues Londres quedó desposeída diez años antes de sus mejores colonias, y París, república para entonces, no era aún el centro apropiado para un gentilhombre. Madrid, dueña del más vasto imperio colonial, ahita de oro y ávida sólo de más y más riquezas, vivía en aquellos años el ocaso de sus sueños, pero, en la clase dirigente, pocos eran los que se daban cuenta de aquel declinar y menos aún los que se atrevían a sentirlo. El vivaz adolescente, delicado, casi pequeño, de porte caballeresco y ojos brillantes en la faz cetrina, entró en un círculo donde se exhibían con alegre frivolidad las dichas del poder y del amor. Allí había lo suficiente para dañar sin remedio el espíritu de un rico aristócrata. La corte española, que superaba en corrupción a las demás de Europa, ofrecía a quienes por el dinero o la alcurnia formaban parte de ella , un deseado pretexto en el ejemplo de sus Majestades Cristianísimas. En vano una novela histórica se esforzaría en crear un símbolo más vivo que el de la corte del débil Carlos IV y de su esposa, loca de lujuria. Entre el temor de resquebrajamientos subterráneos, los monarcas gozaban aún la luz de los últimos instantes de su reinado, mirando ansiosos al país vecino, donde acababan de guillotinar a la real pareja, unida a ellos por lazos de familia. Los aristócratas franceses, parientes espirituales y primos de los grandes de España, habían sido expulsados, privados de sus derechos, ejecutados, y sus hijos, pobres y fugitivos, confiaban ahora en la protección feudal de Madrid. Bolívar recordaba las enseñanzas de su revolucionario


LA REINA

preceptor. Al otro lado de los Pirineos los rugidos de diez años de anarquía iban adquiriendo un ritmo más tranquilo. Tuvo que preguntarse cuál de los dos mundos triunfaría y si él habría de presenciar el desenlace. En estos años decisivos para su desarrollo, cuanto pasaba ante su mirada curiosa y su desbordante imaginación debía avivar su escepticismo respecto al orden que en Caracas se reputaba como de esencia divina y que Rodríguez le había pintado como podrido. Ahora, lo tenía ante sus ojos; podía escoger. Encontraba muy agradable al hombre que para él representaba aquel orden de cosas; a Mallo, uno de los amantes de la reina María Luisa; el otro era el omnipotente ministro Godoy. Un joven de dieciséis años, muy sensual, notablemente hermoso, a quien no detienen ni religión ni filosofía, ve varias veces pararse de improviso a la puerta de su protector la carroza de la reina... La Soberana pasa a su lado, entre un crujir de adornos rococó, empolvada y perfumada, y, con ojo experto, advierte el naciente Poder seductor de aquel joven. Ve también un día, después de la comida, a un servidor que le trae a Mallo algunas golosinas de la mesa real. ¿Puede inspirarle aversión aquella mujer? ¿Puede detestarla? A los dieciséis años no había alcanzado madurez como para tomar decididamente un partido. Además, la inquietud del criollo agitaba su alma joven y orgullosa. Sus tíos, nacidos como él en Venezuela, procuraban unas veces esconder su propio origen, como una mancha; pero otras lo exhibían altivamente. Algo parecido a lo que hacen hoy en Europa los judíos de alta estirpe. De generaciones atrás, pertenecían a la nobleza española; en nada, pues, tenían por qué sentirse inferiores a sus amigos madrileños. Blasones y ejecutorias probaban su limpieza de sangre, y, a pesar de todo, miradas maliciosas parecían insinuar que un abuelo les hubiera infundido, fuera del lecho conyugal, misteriosas gotas de sangre impura. La singular arrogancia del cortesano con respecto al indiano, semejante a la del constructor con respecto al aviador a quien paga para que ensaye su invención, se tropezaba con una desconfianza casi igual a la del pioneer


REBELDIAS DE CRIOLLO

que ha arriesgado su vida y oye luego hablar a los s•eññores de la. Administración, que ordenan y calculan, en un tono de superioridad que no tienen derecho de usar. ¿No era, pues, natural, aunque Bolívar fuese apenas un pequeño heredero, que arraigasen en él orgullosos sentimientos de desafío, al pensar en los trabajos que, durante dos siglos, habían realizado sus padres más allá del mar, en climas peligrosos, entre enfermedades y sublevaciones de esclavos? Indudablemente, abrigaron el propósito de enriquecerse ; pero, al mismo tiempo, habían enriquecido al rey y a la nación, y Bolívar contemplando aquella reata de cortesanos, en los más altos cargos los unos, mientras los otros, vanos y perezosos, pasaban los días renovando sus placeres, sentía a veces resentimientos contra una injusticia que a él, personalmente, aún no lo había herido. Presentado en la Corte, llegó hasta ser admitido al trato con los infantes. Un día, jugando al volante en los jardines de Aranjuez, Bolívar lo lanzó con tanta violencia a la cabeza del Príncipe de Asturias, que éste se enfureció y la misma reina hubo de intervenir para que no se viniesen a las manos. Con lo que veinte años más tarde el rebelde criollo le hizo soportar a Fernando, Rey de España, aquel golpe en la cabeza se transformó en un símbolo regocijante para la juventud americana. En medio de la vida de corte, las enseñanzas de Rodríguez permanecían intactas en el alma del joven. Bolívar se albergaba en el palacio de uno de sus parientes, el anciano Marqués de Ustáriz, filósofo alrededor de quien se agrupaban los espíritus leales de Madrid. Éste se dió cuenta de las dotes del joven, y, al mismo tiempo, de las grandes lagunas de su cultura; personalmente le enseñó muchas cosas desdeñadas por el émulo de Rousseau. Se conserva la primera carta que Bolívar dirigió a los suyos contándoles su viaje. La escritura y la ortografía muestran una educación preocupada más por la esgrima y la equitación que por la gramática y la caligrafía. Los grandes gastos realizados durante la travesía, que más tarde asombraron a su tío, dejan prever la futura prodigalidad de Bolívar. El nuevo y noble mentor, a quien le eran familiares


DESPOTISMO ILUSTRADO

las ideas revolucionarias de su interesante sobrino, le hizo ver diplomáticamente los intereses que se hallaban en oposición. El joven, con infantil embarazo, y el viejo, discutieron en la fría sala del palacio sobre las obras del abate Raynal. Veinte años atrás, el gran enciclopedista, incitado por su cultura y espíritu de tolerancia, había preconizado ante el Conde de Aranda, ministro español, la concesión de amplias libertades a las colonias y de facultades para practicar cierto libre cambio. Estas teorías, colocadas a la sombra del despotismo ilustrado, estaban por eso mismo condenadas al fracaso. El joven pasaba desocupado la mayor parte del tiempo; la curiosidad y la sed de instruirse se le presentaban sobre todo al azar de las conversaciones; en la sala de los oficiales de guardia oía hablar de las conspiraciones descubiertas y reprimidas constantemente en las malditas colonias, o escuchaba historias escandalosas a propósito del confesor de la reina, que trataba de sostener a los jesuitas expulsados de América. En un rincón, conferenciaban en voz baja los embajadores de Nápoles y de Londres. En la mesura del inglés y en la vivacidad del italiano trataba de representarse las diferencias de ambos pueblos. Aunque rodeado de todos los atractivos de la vida mundana y gastando 8.000 duros al año en calzado y vestidos, a veces se hundía noches enteras en libros de filosofía, cuyos títulos le recordaban el escritorio de Rodríguez: todo ello sin método, sin perseverancia y con tal exageración que no podía menos de abandonarlo todo luego. V Como es natural, la joven de quien a los diez y siete años se enamoró perdidamente Bolívar era algo mayor que él. María Teresa del Toro, cuyos abuelos y hermanos se habían enriquecido en Caracas, aunque española de nacimiento, pertenecía a la nobleza de Venezuela. Con pasión se acogió Bolívar a esta felicidad, la primera que pudo alcanzar, y anhelaba partir en seguida a vivir, con aquella niña, un idilio romántico en la tierra de sus


MARIA TERESA

mayores. "Querrá Dios darme algún hijo que sirva de apoyo a mis hermanos y de auxilio a mis tíos", con esta frase cómica y patética apoya el adolescente los deseos de su corazón, expresados en una carta a su tío, don Pedro Palacios. María Teresa del Toro fué, sin duda, delicada, pálida y bella, con la expresión de esas almas precoces, cuya mirada melancólica parece presagiar el breve tiempo que han de vivir. Según la descripción que de una miniatura suya hace un amigo, llevaba los cabellos en largos rizos y aparece alta y delgada, frente a un paisaje del país vasco. En la elección de esta niña, aunque influyeran cuestiones de familia y de posición, predominaba un sentimiento profundo, y tanto en esto como en lo ocurrido en los años que siguen inmediatamente después se ve palpablemente la calidad de la pasión de Bolívar: salvaje, sombría, violenta, entera a cada instante, pero rota de pronto, señal de una naturaleza que se da toda ella, aunque subitáneamente se sienta defraudada, se retire, quiera abandonarlo todo, y, dominada otra vez por el demonio interior, vuelva a desencadenarse, para ser nuevamente rechazada. Pocas veces la historia presenta en sus héroes sucesos tan fantásticos, de tan fabulosas realizaciones, como los de Bolívar, un alma en que se sigan tan de continuo la felicidad y la depresión, un alma tan escéptica ante todas las conquistas, con tantas dudas respecto a sus propias inclinaciones y, sin embargo, tan temeraria siempre en su incesante designio de vencer al destino. Ahora se trata de un juego en que es menester ganar, porque, a causa de la juventud de los novios, el padre ha impuesto un plazo y la carta en que el joven solicita el consentimiento de su tutor no tendrá contestación sino al cabo de algunos meses. Le aconsejan trasladarse a París, para poner a prueba su corazón en el trato con otras mujeres, pero no hace caso y pasa un año más en la sociedad madrileña, mientras la novia, con su familia, en sus tierras cerca de Bilbao, aguarda pacientemente. Quizás Bolívar no hubiera salido más nunca de España si no le obligan a ello circunstancias extrañas a sus propósitos. Dos o tres veces más encontraremos en su


ATAQUE INESPERADO

vida coyunturas simbólicas, semejantes a ésta: En octubre de 1801, en uno de sus paseos cotidianos, cuando va al galope cerca de la Puerta de Toledo, se ve de pronto perseguido por un grupo de gente de a caballo, una patrulla de policía. Vacila, los hombres lo rodean y el jefe quiere prenderlo. Furioso el joven, lo rechaza; uno del grupo señala las yuntas de brillantes en sus puños de encaje, diciendo que debe llevar consigo otras joyas ocultas, cosa prohibida a un extranjero procedente de las colonias. Bolívar, fuera de sí, saca la espada, insulta al jefe de la guardia y, como buen jinete, fácilmente se deshace de él. Sin embargo, hubiera sucumbido ante la superioridad numérica de sus adversarios, si no intervienen algunos transeúntes. Cuando los de la patrulla se enteran de que goza de la protección de Mallo, el asunto se arregla en seguida. Bolívar sale de él sin embarazo, pero sus amigos le aconsejan que abandone a Madrid por algún tiempo. ¡Terrible experiencia! Un noble de dieciocho años, a quien nadie se ha atrevido a alzarle la mano, se ve perseguido y tratado como extranjero en el propio Madrid, donde lo recibe la más encumbrada sociedad. Pero, a vueltas en su cabeza con el asunto, sospechó que sus asaltantes fueran esbirros de Godoy, quien teniéndolo por mensajero secreto entre Mallo y la reina esperaba apoderarse de alguna carta al arrestarlo. El joven aristócrata ha debido sentirse doblemente privado de sus derechos, al darse cuenta de que no se le consideraba verdadero español, aunque lo fuese por su sangre. Así pues, si pertenecía a una clase privilegiada, sin embargo, pertenecía también a una raza inferior. Hasta entonces las ideas revolucionarias de su maestro lo habían conmovido sólo por romanticismo, no por motivos personales, ya que su nacimiento lo alejaba de toda lucha de clases. Ahora, el niño mimado, el aristócrata, experimentaba en sí mismo lo que cuesta no hallarse completamente en el pináculo de la sociedad. Naturalmente, se trasladó en seguida al país de su novia, pero aquel asunto no era para hacerlo precisamente más simpático al padre de la niña, quien encon-


traba mejor alejarlo de España por algún tiernp-o. Boll, var se embarcó, llegó a Marsella y después a París.

Todavía Napoleón no era sino Bonaparte; primer Cónsul todavía. Fascinado ha debido quedar Bolívar con la obra realizada en aquellos meses, mientras iba conociendo a París, la ciudad tan desacreditada. Entonces se publicó el Código, embebido en las ideas y enseñanzas de la Gran Revolución. Cuanto le había dicho Rodríguez sobre los Derechos del Hombre parecía realizarse allí, si no siempre en la aplicación, por lo menos en los principios. ¡Cómo se remontaría el alma de aquel joven, desengañado de la corte madrileña, al ver el mérito ocupando el lugar del linaje y del dinero, favorecido el buen ciudadano y proscrito el marqués corrompido! El matrimonio ni era cuestión de creencias, ni dependía de muestras de devoción religiosa; los clérigos, contra quienes Rodríguez le había inspirado sentimientos de desconfianza y desprecio, habían perdido su influencia. Sí, verdaderamente, hay que repetirlo: aquí están el país y la ciudad donde había nacido diez años antes la nueva libertad. Salido de la actividad tumultuosa, un solo oficial hasta ayer desconocido lo dominaba todo, martillando las ideas de Rousseau y de Montesquieu, hasta imprimirles, como a una coraza de acero, la forma de su propio pecho. Napoleón estaba en su apogeo, grande, como nunca lo fuera en el pasado y como no lo sería en el porvenir, si se exceptúa quizás el último acto de su tragedia; Bolívar, a su vez, era entonces más receptivo y expansivo. A los dieciocho años, la unidad de sus ideas con las de Bonaparte, a la sazón de treinta y dos, debía ser mayor que en lo futuro, pues Napoleón le parecía aún a aquel desocupado soñador el verdadero hijo de la revolución y quizás se le presentase como un ejemplo lejano, aunque todo ello permaneciese entre las nieblas de una fantasía romántica.

Bolívar ,-3


BODAS

No existe documento alguno sobre la primera impresión que produjo Napoleón en Bolívar; pero los sucesos posteriores y lo que, andando los años, dijo el dictador de Sur América del dictador de Europa, prueban la importancia de ella. Pone de manifiesto su hondura el que los sentimientos de Bolívar oscilaran, durante toda su vida, entre la crítica y la admiración por su problemático modelo. Pero un abismo separaba aún a estos dos hombres, pues en el momento ninguna fuerza activa animaba al adolescente, cuyo único afán era el de vivir una vida de ensueño, bajo las palmeras de su país, en compañía de su joven y bella esposa. Y, sin embargo, su resentimiento contra el poder español lo dominó de nuevo seguramente, cuando vuelto a Madrid, después de algunos meses en París, hubo de pedir, como oficial del rey, permiso para casarse; y tuvo que alcanzar, a fuerza de oraciones, la bendición de la Iglesia. ¿Para qué todo esto, se preguntaba, mientras ayudaba en los preparativos matrimoniales, si ni siquiera evita ser ofendido y arrestado como extranjero indeseable, por una patrulla montada, durante un paseo matinal? En semejantes símbolos veía más objetivamente que en las lecciones de Rodríguez la diferencia entre el arzobispo y Rousseau, entre el rey Carlos y el cónsul Bonaparte, y, al contemplar los brillantes del aderezo de su novia, recordaba conteniendo la cólera los que trataron de arrancarle de los puños de su casaca. Pero todo aquello se disipó cuando al fin la tuvo consigo en el camarote de su velero, a cuya puerta reyes, abuelos, guardias y ministros hubieran llamado en vano. Sin nubes, como a veces el mar que atravesaban, se extendía la vida ante los jóvenes; ninguna pasión extraña, ni la ansiedad de un proyecto siquiera, podían turbar el mundo de quimera construído con el amor de dos seres hermosos, sanos y ricos, de menos de veinte años ambos, confiados en que su barca bogaba hacia un país de ensueño. Durante algunos meses vivieron los etéreos sentimientos, el amor juvenil que se basta a sz mismo. En los valles de Aragua, en la residencia campestre de


AMOR. Y MUERTE

sus padres, entre los halagos de nobles y poderosos parientes, dejaron correr los días, cautivados por la realización de cuanto podían anhelar. Subitáneamente, Teresa murió en Caracas, víctima de una fiebre violenta y breve. Bolívar vió hundírsele el cielo y parece que, en el paroxismo del dolor, solamente su hermano pudo restituírlo a la vida. Viudo al cabo de nueve meses de matrimonio, huérfano desde muy niño; a los diecinueve años estaba solo, verdaderamente solo. Pensó en entregarse a una escondida existencia, consagrada a sus recuerdos de amor en los mismos salones y arboledas donde había realizado su ensueño y, como lo dijo más tarde, en ser hasta la muerte un simple hacendado en San Mateo. En esta melancolía vivió casi un -laño, aislado y sin desear nada; pero la copa del mundo rebosaba en mieles, el sueño había sido muy breve y era muy grande la sed de aquella alma imaginativa y sensual. En sus noches de solitario, cuando la suave imagen de la amada se le acercaba, detrás de ella, en las sombras, veía surgir en móvil cortejo las mujeres y los gentileshombres de la corte madrileña, los audaces soldados y pensadores de la juventud francesa, y comenzaba a pesarle el vacío de su casa solariega; a hacérsele tediosa la conversación de sus camaradas. El agitado encanto de Europa lo llamaba de nuevo. ¿No le había prometido Rodríguez ir juntos en busca de las moradas de la antigüedad? ¡Qué no encontrarían su curiosidad y su anhelo de saber en la capital del mundo! Cuando Bolívar, a los veinte años, confió a su hermano la administración de sus bienes y se embarcó de nuevo, esta vez sin compañía, lo agitaban al par sentimientos de desilusión y de esperanza. Madura ya su alma joven, lanzado del gozo al renunciamiento, en su corazón no llevaba sino una resolución: se había jurado conservar, la memoria de la bien amada. -


Los ociosos elegantes de París mataban el tiempo bajo las arcadas del Palacio Real. Como la buena suerte lo simplificaba todo, y las hazañas guerreras del nuevo Marte conquistaban sin cesar países tras países, trayendo a la capital la abundancia de dinero, la juventud gozaba y se enriquecía. Todos los extranjeros ávidos de placer se daban cita allí; y quien se distinguiera en el campo de batalla aprovechaba los breves meses de calma para derramar, en medio de mujeres, el júbilo y el oro. Nunca fué París tan alegre como en aquel año de 1804; sólo algunos poetas y filósofos atrabiliarios alzaban sus voces discordantes, si bien es cierto que lo hacían con la prudencia necesaria para evitarse disgustos. Entre los más alegres, se señalaba un grupo de jóvenes que usaban por extravagancia un nuevo género de sombrero, alto, de hermoso fieltro gris y de alas grandes y planas. Andando el tiempo, a este capricho de la moda que unos escarnecían y otros admiraban se le dió el nombre de "sombrero Bolívar". Así lo usaba cierto criollo rico, que vestía como un Beauharnais, montaba espléndidamente y era capaz de bailar horas seguidas sin fatigarse, a quien algunos llamaban "el príncipe Bolívar" y lo imaginaban heredero de quien sabe qué grande de España, dueño en América de fabulosas minas de cobre. Se ponderaban su rango y su riqueza; además, a él le gustaba asombrar a sus amigos con su habilidad en el manejo del florete, del taco de billar y de la navaja, tanto con la mano izquierda corno con la derecha. Las fiestas dadas en su residencia, con tanta prodigalidad como desenfado, nunca terminaban antes que al alba palideciesen las bujías. Entre colgaduras, panoplias y grabados, las hermosas y los elegantes reían y bebían y el anfitrión, cuando no tocaba su guitarra, bailaba, hasta que sus cansadas parejas se hundían en los sillones, buscando en el champaña nuevo aliento. Perdía y ganaba mucho en la mesa de juego y así crecía su fama de gran señor y se exageraba hasta cifras imposibles el dinero 36


que recibía de su desconocido país. Rodeado de cuantos se decían sus amigos, hablaba de los bellos valles y los bosques de Venezuela, del buen corazón y del gusto musical de los negros, de espetados generales españoles y de astutos corsarios, que pasaban a través de las Antillas sus cargamentos prohibidos. Elegante, infatigable en la danza como en el caballo, con un apellido nuevo y sonoro, amigo de mostrar su melancolía, Bolívar, gracias a su exótica apostura y a su país legendario, ejercía sobre las mujeres tal imperio que fué como cosa de milagro el que saliera intacto de aquel período de prodigalidad, aunque, ciertamente, a la larga quedó un poco debilitado. Sin embargo, su existencia no estaba consagrada por entero a la embriagadora vorágine; su cultura, delicada y cónsona con la época, atraía a los caracteres más distinguidos. El golpe del destino ya había madurado su espíritu. Durante aquellos meses de soledad, se habituó a la elevación espiritual, y, en París, como durante el largo viaje marítimo, leía con más afán los maestros que Rodríguez le diera a conocer: Rousseau y Voltaire, Montesquieu y Plutarco. Ya en Voltaire, ya en la Nueva Doísa encontraba la imagen de su espíritu inquieto o de su herido corazón. Para los caprichos de ocioso elegante, París le brindaba también toda clase de estímulos. Al dispersarse la partida de caza, podía tropezarse de pronto con un cazador que conocía la Enciclopedia, un entendido en piedras prehistóricas, o una amable amazona interesada en la forma de los vasos griegos. A Bolívar lo atrajeron siempre aquellos temperamentos que enriquecen su filosofía a la luz de algún conocimiento especial, y fácilmente lo fascinaban las mujeres de espíritu delicado, si eran capaces de transformar su saber en sentimiento. La moda literaria que dominaba a la sazón el espíritu de los ricos aristócratas lo envolvía en sus velos quiméricos como a muchos otros, y aunque se deleitara en todos los placeres superficiales de la vida, Bolívar podía considerarse a sí mismo


CONTRA NAPOLEON

un héroe de novela, apartado en el renunciamiento del mundo. No sólo en el traje de las mujeres se hacía gala entonces de la vuelta a lo antiguo, como antes se había hecho de la vuelta a la naturaleza, y quien no ambicionaba, como Bolívar, ser un César, podía creerse un joven Alcibíades, sobre todo en aquellos momentos, cuando la nueva Atenas sentía estremecer débilmente su estructura democrática. Para un dandy culto, ningún cuadro tan delicado como el de París en 1804. Bolívar en España acababa de padecer una nueva ofensa: por Real Decreto, so pretexto de la amenaza de una hambrina, todos los naturales de las colonias debían abandonar a Madrid, y así, a los tres meses de su regreso, lo expulsaban por segunda vez de la capital, como a un burgués insignificante. El despecho del emigrado lo incitaba a gozar doblemente de la libertad francesa, pero, al cabo de una ausencia de dos años, encontraba a París políticamente transformada y en rápida evolución. Mantenía trato asiduo con los amigos del Cónsul, quienes advertían ya las aspiraciones cesáreas del gran hombre. Sin embargo, no eran sensibles los contrastes, pues Napoleón aún no ceñía oficialmente la corona; pero ya se la habían ofrecido. Junto a los tapices de seda del Louvre, se inclinaban las cabezas al aparecer la pequeña figura del Primer Cónsul; la policía, el espionaje y la censura agitaban sus tentáculos y eso bastaba para que los grandes espíritus, y, a su igual, las almas libres se apartasen del poderoso sin barreras, señor de las batallas y de las leyes. A partir de ese momento era de buen gusto hablar contra Napoleón. ¿Podía el Bolívar de entonces, fácil al hastío, ávido siempre de sensaciones nuevas, imaginar circunstancias más interesantes que aquéllas? El hombre a quien, a los dieciocho años, vió como un modelo ideal, genio radioso, ante quien se hubiera inhibido de cualquiera acción personal, pasados apenas algunos años, comenzaba a oscurecerse ante sus ojos. Al juzgar a Napoleón según los principios de Rodríguez: libertad e igualdad, tenía que 38


AMOR/OS ROMANTICOS

dejar de comprenderlo y verlo inmediatamente como un traidor a la Revolución que lo había llevado al poder. ¿Qué pensar de su grandeza, si sólo se proponía ser emperador? Y, sin embargo, era tal su actividad, su genio irradiaba con tal brillo sobre el haz de la tierra que no una corona, ni la ruina siquiera de la libertad conquistada en duras batallas, serían motivo para ponerlo en tela de

juicio. A los veinte años, Bolívar se encontró por primera vez frente a este caso de conciencia: ¿Por el bien de la mayoría, deben el héroe o el hombre de acción imponer límites a sus anhelos de elevarse cada vez más? ¿Cuándo el soberano de las masas se transforma en tirano? ¿Dónde tropieza la libertad con la dictadura? Príncipe revolucionario, amigo del análisis, observador de su tiempo, filósofo diletante, jugaba en aquella época con los problemas como con un volante. No adivinaba que aquellos serían los problemas centra-

les de su vida. VIII Bien pronto encontró una querida romántica, Fanny de Villars, heroína digna de Rousseau, a la vez su prima y protectora, y algunos años mayor que él. No era completamente feliz con su viejo marido, pero sí bastante rica y distinguida para darse el lujo de unos amoríos melancólicos; tenía, pues, entre sus dedos todos los hilos coloreados del ensueño, para tejer su gobelino de amor con el mal dpel siglo y con los sentimientos caballerescos. Entre los veinte y los cuarenta años de Bolívar, fué Fanny la única mujer que tuvo influencia sobre él, aunque en los dos que duraron sus amoríos no desdeñase el joven otras aventuras, y ello se debió a que su amiga, rica en experiencia y comprensión, trataba de hacer algo de aquel nihilista, de encaminar a aquel soñador hacia una amplia finalidad. Fácil le fijé seducirlo con los encantos de su hermoso pecho, de su piel blanca, de su manera de vestir sencilla y atractiva, con su mirada y su


JN CONFLICTO ELEGANTE

boca llenas de fingida inocencia. Él la llamaba Teresa, para hacerse perdonar por la sombra de su difunta esposa. Ambos empaparon sus sentimientos de literatura, hasta hacerlos de un mismo matiz, el de los héroes de moda, principalmente el de René de Chateaubriand. En el salón de Fanny, su adorador se encontró con el poeta en persona. Allí concurría Talma, quien, sin hacerse de rogar, contaba las murmuraciones sobre Napoleón, inventadas allí mismo sin duda, y oyendo a Madame Recamier hablar con Madame de StaIl pesaba Bolívar el pro y el contra a propósito del futuro emperador, y comparaba aquellas advertencias con la opinión de Oudinot. Nunca conoció personalmente al Emperador; más tarde se lamentaba de ello. Una chanza ocasionó su primer rozamiento con la dinastía: Fanny le preguntó al general Eugenio Beauharnais a qué animal se le parecía el joven criollo, y aquél le respondió: "a un moineau", palabras que confundió Bolívar con las españolas a "un mono" y sintiéndose insultado, faltó poco para que provocase en duelo al hijastro de Napoleón. La intervención de Fanny privó a la posteridad de lo que hubiera sido una escena simbólica. Su indolencia nerviosa, característica de un espíritu rico y constantemente inactivo, la evoca Fanny en sus recuerdos mostrándolo en un ir y venir por el jardín, arrancando inútilmente las ramas, o mordiendo frutas que tiraba en seguida. Promete acceder a los ruegos de que no hiciese aquello y vuelve a repetirlo inmediatamente. Arranca las franjas de las cortinas, desgarra con los dientes los libros que están sobre la mesa, "en una palabra, no podía estar diez minutos sin romper algo. Estos caprichos fantásticos indicaban, me parece, la necesidad de movimiento y de actividad devoradora no encontrando todavía su empleo y su objeto". En esta vida desordenada, donde podía alcanzar triunfos fáciles pero insuficientes a satisfacer su inteligencia, sufría de pronto accesos de disipación, y una noche perdió tanto en el juego que hubo de recurrir a su amiga. Después, le prometió no volver a jugar y cumplió tan deci40


APARECE LA PALABRA GLORIA

didamente su palabra, que, en una partida de campo, a los cuarenta y tres años, jugando con sus oficiales, se sorprendió de aquella primera infracción a su juramento. Al renunciar al juego, cambió su habitación por otra más pequeña; aislado entre los libros, abandonó por algún tiempo la sociedad disoluta, y escribía largas cartas a su amiga, a quien, sin embargo, visitaba diariamente. Estas cartas parecen páginas de un diario, pero su estilo es siempre bastante literario, como si fuesen obra de un poeta diletante refugiado en el género epistolar: ... ¿Me obligaréis á deciros lo suficiente para satisfaceros respecto al pobre chico Bolívar de Bilbao, tan modesto, tan estudioso, tan económico, manifestándoos la diferencia que existe con el Bolívar de la Calle Vivienne, murmurador, perezoso y pródigo ... ... el presente no existe para mí, es un vacío completo donde no puede nacer un solo deseo que deje alguna huella grabada en mi memoria. Será el desierto de mi vida. .. Apenas tengo un ligero capricho, lo satisfago al instante, y lo que yo creo un deseo, cuando lo poseo sólo es un objeto de disgusto. Los continuos cambiamientos que son el fruto de la casualidad ¿reanimarán acaso mi vida? Lo ignoro; pero si no sucede esto, volveré a caer en estado de consunción . .." Nosotros somos los juguetes de la fortuna; a esta grande divinidad del universo, la sola que reconozco, es a quien es preciso atribuir nuestros vicios y nuestras virtudes. Si ella no hubiese puesto un inmenso caudal en mi camino, servidor celoso de las ciencias, entusiasta de la libertad, la gloria habría sido mi solo culto, el único objeto de mi vida. Los placeres me han cautivado, pero no largo tiempo. La embriaguez ha sido corta, pues se ha hallado muy cerca el fastidio. Pretendéis que yo me inclino menos a los placeres que al fausto, convengo en ello; porque me parece que el fausto tiene un falso aire de gloria . . .. pero, Teresa, yo no soy un hombre como todos los demás, y París no es el lugar que puede poner término 1. to vaga incertidumbre de que estoy atormentado..." 46

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CRITICAS A NAPOLEON

En estos trozos, entre las quejas de moda del dandy, se escuchan notas más profundas. Es cierto que este heredero advierte un peligro en su riqueza, pero parece dispuesto a aceptarla como una suerte cómoda, como una barrera entre él y la acción. Se trataría sólo de entretenimientos literarios si la palabra "gloria" no apareciese dos veces en ellos. Es como si el elegante a quien ni amor, ni ciencia, ni libertad le conmueven el corazón, advirtiera detrás de la pirotecnia multicolor de sus noches una estrella brillante en las tinieblas de un cielo desconocido, mudo anuncio de cosas que dan valor a la vida, porque deben ser conquistadas y, sin embargo, no se las alcanza nunca. Después del fin rápido de un amor verdadero, exaltado en el recuerdo hasta la eternidad, después de las desilusiones del petimetre de los salones, después de las humillaciones infligidas a su rango y a su honra, nada sino la gloria queda para su alma joven y atormentada. Ante la gloria, el lujo de su tren le parece una falsificación, y la frase que escribe a este respecto alcanza exactamente el punto desde el cual la existencia vacía de un millonario puede transformarse en la de un héroe. La nueva estrella brillaba muy distante, pero con tal intensidad que ante ella palidecían las otras luces. Durante aquellos meses, Bolívar se revolvió apasionadamente contra el emperador, su ídolo hasta entonces. Acogiéndose al primer argumento, apoyo moral de sus ardorosos celos contra la gloria imperial, encontró la tiranía, igual a todos los que hubieran querido ocupar el puesto del emperador. Como heredero mimado de la fortuna, ansiaba combatir por la libertad, y lo hacía defendiéndola ardientemente con palabras, sin abandonar sus comodidades; las ideas de su maestro le proporcionan los fundamentos teóricos. "Un día, escribió más tarde Fanny, dió una comida suntuosa; había convidado a los tribunos, senadores, generales y algunas dignidades de la iglesia. .." política absorbía entonces todas las conversaciones; pero la opinión se manifestaba en términos moderados; los tenientes de Bonaparte se explicaban poco en esta mate-


DISPUTA SOBRE NAPOLEON

ria porque veían la cabeza de su caudillo ceñida con la diadema imperial. La educación varonil de Bolívar, sus pensamientos elevados, su entusiasmo, la independencia de su posición, todo concurría a que fuese enemigo de esta época de transición. Olvidando, en medio de los vapores del vino de champaña, que era extranjero y que reunía en su mesa personajes de importancia, Bolívar se dejó llevar por su indignación contra el ídolo que se incensaba, su fuego no previó ningún peligro, y la conversación, saliendo bien pronto de los límites de la decencia, se convirtió en una disputa tumultuosa. Todo el mundo habla a la vez; pero sobre este ruido confuso de palabras se eleva la voz sonora de Bolívar acusando al primer cónsul de haber traicionado la causa de la libertad, aspirando a la tiranía por la invasión de los derechos del pueblo y la organización del poder sacerdotal. Reprueba a los soldados su cooperación; a los oradores su apostasía; demuestra su desprecio al clero, que, en la impotencia de captarse la confianza del pueblo, se ponía a los gajes del tirano, finalizando por poner en ridículo la nueva marcha de esta religión que se impone con la bayoneta calada". "El escándalo fué ruidoso: ninguna persona contestó a Bolívar; pero casi todos se tuvieron por ofendidos: ellos imaginaron que la escena había sido premeditada y procuraron ponerse a salvo como si se hallaran en la guarida de un asesino". El cuñado de Fanny, presente durante el suceso, trabajó cuanto le permitía su condición de francés en evitarle disgustos a Bolívar, y aquella misma noche le escribió una esquela aconsejándole alejarse de París. Bolívar le respondió: "Hace seis años que os conozco; hace seis años que os amo con verdadera amistad, y que os profeso el más profundo respeto por la nobleza de vuestro carácter y la sinceridad de vuestras opiniones. No tengo necesidad de deciros cuán afligido estoy de haberos hecho testigo del escándalo que ocasionó ayer en mi casa la exaltación faná-


RIVALIDAD tica de algunos clérigos más intolerantes que sus antepasados..." Yo no concibo que nadie sea partidario del primer cónsul aunque vos, querido coronel, cuyo juicio es tan recto, le pongáis por las nubes, Yo admiro como vos sus talentos militares; ¿pero no veis que el único objeto de sus actos es adueñarse del poder? Este hombre se inclina al despotismo Después habla del espionaje y de la policía secreta. . . . ¿Y se cuenta todavía con la era de la libertad? ... ¡Qué virtudes es preciso tener para poseer una inmensa autoridad sin abusar de ella! ¿Puede tener interés ningún pueblo en confiarse a un solo hombre? ¡Ah! Estad convencido, el reinado de Bonaparte será dentro de poco tiempo más duro que el de los tiranuelos a quienes ha destruido ..°' "...Hoy no soy más que un rico, lo superfluo de la sociedad, el dorado de un libro, el brillante de un puño de la espada de Bonaparte, la toga del orador. No soy un hombre político obligado a empeñar el debate en una asamblea deliberante; no mando un ejército y no estoy obligado a inspirar confianza a los soldados; no soy ni sabio que tenga que hacer con calma y paciencia una demostración ardua ante un auditorio inmenso. No soy bueno más que para dar fiestas a los hombres que valen algo. Es una condición bien triste. ¡Ah, coronel! si supieseis lo que sufro, seríais más indulgente". "Coronel, perdonad; yo no seguiré esta vez vuestro consejo; no abandonaré a París hasta que no haya recibido la orden para ello. Deseo saber por mi propia experiencia si le es permitido a un extranjero en un país libre, emitir su opinión respecto a los hombres que lo gobiernan y si le echan de él por haber hablado con franqueza". La escasez de cartas de la juventud de Bolívar hace de ésta una valiosísima pieza, que aun en sus comparaciones muestra cómo el joven ambicioso se estremece ante la figura de Napoleón. La libertad del pueblo, por la cual no se preocupó durante su temporada en París, no fué el motivo de su rebeldía de ayer, ni lo que hoy lo incita

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AMBICION

a quedarse, sino la personalidad de Napoleón que, para él, como para todos, llena el momento. ¿Qué es- el mismo Bolívar, sino piedra que le adorna al héroe el pomo de la espada? ¿Por qué no se alista en las filas de aquellos ejércitos donde tantos extranjeros se cubren de gloria, donde su compatriota Miranda se distinguió como general? ¿Por qué se queja de su triste situación, cuya única causa es su riqueza? Porque lo domina una ambición que no se somete a papeles secundarios y prefiere abstenerse por completo antes que servirle a alguien. Si es el primero en ridiculizar su actitud de dandy, es porque en medio de su absoluta inacción de varios años se sabe destinado virtualmente a elevadas acciones. Al quedarse en París, lo hace quizás por el deseo de que se vean obligados a expulsarlo, a faltar a la hospitalidad y la libertad; en el fondo, como hay afinidad entre él y Napoleón, su idolatría por éste es mayor que la del viejo coronel. Algún tiempo después, tuvo lugar la coronación de Napoleón en Notre Dame. Bolívar no aceptó un puesto en la tribuna del Embajador de España. La honra de haber desdeñado este acontecimiento la comparte con la madre de Napoleón y con Beethoven, quien rasgó entonces la dedicatoria de la Heroica. Sin embargo, su decisión no obedece a motivos semejantes a los de ellos. El joven dandy que en medio de la sociedad parisiense renuncia a uno de los espectáculos más extraordinarios de la historia, y en aquel día de fiesta, escuchando las músicas que pasan bajo sus balcones, las aclamaciones, la marcha de la muchedumbre, resiste al contagio del entusiasmo general, no lo hace como una demostración; carece de la suficiente nombradía para pretender tal cosa. Al abstenerse de presenciar el más alto acontecimiento que el Occidente pudiera mostrar a un pequeño teniente, se protege a sí mismo contra su desesperación de joven ambicioso que, para sobrellevar el triunfo incomparable de otro, no tiene a su alcance ninguno de los recursos interiores: filosofía, amor o religión. Ni más tarde siquiera Bolívar pudo discernir claramente entre sus sentimientos de entonces, que oscilaban de

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EL QUE NO QUISO PRESENCIAR LA CORONACION

la admiración al odio. Veinte arios después le explica a su edecán O'Leary: "Yo adoraba a Napoleón como al héroe de la república, como el genio de la libertad. En el pasado yo no conocía nada que se le igualase, ni prometía el porvenir producir su semejante. Se hizo emperador y desde aquel día le miré como un tirano hipócrita, oprobio de la libertad y obstáculo al progreso de la civilización. Me imaginaba verle oponiéndose con éxito a los generosos impulsos del género humano, que se adelanta hacia su felicidad, y derribando la columna sobre la cual estaba colocada la libertad, que no volvería a levantarse. Desde entonces no pude reconciliarme con Napoleón ; su gloria misma me parecía un resplandor del infierno, las lúgubres llamas de un volcán destructor cerniéndose sobre la prisión del mundo. Miraba sorprendido a Francia, una gran república cubierta con los trofeos y monumentos que ostentaba el poder de sus ejércitos y de sus instituciones, cambiando por una corona el gorro de la libertad". Pero, pocos arios después, le dijo a uno de sus confidentes: -Aquel acto magnífico me entusiasmó, pero menos su pompa que los sentimientos de amor que un inmenso pueblo manifestaba por el héroe. Aquella efusión general de todos los corazones, aquel libre y espontáneo movimiento popular, excitado por las glorias, por las heroicas hazañas de Napoleón, victoreado en aquel momento por más de un millón de personas, me pareció ser, para el que recibía aquellas ovaciones, el último grado de las aspiraciones humanas, el supremo deseo y la suprema ambición del hombre. La corona que se puso Napoleón sobre la cabeza la miré como una cosa miserable y de moda gótica; lo que me pareció grande fué la aclamación universal y el interés que inspiraba su persona". Los confusos sentimientos que despertaba entonces en Bolívar la contemplación de su modelo se reflejan en la contradicción de sus recuerdos. Por primera vez se le apareció la gloria como objeto de la vida, y de allí en adelante, hasta la muerte, será su estrella polar.

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SENTIMIENTOS CONFUSOS

IX Pero el camino de la gloria estaba oscuro. Nada veía el joven digno de ser conquistado. Su instinto debía de conducirlo hacia el maestro que, a pesar de su confusión romántica, fué el primero, el único capaz de mostrarle la verdadera riqueza. Había caído prisionero por conspirar en favor de la libertad y luego, al huir a otros países en busca de ella, ¿no había despreciado todos los bienes materiales, dispuesto a vivir únicamente para sus ideales? La pobreza de aquel ser puro atrajo de nuevo al joven potentado, y Bolívar, cuando supo que Rodríguez estaba en Viena, dejó los placeres de París y fué a reunirse con él; pero lo encontró cambiado: se hacía llamar Samuel Robinson y se entregaba ardientemente a estudios químicos en el laboratorio de un noble austríaco. Robinson halló a su Emilio pálido, extenuado, falto de aspiraciones y de objeto. No obstante eso, se mostró poco dispuesto a socorrerlo nuevamente. Quizás había dejado de creer en él. Como quiera que sea, Rodríguez no trabajaba ya por la libertad, se consagraba al servicio de la naturaleza y se limitó a aconsejarle que se divirtiese con los jóvenes, fuese a la ópera, se distrajese, aquella era la única manera de curarse. Bolívar escribió a Fanny: "He caído bien pronto en un estado de consunción; y los médicos declararon que iba a morir". Después de nuevas confesiones de su enfermo y desesperado alumno, le dijo el maestro: "...que existía en la vida de un hombre otra cosa que el amor, y que podía ser muy feliz dedicándome a las ciencias o entregándome a la ambición. Sabéis con qué encanto persuasivo habla este hombre; aunque diga los sofismas más absurdos cree uno que tiene razón. Me persuade, como lo hace siempre que quiere..." ... La noche siguiente, exaltándose la imaginación con todo lo que yo podría hacer, sea por las ciencias, sea por la libertad de los pueblos, le dije: Sí, sin duda, yo siento que podría lanzarme en las brillantes carreras que me sin medios presentáis, pero era preciso que fuese rico.


MASCARADA

de ejecución no se alcanza nada; y lejos de ser rico, soy pobre y estoy enfermo y abatido. ¡Ah! ¡Rodríguez, prele di la mano para suplicarle que me fiero morir! . dejara morir tranquilo". "Se vió en la fisonomía de Rodríguez una resolución súbita: se queda un instante incierto como un hombre que vacila acerca del partido que debe tomar. En este instante levanta los ojos y las manos hacia el cielo, exclamando con una voz inspirada: ¡Está salvo! Se acerca a mí, toma mis manos, las aprieta con las suyas que tiemblan y están bañadas en sudor; y en seguida me dice con un acento sumamente afectuoso: ¿mi amigo, si tú fueras rico, consentirías en vivir? ¡Dí!. ¡Respóndeme!. . . Quedé irresoluto: no sabía lo que esto significaba; respondo: sí. ¡Ah! exclama él, nosotros estamos salvos... ¿el oro sirve pues para alguna cosa? Pues bien ¡Simón Bolívar, sois rico! ¡Tenéis actualmente cuatro millones!..." Esta escena, que hoy nos parecería la farsa de un hijo de millonarios, descubre toda la mascarada literaria en que se hundía para aquella época el dandy espiritual, el discípulo de Rousseau. Bolívar no sólo sabía desde antaño cuál era su fortuna, puesto que con motivo de su matrimonio habla de su mayorazgo, y puesto que al salir por segunda vez en Venezuela deja sus bienes al cuidado de su hermano Juan Vicente, sino sabía además a su amiga enterada de todo aquello, pero se servía del estilo de la Nueva Eloísa para pintarle con tintes románticos su vuelta a la vida, después del desorden y la depresión. Toda esta carta suena a falso y no valdría la pena reproducirla, si no mencionase en ella por dos veces su voluntad de consagrarse a las ciencias o a la libertad de los pueblos. Esta disyuntiva ingenua muestra, al lado de la libertad de elección, la indecisión absoluta del joven, y aclara el camino que en el porvenir lo conducirá hacia una de esas dos misiones. Es pues la sed de g.oria, hija si se quiere del taedium vitae de un heredero cansado, y no un profundo deseo de justicia y de libertad, lo que lo impulsa a sus veintiún añosa emprender algo en la vida.


LA ENTRADA DE HUMBOLDT

La gloria, como móvil de sus actos, aparece en la suya más claramente que en la de la mayoría de los grandes hombres, cuya ambición, sin embargo, como la de Bolívar, los estimula a elevarse a una vida superior y más brillante, a ponerse fuera del 'alcance de las humillaciones propias del común de la gente. En realidad a este joven no lo impresionan ni el esplendor, ni el dinero, más bien los desdeña, y sin embargo, cuando expresa y estiliza su deseo, cree que sin oro no podrá alcanzar su objeto. Tan profundamente arraiga en él la condición de rico heredero que aún, ante el inmediato ejemplo de Napoleón, no ve su engaño al decir que un investigador o un libertador han de ser ricos. Si por una parte admira el buen éxito y los actos de oscuros hijos del pueblo que, alrededor de él, realizan la nueva idea, por otra procede de acuerdo con su índole de aristócrata acaudalado ... cuando decide dedicar su fortuna a algo glorioso, sea lo que fuere. - ¿Dónde hallar la gloria?" se pregunta al despertar de sus ensueños mundanos. ¿En las investigaciones o en la lucha por la libertad? Parece que el destino, escuchando esta pueril interrogación, lo puso frente a un investigador, para enseñarle el camino de la libertad. .Vuelto a París, Bolívar se encuentra con un hombre que ejerció sobre él una influencia decisiva; no era revolucionario, ni español, ni francés. Un sabio, un gran sabio que con sus propios medios se había hecho su ciencia y su sistema; en fatigosos viajes más que en libros; un alemán que le llegaba como mensajero de Amériea.x: Al cabo de cinco años de exploraciones volvía Humboldt a Europa con Bonpland, su discípulo y amigo. A los treinta, como Napoleón, asombró al mundo, pero sólo con sus conquistas realizadas sin cañones ni víctimas. Los círculos intelectuales de París le tributaron una acogida triunfal, como si, en el momento en que se exaltaba la violencia, París quisiese confirmar su fama de academia del mundo, y arrancarle a Prusia vencida un héroe que sólo a medias le pertenecía, pues Humboldt descendía por línea materna de emigrados franceses. Antes que poi sus descubrimientos no conocidos aún, se celebraba a los


LOS VIAJES DE HUMBOLDT

viajeros por los peligros vencidos, —que ninguna radio impertinente reseñaba día a día,— y de los cuales no se tenía noticia sino por pocas cartas dirigidas a algunos amigos íntimos. En las mismas semanas de la coronación imperial, París coronó al gran naturalista nacido el mismo año que Napoleón. Gracias a Humboldt, Venezuela se hizo conocida de pronto. Treinta años tenía cuando desembarcó en este país, de donde Bolívar acababa de salir. Si llega un poco antes quizás contribuye a modelarle el carácter, pues para entonces contaba diez y seis años y era un joven imaginativo y abierto a todas las influencias. En compañía de Bonpland visitó Humboldt los valles de los alrededores de Caracas, el Norte de Venezuela y la costa oriental desde las Antillas hasta el Ecuador; remontó el Guaviare, el Orinoco y el Río Negro; después, tomando el camino de la costa septentrional, fueron de Cartagena a Santa Fe de Bogotá, y pasaron dos meses en aquella ciudad, capital del Virreinato. Luego, descendieron hacia el sur por Quito, hasta el Perú, y de allí a Méjico, La Habana y Washington, un recorrido de nueve mil millas. Lo que recogieron durante el viaje y expusieron inmediatamente en París fué sobre todo una colección de plantas y de piezas relacionadas con los descubrimientos geográficos, geológicos, etnográficos, climatológicos y zoológicos que habían hecho en América: tal cantidad de material y de documentos, que el sabio necesitó treinta años para clasificarlos sistemáticamente. Cuando Bolívar le fué presentado a Humboldt en aquella exposición, éste le habló de la amabilidad con que lo acogieron en Caracas. Había obtenido en España cartas de recomendación; a la Corte de Madrid le debía las grandes facilidades que le permitieron sus estudios en las colonias; nunca manifestó públicamente opiniones antiespañolas ; pero lo que vió en América bastaba para hacerle comprender la caducidad del gobierno colonial. Humanista de la mejor escuela, pensador y viajero, hombre de mundo y por sobre todo, espíritu independiente, aprovechó la primera ocasión para elogiar a los america50


ENSEÑANZAS DE HUMBOLDT

nos delante de aquel joven americano. Según lo que le habían contado creía no hallar cultura alguna en América; y por el contrario —como lo escribió luego y seguramente se lo dijo entonces a Bolívar— "me parecía habitar un castillo de hadas. Un parque grande y hermoso, surtidores, boscajes, estatuas y ruinas pintorescas, sirvieron de escenario a una fiesta magnífica; todos rivalizaron en amabilidad y se nos rodeó de miles de refinamientos antes de nuestra partida para las selvas vírgenes del Orinoco". Humboldt conocía a fondo los prejuicios de los españoles con respecto a los criollos, e informado sobre la situación de Bolívar, seguramente le hizo allí, en Europa, como huésped agradecido, el elogio de los sabios americanos: Mutis, el gran naturalista de Santa Fe, lo había ayudado varios meses, junto con Bonpland, a preparar sus colecciones, y además le había cedido a su mejor discípulo, único en América que sabía construir y reparar cualquier instrumento. Hablaron finalmente de un clérigo que había acompañado a los exploradores durante algún tiempo, y que resultó haber sido antes profesor de Bolívar. Perplejo entre la ambición y la falta de designios, cuando sus amigos querían alejarlo de París por la independencia de sus expresiones y teniéndose en poco menos que expulsado de Madrid, cómo ha debido sentirse reconfortado con las palabras de Humboldt y cómo escucharía en ellas la llamada cordial de su tierra. Bolívar oía por primera vez en su vida un alto elogio de su país y de boca de un sabio que lo había descubierto de nuevo. Para seguir el ejemplo de Napoleón, le faltaba el acicate del deber; para seguir el de Byron el estilo y la forma; pero ahora veía de pronto su país natal como iluminado por una luz esplendorosa y nueva. Diariamente, desde entonces, se veía con Humboldt y Bonpland, ya fuera en la exposición ya en la casa de éstos. Frente al joven pálido, de ojos ardientes, que había dilapidado su juventud, se sentaba Humboldt, quien, a pesar de sus cinco años rudos de trabajos, mostraba la tez fres-


LA LLAMADA DE HUMBOLDT

ca y la mirada viva que conservó hasta la vejez. Cuando el sabio le enseñaba un fragmento de mineral de cobre, recogido en una mina abandonada, cuando le hablaba de 7-las rocas halladas en la cima del Chimborazo, a la cual fué el primero en ascender ; del calor agobiante de los llanos, de todas las riquezas de América, ante la imaginación de Bolívar seres y cosas se animaban con una vida nueva y hasta entonces desconocida para él. En su entusiasmo llegó a ofrecerle a Bonpland la mitad de sus rentas si se resolvía a acompañarlo a fundar un instituto para explorar la América del Sur. Un día la conversación rodó sobre la situación política de aquellos países, y Humboldt, cuya confianza e interés se habían despertado, manifestó que en su opinión aquel continente podía justificar las mayores esperanzas, siempre que comenzara por libertarse del yugo español. "¡Qué magnífica empresa! Los hombres están maduros para ella, pero ¿dónde hallar uno suficientemente fuerte para que la conduzca a buen término?" Aquel día, como más tarde lo contó Bolívar, éste salió muy pensativo del despacho de Humboldt. Por primera vez el sentimiento del deber se alzaba del abatido fondo de su alma. Gracias a aquellos dos extranjeros, de nuevo despertaba en él la conciencia de su patria, y ahora quizás en forma definitiva. Allí se confirmó su orgullo de ser americano, y apoyado en el juicio de quien entonces, mejor que nadie, conocía a América, se persuadió de que estos países podían y debían ser libres. Bolívar, amigo en París de la sociedad y de las mujeres hermosas, nunca asistió a los grupos clandestinos donde conspiraban sus compatriotas durante años y años, en pro de la revolución, tratando de repetir movimientos, que, faltos de base espiritual y de resistencia organizada, habían fracasado en Caracas y en otras capitales americanas. Demasiado elegante para frecuentar tugurios suburbanos, donde ya entre el café y el tabaco se preparaban revoluciones, encontraba, en cambio, la ruta hacia la meta de su vida y quizás se sentía llamado a su verdadera misión, en el trato de un hombre de mundo que lo


IDEAS Y CORRERLAS

atraía con su ciencia adquirida en medio de mil dificultades, con el extraño encanto de su lenguaje y de su profesión, con el ardor de sus gestos y de sus palabras, y, sobre todo, con su gloria. Si Rodríguez, gracias a Rousseau, lo hizo adepto a un ideal de libertad, ello no puede considerarse sino como algo muy general, como una invocación al humanitarismo, carente de obligaciones concretas. Ni el arresto ni la huida de su preceptor excitaron en modo alguno la imaginación de Bolívar. Humboldt, menos apasionado, investigador y observador como era, había estudiado la situación real del país y de sus hombres, llegando a una conclusión que no era para dejar indiferente a Bolívar. Implantar en América las nuevas ideas, poner en práctica las de Rousseau y Washington allí donde el despotismo conservaba todo su rigor; esto, anhelo de los hombres más inteligentes del país, se transformó en el espíritu de Humboldt en una necesidad moral y política, y la expresaba con un convencimiento tanto mayor cuanto que no le atañía de modo directo, ni corno partidario ni como hombre de acción, sino únicamente como sociólogo y humanista. Así a los veinte años, Bolívar, bajo la influencia de las enseñanzas y de los actos de Rousseau, Napoleón y Humboldt, comenzó a orientarse hacia la gloria.

X Cuando los corazones jóvenes vacilan ante las grandes resoluciones, se preguntan si permanecerán inmóviles o si se arriesgarán al salto, y escuchando sólo sus voces interiores gustosamente se dan a viajar, con la esperanza de hallar orientación a sus impulsos en el espectáculo de países y gentes extrañas y en los azares de un viaje a la aventura. Hallamos, pues, a Bolívar y a Robinson en los caminos de Italia, cargados con sus propios equipajes, usando a veces la carreta de un campesino, durmiendo en los pajares. El preceptor se exalta ante las ruinas romanas, lee


ESTUDIOS EN ITALIA

a Tácito a la sombra de un olivo, examina con la lupa algunas plantas. Han recogido un perro casi salvaje, animal sin raza ni amo, al cual le dan el nombre de Carlos, lo cuidan y lo alimentan y se sienten desolados cuando los abandona y no vuelve a aparecer. Robinson se burla de su discípulo porque éste ha soñado repetidas veces con el animal y lamenta demasiado su pérdida; pero Bolívar, falto desde hace tiempo de verdaderos afectos, ha debido experimentar ocultamente sentimientos muy profundos. Aquel andar errante por los caminos, ocasión única en la vida del joven criado como príncipe y habituado a vivir como gran señor, duró, a lo que parece, varios meses, y lo acercó a la gente del pueblo, con la cual más tarde había de compartir su vida y sus empresas. En este viaje lo siguen los tres héroes de su juventud, o, mejor dicho, él los busca: los lugares donde discurrió la juventud de Rousseau, el hermano de Humboldt, en Roma, y entre ambos, Napoleón. Bolívar asistió a la segunda coronación del Emperador, lo vió ceñirse la corona de hierro de los lombardos y pasar revista en Milán a su inmenso ejército: "... Yo ponía toda mi atención en Napoleón —contaba más tarde— y sólo a él veía entre toda aquella multitud de hombres que había allí reunidos ... Qué Estado Mayor tan numeroso y tan brillante tenía Napoleón y qué sencillez en su vestido! Todos los suyos estaban cubiertos de oro y ricos bordados, y él sólo llevaba sus charreteras, un sombrero sin galón y una casaca sin ornamento alguno; esto me gustó". En Milán, estuvo en el círculo de los amigos de Manzoni; después en los salones de Florencia y de Roma ha debido encontrar también a Madame de Staél y a Lamartine, Rauch y Thorwaldsen, a Chateaubriand y quizás al mismo Lord Byron. Es curioso que de aquellos grandes hombres ninguno recuerde al joven con quien se había tropezado y que adquirió más tarde tanta celebridad, si bien es verdad que, pasados veinte años, Byron tuvo un barco llamado el "Bolívar". En aquella época, Bolívar no debía parecer en las reuniones de Europa sino uno de tantos extranjeros distinguidos; Humboldt fué el único


EL REVOLUCIONARIO ANTE EL PAPA

que le prestó atención. Sin duda en sociedad se comportaba con la discreción adecuada a su poca experiencia; en cambio, al conversar a solas con un sabio, podía darle curso libre a sus dotes naturales. La profunda influencia de Humboldt en su vida espiritual, la atención con que escuchó durante el viaje las enseñanzas de Robinson, muestran claramente su aislamiento y su disgusto en los años anteriores. Ahora leía mucho, y principalmente a Spinoza, que le modelaba las ideas; en cambio se mostraba opuesto a Maquiavelo. Este antagonismo entre el pod'er y la ética, más tarde debía inquietar al idealista práctico. Este antagonismo surgía en todas partes. 'El joven aristócrata trató en vano de librarse de los prejuicios heredados, bajo la égida de su revolucionario compañero. Si era miembro de una logia española y hasta obtuvo el grado de venerable en París, ¿por qué pidió audiencia al Papa? Y al asistir a ella acompañado por el embajador de España, ¿por qué se negó repentinamente a arrodillarse y a besarle la sandalia? Ante el gesto de exhortación del embajador y el movimiento de cabeza de su joven compañero, Pío VII se limitó a sonreír diciendo: "Dejad al joven indiano hacer lo que guste". Pero al salir del Vaticano, Bolívar exclamó: "Muy poco debe estimar el Papa el signo de la religión cuando lo lleva en sus sandalias, mientras los más orgullosos soberanos de la cristiandad lo colocan sobre sus coronas". En toda Roma se comentó el incidente, reservándole al Papa el mejor papel, pues simplemente con la palabra "indiano" salía vencedor en esta escaramuza. >zr Ante el Papa como ante el Emperador, experimentó los mismos sentimientos de curiosa admiración y de tenaz repulsa. El poder ejercía sobre él una atracción irresistible, aunque por su origen estuviese palmariamente en pugna con sus ideas liberales y humanas. "Nuestros deseos —dice Goethe— son nuestras cualidades latentes, precursores de lo que haremos más tarde". Semejante atracción bastaba ya por sí sola a traslucir sus deseos de gloria; pero Bolívar no la comprendió hasta poco antes de su


muerte. Las enseñanzas persuasivas de Robinson, junto con las significativas advertencias de Humboldt lo lanzaron en un camino donde el poder y la gloria se unen en un término ideal. En Roma, la antigüedad y sus ejemplos se yerguen ante él mostrándole en piedras e inscripciones, en columnas y sepulcros, la lucha de los tiranos contra el pueblo. Por oposición a los grandes de su tiempo, su espíritu romántico ha debido inflamarse con la idea de imitar los modelos del pasado. Una tarde, según la narración de Robinson, ascendieron al monte Aventino, bajo el fatigoso calor de agosto. Bolívar marchaba silencioso, parecía profundamente emocionado: "Después de descansar un poco y con la respiración más libre, con cierta solemnidad que no olvidaré jamás se puso en pie y como si estuviese solo miró a todos los puntos del horizonte, y al través de los amarillos rayos del sol poniente, paseó su mirada escrutadora, fija y brillante, por sobre los puntos principales que alcanzábamos a dominar". ¿Conque éste es —dijo— el pueblo de Rómulo y de Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna. Octavio se disfraza con el manto de la piedad pública para ocultar la suspicacia de su carácter y sus arrebatos sanguinarios; Bruto clava el puñal en el corazón de su protector para reemplazar la tiranía de César por la suya propia; Antonio renuncia los derechos de su gloria para embarcarse en las galeras de una meretriz, sin proyectos de reforma; Sila degüella a sus compatriotas, y Tiberio, sombrío como la noche y depravado como el crimen, divide su tiempo entre la concupiscencia y la matanza. Por un Cincinato hubo cien Caracallas; por un Trajano cien Calígulas y por un Vespasiano cien Claudios. Este pueblo ha dado para todo: severidad para los viejos tiempos; austeridad para la república; depravación para los emperadores; catacumbas para los cristianos; valor para conquistar el mundo entero; ambi-


JURAMENTO

ción para convertir todos los estados de la tierra en arrabales tributarios; mujeres para hacer pasar las ruedas sacrílegas de su carruaje sobre el tronco destrozado de S113 padres; oradores para conmover, como Cicerón; poetas para seducir con su canto, como Virgilio, satíricos como Juvenal y Persio; filósofos débiles, como Séneca, y ciudadanos enteros, como Catón. Este pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesalinas corrompidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas insignes, guerreros ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilatadas virtudes y crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada. La civilización que ha soplado del Oriente ha mostrado aquí todas sus fases, ha hecho ver todos sus elementos; mas en cuanto a resolver el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido y que el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo". "Y luego, volviéndose hacia mí, húmedos los ojos, palpitante el pecho, enrojecido el rostro, con una animación febril, me dijo: "¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos; juro por mi honor y juro por la Patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español !" Es preciso comprender este discurso teatral, cuyo estilo está de acuerdo con el de los héroes de las novelas de entonces, como aquella carta de Viena, cuando le pintaba a su amiga la crisis que lo tuvo entre la vida y la muerte. La narración, por otra parte, la dictó Rodríguez ya viejo, cosa de cincuenta años más tarde. Sin embargo, la escena y el juramento son históricos. Ocurrieron sin duda con más sencillez; el propio Bolívar los recuerda espontáneamente en una carta a su maestro. Aquella hora en el Monte Sacro de Roma, tema luego


OTRA VEZ EL DANDY

de tantos cuadros y narraciones, quitándole la afectación de que la reviste el viejo preceptor de un héroe, conserva su particular significado, pues es la primera decisión de un hombre irresoluto a los veintitrés años, y en ella aparece, como surgido de pronto, el programa realizado después por ese mismo hombre. Se presenta como el origen interior de una misión libremente aceptada, no por resentimiento ni por deseo de sacudir la opresión, sino por la resolución de un idealista ansioso de hacer algo grande para la inmortalidad. Un punto de partida semejante se encuentra a veces en la juventud de los poetas, pero es quizás único en la historia de los hombres de acción, y su sentido se torna profundo cuando se piensa en la gran obra realizada. Precisamente, de esos motivos puramente patéticos que impulsan a Bolívar a la acción, nacerán más tarde todos sus sufrimientos. Nada hay de extraño si después de haber jurado la libertad de la América del Sur no se embarca en seguida para lanzarse a un combate que no existe todavía. Más de un año de absoluta inacción deja pasar entre el juramento y la partida hacia el país de sus hazañas. Bolívar, que no solicita auxilios de nadie, que no conoce a nadie en quien apoyarse, que en su exaltación se decide sin haber establecido lazo alguno con compañeros de lucha copartícipes de sus ideas, se hallaba entonces demasiado estragado para renunciar de pronto a la vida social, a los placeres de Europa. Aun lo llamaban Nápoles con su corte y su esplendor y París, París de nuevo. Robinson, antes de partir a nuevas aventuras, esta vez hacia Constantinopla, abraza a su "Emilio'', entusiasmado con los progresos alcanzados por éste entre sus manos. Los amantes también se dijeron el adiós romántico. Fanny le entregó su retrato para que lo llevase al cuello como un talismán, sintiéndose igual a una heroína, porque dejaba a su caballero partir en busca de grandes hazañas. Y él, un año después de aquella hora solemne, había perdido todo su valor: "Yo no os he escrito desde mi partida de París. ¿Qué podía preguntaros, ni qué podría deciros que os inte-


rese? ... Siempre el mismo tren de vida; ¡siempre el mismo fastidio!. .. Voy a buscar otro modo de existir; estoy fastidiado de la Europa y de sus viejas sociedades; me vuelvo a América. ¿Qué haré yo allí?... Lo ignoro... Sabéis que todo en mí es espontáneo, y que no formo jamás proyectos. La vida del salvaje tiene para mí muchos encantos. Es probable que yo construya una choza en medio de los bellos bosques de Venezuela. Allí podré yo arrancar las ramas de los árboles a mi gusto sin temor de que se me gruña, como me sucedía cuando tenía la desgracia de arrancar algunas hojas. ¡Ah, Teresa; felices aquellos que creen en un mundo mejor! Para mí éste es muy árido". "Yo habría querido abrazar al coronel antes de partir. No le escribo; ¿qué puedo decirle que no sepa ya? Si al que no tiene tiempo bastante para mirar las nubes que vuelan sobre su cabeza, las hojas que el viento agita, el agua que corre en el arroyo, y las plantas que crecen en sus orillas, le dijera yo que la vida es triste, me tendría por un loco. ¡Feliz mortal! No tiene necesidad de tomar parte en los dramas de los hombres para animar su vida. Vuelvo a ver otros hombres y otra naturaleza ... Los recuerdos de mi infancia me prestarán un encanto que se desvanecerá sin duda a mis primeras miradas; pero el gran emperador acaba de invadir la España y yo deseo ser testigo de la acogida que recibirá en América este extraño acontecimiento''. ¡Tal es su acento nihilista, ciertamente auténtico! ¿Qué anhelo puede formarse en el alma de un joven de veinticuatro años, agotado por semejante cansancio? Todo lo ha abandonado, hasta el impulso que lo animó en el Aventino. ¿Qué fué de las convicciones de Robinson, de las advertencias de Humboldt? Después de haber escrito esa carta, rumbo a su tierra natal, una sola visión llena su alma; se la impone Europa, al cabo de pasar en ella tres años de su vida: es la imagen de Napoleón invadiendo España, el país de donde a él lo expulsaron dos veces y cuya apolillada armadura pudo ver de cerca, el país donde, por algunos meses solamente,


encontró un gran amor. Tal es para él la España que deja tras sí en momentos en que se siente confusamente ligado al héroe a quien idolatra y detesta a la vez. Todos los temas de su juventud parecen desvanecerse cuando, entre España y América, navega en pleno mar sin saber cómo repercutirán en él las hazañas del conquistador extranjero; si lo incitarán a defender a España o a libertar a América.

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Durante tres siglos España dominó una gran parte del mundo, una extensión mayor que la poseída antes por pueblo alguno. Guerreros y conquistadores, aventureros y grandes comerciantes, y, sobre todo, navegantes, habían visto vencido al turco, a Italia y Portugal conquistadas, prisionero a un rey de Francia, sometido el Papa a su voluntad y derrotados los ingleses y los corsarios alemanes. La palabra "conquistador" es intraducible, como lo son las de "gentleman- y "grand seigneur", las cuales han alcanzado categoría de concepto. Cada español veía un ascendiente en Colón, en muchos palpitaba la sangre de Pizarro y Don Juan; pero en todos los árboles genealógicos figuraba también Don Quijote. El ejemplo de los conquistadores, inmortalizado por el drama, la pintura y el poema, ostentación de una energía pertinaz y de un valor temerario, con el cual a través de mil peligros se quiso asombrar a la naturaleza y a la humanidad, lo dió sólo un grupo dirigente que buscaba de continuo, por nuevas rutas marinas, tierras desconocidas y la plata preciosa y el oro codiciado. Algunos centenares de hombres, en sucesión casi siempre de padres a hijos, constituían una clase poco numerosa de combatientes y de marinos emprendedores, que extendió en el mundo y en la historia el poderío y la gloria de España. Ante el brillo de sus armaduras y el resplandor de sus espadas, en campos de batalla, fortalezas y palacios, aparecía desvaída y como en segundo término la

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EL JUICIO DE LA POSTERIDAD

masa del pueblo ; pero este pueblo, luchando contra prohibiciones y reglamentos de comercio marítimo, seguía como un inmenso cortejo gris a sus señores, para proporcionarles el oro con el sudor de su frente. La belleza, la estética de aquella época de despotismo, donde el clero, deslizándose con tácitos pasos, era el único que llegaba a codearse con el poder y a veces a compartirlo con los grandes, aunque aparezcan a través de la poesía y de la leyenda, han ejercido siempre el imperio de un encanto aun vivo y renovado cada día, y el influjo de ese encanto no es lo que menos nos ha hecho comprender cuánta riqueza dieron los españoles a los sudamericanos a trueque de la libertad. Cuando cesan semejantes eras de violencia, cuando libres los vencidos de ayer examinan con amplitud de espíritu la prueba por que han pasado, buscan objetivamente lo bueno y positivo que subsiste de ella. A investigar tales cosas se han consagrado, con admirable imparcialidad, desde hace una generación, los historiadores de América del Sur. El Mariscal Lyautey declaró al final de su vida que el médico es la única excusa pata la colonización de un país extranjero, y debemos reconocer que la conquista española dejó al maestro, al sacerdote y al médico. No es finalidad de este libro enumerar semejantes adquisiciones por grandes y positivas que sean. Nos hemos propuesto consagrarlo exclusivamente al hombre que puso término a la conquista y devolvió su libertad a las naciones; pero sí mencionaremos ahora el juicio al respecto expresado mucho más tarde por el mismo Libertador, quien se hallaba ya en sus últimos años cuando con admirable resignación exclamó: "Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás", y en otra oportunidad: "Hemos destruído tres siglos de cultura y de industria". En esta ocasión, como en el caso de Washington y de Mirabeau, también es un aristócrata quien se pone a la cabeza del pueblo oprimido. Y asimismo en medio de una situación holgada, teniendo de frente apenas algunas 62


NOBLEZA OBLIGA

pequeñas exigencias y convencido sólo a medias, por una lenta evolución llega a lanzarse en cuerpo y alma a la lucha que desde ese momento ocupará toda su vida. Vuelto a América a los veintitrés años, necesita aún siete más para que en él comience a desarrollarse el libertador de su patria. ¿Hasta qué punto era ésta su patria? En verdad, allí nació y allí vivieron cinco generaciones de antepasados suyos; pero los primeros Bolívares, cuando desembarcaron doscientos años antes, eran una familia puramente española venida a enriquecerse exactamente como los demás conquistadores. Desde 1499, cuando fué descubierta en el actual golfo de Maracaibo una pobre aldea construída sobre estacas, a la cual se llamó Venezuela, diminutivo de Venecia, habían arribado a estas tierras multitud de hidalgos de aventura en busca del Dorado. Poco después, hacia 1567, cuando uno de los primeros contingentes de colonos acababa de fundar a Caracas, convertida más tarde en la capital, los abuelos de Bolívar vinieron del país vasco. Cuando el joven gozaba en París de los placeres sociales, o cuando vivía, como ahora, a lo gran señor en sus tierras, sabía muy bien que todo esto había sido la presa de sus enérgicos y audaces antepasados, ya que el pueblo indígena perdió su libertad, esclavizado por el conquistador. Si a la verdad la fórmula con que el papa Alejandro VI había atribuído "a la casa de Castilla la entera propiedad de las tierras habitadas por los paganos de Oriente" bastaba como razón de estado en el Renacimiento, considerada como fundamento de un derecho, resultaba tanto más ridícula cuando que esto no era en modo alguno el Oriente. En recompensa de tan espléndido regalo, recibió Colón grilletes de hierro, tributo que su Majestad Católica ofrendaba a Dios, por el continente que sería suyo en adelante. Con su maestro revolucionario, Bolívar aprendió a conocer la red de innumerables hilos en que la política católica reunía a los millones de habitantes de América. Con las primeras luces adquiridas todavía niño, su mirada

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DOBLE CONDICION DE LOS CRIOLLOS

ha debido extenderse más allá de las fronteras de su país, por el haz del continente que gemía entre padecimientos casi idénticos en todas partes. La imaginación de los adolescentes americanos estaba poblada de historias fabulosas de los imperios de los aztecas y de los incas, destruídos por los españoles; los tesoros de Méjico y del Perú flotaban en todos los espíritus como una leyenda. En España se dice aún "vale un Perú" o "es un Perú" para exagerar la riqueza de una cosa o de una persona. Según las apariencias de la historia, aquel venero infinito de caudales permanecería bajo la tierra si del Este no hubiera venido a explotarlo un pueblo civilizado. Bolívar como espíritu liberal se sentía vástago de la poderosa familia que había creado la riqueza del país, pero que, al mismo tiempo, acabó con la libertad de sus primeros habitantes. Y él mismo ¿qué representaba? ¿qué era? Un rico heredero de personas que habían enriquecido a la casa de España, y, sin embargo, las leyes y las costumbres españolas no le otorgaban todos sus derechos, aunque por línea paterna y materna fuese español de pura cepa. Ya en algunos de los criollos más distinguidos diferenciaciones semejantes habían despertado resentimientos capaces de apartarlos de la madre patria y de llevarlos a amar con mayor fervor su tierra americana: transición comparable a aquella que, después del matrimonio, aparta a la mujer de su propia familia y la une a la del marido. Indudablemente, un criollo notable se consideraba a sí mismo infinitamente más cercano al virrey español que a todos los mestizos e indios de su alrededor, y, sin embargo, a veces se preguntaría si los orgullosos incas, destronados y muertos por los españoles, no serían ascendientes tan nobles como los Pizarros. Después de su regreso, la pregunta se le presentó con más vehemencia. Al principio su formación ideológica se basaba en Rousseau y en su discípulo, en la lectura de Montesquieu y de Voltaire, pero ahora se hallaba bajo la influencia política de dos repúblicas jóvenes y fuertes, pues en su viaje de retorno pasó algunas semanas en los 64


LIBROS PELIGROSOS Estados Unidos. La corrupción de la corte madrileña le abrió los ojos, haciéndole ver la estructura de un reino en período de descomposición, y con ello llegó a una crítica más profunda; desde entonces, empujado por un sentimiento interior, revisó su heredada situación de terrateniente y de gran señor. No le faltaban ejemplos. Sin duda, durante tres siglos, las generaciones se habían formado bajo la enseñanza de los clérigos españoles, de quienes mil y mil personas recibían instrucción y aprendían un oficio, e innumerables enfermos sanaban gracias a médicos y sabios españoles; pero existían también tribus, verdaderos pueblos, que se negaban a aprender nada, y preferían refugiarse en las selvas inaccesibles o en los llanos, para conservar la libertad de sus antepasados; eran gente anárquica, pastores nómadas, verdaderos centauros cazadores de tigres a lanzazos. Al ocurrir un choque, la hosca libertad de estos hombres casi salvajes se transformaba en crueldad sin par por la cual, según afirmaciones de serios exploradores, se convertían en antropófagos. Por ambas partes se había asesinado a los jefes opuestos y constantemente en Chile o Méjico se registraban atentados semejantes al asesinato de Pizarro por sus propios compañeros. En el Paraguay triunfó en 1720 una revolución; destituidas las autoridades españolas, el país se gobernó por sí mismo durante cuatro años, hasta que el ejército español se rehizo y recuperó el poder. En 1780, un descendiente de los Incas fomentó una sublevación en el Perú, pagando su intento con la vida. Todo el mundo reconocía la impotencia de los motines indígenas, mientras la cultura y el orden de los criollos no se pusiera de parte de estos feroces jinetes. La ley de la liberación colonial exigía la guerra civil de blancos contra blancos. Por tal motivo, los capitanes generales temían sobre todo el espíritu de progreso. Por eso encarcelaron a Nariño, a quien ellos mismos habían entregado los Derechos del Hombre; prohibieron casi todos los libros, excepto los religiosos; restringieron los derechos de los cabildos, a los cuales la Corona, en otros tiempos, había Bolívar-5.


INGLATERRA CONTRA ESPAÑA

otorgado libertades especiales. La burguesía culta, herida en su orgullo y bienestar por reglamentos severísimos, se preparaba, al calor de las teorías francesas, para una eventual independencia; adoraba a Montesquieu, lo comentaba. Muchos criollos de pura cepa y numerosos mestizos hablaban francés y en los círculos literarios se recitaba a Corneille. Un noble chileno envió a una amiga suya, en Santiago, cincuenta y seis volúmenes infolios de la Enciclopedia, "la cual se consideraba tan peligrosa como la fiebre amarilla"; iban además los escritos de un anciano abate que vivió en Ginebra, a quien se le llama tan pronto "apóstol" como "anticristo", la Historia natural de Buff on, y "otras muchas obras peligrosas-. En oposición con esto, un gobernador podía afirmar públicamente en cualquier momento: "Un americano no necesita leer. Bástale venerar a Dios y a su representante, el rey de España". Los ciudadanos ilustrados que comenzaban a adoptar resueltamente el nombre de americanos recibieron, de modo sorprendente, ayuda de sus principales adversarios. Al ser expulsados los jesuítas de España y de sus colonias en 1767, por enriquecerse en detrimento de la Corona, ya que, procurándose so capa de su misión una mano de obra gratuita, explotaban minas de plata, plantaciones de azúcar, e innumerables rebaños, habían dejado un gran vacío, pues eran expertos tanto en artesanía como en agricultura. Los inferiores de la congregación eran indígenas y, al encontrarse de pronto sin recursos, se convirtieron en enemigos naturales del poder central español, desempeñando el papel de agitadores entre tribus salvajes. Los superiores, refugiados en Europa, hacían circular hojas sueltas en América, y tanto en Alemania como en Inglaterra clamaban por la independencia. Inglaterra, principal rival y tal vez heredera de España —casi siempre su enemiga declarada—, era la aliada ideal para todos los espíritus revolucionarios, como único país donde existían igualmente interés y fuerzas para arrojar a los españoles de América del Sur; tanto más

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EL EJEMPLO DE NORYEAMERICA

cuanto que España, al apoyar decididamente a los Estados Unidos, había contribuído a la independencia de la América del Norte. Desde mediados del siglo XVII, cuando ocupaba a Jamaica, Inglaterra envió lejos a sus hombres, los cuales comenzaron por sacar partido del contrabando, para después conseguir ciertos derechos comerciales. Más tarde, un año antes del nacimiento de Bolívar, tres misteriosos emisarios habían llegado a Londres como plenipotenciarios de los ricos criollos; incitaban al ministerio inglés a suministrar dinero y armas para una insurrección en Venezuela, cuyos habitantes, decían, estaban dispuestos a convertirse luego en súbditos ingleses. Pero de nuevo fué más fuerte en los ingleses su espíritu mercantil que su avidez. Creyeron actuar con mayor habilidad evitando una guerra colonial contra España, y cometieron el error más grave de su historia. A cambio de ello, trataron de fortalecer el espíritu de sublevación en todas las regiones de América del Sur, sin arriesgar sangre ni dinero. Desde 1797, cuando Inglaterra se apoderó de Trinidad, situada solamente a unas cuantas millas de Venezuela, ejercía constantemente esta influencia excitadora: imprimiendo manifiestos prohibidos, exportando mercancías también prohibidas, haciendo en fin lo necesario para prometer a los jefes que preparaban la revolución- una ayuda esperada en vano desde hacía treinta años. Y, sin embargo, ¡este continente había de libertarse sin ayuda extranjera! El ejemplo de los Estados Unidos parecía presagiarlo. Pues sin la libertad de la América del Norte, la de América del Sur era imposible: los acontecimientos de Filadelfia en 1776 serían imitados en Caracas una generación después, hasta en el texto del acta. Puede verse, pues, como un símbolo histórico el que el reconocimiento de la independencia de América del Norte, por el tratado de Versalles, haya coincidido casi con el nacimiento de Bolívar. Y no hubo sino un hombre de estado capaz de aconsejar a su señor todopoderoso, con genial visión del porvenir, abandonar por prudencia lo que era imposible


EL CONDE DE ARANDA

conservar por la fuerza. Fué un grande de España, el conde de Aranda, quien, a raíz del reconocimiento de los Estados Unidos, tuvo la audacia de aconsejar al rey la libertad de toda la América del Sur. Algunas semanas después del nacimiento de Bolívar, este ministro español dirigió a su soberano una magnífica exposición, que hoy todavía puede servir de lección a los déspotas. Decía: "Jamás han podido conservarse por mucho tiempo posesiones tan vastas, colocadas a tan gran distancia de la metrópoli. A esta causa general a todas las colonias, hay que agregar otras especiales a las posesiones españolas, a saber: la dificultad de enviar socorros necesarios; las vejaciones de algunos gobernadores para con sus desgraciados habitantes; la distancia que los separa de la autoridad suprema a que pueden recurrir pidiendo el desagravio de sus ofensas, lo cual es causa de que a veces transcurran años sin que se atienda a sus reclamaciones...". Luego, refiriéndose a los recién fundados Estados Unidos, dice proféticamente: "Esta república federal nació pigmea por decirlo así, y ha necesitado del apoyo y fuerzas de dos estados tan poderosos como España y Francia para conseguir la independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante y aun coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido de las dos potencias, y sólo pensará en su engrandecimiento. La libertad de conciencia, la facilidad de establecer una población nueva en terrenos inmensos, así como las ventajas de un gobierno naciente, les atraerá agricultores y artesanos de todas las naciones; y dentro de pocos años veremos con verdadero dolor la existencia titánica de este coloso de que voy hablando". "El primer paso de esa potencia, cuando haya logrado engrandecimiento, será el apoderarse de las Floridas a fin de dominar el golfo de Méjico. Después de molestarnos así en nuestras relaciones con la Nueva España, aspirará a la conquista de este vasto imperio, que no podremos defender contra una potencia formidable establecida en el mismo continente y vecina suya".


DOCUMENTO DE ESTADISTA

"Estos temores son muy fundados, señor; y deben realizarse dentro de breves años si no presenciamos antes otras conmociones más funestas en nuestras Américas". "Una política cuerda nos aconseja que tomemos precauciones contra los males que pueden sobrevenir...". • creo firmemente que no nos queda, para evitar las grandes pérdidas que nos amenazan, más que el recurso que voy a tener la honra de exponer a V. M.". C6

"Debe V. M. deshacerse de todas sus posesiones en el continente de ambas Américas, conservando tan sólo las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y alguna otra que pueda convenir en la parte meridional, con objeto de que nos sirvan como escala o depósito para el comercio español". "A fin de realizar este gran pensamiento de un modo que convenga a España, deben establecerse tres infantes en América, uno como rey de Méjico; otro como rey del Perú, y otro como rey de Costa Firme, tomando V. M. el título de Emperador". "El comercio habría de hacerse sobre el pie de la más estricta reciprocidad, debiendo considerarse las cuatro naciones como unidas por la más estrecha alianza ofensiva y defensiva para su conservación y prosperidad". "No hallándose nuestras fábricas en estado de abastecer a América de todos los objetos manufacturados de que pudiera tener necesidad, sería preciso que Francia, aliada nuestra, les suministrase todos los artículos que nos viéramos nosotros imposibilitados de enviar, con exclusión absoluta de Inglaterra. Para este fin, los tres soberanos al sentarse en sus tronos respectivos ajustarían tratados formales de comercio con España y Francia, cuidando mucho de excluir a los ingleses". Si un rey de una sabiduría superior hubiese ejecutado inmediatamente este programa, no habría tenido la historia necesidad de Bolívar, no lo conoceríamos. Pero Carlos III se opuso a ello y destituyó a Aranda. A esta locura le debe la posteridad la dicha de poseer a Bolívar.


II Miranda se llamaba el hombre más célebre de América del Sur, y era también uno de los más célebres de su época. De aspecto marcial, constitución atlética, ancho de hombros, de andar pesado y paso firme, rostro atezado, nariz corta, mentón grande, sencillo y hasta brusco en sus contestaciones, dichas con voz clara y profunda: tal era este aventurero de sesenta años, vivo reverso de Bolívar, cuyo delgado porte de caballero, estatura más bien pequeña y ademanes ágiles y elegantes, rostro alargado, tez aceitunada y voz musical, manifestaban un carácter completamente diferente. Muy superior a Bolívar por su experiencia del mundo y sus profundos conocimientos, lo era también por su innato don de mando. Ambos no se parecían sino en un rasgo: el orgullo. Francisco de Miranda, nacido en Caracas treinta y siete años antes que Bolívar, descendía también de una familia de pura cepa española. De joven se indignaba porque ni a su padre ni a él les hubiesen querido reconocer las preeminencias de su sangre. A los diecisiete años llegó a España a alistarse en el ejército. Como aún no había revolución en París, donde, por ser muy joven, no tuvo éxito en los medios progresistas, partió como soldado a combatir por la independencia de América. Se batió a orillas del Mississipi, y, habiéndose distinguido luego en cierta misión contra las Antillas inglesas, fué ascendido a teniente coronel. Presentado como tal a Washington por el embajador de España en Filadelfia, vivió un espléndido instante para un oficial joven y revolucionario. Desde ese momento, con Washington por modelo, trabajará en preparar la hora propicia para hacerse el libertador de la América Española. Si también lo animaban deseos de gloria, este sentimiento no tiene en él la misma importancia que en Bolívar. Soldado nato, transformado en aventurero, sirvió en media docena de países y tomó parte hasta en sus pequeños asuntos, pero la idea de la patria, siempre

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AVENTURAS

presente, lo obligaba a regresar de sus viajes. Tanto en Miranda como en Bolívar, la voluntad de libertar a su país despertó al roce de las ideas de la nueva Francia, y se consolidó con el ejemplo de los Estados Unidos. Pero los motivos íntimos eran diferentes en ambos, y también los planes para llevarlos a cabo. Mientras a los veinte años, Bolívar, rico y hastiado, dudaba entre consagrarse a la libertad de su pueblo o a las ciencias, a la misma edad Miranda, en plena alegría de vivir, combatía entre soldados y pueblos extranjeros. Éste buscaba en el pensamiento un camino hacia la acción, aquél exaltaba la acción con el pensamiento. El uno se hallaba impedido por la fortuna heredada; el otro, impulsado por la necesidad. El aristócrata fundó un hogar a los diecinueve años para envolverse en un lujo romántico; al otro, lo lanzan al mundo cuestiones de categoría social. Si aquél pasó su adolescencia entre danzas y cabalgatas, la de éste discurrió en los campos de batalla. Las circunstancias y el genio llevaron pronto al aventurero a las cumbres de la vida; apenas de treinta años de edad, ya había sido huésped del emperador en Viena, de Federico II en Potsdam y de Catalina la Grande en San Petersburgo. Se presentaba como el conde de Miranda; la emperatriz le dió el grado de coronel del ejército ruso, en su primera entrevista con ella, y quizás fué su amante después de la tercera. Dondequiera trató de ganarse a los soberanos para la causa de la revolución sudamericana; dondequiera sus proyectos despertaban interés; pero nunca consiguió ayuda para realizarlos, pues todo esto ocurría en época de los Borbones y del gran poderío de España. Aun por Turquía y Egipto peregrinó Miranda, hasta el momento en que se incorpora a la gran revolución y combate como general francés a las órdenes de Dumouriez. Cuando éste se pasa al enemigo, Miranda se separa de él en medio de la batalla y, acusado de alta traición, obtiene una brillante absolución, después de un formidable proceso. El pueblo lo llevó en triunfo hasta su habitación. El general Miranda, héroe


MIRANDA Y NAPOLEON

militar de dos continentes, amante de la zarina y de la libertad, era célebre en el mundo entero. Desde entonces, aquel inquieto existir encontró asidero y una profunda explicación en la brega por la independencia de su patria. La caída de los Borbones franceses había disminuido- el prestigio de sus primos españoles. De pronto todo parecía posible. Nariño y otros precursores vinieron a París en busca de ayuda, como Lafayette lo había hecho antes. Miranda era el centro del grupo. Los jesuítas expulsados visitaban frecuentemente a este librepensador y parece que sea el autor, o, por lo menos, el editor de la famosa carta de los jesuitas "A los americanos españoles". Mientras París gemía bajo el Terror, Miranda, rico y hospitalario, abría a sus amigos su casa de campo cercana a la capital, abundante en libros, cuadros y armas. El brillo de sus reuniones y festines lo hizo sospechoso; y arrestado por el Terror permaneció año y medio en prisión. Puesto en libertad a la muerte de Robespierre, volvió a su vida parisiense con el entusiasmo y la energía de antes. Un día, una amiga de Taima lo presentó a Bonaparte, trece años menor que él. Éste, llamándolo a un lado, le hizo mil preguntas sobre América del Sur. Invitado por Miranda a visitarlo, se asombró ante el lujo de su huésped. He aquí cómo lo describe Miranda: "Entre mis convidados, los hombres más enérgicos de la época, Bonaparte se mostraba abstraído, metido en sí; a las valerosas expresiones expuestas en la mesa, contestaba encogiéndose de hombros". Algún tiempo después dijo Bonaparte: "¡Miranda! Un Don Quijote, pero no está loco. ¡Ese atrevido tiene un fuego sagrado en el alma!" En estos dos juicios, sólo Napoleón mostró ser conocedor de hombres. Y ello es tanto más sorprendente cuanto que a Bonaparte, con su amor propio, le era más difícil que a Miranda elogiar a otro. El cuadro nos presenta a un hombre rebosante de salud, en su apogeo, al lado de otro más joven que, ardiendo en un fuego interno, no ha alcanzado aún el ápice de su gloria. La entrevista no tuvo consecuencia alguna. Miranda 72


MIRANDA EN LONDRES

fué considerado nuevamente como sospechoso, a causa de sus relaciones equívocas, y en 1 79 6, cuando el Directorio firmó el tratado con España, Miranda lo atacó con tanta violencia como Bolívar diez años más tarde a Napoleón. Célebre por sus hazañas y amistades, era más Peligroso que Bolívar; no le aconsejaron que huyera, pero lo prendieron de nuevo, y, comprometido en la conjuración contra el Directorio, trataron de deportarlo a Cayena. Entonces se escapó a Londres. Ya en dos ocasiones había procurado ganarse el apoyo inglés. Pero su cabeza magnífica, su aspecto sorprendente y tumultuoso alarmaron en seguida a los españoles de Londres. Pitt, cuyas relaciones con España eran entonces muy tirantes, recibió de Miranda, en 1 79 O, un proyecto encuadernado de tafilete verde, cuyo contenido era tan importante como el plan del conde de Aranda: un imperio que se extendiera desde el Mississipi hasta la Tierra del Fuego, exceptuando únicamente la Guayana; el soberano de él tendría el título de Inca; la constitución, muy inglesa en su forma, había previsto no obstante censores y ediles como los de la antigua Roma. Al parecer, Pitt se limitó a sonreír cerrando el libro verde. Pitt era el ministro de uno de los estados más poderosos, Miranda sólo el mensajero de una revolución aún por nacer. Pero aquellos eran tiempos de proyectos asombrosos y de asombrosas realizaciones, y, ahora, a los ocho años de su primera tentativa, al final de la Gran Revolución, el héroe de la libertad pudo proponer al mismo Pitt otro proyecto tan audaz como el anterior. A fin de arrancarle a España la América del Sur, quería estrechar los lazos de unión del mundo anglosajón, dividido antaño por enemistades, pero en la actualidad en buenos términos. Los americanos blancos debían ayudar a libertarse a los de color, y los ingleses reportarían de ello numerosas ventajas, puesto que estaban a punto de aliarse con los Estados Unidos, contra el Directorio. De ahí a la hostilidad declarada a España, no había sino un paso. Pitt, tan astuto como Miranda, jugaba a dos cartas: 73


DOBLE JUEGO

para librarse de las protestas del embajador de España contra este peligroso agitador, le aconsejó ocultar su presencia en Londres bajo un nombre supuesto. Además, temíase en el momento una invasión francesa y una insurrección en Irlanda. Pero, al mismo tiempo, recibió en secreto a Miranda y prestó su apoyo a los revolucionarios que hacían sus preparativos en Trinidad. La victoria de Nelson en Abukir modificó repentinamente la situación de Inglaterra, e inmediatamente los Estados Unidos se reconciliaron con Francia. Aquí, por primera vez, podemos notar cómo a miles de millas dependían los americanos defensores de la libertad, de las batallas, los intereses y las alianzas que debilitaban o fortalecían a las potencias europeas. Durante los treinta años venideros, hasta la indep,endencia total de la América del Sur, veremos constantemente reafirmarse esta subordinación a conveniencias en absoluto extrañas. Los hombres a quienes correspondía dominar tales reveses, amén de todos los demás, requerían nervios de acero y al mismo tiempo una naturaleza eminentemente flexible. Mejor aún que Bolívar, Miranda refleja en su destino personal el rápido variar de las cosas europeas. Mientras recibía fondos del servicio de Relaciones Exteriores en Londres, perdía sus bienes en Venezuela y en París. Hoy trata de granjearse al Primer Cónsul, mañana lo arrestarán en París a instancias del gobierno español, y luego se le permitirá volver a Londres, donde su amor apasionado por una semi-inglesa turba y exalta a la vez su existencia. Su salud siempre admirable y su alegría de vivir lo ayudan a sobreponerse a todas las vicisitudes, a pesar de irse acercando ya a los cincuenta años. Cuando fracasó en un quinto o sexto plan, Miranda, que había recibido muy poco dinero de Inglaterra para la revolución, se fué a América del Norte, donde se ganó la simpatía de Jefferson, quien cerró los ojos ante las actividades del extranjero. Miranda compró un solo barco, muy poco armamento, en verdad, para no ser rechazado por el fuego de los españoles a la primera ten74


tativa de desembarco en Venezuela, de suerte que, en la huida, hubo de tirar al mar hasta su artillería. Nueva expedición, sostenida en parte por los ingleses, llegada más favorable a Venezuela. Pero allí lo espera un golpe terrible. Cuando desembarca en Coro, en agosto de 1806, después de veinte años de preparativos, y fija proclamas en los muros incitando a sus compatriotas a reunírsele, reconoce en la actitud pasiva u hostil de los venezolanos que éstos en modo alguno desean la libertad. ¡Jacobino! ¡Revolucionario! —claman los ciudadanos ante la indignación de sus jefes españoles— ¡Vendido a los ingleses, quiere vendernos a todos nosotros!. . . Algunas naves caen en poder de los españoles y nadie viene en auxilio de los marinos y oficiales prisioneros cuando los ahorcan a todos. ¡Qué encontrados sentimientos agitaron a Miranda! ¿Conocería la opinión de Jefferson, a quien respetaba tanto, según la cual la América del Sur, con sus ignorantes y fanáticos pobladores, no podría conseguir la libertad sino gradualmente? Ahora palpaba lo que nunca había querido creer, entusiasmado con las hazañas de Washington: allá en el Norte, un pueblo casi enteramente blanco poseía suficiente madurez y tolerancia para arrancarle el poder a sus amos blancos... pero aquí, en el Sur, con sólo un veinticinco por ciento de blancos, y, a veces, un seis por ciento apenas, era imposible crear un nuevo mundo según las mismas concepciones. Anonadado por esta revelación, expulsado de la patria que había querido libertar, derrotado por sus propios compatriotas, Miranda volvió a Inglaterra, herido en lo más profundo de su corazón.

III Bolívar no tomó parte en estas empresas. Había regresado a Venezuela poco después del fracaso de Miranda. En Europa, durante un año, aunque en países distintos, vivieron no muy lejos uno del otro, pero entre ellos no


EL REGRESO DE BOL1VAR

se estableció relación alguna. Las consecuencias de la tentativa, como podía verlo a su alrededor, no eran para decidirlo a cumplir su juramento del Monte Sacro. Miranda fué ejecutado en efigie en la plaza principal de Caracas, y su proclama quemada por el verdugo .. . ; el movimiento revolucionario estaba extinguido, parecía imposible revivirlo. En Caracas, donde había constituido una especie de acontecimiento la llegada de Bolívar, procedente de los interesantes países de Europa, se le buscaba por su brillante conversación. Traía consigo a un mismo tiempo los bailes y las canciones de moda, contaba anécdotas sobre París, y asaltado naturalmente por las hermosas caraqueñas se convirtió bien pronto en un "magister elegantiae". Todas se creían capaces para decidirlo a casarse a pesar de su resolución ... pero ninguna consiguió el anillo, aunque cedieran, no obstante, muchas de las que le gustaron. ¿Podía acaso encontrarse otra distracción en la pequeña ciudad sólo de diez mil habitantes blancos? Al lado de aquellos hombres que en mangas de camisa subían las calles tortuosas y mal pavimentadas o discutían en las fondas, ¿cómo no evocar con nostalgia las brillantes tiendas del Palais Royal? Consagraba parte de su tiempo en unión de su hermano a solventar negocios allá en sus tierras, a una jornada a caballo de la ciudad. El joven, pródigo en París, no deja pasar nada en su país. Contra alguien que le niega un derecho de paso, emplea el siguiente tono: "Si la inaudita indulgencia con que toleré el atentado criminal que Vd. cometió contra mí el 24 de septiembre lo anima Trata, además, de introducir a insultarme de nuevo en sus posesiones nuevos métodos de cultivo, siguiendo los consejos de Humboldt; riega mediante acequias sus plantaciones de añil; pero todo ello en forma improvisada, tal como puede permitírselo un propietario acaudalado. Está en buenos términos con las autoridades españolas. Si el gobernador da una fiesta, Bolívar se cuenta entre los pocos criollos recibidos en ella. Pero un día, 76


ALREDEDOR DE LA MESA.. repentinamente, se levanta de la mesa, en medio de españoles representantes de la autoridad real, y, con gran espanto de todos los asistentes, brinda por la independencia de América. El gobernador le dirige una carta instándolo a permanecer algunos días en sus tierras. Era una orden muy cortés., El incidente nos muestra los secretos pensamientos de Bolívar, así como sus bruscos deseos de expresarlos en lugares inoportunos; al mismo tiempo, en la suavidad del castigo vemos cuánto se estimaba su rango y su buena reputación de súbdito leal. El gobernador, que oía rumores de todas partes, no ignoraba que en unión de sus amigos elaboraba teorías sobre la libertad de su país. Pues, cuando tras de una comida verdaderamente parisiense en casa de Bolívar el ilustrado Bello recitaba pasajes de Corneille o de Tácito, de acuerdo con las circunstancias, todos sabían que este mismo humanista se ganaba el pan como secretario del Capitán General. Sin embargo, tal vez este funcionario no haya sabido nunca que bien avanzada la noche, cuando ya dormían los esclavos, se hacía chacota con entera libertad de la sociedad española, tanto de aquí como de Madrid; que Ribas, joven idealista, citaba al pérfido Voltaire, y que el marqués del Toro o Montilla, oficial superior, pero criollo, pedía a su anfitrión el relato de sus aventuras en Castilla. Acalorándose por igual, estos herederos de pura sangre, cuyos abuelos siempre fueron leales, le referían a Bolívar, detalle por detalle, la tentativa de Miranda y los motivos de su fracaso. Mutuamente se enardecían así contra los déspotas. Sea como sea, lo cierto es que el gobernador envió un día a su hijo a casa de Bolívar, con una advertencia cortés: le parecía que allí se recibían demasiados visia. tantes. ¿Qué sucede en Europa? Napoleón, cuya estrella llegaba a su apogeo, había sometido a Prusia, depuesto al rey en Nápoles, al Papa en Roma, y echado de Lisboa a los Braganzas. Se acercaba entonces a España. En medio de terrible incerti-


LA SOMBRA DE NAPOLEON

dumbre, iban los sentimientos de Bolívar del temor al deseo. Como enemigo del poderío español, Napoleón era la esperanza de todos los americanos; como tirano, destructor de la libertad, había de inspirarle desconfianza a Bolívar; como genio, causarle envidia. El primer intento de Napoleón en América había fracasado; una parte de su ejército sucumbió en las islas, víctima de la fiebre y de la adversidad; tampoco tuvo buen éxito el enviado napoleónico a la Argentina, donde a la sazón era virrey un francés de nacimiento. Pero ahora, cuando tal vez se encontraba ya en España ¿qué le sería imposible? ¿No les impondría a las colonias, como rey de España, una dictadura igual a la que había implantado en toda Europa? ¿Serían los franceses, bajo Napoleón, más libres que los oprimidos pueblos de América? Nuevamente surgió ante la vista de Bolívar la cabeza del Emperador en el momento de ceñirse la corona. Esta imagen estaba grabada en lo profundo de su alma, tal vez precisamente porque no la había visto. Un día de julio de 1808, el gobernador mandó llamar al sabio Bello: había llegado de Trinidad un paquete de periódicos ingleses. Bello no le prestó atención durante dos días; después, cuando lo abrió, se enteró de que ni él mismo, ni el gobernador, ni todos los demás, eran ya funcionarios ni súbditos del rey Carlos. Tres meses antes, el príncipe heredero, Fernando, había destronado a su padre en Madrid, y a su vez fué destronado por Napoleón. La reina y su amante habían huido, José Bonaparte era rey de España y de las Indias. Conferencia con el gobernador: se decide tener todas estas noticias como falsas y, por lo tanto, ocultarlas al pueblo. Pero algunos días más tarde llega a La Guaira un barco cuyo pabellón tricolor indicaba su origen, dos oficiales franceses suben a la ciudad y anuncian solemnemente al gobernador, sirviéndoles Bello de intérprete, que América ya no pertenece a la dinastía de los Borbones sino a la de los Bonapartes. El gobernador, profundamente abatido, trata de ganar tiempo. La población, él lo sabe, es tradicionalmente fiel al rey; le será fácil, pues, darle

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¡VIVA EL REY BIEN AMADO!

la noticia y al mismo tiempo su interpretación. Pronto en la plaza y en la ciudad resuenan gritos de "¡Viva Fernando VII y muera Napoleón con sus franceses!". Estas gentes aun no conocen a su rey, pero lo quieren sencillamente por haber sido príncipe heredero. Gran manifestación hacia la catedral, banderas, estandartes, reunión del cabildo: todo por el rey Fernando y contra el rey José. Parten desilusionados los franceses; apenas si consiguen refugiarse en su navío. Un buque inglés trae noticias poco después: en todas las provincias no invadidas de España se han formado juntas contra Napoleón y a favor de Inglaterra. Ni siquiera entonces se constituye una junta en Caracas; casi todos esos liberales, si no todos, son fieles al rey: hasta en estos momentos, no quieren sino una constitución liberal, y sobre todo ¡nada de repúblicas! El sentimiento dinástico español embriaga pronto a toda la América. En Buenos Aires y en Montevideo, las municipalidades liberales, que hasta entonces se habían mostrado más o menos abiertamente descontentas, son ahora perfectamente leales, con la esperanza de obtener algunas libertades; los más astutos fingen lealtad. En todas partes se dicen misas por "nuestro Rey Católico", se reúnen millones de pesos y se envían a Sevilla; las mujeres dan sus alhajas, todo el mundo ostenta la escarapela española, cuya cinta roja lleva la inscripción dorada: ¡Venceré y moriré por mi rey Fernando! Sólo algunas ciudades, especialmente en Chile y en Méjico, muestran buena voluntad por Napoleón, y en Caracas mismo algunos hombres resueltos vislumbran una ocasión. Desde Londres, Miranda envía cartas incitadoras: cuenta cómo luchan franceses e ingleses, cómo España se encuentra sin gobierno; aboga por la rápida formación en todas partes de juntas soberanas y por que éstas envíen sin demora a Londres los documentos de su constitución; "pero, terminaba Miranda, ninguna ligereza que pueda complicarlo todo! ¡Unidad! ¡La división y la disensión serían la muerte de nuestros proyectos!" Bolívar fué uno de los primeros en darse cuenta de la 79


importancia del momento, leyó las cartas, escuchó los informes, y, como suele suceder a los hombres que se contienen durante largo tiempo, súbitamente se convirtió en el más radical de todos. Cuando un grupo de amigos suyos, campeones de la libertad, sin ocultarlo de nadie, se propusieron solicitar la autorización del capitán general para constituir una junta, Bolívar, según parece, se opuso a la idea de hacerle semejante concesión al gobierno español. Los otros redactaron un proyecto provisional para la formación de la Junta "mientras regresa al trono nuestro amado rey Fernando", pero Bolívar no lo firmó. A raíz de esto, los firmantes de la moción fueron arrestados y confinados en diferentes lugares del país, pero a los hermanos Bolívar no se les molestó, ya que sus nombres no figuraban en el documento: el capitán general se apoderó de los peces chicos y dejó en libertad al más peligroso. Sin embargo, por parte de Bolívar no había sido un ardid de guerra, sino la voluntad radical de un intransigente. En oposición a la mayoría de sus amigos, Bolívar rechazó todas las órdenes venidas de la España aún independiente. Nieto de viejos colonizadores enérgicos, no podía soportar la opresión de los ricos traficantes de azúcar ni de los barones del cobre que nunca sirvieron para nada y que, no obstante, influían aún en las juntas españolas y trataban de restringir los derechos comerciales de las colonias. Si declaran a las colonias una parte integrante de la monarquía, ¿por qué les prohiben formar sus propias juntas? Y si tienen derecho a enviar diputados a la junta central, ¿por qué sólo ha de ser uno por cada millón de americanos, cuando allá en España es uno por cada 50.000 electores? Bolívar hasta entonces no había manifestado públicamente ningún deseo, pero ahora lo pide todo para su país; aspira a la absoluta libertad y no puede querer mucho al "bien amado rey Fernando", a aquél a quien un día dió con el volante en la cabeza. Llegan noticias de nuevas victorias francesas y de la disolución de la última junta española. Napoleón prepara una flota gigantesca, primero para quitarles


MASAS CONSERVADORAS

Jamaica a los ingleses y después la costa oriental de América a los españoles. Quiere derrotar a Inglaterra aquí, al otro lado del Atlántico, y por esto el gobierno de Londres parece ahora dispuesto a conceder a las ciudades del litoral, mediante importantes garantías comerciaciales, el apoyo en vano solicitado por Miranda durante veinte años. Los pocos caraqueños ilustrados no estaban seguros de nada de esto; hasta las noticias de los grandes acontecimientos les llegaron con largo retraso. Muchos de los jefes liberales contribuían a mantener las masas en su habitual estado de apatía. Los cabildos, compuestos únicamente por aristócratas, abogados o notables de la localidad, con exclusión de la gente pobre o de color, podían persuadir fácilmente al pueblo de que el rey Fernando, prisionero en las mazmorras de Napoleón, cuando recuperase el poder otorgaría derechos y libertades a las colonias. Los raros iniciados callaban, sin duda, que el amado rey Fernando gozaba a sus anchas de espléndidas rentas y había felicitado a Napoleón por sus victorias, rogándole le confiriese el gran cordón de la nueva orden española fundada por el rey José. Pero desde el principio dificultó cualquier movimiento el carácter conservador de las gentes de color, quienes, como todos los esclavos y semiesclavos, prefirieron resueltamente el viejo amo que les garantizaba su seguridad a una incierta libertad. Mientras la América del Norte había conquistado rápidamente su libertad, porque la había exigido fogosamente una mayoría de colonos blancos, aquí una pequeña minoría blanca soportaba el peso de millones de gentes de color que continuamente la obligaba a caer de nuevo en la oscuridad del pasado. ¡Cómo decidir a un indio, bautizado por un capuchino en las selvas vírgenes del Orinoco, a ir hasta la ciudad y la costa a luchar por los Derechos del Hombre, cuando no sabe lo que son! ¡Cómo impulsar a los zambos del llano a sublevarse contra un gobierno que había hecho suboficiales o funcionarios a sus primos, y hasta les concedía el título de "don" a otros muchos que, gracias a la cría o

Bolívar-6.

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LLANEROS Y MUJERES

al abigeato, eran capaces de pagar algunos millares de reales! Ciertamente, existían otros clanes, principalmente el de los llaneros, verdaderos centauros, gente nómada habitante de las regiones cálidas, individuos profundamente acostumbrados a guerrear entre sí y, por consiguiente, dispuestos a seguir con entusiasmo a quien les ofreciera una lanza nueva y un uniforme de botones dorados. Éstos serán quienes, andando el tiempo, decidirán la suerte en las batallas. Pero ahora, cuando en pequeños grupos visitan la •ciudad, son muy mal recibidos por sus propios hermanos, llegados antes que ellos. Y en lo referente al bajo pueblo de las ciudades, a éste le era imposible concebir el derecho de voto, formado como estaba casi exclusivamente por los mulatos, los zambos, todo ese mestizaje de negros e indios, y por los negros esclavos; contentos los unos cuando a hurtadillas lograban algunas ventajas para mejorar las condiciones de su existencia; y tan sometidos los otros a su propia condición, que rara vez aspiraban a adquirir la libertad. Sólo existía, pues, una ínfima minoría de hombres deseosos de aprovechar con propósitos revolucionarios el estado de anarquía de la madre patria. Sin las mujeres, América nunca hubiera alcanzado su libertad. Muchos de los círculos, clubs y conjuraciones que entonces se formaron en América del Sur nacieron a impulsos de mujeres heroicas y apasionadas. Fueron ellas las primeras en llevar la sublevación a la calle, en lucir la banda revolucionaria, en cantar cantos patrióticos; más tarde, siguieron a sus maridos o a sus amantes a los campos de batalla, tan firmes a caballo como a pie, a veces con un niño al pecho, otras con pantalones de soldado: como en las viejas estampas. Bolívar, cuya vida discurría entre las mujeres, quizás al principio sufrió la sugestión de éstas, pero más tarde, con su carácter de don Juan, las llevó hacia adelante en los combates. Su juventud desbordada y su riqueza lo habían acostumbrado sin duda a seguir tales impulsos, pero, como joven filósofo y discípulo de Rousseau, al 82


mismo tiempo, no cesaba sin embargo de preguntarse qué debía hacer en semejante situación y de qué debía abstenerse. Ajeno por naturaleza a todo acto de violencia —la historia le enseñó más tarde la necesidad de la violencia-- trataba de actuar como moralista social y, en consecuencia, tomaba ppsiciones contra la esclavitud y contra todo orgullo de raza. Descubrió que este país no pertenecía a los españoles, ni tampoco a los criollos; que, hablando estrictamente, todos los blancos deberían volver a Europa y que, según Rousseau, los indígenas tenían hasta el derecho de matarle a él, como invasor. Para justificar su situación, análoga a la de los otros amos del país, invocó la antigüedad ... : a Eurípides, quien reconoció a los griegos el derecho de reinar sobre los bárbaros. Como noble de nacimiento y filósofo bien enseñado, admitió en esta medida la hegemonía de la cultura. Pero resolvió también guardarse de toda autocracia, ser justo y ponderado como Solón si algún día las cosas llegaban a depender de él. Y este conflicto elemental hubo de desconcertarle realmente mucho antes de lo que él se imaginaba entonces. IV La llegada a Caracas del Gobernador y Capitán General enviado por la nueva Junta española en 1809 comenzó a provocar la división. Emparan era un general español de clase noble, y Bolívar, lo mismo que sus amigos, conocían y aprobaban su anterior actuación en una provincia de Venezuela. La Junta había enviado al mismo tiempo al coronel Rodríguez del Toro, pariente de la mujer de Bolívar, en calidad de inspector de las -milicias; los tres habían mantenido en Madrid relaciones de amistad, pero como la juventud noble de Caracas quería la libertad del país y gobierno propio, muy pronto se llegó al conflicto. Emparan, deseando reconciliarse con sus antiguos camaradas, ahora radícales, los invitó a un banquete en el cual se hizo gala de mucha cortesía e ironía, pero a los postres Bolívar brindó explícitamente por la 83


AGIT ACION

libertad del Nuevo Mundo. Peco después, Emparan rechazó todas las tentativas para constituir una Junta venezolana, e hizo encarcelar a algunos de los agitadores. •r`Estamos en marzo de 1810. Los jefes libérales se han reunido en la casa de campo de Bolívar a planear una conspiración. Un célebre orador sagrado se adhiere a ellos, se recolectan armas para atacar al capitán general en la primera noche de abril y convocar en seguida la Junta. Traición. El gobernador ordena el arresto de los principales jefes de aquella conspiración y manda a Bolívar y a otros de sus amigos a retirarse a sus posesiones. Algunos días más tarde, éstos aparecen de nuevo en la calle principal de Caracas alardeando de su presencia. Otra vez noticias llegadas de Europa traen la solución de la crisis. Dos oficiales españoles, conocidos en el círculo de Bolívar, dan cuenta de la caída de Andalucía. Cádiz, la última fortaleza española, cayó en poder de los franceses; la Junta Central ha sido disuelta, lo cual quiere decir que América o es libre o es propiedad de Bonaparte. Por la capital y por el interior del país se difunde inmediatamente la noticia. La mayoría de los jefes se reúne en consejo durante la noche. Un centenar de hombres por todo. Es menester una solución para mañana Jueves Santo, día en que se celebra la fiesta de mayor pompa en el país. Repiques de campana, reunión del cabildo, procesión, gran afluencia de gentes a la plaza, frente al palacio del capitán general, pero éste tarda en presentarse en la sala capitular: incitado a convocar inmediatamente una junta que él mismo debe presidir, responde: "Después de los oficios". La tropa, la guardia de honor, podría arrestar a todos los conjurados. Los soldados obedecen todavía pero los oficiales no. La muchedumbre grita. Se ve obligado a volver a palacio, en vez de seguir a la catedral. En el Ayuntamiento se pronuncian frases inflamadas: "¡Ya no hay gobierno en España! ¡No queremos medidas a medias! ¡El gobierno debe componerse íntegramente de americanos! ¡Nuestro primer deber es destituir al gobernador!" Antes del mediodía, ya el gober84


invoLucioNAftios POR EL REY na dor ha dimitido. Una guardia de honor lo acompaña hasta La Guaira y se le permite embarcarse para España. "Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII", tal fué el nombre de la primera asamblea que se declaró constituyente en América del Sur. Cinco semanas después en Buenos Aires ocurrió lo mismo, y pasados algunos meses, también en toda la América española se producían idénticos movimientos, a excepción del Perú. Al cabo de trescientos años América sacudía la dominación española, como en un juego, sin efusión de sangre, aprovechando una vacante en el trono. Por esta razón, el juramento prestado por los primeros revolucionarios sudamericanos fué concebido en esta forma paradójica: "Juro al pueblo soberano verter mi sangre, hasta la última gota, por nuestra santa religión católica apostólica romana, por nuestro querido rey Fernando VII y por la libertad de la patria". A la Junta se le dió el tratamiento de "Alteza" y a veces hasta el de "Majestad". Los diputados se adjudicaron soberbios uniformes. La rapidez, la falta de preparación, la enorme resistencia desarrollada luego en el país, indican que las cadenas cayeron despedazadas de puro corroídas, y no rotas por alguien, y que aquellos a quienes ataban antes eran por mucho tiempo todavía incapaces de prescindir de ellas. Aquel día Bolívar se hallaba ausente de Caracas, así pues, no pudo concurrir a la reunión nocturna; quizás su antigua amistad con el gobernador lo impulsó a mantenerse alejado. Bello salió a buscarle; la noche siguiente llegó a caballo a la ciudad y para franquearse la entrada en la Junta le presentó al centinela un certificado de haber servido en la milicia desde la edad de trece años. El joven subteniente era muy conocido: en la línea correspondiente a los combates en que había tomado parte, ponía: ninguno. Más tarde, con una sola palabra "viudo" quedó señalada su suerte en el mismo papel. Algún tiempo después, la Junta, estimándolo por uno de los espíritus más avanzados, lo nombró coronel. Cuando entró en la sala, algunos de sus amigos hablaban con menosprecio de la multitud que invadía el recinto, Bolívar les reprochó su


MISION DE BOLIV AR A LONDRES

tono irónico, descubriéndose ante el primer signo de la nueva democraciz. El nombre de 3olívar no figuraba entre el de los miembros del Consejo de Estado elegido por la naciente república, a pesar de ser amigos suyos cuantos lo componían. ¿Se había negado? ¿No le habían ofrecido nada? Lo cierto es que ni tomó parte en la revolución ni entró como miembro del gobierno. Aceptó con alegría lo que le propusieron, una función para la cual parecía haber nacido: hicieron de él un diplomático importante de la nueva república, enviándolo a Londres como primer embajador. V En aquellos años la política inglesa estaba determinada por la hostilidad contra Napoleón. Los ingleses no podían considerar a España en dicho juego sino como un peón, y como otro a las colonias españolas. La ruina de España como potencia de primer orden habría sido un azar afortunado, si Napoleón no fuera el vencedor. Pero ni siquiera por esta circunstancia podía retardarse la decadencia del mayor imperio rival, y, como es de suponer que España bajo los Borbones no habría perdido sus colonias, Inglaterra tiene que agradecer a su enemigo Napoleón la mayor tranquilidad de que disfrutó durante el siglo XIX, y hasta su ascensión al rango de primera potencia mundial. Durante el interregno de José Bonaparte, Inglaterra no podía obtener sino ventajas discretas, de manera de no comprometerse para lo futuro. Se vió obligada a desempeñar un papel muy delicado armonizando con las diversas potencias; así lo demuestra una carta del ministro de Colonias en esta época, quien escribía al gobernador de la isla de Curaçao que Inglaterra debería disuadir a las colonias de su intento de separarse de España, mientras una parte de España estuviera en contra de Francia. -Si España sucumbe del todo, Inglaterra defendería a las colonias contra una España francesa. No podemos sostener a una parte de España contra otra,

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INGLATERRA

mientras ambas reconozcan al mismo rey y luchen contra el conquistador. Nos hallamos en una situación difícil, una negativa terminante pondría a las colonias españolas en contra nuestra, y una carencia total de dicha negativa irritaría a los españoles". Ciertamente, Inglaterra había firmado en 1809 un tratado mediante el cual prometía ayudar al destronado rey Fernando, pero al mismo tiempo procuraba intimidar a los españoles con los revolucionarios de Caracas y de Buenos Aires. Bloqueada por Napoleón, Inglaterra necesitaba procurarse mercancías por todas partes, y, por consiguiente, intensificar su comercio con América del Sur. Si ésta escapaba a la dominación española, perdía el comercio inglés. Los españoles se enfurecían con la proclamación de la independencia en las colonias y trataban de impedir que Inglaterra las ayudara. Pero a Inglaterra le era fácil invocar la fidelidad de las colonias al rey Fernando; desde las Antillas, prometía a los revolucionarios tropas y barcos. Esta promesa era un gran aliento para los estados nacientes, todavía vacilantes e incapaces de una unión efectiva y de restablecer la autoridad interior, e Inglaterra, a causa de lo confuso de su situación, se veía obligada, a pesar de todo su poderío, a contar con las jóvenes y débiles repúblicas de la América del Sur. Era, pues, de la mayor importancia lo que un embajador obtuviera en Londres, y se necesitaba un diplomático capaz de ganarse la confianza del gobierno inglés. El enviado oficialmente por Venezuela era de hecho el primer embajador de la América del Sur, la cual nunca había tenido representante en Europa, y éste representaba no sólo a su país, sino también a quince millones de hombres dispuestos a conquistar su libertad. A Bolívar se le escogió para este cargo, tomando en cuenta su conocimiento de muchos países e idiomas europeos, su dominio del trato social, y además, su fortuna personal, pues había de emprender el viaje a expensas propias. Como gran señor que era, dispuesto a llevar un tren espléndido y acostumbrado a la prodigalidad, no podía hacerse a la obligación de dar cuenta de cada chelín que gastase. En

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CON AMIGOS contra suya tenía su programa radical, su actitud exigente, siempre resuelta, y la imposibilidad de contentarse con las cosas a medias. A los veintisiete años, ignoraba lo que era obedecer. Acostumbrado a fundar su vida exterior en la riqueza, y su vida interior en una desmesurada exigencia para consigo mismo, poco dado a dejarse manejar por nadie, habría sido un diplomático muy singular, si gracias a una larga permanencia en el gran mundo no hubiera poseído aquel brillo en que tanto se complace la gente, sin percatarse de su falsedad. No sentía ningún respeto por sus comitentes. ¿Cómo osaba Roscio, como si estuvieran en la escuela, apuntarle a Bolívar preguntas y contestaciones, cuando la subordinación de éste no era sino de mera fórmula? Sus instrucciones eran una respuesta a la siguiente pregunta: "¿Bajo qué aspecto considera Caracas a la Metrópoli del Imperio Español y al Consejo de Regencia?" También se le prescribía una actitud digna y mesurada en el caso de encontrarse en la corte con el embajador de España. Sin embargo, Bolívar debía llevar a fondo y radicalmente las negociaciones, pues sus verdaderos propósitos no figuraban en las credenciales. Iba seguro de la entera fidelidad de sus dos secretarios: López Méndez y el poeta Bello, y, en realidad, ambos fueron casi los únicos que hasta el fin se mantuvieron adictos a Bolívar. Tal vez, durante la travesía, les haya dejado entrever su intención de llegar mucho más allá de los límites de la misión que le había encomendado el gobierno. En su país nadie debía ignorar que él quería la república y no al rey Fernando. Así, pues, el primer acto político de Bolívar adoptó una forma dramática, tal como conviene al genio. En lugar de limitarse a entregar las credenciales al ministro de Relaciones Exteriores y a presentarle a sus amigos, Bolívar, haciendo caso omiso de las instrucciones contenidas en los documentos, pronunció ante el ministro un patético discurso, del más puro estilo español, en el cual clamaba por la independencia total de su país, dejando pues completamente de lado al querido rey Fernando, 88


ENTRADA DRAMATICA

protegido de Inglaterra. Con frases inflamadas por el odio habló del yugo español. El ministro, muy conocido por su arrogancia, aprovechó la oportunidad para afianzar su doble política y deslumbrar al principiante con su superior actitud de hombre 11,, estado; respondiendo que le era imposible escuchar tales palabras sin protesta, que ellas se hallaban además en completa contradicción con las primeras frases de la carta que acababan de entregarle. Leyó en alta voz: "D. Fernando Séptimo Rey de España y de las Indias 8.0 y en su Real nombre la Suprema Junta Conservadora de sus Derechos en Venezuela... he venido en nombrar... al Caballero Coronel D. Simón de Bolívar... para que pasando a la Corte de Londres presente a S. M. 13. por medio de su Secretario de Estado la respeDespués añatuosa consideración de este Gobierno . dió con toda cortesía que le aconsejaba tanto a Bolívar como a su gobierno mantenerse perfectamente leales al rey, y que, partiendo de este punto, le sería muy grato hacer conocer sus peticiones. El gobierno no podría recibirlo oficialmente sino en presencia del embajador de España. La carrera de Bolívar principiaba pues con un paso en falso y una mortificación. Se encuentran incidentes semejantes en los comienzos de otros grandes hombres, quienes, libres de toda prevención, actúan contra toda regla, y chocan con la sociedad que los rodea. En la siguiente audiencia, Bolívar se mostró ya más hábil, y sus conclusiones escritas pedían únicamente ayuda contra Francia, enemigo común de Inglaterra y España; al mismo tiempo prometía a Inglaterra el trato de nación más favorecida, si le entregaba armas procedentes de las Antillas e importaba mercancías. En respuesta, el ministro le prometió ayuda contra Francia, en caso de necesitarla, y le aconsejó reconciliarse con el gobierno español. Puso a disposición de Venezuela un buque de guerra y dió a los embajadores seguridades de su buena voluntad en lo concerniente a abastecimientos procedentes de las Antillas. Los veinticinco años de esfuerzos por parte de las colonias, desde la época de los primeros revolucionarios, para


"THE LION" ganarse a Inglaterra a su causa, obtenían finalmente esta mezquina contestación. "-Mucho mayor éxito tuvo Bolívar en la corte. Un hijo del rey les sirvió de introductor, a él y a sus amigos, en las altas esferas londinenses. Era verano, y como Bolívar poseía el porte impecable de un lord, unido a la elegancia de un parisiense, como su rostro ovalado y sus ojos ardientes atraían a las damas, y era además jinete y esgrimidor consumado, tan interesante extranjero, a quien pronto todo el mundo llamaba el embajador de la América del Sur, fué objeto de la curiosidad general y de numerosas simpatías. En Hyde Park, en las carreras, en las fiestas más distinguidas, se le notaba en unión de sus amigos, y cuando aparecía en su palco de la Ópera los periódicos hablaban de él. Posaba para Gill, el discípulo más célebre de Reynolds, el pintor de moda en Chandler Street, donde los ricos ociosos tomaban su oporto por la mañana, esgrimían y boxeaban. Bolívar puso empeño en que en el retrato se leyera claramente la inscripción de su medalla de oro con cinta tricolor, que sin duda se había concedido a sí mismo: "No hay patria sin libertad>. El embajador de América del Sur parece que se divirtió admirablemente aquellas semanas, tanto con duquesas como con mujeres libres, puesto que veinte años más tarde distraía a sus auditores con el relato de "una aventura singular que le había sucedido en una casa de mujeres públicas, con una de ellas, de resulta de una equivocación que tuvo aquélla sobre sus intenciones". Lleno de envidia, el embajador de España mantenía un estrecho espionaje a su alrededor, y la Regencia, la Junta Central de España también lo atacaba, escribiendo a Londres que este titulado embajador no poseía mandato alguno y que, si el Ministerio inglés no estaba dispuesto a despedirlo, la Junta se abstendría de firmar ningún nuevo tratado con Inglaterra. Bolívar tuvo conocimiento de que este Rump Parliament español amenazaba con bloquear las costas de sus antiguas colonias. Escribió inmediatamente artículos anónimos pidiendo la intervención de Inglaterra. En la revista de mayor circu90


LOS PRINCIPIOS INGLESES

ladón apareció por instigación suya un artículo sobre el panamericanismo, y un llamamiento al rey de Inglaterra. Pero entre distracciones y propaganda, Bolívar, en los tres meses mal cumplidos de su estancia en Londres, aprendió algo para toda su vida. Vió con sus propios ojos, escuchó con sus propios oídos lo que era la constitución inglesa, y, como su naturaleza poética e imaginativa aprendía mejor en la vida que en los libros, semejante impresión se grabó profundamente en él y aportó a sus ideas sociales un modelo definitivo. Aquel rey y aquellos lores vigilados constantemente por el pueblo; aquel pueblo, cuyo voto influía en las grandes decisiones, pero que en los pequeños detalles estaba gobernado por una clase dirigente, todo esto transformó las ideas revolucionarias de Bolívar cuanto era posible en un aristócrata como él. Las tres constituciones redactadas por Bolívar se hallan influidas por la inglesa. Al mismo tiempo, vió allí por vez primera escuelas modernas, a los cuáqueros y sus silenciosos esfuerzos, conoció a Wilberforce, campeón de los esclavos y apóstol de su liberación, y todo ello en un medio distinguido, mucho más adecuado a sus nervios que el de los jacobinos. Jacobinos los había también. Bolívar encontró en Londres al más conspicuo representante del partido, a Miranda, quien llevaba varios años de residencia allí, frecuentando los círculos más diversos y considerado en su propio país como individuo peligroso fuera de toda ponderación. ¿No era acaso rojo y radical? ¿No se vió obligado a emprender una lamentable retirada, después de su prematura y nefasta intentona de cinco años atrás? A Bolívar se le había prevenido expresamente que se mantuviese alejado de Miranda. Pero, procediendo en contra de tales instrucciones, se exhibió en su compañía cuantas veces le vino en ganas. Miranda podía ser su padre, y Bolívar veneraba en él al hombre fuerte, hábil y valeroso, hijo de sus obras y también al único de sus compatriotas capaz de superarlo en el conocimiento del mundo. Si como rico heredero Bolívar respetaba en Miranda al brillante autodidacto, si como hijo de nobles, romántico y adorador de la gloria,


BOLIVAR Y MIRANDA

admiraba al gran aventurero, amigo de reyes y amante de reinas, al general célebre en Europa y en América, ¿no lo envidiaría también en cierto modo? ¿Se hallaría enteramente libre de celos? Al reconocer en Miranda cualidades y experiencias de las que él carecía, tal vez pudiera engreírse de las que poseía y le faltaban al otro; pero de esta circunstancia, aunque halagüeña para su amor propio, no se daban cuenta los demás. ¿Cuándo podría mostrar ante sus contemporáneos las dotes que sentía en sí mismo, aquella heterogeneidad, aquella superioridad de la cual había hablado antes a su amiga Fanny? El encuentro con Miranda debió, sin duda, afectar el atormentado corazón de Bolívar, sobre todo al tratar, por primera vez en su vida, en la casa de aquél, en Picadilly, a hombres empeñados activamente años y años en luchar por la libertad, la cual le había llegado a él, sin hacer nada por ella, como caída del cielo. No trabó conocimiento allí ni con duques, ni con lores, sino con hombres altamente independientes, astutos y enérgicos, que conocían la prisión política, poseían pasaportes falsos y documentos ilegales y cuya existencia no se apoyaba en nada consistente; el dinero y los títulos de Bolívar no los impresionaban en modo alguno; antes bien, comenzaban por mirarle frunciendo el entrecejo y preguntándose si realmente podrían fiarse de aquel joven aturdido. El odio de la embajada de España contra Miranda, su persecución por la policía secreta española, lo hizo más interesante a los ojos de Bolívar. Se le había puesto precio a su peligrosa cabeza en treinta mil pesos; pero Miranda exclamaba burlándose: "No basta para pagar mis deudas". Y mientras los españoles solicitaban del ministerio de Relaciones Exteriores la detención de Miranda, el ministro recibía en secreto a los amigos de éste, dejando luego divulgar el hecho, a fin de asustar a los españoles. Conocía las instrucciones de Bolívar mucho mejor de lo que éste hubiera deseado y calculaba las ventajas que obtendría Inglaterra jugando a dos cartas. Las relaciones de Bolívar con Miranda intimaron mucho en las últimas semanas y fueron decisivas para el porvenir de ambos; pero dificultaban realmente la misión 92


RESERVAS DE MIRANDA

del enviado de Venezuela, cuyas instrucciones, en lo referente a Miranda, decían expresamente: "Miranda, el general que fué de la Francia, maquinó contra los derechos de la monarquía que tratamos de conservar... Consecuentes en nuestra conducta debemos mirarlo como rebelado contra Fernando VII y bajo esta inteligencia, si estuviese en Londres o en otra parte de las escalas o recaladas de los comisionados de este nuevo Gobierno. y se acercase a ellos, sabrán tratarle como corresponde a estos principios y a la inmunidad del territorio donde se hallase: y si su actual situación pudiese contribuir de algún modo que sea decente a la Comisión, no será menospreciado". Esto obligaba a Bolívar a desempeñar un doble papel, análogo al del ministro inglés. Miranda también se encontraba ligado por ambas partes. Siendo el más célebre y antiguo campeón de la libertad americana, deseaba apasionadamente volver a su país, a cosechar los frutos del trabajo de toda su vida; pero, al mismo tiempo, se hallaba obligado en cierto modo con los ingleses quienes lo protegían contra las persecuciones españolas. Como nadie lo instaba a regresar, todo dependía de la actitud personal de Bolívar. Éste, fascinado por su genial compatriota, tomó para sí la responsabilidad de imponérselo a un país obtuso, a un gobierno indeciso. Sus razones personales se reforzaban con otras de orden práctico, pues veía en Miranda al gran capitán de que carecía su país para llevar a buen término la lucha contra España; y, al mismo tiempo, al principal campeón del programa radical que reclamaba la completa independencia, la verdadera república, y combatía a cuantos pretendían aún reconocer los derechos de la Junta española. Sí, realmente era el hombre necesario, el hombre de la visión histórica que excitaba la imaginación de Bolívar, el promotor de un nuevo y grande imperio, formado con todas las antiguas colonias; gobernado por un descendiente de los incas y por las instituciones de Roma. Bolívar resolvió llevarse a Miranda a su país. Todo esto hubo de despertar en Miranda simpatías por Bolívar, e hizo por él en realidad todo cuanto pudo,


ULTIMO VIAJE A AMERICA

dado que su poder era puramente espiritual; Gran Maestre de la logia americana a la cual se había afiliado Bolívar aun muy joven en Sevilla y en París, Miranda le unió a él para la empresa que los esperaba a ambos; se prestaron mutuamente un juramento místico, que hizo pasar del mundo patético al mundo de las realidades el de Bolívar en el Monte Sacro. Por fin, resolvieron no regresar juntos a la patria, sino separados por un breve intervalo de tiempo. Sin embargo, a pesar de esta activa colaboración, la amistad de Miranda por Bolívar no parece haber sido nunca muy profunda. Con su extraordinario pasado, ¿podía mirar sin cierto escepticismo a aquel joven y rico aristócrata, a quien el mismo novel gobierno que le había confiado su misión lo prevenía contra él? ¿No se crearía una íntima tensión entre naturalezas tan radicalmente distintas, cuando el nuevo y afortunado aficionado alcanzaba fácilmente lo que el viejo luchador había perseguido durante -veinte años, con riesgo de su vida, entre prisiones y destierros? Tal situación no podía dominarse, sino con una extremada tolerancia, y si ambos dieron prueba de ella en Londres, no era de suponer que se mantendría por mucho tiempo una libertad interior tan poco frecuente. Al embarcarse, despedido en el puerto por un centenar de personas, Bolívar hizo ondear sobre sí el pabellón inglés, pues sólo bajo su protección osaría forzar el bloqueo de Venezuela. Dejaba a sus colaboradores, López Méndez y Bello, en la morada londinense de Miranda, en calidad de secretarios provisionales, como un nuevo símbolo de su común actividad. Miranda lo siguió, dos semanas más tarde, el tiempo necesario para no verse detenido por órdenes contrarias del gobierno inglés. De éste sólo obtuvo seguridades verbales concernientes a la ayuda que tal vez prestarían las Antillas a su país, Aquellos dos hombres no podían prever los trágicos acontecimientos hacia los cuales habían hecho rumbo con pocos días de intervalo.

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Al regresar el embajador, lo recibieron con frialdad y censuras. No traía lo que todo el mundo esperaba, armas de Inglaterra, subsidios y tratados; en cambio, el hombre cuya llegada anunciaba era precisamente lo que no debía traer. No es extraño que las pretensiones radicales de Bolívar parecieran doblemente paradójicas a sus compatriotas, cuando el país, además de hallarse atemorizado por el bloqueo español, acababa de sufrir una importante derrota. El golpe de estado del Jueves Santo se supo en Cádiz a las cuatro semanas de ocurrido —los veleros efectuaban entonces muy rápidamente la travesía, los vapores de hoy emplean en ella la mitad de ese tiempo— e inmediatamente después de esta inesperada revolución, los españoles enviaron a un comisario que desde Puerto Rico actuó contra los patriotas, durante la ausencia de Bolívar. Al mismo tiempo, varias provincias y algunas ciudades lanzaron manifiestos "contra los infames de Caracas", y los gobernadores españoles de las Antillas promovían la contrarrevolución. Hasta en Caracas desapareció prontamente el entusiasmo. Los pacíficos burgueses se habían dejado arrastrar por el movimiento del Jueves Santo, y acusaban ahora a los jefes de haber privado al país, con su acto de violencia, de los nuevos derechos y de las modernas escuelas que proyectaba el gobierno de Cádiz. Todos se burlaban del derecho de voto recién instituído sobre la base de una absoluta igualdad, hasta para los indios salvajes, que ni sabían leer ni reclamaban libertad alguna. No causa asombro, pues, que con semejante resistencia interior fuese aniquilado por los españoles un ejército bisoño de cuatro mil hombres, la mayor parte de ellos armados de picas únicamente, y dirigido por un coronel que carecía por completo de experiencia: por un amigo de Bolívar, el marqués del Toro, quien, rodeado de una guardia de opereta, había atravesado los llanos seguido de servidores que en cofres enormes le llevaban su equipaje perso95


CRITICAS

nal. Bolívar desembarcó en Venezuela inmediatamente después de esta derrota. Al llegar supo la muerte de su hermano, ocurrida en el naufragio del velero cargado de máquinas y no de armas, a bordo del cual regresaba de su misión de embajador en Washington. Doblemente solo se halló Bolívar cuando volvió a esta América de donde ya nunca se ausentaría: a los veintisiete años había perdido a sus padres, a su esposa y a su hermano. Su correspondencia posterior con su hermana no denota ninguna intimidad. El encontrarse solo, sin las ataduras de los lazos familiares, lo incitó, sin duda, más y más a realizar su anhelo de hechos gloriosos. Nada hizo el estado para animarlo. Cuando anunció la próxima llegada de Miranda, sólo le respondieron con reproches. El cabildo, en cierto modo precursor de la Junta, ¿no había confirmado cuatro años antes la sentencia de muerte contra Miranda? Bolívar objetó que el país necesitaba de un general experimentado; su argumento surtió efecto, y, a instancias suyas, se fijaron en los muros carteles oficiales anunciando que el héroe de la libertad se encontraba ya en Curaçao, que pronto desembarcaría el verdadero salvador. .. Resentido, Bolívar se retiró algunos días después a sus posesiones. Como escribió más tarde su edecán: "Veía con dolor prepararse la tempestad que se cernía sobre su amada patria, y que no estaba en sus manos conjurarla, pues aunque ya había dado muestras de superioridad mental y de aquel genio activo y emprendedor que estaba destinado a ser tan fatal a la monarquía española, sus compatriotas temían la impetuosidad de su carácter, o, como a él mismo se lo oí decir, miraban sus proyectos como emanaciones de un cerebro delirante". Permaneció en sus tierras y allí tuvo tiempo de meditar sobre la democracia inglesa y sobre la falta de madurez de América. ¡Cuánto no. había aprendido en aquellos tres meses... ; mucho más que en los tres años de París! Sin embargo, todo lo que exponía o aconsejaba, lo encontraban inoportuno sus jefes y amigos. ¿Y por qué? Eran burgueses insignificantes, faltos de impulso, sin cultura la 96


LLEGADA DE MIRANDA

mayoría, medrosos ante una potencia mundial cuya debilidad no habían podido comprobar con sus propios ojos; pedían todo a otra potencia, porque ignoraban la doblez de sus móviles. Lo comenzado en Caracas no era sino una copia de lo hecho en Estados Unidos del Norte. ¿No veían que era imposible trasplantar al Sur el sistema federal con toda sencillez? Cuando convenía actuar como hombres de acción, pensaban como doctrinarios; cuando debían guiarse por un ideal, regateaban como pulperos. ¿Quizás Sur América no estaba aún suficientemente madura para comprender y amar los ideales del Viejo Continente? Cuando, de regreso a la patria, a bordo todavía, Bolívar manumitió a dos de sus negros, el hecho casi los dejó indiferentes y lo recibieron con su habitual apatía. La llegada de Miranda en enero de 1811 libró a Bolívar de su pesimismo y de su soledad. La población y la mayor parte de los gobernantes veían desconfiados la arribada del bergantín inglés. El retorno del viejo jacobino no representaba la tranquilidad que tanto les habían prometido, sino la guerra con España y la probable derrota. El alto clero se escandalizaba: iba a tener que saludar solemnemente a un francmasón excomulgado. Hubo no obstante recepción oficial y salvas de artillería en el puerto; algunos delegados con uniformes de fantasía subieron a bordo a saludar al hijo heroico de la patria. Miranda tenía cerca de sesenta años. De mediana estatura, con los brazos cruzados, se hallaba en la proa del navío. ¿Cuál era su indumentaria? Un vistoso uniforme azul, galoneado de ramazones doradas, alto tricornio sobre la peluca empolvada, un solo zarcillo de oro en la oreja, al cinto el curvo sable y espuelas de oro en las altas botas. Así se dirigió al encuentro de su amigo Bolívar, que lo esperaba en tierra. Abrazó al joven, elegante y esbelto, vestido de azul y gris, que sonreía, teniendo en la mano su fino sombrero. Esta vez fué Miranda el desilusionado. Tras de un soberbio banquete en casa de Bolívar, cuando al fin respondieron a sus primeras preguntas, el viejo general se enteró de que el ejército que venía a dirigir era absolutamente nulo. No encontró sino un montón inconexo


EL GENERAL Y EL JINETE

de tropas vencidas, sin armas y sin zapatos muchas de ellas, y, al parecer, ignorantes de la disciplina. Conocía los ejércitos de Federico y de Napoleón, y como deseaba implantar el espíritu de los jacobinos en el nuevo orden de su patria, se proponía constituír el primer ejército de ésta según los mejores modelos europeos. ¿Ignoraban todo aquello en el país de sus padres? ¡Qué aspecto el de estos oficiales venezolanos! ¡Pero cómo, si su amigo era uno de ellos! Cuando Bolívar se presentó como coronel, la ironía de Miranda se descargó sobre el joven; le gastó bromas sobre su elevada graduación, a la cual sin duda alguna no acompañaban los conocimientos que él había adquirido antaño con riesgo de su vida en los campos de batalla. Bolívar se sintió humillado. ¡Buena manera de darle gracias por haberlo traído! Le replicó, no obstante, que estaba dispuesto a servir como simple soldado, y, según ciertas fuentes, parece que realmente así lo hizo al principio. Pronto ocurrió entre ambos un choque más grave. Miranda, algún tiempo después, comenzó a adiestrar sus tropas según la usanza europea, mas había olvidado o no quería tomar en cuenta las aptitudes y costumbres de sus compatriotas. Los hostigaba sin descanso con maniobras y movimientos renovados, obligándolos a comer frugalmente y de pie durante el ejercicio, sin conceder a nadie tregua ni reposo, y predisponía a todos en contra suya, dándoles órdenes e imponiéndoles usos a que no estaban acostumbrados. Un día, durante la revista, divisó a un jinete que ejecutaba saltos y corría describiendo círculos, y oyó a los soldados aplaudir su habilidad. Esta falta de disciplina lo irritó e hizo llamar al jinete; era Bolívar. Le reprochó enérgicamente su actitud histriónica. Bolívar calló, sintiéndose herido. Conocía el apasionamiento de aquellos centauros de los llanos por la equitación y sabía que semejantes saltos y corvetas hacía que lo respetaran, presentándolo ante ellos como uno de los suyos y aún como mejor. Miranda, convertido en un europeo, no comprendió la sana intención de todo aquello y lo tuvo por vano alocamiento. ¡He aquí un conflicto simbólico! Estos dos hombres 98


PRIMER DISCURSO DE BOLIVAR

se estimaban mutuamente en el terreno de la política y, en este aspecto, habían creado mutuos lazos de amistad; pero se apartaron en los asuntos de la guerra, que el uno dominaba y el otro desconocía, pues el experto empleaba métodos extranjeros en el país, mientras el aficionado, por instinto, aplicaba los adecuados. Por el contrario, en política ambos estaban de acuerdo. Los dos ridiculizaron el lamentable congreso de todas las juntas del país; Miranda no asistió al principio y Bolívar guardó silencio en él. Dos meses antes de la llegada de Miranda, unos treinta nobles, eclesiásticos y oficiales, así como algunos tribunos populares, se habían reunido en un convento, entre imágenes piadosas y antiguos altares, y, prestando solemne juramento sobre los Santos Evangelios, fundaron el Cuerpo Conservador de los Derechos de Fernando VII para el sostenimiento del Poder de la Confederación Americana de Venezuela. Las juntas se daban mutuamente el título de Alteza, y emplearon largas sesiones en el debate de las fórmulas de tratamiento, evitando cuidadosamente pronunciar las palabras 'pueblo" y "república". Miranda que, de acuerdo con el ejemplo clásico, quería un Comité de Salud Pública, hubo de retirarse con los radicales a formar una "Sociedad Patriótica", cuyas sesiones nocturnas presidió, a modo de Danton. Allí solamente se celebró el aniversario de la primera revolución y allí pronunció Bolívar un apasionado discurso, del cual se conserva el siguiente fragmento: "Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera.. Que debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! Trescientos años de calma ¿no bastan? La Junta Patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe oír a la Junta Patriótica, centro de


DECLARACION DE LA INDEPENDENCIA

luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos": Este discurso, esta alusión a los tres siglos de dominación española, entusiasmó a la reunión hasta el punto de infundirle temor al Congreso y obligarlo a marchar adelante. La elección de Miranda en el Congreso y luego una traición que puso en poder de los españoles un proyecto militar inflamaron los espíritus de tal manera que un diputado osó al fin hablar contra el "Rey por la gracia de Dios" y fué aclamado por la muchedumbre que invadía constantemente el convento. Tres meses después de su constitución, el Congreso fué convocado a una gran sesión en una iglesia; bajo el sofocante calor de julio; muchos oradores discurrieron en favor de la independencia. Miranda anunció entonces una gran victoria de Massena en la Península y presagió que, muy en breve, tropas francesas y españolas, reunidas, desembarcarían en las costas americanas; cuarenta y un diputados se decidieron entonces a firmar el Acta de la Independencia de Venezuela, el 5 de Julio de 1811. Los colores escogidos por el propio Miranda, amarillo, azul y rojo, fueron adoptados como colores nacionales; hoy en día lo son aún. En la misma plaza donde habían ajusticiado a uno de los primeros campeones de la independencia, sus hijos izaron el estandarte de la libertad y las tropas prestaron juramento a la Asamblea Nacional. Sin embargo, un pueblo tan escasamente desarrollado no podía transformarse de pronto en una república moderna, como había sucedido en Francia. Era preciso hacer concesiones. Los combatientes por la libertad prestaban juramento en el estilo de Rousseau, y a la vez, para dar satisfacción al clero, juraban defender "el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María". Tan grande era la tolerancia —o el temor— que nadie osaba exigir un Estado de mentalidad radical. Si se suprimía la nobleza, todos los aristócratas criollos que no poseían la mentalidad de Bolívar se hubieran sentido agraviados, y mucho más si se acababa con la distinción de razas. En lugar del sufragio universal, se conce-

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LIMITES DE LA DEMOCRACIA

dió el voto solamente a los ciudadanos que tuvieran ciertas rentas, y la palabra "república" se silenciaba con tanto pudor como si hubiera sido alguna inconveniencia. Bolívar aprendió entonces muchas cosas de importancia para el porvenir. Vió por primera vez que las ideas de Rousseau y Montesquieu, tal como su maestro se las había enseñado, no podían trasladarse literalmente de la teoría a la realidad; que Caracas no era París; que un millón de llaneros, criadores en su mayor parte analfabetos, en nada se parecían a los campesinos franceses, y que los artesanos y esclavos de un pequeño estado colonial no eran los proletarios de las riberas del Sena. Comenzó a darse cuenta de que en un país bloqueado en el exterior y casi anárquico en el interior, era necesario restringir la tolerancia y obligar a los indecisos a reconocer, por la fuerza de las armas, la nueva forma de gobierno. En una palabra, presintió por primera vez los límites de la democracia en América, o, dicho de un modo abstracto, el combate del ideal con la realidad. Si el pueblo no tomó una parte efectiva en la construcción de esta república, lo mismo puede decirse de los dos únicos hombres que conocían los modelos por haberlos visto de cerca en Francia y en los Estados Unidos. Fueron los teorizantes del círculo, algunas docenas de abogados, quienes copiaron casi con puntos y comas la constitución de Filadelfia que, a su vez, se hallaba inspirada en el Contrato social y en el Espíritu de las leyes. Miranda y Bolívar, en unión de algunos amigos, fueron los únicos que vieron en seguida las cosas juiciosamente. En vano trataron de centralizar todo lo que se esparcía entre siete pequeños estados federados. En vano trataron de llamar la atención sobre la absoluta desigualdad de razas en el país: las consideradas como inferiores desde hacía siglos estaban habituadas a humillarse ante los criollos y a hundirse en el polvo ante los sacerdotes, y de repente iban a obtener la libertad, como si sus antepasados hubieran entonado la Marsellesa. Miranda, por manifestar tales ideas, se creó numerosos enemigos en el Congreso; y otros surgieron en el ejército a causa de sus burlas a propósito de la bisoñería de

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BAUTISMO DE FUEGO

las tropas. Sólo el temor ante los éxitos de los realistas en el Este y en el Norte determinó al Congreso a confiarle el alto mando, pero ni le obedeció el país por entero, ni aun siquiera el conjunto de su pequeño ejército. Cuando, tras de violentos combates dirigidos por él en persona, tomó a Valencia, que había quedado al margen del movimiento, casi fué acusado por sus enemigos en el Congreso. A pesar suyo, se licenciaron cuerpos de tropa poco gratos al partido del marqués del Toro, parieni e de Bolívar y general anteriormente derrotado. Desde ese momento, en 1811, la guerra de independencia se transformó en realidad en una guerra entre americanos, pues ningún partido quería entregar el gobierno al otro, y por desgracia, muy a menudo preferían que pasase el poder a manos de los españoles antes que a las de un compatriota. Esta guerra civil, con sus trece años de duración, ensombreció la vida y la obra de Bolívar. Amargó el principio de su carrera el antagonismo con su modelo y amigo, a quien él mismo había traído al país como a un salvador. Miranda aceptó el mando en jefe con la condición de que Bolívar no tuviese parte en él, y a su vez Bolívar sólo pedía permiso para combatir. El conflicto se resolvió de la única manera posible: con un heroísmo. En la batalla de Valencia, Bolívar ganó las espuelas que había llevado ya de niño en sus botas: en el asalto de un convento, punto estratégico, se comportó de un modo brillante y hasta decisivo, escapando de la muerte por milagro. Lo que el elegante jinete había hecho como por juego lo hacía en serio el oficial en el combate; sin transición dejaba una vida hasta entonces libre de peligros y corría al encuentro de la muerte. En tales circunstancias, quién diría si luchaba por un ideal o por la gloria. Lo cierto es que su conducta mereció la aprobación de Miranda, al ver por primera vez combatir al joven aristócrata, de cuyo grado se había burlado antes, y él mismo le devolvió sus galones de coronel. Así recibió Bolívar de Miranda el bautismo de soldado.

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EL TERREMOTO

Su bautismo de luchador lo recibió de la naturaleza. A los dos años justamente de haber ocurrido casi en silencio el primer motín revolucionario; el Jueves Santo de 1812, después del mediodía, un terremoto sacudió la mitad de Venezuela. En un instante diez mil personas, la cuarta parte de la población de Caracas, desapareció bajo los escombros. Sin volver siquiera la vista a las ruinas de su casa natal, cuyo primer piso se había derrumbado, Bolívar se lanzó a la calle, junto con algunos amigos, a luchar contra el pavor y la desesperación que dominaban a la ciudad, y a prestar auxilios a las víctimas, encargándose personalmente de los socorros. En la plaza, frente a su casa, en medio de una clamorosa muchedumbre, un fraile, desde lo alto de las ruinas, gritaba: "¡Sodoma y Gomorra I ¡De rodillas! ¡Ha llegado la hora de la venganza! ¡Habéis insultado la Majestad de un Rey virtuoso y el brazo de Dios cae sobre vuestras cabezas para castigaros!” Bolívar comprende el doble peligro, saca su espada, aparta al monje y grita a la multitud: "¡Si la Naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca!" Con esta grandiosa exclamación, a un tiempo titánica y política, surgida de pronto en medio de una situación trágica, entra Bolívar en la Historia. Se destaca en el colmo de su presencia de ánimo, de su valor y de su arrogancia, a la vez patético y práctico, como es propio del genio en la acción. En las semanas siguientes, las consecuencias del terremoto fueron realmente el factor decisivo de la guerra. Un capricho de la suerte libró de daños mayores la costa norte, por donde avanzaban los españoles, y a Valencia, favorables entonces a la causa del rey; aun en las regiones castigadas, las tropas españolas quedaron salvas. En cambio, gran número de cañones, almacenes y soldados republicanos se hallaban bajo los escombros. El pueblo supersticioso, y excitado por un clero fanático o astuto, tenía que ver en ello la intervención divina. Miles de


TROPAS DE MIRANDA

soldados se pasaron a los españoles, Valencia cayó en poder de los realistas, y el congreso y el gobierno, que habían trasladado su sede a aquella ciudad, regresaron a Caracas, arruinada por el terremoto; los espíritus se hallaban tan agitados como el suelo. En medio de tal confusión, el gobierno resolvió entregar el poder a un solo hombre. Miranda, el único general de experiencia, fué nombrado Dictador y Generalísimo de los ejércitos de tierra y mar de Venezuela, título demasiado sonoro para los escasos efectivos y medios de acción que comprendía. ¡Qué pensaría Miranda de aquellos tres o cuatro mil hombres, cuando le hablaban en la primavera de 1812 del cuarto de millón de soldados que Napoleón preparaba contra Rusia! Afortunadamente, Bolívar en aquellos momentos pudo reunir unos mil hombres... Miranda quizás no estuvo acertado en la formación de aquel pequeño ejército. Al preferir oficiales extranjeros, franceses sobre todo, se atrajo la hostilidad de los criollos, tanto más fácilmente cuanto que el celo por las distinciones exteriores es tal vez uno de los rasgos dominantes en el orgulloso carácter de estas gentes. Al dar la libertad a los esclavos, si se enrolaban por diez años en el ejército, se granjeó la mala voluntad de los ricos terratenientes, quienes comenzaron a armar sus propios negros contra la república. A estos mismos esclavos, que ayer no más debían disfrutar de los Derechos del Hombre, se les obligaba hoy a matar a sus hermanos. Si concedía a un pardo el grado de oficial, se ofendían los criollos. Entonces, por primera vez, se oyó el nombre del teniente Sucre, un muchacho de diecinueve años, hermoso como un san Juan, flamenco de origen y de rostro, que fué luego la figura más atractiva de las guerras de independencia. Con este pequeño ejército, demasiado colecticio, que constantemente obligaba a ejercitarse, según la costumbre de Federico el Grande, se propuso Miranda conquistar a Valencia, con la idea de someter todo el litoral. El punto de apoyo más importante para esta acción, la fortaleza de Puerto Cabello, quedó confiada a Bolívar.

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TRAICION

Quizás deseaba tenerla bajo el mando de uno de sus mejores oficiales; pero quizás también quería alejarlo del campo de batalla, y, como se hacía en la antigua Prusia, lo encargó de una misión sin interés. De todos modos, para Bolívar aquello fué como una desgracia. La guarnición y el acondicionamiento de la fortaleza eran insuficientes para custodiar los varios centenares de oficiales españoles prisioneros en ella. Según el testimonio de su edecán, Bolívar salió para Puerto Cabello "bajo la impresión del desagrado y de la dignidad ofendida". Mientras tanto, Miranda derrotó a los españoles, pero se replegó en seguida, manteniéndose a la defensiva. En aquel islote desierto, donde sólo prospera el cactus, transformado en un encierro de galeotes, a Bolívar no le faltaba tiempo para pensar en su amigo el Dictador. Podía fiarse de dos oficiales que mandaban el fortín y habitar en el pueblo en la casa del ayuntamiento. Durante las cálidas semanas del verano, se distraía con sus libros y un poco de música, y hacia la noche paseaba por el parque, unas veces en busca de fáciles aventuras de amor y otras pensando en la manera de abandonar aquella triste guarnición y entrar de nuevo al combate. Un mediodía escucha de pronto el estampido del cañón. A toda prisa se echa a la calle. Los disparos vienen del castillo. Trémulo de ira, ve con el catalejo a sus oficiales dirigir el fuego y en libertad los prisioneros españoles, sirviendo algunos de ellos las baterías. ¡Los suyos lo han traicionado! ¿Qué hacer? Reflexiona. Rápidamente reúne las pocas tropas que se encuentran en el pueblo, considera los medios disponibles para la resistencia. Todo será vano. Un cálido día de julio, con poca agua y pocas municiones. El parque y los aprovisionamientos están en el castillo. Ya aparecen a lo lejos tropas con el pabellón español, la traición es clara. Le envía a Miranda esta breve carta: "Primero de julio de 1812.— Mi General: Un oficial indigno del nombre de venezolano se ha apoderado, con los prisioneros, del Castillo de San Felipe, y está haciendo actualmente un fuego terrible sobre la ciudad. Si Vuestra Excelencia no ataca inmediatamente al enemigo por la retaguardia, esta plaza 105


DESALIENTO

es perdida. Yo la mantendré entre tanto todo lo posible.—Bolívar". Cuatro días después Miranda la recibe, cuando con sus oficiales y algunos civiles celebra el aniversario de la Independencia. Dándose cuenta de la importancia de la noticia, exclama: "Venezuela está herida en el corazón". El mismo día un ejército español se acerca a la plaza. Bolívar ha reunido 250 hombres y envía 200 contra el enemigo. No regresan sino siete. A los seis días de haber estallado la rebelión, Bolívar, con cinco oficiales y tres hombres, huye en un pequeño velero, hacia La Guaira. Al llegar a Caracas, le escribe a Miranda: . Yo hice mi deber, mi general, y si un soldado me hubiese quedado, con ése habría combatido al enemigo; si me abandonaron no fué por mi culpa..." Lleno de una especie de vergüenza me tomo la confianza de dirigir a Ud. el adjunto parte, apenas es una sombra de lo que realmente ha sucedido. Mi cabeza, mi corazón no están para nada. Así, suplico a Ud. me permita un intervalo de poquísimos días para ver si logro reponer mi espíritu en su temple ordinario. Después de haber perdido la última y mejor plaza del Estado, ¿cómo no he de estar alocado, mi general? ¡De gracia, no me obligue Ud. a verle la cara! Yo no soy culpable, pero soy desgraciado y basta. Soy de Ud. con la mayor consideración y respeto su apasionado súbdito y amigo Simón Bolívar". Esta carta, tan conmovedora a pesar de todas sus contradicciones, única en la historia militar, aunque no fuese sino por sus últimas frases, esconde más de lo que revela. Desde el punto de vista del servicio, Bolívar puede sentirse inocente; pero como hombre se considera culpable, precisamente porque no es oficial de carrera y porque su superior es a la vez su amigo y su crítico. Descender en la estimación de Miranda es intolerable para su natural orgullo, pero, al mismo tiempo, no dirige ningún reproche a su general, no le pregunta por qué no auxilió la fortaleza. En aquellos días, Bolívar ha debido sentir, respecto a Miranda, dudas muy semejantes a las que 46

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DESENGAÑOS DE MIRANDA

seguramente experimentaba Miranda respecto a él. El oficial, vencido a traición, estaba seguro de su inculpabilidad; pero no rehabilitado ante su superior, quien en ocasiones había desconfiado de él. Miranda veía imposible la victoria, perdida la plaza fuerte más importante, y pensaba que su subalterno, con una constante vigilancia, habría debido preservarla de cualquiera traición. Pero la cosa se complica aún más a causa de existir entre estos dos hombres una amistad política y una natural rivalidad. El coronel no quería ver al general, y sabía exactamente por qué le suplicaba que no lo obligara a presentarse ante él: una mirada cruzada entre ambos transformaría en odio el resto de la antigua amistad, se hubieran lanzado uno contra otro espada en mano, convencidos de que cada quién le había robado al otro su gloria, y no había lugar a que un tercero estableciese la paz. Pero no se encontraron. La tensión interior en cada uno fué creciendo hora tras hora. Como en el teatro, todo parecía preparado para la catástrofe.

VIII Miranda se confesaba vencido. De Nueva Granada, del Orinoco avanzaban los españoles. En las grandes haciendas ocurrían levantamientos de esclavos y degollaciones. El enemigo, dueño de casi todo el país, amenazaba la capital, y Monteverde, el afortunado general realista, se adueñaba de las abundantes municiones de Puerto Cabello. ¿Le era imposible a Miranda continuar la lucha contra el ejército español? Las posiciones de éste eran más ventajosas, pero sus tropas equivalían poco más o menos a las de Miranda, quien disponía aún de cinco mil hombres. ¿Por qué este ilustrado y valiente militar se rindió sin combatir? Se hallaba desengañado. Al cabo de muchos años de lucha apasionada, vivía por fin la hora de la libertad. La patria que había desconfiado de él, si no lo llamó, al menos lo acogió bien, y luego, en el momento de angustia, lo elevó a dictador. Ya pasado de sesenta años,


CAPITULACION

hubo de concluir su obra de político y comenzar la de soldado. Pero, al cabo de diez y ocho meses, no hallaba en torno suyo sino rostros desconfiados, mala voluntad, resistencia constante, imposible de quebrantar porque no tomaba la forma de un poderoso rival, sino la de tenebrosas figuras egoístas. A este invencible soldado no lo rindió el enemigo, sino la guerra civil efectiva y, aun más, la latente. Y ahora le había fallado el único hombre de quien todavía esperaba algo. ¿Dónde hallaría apoyo, si no podía descansar en Bolívar? En el curso de aquellos días, a raíz de un viaje a Caracas, quiso asesinarlo un oficial y casi por milagro escapó del atentado: hizo arrestar al culpable, es cierto; pero no evocó ningún ejemplo ilustre, sino se encerró en su casa, completamente solo. Cuando, doce días después de la caída de Puerto Cabello, oída la opinión de un consejo de guerra y del gobierno, Miranda resolvió entregarles el país a los españoles, ya no era sino un hombre deshecho. Se fió de la solemne promesa de Monteverde: éste se comprometía a no molestar a los jefes republicanos, a permitir la emigración a quien lo deseara y a respetar los bienes de los particulares. El azar quiso que el armisticio se concluyese en la casa de campo de Bolívar, de la cual éste se hallaba ausente. Aquello ocurrió bajo una impresión de temor tan grande, que los delegados, sin pedirle siquiera su consentimiento a Miranda, ofrecieron entregar todas las fortalezas al vencedor. Al día siguiente, Miranda se trasladó a.....La—Guaira a vigilar la partida de los patriotas, y dispuesto a embarcarse también. Los fugitivos estremecían la ciudad tumultuosamente. Bajo un calor agobiador, oficiales y mujeres erraban por la playa buscando barcos, barcos, barcos... El navío inglés en que dos años antes había regresado Bolívar se hallaba surto en la rada. Miranda, alojado en la morada de Casas, comandante de la plaza, que había ordenado cerrar el puerto, tenía derecho a fiarse del tratado firmado con los españoles, y quería evitar la fuga de centenares de personas arrastradas por el pánico. El capitán del buque inglés vino a pedirle la 108


ANTES DE LA PARTIDA DE MIRANDA

apertura del puerto; sin duda, le propuso a la vez tomarlo a bordo. Al mismo tiempo se dirigió a Miranda un comerciante, rogándole que aceptara su capital, unos veintidós mil pesos en efectivo, y que lo pusiera a salvo por su cuenta. El inglés, según parece, insistió para que se embarcara esa misma noche. No se sabe claramente cómo se desarrollaron los hechos. Lo cierto es que el capitán del pequeño bergantín recibió tres cofres para Miranda, o por lo menos los guardó en el puerto a su disposición. Miranda, se supone, intentaba dirigirse a Nueva Granada, donde la revolución aún era poderosa. Como no levantaría el viento hasta las diez de la mañana, Miranda, extenuado, durmió en casa del comandante, aplazando la resolución de sus asuntos. Bolívar acababa de pasar tres semanas terribles entre Caracas y el Puerto. Hasta el momento del armisticio, permaneció oculto para escapar a los españoles. Le era totalmente imposible influir sobre las negociaciones, aunque fuera solamente por no encontrarse con Miranda. ¡Qué tremendo golpe debió ser para él la noticia de la capitulación! La creía prematura, inútil; estaba aterrado, considerándose a sí mismo la causa inocente de la derrota. Dado su temperamento, podemos decir sin temor a equivocarnos que en aquel estado de ánimo no hubiera depuesto nunca las armas. Los pocos camaradas con quienes habló le confirmaron en sus sentimientos: en la desgracia, las enemistades contra Miranda se habían convertido en odio; muchos lo juzgaban traidor, diciéndolo vendido al enemigo. Bolívar jamás compartió esta última opinión, pero, como oficial, sí lo tenía por traidor, al haber entregado sin necesidad el país, y veía, además, aniquilados o ensombrecidos los anhelos de su juventud, sus más profundos deseos, la gloria, la libertad, el honor. Su resentimiento, inspirado por el patriotismo o por remordimientos de conciencia, se trocó súbitamente en odio. En aquel estado de desesperación, no se necesitaba de mayor cosa para impulsar ,a Bolívar a cometer una locura. El comandante le confió, y también a otros amigos, que Miranda, con mucho dinero encima, quería partir


MIENTRAS DUERME EL VENCIDO

al día siguiente a bordo del velero inglés, que la historia del comerciante era una impostura: sin duda era el precio de su traición, pagado por los españoles junto con su libertad a cambio de entregar el país a la esclavitud. Parece que se formó una especie de conspiración dirigida por el comandante, en cuya casa se reunieron ocho oficiales en un consejo de guerra nocturno; mientras dos puertas más allá dormía el hombre a quien iban a juzgar. Es la revolución, la anarquía. Nadie hay allí para juzgar al dictador que huye. Estos oficiales creen de su deber encargarse de ello... e inmediatamente; mañana, ya el traidor habrá partido. He aquí el principal argumento: si Miranda está persuadido de que Monteverde respetará sus compromisos, no tiene ninguna necesidad de preparar la fuga ; si no lo está ¿cómo entrega el ejército y el país en semejantes condiciones? Para completar la tragedia, Bolívar, justamente Bolívar, propone, con mayor ahinco que los demás, la condena de su amigo. De acuerdo con lo escrito por uno de los mejores testigos, se vanaglorió toda su vida de que la prisión de Miranda se debió exclusivamente a su actuación personal. Otro testigo afirma que Bolívar, según su propio relato, quiso matar a Miranda y que sus compañeros se lo impidieron. Las memorias de estos dos amigos íntimos de Bolívar nunca han sido puestas en duda. Bolívar y otros dos oficiales dan la orden de arresto. A las tres de la madrugada, penetran en la habitación de Miranda, de cuya puerta el comandante había hecho quitar los cerrojos el día anterior. -¿No es aún muy temprano?" —pregunta medio dormido. Bolívar se adelanta entonces y con una orden breve le pide su espada. Miranda toma la linterna que sostiene Soublette, y alumbrando la cara de los conjurados dice: "¡Bochinche... bochinche... esta gente no es capaz sino de bochinche!" Después, el general entrega su espada a un soldado que vigila la puerta y se deja conducir. ¡Cuántas veces escapó al enemigo! Ahora, sus amigos lo conducen a la muerte. Calla. Nadie habla hasta llegar a la prisión. Miranda sólo se detiene una vez para pedir un tabaco.

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EL ARRESTO DE MIRANDA

A la mañana siguiente, el general español ordenó cerrar el puerto. Detiene a cuantos se han distinguido en la revolución. En primer lugar, dispone el traslado de Miranda a Puerto Cabello, la fortaleza perdida por Bolívar, después a Puerto Rico, y dos años más tarde a una prisión de Cádiz, de horrenda fama, donde, encadenado al muro, murió al cabo de otros dos. En el curso de estos cuatro años, Miranda sin duda protestó, pero nunca se quejó. Llegó a conseguir que franquease los muros de su mazmorra un hermoso manifiesto dirigido contra los españoles. Sin embargo, un día otro prisionero le preguntó si sus cadenas eran muy pesadas, y respondió: "Menos que aquellas con que me encadenaron una noche en La Guaira". Su nombre se halla inscrito, junto con los de otros trescientos generales, en el Arco de Triunfo de París. En Caracas, su sepulcro se alza al lado del de Bolívar, pero sus cenizas no reposan allí; fué enterrado por los españoles 1). Bolívar consiguió llegar a Caracas, donde uno de sus amigos lo ocultó en su casa, pues figuraba a la cabeza en la lista de los proscritos. De esta época sólo se conserva de él una esquela dirigida a una desconocida amiga; al enviarle dinero, le escribía: "Estoy de prisa y quizás no podré verte: pues el honor y mi patria me llaman a su socorro .. ." En su escondite, se enteró de que habían enviado a España cargados de cadenas a ocho oficiales amigos suyos. Si era descubierto, le esperaba la misma suerte. Pero no podía permanecer perpetuamente oculto. Buscó un fiador de suficiente influencia, y lo halló en la persona de un viejo amigo de su familia, relacionado también con el dueño de la casa donde se ocultaba. Iturbe, noble español, puesto en antecedentes del secreto, se empeña en conseguirle un pasaporte. ¿Qué dirá este español a su general? ¿Qué motivo (1) El cenotafio de Miranda deja ver un ataúd semiabierto en espera de los restos del héroe. Su gloria es grande. Uno de los estados de Venezuela lleva su nombre.

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TERRIBLES INSTANTES

puede invocar para que dejen partir libremente al coronel Bolívar? Lo hizo fijarse en el servicio prestado entregando al más célebre de los enemigos de España, al rebelde perseguido desde hacía veinte años. Tres semanas después de la detención de Miranda, el español Iturbe introduce a Bolívar ante Monteverde en la Capitanía General. Según los relatos de Iturbe y Bolívar, tuvo lugar el diálogo siguiente: —"Aquí está el Comandante de Puerto Cabello, el señor don Simón Bolívar, por quien he ofrecido mi garantía: si a él toca alguna pena, yo la sufro; mi vida está por la suya". —"Está bien", contestó cortésmente Monteverde. "Se concede pasaporte al señor, en recompensa del servicio que ha hecho al rey con la prisión de Miranda". ¡Momento espantoso para Bolívar! Si protesta, arriesga su vida; si calla, sacrifica su honor. Sin vacilar responde en seguida: —"Había preso a Miranda para castigar un traidor a su patria, no para servir al rey-. Ya es cosa hecha: ante el representante real en la colonia, un jefe rebelde se declara hostil en sus obras al rey. En manos del verdugo de tantos camaradas suyos, pronuncia una última frase revolucionaria de desafío. Esto no había sido previsto en las conversaciones anteriores del intermediario. Ahora el general se halla libre de retirar su palabra. En efecto, hace señas al secretario de que no ponga el sello en el pasaporte ya listo. Pero Iturbe interviene de nuevo para salvar a su amigo: —"Vamos, no haga Ud. caso de este calavera. Déle Ud. el pasaporte y que se vaya". Poco después, el general escribió a la Regencia en Madrid que había enviado al rey un cierto número de aquellos "monstruos" culpables de todo este desdichado asunto de América del Sur. "Sin embargo, he tenido que tomar en consideración los servicios que debemos a Casas, Peña y Bolívar. Ha sido necesario respetar sus personas. Pero no he hecho entregar pasaporte para el extranjero más que al último, por estimar que su influen-

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PRIMER DESTIERRO

cia y sus relaciones podrían ser peligrosas en la presente situación". Así pues, en uno de los instantes de mayor peligro para él, Bolívar debió su salvación no solamente a un acto notable, sino a su vida mundana en Europa, a su cuna, a su riqueza, en una palabra, a lo que lo habían hecho la naturaleza y el temperamento, la herencia, la cultura y la pasión. Acompañado por algunos amigos, se embarcó al día siguiente en un velero español, bajo la protección de España, y en seguida arribó a la..isla de.Curacao, entonces en poder de los ingleses. Por primera vez, Bolívar se encontraba desterrado. En los diez y ocho años siguientes, se vió ensombrecido por otros tres exilios. Únicamente esta vez los españoles lo echaron del país. Las otras lo expulsaron sus compatriotas.

IX Por la playa estéril, bajo un calor infernal, un hombre vestido de gris y blanco avanza al paso lento de su caballo, como aquel que, sin rumbo fijo, para meditar mejor, se abandona a los suaves balanceos de su cabalgadura. En diversas ocasiones dijo Bolívar que la equitación y la danza le estimulaban el pensamiento, y quienes lo conocieron afirman que le era imposible estarse quieto. Más tarde, solía dictar meciéndose en la hamaca. Actualmente nada tiene que dictar. Con el pensamiento recorre los sucesos de las últimas semanas, los considera, los relaciona unos con otros. En el ocio de la soledad, el desterrado vuelve a vivir los terribles momentos pasados. Es a principios de septiembre, apenas dos meses después de la pérdida de Puerto Cabello. Bolívar había sido hasta entonces un hombre rico, y se acercaba ya a los treinta años sin haber recibido verdaderos golpes de la vida. Al cabo de algunos meses románticos, la muerte de su esposa rompió su único idilio, pero a la sazón sólo tenía diecinueve años, y únicamente más tarde le mostró el mundo sus seducciones


MEDITACIONES DE UN JINETE

y su hastío. Por un instante, padeció una especie de anhelo de grandeza, cuando, sobre las ruinas de la Roma antigua, juró ante su maestro consagrarse a la libertad de América. Fué como un pensamiento en el vacío: no tenía amigos, planes, ni conocimientos y ni siquiera obligaciones. Luego, cuando las cosas comenzaron a realizarse casi sin su auxilio, adquirió experiencia y verdadero interés por ellas. En Londres se inició en la carrera política y conoció allí a un compatriota suyo que lo impresionó vivamente. Después, presa de decepciones, herido su orgullo precisamente por aquel hombre mucho más avezado que él, su amor propio quedó insatisfecho, y, cuando sonaron los clarines de la hora decisiva, hubo de supeditar su inquietud a sus deberes de alcaide o carcelero, en una fortaleza donde le era imposible akar', zar la anhelada gloria. Cabalgando lentamente por la playa de una isla extranjera, al examinar su culpa, podía declararse inocente. ¿Qué jefe está protegido siempre contra la traición? Pero Bolívar poseía mucho espíritu filosófico, conocía muy bien la historia para dejar de ver el sentido simbólico de los acontecimientos. Si había sido la causa inocente de la catástrofe, si la fortaleza principal se perdió bajo su mando, debía al menos excusar a medias a su general y amigo de haber capitulado en situación tan precaria, sin voluntad de seguir combatiendo. Si hubiera tomado parte en el consejo de guerra que decidió la capitulación, quizás su pasión, su deseo de rehabilitarse defendiendo la causa de la Patria, arrastrara una vez más a los otros. Pero entonces hubo de esconderse para escapar al enemigo; proscrito por sus jefes, se proscribía a sí mismo ... mientras se decidía la sumisión del país; y, como un simple particular, hubo de someterse a la decisión. En esta situación verdaderamente novelesca, tuvo de pronto en su poder al amigo a quien primero había respetado, luego envidiado y finalmente considerado traidor, y por quien, a veces, sentía verdadero odio; lo tuvo en su poder cuando aquél iba a sufrir la mayor humillación de su vida de soldado: un armisticio que los

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POBREZA

espaííoies perjuros explotaron para satisfacer su venganza salvaje. Bolívar, reducido de pronto al silencio de un desterrado solitario, había de pensar que sin la pérdida de Puerto Cabello Miranda lo habría invitado seguramente a tomar parte en el consejo de guerra; quizá su opinión no prevaleciera, pero, viendo de cerca el abatimiento del general, nunca se hubiera sentido con valor de juzgarlo. Sin duda, embarcados juntos en el mismo bergantín, y escapando a la furia del enemigo, ahora estarían en esta isla o en las playas de Cartagena. En medio de una confusión tan trágica, donde se mezclan la culpa y el azar, las pasiones y el destino, el hombre consciente de su responsabilidad sucumbe si no es bastante fuerte para alcanzar un completo resurgimiento. Esta vez todos los acontecimientos concurrían a madurar el carácter de Bolívar por medio de una terrible prueba. Estaba pobre. Mimado desde la infancia, con todos los placeres venales a su alcance, rodeado de esclavos, caballos, en un tren espléndido, servido siempre por negros, la bolsa siempre llena, y gustando de vaciarla con prodigalidad en París o en Londres, seguro de que volvería a llenarse automáticamente, como un príncipe, como un millonario, habituado a la distancia a que los demás se colocaban ante su rango, y, ahora, tal como en un cuento, de pronto, se despertaba pobre, en una playa extraña. La cabalgadura se la había prestado su huésped, los arneses eran sencillos, y no llevaba dinero consigo. ¿Qué se hicieron sus sirvientes, sus edecanes? ¿Dónde estaban aquellos amigos con quienes pasaba las noches hablando de política, y obsequiándolos con su vino? ¿Dónde su mesa, las haciendas de sus padres, su casa de Caracas? Todo en manos del enemigo, quien, si le había concedido la vida y un pasaporte, jamás le restituiría sus bienes. A bordo, o al desembarcar, las autoridades le embar garon doce mil pesos que llevaba consigo: fué suerte, sin duda, pues, de otro modo, quizás se hubiera dirigido a Inglaterra y quién sabe cuándo habría vuelto a América. Por primera vez se veía obligado a contar solamen-


PRUEBAS

te consigo mismo, a no deberse sino a sí mismo su carrera, la gloria y hasta la vida, a probar seriamente su fuerza y su talento, con los cuales hasta entonces sólo había jugado. ¿No se sentiría por primera vez, dado su temperamento imaginativo al par que fatalista, llamado a realizar la gran misión, hasta aquel momento columbrada sólo como imágenes confusas? Era como para hacérselo creer así el singular encadenamiento de los últimos sucesos. Lo mostraban en su lógica, pues cuanto había recibido por herencia se oponía a su anhelo de gloria. Su alcurnia y su condición lo habían introducido ante el general vencedor, a quien debía odiar por ser funcionario del rey. Su rango y su fortuna fueron motivos de desconfianza para Miranda, a quien le había parecido un rico diletante empeñado en obtener un papel importante. Sólo cuando perdió todo esto y quedó reducido a sus fuerzas viriles y humanas, pudo Bolívar emprender el gran camino desde cuyo término lo llamaban sus sueños. A la incertidumbre de su existencia se añadía la inquietud de su conciencia: todo lo exhortaba a erguirse ante los ojos de la humanidad. Con el recuerdo del horrible instante en que el rey de España, por boca de Monteverde, le agradecía haberle entregado a Miranda, todos los instintos de su alma lo impulsaban a recuperar honra y gloria, y a restablecer su situación. Era preciso actuar. Y Bolívar actuó. Aquí, en la isla del proscrito, comenzó su obra. Y la preparó tan claramente, en medio de la pobreza y el abandono, que sus pasos y resoluciones de exilado fueron bastantes a iniciar definitivamente su desarrollo. Estaba casi solo. Ribas y Soublette tenían menos libertad de acción. También había allí otros exilados, pero no le eran de ninguna utilidad. Reconstruir su existencia, en lo interior sólo él mismo podía hacerlo; de fuera sólo un amigo de Caracas podía ayudarlo. A todas las dolorosas ironías de este período, se añade una nueva: el único hombre con quien contaba Bolívar en Venezuela era un español, Iturbe, el mismo a quien debía su libertad.

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EL ARISTOCRATA ARRUINADO

...Resulta que yo me hallo sin medio alguno para alimentar mi vida", le escribió, "...Aunque m; situación es tan triste como la pinto, no obstante conservo algunos amigos que me obsequian con urbanidad y con franqueza ; pero yo creo también que en tratándose de prestarme dinero, o de hacerme servicio de esta clase, temo, digo, que no obtendré nada de provecho, y más bien perderé hasta su amistad; porque amigos corno Ud. no los hay en el mundo Algunas líneas más abajo: "...ruego a Ud. con instancia se sirva obtener por cualquier medio algún dinero y se sirva mandármelo con la precaución posible..." "...Sin tener nada que hacer ni con Miranda ni con el antiguo gobierno, yo pago sus deudas y aún sus créditos. ¡Paciencial..." Dígame todo lo que se le ocurra, bueno o malo ... Si por allá llegaren algunos chismes contra mi conducta política o contra mis procedimientos, puede Ud. combatirlos con la seguridad de que son falsos. Esta advertencia la hago, no porque me ocurra que pueda suceder, sino porque tengo entendido que aquí hay muchos malquerientes de los hijos de Caracas que desean obtener favor del gobierno con delaciones". En otra carta le ruega cuidar de la fortuna proveniente de la herencia de su hermano Juan Vicente: "En una palabra, yo sé muy bien que Ud. hará por mis bienes lo que ha hecho por mi persona: quiere decir que Ud. los protegerá como si fuesen propios suyos, y quizás más aún, porque Ud. ama a sus amigos con preferencia a sí mismo, que es cuanto puede decirse... Yo me hallo armado de constancia y veo con desdén los tiros que me vienen de la fortuna. Sobre mi corazón no manda nadie más que mi conciencia: ésta se encuentra tranquila y así no le inquieta cosa alguna. ¿Qué importa tener o no tener cosas superfluas? Lo necesario nunca falta para alimentar la vida. Jamás se muere el hombre de necesidad en la Tierra. Jamás falta un amigo compasivo que nos socorra y el socorro de un amigo no puede ser nunca vergonzoso el recibirlo ... Amigo Iturbe: Ud. cuente con la amistad reconocida de Bolívar. Cuente Ud. que una época trae otra; y que los beneficios que se hacen hoy se reciben


PRIMER MANIFIESTO

mañana, porque Dios premia la virtud en este mundo mismo". Vemos aquí por primera vez a Bolívar manejarse con sentido práctico. Expresa su agradecimiento; pero también habla de los cambios de la suerte que invertirán luego los papeles de los dos hombres. Con un gesto caballeresco ofrece sus bienes, y se muestra además bastante astuto, pues como el censor español leerá sin duda su carta, niega cualquiera solidaridad suya con el gobierno de sus antiguos amigos. Como nunca ha conocido la pobreza, no sabe que millares de seres humanos mueren de miseria, porque no hallan ni amistad ni pan. Posee, en verdad, la fortaleza necesaria para despreciar el dinero; pero ahora, que está pobre, se siente conmovido si alguien lo trata sin cortesía. El espíritu del caballero del antiguo régimen palpita en estas líneas. Al mismo tiempo aparece el estadista. Éste busca a su situación un desenlace que no puede hallarse sino en la vuelta al combate. Si sus sentimientos lo impulsaban a restaurar el brillo de su gloria y su honor, manchados a los ojos de sus compatriotas, su razón encontró los medios de vencer, a pesar de todo, al poderoso enemigo. Lo que nunca hubiera comprendido Bolívar en la abundancia lo concibe en la adversidad. En esta playa extranjera, esbozó el plan de la libertad. Escribió un manifiesto a los habitantes de la Nueva Granada, cuyo puerto, Cartagena, tenía entonces un gobierno republicano. Decidió refugiarse allí y publicar su manifiesto. Este documento de doce hojas impresas contiene el proyecto de libertar a Venezuela, entrando por el país vecino, y aprovechando los recursos de éste: idea nueva y genial a todas luces, pues le propone a un país una expedición armada que entonces parecía absolutamente innecesaria. Comienza así: "Conciudadanos: Libertar a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela y redimir a ésta de la que padece son los objetos que me he propuesto en esta memoria... Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y 3olíticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que

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ANALISIS DE LA DERROTA

proclamó mí patria, he venido a seguir aquí los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos estados". Después de este preámbulo, expone las causas del derrumbamiento de Venezuela. En primer término, está el nefasto principio de la tolerancia presentado como una debilidad. En lugar de someter por la fuerza las ciudades rebeldes, la Junta Suprema las dejó en plena libertad, "fundando su política en los principios de humanidad mal entendida, que no autorizan a ningún gobierno para hacer por la fuerza libres a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos. Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados... La doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas de algunos escritores, que defienden la no residencia de facultad en nadie para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido éste en el delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar; porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia". "Igualmente hubo oposición decidida a levantar tropas veteranas y se establecieron innumerables cuerpos de milicias indisciplinadas. ¡Porque Grecia, Roma, Venecia, Génova, Suiza, Holanda y recientemente el Norte de América vencieron a sus contrarios sin auxilio de tropas mercenarias, no hacía falta aquí más nada, se decía, para conquistar la libertad! Pero hubiera sido necesario un pueblo disciplinado, ejercitado en la guerra, cualidades que nosotros estamos muy distantes de poseer". Bolívar señala el federalismo como segunda causa de la derrota. Es un sistema que emplea mal las fórmulas de los Derechos del Hombre y permite a cada miembro


NUEVO PLAN

gobernarse a sí mismo. Es menester una madurez política que nunca pudo desarrollarse bajo el despotismo; y, aun en un pueblo más maduro, es intolerable la lucha de los partidos durante una grave crisis. "Es preciso que el gobierno se identifique, por decirlo así, al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean. Si éstos son prósperos y serenos, él debe ser dulce y protector; pero si son calamitosos y turbulentos, él debe mostrarse terrible y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes ni constituciones, ínterin no se restablecen la felicidad y la paz... Las elecciones populares, hechas por los rústicos del campo y por los intrigantes moradores de las ciudades, añaden un obstáculo más a la práctica de la federación entre nosotros, porque los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente; y los otros, tan ambiciosos que todo lo convierten en facción... Por lo que jamás se vió en Venezuela una votación libre y acertada; lo que ponía el gobierno en manos de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales... Nuestra división, y no las armas españolas, nos tomó a la esclavitud". Después de escarnecer la manera como la Iglesia explotó el terremoto, pasa Bolívar de la crítica a la construcción: "La Nueva Granada ha visto sucumbir a Venezuela, por consiguiente debe evitar los escollos que han destrozado a aquélla. A este efecto presento como una medida indispensable para la seguridad de la Nueva Granada, la reconquista de Caracas. A primera vista parecerá este proyecto inconducente, costoso y quizás impracticable y señala el peligro de que a Nueva Granada le ocurra lo mismo que a Venezuela. "Es muy probable, dice, que al expirar la Península haya una prodigiosa emigración de hombres de todas clases, y particularmente de cardenales, arzobispos, obispos, canónigos y clérigos revolucionarios, capaces de subvertir no sólo nuestros tiernos y lánguidos Estados, sino de envolver el Nuevo Mundo entero en una espantosa anarquía . .. Levantarán quince o veinte mil hombres que disciplinarán pronta-

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IDEAL Y REALIDAD

mente con sus jefes, oficiales, sargentos, cabos y soldados veteranos". "Debemos considerar también el estado actual del enemigo, que se halla en una posición muy crítica, habiéndosele desertado la mayor parte de sus soldados criollos y teniendo al mismo tiempo que guarnecer las patrióticas ciudades de Caracas, Puerto Cabello, La Guaira, Barcelona, Cumaná y Margarita, en donde existen sus depósitos; sin que se atrevan a desamparar estas plazas, por temor de una insurrección general en el acto de separarse de ellas. De modo que no sería imposible que llegasen nuestras tropas hasta las puertas de Caracas, sin haber dado una batalla campal." "Es una cosa positiva que en cuanto nos presentemos en Venezuela se nos agregan millares de valerosos patriotas... Aprovechemos, pues, instantes tan propicios; no sea que los refuerzos que incesantemente deben llegar de España cambien absolutamente el aspecto de los negocios, y perdamos, quizá para siempre, la dichosa oportunidad de asegurar la suerte de estos Estados". Esta incitación a la reconquista de Venezuela termina con un párrafo de brillante retórica, de estilo semejante al del preámbulo. Lo sorprendente en este escrito es su absoluta sinceridad. Bolívar no formó parte del gobierno; podía denunciar sus errores. Miranda, es verdad, también lo hubiera podido hacer, pues durante un año, y de acuerdo con Bolívar, le dirigió reproches semejantes. Con espléndido candor Bolívar confiesa a un país extranjero los errores del suyo, sabe que la demagogia y las querellas de partido reinan aquí como allá. Un coronel vencido, de quien sólo queda el recuerdo de la pérdida de una plaza fuerte, un revolucionario cuya vida se debe únicamente a concesión de sus enemigos, levanta la voz contra su país. Junta la medicina que puede salvar al agonizante con la que ha de preservar de la misma crisis a otro. Traza de una vez el itinerario de su marcha para libertar a Venezuela, y todo esto In hace abiertamente, como habla el aficionado que conoce de instinto


el camino seguro y no requiere de la exactitud de las escuelas militares. Pero ¿qué se han hecho los ideales de su juventud y las enseñanzas de Robinson? ¿No ha leído y sabe de memoria cuanto Rousseau exige del hombre de Estado? "Quien trate de instruir a un pueblo debe sentirse bastante fuerte para transformar y fortificar la naturaleza humana en cada individuo". Hoy, al cabo de una experiencia de dos años solamente, Bolívar no pretende transformar a nadie, sino al contrario, suspender las leyes y la constitución, obligar a obedecer a los individuos y a las poblaciones disidentes. En verdad, su ideal es el de Rousseau, pero su método es español, pues opone a la dictadura otra dictadura. ¿Cómo explicar esta súbita y brutal conversión a la violencia? Bolívar ha descubierto en sí un soldado. Al convocar a los neogranadinos para una expedición sobre Venezuela, se ve a sí mismo al frente del ejército. Mientras existió Miranda, no se le hubiera ocurrido dárselas de general. Pero después de haberlo visto sucumbir a la fatiga, sin que otro general lo reemplazara, después de conocer el trabajo, durante su corta actuación en la guerra, se consideraba capaz de llevar un ejército a la victoria. Sabía .ya que, con pequeños ejércitos en América, sin caminos, por llanuras, bosques y montañas, el arte militar no puede aprenderse en libros, pues no es una ciencia, sino un complejo de audacia y previsión, de elementos que no se adquieren. Realmente, era un nuevo Napoleón que se abría camino con aquellos proyectos, y al pensamiento de pasar también otros Alpes para conquistar el país vecino se ha debido inflamar su corazón. Sólo veintinueve años tenía entonces. En aquel mes de noviembre de 1812 ¿conocería ya la leyenda de la fatal retirada de Rusia? En su imaginación romántica, herida a cada instante desde hacía seis años por la figura de Napoleón, ¿no se produciría una especie de sustitución de individuos? ¿No vería un recomienzo en América de las hazañas del Corso? Era imposible realizar su plan sin una marcha fabulosarnznte audaz, a la cual no convenían ejércitos ni batallas

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áb,


NO HAY PATRIA SIN LIBERTAD

regulares, y ello bastaba sin duda para seducir hondamente la imaginación de Bolívar. Transformarse en algo como capitán de partida debía parecerle al aristócrata despojado y expulsado el fantástico camino de la gloria. Todos los elementos de su carácter, los impulsos de su corazón ofendido, se animaban alegremente al concebir este plan. Vendió sus últimas joyas, a causa de las cuales diez años antes estuvo a punto de ser arrestado en Madrid. Tres meses después salió Bolívar de Curaçao y llegó a Cartagena. No llevaba consigo sino las hojas de un manifiesto que sólo se sustentaba en la resolución de su autor. El último objeto que había vendido fué aquella medalla de oro con que lo retrató el pintor dos años antes, durante el torbellino de su estancia en Londres. Sí, Bolívar vendió la inscripción dorada "No hay patria sin libertad", para llevar la libertad a su patria.



Hace cien años, para atravesar el viajero la América del Sur desde el ángulo noroeste hasta el Atlántico, había de pasar a caballo las gargantas de la Cordillera. Allí se elevan hasta 6000 metros páramos cubiertos de nieve; la transición del litoral fértil y del rico valle del Magdalena a los elevados glaciares es maravilla del explorador o del artista que recorra, como Humboldt, el Nuevo Mundo, y motivo de temor para el aventurero ávido de arrancarle sus riquezas. Entre uno y otro, el jefe de un ejército ocupa el punto medio, no se contenta con instruirse ni con adueñarse de los tesoros, sino pretende, por encima de todo esto, conquistar la tierra donde imprime la huella su caballo. A la verdad, nunca hubo conquista militar en estos países, pues los españoles los tomaron tras una débil resistencia de los indios, y no hay razón para hablar de verdadera guerra. Se tenía entonces la cordillera como la cadena de montañas más alta del mundo, y jamás un ejército había forzado su paso. Las primeras batallas en sus vertientes se libraron durante los dos años de la revolución. El Virreinato de Nueva Granada comprendía casi toda la Colombia de hoy, poco más o menos una extensión de tierras igual a la de Venezuela ; pero dos veces más poblada. Sus serranías, ricas en minerales, habían constituido un gran aliciente para la inmigración, y, si causas permanentes de su prosperidad, en una ocasión lo fueron también de su derrota, pues una mañana, en pleno


GUERRA ENTRE DOS CIUDADES

combate contra los españoles, el ejército granadino tomó por disparos de cañón el ruido de los derrumbes del glaciar, y creyendo que llegaban refuerzos al enemigo el general y su estado mayor huyeron despavoridos, abandonando armas y equipajes. A consecuencia de ello todo el sur del país, lo que es hoy el Ecuador, cayó de nuevo en poder de los realistas, quienes se sostuvieron allí diez años más. El hecho tiene visos de leyenda, pero en realidad ocurrió en 1812. Hoy, olvidados todos los acontecimientos de aquel año junto con los nombres de quienes tomaron parte en ellos, sólo se recuerda el del general Arre-dona, por haber huído ante el estrépito matinal de sus montañas. Los neogranadinos, más violentos que los venezolanos en sus querellas intestinas, habían comprometido la lucha por la independencia con la rivalidad de las ciudades. Entre dos de ellas el conflicto fué particularmente violento. Cuando en 1810 la orgullosa Santa. Fe de Bogotá, que se extiende al pie de las montañas, convocó un congreso, Cartagena, acentuando cualquiera rivalidad anterior, como siempre lo hacen los puertos con las ciudades del interior, los aventureros de orillas del mar con los tranquilos burgueses de tierra adentro, se declaró solemnemente independiente de todas las naciones del orbe. Una tercera ciudad se levantó contra aquellas dos, constituyéndose también en Estado, y acogiéndose a la elegante solución de reconocer al bien amado Fernando VII. Al mismo tiempo, el autor de la nueva Constitución se proclamó presidente. Mientras el país era presa de la anarquía y las dos provincias luchaban a cañonazos, los descontentos hallaban campo abierto para fanatizar las masas contra tecla libertad e incendiar aldeas en nombre del rey. Naves españolas llegadas a la costa septentrional de Venezuela y de Colombia enviaron tropas contra Caracas y contra Cartagena, y cuando se rendía el ejército de Miranda Cartagena se encontraba sitiada y amenazada por dos lados, al este por los .realistas de Santa...Marta, y al norte por los d,,,Q Panamá. Tal era su situación cuando llegaron

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UN JEFE, DE AVEN'rUEAS

centenares de fugitivos venezolanos, en busca de un postrer refugio. Bolívar no fué el único en acogerse a él. Pero sí el único que aportaba un plan. Su idea por sí sola no es lo prodigioso, ni lo es tampoco el estilo de su manifiesto, ni aún la audacia de su propósito, sino ello en conjunto. Serían para Bolívar todos los sufragios, si se le comparase en aquel momento inicial de su carrera con el general Bonaparte en el umbral de la suya: éste, en su tentativa de llegar a Milán a través de los Alpes, marchaba, como general en funciones regulares, a la cabeza de una expedición preparada por otros, en la cual, no cabe duda, emplearía sus fuerzas. Bolívar, en cambio, es un aventurero cuya primera y quizás mayor hazaña es concebir su plan, imponerlo a la opinión pública y comenzar a ejecutarlo aunque careciese de recursos para ello. Apenas contaba con un mínimo apoyo oficial. En Colombia, únicamente lo ayudó Torrices, el presidente de Cartagena, hombre más o menos de su misma edad, que comprendió el plan concebido por Bolívar en Curaçao, le facilitó medios para imprimirlo y repartirlo bajo el nombre de "Manifiesto de Cartagena", y le confirmó, y aun podría decirse le devolvió, su grado de coronel. En cambio, al comandante Labatut, francés de nacimiento, no le inspiró según parece más confianza que a Miranda; y en consecuencia, le asignó un puesto sin importancia y bastante alejado como para mantenerlo fuera de la acción decisiva, pero bastante cercano para no perderlo de vista. Allí debía Bolívar permanecer y esperar, pero quizás antes de salir de la ciudad se había entendido secretamente con el Presidente de Cartagena, favorable a su fantástico proyecto. En efecto, apenas llegó al Magdalena, a un...slip insignificante llamado Barrancas, compuesto de cal-arias de bambú, donde el sol y la tierra se enlazan en un abrazo ambiguo, como había dicho Humboldt, comenzó su marcha libertadora, aunque para ello sólo tenía doscientos hombres, mestizos de negro y de indio, armados y vestidos en tal forma, que las primeras tropas de Bonaparte comparadas con ellos podrían calificarse de guardia imperial. Sin seguridad de encontrar nuevas levas, sin caño-

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LOS PRIMEROS VOLUNTARIOS

nes y, finalmente, sin haber recibido orden, Bolívar, aventurero extranjero, derrotado y expulsado, por la Navidad de 1812, se puso en marcha para libertar a su patria, lanzándose en una prodigiosa aventura. Empresa romántica animada sólo por el ímpetu de un hombre ávido de gloria. A los treinta años, a consecuencia de duros reveses, acababa de perder interior y exteriormente cuanto servía para allanarle cualquiera dificultad en medio de las comodidades de su vida. Con .arta derrota —la suya en Puerto Cabello, principalmente, y después la del ejército venezolano— había concluido su carrera militar cuatro meses antes; con una rebelión la reanudó luego, pues el que el Presidente de la ciudad estado de Cartagena le hubiese concedido libertad para obrar en nada atenúa su insubordinación; desatendiendo las órdenes recibidas, se puso en marcha en vez de aguardar. Tiempo después, refiriéndose a los sucesos de esta época, confesó que el principio de su fortuna como guerrero había sido un acto de insubordinación. Bolívar conocía la debilidad de las posiciones españolas a orillas del Magdalena. Sus hombres, prácticos del río, impulsando sus bongos con las pértigas, en un continuo ir y venir, remontaron audazmente la corriente y llegaron sin ser vistos, a pesar de la claridad de la luna, hasta Tenerife, primer puesto español, donde sorprendieron y pusieron en fuga al enemigo y se adueñaron de lo que más falta les hacía: armas. La rapidez, la sorpresa, cuanto había de improvisado, desconcertante y subitáneo en aquellos primeros días redundó para la escasa partida en nuevo factor de éxito: el terror que inspiraban lo invisible y lo maravilloso. ¿Quién sería el comandante de aquellos canoeros, desnudos y silenciosos guerreros nocturnos? Cuando llegó algunos días más tarde a Mom_pox, trescientos voluntarios y veinte jóvenes de buena familia se alistaron en sus filas. ¡Ahora tenemos quinientos hombres! Estamos en capacidad de mantener fuerzas volantes, ahora estableceremos una especie de plan de campaña. Cuando los españoles huyen de El Banco, Bolívar los persigue al interior del

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EXITOS INESPERADOS

país, y con un combate victorioso, inaugura aquel año de 1813, igualmente grave en el destino de Europa. El 1 9 de enero triunfa en las riberas del Magdalena; el 8 de febrero, ya está en ()caña; salido apenas hace dos semanas, avanzaba con más rapidez que un posta, pero su fama avanzaba más rápidamente todavía, formando la leyenda de un nuevo ejército desconocido, al cual nadie podía creer tan poco numeroso. Una fuerza se levantó de pronto para abatir al enemigo: tres mil españoles han huído, la pequeña ciudad acoge cordialmente a su desconocido libertador. Mientras tanto, allá, en la costa, el general Labatut, un extranjero, pide la comparecencia de Bolívar, otro extranjero, ante un consejo de guerra, por haberse puesto en marcha, desobedeciendo las órdenes recibidas. Demasiado tarde: el éxito sonríe a la insubordinación. Pero he aquí que un tercero se atraviesa en el camino: el general español Correa con cinco mil hombres bien equipados marcha sobre---6úcuta, donde apenas hay doscientos para resistir. Bolívar siente en sí alentar un nuevo Bonaparte, y se arriesga a su primer acto político. Envía emisarios a los dos gobiernos rivales de Nueva Granada, entre los cuales se ha colocado con el avance de sus tropas, y anuncia a Cartagena al Norte y a Santa Fe al Sur que él está allí pronto a defender el país contra la invasión española. Una vez más solicita autorización para proceder, y una hora después de recibir el consentimiento del presidente de Cartagena emprende con sus quinientos hombres la marcha preparada desde hacía tanto tiempo. Deja el río, y en breve dejará también el país.

II Mas entre él y su patria se levantan las montañas. Al cabo de recorrer doce leguas de llanura desierta, llegan a las estribaciones de la cordillera; es en febrero, los cañones van a lomo de mula. Frente al grupo de aventureros, nativos de las ardientes sabanas, se levantan tupidas selvas vírgenes, se abren a veces profundos barran-


DESDE LO ALTO DE LOS MONTES

cos, sin puente alguno; la aridez y la tormenta los aguardan. A largos trechos, hallarán miserables chozas de indios, único indicio de presencia humana en aquellos parajes. Pero arriba, desde el somo de los montes, la mirada abarca valles profundos y florecientes praderas. Y allí se encuentra ahora el joven temerario, quien con un gi upo de hombres resueltos se ha arriesgad) en la empresa, sin órdenes, sin apoyo, sin conocimiento del oficio de soldado. A sus pies ve su patria, su verdadera patria. El país donde algunos años antes trató vanamente de implantar la libertad, y de donde huyó luego con un pasaporte español. La gente de abajo no sabe que un hombre pasa la frontera escalando la montaña fabulosa, como un salteador nocturno, y si supiese su nombre quizás pensaría que es un traidor ... Pero la fama de estos extraños soldados se esparce ya en los valles occidentales de Venezuela, con más rapidez de la que hubiera querido su jefe. Hasta ahora, como lo había previsto en el programa concebido en Curasao, su fantástico avance se efectuaba casi sin batallas. Pero, al descender de la montaña, choca con un compacto ejército español, y lo derrota cerca de Cúcuta, victoria debida sin duda más al impulso y a la pasión que a la estrategia. El enemigo le ha proporcionado gran número de cañones y de fusiles, y en la ciudad encuentra dinero. En un estilo napoleónico lanza su primera proclama, y con un gesto de joven vencedor pone al congreso de la Nueva Granada Meridional al corriente de sus actos y de sus decisiones. Confusión. El presidente del congreso en Tunja le da su aprobación; el del gobierno de Santa Fe parece asustarse al principio, pero todos se tranquilizan pronto, y hasta los tímidos se apresuran a unirse al vencedor. En este momento aparece su primer enemigo interior. El que avanzaba a su encuentro, el español, huye derrotado; pero el que marcha a su lado, el rival, le intercepta el camino. Por segunda vez, y con mayor crudeza, pues se halla en la brillante aurora de su vida, Bolívar siente lo que cuesta proceder ilegalmente y que esto es más grave aún cuando lo hace un extranjero. Los

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LA RIVALIDAD DE CASTILLO

poderosos de la Nueva Granada no le perdonarán jamás a un venezolano que los defienda. Otro jefe se presenta y parece dispuesto a apartarlo del camino de la gloria. El coronel Castillo, vástago de una antigua familia de Cartagena, revolucionario desde los comienzos del movimiento, había avanzado hacia el Sureste al par de Bolívar, y se encontró por otra vía con el ejército español invasor, pues Castillo, como granadino, era partidario de la defensiva, más bien que del ataque. Sus pensamientos y sus deseos tenían por límite, naturalmente, las fronteras de su patria. Un soldado extranjero recién llegado, que había derrotado a los españoles, debía granjearse aversiones tan pronto como franquease las montañas de su patria arrastrando las tropas granadinas a libertar a Venezuela. Además, experimentaba Castillo celos naturales, que fueron quizás el móvil más profundo de sus actos. Antes había estado en buenos términos con Bolívar, pero ahora, este extranjero, sin ejército, sin autoridad, sin autorización siquiera, llenaba con su nombre, desde hacía dos meses, los llanos, los valles y las ciudades, como el profeta que debe al ser extranjero una parte de su prestigio. Un auténtico general nativo del país, y además, mayor que Bolívar, ¿no debía sentirse un poco en ridículo ante los triunfos de éste? ¿Y podía hallar un argumento tan convincente para sí mismo y para los demás como el de que los venezolanos vencidos debían ser libertados si sus vecinos y hermanos, más capaces de resistir, iban a socorrerlos? Y tal fué la última oferta de Castillo. Pero nadie podía pretender que un general granadino dejase las tropas granadinas bajo las órdenes de un hombre cuyo país solicitaba el socorro de esas fuerzas. Las intrigas políticas se mezclan en el asunto. Como en el país existen tres gobiernos rivales, cada uno de ellos presenta su propio candidato. En verdad, los tres presidentes se. declaran por el oficial victorioso; pero los diputados, con sus conveniencias de pequeños burgueses, arrinconados entre sus partidos, el Estado y sus preocupaciones personales, disputan entre sí y retardan el avance, pues, valiéndose de la oportunidad, pretenden zanjar


INTRIGAS

la cuestión del poder en todo el país. Los escritos de Castillo los hacen pensar que las tropas de Bolívar van mal equipadas, que ciertas regiones, desprovistas de caminos, son inaccesibles y que, técnicamente, es imposible libertar a Venezuela partiendo del Oeste. No había pues, derecho a sacrificar las tropas a una "temeridad presuntuosa". Mientras tanto, el presidente de Cartagena vino en ayuda de Bolívar: concediéndole carta de ciudadanía neogranadina y nombrándolo general de brigada. Bolívar le da un sentido político a esta nueva situación y, como es poeta, una interpretación simbólica. Ciudadano también de un país rebelado contra los españoles al mismo tiempo que el suyo, ve el problema de la libertad ensancharse y convertirse en problema americano, como lo había columbrado desde su estada en Londres. La carta de naturalización y el grado de general le llegan cuando se halla exactamente en la frontera de los dos países, y sus ojos contemplan entonces la unidad interior. En su espíritu, la unión de los dos estados se funda en ese instante. Nace Colombia. En el estilo de Bonaparte joven y con sus puntos de retórica española, lanza esta proclama: "Soldados . . Vuestras armas libertadoras han venido hasta Venezuela .. . En menos de dos meses habéis terminado dos campañas y habéis comenzado una tercera que empieza aquí y debe concluir en el país que me dió la vida. Vosotros, fieles republicanos, marcharéis a redimir la cuna de la independencia colombiana, como las cruzadas libertaron a Jerusalén, cuna del Cristianismo ... El solo brillo de vuestras armas invictas hará desaparecer en los campos de Venezuela las bandas españolas como se disipan las tinieblas delante de los rayos del sol. La América entera espera su libertad y salvación de vosotros, impertérritos soldados de Cartagena y de la Unión ... Corred a colmaros de gloria adquiriéndoos el sublime renombre de Libertadores de Venezuela". Pero el poeta Bolívar nunca deja de ser político con profundo sentido real de las cosas. Desde la cabaña donde asienta su cuartel general, envía mensajes a todas


partes, comisiona a Ribas ante los presidentes rivales y dirige además cartas personales a cada diputado, para halagarlos y arrancarles al fin el consentimiento de continuar la expedición. Algunos diputados quieren conservar dos generales en el país y tratan de conciliarlo todo. Bolívar aguarda, tirando de la atadura, trémulo, como corcel ansioso de emprender la carrera. ¡Quiénes son para sujetarlo aquellos hombres! ¿Qué saben de los inmensos designios comenzados a surgir de un largo sueño en el espíritu del héroe? A Bolívar en este momento de su primera campaña lo animaban espléndidos pensamientos. Con tan poco esfuerzo ha realizado la primera parte de su empresa que todo le parece posible; el éxito de aquella hazaña, antes increíble, le deja ver claramente lo que, sin pruebas, se repetía en medio de su ociosidad en París: que era el elegido para esta misión. Luego comienzan a llegar de Caracas peores y peores noticias. Una conspiración, urdida por algunos jóvenes, ha enfurecido a Monteverde. Nadie está seguro allá. Bolívar quisiera precipitarse y se encuentra impedido de hacerlo. Toma una decisión: escribe a Castillo, su rival y causa de todos los obstáculos, afirmándole que con tal que se invada a Venezuela está dispuesto a entregarle el mando y a combatir a sus órdenes: "como me parece que es justo y muy conveniente . .. Sírvase Vd. contestarme por escrito o de palabra sobre este particular... No contesto a Vd. oficialmente sobre los cargos que me hace, porque el mayor Ricaurte me ha dicho que Vd. está pronto a transigir las diferencias que bien a mi pesar y sin mi participación han venido a turbarnos... Su verdadero amigo y compañero". Muchas veces repetirá Bolívar este gesto singular, inconcebible en otros capitanes, en Napoleón, por ejemplo. ¿Cuál es su significación? Es a la vez hábil y caballeresco. Esta manera de renunciar al poder y perdonar al enemigo denotan al gran señor y al mismo tiempo al discípulo de la antigüedad. De acuerdo con su edad y el estado de su espíritu, Bolívar lo repetirá más tarde, impulsado unas veces por el cansancio, otras veces por la filosofía. Pero en esta ocasión no parece sino la infla-


CONFUSA SITUACION

mada resolución de un hombre lanzándose sobre el objeto ansiado a cualquier precio. ¿Temería desprenderse de la gloria? No: es demasiado inteligente para no adivinar el efecto que un ofrecimiento tan noble, si fuese aceptado, habría de producir en un hombre educado a la española. Conoce también su prestigio en la tropa, y, además, la magnitud del territorio, donde cada quien puede ganar sus propias batallas. Hizo esta proposición en medio de circunstancias harto confusas. La condición única quedó claramente establecida: se trataba de Venezuela. Castillo supo también darle una apariencia objetiva a esta lucha de caracteres, apoyándose en las noticias de Venezuela, según las cuales el pueblo absolutamente no quería ser libre. Solicita la suspensión de la empresa y, en cuanto al mando del ejército, presenta la disyuntiva: él o yo. A Bolívar las fiebres y las deserciones lo constreñían a no desobedecer las órdenes recibidas, como lo había hecho tres meses antes, cuando sólo se trataba de lanzarse a una aventura. Todo iba oscureciéndose. Los españoles recuperaban parte de la costa septentrional de Nueva Granada y se hallaban en posibilidad de cortar la retirada a las tropas de Bolívar, si éstas avanzaban. Además, el mismo presidente de Cartagena las detiene, retardando el envío de quinientos hombres. Bolívar parece obligado a volver sobre sus pasos, a llegar hasta la capital para obtener nuevos poderes. ¿Habrá de perder en esto el impulso que da vida a toda la empresa? La lucha se acentúa rápidamente entre los dos rivales. Tiene una escena con un oficial de Castillo que, desobedeciéndole, se niega a marchar. Bolívar le grita: "Marche Vd. inmediatamente, no hay alternativa, marche Vd.: o Vd. me fusila o positivamente yo lo fusilo a Vd". Durante quince años este oficial no abandonará a Bolívar, lo seguirá animado de diversos sentimientos, amigo a veces, a veces rival y enemigo, y hasta en la hora de la muerte logrará herirlo en un duelo latente e infinitamente peligroso. Impaciente, dirige casi todos los días cartas a los dos gobiernos: "La suerte de la Nueva Granada está íntima-


mente ligada con la de Venezuela: si ésta continúa en cadenas, la primera las llevará también, porque la esclavitud es una gangrena que empieza por una parte, y si no se corta se comunica al todo, y perece el cuerpo entero ... ,. ...Yo me lisonjeé de que el cuerpo nacional que representa la soberanía del pueblo granadino no podrá ver con frialdad el deshonor y el infortunio de los habitantes de la Costa Firme". Al fin, hacia principios de mayo, al cabo de dos meses perdidos, Bolívar recibe del tercer gobierno la orden anhelada. Castillo había sido tibiamente acogido, pero no se puede decir si ello se debió a la idea de Bolívar o a una maniobra cualquiera en el seno de los partidos. El político que le dió libertad de acción fué un puro, Camilo Torres, uno de los pocos idealistas que participaban en aquellas disputas. Al soltarle las riendas al bridón impaciente cree posible señalarle término a su carrera: no debe penetrar demasiado en Venezuela, y ha de comprometerse, si conquista el país, a darle una organización federal y a obligarlo a costear los gastos de la expedición. Bolívar ríe, promete todo lo que quieren y parte.

111 La historia no se hace con cifras sino con grandeza. El ejército de libertadores, al emprender la marcha para independizar a América al cabo de diez años, contaba sólo con 500 hombres, 1.400 fusiles y 4 cañones con 5 proyectiles en total. Pero su capitán poseía el sentido del momento histórico. En estilo napoleónico termina su informe sobre la toma de una ciudad: "La contestación de este oficio la recibiré en Trujillo", y esta ciudad se encontraba al Noroeste, separada de él por la mitad de una provincia hostil. Durante su marcha forzada hacia este objetivo, pueblos y aldeas cayeron en sus manos; 600 voluntarios y 600 caballos aumentaron su ejército. Los españoles habían huído de casi todos los lugares y la muchedumbre

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AVANCE SIN COMBATES

aclamaba el paso de los libertadores. ¿El secreto del éxito? Se había esparcido el rumor del avance de un ejército. La disputa de los generales y de los gobiernos hizo suponer que los 500 aventureros eran una poderosa legión. Todo se desarrollaba como Bolívar lo había escrito en su manifiesto. Ganaba el terreno sin batallas, en ello residían su fuerza y su fortuna; porque, al comenzar, sólo contaba con su propia intuición. Dos años antes, de regreso de Europa, se hizo explicar el manejo de los cañones por el comandante del navío, y, con el asombro y el interés propio de un pasajero curioso, oyó por primera vez la explicación de la técnica del disparo. En realidad, Miranda, con su manera de dirigir las operaciones, lo había privado de adquirir experiencia militar. Así, pues, Bolívar se guiaba en esta ocasión por el valor personal de un caballero o de un esgrimista acostumbrado a desenvolverse en ambientes no bélicos. No le faltaba, pues, sino arrostrar como oficial los mayores peligros de la guerra. En cambio no conocía como Bonaparte, artillero y alumno de una escuela militar, las teorías estratégicas, e ignoraba esta ciencia hasta el momento de ponerse en marcha. Al lanzarse a su empresa contaba con las enseñanzas de sus primeros meses de mando, el poder sugestivo de su intento, y la falta de españoles, por lo menos al principio. En junio, cuando se presentó un verdadero combate, ya había aprendido lo necesario. Pero sí supo desarrollar inmediatamente, como Bonaparte joven, la energía política. Entró en Trujillo cuatro semanas después de su carta, exactamente el tiempo necesario para que lo alcanzara la contestación del presidente del congreso, permitiéndole continuar en sus victorias. De lo alto de su caballo, leyó en la plaza pública una proclama: "Venezolanos: Reuníos bajo las banderas de la Nueva Granada que tremolan ya en vuestros campos y que deben llenar de terror a los enemigos del nombre americano ¡Levantáos contra vuestros opresores!. . . ¡Varones, jóvenes, y hasta los niños si es posible, de uno y otro sexo, desplieguen su justo enojo contra los tiranos! Co-

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COMO BONAPARTE

rred a las armas, venezolanos todos, y hacéos dignos de la gloria que les espera a los libertadores de la patria". Era la primera llamada al pueblo en América. Como los frailes cada vez que podían predicaban lo contrario, en favor de España, fué también la primera separación, aunque no muy larga, entre la Iglesia y el Estado. Por sobre el poder de las armas, Bolívar poseía el de la palabra y conocía el arte de usarla. Desde el primer día de mando supo hacer un arma de ella. En cada pueblo donde entraba pronunciaba animadoras arengas y lanzaba proclamas. En esto se parece mucho a Napoleón, cuyas proclamas imitan todavía los demagogos de hoy, aunque son incapaces de dar una batalla. Muy adelantado se encontraba ya Bolívar en el país y en el éxito, para que Cartagena pudiese obligarlo a regresar. A las órdenes de detenerse, contestaba dando cuenta simplemente de su avance continuo: "Todas las tropas de la Nueva Granada, cuando han sido conducidas por sus generales, no han sufrido más que derrotas, mientras que el ejército que tengo el honor de dirigir ha salido victorioso en todos los encuentros". Es el lenguaje de un jefe arrastrado por la victoria y por la gloria, a quien ya nadie puede dictar órdenes. Una frase dicha a un oficial francés muestra cómo se sentía semejante a Bonaparte: "Hemos tenido nuestro Novi en la última campaña. En la próxima le toca a Marengo". En este estado de espíritu atravesó de nuevo los desfiladeros de la cordillera y derrotó a los españoles en un segundo combate. A la sazón ya tenía suficientes tropas y experiencia para dividir su ejército en tres cuerpos. La conquista de Venezuela constantemente le suministraba refuerzos, aunque de dudosa calidad. Se habían formado además cuerpos francos que se aprovechaban de la anarquía para combatir a los españoles. Muchos conocían la crueldad del vencedor, y habían de responderle luchando de una manera salvaje y desencadenada, extraña al carácter de Bolívar, quien nunca hasta entonces se vió en el caso de recurrir a esta clase de guerra. Bolívar recibió un día una carta escrita con sangre y una caja con las cabezas de dos degollados. Un jefe


DEGOLLACIONES

había puesto precio a las cabezas de los españoles, ofreciendo el grado de alférez por veinte de ellas, el de teniente por treinta, y por cincuenta el de capitán. Era joven, como la mayoría de sus soldados, hombre de no escaso talento, y hasta que lo prendieron y ejecutaron los realistas entró dondequiera a sangre y fuego; conducta ésta nunca aprobada por Bolívar. Poco después, Bolívar supo que el cuerpo franco dirigido por el aventurero italiano Bianchi bloqueaba el extremo noroeste de la costa, hacia Cumaná, y obligaba a Monteverde a replegarse a la capital. Sentimientos de alegría y de temor despertaron en su corazón, y al mismo tiempo que dirigía salutaciones de entusiasmo y aliento a su compañero de lucha escribía a un amigo suyo en Cartagena: "Temo que nuestros ilustres compañeros de armas de Cumaná y Barcelona liberten nuestra capital antes que nosotros lleguemos a dividir con ellos esta gloria, pero nosotros volaremos, y espero que ningún libertador pise las ruinas de Caracas primero que yo". Otros, pues, sin mostrar deseos de unirse a él, partían de sus pueblos a libertar al país con sus propios medios. Cuarenta y cinco jóvenes, armados de puñales, pistolas y fusiles, criollos que como Bolívar habían huído el año anterior a las islas vecinas, eligieron por jefe a Mariño, que tenía veinticinco años, y juraron solemnemente fidelidad a su jefe y a la libertad. Encontraremos a muchos de ellos luego, entre otros a Bermúdez y a Valdés, generales de la revolución. La historia le reprocha a Napoleón la muerte de los pestíferos de Jaffa y a Bolívar los prisioneros muertos por orden suya. Es un error: basta conocer los preliminares. Al que ha inaugurado un sistema de lucha, sea quien sea, siempre se le representa de dos modos distintos; lo mismo si se trata de las riñas en la escuela o de la última guerra mundial. Aquí la cuestión es fácil de resolver; sólo los españoles pudieron empezar, pues sólo ellos se habían mantenido en el poder durante siglos. Esta tradición española desde los tiempos de Pizarro, que hizo sacrificar miles de indios en el Perú, se expresa así: "Lo cruel no es matar, sino dejar vivir". Induda-

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CR UELDADES

blemente, los indios semisalvajes se hubieran mostrado tan inhumanos como las tropas de Su Majestad Católica, pero sólo en raras ocasiones pudieron dar rienda suelta a sus instintos. Los jefes de la revolución se colocaban claramente a más alto nivel que los españoles y los indios. Criollos en la mayoría y casi todos discípulos de Rousseau, dieron pruebas de humanitarismo con sus enemigos, de las cuales se arrepintieron amargamente más tarde. No existe documento alguno sobre atrocidades cometidas en el primer año de la República, pero todos los autores están de acuerdo respecto a las de los españoles al recobrar el poder. No las recordaremos; hombres y acontecimientos se han olvidado desde hace tiempo. Todas las narraciones, aun las escritas más tarde por españoles imparciales, están llenas de orejas, lenguas y narices cortadas a todos los habitantes de una aldea, de hombres a quienes se les desollaban las plantas de los pies y se les obligaba a andar sobre pedazos de vidrio, cajas llenas de orejas humanas distribuídas por los generales entre los soldados del rey para llevarlas como escarapela en el sombrero. Hubo general que gustaba de levantar pirámides de huesos, de coser los prisioneros uno con otro por la espalda, de destripar las mujeres embarazadas. Hubo también sacerdote que pidió desde el púlpito la muerte de todos los niños de más de siete años; otros imprimían con hierro candente iniciales en la frente de los prisioneros y los numeraban antes de matarlos. Si semejantes crueldades fueron cometidas las más de las veces por oficiales canarios y no por el general Monteverde, éste al menos no las ignoraba. Igualmente, leyó sin dar órdenes en contra el informe de un comandante español: "No hay más que no dejar con vida a ninguno de estos infames criollos... No debemos estar ni por Regencia, ni por Cortes, ni por Constitución, sino por nuestra seguridad y el exterminio de tanto insurgente y bandido". Al principio, Bolívar, opuesto a los procedimientos del bárbaro jefe que le envió las cabezas, dirigió al presidente de Nueva Granada una queja contra tales "locuras diabólicas", y no permitía ni el incendio de una granja;


GUERRA A MUERTE

pues política y moralmente estaba ligado todavía con los hombres que trataron de realizar a fuerza de paciencia y de reflexión lo que fundaron casi sin violencia. Mientras tanto, los errores de la primera revolución, tal como los había descrito en su manifiesto, le endurecieron suficientemente para resolverse al fin a aplicar la ley del talión. Durante el verano de 1813, en medio de esta campaña, se despojó de todos los principios que había admitido hasta entonces. Ante las atrocidades españolas, renovadas durante tres siglos, ordenó al principio un año de guerra a muerte, declarando de modo especial: "Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa, por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo, y castigado como traidor a la patria, y por consecuencia será irremisiblemente pasado por las armas... Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables". Bolívar, pensando siempre en su papel histórico, se dió cuenta de la importancia de este acto, y dirigió "A las Naciones del Mundo" una exposición de su idea mesurada de la guerra: "Pero instruidos de que el enemigo quitaba la vida a los prisioneros sin otro delito que ser defensores de la libertad, y darles el epíteto de insurgentes... resolvimos llevar la guerra a muerte perdonando solamente a los americanos, pues de otro modo era insuperable la ventaja de nuestros enemigos..." "Podríamos ser indulgentes con los cafres del África; pero los tiranos españoles, contra los más poderosos sentimientos del corazón, nos fuerzan a las represalias . Los jefes venezolanos no se lo dejaron decir dos veces. Uno hubo que lo había abandonado todo, simplemente para matar tantos españoles como pudiese. Éste provocó en duelo al más afamado de sus enemigos y lo obligó a huir. Después, destruyó una aldea entera por ser partidaria del otro. En fin, un general pasado de los españoles .a Bolívar dijo: "Yo los mataría a todos y me degollaría luego, para que no sobreviva ninguno de esa maldita raza". ¿Cómo contener y moderar una pasión

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COMPARACIONES ROMANTICAS

llegada a este grado de grotesca locura, sobre todo cuando los pillajes de la guerra y además el clima y el país; tienden a enardecer lo brutal de la sed de venganza?

IV A principios de agosto Bolívar había alcanzado su objeto. Frente a él se extendía cercana su ciudad natal. Un año antes, justamente, la había abandonado con un pasaporte de gracia. Por un atajo realmente fabuloso volvía ahora. Merced a su manifiesto, a una obediencia heroica y a osadas combinaciones políticas, obligó a un pueblo extranjero a suministrarle hombres y fondos para libertar su propio país. Además de las altas montañas divisorias de ambas comarcas, hubo de salvar terrenos llanos calcinados por el sol, de recorrer, en fin, la mitad de la mayor anchura de América del Sur, y ello con doscientos hombres al principio, seiscientos después y dos mil al cabo de la empresa. Con estas fuerzas había dispersado o hecho prisioneros a seis mil españoles. Seis meses antes, había salido de Cartagena en calidad de coronel extranjero. Al fin de esta campaña cumplió sus treinta años. ¿Dejaría• de pensar en Alejandro y en Napoleón cuando, recuperada aquella misma Valencia que había tomado ya una vez bajo Miranda, supo la llegada de dos parlamentarios del gobierno de Caracas? Monteverde, replegado sobre Puerto Cabello, desconoció la capitulación. Semejantes circunstancias despiertan, sin duda, en el espíritu de Bolívar comparaciones románticas. Aquella es la misma fortaleza que había perdido trece meses antes y aquél el mismo general a quien se había rendido Miranda. Pero ¿quiénes vienen como enviados del adversario? ¿A quiénes ha comisionado éste, deseoso sin duda de aplacar el ánimo de Bolívar? Son el marqués de Casa León y don Francisco Iturbe, los hombres que lo acogieron secretamente cuando se hallaba vencido y le procuraron un pasaporte del omnipotente Monteverde, en cuyas manos estaba su vida.

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ENTRADA A CARACAS

¡Qué hermosa ocasión para un gran señor! Todas las antiguas virtudes de las cuales el vencedor de ayer se había mofado las ostenta el de hoy, mostrándole a su rival y sobre todo a sus benefactores cómo sabe agradecer un noble criollo. Quizás también desea acabar por medio de la paz con todas las atrocidades a que la guerra lo ha constreñido. Promete dejar la espada a los oficiales españoles, dejar en libertad a todos los partidarios de España en el país, o permitirles abandonarlo con sus bienes. Bolívar escribió: "Para mostrar al universo que aun en medio de la victoria, los nobles americanos desprecian los agravios y dan ejemplos raros de moderación a los mismos enemigos que han violado el derecho de las gentes y hollado los tratados más solemnes". Bolívar, según se dice, lloró al entrar a Caracas al cabo de unos días. Este rasgo sorprendente despierta muchos pensamientos, sobre todo, cuando se sabe que la misma escena se repitió quince años después, en momentos en que Bolívar era muy dueño de sí. En verdad, era su ciudad natal y también su primer triunfo. El poeta de treinta años que, desde su adolescencia, exaltaba su pensamiento con la historia de los héroes antiguos, se veía en este cálido día de agosto entrar a caballo en la ciudad enguirnaldada y llena de arcos triunfales, en medio de repiques de campanas. Mas de pronto se detiene, pues en primera fila ha visto a Hipólita, su nodriza; la abraza llamándola padre y madre. Luego, en una revista a sus tropas, muestra al pueblo sus hombres con los vestidos destrozados, y una hermosa, en fin, le entrega un ramo de laurel. En esta escena de entusiasmo improvisado se ve transformado en César y en Don Juan al mismo tiempo. Bolívar, que asistió a la coronación de Napoleón en Milán, cuya alma tantas veces se había inflamado ante las representaciones de la historia, teniendo ante sí los símbolos de la gloria, sintió tal vez en ese momento lo pequeño de la realidad. Porque Venezuela era un país sin gran tradición, donde una tiranía de siglos y siglos permitió apenas un poco de historia local pero nunca la aparición de un héroe. La

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MEJOR QUE UNA CORONA

patria comenzaba realmente con Bolívar y sus amigos, y sólo sobre la lengua y la religión podía fundarse; lengua y religión recibidas precisamente de aquellos españoles execrados. Bolívar en su primer triunfo hubo, pues, de constituir por sí mismo su propia historia. En el país, en el pasado, no había modelo alguno; en el presente, ni poeta ni pensador que pudiese dar forma a la gloria. Quizás era él mismo también el hombre más poético del país. Su magnífico dominio de la palabra, junto con su estilo impetuoso y su elevada cultura, le sirvió entonces, tal como a Napoleón, para consolidar sus victorias en discursos y manifiestos. No, jamás sería emperador, pero retuvo para sí el título de Libertador, que Ie había conferido el pueblo de Mérida, y comenzó a usarlo aún antes de la entrada a Caracas, esperando recibirlo solemnemente más adelante. "El Libertador" para su gloria aquello valía más que una corona o un título de nobleza. Al encontrar, en el momento de su primera victoria, este nombre que conservó hasta la muerte, mostró tanta psicología como sentido de la historia y de la gloria. Y así como supo mejor que Miranda imponerse a los llaneros del ejército por su facultad de hombre de a caballo —su ejército se componía a la vez de blancos y pardos— se rodeó pronto de todos los símbolos que podían aparecer como señales de poder ante un pueblo de tradición española. Él mismo dibujó un brillante uniforme para su Estado Mayor; la Orden de los Libertadores de Venezuela, nueva Legión de Honor, recompensaba a los mejores, sin distinción de raza. Corno el jefe de los neogranadinos bajo sus órdenes había perecido poco antes en el combate, Bolívar, siguiendo el ejemplo francés, hizo inhumar su corazón encerrado en una urna de plata, entre solemnes ceremonias. En su proclama mencionaba las ciudades y los ríos libertados, se llamaba defensor del suelo patrio. A los presidentes de la Nueva Granada, con los cuales tuvo que forcejear, les escribía arrogantemente: "Tan lejos estuvo de ser aventurada, que no es posible haya una campaña más feliz: durante los tres meses que he hecho en la guerra en Venezuela, no he


ANTE LA ASAMBLEA

presentado acción que no haya sido ganada por nosotros, y de cada una de ellas he sacado todas las ventajas imaginables, logrando con la actividad y rapidez en las marchas desconcertar a los enemigos, al paso que el valor de mis tropas los aterraba-. V Pero el enemigo permanecía en el país. En el fondo, la capitulación era sólo un armisticio ventajoso. Los llaneros realistas, mientras tanto, avanzaban del Orinoco hacia el Norte, y en Puerto Cabello, donde llegó Bolívar pocos días después de su entrada a Caracas, Monteverde resistió el ataque y con su artillería le obligó a retirarse. ¡Cuánta amargura al fracasar por segunda vez ante esta fortaleza! Vuelto a Caracas, si como militar se hallaba detenido en su avance, descollando cada día más como político, dió curso a una labor en la cual muestra todo el brillo de su lozano idealismo, pues cuanto hizo como cuanto dejó de hacer son cosas poco frecuentes en el desarrollo de los acontecimientos humanos. Fijo siempre en la estrella de su gloria, durante esta primera época de su poder, encontró soluciones y fórmulas capaces por sí solas de inmortalizarlo. "Compatriotas": —exclama en la primera Asamblea Constituyente, compuesta por notables y eclesiásticos— "yo no he venido a oprimiros con mis armas vencedoras . .. Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria . .. Yo os suplico me eximáis de una carga superior a mis fuerzas. Elegid vuestros representantes. . . y contad con que las armas que han salvado la república protegerán siempre la libertad y la gloria nacional de Venezuela". Obligado a mandar provisionalmente como dictador, comienza por instituir la organización federal ; la juzgaba perjudicial, pero había prometido al congreso instaurarla. Después nombró tres ministros y llegó hasta proponer a uno de sus rivales para dictador: "Para el supremo poder hay ilustres ciudadanos" —dijo a la Asamblea— "que más que yo merecen


RIVALES INTERNOS

vuestros sufragios. El general Mariño, libertador del Oriente, ved ahí un bien digno jefe de dirigir vuestros destinos". A pesar de su triunfo, Bolívar, el Libertador, se hallaba lejos de poseer en aquella época una autoridad incontestada sobre el país. Cuanto había ocurrido unos meses antes con Castillo en Nueva Granada, donde él era extranjero, se repetía ahora en Venezuela con sus mismos compatriotas. Durante su campaña en el oeste, otros caudillos revolucionarios habían triunfado al este. Mariño tomó la plaza fuerte de Cumaná y conquistó toda la provincia, aun antes de la llegada de Bolívar a Caracas, y había sido proclamado dictador y generalísimo de Oriente. Bolívar, para elevarse sin guerra civil por encima de aquellos hombres más jóvenes que él, a quienes apenas conocía, tenía que recurrir al halago, pero Mariño no se dejó lisonjear con la concesión de la nueva Orden de los Libertadores, y continuó gobernando independientemente del recién constituído gobierno central. La primera T;v3 ntribución de guerra impuesta por Bolívar lo hizo tan impopular como la leva de tropas decretada inmediatamente después. Pero mayor hostilidad aún le atrajo el haber venido con ayuda y bajo las órdenes del extranjero, porque los venezolanos, al igual de los demás pueblos, no agradecían la libertad dada por otros. En medio de las tempestades que ensombrecieron el cielo de los días radiosos, Bolívar mostró por primera vez ante la historia una superioridad imposible de hallar en sus rivales. Con éstos y lo mismo con el enemigo, fué un perfecto político, sin pasión personal, y si no tuvo el buen suceso a causa de la astucia de los otros, sus designios eran, sin embargo, muy elevados. La unidad, en lugar de la división: tal era su anhelo cuando, bajo la presión de las tropas enemigas que avanzaban lentamente por el sur, escribía a Mariño: "Yo reitero de nuevo mis protestaciones, que me serán sagradas, de no conservar autoridad ninguna, aun aquella que me confieren los pueblos y mucho menos la de jefe supremo del estado ... Excepto el honor de batirme en el campo contra los enemigos de mi país... no ambiciono otro Bolívar-10,

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MATANZAS DE LOS PRISIONEROS

de la generosidad del gobierno que se constituya... Por premio de los sacrificios de V. E. y de las victorias con que han sido coronados, desearía que fuese el presidente de Venezuela quien... es, no hay duda, el más capaz de sostener la gloria de la nación". Pero Mariño carecía de magnanimidad. Quizás su obstinación causó la segunda derrota. En aquella situación, ¿de qué le servía a Bolívar llamar a las armas a todos los ciudadanos de 12 a 60 años en Caracas y en sus alre. dedores? Logró sólo atropar unos pocos miles de soldados. Cargaba con el impedimento de centenares de prisioneros, y era de temerse otra sublevación semejante a la de Puerto Cábello. Por esta razón, aunque en vano, le propuso a Monteverde siete veces el canje de prisioneros. Cuando el comandante del puerto de La Guaira le escribió que no podía responder por ellos, Bolívar le contestó: "Me impongo de las críticas circunstancias en que se encuentra esa plaza, con poca guarnición y un crecido número de presos. En su consecuencia, ordeno a V. S. que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna". Y así hallaron la muerte 870 hombres. No fué ésta ni la primera ni la mayor ejecución en masa ocurrida en Sur América. Acontecimientos semejantes también tuvieron lugar en otras regiones. Todo esto, consecuencia para Bolívar de una terrible necesidad, era en cambio únicamente pasión y crueldad para los caudillos que avanzaban contra él. "Nada es bueno ni malo en sí, dice Hamlet, sólo el pensamiento lo hace todo". El general Boyes, antiguo comerciante de ganado y cuatrero, había sido encarcelado por esto último durante la república. Su sed de venganza contra quienes lo humillaron no tenía límites. Era pequeño, regordete, con cuerpo de boxeador, de piel y cabellos rudos, perfil de ave de rapiña, sin frente, ojos grises, fríos y hundidos; su fuerza física y su desprecio de la muerte lo hacían el ídolo de los llaneros. Estos centauros se mantenían continuamente sobre sus caballos sin silla, y, después de pasar largos meses aislados en los terrenos inundados

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BOVES Y MORALES

durante la estación de lluvia, nada podían hallar tan agradable como una batalla desencadenada, entre la carrera de los caballos, el silbar de las lanzas y la degollina de los prisioneros. Su canto era: Sobre la yerba la palma sobre la palma los cielos, sobre mi caballo yo, y sobre yo mi sombrero. Combatían por la república o por España, ello dependía de una ofensa personal, de una venganza por satisfacer, de la casualidad, de la influencia de una mujer, de la importancia del sueldo, por manera que muchos de ellos cambiaron dos y tres veces de partido en las guerras civiles. La suerte de Bolívar solía depender del efecto de una arenga a un escuadrón amotinado; pero los llaneros permanecían fieles mucho tiempo a un verdadero jefe, a un Boyes, capaz de vanagloriarse de haber derribado trescientos enemigos en un día, a su segundo, el canario Morales, quien, si es posible, gustaba más del fuego que de la sangre. Este caudillo, había combatido al principio en las filas republicanas. Era el mayor incendiario de su tiempo; sin embargo, se hacía seguir siempre de un verdugo gigantesco. Entre ambos jefes lograron atropar cerca de tres mil llaneros, y, desarrollándose en guerrillas al norte del Orinoco, a fuerza de barbarie y de terror, recuperaron el territorio perdido por el pánico español.

VI Bolívar, a los treinta años, libertó su patria en una marcha triunfal, casi sin batallas; a los treinta y uno, la había perdido de nuevo. Poco duró esta conquista, y poco, dos años apenas, la primera República. Hay, pues, razones para atribuir lo precario y endeble de tales acontecimientos a circunstancias del tiempo o del lugar, del carácter del pueblo o del jefe. En el año trágico fxacaso; de 1814 se reunieron esos cuatro elemento 147 \ -., 1 1 ( í,, CT

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FUERZAS DE LA PASION

examinarlos es lo único que nos interesa, no enumerar las batallas ganadas o perdidas. Esperaban a Bolívar dolorosas experiencias, semejantes a las que deshicieron a Miranda: el enemigo, falto al principio de entusiasmo, a pesar de su franca superioridad en hombres y recursos, retrocederá ante el asalto del ejército libertador; pero se reconstituirá luego, al ver cómo los héroes populares se debilitan a fuerza de celos y luchas de partidos. Las vicisitudes de los gobernantes de Europa, quienes en estas luchas desempeñan el papel de los dioses invisibles en los combates de Homero, romperán injustamente el equilibrio. La extensión de las comarcas, la falta de caminos y, por consiguiente, de todo servicio de información, acrecentarán las dificultades para uniformar la acción, y, además, ciertos factores existe tes en el carácter de Bolívar crearán otros entorpecimientos. / A comienzos del año, Bolívar luchaba por su país; 7 pero animado de una tierna pasión por sus valles natales. Durante algunas semanas estableció su cuartel general en San Mateo, en los mismos campos, bajo los mismos árboles, donde había comenzado a escribir, a montar a caballo, a pensar, a soñar. En una gran batalla librada allí, se lanzó espada en mano a la cabeza de sus escasas tropas, y, en el momento decisivo, experimentó, según parece, tales y tan profundos sentimientos de piedad que arrastró a sus hombres a la victoria. Su brazo se puso al servicio de su espíritu romántico para defender a la vez su infancia y la felicidad de su amor. En esta ocasión como en muchas otras, debemos representarnos un cuerpo a cuerpo en forma primitiva, lanza en mano, a la bayoneta y hasta brazo a brazo. No abundan documentos sobre intervenciones personales de Bolívar en los combates, pero las circunstancias particulares de esta función de armas se oponen a lo aseverado por uno de sus oficiales, según lo cual Bolívar casi nunca entraba en la refriega. Si Mariño llega a tiempo con sus cuatro mil barceloneses, si el dictador de Oriente se sobrepone a sí mismo, como al cabo lo hizo en abril, ni Boyes habría amena-

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EMIGRACION DE 1814

zado a Caracas con sus hordas de caballería, ni los hermosos valles de Aragua se hubieran convertido en campos de batalla, ni tampoco se hubiera perdido la guerra. Bolívar, a pesar de todo, alcanzó aún una gran victoria; pero con el verano comenzaron las enfermedades, las deserciones, los alzamientos de esclavos, y, por último, cerca de San Carlos se libró una batalla que, mal dirigida por Mariño, arrastró a Bolívar en la derrota. Situación desesperada, emigración de la capital, leva de ciudadanos, incautación del oro y la plata de las iglesias. Boyes, jurador empedernido, ha jurado matar con sus propias manos a Bolívar; pero ¿qué son sus juramentos? En su avance contra Valencia jura perdonar a todos y ante la ciudad sitiada, mientras su capellán dice la misa, lo repite de manera de hacerse oír al otro lado de las trincheras. Tomada la ciudad, ofrece en la noche un baile de reconciliación, y, dando rienda suelta a su ferocidad, hace asesinar a todos los invitados. En la misma época, Mohamed Alí procedió del mismo modo en la ciudadela del Cairo. Si los músicos escaparon con vida en aquella ocasión, porque a Boyes le gustaba la música, ello no prueba que ésta mejore a los hombres. Aquel terrible caudillo murió poco después en una batalla. Bolívar, como Miranda, vió a Caracas perdida; pero no se rindió con su ejército. Cuando se retiró hacia Barcelona con sus últimos dos mil hombres, lo seguían treinta mil refugiados. Esta emigración de 1814, a través de la llanura desierta, abrasada por el sol de agosto, dejó miles de víctimas a lo largo del camino. De ella se conserva un recuerdo tan trágico como del terremoto, y ha debido parecerse a la retirada de los armenios al <desierto del Asia Menor, durante la Gran Guerra. En Caracas sólo quedaron algunos monjes y ancianos dispuestos a morir en sus casas y no en el camino. Bolívar, Mariño y los demás jefes, llegados por diversos caminos a Oriente, con el resto de las tropas, se reunieron en consejo de guerra y trasladaron parte de los efectivos a la isla de Margarita. Luego, hubo una disputa sobre el plan de operaciones y, naturalmente. acusaciones sobre las responsabilidades de la derrota. Allí


NUEVA FUGA

se encontraba Rivas, como siempre con su gorro frigio, gorro y cabeza que poco después serían expuestos en una jaula de hierro en el camino de La Guaira. Mariño proponía retirarse a la península de Güiria, pero mientras discutían, Bianchi huyó con el oro de las iglesias, y al perseguirlo y detenerlo adujo que aún le debían 40.000 pesos. Finalmente se contentó con la tercera parte. Hasta el oro, el tesoro de las iglesias, que los otros consideraban como robado, aparece en esta acusación, como si el espíritu de Miranda, desde el fondo de su mazmorra, quisiera tomar venganza, justamente a los dos años de la noche fatal de su prisión, y quizás hubiera arrastrado a la muerte a su amigo y enemigo, a Bolívar, si un italiano capitán de corsarios, Bianchi, no se presenta en ese momento y bajo la amenaza de los cañones de su nave logra llevarse a Bolívar y a Mariño, los dos generales vencidos. ¡Cuántos pensamientos y cuántos sentimientos agitarían a Bolívar al navegar con su camarada a bordo de una embarcación extranjera, vencido otra vez, pero ahora toda la responsabilidad es suya! Huye de nuevo a Curaçao y abandonará luego la isla. ¿Adónde irá? Una vez más seguirá la costa noroeste, rumbo a Cartagena. Porque Nueva Granada, con su costa cercana, era el único punto firme de donde Bolívar, extranjero, podía de nuevo conquistar su patria.

VII ¿Qué sucedía en Europa? La caída de Napoleón, en abril de 1814, desquició las esperanzas de Bolívar. Durante los años transcurridos desde la proclamación de la república en Venezuela, sin intervenir y sin que se pudiera contar con él, el emperador había manifestado un interés variable por este país animándolo en diversas ocasiones y protegiéndolo con su autoridad. Siempre había sostenido como condición previa una absoluta separación de Inglaterra. La simpatía de Napoleón llegó a influir en la actitud de los Estados Uni-

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CAMBIOS EN EUROPA

dos, los cuales juzgaban al principio su alianza con España más importante que la problemática libertad de los nuevos estados de Sur América. Bajo la presión de Francia, que los apoyaba en la adquisición de la Florida, y habiéndose agravado la tensión con Inglaterra en la época de Madison, los Estados Unidos se declararon dispuestos a reconocer la América del Sur y a comunicar instrucciones a este respecto a sus embajadores en Europa. En Washington era popular el nombre de Miranda. Pero la caída y prisión de Miranda, y, sobre todo, la caída y cautiverio de Napoleón, variaron las simpatías de Francia y de los Estados Unidos. Cuando Fernando VII volvió a Madrid, los americanos, al otro lado de los mares, inclinaron la cabeza desanimados. Durante mucho tiempo se habían contentado con un símbolo. Ahora, cuando el poder renacía, muchos miles de criollos abandonaron la lucha por la libertad, prefiriendo las diversas reformas prometidas a una nueva guerra. Devastada, incendiada, literalmente despoblada como se hallaba Venezuela, según confesión de los mismos historiadores oficiales españoles, al salir de las últimas atrocidades, ¿cómo podría levantarse de nuevo física y moralmente? La caída de Napoleón estremeció todo el continente. El rey restaurado, Fernando, un cero al lado de un genio, triunfó únicamente gracias al VII añadido a su nombre y a los frutos de una tradición dinástica sembrada durante siglos y siglos, por lo menos entre los pobladores blancos de América. Además, el temor de los grandes terratenientes desde Méjico hasta Patagonia ante todo lo que tuviera algo de aventura, de igualdad o de abolición de la esclavitud, pudo más en ellos que el amor a la libertad. Mientras Bolívar conquistaba y perdía a Venezuela, el intrépido Belgrano, el incansable O'Higgins y sobre todo el gran San Martín luchaban por tomar a la Argentina como base para alcanzar la libertad de Chile y del Perú. Pero Fernando VII era el más fuerte, no había nada capaz de resistirle a la larga. Únicamente en Nueva Granada, en medio de la marejada realista, subsistían algunos islotes de libertad. Allí

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INQUIETUDES DE BOLIVAR

Nariño, el traductor de los Derechos del Hombre, había logrado imponerse primero al congreso y luego a las tropas, pues en aquella época no se solicitaba la instrucción militar del oficial, sino el valor, la intuición y la confianza en sí mismo, y un erudito, en plena selva virgen, podía portarse como un héroe a la cabeza de algunos miles de hombres; pero a la postre, Nariño también quedó vencido y pagó su arrojo con cuatro años en las mismas prisiones de Cádiz donde Miranda pereció por aquel entonces. Durante los seis meses de estación lluviosa, pasados en Nueva Granada, Bolívar no logró cosa durable, pero esta vez ya no era, como dos años antes, el soldado oscuro, obligado a crear por sí mismo su ejército y su autoridad. La gloria de la campaña libertadora apagaba el ruido de la derrota, y se le confió en seguida el alto comando de las últimas tropas de Cartagena. Llegó hasta alcanzar, en cierto momento, la unión de la mayor parte de los neogranadinos, a establecer o a consolidar el gobierno central de Bogotá y a descollar sobre sus antiguos rivales, principalmente sobre Castillo. Lo mudable de estos sucesos, quitaría todo interés a tales acontecimientos, si la inquietud interior de Bolívar no se reflejara en singulares documentos. Una vez más, algunas de sus cartas personales son más significativas que el enredijo de batallas y de tratados. Otra vez será Bolívar "el extranjero", constreñido a defenderse contra sus rivales, y a luchar por su honor y por su gloria con tanta pasión como por la libertad. Castillo, que en su patria soportaba al venezolano proscrito con menos buena voluntad que antes, debía suministrarle municiones y soldados; pero preferirá incitar contra él a los individuos y a la prensa de Cartagena. Hará difamar a Bolívar en un folleto, enrostrándole el haber sacrificado millares de granadinos con la sola mira de salvar sus bienes personales y el haber huido con el pirata Bianchi, después de derrotado. Ante esto ¿qué hará Bolívar? Proponer a su enemigo para el ascenso a general de brigada. Pero el golpe estaba dado. A la sazón, aunque de 152


JUSTIFICACION

hecho era dictador, con facultad, o por lo menos con poder, para prohibir o castigar cualquier ataque, escribía constantemente a generales amigos largas cartas presentándoles su justificación. Las escribía de su puño y letra y no sólo por talento político procedía de esta manera. "Tenga Vd. la bondad de procurar que el general Robira y el coronel Santander se persuadan de la pureza de mis intenciones, y del alto aprecio que hago de sus talentos y virtudes, sin que yo pretenda de modo alguno aspirar a privarlos de ninguna de las atribuciones que les correspondan; que por el contrario estoy resuelto a ceder por mi parte, en cuanto lo exija la salud pública, hasta el punto de servir como soldado y obedecer a quien se quiera, porque yo cifro mi gloria en servir bien y no en mandar .. ." En otra carta posterior, refiriéndose a los reproches que le hacen por los fusilamientos del año pasado, escribe: "¿Qué debía yo hacer sin guarnición en La Guaira y con cerca de mil españoles en las bóvedas y castillos? ¿Esperaría yo la misma suerte infausta del castillo de Puerto Cabello, que destruyó mi patria y me quitó el honor? ... He aquí mis decantadas crueldades, mi irreligión y todo lo más que me han hecho el favor de atribuirme los señores que no me conocen o me conocen mal . .." "Crea Vd. que yo no he cambiado en nada. Como amo la libertad tengo sentimientos nobles y liberales, y si suelo ser severo es solamente con aquellos que pretenden destruirnos". Al día siguiente escribe a la misma persona: "Esos cobardes tanto como fanáticos me llaman irreligioso y me nombran Nerón; yo seré, pues, su Nerón, ya que me fuerzan a serlo contra los más vehementes sentimientos de mi corazón que ama a los hombres porque son sus hermanos, y a los americanos porque son sus compañeros de cuna y de infortunio. Mi alma está despedazada con la sola contemplación del temor de ver reducida a la nada una ciudad hermana de Caracas y madre de algunos libertadores de Venezuela ... Adiós, hasta que me vea como su libertador o su juez". Algo más tarde, a miembros del gobierno civil de Cartagena: "Para juzgar de las revoluciones y de sus actores, es menester observarlos muy de cerca y juzgar-


ADIOS

los de muy lejos... ¿Podré yo dar oídos a la venganza y hacerme sordo a la voz de la razón? . .. ¿cómo he de desear yo marchitar los laureles que me concede la fortuna en el campo de batalla, por dejarme arrastrar, como una mujer, por pasiones verdaderamente femeninas? ... "El aprecio general ha sido siempre mi única ambición ... No permita V. E. que la posteridad me acuse de crímenes que no he cometido, ni que me imputen desgracias que lloro, y males de los cuales yo soy la primera víctima..." "Esos señores quieren que mi ejército perezca: él lo desea hacer, pero es con gloria en el campo del honor, combatiendo contra los enemigos, si me dan auxilio, o contra los traidores, si me lo niegan". Tal es el tono, tales los acentos que todavía nos conmueven. En ellos se escucha a un hombre preocupado constantemente por la gloria y por la fama póstuma, y si en algún momento, deseoso de obtener algo, la voz suena a amenaza, de todos modos dominan las inflexiones propias de un alma profundamente herida que, durante una pausa en medio de los días de acción, parece preguntarse si semejante lucha vale el empeño de una vida entera, cuando sólo trae consigo odios y calumnias. Es el sordo golpear de un corazón afligido interrogándose sobre actos que nunca turbarían el sueño de un soldado nato. A este Bolívar nervioso, agitado por su responsabilidad, es inútil compararlo con el salvaje Boyes, con Monteverde, su adversario de temple español, o con sus camaradas de uno u otro país, para graduar el dominio constante a que se somete a sí mismo. No, no es un general ordinario en busca de nombradía. El hombre que hizo fusilar cientos de prisioneros ha vivido mucho tiempo, si no en contacto con Dios, al menos con Plutarco y la antigüedad, con Rousseau y los Derechos del Hombre. Apasionadamente, demasiado apasionadamente, ha seguido la luz y la sombra de Napoleón, para dejar de examinar a cada paso sus preocupaciones, sentimientos y pasiones, en monólogos cuyo actual testimonio son centenares de cartas parecidas a páginas de un diario. Por esto su adiós a los neogranadinos fué casi lírico,


NO QUEDABAN SINO LOS OJOS

pues cuando vió rotos sus proyectos por segunda vez, a los españoles de nuevo sobre Cartagena, y se vió asimismo imposibilitado de hallar socorros, levantó en mayo de 1815 el sitio de la plaza. Para él no había sino dos soluciones: o tomar por asalto la ciudad o exilarse de nuevo. Ante semejante dilema, Bolívar dimitió sus funciones, y en una última proclama, despojó su corazón de resentimientos contra sus rivales, dando suelta a sus pensamientos sobre la discordia de los partidos: "Ningún tirano ha sido destruido por vuestras armas: ellas se han manchado con la sangre de sus hermanos en dos contiendas... ¡Dichosos vosotros, que vais a emplear vuestros días por la libertad de la patria! Infeliz de mí que no puedo acompañaros y voy a morir lejos de Venezuela, en climas remotos, porque quedéis en paz con vuestros compatriotas!. . . La salvación del ejército me ha impuesto esta ley; no he vacilado... De vosotros me aparto para ir a vivir en la inacción, y no a morir por la patria ... Vuestra salud es la mía, la de mis hermanos, la de mis amigos, la de todos, en fin, porque de vosotros depende la república. Adiós".

VI II Cuando Bolívar abandonó por tercera vez el continente, en la rada no lo amenazaban naves enemigas, no lo persiguió nadie, ni llevaba un pasaporte engañoso. Se alejaba víctima de los celos y, principalmente, porque, a pesar de todo, siempre había sido un extranjero. Tres años antes, cuando desembarcó en Curacao, su rostro reflejaba el abatimiento de su alma; ahora llegaba a Jamaica, su segundo destierro, abatido sólo de cuerpo. Un testigo escribe: "De este hombre en la flor de su edad, no quedaban sino los ojos. La llama había consumido el aceite", El desterrado de antes era un aventurero escapado de un gran desastre, gracias a la clemencia de sus enemigos. El de hoy, un dictador célebre, desposeído del poder, no como Napoleón porque hubiese perdido la guerra, sino por dimisión voluntaria. 155


En verdad, los españoles avanzaban de nuevo, llegaron ante Cartagena poco tiempo después de la salida de Bolívar, pero no tomaron la ciudad sino al cabo de un largo sitio de 106 días. Bolívar, sin duda, la hubiera defendido mejor. Sólo la maledicencia, esforzándose en desconocer el verdadero carácter de aquel hombre, fué capaz de forjar la insinuación de que había huído ante los peligros de la empresa. No se trataba de un general desanimado que, como Miranda, se entrega con su ejército, ni de un caprichoso aristócrata cansado de pronto; sino de un pensador político de primera magnitud, ansioso de transportar a la inmensidad el problema de su patria, de extenderlo a todo el continente y de hacer de éste una potencia mundial; en vez de continuar discutiendo con algunas docenas de abogados y oficiales, que lo asfixiaban en un estrecho círculo. Bastaba entrar 'al corredor de la casa, puesta por un rico vecino a la disposición del ilustre fugitivo. En las paredes, mapas generales o particulares; en la mesa, solamente libros cargados de cifras, descripciones, estadísticas, historia de las dos Américas y cuantos documentos interesantes podían reunirse sobre el comercio mundial. El alejamiento del campo de sus hazañas, el silencio después del ruido tumultuoso, la soledad de una isla extranjera perdida en el mar, proporcionaban a Bolívar el ocio del pensador. Precisamente porque sólo a largos intervalos y por díceres, cuando fondeaba algún navío, le llegaban noticias de sus enemigos españoles o americanos del continente, tenía cómo preparar con calma el gran encadenamiento de ideas, gracias a las cuales podrá reemprender su nunca abandonada empresa. Durante el invierno de 1815 en Jamaica, lo vemos posesionarse por primera vez de todos los elementos necesarios para implantar la libertad en América. Los documentos a este respecto llegados hasta nosotros —muchas cartas particulares y una pública— son verdaderamente una grandiosa presentación no sólo del criterio de Bolívar sobre la situación mundial, sino de la magnitud de su propio genio. Da un salto de un siglo por sobre los asuntos de Venezuela, limitados en tiempo y en espacio, y concibe


la Sociedad de las Naciones como, cien años exactamente después de esta carta, Woodrow Wilson tratará de establecerla. Como su espíritu se maduró mientras tanto y se transformó an el de un político objetivo, amarra el aeróstato de su grandiosa visión al ancla más inmediata, aquí en esta misma playa, y se siente sujeto a tierra firme cuando contempla desde su barquilla aérea el mundo y la época. El ancla es Inglaterra, dueña de la isla, rodeada de posesiones españolas y competidora natural de España. Bolívar ha tratado desde hace tiempo de granjearse el apoyo inglés, y ahora le sugiere a Inglaterra la ocupación de Panamá y Nicaragua, a condición de que, mediante subsidios y armas, favorezca a las colonias españolas en su lucha por la independencia. Débil fugitivo, ofrece lo que no tiene y pide socorros para el país de donde lo han expulsado. Porque ahora, eliminada la contienda con Francia, Inglaterra no se le presenta como' aliada de los intereses españoles, ya que esta alianza se fundaba, principalmente, en la lucha común contra Napoleón. Llena la imaginación de inmensos proyectos, el desterrado solitario, que durante toda su vida dependerá de los acontecimientos de un continente distante, medita sobre Europa, perdido en una isla entre las dos Américas, tan pobre que necesita recurrir por dinero a varios amigos, e insultado más tarde por una fondista decepcionada de aquel gran señor "que no posee ni un maravedí". Bolívar arregla en su mente un gran tablero; juega a la vez con las negras y las blancas y se pregunta en sus meditaciones: ¿A dónde se encaminan los intereses del zar? ¿Continuará sosteniendo al rey Fernando, a fin de debilitar nuestro comercio con Inglaterra? Los años del bloqueo de Napoleón han costado demasiadas libras a la City de Londres para que se arriesgue a nuevas aventuras en ultramar. ¿A quién se podría enviar allí para que hiciera resplandecer ante los grandes financieros el oro de la Nueva Granada, la plata del Perú, y para convencerlos de que ha llegado el momento de adueñarse a poca costa de estos tesoros? ¿Cuándo es que Inglaterra ha dejado que se le escape el oro y las riquezas por respetar un tra-


MEDITACIONES DE UN DESTERRADO

tado con-jo el de esta nueva Santa Alianza? O bien ¿valdría más dirigirse a los Estados Unidos? Ahora que esos señores de Washington no necesitan ya para nada de España, ¿se lanzarían a hacerle la guerra? Y si Chateaubriand propone príncipes Borbones para soberanos de las colonias españolas, ¡que Dios conserve al bien amado rey Fernando toda su estupidez, para que no acepte! Sus cartas a descollantes sujetos ingleses expresan pensamientos parecidos: "La filosofía del siglo, la política inglesa, la ambición de la Francia y la estupidez de España redujeron súbitamente a la América a una absoluta orfandad, y la constituyeron indirectamente en un estado de anarquía pasiva ... ¡El equilibrio del universo y el interés de la Gran Bretaña se encuentran perfectamente de acuerdo con la salvación de la América! ¡Qué inmensa perspectiva ofrece mi patria a sus defensores y amigos! Ciencias, artes, industrias, cultura, todo lo que en el día hace la gloria y excita la admiración de los hombres en el continente europeo volará a América. La Inglaterra, casi exclusivamente, verá refluir en su país las prosperidades del hemisferio .. . Pero no, no es sino la imagen fielmente representada de lo que he visto y de lo que es infalible, si la Gran Bretaña libertadora de la Europa, amiga del Asia, protectora del Africa, no es la salvadora de la América... Si fuese preciso marcharé hasta el polo; y si todos son insensibles a la voz de la humanidad, habré llenado mi deber aunque inútilmente y volveré a morir combatiendo en mi patria..." "... El objeto de España es aniquilar al Nuevo Mundo y hacer desaparecer a sus habitantes, para que no quede ningún vestigio de civilización ni de las artes y que el resto de Europa sólo encuentre aquí un desierto y no pueda ya dar salida a sus manufacturas, y entre tanto Europa sufre tranquilamente la destrucción de esta bella porción del globo!". Cuanto Bolívar pensaba, como político y como profeta, del porvenir del continente, y, sobre todo, cuanto sentía, lo resumió en la carta dirigida en setiembre de 1815 a un imaginario "caballero de Jamaica" que le pedía su opinión. Inmediatamente hizo imprimir este gran documento para servirse de él en Europa y en América.

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LA CARTA DE JAMAICA

Al principio, la pasión anima su estilo: "Más grande es el odio que nos ha inspirado la Península, que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes, que reconciliar los espíritus de ambos países. . . Todo lo que formaba nuestra esperanza nos venía de España . . . Al presente sucede lo contrario: la muerte, el deshonor, cuanto es nocivo, nos amenaza y tememos; todo lo sufrimos de esa desnaturalizada madrastra . . . Ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos". Luego, considerando que existen dieciséis millones de americanos bajo la dominación española, pregunta: "¿Y la Europa civilizada, comerciante y amante de la libertad, permite que una vieja serpiente, por sólo satisfacer su saña envenenada, devore la más bella parte de nuestro globo?" Después de una comparación con la desmembración del imperio Romano, trata de la mezcla de sangre y de cultura a causa de lo cual los americanos no son indios ni europeos, sino el resultado de un cruce de ambos. "En las administraciones absolutas no se reconocen límites en el ejercicio de las facultades gubernativas: la voluntad del gran sultán, kan, bey y demás soberanos despóticos es la ley suprema y ésta es casi arbitrariamente ejecutada por los bajaes, kanes y sátrapas subalternos de la Turquía y Persia . . . Pero, al fin son persas los jefes de Ispahán, son turcos los visires del Gran Señor, son tártaros los sultanes de la Tartaria . . . ¡Cuán diferente era entre nosotros! Se nos vejaba con una conducta que además de privarnos de los derechos que nos correspondían, nos dejaba en una especie de infancia permanente con respecto a las transacciones públicas, , . He aquí por qué he dicho que estábamos privados hasta de la tiranía activa . . . Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más, el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee . . . en fin, ¿quiere


CONTRA LA MONARQUIA

Ud. saber cuál era nuestro destino? los campos para cultivar el añil, la grama, el café, la caña, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazas las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta". Ni aun los individuos socialmente encumbrados lograban obtener, sino por motivos extraordinarios, el desempeAo de altas funciones seculares y rara vez los principales cargos eclesiásticos. ¿Pueblos tan tiranizados estarían de pronto en capacidad de ser libres? El fracaso de las primeras tentativas ¿no será semejante al de Icaro? ¿Podrán agruparse inmediatamente en una sola república? ¿Por qué no hacer de ellos quince o diecisiete reinos independientes? A esta última pregunta, responde: "Y así, no soy de la opinión de las monarquías americanas: el interés bien entendido de una república se circunscribe en la esfera de su conservación, prosperidad y gloria . . . Ningún estímulo excita a los republicanos a extender los términos de su nación, en detrimento de sus propios medios, con el único objeto de hacer participar a sus vecinos de una constitución liberal. Ningún derecho adquieren, ninguna ventaja sacan venciéndolos; a menos que los reduzcan a colonias, conquistas o aliados, siguiendo el ejemplo de Roma . . . El distintivo de las pequeñas repúblicas es la permanencia, el de las grandes es vario, pero siempre se inclina al imperio. Casi todas las primeras han tenido una larga duración. .. Muy contraria es la política de un rey, cuya inclinación constante se dirige al aumento de sus posesiones, riquezas y facultades". ¿Y qué clase de república? Los habitantes de estos paísés no están maduros para la república federal, "y también es preciso convenir en que sólo un pueblo tan patriota como el inglés es capaz de contener la autoridad de un rey y de sostener el espíritu de libertad bajo un cetro y una corona". Preconiza, pues, para la América, un término medio, rechazando absolutamente el consejo de esperar la vuelta del legendario Buda de Méjico o de buscar un heredero de los Incas. Bolívar crea imaginarios grupos de estados para formar las naciones de América: los que


CORINTO Y PANAMA

rodean el istmo de Panamá constituirían una; Venezuela junto con la Nueva Granada, otra; a esta última se le llamaría Colombia y tendría una constitución a la inglesa y presidente vitalicio en lugar de rey, con una cámara o senado legislativo hereditario, y un cuerpo legislativo de libre elección. De estas concepciones va pronto a lanzarse hacia su objeto. Pinta en seguida las dificultades particulares del Perú, corrompido por el oro y los esclavos, donde difícilmente se alcanzará la libertad. Prevé un reino en el Brasil, con todas sus perturbaciones, pues una gran república difícilmente podrá subsistir allí, y luego vuelve al tema fundamental: "Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación . .. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres, y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y a discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo . . Esta magnífica posición entre los dos grandes mares podrá ser con el tiempo el emporio del universo, sus canales acortarán las distancias del mundo, estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia. .. ¡Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio!. . . Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración; otra esperanza es infundada, semejante a la del abate de St. Pierre, que concibió el laudable delirio de reunir un congreso europeo para decidir de la suerte y de los intereses de aquellas naciones". En ésta, como en sus demás cartas de la misma época, Bolívar no expresa sino el reflejo, templado por la filosofía de la historia, de las emociones que ha experimentado


MODALIDADES CONSTITUCIONALES

ya, y que experimentará más fuertemente aún en su lucha por la modalidad constitucional del Estado. En la exageración de ciertos detalles, ha de verse al gran señor que considera un solo sofión como una ofensa universal, tal como lo hizo junto a la puerta de Toledo, a causa de las yuntas de diamantes. Sus abuelos criollos acumularon millones, cultivando los frutos y explotando las minas y si, al fin de cuentas, no obtuvieron el título de marqués, de todos modos su prestigio influía sobre sus numerosos esclavos. Sin embargo, en trescientos años corridos, hubo apenas dieciocho gobernadores criollos. Si su expresión es exagerada, el odio profundo manifestado con ella seduce a los lectores a quienes va dirigido el manifiesto. Pero también en éstos surge la duda a propósito de los derechos del pueblo, porque el propio autor continuamente vacila y tantea en este punto. Bolívar ha dado el ejemplo manumitiendo a todos sus esclavos, aunque en esa misma época hable precisamente de la sumisión hereditaria de la gente de color; pero en la constitución que sueña, mezcla la teoría francesa con la práctica inglesa; se entusiasma con la presidencia vitalicia y quizás se jura a sí mismo que él, primer cónsul, no se hará nunca emperador. Lord de nacimiento, quiere una cámara de lores, un senado hereditario, y, si señala que también en Atenas de cada cuatro o quizás diez ciudadanos uno sólo gozaba de plenos derechos civiles y políticos, quizás lo hace preparando el escenario antiguo donde quiere actuar. Porque toda la significación de su ser y de su carrera muestra a este fugitivo sin poder viéndose a sí mismo, por adelantado, en el sitio del jefe, cuando proyecta formas de gobierno para su país, y quizás también cuando habla de los países vecinos. Y así, exclama de pronto: "¡Quizás un ligero socorro en la presente crisis bastaría para impedir que la América meridional sufra devastaciones crueles y pérdidas enormes!. . Veinte o treinta mil fusiles; un millón de libras esterlinas; quince o veinte buques de guerra; municiones, algunos agentes y los voluntarios militares que quieran seguir las banderas americanas; he aquí

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ATENTADO

cuanto se necesita para dar la libertad a la mitad del mundo y poner al universo en equilibrio". En tanto soñaba con su marcha adelante y con su encumbramiento, se desencadenaban terribles odios contra él a causa de su actuación anterior y por lo que podría hacer luego corno jefe. Una noche, mientras visitaba a una hermosa a quien conocía desde mucho antes, un negro armado de un puñal penetró en el hospedaje de Bolívar y, creyéndolo en su hamaca, asesinó a un joven que se había tendido en ella a esperar el regreso de Bolívar. El asesino era un esclavo a quien él mismo le había dado la libertad. El agente del crimen estaba pagado por los españoles de Caracas.

IX Y fué también a un esclavo, o hijo de esclavos, a quien Bolívar se dirigió poco después en solicitud de ayuda. Se trasladó a Haití, donde a la sazón gobernaba Alexandre Pétion, para exponerle, siguiendo su táctica habitual, las ventajas de la libertad de Venezuela. Esta vez ofrecía en compensación la libertad de todos los esclavos. El presidente negro, en cuya isla se asilaban numerosos fugitivos del litoral, conocía todos los aspectos del problema. Al desembarcar en Puerto Príncipe, Bolívar encontró multitud de emigrados, entre ellos a Mariño, Piar, Soublette junto con su bella hermana, y con estos dos últimos se unió particularmente: aquellos hombres carecían de jefe; a su llegada se le adjudicó el mando por derecho propio, pues hasta un testigo como el coronel Holstein, que andando el tiempo sería su enemigo encarnizado, reconoce en sus memorias la superioridad de Bolívar sobre los demás. Y, sin embargo, todo se le aparecía y era en realidad incierto. En Haití, para conseguir algo, hubo de comportarse como Coriolano. Le echaba el brazo a aquellos a quienes se quería ganar, salía a beber y a pasear con cualquiera, viendo en ello el camino de armar algunas naves para empezar de nuevo. Aquellos breves meses de Haití presentan a Bolívar en una de las situaciones más inseguras

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CORIOLANO

de su carrera: para el día presente, el infortunio y la ignorancia absoluta de los medios de subsistir mañana; y, para pasado mañana, el poder y la seguridad, a los cuales consagrará su vida. En una serie de cartas solicita dinero de un amigo, y escribe: "Estoy procurando obtener socorros de este gobierno, que me serán prestados, si no hoy, mañana u otro día. Mientras tanto, estoy viviendo en la "Es preferible la muerte incertidumbre y en la miseria . . a una existencia tan poco honrosa". Al mismo tiempo se dirige a su sobrino, a su cuñado, a todos los emigrados, preguntándoles por qué no le llegan noticias de ellos, cuando le ocasionarían tanto placer. Dondequiera busca hombres y medios, como quien se halla falto de gente con quien contar. Al cabo, obtiene el apoyo del presidente. Éste, con la desconfianza del negro y del advenedizo, había estudiado a aquel señor noble y blanco, antes de fiarse de él. Bolívar, como criollo, aunque de pura sangre española, se encontró a veces en la situación del hombre que inspira de pronto desconfianza al blanco europeo o al americano de color, como si hubiese sido un mestizo deseoso de pasar por blanco. En las luchas posteriores, semejante problema no dejó de crearle dificultades. Ahora, en 1816, cuando por tercera vez zarpaba de una isla a libertar a su país, podía juzgarse a sí mismo como un auténtico aventurero. A bordo de un bergantín, escoltado por seis goletas, todas naves pequeñas y viejas, con 250 hombres, muchas armas y, sobre todo, muchos oficiales; se halló de pronto con la disputa de si Piar era de más alta graduación que Mariño, y quién sería el jefe, entre aernaúdez y Mariño. Además, las naves no pertenecían a ninguno de ellos, ni siquiera al presidente de Haití, sino al comerciante Brion, otro aventurero, atraído tanto por el aspecto comercial de la empresa como por el amor a la libertad, pero en quien influyó seguramente el genio de Bolívar. Como quiera que sea, por influencias de Brion obtuvo Bolívar el tan discutido mando en jefe de un ejército imaginario. / Cuando arribaron a la isla de Margarita, por el cabo noroeste, donde se habían refugiado los últimos elementos

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NUEVAMENTE DE REGRESO

de resistencia de la república vencida, Arismendi. el defensor de la isla, se puso también bajo las órdenes del Libertador, tan discutido y odiado, a quien un año antes había querido arrestar como traidor. En la iglesia del pueblo se reunieron los notables de la isla y algunos centenares de soldados. Bolívar tomó un bastón de puño de oro y se hizo proclamar jefe supremo. En circunstancias tan precarias, cuando lo patético limita con lo cómico, con su corazón romántico supo darle al hecho grandeza de actitud histórica, y dirigió una magnífica llamada a su pueblo, aunque no pudiera oírlo, pues el mar los separaba: "Venezolanos: He aquí el tercer período de la República... La inmortal isla de Margarita, acaudillada por el intrépido general Arismendi, ha proclamado de nuev el gobierno independiente de Venezuela ... Vuestros he -¡ manos y vuestros amigos extranjeros no vienen a conquistaron: su designio es combatir por la libertad. .. Como los pueblos independientes me han hecho el honor de encargarme la autoridad suprema, yo os autorizo para que nombréis vuestros diputados en congreso, sin otra convocación que la presente, confiándoles las mismas facultades soberanas que en la primera época de la República. Yo no he venido a daros leyes, pero os ruego que oigáis mi voz: os recomiendo la unidad del gobierno y la libertad absoluta . Ahora como siempre vemos a Bolívar, en las circunstancias más lamentables, impotente, abandonado o derrotado, dirigirse a la humanidad y no a sus contemporáneos. Dos veces lo hace en esta ocasión: quiere poner fin a la guerra de destrucción y públicamente le dice al general enemigo: "El verdadero guerrero se gloría solamente de vencer a sus enemigos, mas no de destruirlos. V. S. es un militar de honor, y además, es un hijo de la América; así pues, V. S. no querrá prolongar la guerra de exterminio que se nos hace... Sentiré que la posteridad me atribuya la sangre que va a derramarse en Venezuela y Nueva Granada; pero me consolaré con dejar los documentos auténticos de mi filantropía; y espero que ella será bastante justa para cargar la execración universal a los solos culpables, los españoles europeos". Al mismo

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TERCERA EPOCA DE LA REPUBLICA

tiempo proclama la libertad de los esclavos, corno lo había prometido al presidente de Haití: "La patria os reconoce como a sus hijos beneméritos y en su nombre Toos congratulo por vuestros distinguidos servicios. . dos los que prefieran la libertad al reposo tomarán las armas para sostener sus derechos sagrados y serán ciudadanos...". "La naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos. De aquí en adelante sólo habrá en Venezuela una clase de hombres: todos serán ciudadanos". Al redactar estos manifiestos en estilo histórico, Bolívar se sentía débil como nunca. Su autoridad, impuesta dificultosamente a bordo de la nave, se desvanecía desde los primeros instantes. Ni Mariño ni Piar querían servir a sus órdenes. Cada uno de ellos procedía y mandaba por su cuenta. Atraído por el teatro de sus victorias anteriores, Bolívar se acercó a la capital con seiscientos hombres. Su retaguardia estaba descubierta y, a su frente, un poderoso enemigo. Dió a sus generales, que ya lo habían abandonado, la orden de marchar adelante, dictando con firmeza en su proclama: "Un ejército provisto de artillería y cantidad suficiente de fusiles y municiones está hoy a mi disposición para libertaros. Vuestros tiranos serán destruídos o expelidos del país, y vosotros restituidos a vuestros derechos, a vuestra patria y a la paz... Luego que tomemos la capital convocaremos el congreso general de los representantes del pueblo". En realidad, la valentía de sus palabras sólo es para dar valor al pueblo y dárselo a sí mismo, pues en aquellos días escribe: "El suceso justificará la empresa. Si soy desgraciado en ella no perderé más que la vida, porque siempre es grande emprender lo heroico..." La audacia debe salvarnos. Lo que parezca a V. S. temerario es lo mejor, pues la temeridad en el día es prudencia". Poco después Morales lo derrota, rechazándolo hasta la costa. Con la inconsistencia de semejante estado de espíritu, de nuevo Bolívar abandona sus tropas y huye. Este incidente, que sus enemigos le reprochan todavía, se explica fácilmente. Bolívar no conceptuaba al capitán


OTRA VEZ EN FUGA

obligado a hundirse con la nave. Al verlo todo perdido, huía, justificándose moralmente con el solo hecho de que regresaba siempre, acometía de nuevo la empresa y generalmente alcanzaba la victoria. En ésta, la última y más grave de sus fugas, dos circunstancias contribuyeron a la confusión: un jinete al galope trajo a Bolívar un mensaje según el cual "los españoles entraban en el puerto". lblás tarde, el general S9,12.12lute afirmó haber comunicado solamente que los enemigos vivaqueaban en las afueras de la ciudad. Bolívar, sintiéndose además amenazado por la población que gritaba "¡Abajo Bolívar!", se apresuró a llegar al puerto, y embarcándose en una chalupa alcanzó un bergantín anclado no lejos de allí. "La salida del Libertador de_Ocumare el _a5o_....de.--18-1.6 —dijo Soublette algunos años más tarde en una carta— es uno de los acontecimientos más oscuros. Yo no me atrevo a referirla, porque mi memoria está sumamente debilitada; sin embargo, haré algunos apuntes con suma desconfianza, para que usted los compare con las demás relaciones que tenga y los rectifique. En este suceso se mezcló el amor, y usted sabe que Antonio, sin embargo del peligro en que estaba, perdió momentos preciosos al lado de Cleopatra". Esta alusión irónica añade romanticismo a la escena, sin quitarle nada a su carácter humano.

Y el libertador sin patria llegó de nuevo a Haití, donde permaneció cinco meses. En su viaje a bordo del velero "Indio Libre" supo, durante algún tiempo, de la verdadera vida de corsario, recalando sólo en busca de provisiones y de noticias, y, en una ocasión, tratando en vano de_ desembarcar en La Guaira, puerto fundado por uno de sus abuelos. Sus sentimientos eminentemente poéticos no podían menos de reforzarse con tales escenas; en la soledad natural, el papel trágico había de parecerle fortalecedor. Para aquel entonces ya Bolívar comenzó sin

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EL DESGRACIADO SIEMPRE ESTA EN EL ERROR

duda a compararse a Don Quijote, semejanza que irá acentuándose de día en día. ¡Qué le importaban sus rivales! Ni que un comité erigido en congreso lo declarara muerto, ni que Páez aquí, y allá Santw)der, se proclamaran jefes, si sólo el nombre de Bolívar encerraba la leyenda del Libertador, y si con sólo encontrar armas en el extranjero hallaría de nuevo partidarios en el país. Pétion, sin duda, le brindó otra vez su hospitalidad, pero no con el calor que antes. "Lorsqu'on est malheureux on a toujours tort, et il n'est pas étonnant que je sois soumis a tette loi générale" 1), escribió Bolívar a un amigo. Pero al dueño de la isla le escribía con grandes elogios: "¡La pluma es un fiel instrumento para transmitir con libertad los sentimientos sinceros que me inspira la admiración! Si la lisonja es un veneno mortal para las almas bajas, los elogios debidos al mérito alimentan las almas sublimes. Yo me tomo la libertad de escribir a V. E. porque no me atrevo a decirle todo lo que siento por V. E. La ausencia me anima a manifestar el fondo de mi corazón". Sin embargo, al lado de estas fórmulas de retórica española, daba muestras de talento práctico. Briop, el conierciante, le procuró por segunda vez dinero para comprar armamento, y más aún: obtuvo de los rivales de Bolívar algo como un compromiso de entregarle el mando militar si regresaba con armas. Así, pues, gracias ante todo a este comerciante marítimo, a principios de 1817 y provisto de abundante material de guerra Bolívar desembarcó por cuarta vez en su país —en esta ocasión cerca de Barcelup.— y asumió de nuevo el gobierno provisional. En el resto de su vida no volverá a abandonar el continente. A nosotros nos interesan los estados de alma, no las intrigas entre los jefes de la tropa, repetidas hasta el cansancio, y observamos, pues, nuevamente, este rasgo interesante: en la necesidad, Bolívar ensancha constan1) "El desgraciado siempre está en el error, y no es de extrañar que yo esté sometido a esta ley general". El original de esta carta está en francés.

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VIDENTE ,•,

temente sus visiones, sus pretensiones y aun sus promesas. De nuevo, mezclado en una guerra de guerrillas, abandonado de nuevo por uno o por otro, traicionado a veces y rechazado al principio por los españoles, cuyas fuerzas eran muy superiores, ¿qué proclama Bolívar? Para comenzar, la necesidad de un congreso, pues "la patria ha estado y estará frecuentemente en orfandad, en tanto que el magistrado sea un soldado ... El primer acto de vuestras funciones será señalado por la aceptación de mi renuncia". ..."(„/ Tiene alrededor de setecientos hombres, y sin embargo dice: "Dentro de pocos días rIndiremps a Angoaturz, y entonces... iremos a libertar a la Nueva Granada y, arrojando a los enemigos del resto de Venezuela, constituiremos a Colombia. Enarbolaremos después el pabellón tricolor sobre el Chimbqx -azo. e iremos .a."—c■Smpletar nuestra obra de libertar a la América del Sur y asegurar nuestra independencia, llevando nuestros pendones victoriosos al Perú: el Perú será libre. . ." En verdad Bolívar no escribió estas palabras, pero durante un descanso nocturno, junto con seis de sus compañeros, escondido entre la maleza, las pronunció de pronto en alta voz. Los presentes las oyeron, y un oficial dijo: "Ahora sí que estamos perdidos: el Libertador está loco". Si a una escena semejante sucede la derrota, reflejaría sólo los sueños grotescos de un exaltado, pero ¿qué decir cuando esta visión se realiza al cabo de ocho años, cuando la traslada a la realidad aquel solo militar escondido entre las malezas y llega a plantar efectivamente el pabellón de la libertad en lo alto de la montaña de plata del Potosí? Su sensibilidad nerviosa, su intuición poética, le daban la facultad de prever, antes que nadie, la vuelta del sol y del calor en medio de la tempestad y de la lluvia. Trataba de convencer a los demás, una parte por fe, otra por astucia. Semejante mezcla aparece tal vez cuando Bolívar le escribe a Mariño, que se le escurre a cada instante: "Querido compañero, yo estoy loco de contento; más deseo la llegada de las tropas españolas que la de Vd. La Providencia trae a estos hombres a sacrificarlos en el


altar de la patria. Sólo temo que retrograden cuando sepan que Vd. se acerca... Sobre todo estando Zaraza por la espalda con más de mil hombres de caballería divinamente montados". Pero también el hombre deestos estados de ánimo sufre otros de íntimo ensombrecimiento, todo le parecerá entonces vano, y un amigo le oirá decir en lo alto de una roca suspendida sobre la playa: "¿Cuánto tiempo tardará esta agua en confundirse con la del inmenso océano, como se confunde el hombre en la podredumbre del sepulcro con la tierra de donde salió? Una gran parte se evapora y se sutiliza, como la gloria humana, como la fama-. Bolívar, a la sazón de treinta y cuatro años, se alza de entre su agitación interior a la seguridad, y suprime de un solo golpe, si no para siempre al menos por algunos años, todas las agitaciones exteriores que lo rodean. Entre los rivales alzados contra la preponderancia de Bolívar, en aquellos años de anarquía, se encontraba ejar, mulato de gran capacidad militar, desde hacía tiempo opuesto a Bolívar abiertamente o en secreto. Cuando la segunda tragedia en la vida de Bolívar, la de Piar, llegaba a su último acto, comenzaba la tercera, la dc.5a_ntander. Piar, el primer hombre de color ascendido al poder, puso sobre el tapete el viejo problema, sacrificando sus incuestionables cualidades, su valor y sus conocimientos, a la apasionada ambición de pasar por blanco. Un año mayor que Bolívar, nació en Curasao de madre parda y, según suponen algunos, de padre blanco, noble y probablemente súbdito holandés. Muy joven abandonó su patria y a la mujer de color con quien estaba unido y alcanzó en Venezuela los favores de cierta hermosa, perteneciente a una de aquellas buenas familias cuyos privilegios ambicionaba. Miranda, libre de prejuicios y en acecho siempre de jóvenes de talento, sobre todo si eran extranjeros, lo distinguió, elevándolo a oficial y luego a coronel, en premio de asombrosas proezas, y con ello consiguió, más allá de la derrota y de la muerte, la devoción de un hombre eternamente agradecido. Mariño, dictador d Cumaná, le concedió a Piar el

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EL UNICO POLITICO

grado de general y pronto estuvo bajo la influencia de sus superiores dotes. Bolívar, conociéndolos a ambos, observaba de lejos, con pesimismo, aquella situación, pues se sabía odiado por Piar desde la prisión de Miranda. Después del desembarco de Bolívar en Cumaná, la guerra se trasladó, naturalmente, del extremo noreste al este. Piar había remontado el Orinoco junto con Brion, para sorprenZer a TO—s—e—sPáriola."—p—ona espalda. En esta operación ocuparon 11..p,rovincia de Guayana y su capital, Angpstura„,ciudad de diez mil habitanto.._y puerto de trasbordo, cuya posición en lo alto de una colina aumentaba su importancia estratégica. Bolívar entró a la plaza después de Piar y parece haberlo herido en lo vivo, omitiendo su nombre en la proclama lanzada entonces. A todo esto se añadían largas disputas de partido. En efecto, durante las diversas visitas de Bolívar a las Antillas, los combates continuaban, pero también las tentativas de proclamar una nueva constitución, y los tres o cuatro promotores de ellas trataban de presentarse a un comité y hacer legalizar su autoridad. En estas ocasiones, como en las anteriores, Piar y Mariño procedían de consuno en contra de Bolívar. Si entre aquellos dictadorzuelos, capitanes de partida o libertadores, déseles cualquiera de estos nombres, había soldados capaces de rivalizar con Bolívar, ninguno lo igualaba en condiciones de político. Era capaz no sólo de libertar el país con su espada, sino de dirigirlo con su cerebro, lo cual a la larga, como ocurre con Napoleón, justifica y legitima sus actos. Su juventud, su formación, cuanto en él había de pensador, lo levantaba a las alturas del político; mientras los otros caudillos, soldados natos únicamente, pretendían establecer una política perdurable con sólo ganar batallas, Bolívar, político nato, además, quería dominar como soldado, sólo para alcanzar sus grandes propósitos, y por esto veía con satisfacción el fracaso de sus rivales cuando osaban proyectar congresos y constituciones. El espíritu de Bolívar era precisamente el motivo del odio de sus rivales. ¿Acaso habían tomado ellos la importante plaza de Angostura, después de un terrible bombardeo y de un sitio duro, durante el cual se pagaron los


OJERIZA DE PIAR

gatos a tres pesos, para que luego un fugitivo, un traidor, viniese a llevar la voz cantante con sus discursos y manifiestos? ¿Y cómo osaba hablar de congresos y hasta preparar elecciones, después de haber fracasado en la misma empresa el propio Mariño, cuyo congreso se había dispersado casi sin hallar eco alguno? Aquella "república de nómadas", como la llamaba Bolívar, no significaba nada para el noble caraqueño de los hermosos discursos, que solía huir en el momento decisivo. Al llegar a Angostura, Bolívar se dió cuenta de los celos de Piar. Cuando se propuso sacar del caos algo como un embrión de Estado, se presentó ante sus rivales como el amo, superior a todos. "He vivido desespehe visto a mi patria sin constitución, sin leyes, sin triburado —escribía algún tiempo después— en tanto que nales, regida por el solo arbitrio de los mandatarios, sin más guías que sus banderas". En seguida fundó un consejo de estado, para cuya presidencia le parecieron bastante leales Brion o .,,Zea. Además nombró tres ministros, todo ello destinado a Venezuela entera. Cuanto construyó allí, en un rincón del mundo, con ironía y escepticismo, entre individuos casi analfabetos, lo calificó más tarde de fanfarronada "en la que no sólo declaraba la independencia de Venezuela, sino que desafiaba la España, la Europa y el mundo. No tenía entonces territorio casi ninguno, ni ejército, y llamé Junta Nacional algunos militares y empleados que tomaban el nombre de Consejo de Estado". Si Piar se dió cuenta de esta situación, no creyó tal vez en la energía de Bolívar, a quien siempre, aunque burlando, comparaba con Napoleón. Ante el rencor de Piar contra su rival blanco, ante la pasión del mulato, Bolívar juzgó imposible toda reconciliación. Sí, Piar odiaba a Bolívar y buscaba el modo de acabar con él o con su poder. Abandonó la ciudad donde se había establecido el Consejo de Estado, primer conato de orden, so pretexto de dimitir sus funciones y de regresar a Margarita. Pero en lugar de ello se colocó al lado de Mariño y de otros adversarios del Libertador, entregándoles gran


DUDAS DE BOLIVAA

cantidad de dinero, proveniente de las contribuciones que había impuesto. Para Bolívar era el momento de tomar una decisión: Envió tropas a perseguirlo, lo hizo arrestar, acusar, condenar y fusilar. Seducidos por la paradoja, nos sentimos tentados a considerar que el acontecimiento tuvo tanta importancia en la vida de Bolívar como en la de Piar. Vemos abrirse campo el temperamento dominador de Bolívar, hasta entonces encerrado dentro de tanto Rousseau y tanto humanitarismo, que los principios y la sensibilidad impedían el desarrollo del hombre de acción. Nada le costó a su corazón cargar contra los españoles, ni matar prisioneros donde le habían matado a sus parientes y amigos: al enemigo exterior era preciso destruirlo; pero en cambio necesitó de años para aprender a combatir al enemigo interior, a fusilar como adversario al compatriota que había luchado por la misma causa. Aquello era el precio de la gloria: ningún sacrificio resultaba demasiado grande. Esto, la ambición; la ambición contra la cual el pensador se esforzaba. Quizás lo incierto del combate del hombre de acción contra una moral fundada en los ejemplos de la antigüedad fué lo que hasta entonces le costó al propio Bolívar y al país tantos sacrificios y aún la derrota. Si Bolívar no,.hubiese execrado a Maquiavelo, como lo manifestó en diversas ocasiones, quizás América se habría libertado antes. A un temperamento con tantos matices, no le basta sin duda una sola decisión para desprenderse de toda objeción íntima. Cuando Bolívar, al cabo de varios años de lucha contra sus rivales, captura a uno de ellos por primera vez, y lo acusa de alta traición ante su nuevo tribunal, se da muy bien cuenta de que entre la ley y el poder la línea divisoria es casi imperceptible. Comprende cuánto significa condenar a un general merecedor del bien de la patria, y fundamentalmente con tantos o tan pocos derechos revolucionarios como el propio Bolívar. Sí, tuvo accesos de duda y escribió: "Mi deseo particular, privado, es ahora que el consejo pueda conciliar el rigor de la ley y el crédito del gobierno con los merecimientos del reo ...


SU EMOCION

Ojalá que si el consejo aplica la pena mayor, me abra camino, camino claro para la conmutación, y que el ejército o los cuerpos más cercanos y de la capital, por sus órganos naturales, la pidan, sin separarse de la disciplina . .. Sofocada la sedición, sometidos o castigados de alguna manera los culpables, la vindicta pública estará satisfecha; se vigorizarán la disciplina y obediencia del ejército; nuestros enemigos del extranjero no tacharán nuestra obra de falta de autoridad ... Todos sus actos tendían a ese fin y con toda justicia. No se trata de saber si de manera formal sus derechos estaban perfectamente fundados por ser él más fuerte que su rival; pero el ejemplo dado decidirá al fin a los oficiales descontentos a someterse a la obediencia, sin la cual, a la larga, nunca se establecería la libertad. Tal era la cuestión. Este Bolívar de treinta y cuatro años, al coger con mano de hierro a sus propios camaradas, salvó literalmente el país, pues su autoridad no se fundaba en realidad, como escribió más tarde su amigo O'Leary, sino en la decisión de seguirlo, libremente tomada por sus subordinados, como los reyes europeos recibían la autoridad de la obediencia prestada por los señores feudales. Pero sólo más tarde, echando hacia atrás una mirada de historiador, Bolívar comprendió todo el alcance decisivo de aquella medida: "Fué un golpe maestro en política, que desconcertó y aterró a todos los rebeldes... puso a todos bajo mi obediencia .. . evitó la guerra civil. .. y me permitió . .. crear después la República de Colombia: nunca ha habido una muerte más útil, más política y por otra parte más merecida". El efecto fué tan grande, que Mariño, perdonado por Bolívar como menos peligroso, huyó en seguida a Trinidad y de allí le escribió una larga carta de sumisión, llena de excusas. La profunda emoción de Bolívar, mientras cursaba el juicio, fué patente a todos los testigos. Piar no podía creer en su condena; a propósito de ella, casi se burló del médico la víspera de la ejecución. Después solicitó una entrevista con Bolívar, no la obtuvo, y entonces se die, cuenta de la gravedad del caso, vaciló, pero reponiéndose en seguida murió el día siguiente con verdadero

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GUERRILLEROS

heroísmo. Bolívar lanzó una proclama llena de viril inteligencia: "¡Soldados! Ayer ha sido un día de dolor para mi corazón. El general Piar fué ejecutado por sus crímenes de lesa patria, conspiración y deserción. Un tribunal justo y legal ha pronunciado la sentencia... El general Piar, a la verdad, había hecho servicios importantes a la República... No sólo la guerra civil, sino la anarquía y el sacrificio más inhumano de sus propios compañeros y hermanos se había propuesto Piar... El sepulcro de la República lo abría Piar con sus propias manos, para enterrar en él la vida, los bienes y los honores de los bravos defensores de la libertad de Venezuela, de sus hijos, esposas y padres... El cielo vela por vuestra salud, y el gobierno, que es vuestro padre, sólo se desvela por vosotros. Vuestro jefe, que es vuestro compañero de armas, y que siempre a vuestra cabeza ha participado de vuestros peligros y miserias, como también de vuestros triunfos, confía en vosotros. Confiad, pues, en él, seguros de que os ama más que si fuera vuestro padre o vuestro hijo".

XI Aprovechó el enemigo estas disensiones, y, penetrando en el país a tambor batiente, recordó su deber común a los jefes patriotas. Casi todo el territorio se hallaba en poder de los españoles; los revolucionarios, unidos o separados, apenas mantenían un movimiento de guerrillas, sólo para no dar reposo al vencedor. El año de 1817 fué favorable a las armas del rey. Nada de extraño había en ello, pues los nobles y principalmente los ricos, más apegados a sus propiedades que a la libertad, contribuían con dinero, caballos y armas a los triunfos realistas, y más aún con la presión moral ejercida sobre la multitud de hombres sometidos a su influjo. El general Morillo dictó severas órdenes contra la deserción: quien aprehendiera a un desertor quedaba exento de servicio; al pueblo donde se desertara un soldado, se le imponía la obligación de suministrar armas, uniforme

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DERROTAS PROVECHOSAS

y un hombre de reemplazo. Recto e inteligente, el general Morillo, jefe de las tropas españolas, era siempre un temible adversario, aunque no contara con 25.000 hombres bajo sus órdenes ni pudiese esperar refuerzos de España. Bolívar dijo más tarde: "Hasta hoy los enemigos han obrado con una prudencia que casi degenera en timidez" ... "La disciplina es el alma de las tropas enemigas, como lo es el valor de las nuestras". Los proyectos, las esperanzas, los juramentos de Bolívar aumentaron también esta vez con las derrotas. Razón tenían sus contrarios al decir: "Bolívar derrotado es más temible que vencedor". En esto se nos muestra también el carácter nervioso y delicado de un hombre que soporta las fatigas y los reveses, no por saludable costumbre precisamente, sino aceptándolos con una audacia deportiva de la cual saca su naturaleza un suplemento de energías. A través de ríos y montañas, su mirada se dirige en aquellos momentos a otras comarcas del continente, y escribe: "Creado el Nuevo Mundo bajo el fatal imperio de la servidumbre, no ha podido arrancarse las cadenas sin despedazar sus miembros". Mientras pierde terreno por una parte, encuentra por otra nuevos bríos en el magnífico paso de la cordillera por el general argentino San Martín y nuevas esperanzas en la conquista de Chile por el almirante inglés lord Cochrane, y envía a Buenos Aires un mensaje profético: "La República de Venezuela, aunque cubierta de luto, os ofrece su hermandad; y cuando cubierta de laureles haya extinguido los últimos tiranos que profanan su suelo, entonces os convidará a una sola sociedad, para que nuestra divisa sea Unidad en la América Meridional". Al mismo tiempo, junto con un pequeño cuerpo de tropas, despachado a Nueva Granada, lanza una proclama comenzada con la misma audacia: "Granadinos: Ya no existe el ejército de Morillo: nuevas expediciones vinieron a reforzarlo, tampoco existen ... El imperio español ha empleado sus inmensos recursos contra puñados de hombres desarmados y aun desnudos; pero animados de la libertad . .. La España que aflige Fernando con su dominio exterminador toca a su término. Enjambres de 176


nuestros corsarios aniquilan su comercio .. . El espíritu nacional anonadado por los impuestos, las levas, la inquisición y el despotismo... El día de la América ha llegado, y ningún poder humano puede retardar el curso de la naturaleza guiado por la mano de la Providencia. Reunid vuestros esfuerzos a los de vuestros hermanos: Venezuela conmigo marcha a libertaros, como vosotros conmigo en los años pasados libertasteis a Venezuela... El sol no completará el curso de su actual período sin ver en todo vuestro territorio altares a la libertad. Cuartelde Angostura, agosto 15 de 1818. 89". Detrás de estas frases pomposas no existía sino la voluntad de un hombre solo, falto casi de todo en aquel momento. Y, sin embargo, como lo escribió más tarde su ayudante: "Esta declaración que en realidad no era más que una vana jactancia. .. produjo, sin embargo, consecuencias morales de mucha trascendencia: deslumbró con una manifestación de fuerza a los que ignoraban el verdadero estado de los independientes... no sólo en el país sino en el exterior". Al mismo tiempo, trataba de consolidar sus tropas con el auxilio de oficiales extranjeros. Gracias al dinero de,Bripp y a sus propias relaciones, logró enrolar en Londres trescientos hombres, y luego hizo venir mil ingleses con otros oficiales. Poco después atrajo a su causa a cierto entusiasta oficial irlandés que se hallaba en la Plata. Este hombre llega a Margáritz_spn su tropa, busca en vano al general, continúa su ruta, reconoce el pabellón español y sigue viaje a Jamaica, luego se traslada a Cartagena, donde se produce una acalorada disputa cuando trata de averiguar a quién debe obedecer. Poco después, seis mil británicos se unen a Bolívar. Esta ayuda extranjera le pareció tan grave al enemigo, que lanzó una proclama incitándoles a desertarse: "Ingleses: me dirijo a vosotros que ya conocéis a ese famoso personaje a quien sin duda (antes de salir de Inglaterra) comparabais cuando menos a un Washington; pero tan luego como habéis visto lo que son el héroe de esta despreciable república, sus tropas, sus generales y los necios que componen su gobierno, os habréis apercibido de que os engañaron vergonzosamente".

177 Bolívar.— 12


SORPRESA

Por aquella época, muchos mercenarios y aventureros se presentaron a Bolívar, deseosos unos de continuar la alegre vida militar, difícil ya en Europa, después de la caída de Napoleón; otros en busca de un nuevo opresor, desaparecido ya el primero de todos: un sobrino de José Bonaparte y otro de Kosciusko, un hijo de Murat, un príncipe Ipsilanti, el hijo de Iturbide. . . La rapidez con que llegaban y partían de nuevo simboliza las vacilantes simpatías de Europa. Por todos los medios, durante este año malo y cargado de amenazas, el político procura suplantar en Bolívar al guerrero. Funda un periódico, en el cual, frecuentemente, aparecen artículos suyos no firmados; esparce en la prensa inglesa la voz de que la guerra no es contra el pueblo español, con el cual más bien se desea la paz, sino contra su gobierno; trata de levantar un empréstito, pero tropieza con que se le han ofrecido trescientas libras a quien lo consiga, como hace el industrial cuando solicita una hipoteca. Naturalmente, aspira a un armisticio, y, después de ganar una batalla, escribe al general español estas arrogantes frases: "Yo los indulto en nombre de la República de Venezuela, y al mismo Fernando VII perdonaría, si estuviese como Vd., reducido a Calabozo. Aproveche Vd. nuestra clemencia, o resuélvase a seguir la suerte de su destruido ejército". Más adelante, Bolívar fué derrotado de nuevo. Una fiebre lo obliga a guardar cama durante dos semanas. Enfermo, en su pequeña alcoba de Angostura, sin recursos, formula sus proyectos en una proclama al Viejo Mundo y expone en ella siete puntos para demostrar que Venezuela ha derramado la sangre de sus hijos y ha sacrificado todos sus bienes, todos sus goces, por la libertad, y el deseo de que las potencias extranjeras interpongan sus buenos oficios en favor de la humanidad, invitando a España a ajustar y concluir un tratado de paz con Venezuela, tratándola como nación libre. Ni con buena salud en campaña, en medio de los suyos, estaba segura su vida. Ahora se encuentra tendido en la hamaca en pleno llano, duerme distante de su pequeña guarnición. Su edecán ha ido a un baile. Un llanero de

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BOLIVAR Y SUS SUBORDINADOS

pronto le avisa que el enemigo se encuentra a dos leguas. 'El temor a que me sorprendiesen de noche me hizo dar órdenes al momento para que se cargasen las municiones y todo el parque y que se levantara el campo con el objeto de ir a ocupar otra sabana. Dos de mis edecanes fueron a comunicar aquellas órdenes y a activar el movimiento... Volví a acostarme en mi hamaca, y en aquel mismo momento llegó mi primer edecán, el que para no despertarme se acercó pasito y se acostó cerca de mí en el suelo sobre una cobija; yo le oí, llamé y le di orden de ir donde el jefe de Estado Mayor, para que apresurase el movimiento. El general Ibarra fué a pie a cumplir aquella.. disposición, mas apenas hubo andado un par de cuadras en la dirección del lugax_Ilonde estaba el Estado Mazor oyó al general Santander, jefe entonces de dicho Estado Mayor, y habiéndose acercado de él le comunicó mi orden, y entonces Santander le preguntó en voz alta dónde me hallaba yo; Ibarra se lo enseñó a Santander, picando su mula vino a darme parte de que todo estaba listo y que las tropas iban a empezar el movimiento: Ibarra regresó en aquel momento: yo estaba sentado en mi hamaca poniéndome las botas; Santander seguía hablando conmigo; Ibarra se acostaba cuando una fuerte descarga nos sorprende y las balas nos advierten que habían sido dirigidas sobre nosotros: la oscuridad nos impidió distinguir nada. El general Santander gritó al mismo momento: ¡El enemigo! Los pocos que éramos nos pusimos a correr hacia el campo, abandonando nuestros caballos y cuanto había en la mata... La oscuridad nos salvó..."Los españoles habían hecho prisionero al ayudante del capellán del ejército, y lo obligaron a indicarles el sitio donde se hallaba el Libertador. Aquella noche, Bolívar hubo de andar un trecho a pie. Un oficial le negó su cabalgadura. Al cabo, obtuvo otra. Dos semanas después, le escribía a un general amigo dándole la descripción de su caballo perdido, a fin de recuperarlo. Esta confusa historia, cuyo desenlace se perdió •en la oscuridad de la noche, se completa con un plan para asesinar a Bolívar, quien, en la confusión, quedó desmontado y lo dejaron por muerto. Un amigo, en las frases siguien-


CARTA DE AMOR

tes, expresa cuán poco se le amaba en aquella época: "Muchos que en el día quieren aparecer inmaculados en la amistad del Libertador han sido más de una vez promovedores o colaboradores de bochinches contra él... ¡Qué raros son los que pueden decir: estoy exento de esa mancha I- Estas sombrías palabras traslucen la desconfianza siempre despierta de sus subordinados, a lo cual se añade la ausencia casi total de un testimonio de verdadera amistad. Aunque de modo general no inspirara temor como Napoleón, Bolívar, sin embargo, no despertaba amor en sus semejantes, seguramente porque en medio de los advenedizos de su oficialidad seguía siendo el gran señor; pero sí los sugestionaba y sometía con el poder de su palabra y la fuerza de sus ideas. Si en ocasiones comía carne cruda, junto con su tropa, como César la sopa de cebada, fué menester, al menos en los primeros años, que los convenciese de su destreza de jinete, lazo simbólico entre este personaje altamente instruído y sus incultos soldados. Un día, Ibarra, su gigantesco edecán, hace ensillar para sí un caballo de alzada y uno pequeño para Bolívar, y, en presencia de los llaneros, salta por encima del caballo. Bolívar advierte cómo lo observan irónicamente a él, hombre pequeño y en apariencia débil, que presencia la hazaña del otro. Se echa atrás, salta a su vez, pero calcula mal el brinco y resbala sobre el animal, que le da una coz; se aleja cojeando, ensaya nuevamente, vuelve a fracasar; risa de todos. Ibarra le ruega en voz baja que renuncie a la empresa; al tercer salto, consigue su propósito. Aplausos. El salto fué para él como una batalla ganada. Quizás despertaba poca simpatía entre los hombres, porque agradaba demasiado a las mujeres. Respecto a esto se contaron y se cuentan multitud de historias, pero casi no existen documentos. "Dígale Vd. muchas cosas a Bernardina y que estoy cansado de escribirle sin respuesta. Dígale Vd. que yo también soy soltero, y que gusto de ella aún más que Plaza, pues que nunca le he sido infiel". El autor de semejante carta había de hallarse separado, por su manera de vivir, de los llaneros, para quienes una mujer era igual a otra, y quienes instintivamente se

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AUDACIA DE PAEZ

sentían más ligados a otro hombre, igual a ellos por su origen: el general...Báez, un mestizo aunque rubio, sin cultura, enérgico y audaz. Niño aún, se fugó de su casa, fué humillado por cierto mulato y odiaba vehementemente a todos los españoles. Siete años más joven que Bolívar, muy pronto se abrió camino hacia una alta posición. Después de la muerte de Boyes logró atraer a su partido a los mismos llaneros que aquél condujo contra la república, pues para él, como para Boyes, los llanos eran su verdadera patria, aunque uno y otro incendiasen las sabanas para derrotar al enemigo con ayuda de las llamas. Con sus centauros, fácilmente llegó a dominar varias provincias; pero no carecía de cierto refinamiento y de cierta ambición de cultura. Sus crisis de epilepsia e igualmente algunas de sus singulares costumbres quizás se relacionen con esta dualidad de su temperamento; por ejemplo, la de hacerse llevar su lanza por un negro jorobado, especie de bufón de corte, a quien le permitía decirle las verdades. Los ingleses lo preferían a Bolívar. Bolívar necesitaba del general Páez y se lo hizo describir con la mayor exactitud antes de verlo por primera vez. Luego vivió en relaciones constantes con él o contra él. Ahora observaba a Páez sentado entre sus oficiales ingleses, viéndolos con el rabo del ojo emplear correctamente el tenedor y el cuchillo. Naturalmente, el poderoso caudillo no le obedeció a Bolívar sino mientras quiso. Él y sus llaneros eran necesarios a orillas del Apure, pero prefirió hacerse conferir plenos poderes por un congreso en miniatura, reunido en San Fernando, sin cuidarse para nada de Bolívar. Éste realizó una marcha de mil quinientos kilómetros para ganarse la inestimable caballería de Páez. Cuando llega al río, donde debían esperarlo las embarcaciones, pregunta: —¿Dónde están los barcos? —Allí. Páez señala las flecheras españolas que debían impedir el esguazo y con cincuenta jinetes se precipita sobre el enemigo, se apodera de las embarcaciones y se las trae a Bolívar. Con semejante hombre, que hasta el fin mantendrá siern-

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RELACIONES CON PAEZ

pre una actitud muy dudosa hacia Bolívar y que por último lo sucederá en el poder, era preciso obrar con flexibilidad y dulzura, so peligro de tenerlo en franca rebeldía junto con sus tropas. "En los primeros tiempos de la independencia, dijo Bolívar después, se buscaban hombres y el primer mérito era el de ser guapo, matar muchos españoles y hacerse temible: negros, zambos, mulatos, blancos, todo era bueno con tal que peleasen con valor; a nadie se le podía recompensar con dinero, porque no lo había; sólo se podían dar grados para mantener el ardor, premiar las hazañas y estimular el valor: así es que individuos de todas las castas se hallan hoy entre nuestros generales, jefes y oficiales, y la mayor parte de ellos no tiene otro mérito personal sino es aquel valor brutal y todo material, que ha sido tan útil a la república". El talento de Bolívar para tratar a los hombres siempre le valía respeto, aunque no lo respaldase fuerza alguna. Durante una revista, el coronel inglés Wilson le propuso al general Páez proclamarlo jefe supremo, prometiéndole el apoyo de las tropas inglesas. Páez aceptó al principio, pero luego le entraron escrúpulos y acabó confesándoselo a Bolívar, quien hizo arrestar y desterrar al inglés, sin que Páez se opusiera. Este cejar de Páez, quien para entonces tenía bastante poder y muchos celos, es efecto del proceso y fusilamiento de Piar, pero también de aquel flúido que en las horas decisivas emana de los hombres superiores. Si el mestizo en cierto modo desconfiaba del blanco, el giro de este asunto lo destaca más bien como un magnífico ejemplo del arte de Bolívar para manejar a los hombres, cualidad suprema en el político.

XII En Angostura, cerca del río, existe todavía una casa baja de siete ventanas, y se la venera no tanto por haber albergado a principios de 1819 la reunión de veintinueve diputados, como porque allí pronunció Bolívar su pri-

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EL CONGRESO DE ANGOSTURA

mer discurso ante el congreso. Suma de su filosofía política, la constitución que iba a presentar no fué escrita en la tranquila celda del pensador, sino meditada en un largo monólogo, entre los manglares del río, en medio del bullicio de monos y de loros, mientras remontaba el Orinoco en su canoa, para imponerle a Páez su autoridad y la del congreso. Alcanzado esto, pues el cabecilla llanero quedó contento con el mando de la caballería y un hermoso grado, y, libre al fin Bolívar de reacciones en su propio campo, convocó al congreso para hacer brillar ante él la nueva unidad del país y mostrarle al mundo el nacimiento de un nuevo estado. En congreso en realidad era un mito, un sueño. Las tres cuartas partes del país cuya representación debía asumir se hallaban en poder del enemigo. La elección de presidente se efectuó bajo una como presión moral. La votación tuvo lugar en presencia de un dictador de hecho. Éste necesitaba a la cabeza del gobierno de un hombre honrado, débil y leal: Zea, reo en Bogotá de estudiar ciencias naturales, remitido a Madrid y, puesto luego en libertad, llegó a ser director del Jardín Botánico de aquella ciudad. Su rostro de filósofo antiguo traslucía a primera vista al pensador abstraído y benévolo. A Bolívar le renovaba el recuerdo de Humboldt, pues éste lo había ayudado en su accidentada fuga para regresar a América. En aquella época, hombres que como Zea uniesen una cultura superior a otras prendas morales eran raros entre los compatriotas de Bolívar, quien sin embargo necesitaba inmediatamente de muchos de ellos para los primeros cargos de su recién fundado gobierno. Más adelante, refiriéndose a estos acontecimientos, los calificó de -el entierro de sus enemigos". Un coronel inglés escribía entonces: "Jamás ha obrado el general Bolívar más políticamente, ni ha dado un golpe tan decisivo al gobierno español, como reuniendo la representación nacional. Ha fijado para siempre su reputación, obrando como hombre grande y como un virtuoso ciudadano, y ha excitado y dado tal consistencia al carácter nacional, que asegurará muy prontamente a Venezuela su completa independencia''.


LOS VEINTINUEVE OYENTES

¡Cuán distante se halla todo esto! ¡Cómo se han olvidado los nombres y se han borrado las actas y las minutas de aquellas discusiones, tan vacías como hoy la casa donde se convirtió en polvo el papel que las contuvo! Sólo permanece aquel discurso, porque en él palpitan los viejos problemas de la sociedad y del estado, del patrimonio de los hombres: la libertad y sus derechos. Tres horas duró, y, ciertamente, los veintinueve abogados, profesores y oficiales que lo escuchaban no se durmieron en la pequefía sala. Dejando a un lado, sin embargo, los efectos del momento, aquel grandioso discurso fué el monólogo de un pensador, de un guía, cuyo espíritu contemplaba como invisibles oyentes a los filósofos de la antigüedad y a los historiadores del porvenir. Al hablar, no veía por la ventana el Orinoco, sino el Tíber o el Sena, y sentados en la asamblea a los sabios que estudiaron el estado y en quienes a su vez lo estudió él. Bolívar comenzó: "¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la soberanía nacional para que ejerza su voluntad absolutal... Solamente una necesidad forzosa, unida a la voluntad imperiosa del pueblo, me habría sometido al terrible y peligroso encargo de Dictador Jefe Supremo de la República. ¡Pero ya respiro devolviéndoos esta autoridad!..." Con el estilo de la Gran Revolución, opone en seguida la debilidad de su sola persona al peso formidable de los acontecimientos. Somete sus actos al juicio público y expresa el deseo de haber "alcanzado el sublime título de buen ciudadano, preferible para mí al de Libertador que me dió Venezuela, al de Pacificador que me dió Cundinamarca, y a los que el mundo entero pueda dar... La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle, y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía ... Permitidme, Señor, que exponga con la franqueza de un verdadero republicano mi respe/ 84


FILOSOFIA DEL ESTADO

tuoso dictamen en este proyecto de constitución .... Yo sé muy bien que vuestra sabiduría no ha menester de consejos, —dice irónicamente, dirigiéndose a sus veintinueve oyentes, personas todas de mediana inteligencia— y sé también que mi proyecto acaso -s parecerá erróneo, impracticable... Quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido". Luego, en un amplio cuadro esboza los ocho arios de revolución, comparándolos a la caída del Imperio Romano. Muestra el embrutecimiento bajo el dominio español y la falta de orientación de todos lbs instintos personales, con sus consecuencias: ambición, intriga, traición a la patria; todos, crímenes cometidos por aquellos veintinueve hombres sentados ante él o por sus amigos. Luego continúa ... y nos parece oír a un filósofo político de los alrededores de 1940: "Un pueblo pervertido, si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla . La libertad, dice Rousseau, es un alimento suculento pero de difícil digestión. Nuestros débiles conciudadanos tendrán que enrobustecer su espíritu mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad . . La naturaleza a la verdad nos dota, al nacer, del incentivo de la libertad; mas sea pereza, sea propensión inherente a la humanidad, lo cierto es que ella reposa tranquila aunque ligada con las trabas que le imponen. Al contemplarla en este estado de prostitución, parece que tenemos razón para persuadirnos que los más de los hombres tienen por verdadera aquella humillante máxima, que más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía... Muchas naciones antiguas y modernas han sacudido la opresión; pero son rarísimas las que han sabido gozar de algunos preciosos momentos de libertad; muy luego han recaído en sus antiguos vicios políticos: porque son los pueblos más bien que los gobiernos los que arrastran tras sí la tiranía. El hábito de la dominación los hace insensibles a los encantos del honor y de la prosperidad nacional; y miran con indolencia la gloria de vivir en el movimiento de la libertad, bajo la tutela de leyes dictadas por su


LA REALIDAD

propia voluntad... Pero ¿cuál es el gobierno democrático que ha reunido a un tiempo poder, prosperidad y permanencia? ¿Y no se ha visto por el contrario la aristocracia, la monarquía cimentar grandes y poderosos imperios por siglos de siglos? ¿Qué gobierno más antiguo que el de China? ¿Qué república ha excedido en duración a la de Esparta, a la de Venecia? ¿El Imperio Romano no conquistó la tierra? ¿No tiene la Francia catorce siglos de monarquía? ¿Quién es más grande que la Inglaterra? Estas naciones, sin embargo, han sido o son aristocracias y monarquías". Después de celebrar la pura democracia de Venezuela, no duda en considerarla, al mismo tiempo, inaplicable, a pesar de la sanción del congreso. Ataca su principio fundamental federalista, conveniente tal vez a la América del Norte, pero no a la del Sur, y en esa diferencia señala circunstancias inadvertidas hasta entonces. "Nuestra constitución moral no tenía todavía la consistencia necesaria para recibir el beneficio de un gobierno completamente representativo, y tan sublime cuanto que podía ser adaptado a una república de santos... No todos los ojos son capaces de soportar la luz celestial de la perfección. El libro de los Apóstoles, la moral de Jesús, la obra divina que nos ha enviado la Providencia para mejorar a los hombres, tan sublime, tan santa, es un diluvio de fuego en Constantinopla, y el Asia entera ardería en vivas llamas si este libro de paz se le impusiese repentinamente por código de religión, de leyes y de costumbres". Afirmando en seguida, con energía, la igualdad de los derechos inmanentes al hombre, trata de la diferencia de capacidades, que no se compensa ni con la educación ni con las leyes. Por esto, la misma república clásica de la Atenas de Solón sólo duró diez años, mientras que Esparta, con sus dos reyes, tuvo más larga vida. Pisístrato y Pericles, dos usurpadores, fueron más saludables a Atenas que las leyes de Solón. De allí se vuelve hacia la Inglaterra, su ideal, donde ha visto con sus propios ojos lo que considera modelo incomparable: el gobierno de los lores, limitado por el pueblo y por el rey, y propone, en su nueva constitución,

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REYES Y PRESIDENTES

un senado hereditario. "Sería, en mi concepto, la base, el lazo, el alma de nuestra república . . . El individuo pugna contra la masa, y la masa contra la autoridad. Por tanto, es preciso que en todos los gobiernos exista un cuerpo neutro que se ponga siempre de parte del ofendido, y desarme al ofensor. Este cuerpo neutro, para que pueda ser tal, no ha de deber su origen a la elección del gobierno, ni a la del pueblo; de modo que goce de una plenitud de independencia que ni tema ni espere nada de estas dos fuentes de autoridad . . . Estos senadores serán elegidos la primera vez por el congreso. Los sucesores al senado llaman la primera atención del gobierno, que debería educarlos en un colegio especialmente destinado para instruir aquellos tutores, legisladores futuros de la Patria . .. No es una nobleza la que pretendo establecer . .. Por otra parte los libertadores de Venezuela son acreedores a ocupar siempre un alto rango en la república que les debe su existencia . . . En todas las luchas la calma de un tercero viene a ser el órgano de la reconciliación; así el senado de Venezuela será la traba de este edificio delicado y harto susceptible de impresiones violentas: será el iris que calmará las tempestades y mantendrá la armonía entre los miembros y la cabeza de este cuerpo político". Tras de exponer la triple línea de diques, barreras y estacadas que limitan la autoridad del rey de Inglaterra: el Ministerio, la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes, pide mayores derechos para el presidente de la república. En períodos clásicos que reflejan al igual su cultura el poder de su pensamiento y sus amargas experiencias, el orador pinta la disparidad entre uno y otro jefe de estado: "En las repúblicas el ejecutivo debe ser el más fuerte, porque todo conspira contra él; en tanto que en las monarquías el más fuerte debe ser el legislativo, porque todo conspira en favor del monarca. La veneración que profesan los pueblos a la magistratura real es un prestigio que influye poderosamente a aumentar el respeto supersticioso que se tributa a esta autoridad. El esplendor del trono, de la corona, de la púrpura; el apoyo formidable


GRANDIOSA CONCEPCION

que le presta la nobleza; las inmensas riquezas que generaciones enteras acumulan en una misma dinastía; la protección fraternal que recíprocamente reciben todos los reyes, son ventajas muy considerables que militan en favor de la autoridad real, y la hacen casi ilimitada. Estas mismas ventajas son, por consiguiente, las que deben confirmar la necesidad de atribuir a un magistrado republicano una suma mayor de autoridad que la que posee un príncipe constitucional... Un magistrado republicano Es es un individuo aislado en medio de una sociedad un hombre solo resistiendo el ataque combinado de las opiniones, de los intereses, y de las pasiones del estado social, que, como dice Crnot, no hace más que luchar continuamente entre el deseo de dominar y el deseo de sustraerse a la dominación. Es, en fin, un atleta lanzado contra otra multitud de atletas... Si no se ponen al alcance del ejecutivo todos los medios que una justa atribución le señala, cae inevitablemente en la nulidad o en su propio abuso; quiero decir, en la muerte del gobierno, cuyos herederos son la anarquía, la usurpación y la tiranía". Luego expone Bolívar la necesidad de dar a la democracia el más sólido apoyo posible, es decir, de limitar la libertad, porque "¡ Ángeles, no hombres, pueden únicamente existir libres, tranquilos, y dichosos, ejerciendo todos la potestad soberana1.. Moderemos ahora el ímpetu de las pretensiones excesivas que quizás le suscitaría la forma de un gobierno incompetente para él. Abandonemos las formas federales que no nos convienen; abandonemos el triunvirato del poder ejecutivo; y concentrándolo en un presidente, confiémosle la autoridad suficiente para que logre mantenerse luchando contra los inconvenientes anexos a nuestra reciente situación, al estado de guerra que sufrimos, y a la especie de los enemigos externos y domésticos, contra quienes tendremos largo tiempo que combatir... No aspiremos a lo imposible... Todos los pueblos del mundo han pretendido la libertad; los unos por las armas, los otros por las leyes, pasando alternativamente de la anarquía al despotismo o del despotismo a la anarquía". Sobre todo en Venezue188


POR LA LIBERTAD DE LOS ESCLAVOS

la, donde existen razas provenientes de tres continentes, no se las debe separar, sino más bien mezclar. La moral y las luces, los dos polos de la república, deben desde luego perfeccionar todas las razas, y con este motivo, al tratar de la libertad de los esclavos, solicitada varias veces, toda la pasión de su juventud idealista, se abre paso a través de su moderación política, y exclama: "Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República". Y de pronto, sin transición, presenta al final de su discurso el proyecto principal que medita desde hace años: unir a Venezuela y a Nueva Granada. En este punto, su pasado, que lo condujo, como Libertador, de Oeste a Este, del extranjero a su patria, se une a sus proyectos para el porvenir, que lo han de llevar de Este a Oeste, a otros países. "Al contemplar la reunión de esta inmensa comarca, mi alma se remonta a la eminencia que exige la perspectiva colosal, que ofrece un cuadro tan asombroso ... Ya la veo servir de lazo, de centro, de emporio a la familia humana: ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra los tesoros que abrigan sus montañas de plata y de oro: ya la veo distribuyendo por sus divinas plantas la salud y la vida a los hombres dolientes del antiguo universo: ya la veo comunicando sus preciosos secretos a los sabios que ignoran cuán superior es la suma de las luces a la suma de las riquezas que le ha prodigado la naturaleza ... Señor, empezad vuestras funciones: yo he terminado las mías". No es en su resultado inmediato donde se puede medir la importancia de este discurso, grande igualmente por lo inspirado de su plan como por la fantasía del orador. Al contrario, por primera vez Bolívar es aquí un Don Quijote. ¡Cómo habían de comprenderlo los veintinueve oyentes suyos en aquella humilde casa a orillas del Orinoco! La mayoría de ellos desconfiaba del orador: al senado hereditario lo sustituyeron con senadores vitalicios, y al presidente vitalicio por uno elegido cada cuatro


APARECE DON QUIJOTE

años. Bolívar fué ese presidente. Pero nada logró en el fondo, si se consideran sus anhelos de poder y de estabilidad, pues de ambas cosas se prescindió. Bolívar debió sentir cuán inútilmente había concebido y meditado sus planes, para exponerlos de acuerdo con el momento. Pero, hombre de estado y político, por amargas experiencias transformado en circunspecto y astuto, no dejaba de pensar al mismo tiempo en la gloria. Y siempre tenía ante sí la idea de que más adelante la historia juzgaría sus hechos. Su mirada, al fijarse en la posteridad, brillaba más pura, pero también más ardiente que cuando veía el inmediato mañana. Muchas de sus confesiones posteriores revelan que conoció la voluptuosidad de grandes presentimientos históricos, y también que sólo gracias a éstos —si nos hacemos cargo de todo— pudo soportar los golpes y las decepciones de los diez años siguientes. Se sentía semejante a Don Quijote y se daba a sí mismo el nombre de este personaje. Ambos se igualaban en fe, y, si realmente Bolívar era menos ingenuo, sin embargo, hasta el fin de sus días mantuvo pura y entera su fe en la gloria. Estos profundos sentimientos son la mejor explicación de su frescor y de su entusiasmo siempre renovados, en la faena de transformar sus ideas en realidades, pues lo más sorprendente en un discurso tan rico en pensamientos y capaz al cabo de cien años de provocar en el lector comparaciones actuales es la resolución del hombre que se precipita en el tumulto de los acontecimientos, a raíz de fundar un estado, de darle la libertad y luego una constitución. El mismo legislador y filósofo político que, desde la tribuna, derrama su pensamiento ante los veintinueve diputados, tres meses después atravesará la Cordillera en la más osada de sus campañas, llevando la libertad al país vecino. De él la había recibido y se la devolverá para unirlo a su patria en un nuevo estado.

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