Revista 60

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REVISTA CULTURAL

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editorial

Este editorial pretende dar un toque de atención sobre los monstruos y sobre sus ideas, aceptadas por una parte cada vez más numerosa de la población. La grave crisis financiera que todavía nos preocupa ha tenido consecuencias económicas y políticas. Entre las primeras, tenemos un aumento de la desigualdad provocado por las medidas que han afectado, sobre todo, a los que menos recursos tienen. Ya lo decía Milton Friedman, el padre del neoliberalismo:” después de una crisis real o percibida (shock lo llama Naomi Klein) las desagradables propuestas son aceptadas por la población con más facilidad”. Pero esta crisis y las recetas económicas llevadas a cabo con posterioridad, han creado monstruos que han aprovechado el descontento de la gente para inocular el odio al diferente, al que viene de fuera, al que busca refugio en una Europa cada vez más insolidaria. Esos monstruos proponen soluciones nacidas de la irreflexión e, incluso, de la mentira. Exageran los peligros que, ellos dicen, nos acosan por doquier y se presentan como salvadores de patrias. No hay nada nuevo bajo el sol porque estos monstruos no son originales ni innovadores. El problema es que muchos europeos están cayendo en sus redes. Nosotros, los que debemos luchar contra el monstruo, nos felicitamos de que no sea, todavía, la fuerza más votada cuando, en realidad, se siguen poniendo en práctica las mismas iniciativas que alimentan al monstruo y le hacen más fuerte.

MONSTRUOS MUY REALES SEDE son Carlos Fernández Luz González Pilar Gutiérrez Pedro Ruiloba Recaredo Ruiz Juan Villegas Adrián Alcorta Karlanny Ventura Marta Cuesta Conte San Emeterio Coral Barcenilla Elsa Fresno Christian Valdés César Barquín

Edita Asociación Cultural SEDE Complejo Deportivo Oscar Freire 39300 Torrelavega CANTABRIA Tel. 616 17 09 16

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Diseño y Maquetación Adrián Alcorta Diseño de portada Israel Eguren Agradecimientos Lorenzo A. Baquero Burbuja Films Las secciones que componen este número no tienen por qué tener continuidad en próximas ediciones. La asociación no se hace cargo de las ideas que los colaboradores expresen en sus secciones.

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MARTA G. ASÚA

Si algo nos ha dejado claro la historia es que, por muchos acontecimientos bélicos que el ser humano haya protagonizado, el ancla que nos hace diferir de las bestias es nuestra esencia misma, ésa que repele los instintos más básicos y nos estudia como un fin en nosotros mismos. La sociología, por su parte, ha tenido parte de responsabilidad. Muchos estudiosos del medio se echan las manos a la cabeza al caracterizar al homo, -al que cada vez menos consideramos sapiens- como animal social que en un momento determinado quiere cambiar su

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rumbo vital y diferir del grupo. Es decir, nos pasamos una gran parte de nuestra vida intentando pertenecer a un no sé qué con el que no nos importa mimetizarnos con tal de formar parte de algo superior que anule nuestra soledad en el espacio-tiempo en el que circunstancialmente hemos nacido. La otra mitad tratamos de guiarnos por una voz interna que nos insta a salir de la comunidad y mostrar las diferencias que nos hacen individuos únicos, inigualables, sublimes. En conclusión: nos sabemos seres pertenecientes a un grupo del que queremos diferenciarnos. Y así infinitamente. Solo los 7300 millones de habitantes


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del globo terráqueo somos los que debemos convivir con nuestro fuero interno e inventarnos respuestas a anhelos que, aunque personifiquemos, son colectivos: quién eres, por qué eres, para qué eres. Por si esa lucha no fuera suficiente, la ciencia de la estructura y el funcionamiento de las sociedades humanas se encarga de afirmar rotundamente que, dependiendo del siglo en el que hayas nacido, serás de una determinada manera y pertenecerás a una tribu con la que compartirás características, planes de futuro, planteamientos de vida, etc. Y ahí es de donde parte el conflicto. Los millenials, milénicos o Generación Y somos todos aquellos hijos de la cohorte demográfica del baby boom o de la generación X. Para clarificar ideas: todos los que hemos nacido entre los años ochenta y los primeros del dos mil, en una cierta prosperidad económica y bajo el lema: “esfuérzate para recoger frutos”. Nada más lejos de la realidad: los cambios históricoeconómicos y políticos se nos han adelantado para desmontar todos esos parámetros, a la vez que la esperanza de vida aumenta vertiginosamente año tras año y la tecnología avanza a la velocidad de la luz. El término, como otros más, está levantando ampollas a más de uno y no es de extrañar. Somos los llamados niños malcriados y sobreprotegidos; obsesionados con las redes sociales; agonizantes en la parálisis de la rutina de la que huimos constantemente. La generación apolítica, pero condescendiente y quejica, cuyo único objetivo en la vida es conseguir el último dispositivo móvil de moda. Otros añaden a todo ello, que somos una generación sobradamente preparada, pero vivimos en la

ignorancia. Eufemismos, todos ellos, que nos describen como una prole imbécil. Este asunto, que puede parecer nimio en el día a día, toma más consistencia que nunca cuando los propios millenials –todos los nacidos en ese lapso de tiempo- hablan de sus congéneres como si de bestias se tratara y se distancian del grupo jurando no pertenecer a él. Lo que no saben es que los científicos del área se han vuelto a adelantar, personificándonos como fieles contraatacantes de la propia generación a la que consideramos apocalíptica. Estamos en un cambio de ciclo, de eso no hay duda, y muy probablemente estamos perdidos en el limbo de la inestabilidad y de la instantaneidad. Podríamos decir también que hay facilidades que nos han venido dadas, pero también han conllevado fuertes decepciones cuando el cuento que nos narraban no acaba con el punto final y cada día la alienación es más y más incisiva. Millenials hay de todo tipo: los hay ignorantes, desde luego, y también vagos. Hay millenials viajeros, bronceados todo el año. Están los blogueros, los que influencian (y se dejan influenciar) y los que hacen vídeos y se convierten en millonarios. También están los que estudian y estudian y estudian y no encuentran sustento en tierra patria. Están los de la fuga de cerebros y también a los que les da por la meditación. Incluso los hay que se casan, –¡con los tiempos que corren!–. En definitiva, hay tantos tipos como personas existen, en un contexto completamente diferente al de sus padres o abuelos, pero quizás con más preguntas, porque también tienen más respuestas. El hecho de querer diferir del resto no tiene que ver con una generación, sino con una especie entera. De igual manera el pertenecer. Así que, sí, probablemente la Generación Y podría incluirse en el Bestiario del siglo, al igual que la X en la del Veinte y así con todas, pero sin olvidarnos de que eso es solo un nombre. Y de palabras vivimos.

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::Mariano F. Urresti

La inminente aparición de mi libro “¿Apocalipsis?” (Grupo Planeta, sello Luciérnaga) en el que planteo si las viejas profecías sobre el fin del mundo cobran sentido en un momento preocupante para el planeta (crisis ecológica, advenimiento de Donald Trump a la Casa Blanca, Isis, Al Qaeda…), creo que ofrece una magnífica oportunidad para hablar de bestias y bestiarios, al menos si recordamos algunos pasajes del libro del Apocalipsis atribuido a san Juan. Juan menciona en el capítulo 12, por vez primera, a una mujer embarazada que grita como consecuencia de los dolores del parto y a la que pretende dar caza un monstruoso dragón. Con frecuencia, se ha interpretado que esa mujer «vestida de sol, con la luna bajo los pies y una corona de doce estrellas en la cabeza» es la Iglesia, pues dará a luz a un niño que apacentará a las naciones. En cuanto al dragón rojo de siete cabezas y diez cuernos que se menciona en el mismo capítulo, el propio Juan resuelve la duda de su identidad: es «la serpiente antigua, que

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se llama Diablo y Satanás». El monstruo habría sido precipitado a la tierra en compañía de sus ángeles negros, de modo que ya tenemos a los antagonistas del cordero y de los ángeles luminosos. El dragón se aposta frente a la parturienta con el propósito de devorar al niño apenas vea la luz, pero el bebé es arrebatado hacia Dios y la mujer se oculta en el desierto. Enojado, el lagarto se dispone a hacer la guerra al resto de la descendencia de la mujer junto con sus huestes, a las que en el capítulo 13 se suman dos monstruos: «vi surgir del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas» y «vi otra bestia que subía de la tierra; tenía dos cuernos, como los de un cordero, pero hablaba como un dragón». Hay quienes identifican esos monstruos con los míticos Behemoth, que se menciona en el libro de Job (40, 15-24), y Leviatán (Génesis 1, 21), pero la Iglesia cree ver en ellos al poder pagano,


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representado por el Imperio romano, y a los falsos profetas. En cualquier caso, ambos ayudan a la Bestia o dragón que, aunque ha sido derrotado, no está muerto. Y en ese momento descubrimos que sus seguidores, al igual que los justos, también tienen su propia marca o sello: «(la Bestia) hizo que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, recibieran una marca en la mano derecha o en la frente de modo que ninguno pudiera comprar y vender con el nombre de la bestia o con la cifra de su nombre». Pero antes de revelar esa cifra, señalemos la existencia de teorías que han llegado a imaginar que esa señal fue la que se puso a los judíos en los campos de concentración nazis, obviando el importante detalle de que la marca en cuestión no se dispuso ni en la mano derecha ni en la frente de los prisioneros, sino en su pecho. Armagedón y el terror del milenio Es hora de enfrentarnos al final del libro firmado por el misterioso Juan y a nuestro Juicio Final, si es que están en lo cierto quienes creen que en él se describe el futuro de todos nosotros.

sentado como un hijo del hombre». De inmediato, el narrador refiere una última secuencia de desastres tras ver en el cielo una gran señal y a siete ángeles dispuestos a derramar sobre la tierra siete plagas con siete copas. Y precisamente tras verterse la sexta en el río Éufrates y secar sus aguas, Juan nos dice que de la boca del dragón, de la Bestia y del falso profeta salieron los espíritus del demonio dispuestos a «reunir a los reyes de toda la tierra para la guerra del gran día del Dios todopoderoso», y nos informa de que se congregaron en un lugar llamado Armagedón. Todo ello antes de que se juzgara y condenara a Babilonia, la gran prostituta, que algunos identifican con Roma, símbolo del poder impío. Pero detengámonos en Armagedón. ¿Dónde está ese lugar, si es que existe? Hay cierto consenso entre algunos autores cristianos en identificar ese paraje con el monte Megido, que se encuentra en el valle de Jezreel, 90 kilómetros al

Los ejércitos se alinean antes de la batalla decisiva. En el capítulo 14, Juan vuelve a mencionar el número de los justos previamente marcados, que se sitúan junto al cordero en lo alto del monte Sión: «ciento cuarenta y cuatro mil personas que tenían escrito en las frentes su nombre y el nombre de su Padre». Son los rescatados de la tierra, los puros. A continuación, como si Juan asistiera a una de las escenas de La Guerra de las Galaxias, describe nuevamente a unos misteriosos «ángeles» que surcan los cielos, y regresa al centro del escenario «el hijo del hombre», pero lo hace a lomos de una desconcertante «nube»: «Después vi una nube blanca y sobre la nube estaba

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norte de Jerusalén. La palabra derivaría del hebreo Har Megiddo. Otros, como el profeta Joel (4, 12), lo identifican con el valle de Josafat: «Que se pongan en marcha las naciones camino del valle de Josafat. Allí me sentaré yo a juzgar a todos los pueblos circundantes». Singularmente, el monte Megido ha sido escenario de varias batallas memorables que se mencionan en la Biblia, y tal vez por ello Juan estimó que sería el emplazamiento perfecto para que las huestes del bien y el mal librasen el último y más terrible combate, el que habría de preceder al Juicio Final. Pero ¿cuándo deberá tener lugar ese enfrentamiento? Resulta difícil responder a esa cuestión, pues justamente después de la caída de Babilonia el autor del Apocalipsis nos regala uno de los episodios más confusos de su narración: el encarcelamiento temporal de Satanás. En efecto, al final del capítulo 19 todo parece perdido para las fuerzas del mal, antes incluso de esa postrera batalla, puesto que descendió del cielo «un caballo blanco; el jinete se llama el fiel, el veraz, y juzga y lucha con justicia». Los ejércitos celestes lo flanquean con caballos igualmente blancos, y sobre su manto y en el muslo lleva escrito: «Rey de reyes y Señor de señores». Es entonces cuando uno de los ángeles apresa al dragón, al diablo, y lo encadena «por mil años». A continuación, lo arroja al abismo, que se cierra y sella «para que no pueda seducir más a las naciones hasta que no se cumplan los mil años, después de los cuales debe ser soltado por poco tiempo». ¿Por qué mil años? ¿Por qué, según prosigue el relato, «cuando se hayan cumplido los mil años, Satanás será liberado de su prisión»? ¿A qué razones responde un plan tan aparentemente descabellado? El dragón ha sido herido y apresado, pero

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Dios no acaba con él. Se diría que lo necesita; que el bien no puede realizarse sin el mal, y justamente por ello le permitirá salir de su encierro, transcurrido ese tiempo, «a seducir a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y Magog, con el fin de reunirlos para la batalla en número tan grande como la arena del mar». De modo que si Juan no miente, la gran batalla de Armagedón sólo podría tener lugar tras haber transcurrido mil años desde el apresamiento de Satanás. Pero ¿cuándo se produjo esa reclusión, si es que tuvo lugar? Como se desconoce la respuesta, el hombre sucumbió al terror que le producía el cambio de milenio. Una ola de pánico e incertidumbre recorrió el mundo cristiano al llegar el año 1000, y otra lo sacudió con el advenimiento del 2000. Lo que sí está claro en la visión de Juan es que finalmente el bien vencerá.” Un fuego terrible cayó del cielo y arrasó a las fuerzas oscuras”, dice el autor del Apocalipsis, y «el diablo que los seducía fue arrojado al estanque de fuego y de azufre, donde están la bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos». A continuación, el visionario pudo asistir al juicio final, donde los muertos escuchaban la sentencia correspondiente según los hechos de su vida reflejados en unos libros, y por último anuncia la llegada de la nueva Jerusalén, «que bajaba del cielo del lado de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su esposo>> ¿Qué podemos pensar de un texto así y de unas imágenes tan confusas y unas metáforas tan barrocas? ¿Estamos en vísperas del fin del mundo o sólo de otro fin de una cultura?


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Javier Perales Bestiario Comienza a caerse el cielo a trozos al ver amanecer el día, llega como un presagio maldito todo un catálogo de bestias, surgen del propio alba, se presentan ante nuestros miedos formando parte de ellos, la pereza, la envidia, el fracaso, sentimientos a golpe de bestiario que nos obliga a plegar velas, a consentir a paso cambiado, penitencia y condena en firme sin visos de solución alguna, tan solo nos queda el sueño invitándonos a ser mecidos en narcóticas jornadas con nuevos horizontes.

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HEREDEROS DE

CTHULHU 80

AÑOS

SIN

Lovecraft

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José Antonio Olmedo López-Amor

¿A qué se refería Michel Houellebecq cuando afirmó: hay algo en Lovecraft que no es del todo literario? Pocas presentaciones necesita Howard Phillips Lovecraft, (Providence, Rodhe Island, 1890). A día de hoy, podemos afirmar que fue uno de los escritores más influyentes del siglo XX, en lo que a literatura fantástica se refiere, claro está. Pero no siempre su reconocimiento fue así. Es más, pasó desapercibido en su época y tras vender a bajo coste los derechos de sus relatos, tuvo que ocuparse en trabajos que le dispensaron poco dinero. Uno de los hechos que más llama mi atención de su corta, pero densa biografía, es que ninguno de sus relatos o novelas cortas fueron publicados en forma de libro durante el periodo de vida de su autor. Sus historias eran malvendidas y publicadas en revistas de poca repercusión. Quizá en ese hecho influyese la extraña personalidad de un autor sombrío y misógino, conservador y xenófobo, con no pocas frustraciones y traumas que lo acompañaron y atormentaron durante toda su vida. Lovecraft empezó a escribir a los siete años. Sus inicios fueron miméticos con sus referentes de adolescente: gustaba del terror y de la ambientación gótica como escenario y argumento de sus tramas, pero había algo en su interior que no acababa de convencerle. Con la idea de encontrar su sello personal, comenzó, no solo a leer, sino a estudiar los métodos y estilos de insignes autores del género. Tales fueron sus lecturas y su erudición, que su ensayo titulado El horror sobrenatural en la literatura (1927), representa una exposición más que competente de los principios del relato sobrenatural hasta la fecha, demostrando

un dominio exhaustivo de la materia. En dicho trabajo trató de definir el atractivo peculiar de la historia de terror, en la que debe haber presente una cierta atmósfera de mortal terror inesperado a fuerzas exteriores desconocidas, y describió la evolución de la novela gótica a través de las obras de Walpole, Radcliffe, Lewis y Maturin. Algunos esquematizan la obra de Lovecraft en cinco partes; otros no encuentran sentido en hacerlo —pues las fronteras son muy difusas entre ellas—. Sin embargo, parecen claras las influencias de Poe, Dunsany y Machen, por lo que es fácil desglosarlo en tres etapas: gótica, onírica y mitos, respectivamente. De todos ellos trató de quedarse lo mejor y, poco a poco, fue forjando su sesgo como autor: barroquismo en las descripciones, muchos adjetivos, introducción de descubrimientos científicos y una atmósfera opresora, hasta que todo ello culminó en su particular

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universo tenebroso y primordial con los mitos de Cthulhu. Del espiritismo, satanismo y fantasmagoría decimonónicos, Lovecraft saltó a los viajes en el tiempo, los seres extraterrestres, otras dimensiones y la idea de que la Tierra, antes que el ser humano, fue habitada por criaturas monstruosas con poderes increíbles que fueron expulsadas. El temor a su regreso y toda una iconografía de dioses y mitología fueron su mejor baza, una apuesta arriesgada que le permitía abrir el abanico de posibilidades, no solo para aterrorizar a sus lectores, sino para establecer hipótesis sobre una más que posible «otra Historia Universal». La perspectiva del tiempo hace que hoy miremos a Lovecraft como un creador de historias de terror que algo aportó a la tradición de su época. Su influencia en autores contemporáneos es evidente, pero no solo en el ámbito literario, sino también en el cinematográfico, en el cómic, juegos de rol o videojuegos. Su particular imaginario incluye toda una letanía de criaturas extraordinarias, seres extraños con

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poderes increíbles y capaces —aun sin proponérselo— de los más terribles actos. Uno de los rasgos característicos de estos dioses es su casi desprecio por la raza humana. Las narraciones lovecraftianas devienen del temor humano ante fuerzas tan desproporcionadas. Lejos queda el asunto del bien y el mal, polarización con la que fueron contaminados los mitos en su última etapa por autores que, con buenas intenciones, trataron de transfigurar en dichas historias algunas reminiscencias de sus ideas religiosas. El «Círculo de Lovecraft» nació de forma epistolar, ya entrados los años veinte y motivado por las periódicas publicaciones del genio de Providence, en la famosa revista pulp Weird Tales. Algunos aseguran que Lovecraft mantuvo correspondencia con los componentes del grupo y otros admiradores mediante más de cien mil cartas. Y es que todo fue excesivo y enfermizo en su vida. Solo con parte de sus datos biográficos probados, y otra ingente cantidad de habladurías sobre su persona, podría filmarse una película interesante, incluso sin introducirse en el grotesco mundo de sus narraciones; ahí lo dejo. Dijeron de él que caminaba solo por las noches; que frecuentaba cementerios; que no salió de su casa durante los primeros treinta años de su vida; que leía y leía en la biblioteca de su abuelo. Lovecraft tomaba por poco más que un insulto el hecho de cobrar por sus escritos: no quería prostituir la única vía de escape de su alma. Su madre decía de él que era feo, horrible, y lo animaba a no salir de casa ni relacionarse; algo a lo que tuvo que enfrentarse, muerta su madre y mermada entonces la fortuna familiar. Astrónomo frustrado y divorciado de una mujer diez años mayor que él, quien aseguraba haberse separado por no mantener relaciones sexuales, Lovecraft fue el blanco perfecto para las ociosas lenguas que veían en él a una persona extraña. Robert Bloch, Donald Wandrei, Robert E. Howard, Frank Belknap Long, Clark Ashton Smith y August Derleth, fueron algunos de los autores más destacados e incluidos en el círculo lovecraftiano. Por lo menos, fueron los más fieles, ya que su relación epistolar duró hasta la muerte de Howard Phillips, quien solía firmar algunas de sus cartas bajo el seudónimo —entre otros— de «Sumo Sacerdote». Este año sus más fanáticos seguidores celebran el ochenta aniversario de la muerte del autor de El horror de Dunwich. Kokapeli Ediciones se estrena en el mercado editorial del libro de papel con Herederos de Cthulhu, una antología


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de relatos de terror que se inscribe en la línea de horror cósmico lovecraftiano. El responsable antólogo, y además coautor y prologuista del libro, es Javier Arnau, editor de la revista digital Planetas Prohibidos y ganador del premio Ignotus 2011. La sabia elección de Arnau a la hora de seleccionar a los autores es su baza más fuerte, ya que, Herederos de Cthulhu no solo es un homenaje al uso a los Mitos, sino que aporta historias que se ajustan al canon de su fundador;, relatos en los márgenes establecidos y otros en parámetros más experimentales. Esta nueva aportación al círculo de Lovecraft, también incluye humor y parodia, algo inusual en este tipo de publicaciones, pero coherente —décadas después— si el lector-autor trata de dimensionar algo de tanta repercusión y trascendencia en la literatura fantástica como lo han sido estos Mitos. «La invocación» de Marta Martínez Velasco, es uno de los relatos paródicos que tratan de caricaturizar el cliché de los rituales sombríos, de los nombres archiconsonánticos, de la muerte y su escenografía icónica. Algo que no ocurre en «El demonio está aquí» de Gabriel Romero de Ávila, un relato en el que, a lo largo de la narración de un aparente trotamundos callejero que se hace llamar Abdul Alhazred, no todo es lo que parece. En esta historia, el autor utiliza el recurso metaliterario del diario narrado en primera persona, tan de uso novelesco en la época que añoraba Lovecraft. Sus páginas, de importancia también cronológica, desvelan una intrahistoria sombría que, como su narrador principal indica, en ocasiones, es muy difícil diferenciar de la realidad.

A continuación, la lista de autores y el título de sus obras por orden de aparición: Prólogo por J. Javier Arnau Beatriz T. Sánchez con «Los ojos de Yog-sothot» Javier Redal con «El horror sin nombre» Nieves Delgado con «El color que salió del agua» Laura López Alfranca con «Arrastra las palabras» Heberto de Sysmo con «El cuadro negro» Juan José Tena con «El heredero» Marta Martínez Velasco con «La invocación» Pablo García Naranjo con «Advenimiento» Aída Albiar con «La Hermandad del umbral de la vida» León Arsenal con «Whateley terminal»

Sergio Mars y León Arsenal son joyas polivalentes —ya consagradas en el género fantástico— que enriquecen y equilibran esta corona formada, junto a valores emergentes, como ofrenda a los dioses oscuros. Unos dioses que moran en «El Inframundo» de Javier Arnau y suponen un «Horror sin nombre» en palabras de Javier Redal.

Sergio Mars con «Yamata-no-orochi»

Variadas y terroríficas son las propuestas de este nuevo «círculo español lovecraftiano», un envite que muestra su vitalidad y en el que no faltan palabras —casi lovecraftianas— evocadoras de esos terrores primigenios: runas, monolíticos, ciclópeos, necronomicón, impronunciables… La magia y lo sobrenatural convergen en Herederos de Cthulhu, un libro que en pocos meses se ha situado como una de las lecturas fantásticas imprescindibles de este año 2017.

J.E. Álamo con «Abdel Muta’al»

Javier Arnau con «En el inframundo» Sonia Córdoba y Alberto Valverde con «Origen»

Ramón San Miguel con «Infiltrada» Gabriel Romero de Ávila con «El demonio está aquí» Ramón Muñoz con «Final de trayecto».

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Gregorio Muelas Bermúdez

El obsceno pájaro de la noche es una de las novelas más memorables de aquel fenómeno narrativo conocido como “Boom”, que José Donoso (1924-1996), autor de la novela, conoció tan bien pues no sólo fue uno de sus grandes protagonistas, sino también uno de sus mejores estudiosos, publicando en 1972 el célebre ensayo Historia personal del “Boom”, un testimonio a medio camino entre lo autobiográfico y lo anecdótico, donde Donoso relata sus inicios como escritor y sus encuentros con Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. En El obsceno pájaro de la noche se dan cita una galería de personajes humanos deformados por una realidad grotesca que los animaliza, así pues el escritor chileno exhibe todo un bestiario de seres que se mueven en los contornos de una realidad extrema, la del Chile de la época, inserto en un contexto socio-político muy problemático y que a la postre habría de tener una violenta consecuencia tras la caída de Salvador Allende (1908-1973) y el advenimiento del régimen dictatorial de Augusto Pinochet (1915-2006). Una situación que el autor podía prever y que, sin duda,

influencia el carácter esperpéntico de los personajes, como esperpéntica fue la gestación de la novela, pues como declara el propio autor fue un episodio de esquizofrenia provocado por una alergia a la morfina durante su internamiento forzado por unas úlceras el que finalmente le permitió terminarla tras ocho años de trabajo demorado por graves angustias que le obligaron a interrumpir su escritura en no pocas ocasiones, tal vez por lo ambicioso y complejo de su trama. Gestada en un entorno tormentoso que a la postre provocaría la salida del escritor de Chile, no sólo por el desbordamiento de su propio trabajo en la novela, cuya vorágine le obligaba a acumular ingentes materiales sin orden ni concierto, sino también por el ambiente asfixiante que inundaba el país. Finalmente se trasladaría con su mujer a España, en concreto a Sitges, con algunas estancias en Estados Unidos. Este tour de force con su propia obra hace que cuando El obsceno pájaro de la noche ve por fin la luz en 1970, en la editorial Seix Barral, el movimiento en el que se inserta se encuentre en plena efervescencia y sus autores fundacionales hallan dado ya a la imprenta sus obras más significativas: el colombiano Gabriel García Márquez y Cien años de soledad (1966), el argentino Julio Cortázar y Rayuela (1967), el mexicano Carlos Fuentes y La muerte de Artemio Cruz, el peruano Mario Vargas Llosa y La ciudad y los perros (1963), así pues José Donoso viene

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a sumarse a esta pléyade con una obra que inicia el período epigonal de dicho movimiento, en una línea similar a la del peruano Alfredo Bryce Echenique y su novela Un mundo para Julius, aparecida en el mismo año. Lo que nos motiva a hablar de un “Boom” antes y después de la gran novela de Donoso. Si Coronación (1957) está considerada la última novela galdosiana de Hispanoamérica, con ese final apoteósico que da título al libro, Casa de campo (1978) supondría la última entrega verdaderamente importante, a la par con El otoño del patriarca (1978) de Gabriel García Márquez, del “Boom”, que su compatriota Antonio Skármeta se encargaría de finiquitar al año siguiente, con la publicación de Soñé que la nieve ardía, inaugurando un nuevo período narrativo que, de acuerdo con Donald L. Shaw (1), daríamos en llamar “Posboom”, en el que eclosionarían toda una serie de autores que dominarán el panorama literario hasta la actualidad, tal es el caso del argentino Ricardo Piglia (Respiración artificial, 1980), del mexicano Salvador Elizondo (Elsinore, 1988) y de los también chilenos Isabel Allende (La casa de los espíritus, 1982) y Roberto Bolaño (Los detectives salvajes, 1998). Donoso tuvo el primer atisbo de la historia en una calle de Santiago en 1959, cuando vio a un chico deforme vestido de terno en el asiento trasero de un coche de lujo conducido por un chófer privado. A partir de esta imagen, el escritor se sumió en la redacción de la novela, un largo proceso de reescrituras, de frustraciones, que culminó, literalmente, en una dolencia física como consecuencia de ese pájaro que, como declaró el autor en varias entrevistas, le comía las entrañas. El obsceno pájaro de la noche narra, principalmente, la historia del Mudito, Humberto Peñaloza, un hombre obsesionado por ser alguien renombrado,

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y Jerónimo de Azcoitía, un millonario y aristócrata incapaz de concebir un heredero para perpetuar su estirpe, personajes cuyas existencias se entrelazan entre sí y, a su vez, con las de una realidad deformada en las voces narradoras del primero de ellos, conduciendo al lector indistintamente atrás y hacia adelante en el tiempo, yendo de escenario en escenario – conventos, casas, mansiones: lugares predilectos de Donoso, para perderle en la incertidumbre y el desconcierto que provoca la ruptura de todo orden lógico del hilo argumental. La voz que narra esta historia, extravagante las más veces y otras cómica, fluye pues de los labios de Mudito, tal vez el más acabado ejemplo del antihéroe donosiano, en forma de confesión alucinada, en primera, en tercera e incluso en segunda persona, como en un viaje hacia el fin de la noche, es decir, hacia la nada, creando un mundo destinado, por la maldición intrínseca de toda existencia a la finitud, a la pérdida de cualquier posible identidad. Las viejas que pueblan la Casa de la Encarnación de la Chimba y los monstruos de la Rinconada, ilustran cada matiz de la desesperación y cada uno de los ínfimos placeres cotidianos. Las portadas de las sucesivas ediciones de la novela de Donoso insisten en ese carácter surrealista de sus personajes. A la sobria edición inaugural de Seix Barral le seguirán otras muchas dado el alcance y repercusión de la obra, definida por Luis Buñuel como “obra maestra” y considerada por el prestigioso e influyente crítico literario Harold Bloom como una de las obras esenciales del canon de la literatura occidental del siglo XX. Desde gárgolas a personajes


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carnavalescos, es el caso de la edición de Alfaguara de 1999, para representar la monstruosidad de unos personajes bizarros que se mueven en ambientes deliberadamente sórdidos. Podríamos enumerar las ediciones más significativas y su peculiar presentación al lector. Ya en la cuarta edición de Seix Barral, de 1974, se presenta con una portada muy sugerente a la par que inquietante: un saco raído cuyas arrugas simulan un rostro deforme. Una forma original a la que seguirían otras más figurativas, como las gárgolas que hemos mencionado anteriormente o aquellas que nos recuerdan a las célebres “pinturas negras” de Francisco de Goya, cuya influencia también podríamos rastrear en algunos pasajes de la novela, sobre todo en la ambientación y en la actitud de ciertos personajes. En la última edición hasta la fecha, la de Debolsillo (Penguin Random House) de 2017, se recrea en este aspecto, con tres máscaras depositadas debajo de una silla donde un huso es custodiado por un personaje disfrazado de médico de la peste negra. La apariencia exterior de la novela insiste en ese carácter de deformidad de los personajes, que viven recluidos, casi refugiados, de una

realidad exterior amenazante, así en las andanzas de Inés Mateluna, la Gina, extramuros, el Mudito teme las posibles consecuencias de exponerse a “los verdugos”, al doctor Azula, “siempre ávido de glándulas y úteros”, en la “noche terrible transcurriendo apaciblemente afuera”. Sin duda El obsceno pájaro de la noche es un retablo de las obsesiones donosianas, una obra poblada de fantasmas insertos en un mundo caótico, irracional, onírico, dominado por un tiempo que no sigue un orden cronológico, sino que avanza y retrocede de acuerdo con la pulsión de los personajes, sin duda, todo un desafío a la inteligencia del lector y, ante todo, un reto para el propio autor, que lejos del discurso racional y lineal al uso plantea una novela polifónica, coral, donde se dan cita muchas voces al mismo tiempo y en un mismo espacio cerrado, laberíntico, claustrofóbico.

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::Gregorio Muelas Bermúdez

Elisabeta Botan Limes, 2016

Elisabeta Botan publica su nuevo trabajo, un libro bilingüe español-rumano con un título curioso y muy significativo: Egometría/ Egometrie, que es su segundo poemario, tras la publicación de su opera prima Dimensiones en 2012 por la editorial española Seleer, donde indagaba en aquello que nos hace y nos deshace y que, finalmente, nos condiciona fatalmente: el Tiempo. Ahora publica en una prestigiosa editorial rumana, Limes, de la que es director el poeta Mircea Petean, y lo hace en su colección Arca, algo que dice mucho y bueno de Elisabeta Botan, que se ha ganado un hueco a golpe de talento y tesón y que hoy día está considerada una reputada traductora de rumano a español y de español a rumano, colaborando en algunas de las revistas más prestigiosas de su país, como Vatra veche, Actualitatea literara, Cafeneau literara, Sintagme literare y Literadura. Y quién mejor que una poeta para verter a otra lengua a otro poeta, sin duda, la calidad que Elisabeta atesora como hacedora de versos le sirve para trasladar de manera fidedigna y respetuosa la poesía de otros autores. Centrándonos en la obra que nos ocupa, podremos constatar la variedad de temas que le preocupan y le interesan, desde

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los de índole metafísica hasta los más actuales que hoy tanto nos acucian. Egometría/ Egometrie demuestra la madurez expresiva alcanzada por la autora afincada en Alcalá de Henares. Un trabajo integrado por setenta y cinco composiciones, en su mayoría breves, y este es un rasgo distintivo de la obra. Ya sabemos de la dificultad que ello entraña al esencializar el lenguaje, obligándose a decir mucho en unos pocos versos sin necesidad de grandes artilugios, en una aparente sencillez que en verdad es fruto de una gran depuración estilística. El volumen se inicia con un prólogo del escritor dominicano Daniel Montoly, que da cuenta de la vertiente existencial de la poesía de Elisabeta Botan, que se autodefine en la apertura del libro: “Yo soy aquella que arde en la hoguera de la palabra”. En efecto, la poeta sabe que la palabra es fuego que revivifica pues, de sus cenizas como Ave Fénix; se erige el lenguaje, consciente tal vez de aquellas otras palabras del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein en el Tractatus LogicoPhilosophicus: “Los límites


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de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.

suicidó porque su familia no la dejaba estudiar, y en “Je suis Fakhunda”, el asesinato en público de una joven afgana en Kabul.

En el poema inaugural que da título al libro, la autora define su geometría como “laberinto de cicatrices fosilizadas”. Es en la búsqueda de su ser donde se afanan estas composiciones, de nuevo el verso libre es la forma elegida para expresar sus inquietudes, llegando a afirmar en el poema “La quintaesencia del amor” que “la poesía es nuestro único territorio/ más allá de él no existimos”. Elisabeta Botan hace de la palabra principio y fin de su existencia. Por ella describe el mundo como “Tierra de letras”, y en ella encuentra cobijo cuando el ser amado se encuentra ausente. Las palabras son, por lo tanto, la prolongación de su ser y del ser que ama. Y es que la poesía de Elisabeta Botan no está exenta de romanticismo, pues a su marido dedica varios poemas (“Me duermo en tus brazos/ y me despierto en los versos del más bello de los poemas”); y en muchos aflora la ternura, como en “Poema para Bianca”: “Me abrazas, niña, con tu vuelo del color de un brillante polvo, y nos escapamos por el cielo de tus dibujos

hasta los manantiales de la metáfora.” Pero también encontramos composiciones donde el desengaño y la pesadumbre se adueñan del verso en un discurso metapoético donde de nuevo la palabra, el poema y sus límites, establecen un marco ilusorio en forma de espejismo. En el orden interno que organiza el poemario por secciones temáticas, destaca la que dedica a la memoria del padre. Así, “Ocaso” e “Irremediable” tratan de exorcizar la pérdida a través de la palabra, pues ni siquiera los recuerdos “heridos y descoloridos de tiempo” le dejan volver a él. Y es que sólo existe una inmortalidad: aquella que concede la memoria recreada en el marco de la palabra escrita con vocación de permanecer, de perdurar. Pero también hay lugar para la crítica social. Así, en “Szomna” la autora denuncia el caso de una niña de etnia gitana que se

La propia poesía es la materia sobre la que Elisabeta Botan vehicula todo el libro, versos, palabras, letras, con el deseo de evadirse de la retórica para hallar la esencia del poema. Por eso su verso se adelgaza, como en los poemas “La hija de Izmón”, “Azar” y “A mi buen amigo”, que adoptan la forma de cascada. Metapoesía, existencialismo y preocupación social son los tres grandes ejes sobre los que se articula todo el conjunto. He aquí un libro rico en matices donde siempre el poema es el punto de partida, y de llegada, donde unas veces se identifica con el alma y otras se vuelve anhelo que le impele a escribir un “mapa de palabras” para salvarse de la muerte, de la nada.

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Cristina Bodegas

En cada época o momento histórico encontramos bestiarios que luchan, antes lo hacían contra fieras salvajes, y ahora contra quienes ostentan poder y lo ejercen y, al igual que ocurría en los circos romanos, ahora también son aclamados, jaleados y aplaudidos por su valentía y su esfuerzo, y sobre todo por abrir puertas que hacen el camino más fácil al que comienza la batalla después, al que los riesgos han paralizado y aun no se ha atrevido a saltar a la arena. En el último año hemos asistido a un espectáculo sin igual en la lucha en defensa de los derechos de los consumidores frente a los abusos de las entidades bancarias. El Tribunal Supremo tímidamente, y en mayor medida el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, han inclinado la balanza a favor de los clientes y en contra de los bancos. Es cierto que estos últimos actuaban con ventaja, no solo por la falta de transparencia en el articulado de sus contratos, sino también por la falta de información que ofrecían a los consumidores, y por qué no decirlo, por la falta de control, lo que daba lugar a un desequilibrio de tal entidad que rebasaba en la mayoría de los casos el abuso. No ha resultado fácil llegar al punto en el que nos encontramos hoy. Ha sido un largo periplo en el que muchos han perdido tiempo, dinero e incluso su ilusión por conseguir el objetivo final; y es que muchos

consumidores afectados por los abusos de las entidades bancarias han visto como sus peticiones eran rechazadas, viéndose obligados a seguir asumiendo riesgos y recurrir. La falta de transparencia e información y la ausencia de negociación particular y expresa entre el consumidor y las entidades financieras han dado lugar a relaciones desiguales en las que el primero siempre tiene una situación de inferioridad respecto de las segundas, dando lugar a distintas resoluciones judiciales en las que se reconoce la nulidad de muchas de las cláusulas que podemos encontrar en cualquier hipoteca. ¿Quién no ha oído hablar de la “cláusula suelo”?. A través de ella el banco fijaba un interés mínimo a pagar en las cuotas de la hipoteca inmobiliaria por los consumidores aunque los intereses ordinarios pactados con la entidad fueran menores. Esta condición fue declarada nula por el Tribunal Supremo, en virtud de la Sentencia de 9 de Mayo de 2013. Sin embargo, tuvimos que esperar hasta la resolución dictada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, el día 21 de Diciembre del pasado año, para que fuera reconocida la retroactividad total, y por lo tanto el derecho de todos los consumidores a reclamar todas las cantidades que fueron pagadas de más desde el comienzo de su hipoteca o desde el comienzo de la aplicación de citada cláusula. De esta manera, el Tribunal Europeo dejó claro que la estabilidad financiera de un país o la posibilidad de que existan graves trastornos en el orden económico no pueden mermar en ningún caso los derechos de los consumidores, algo en lo que nuestro Tribunal Supremo había basado su injusta decisión, a pesar de ser contraria al derecho comunitario. Pero lamentablemente la “cláusula suelo” no es la única; así encontramos la “cláusula de vencimiento anticipado” por medio de la cual el banco se reserva el derecho a dar por resuelto el contrato y exigir la devolución íntegra del préstamo cuando el consumidor deja de pagar las cuotas de su hipoteca, pudiendo incluso pedir la ejecución hipotecaria que daría lugar al desahucio. Ésta también ha sido declarada nula a la vista de la legislación de

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protección de consumidores a nivel europeo, dando el Tribunal de Justicia de la Unión Europea potestad a los Jueces y Tribunales, el pasado 27 de Enero, para examinar en cada caso concreto el carácter abusivo de la cláusula, pudiendo incluso moderar sus efectos y consecuencias, debiendo existir un incumplimiento grave por parte del consumidor de alguna de sus obligaciones de carácter esencial, sin que el impago de una de las cuotas sea suficiente. Si ojeamos cualquier escritura de hipoteca podremos encontrar la cláusula relativa a “intereses de demora”, que también ha sido objeto de procedimientos y batallas, ya que durante mucho tiempo las entidades bancarias establecían en las hipotecas intereses de demora en caso de impago de las cuotas hipotecarias totalmente abusivos y desproporcionados, llegando al 14%, 15% e incluso 19%, hasta que el Tribunal Supremo, en su Sentencia de 3 de Junio de 2016, declaró abusivos los intereses de demora de los préstamos hipotecarios que superasen en dos puntos el interés ordinario, y ello a pesar de que en el año 2013 y 2015, el

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Tribunal de Justicia de la Unión Europea ya había afirmado que, declarado el abuso de la cláusula del interés de demora, no era posible recalcular los intereses del préstamo, y por lo tanto se debía proceder a la supresión de la citada estipulación. Por supuesto, no podemos olvidar la “cláusula de redondeo al alza” en virtud de la cual el banco establece que el tipo de interés aplicable al consumidor se redondeará siempre al alza para que en todos los casos se pueda obtener un resultado entero, medio punto o un cuarto de punto. En 2011, el Tribunal Supremo declaró abusivas estas cláusulas por causar un desequilibrio importante en los derechos y obligaciones que se derivan del contrato entre consumidor y entidad bancaria. Pero quizás la que más revuelo está teniendo en los últimos meses es la “cláusula relativa a los gastos”, que fue declarada nula por el Tribunal Supremo, en Sentencia de 23 de Diciembre de 2015,


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en virtud de la cual declara abusiva la cláusula que imponía al cliente los costes derivados de la constitución de la hipoteca (notario, registro, gestoría), así como la tributación por el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados, al considerar que se trata de una condición no negociada con el consumidor. El Alto Tribunal reconoce en su resolución que “quien tiene el interés principal en la documentación e inscripción de la escritura de préstamo con garantía hipotecaria es, sin duda, el prestamista”, y por lo tanto las cláusulas que imponen a los clientes todos los gastos de formalización de hipotecas, son abusivas, abriendo la puerta a las reclamaciones de estos conceptos a miles de consumidores. A pesar de ello, los bancos no están facilitando la devolución de estos importes alegando que se trata de una resolución para un caso concreto, por lo que será necesario acudir a los Juzgados para que se pronuncien al respecto, y finalmente se pueda sentar jurisprudencia sobre ello. Estas son algunas de las batallas ganadas en los tribunales a las entidades bancarias por personas anónimas que un día decidieron que ¡BASTA YA DE ABUSOS!, y que era el momento de saltar a la arena y arriesgar. A día de hoy, continuamos

esperando que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea se pronuncie, entre otras cláusulas, sobre “la fórmula de cálculo de interés 360/365”, en virtud de la cual la entidad utiliza como base el año comercial de 360 días para la liquidación del saldo, pero se usa el mes natural para el cálculo del devengo de intereses, lo que constituye un desequilibrio injustificado en los derechos y obligaciones de las partes, siempre en perjuicio del consumidor. En su momento fueron las preferentes, y en la actualidad la “cláusula suelo”, de intereses moratorios, de vencimiento anticipado, de mora automática, de liquidación unilateral, de sumisión expresa, de compensación de saldos, y un largo etc. Basta con analizar el articulado de los contratos con las entidades bancarias para comprobar que los abusos no terminan ahí, y en ese momento necesitaremos bestiarios que luchen por declarar su abuso y por conseguir su nulidad radical.

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David Acebes Sanpedro

Pregunta: ¿Puede un poema estar «escrito» y «no escrito» a la vez? Respuesta: Sí, si aplicamos la paradoja cuántica de Schrödinger. En 1935, Erwin Schrödinger planteó un experimento «imaginario» consistente en meter en una caja cerrada y opaca un gato, una botella de gas venenoso y un dispositivo con una partícula radiactiva con una probabilidad del 50% de desintegrarse en un tiempo dado, de manera que si finalmente dicha partícula se

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desintegraba, el veneno se liberaba y el gato moría. Por el contrario, si la partícula no se liberaba, este físico austriaco entendía que el gato vivía. Si aplicamos la teoría clásica, lo que a lo largo de la historia hemos denominado «sentido común», es obvio que el gato está vivo o muerto antes de que abramos la caja y comprobemos su estado. Sin embargo, para la teoría cuántica, la descripción correcta de este sistema (en el intervalo de tiempo que media entre que metemos el gato y comprobamos su estado) es la superposición de los estados «vivo» y «muerto», es decir, hay una


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superposición de estados posibles hasta que interviene el observador. El paso de un estado (estado cuántico V, de vivo) a otro (estado cuántico M, de muerto) se produce como consecuencia del proceso de medida (esto es, cuando abrimos la caja) y no se puede predecir el estado hasta el final del experimento. En definitiva, durante cierto tiempo, el gato ni está vivo ni está muerto, dado que solo poseemos la probabilidad del resultado, no el resultado en sí. Para resolver esta incógnita, existen diversas interpretaciones de carácter especulativo. La que presta más interés a este artículo es la «interpretación de los múltiples universos» de Hugh Everett, que dice (cito textualmente) que “cada evento involucra un punto de ramificación en el tiempo, el gato está vivo y muerto, incluso antes de que la caja se abra, pero los gatos «vivos» y «muertos» están en diferentes ramificaciones del universo, por lo que ambos son igualmente reales…”. O lo que es lo mismo: no sabemos cuántos posibles estados cuánticos existen, dado que la física cuántica, al igual que la poesía, es pura intuición. Propongamos ahora un pequeño experimento poético que nos ayude a entender esta paradoja y, de paso, resuelva la cuestión de si un poema puede estar escrito y no escrito a la vez. Llamemos estado cuántico A al siguiente poema de Pablo Neruda. Fechado en 1924, se puede encontrar entre los papeles del epistolario del poeta enviado a Albertina Azócar, una de las dos musas (¿o hubo tres?) de Veinte poemas de amor y una canción desesperada: «La última luz te envuelve / en su llama mortal. // Doliente. Seria. Absorta. // Detrás de ti da vueltas / el carroussel de las estrellas. // Doliente. Absorta. Muda, / estás diciendo una palabra inmensa. // Doliente. Absorta. Pálida. // Un racimo de sol / me dice adiós desde tu vestido oscuro.// Detrás de ti se aleja /la hélice infinita del crepúsculo».

Por otro lado, llamemos estado cuántico B a la versión definitiva de ese mismo poema; el n.º 2 del libro antes citado: «En su llama mortal la luz te envuelve. / Absorta, pálida doliente, así situada / contra las viejas hélices del crepúsculo / que en torno a ti da vueltas. // Muda, mi amiga, / sola en lo solitario de esta hora de muertes / y llena de las vidas del fuego, / pura heredera del día destruido. // Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro. / De la noche las grandes raíces / crecen de súbito desde tu alma, / y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas, / de modo que un pueblo pálido y azul / de ti recién nacido se alimenta. / Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava / del círculo que en negro y dorado sucede: / erguida, trata y logra una creación tan viva / que sucumben sus flores, y llena es de tristeza». Véase cómo se trata del mismo poema, pero con dos estados cuánticos distintos. Si Neruda no hubiera escrito la versión definitiva y la hubiera escrito otro autor, podríamos concluir que este último hubiera sido acusado de plagio, por lo que es de recibo admitir que se trata del mismo poema. Cuestión distinta es la forma o estado cuántico que el poema adopta en la mente de su autor. Por otro lado, y como continuación de nuestro experimento, llamemos estado cuántico C (C de Cernuda) al estado del siguiente poema que escribí, a instancias de la Cruz Roja, para una postal-homenaje que conmemoraba el día 25 de noviembre del año 2003: «Te vi, con diez años menos, / agotada

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ya de la vida repetida, / entre platos rotos como ojos / o sacando brillo a sus puños. // Te vi enmudeciendo de golpe, / labios sin ventana, fantasma / del hombre que ama a hurtadillas / para no ser visto con tu sangre. // Te vi a oscuras en la cocina, / aferrada a sus besos clavados, / mientras en tu cama aún gemía / una luna maltratada por las nubes. / Hoy, mi alma sonríe imaginándote / bajo la sombra de tus propios hijos, / sin nombre quizá, y más desconocida, / olvidando seguro los años malgastados». A continuación, nos fijaremos en el siguiente poema, publicado por el

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Ateneo Blasco Ibáñez en el libro colectivo Latidos contra la violencia de género, año 2012. Vamos a llamarlo estado cuántico B, (B de Benedetti): «Te vi, con diez años menos / agotada ya / de las Mil y una heridas / entre platos rotos como ojos / o sacando brillo a sus puños // te vi, enmudeciendo / golpe a golpe / con tus labios clausurados / asqueada de un fantasma / que acechaba a tus hijas // te vi, como una actriz / sin futuro / aferrándote al dolor / mientras a palos asumías / que tu príncipe salió rana // hoy te veo / sin embargo / todo ha cambiado / él, a cientos de besos de ti / tú, felizmente separada /con tu corazón // a buen recaudo».

Como se puede comprobar, tenemos un mismo poema con dos estados cuánticos distintos (el C, de 2003, y el B, de 2012). Ahora “imaginemos”, o mejor dicho, “intuyamos” que en el año 2038 me demandan otro poema sobre la violencia de género. ¿Qué podría hacer? Una de las probabilidades que podrían plantearse sería volver sobre el germen de este poema y dotarlo de otra forma distinta, es decir, de otro estado cuántico diferente, que bien podríamos llamar estado cuántico X o escrito bajo la influencia de X autor. Por tanto, trasladando la paradoja de Schrödinger al microcosmos de la poesía, podemos concluir a ciencia cierta que un poema sí puede estar «escrito» (estados cuánticos C y B) y «no escrito» (estado cuántico X) al mismo tiempo.


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Este año se cumplen cien años de la primera edición completa de Platero y yo. Como homenaje a Juan Ramón Jiménez y a su inmortal obra, me he tomado la licencia de escribir un nuevo capítulo. Capítulo 139 Pobre Platero, los niños se alejan de ti. Tú estás solo en tu corral. En un rincón, preocupado. Entre cochambre y maleza. Bajo un sol ansioso que adormece la tarde. Mirando a los niños que no te hacen caso. Ay, Platero, tú no entiendes nada. No comprendes con qué extraños artilugios juegan sus manos infantiles. Nadie te habló de las consolas, de los videojuegos, de los juguetes que existen ahora. Hace un momento, intentaste una cabriola. Como un animal de feria, has pataleado en un charco. Burrillo mío, ningún niño se ha fijado. A lo lejos, un chico le dice a otro: -Mira, estoy en la última pantalla. ¡Pobre Platero! ¡Ay, pobre! Yo ya sé que no soy tu poeta. Alguien te dijo que Juan Ramón ya no estaba. Otro te diría que estaba muerto. No te preocupes. Tú estate tranquilo. El alma de los poetas no muere. Viaja a través de los tiempos. Se prueba cuerpos. Elige uno que sea de su agrado y se queda con él... Yo tengo un alma pequeñita de poeta y puedo explicarte cómo son las cosas. Los niños han cambiado, Platero. Eso es lo que pasa. Prefieren la televisión a los animales. Viven en un mundo de dibujos animados. Y cuando vienen al pueblo, a tu casa, a tu corral umbrío y desordenado, se traen sus juguetes de ciudad. De tanto mirar sus pequeñas pantallas, se han quedado ciegos... ¡Ay, Platero! Ya no son capaces de levantar la mirada y mirar todo lo que tú, burrillo mío, ves desde tu atalaya cochambrosa: el pequeño pajarillo, el pino amigo o la montaña lejana. ¿Qué le vamos a hacer? Tú también has cambiado, amigo mío. Ya no eres aquel burrillo, de acero y plata, que vivía en Moguer. Eres mi Platero. Negro como una calle sin farolas. Negro como la vida misma... Un Platero real, que vive en mi pueblo... ¿Qué digo en mi pueblo? En mi corazón... Tú vives en mi corazón, Platero amigo, que es donde viven los burros… y la poesía.

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No me digas que parezco un pez DAVID ACEBES SANPEDRO No me digas que parezco un pez, que mi lengua de gato ya no te lame, que mis dedos precoces son como ardillas cuando de tus ramas ingenuas se escabullen. No me digas que parezco un pez, porque las noches más duelen bajo el agua y nadie en el mar escucha tus gritos de auxilio, sino la marea crispada que te insulta con sus olas, sino la espuma incesante que maltrata tu arena. No me digas que parezco un pez o una ballena, que parezco una mariposa crucificada sin clavos, que parezco un cíclope con veintiocho ojos sordos, que parezco una ninfa ciega que de ti no se acuerda. La luna sabe bien de mis alas de paloma viajera, de mis garras que se hunden en la piel de los árboles o en la corteza de los que, heridos, sangran savia. Por eso yo no soy un pez, sino un pájaro. No soy una mariposa, ni un cíclope. No soy una ballena, ni una ninfa. Soy una alondra que solloza frente a los bosques, un colibrí pequeño, gimoteando entre arboledas, una golondrina mordida por cien alacranes bellos que cada noche salen de caza disfrazados de mujer.

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Lo que sigue EDUARDO JOSÉ VILLANUEVA

Hay veces que no te atreves a cruzar esa línea marcada con tiza en el suelo y otras, antes del anochecer, contemplas sumida en una extraña mezcla de pánico y deseo esa línea difuminada bajo tus pies y que parece emitir un mensaje que no eres capaz de descifrar. Hay veces que añoras el instante en que pudiste hacer algo y elegiste añorar y otras, después de hablar, quisiste construir una estatua en honor al silencio limitándote a imaginar incendios y eligiendo la escucha del ruido de la lluvia sobre el tejado comprendiendo el sentido último que atañe a la humanidad. Hay veces que una bestia visita tus sueños y aunque estás indefensa y aunque nada de lo que sigue puede acabar bien me juras por lo que más quieres que desearías no despertar.

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Mi Alma no es mía. Pronto se irá de mi cuerpo y dejaré de existir. No he sabido hacerlo. No supe elegir. Me dejé llevar por el éxtasis de una visión que poseyó mi conciencia y me llevó hasta la perdición Ese es el precio del miedo. Mi destino ya está elegido y lo peor es que a todos, absolutamente a todos los seres humanos, de una forma u otra, les sucederá lo mismo. Por eso todos tienen que saber que existe aquel lugar. El Mundo entero debe saberlo. Los gobiernos deben saberlo. Hay que destruirlo. Destruirlo antes de que esas Almas se extiendan por el mundo. Dice la frase, que aquel que busca la verdad, merece el castigo de encontrarla. Esa es mi historia. Busqué la verdad y la hallé vestida de belleza, oh si, la belleza, la… belleza. He pagado el precio del misterio desvelado, que se ha ido creando segundo a segundo en las capas más oscuras de la existencia y que al fin, liberado, ha tenido la osadía de ofrecerse ante nosotros. Y lo ha hecho de la forma más humana, más cercana y más simple: como una simple mercancía. De la misma forma que es nuestra vida. No recuerdo como llegué hasta allí. Algo me llevó. Una llamada. Algo me arrastró hacia aquel lugar sin que yo pudiese negarme. Algo que ya me estaba esperando, como nos espera a cada uno de nosotros, esa belleza fugaz, tormentosa, esa belleza que jamás tendremos entre nuestros brazos. Me encontré ante un puente de piedra. En al aire, una niebla trabada y gris que presidía la entrada, me engulló encerrándome en un mundo plomizo y algodonado. Al liberarme, me lanzó al interior del puente. Era inmenso. Me acerqué hasta el borde y busqué la distancia que nos separaba del… vacío.

Nada. Ni agua, ni tierra. Sólo una inmensa oscuridad. Sentí escalofríos y quise retroceder, pero algo me arrastró. Y así, extrañamente poseído por una sensación hipnótica, caminé despacio descubriendo el universo que me rodeaba. Ante mis ojos se abría el mercado más surrealista y aterrador de cuantos había visto en mi vida. Las voces de los vendedores se oían por doquier y, sin embargo, ninguna se invadía. Todas tenían su sitio. Y todas ofrecían sus delicias con una fascinadora atracción, mientras en el ambiente se escuchaba una embriagadora melodía; notas mantenidas en el tiempo, silencios acompañados de formidables cantos. Alcancé un puesto, donde ofrecían mentiras. Miles de mentiras completamente estudiadas para convertirlas en verdad. Las vendía una ingenua niña, de ojos claros, vestida de blanco, como un Ángel, capaz de embaucar a cualquier corazón sensible. La ignoré y la dejé atrás. Sin embargo la niña me siguió en silencio. ¿Por qué? Avancé unos pasos y me encontré ante una anciana que vendía promesas encerradas en pompas de jabón. Promesas de Amor eterno. De fidelidad. De compromiso. Promesas infinitas que se movían dentro de otra burbuja más grande. La anciana me ofreció una burbuja tras otra. A cambio pedía mi lengua. Por un instante quise hacerlo. Me acercó una de aquellas burbujas, era radiante; verbena de rojo ardor que quiso arrancarme la lengua. Pero logré alejarme de ella.

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Sin embargo, la mirada demoníaca de aquella anciana me detuvo. Comenzó a cantar. Se desnudó despacio. El tiempo la acompañó deteniéndose mientras se arrancaba una piel tras otra; sin llegar jamás hasta sus entrañas. Entonces aquella niña se colocó ante mí. La anciana estaba vestida. El puente seguía allí. Todo continuaba su ritual. De pronto, escuché a mi lado las palabras de un vendedor de placeres inmediatos. Placeres que habitaban en cientos de corazones palpitantes encerrados en cajas de oro. Cada corazón podía otorgarte cualquier placer, era fácil; tenías que comértelo, poco a poco, hasta alcanzar la locura. Mi corazón ansiaba quedarse en aquel reino de oro palpitante. Pero no le escuché. No. De pronto, un aroma me paralizó. El puente desapareció ante mis ojos. No puedo describir la fuerza de aquel aroma. Recuerdo la figura de aquella niña, danzando delante de mí, llevando en sus manos, una flor, viviente. Una flor que me observaba mientras comía con avaricia, extraños insectos. Hasta que… Aquel aroma desapareció. Y de nuevo me encontré en algún lugar de aquel puente. A mi lado apareció un vendedor de temblores. Estaban encerrados en pequeñas capsulas brillantes.

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Temblores de Amor. De deseo. De emoción. De dolor. Temblores creados desde los infiernos más hermosos. Temblores que cualquier mortal podría poseer, si se tomaba una de aquellas capsulas y después se arrancaba las entrañas para lanzárselas a una pequeña criatura, gris, lasciva, lujuriosa, que se movía entre las piernas de aquel vendedor. Tampoco me detuve. Mis temblores se temían a sí mismos. Seguí caminando y a unos metros descubrí una vendedora de formas. Las encerraba en perfectas cajas de música. Redondas, triangulares. Increíblemente imposibles. Desafiantes, retadoras de las líneas y las geometrías conocidas. Cajas de música que sólo funcionaban si te arrancabas un ojo y lo introducías por el orificio que tenían en la parte superior. Aquella vendedora de formas, comenzó a moverse, mostrándome una caja redonda, dorada, perfecta. Aquella caja, en la que yo intuí el caos y la belleza de todas las formas, esperándome, en un enloquecedor concierto de líneas, nacidas para ser contempladas, deseadas… Oh si… aquello casi me cautivó. De pronto, todos los vendedores comenzaron a moverse de forma extraña. Pasaban de realizar movimientos precisos, a violentos e impulsivos gestos, cada cual más extraño, oscuro y siniestro. Así se mantuvieron durante largos


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minutos. Extasiados en una danza ritual. Intercambiando dulzura con brutalidad. Y yo con ellos. Admito que todos me sedujeron. Todos me hechizaron. Todos me arrastraron hasta las fuentes prohibidas. Todos me devolvieron a mi infancia, a sus pecados, a sus miedos, a sus paraísos. Todos me llevaron por melodías puras. Por estremecimientos que sólo yo conocía. Por secretos, pensamientos, instintos, que sólo yo sabía de mí mismo. Por senderos que jamás había abandonado, aunque el tiempo los hubiese sepultado. Sí, fui seducido por todas las magias de aquellos hermosos y siniestros placeres. Pero ninguno logró detenerme. Hasta que llegué al último de todos. Y en él comenzó mi fin. Al llegar, unos grandes ojos, como la noche más cerrada, me asolaron. Los ojos de una dama de largos cabellos negros. Lacios. Hermosamente brillantes, que parecían dóciles venas serpenteando alrededor de su cuerpo delicado y hermoso. Despacio, aquella mujer me acercó un pequeño frasco de oro que cabía

en mi mano y con sus labios rojos, me habló. -Te ofrezco todos los secretos. A cambio, sólo te pido una cosa. Sus labios cautivaron mi retina. Sus palabras resonaron en mis entrañas. La mujer se deslizó despacio hacia mí. Acercó sus labios a mi oído. Su aroma a eternidad y hechizo invadió mi mente y nubló mi razón. -Un beso. Y recuerdo… la pecadora dulzura de sus labios abrasando los míos. Recuerdo el desafío de su piel frente a mi vana existencia mortal. Recuerdo su aroma. Su demencial aroma a eternidad. Y después… Sin saber ni siquiera lo que hacía, cogí el pequeño frasco. Todo lo que sucedió después fue el principio del fin. No elegí Alma. No elegí destino. Ella me eligió a mí. Encontró mi debilidad. Encontró mi abismo, se apoderó de mí; y mi Alma, mi verdadera Alma, murió en aquellos labios para despertar otra verdad, la que me habita… la que nos crea. La que nos dirige. Oh si… la bestia que nos hace y dirige. Un Alma oscura, demoníaca. Un Alma nacida de los instintos más primitivos y escondidos del ser humano. Un Alma, que como otras, miles, millones de ellas, están siendo liberadas en otras mentes, con la única intención de vivir, existir, ser.

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¿Cómo se alimenta un Alma liberada de su esclavitud? … De pronto, oscuridad. El puente, los vendedores, aquella dama, todo desapareció… ¿Todo? Aquella niña. Estaba ante mí. Mirándome fijamente. Se acercó unos pasos y me ofreció su mano. Yo le di la mía. La apretó con fuerza. Me miró. Cerró los ojos. Yo hice lo mismo. Y caímos al vacío. El descenso fue fugaz. De pronto, sus ojos, su luz. Se tornaron destrucción. Y su mano dejó de ser de seda para convertirse en niebla, en nada, en vacío… en mentira; lo que ella vendía. … Cuando abrí los ojos me encontraba en la orilla de un rio. Tenía las ropas mojadas. Estaba confuso. Perdido. Intenté pensar, pero… Sentí que debía huir, pero no de aquel lugar, debía huir de aquella Alma que ahora me poseía. Sí, el Alma que ahora mismo… …me domina. Desde entonces lucho por deshacerme de ella, por recuperar la mía; aquella que abandoné en algún lugar al que ya no puedo acceder. Lucho a cada segundo, sin detenerme, pues sé que si me detengo, terminaré por formar parte de un demoledor ejército de... A veces, cuando por extrañas razones me invade una ambigua sensación de libertad, siento de nuevo el poderoso pecado de aquellos labios rojos recorriendo los míos,

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y es entonces cuando en medio de un mar de lágrimas grito a las alturas y me abandono a la oscuridad, a la destrucción y a la muerte misma. Pero lo más agonizante es saber que cientos, miles, millones de perdidos, vagan por este mundo, habiendo bebido como yo, de las fuentes prohibidas de aquel puente. Unas fuentes hechas para alcanzar todos los Universos, vestidas con los ropajes más ambiguos y fascinantes. Fuentes creadas desde la mentira y desde la hipnótica verdad que se devora si se libera. Fuentes hechas de sangre, miedo y caos. Oh si… Así anduve, caminando. Sin saber, sin querer, sin sentir, sin vivir. Preso de una extraña angustia que danzaba al ritmo de una melodía que había nacido en mí, tras el encuentro con aquella niña; la de la mentira. Una música que pretendía, acaso, limpiar mi vida o, tal vez, llevarla hasta la destrucción. Así anduve. Buscando. Huyendo. Y así continúo. ¿Hasta cuándo podré resistir? ¿Hasta cuándo podré aguantar los ataques de esta Alma? ¿Hasta cuándo podré ser el que aún creo que soy?


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