Ragnarok Nro. 6

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CUENTO - POESÍA - ENSAYO - ARTES VISUALES

R A G N A R ö K

NUMERO SEIS - ESPECIAL TECNOLOGÍA


RAGNARöK

año 1 - número 6 - marzo de 2018 Corrientes - Argentina

Ö EDITORES

DISEÑO Y EDICIÓN

Marcelo López Marán

Adriano Duarte

Esteban Daniel

CORRECCIÓN

Lu n a Or i a n a Ozu n a V er ó n

Adriano Duarte

FOTO DE TAPA F er n a n d o Lu zu r i a g a

ESCRIBEN/DIBUJAN/FOTOGRAFÍAN/CREAN Ad ri a n o Du a rte An d rea S p a d a Al ej a n d ro F o u q u et Da Du á Da n i el D. Go n z á l ez E steb a n Da n i el E u g en i o Led F el i p e Ma ra n g o n i F ern a n d o Lu z u ri a g a J u a n Di eg o In ca rd o n a J u l i á n R o d ri g o Lu ci a n a Pa l l ero Lu n a Ori a n a Oz u n a Veró n Ma rcel o Ló p ez Ma rá n

Ma ría Zi r Ma ri a n o Qu i ró s Ma rtín Gó mez Mel o d y Ni co l á s T o l ed o Pa b l o Oso res P a b l o S á n ch ez R i ca rd o B a n d i n o S o l a n g e R o d ri g u ez S o i fer T o má s R o sn er Vi cen te Pérez C o sti l l a Vi vi a n a Lu q u e Ya mQi u

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P A L A B R A S Cada vez que pienso en la palabra tecnología me sucede algo curioso. En vez de imaginar cuestiones científicas o filosóficas, me vienen a la mente las tapas de las viejas revistas pulp de ciencia ficción. Siempre tuve una fascinación por esas ilustraciones en las que lo imposible se figuraba no como algo sobrenatural sino como un hecho no presente. En efecto, esas aventuras de la tecnología pertenecían al campo de la ficción por un mero orden temporal: se contaban antes de que ocurrieran. Según esta presunción, bastaría con esperar que transcurriera un puñado de décadas para que esas historias, situadas en galaxias remotas o en ciudades hipercivilizadas, acabaran por convertirse en lo cotidiano. Pero luego de ponerme en la piel de los fervorosos lectores que devoraban esas revistas con una nostalgia anticipada, la bocina de un auto me devuelve al presente y me descubro tecleando estas palabras no en una máquina de escribir sino en un

P R E L I M I N A R E S smartphone, mientras viajo en un transporte urbano que por sobre la cabeza de los pasajeros tiene una pantalla led desde donde se transmiten sin cesar publicidades de cosméticos, recetas de cocina con productos enlatados, titulares de noticias favorables al gobierno. Espío la hora y descubro que (una vez más) llego tarde a la oficina en la que paso ocho horas frente a una pc ligada a una red de información con terminales en otras provincias de este país y en otros continentes de este planeta. En ese instante, la ficción deja de ser especulativa y se transforma en un hecho fehaciente. ¿Acaso situaciones semejantes pueden dar lugar a la aventura? Creo que esta es la gran pregunta que lxs artistas y lxs escritorxs de la Revista Ragnarök vienen aquí a discutir, a conjeturar, a ilustrar y a cantar a viva voz.

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Adriano Duarte

Í N D I C E

Adriano Duarte, 4 Black Mirror o el espejo donde no nos gusta mirarnos status quo, 6 Tomás Rosner, 8 coto Andrea Spada, 11 sin título Luciana Pallero, 12 la imagen y el pensamiento, de Blanchot y Deleuze a Fernando Birri Eugenio Led, 14 el viajero Juan Diego Incardona, 17 sonda Martín Gómez, 20 inteligencia pulsional y vida artificial Eugenio Led, 22 el creador de mundos Viviana Luque, 24 agradecimiento, pantallas Melody, 25 sin perder el rumbo Nicolás Toledo, 26 rayos Pablo Osores, 28 realidad virtual Pablo Sánchez, 29 Sanshain Solange Rodríguez Soifer, 30 un secreto a voces María Zir, 33 sin título

Luna Oriana Ozuna Verón, 34 breve glosario de neoliteratura juvenil Adriano Duarte, 36 noche de cacería Julián Rodrigo, 38 (re)volver al futuro Daniel D. González, 40 [dos poemas sin título] Eugenio Led, 41 solitario Marcelo López Marán, 42 acerca de la construcción de un puente Fernando Luzuriaga, 43 puente Alejandro Fouquet, 46 [dos poemas sin título] DaDuá, 47 sin título Mariano Quirós, 48 vida de campo Vicente Pérez Costilla, 50 de estrella y roca YamQiu, 51 Yuli Esteban Daniel, 52 tres mitos nórdicos Felipe Marangoni, 53 monografía sobre el origen (segunda parte) Pablo Sánchez, 56 asombro Ricardo Bandino, 59 metele, que están cerrando


Adriano Duarte

Bla c k M i r r o r o e l e s p e jo d o nd e no no s gus ta m irarno s

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1 ES BIEN SABIDO que la televisión ha sido la única tecnología de información y comunicación que nació siendo boba. Quizá este rol de oveja negra sea lo que salvaguarde en gran medida el prestigio de sus hermanas. De hecho, esta reputación positiva se vio incluso acrecentada por dos fenómenos: el auge de internet a fines del siglo XX y la propagación de dispositivos portá‐ tiles durante la primera década del nuevo siglo. En otras palabras: la internet y los smartpho‐ nes vinieron a resucitar aquella religión inventada en el siglo XIX llamada fe en el progreso. A su vez, los propios medios se encargaron de afianzar esta devoción mediante la difusión de la idea de que el fin principal de los medios es la comunicación. Desde entonces, estar más co‐ nectados pasó a ser el nuevo imperativo.

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2 DE MODO MAYORITARIO, el cine comercial y las series de televisión de la primera década del siglo XXI apuntalaban aquel mandato. Ninguno de los personajes de esas historias cuestiona‐ ba las buenas intenciones de los nuevos medios. La duda se redirigía hacia tramas conspira‐ noicas en las que los villanos (de preferencia de origen árabe, o latino, o extraterrestre) se apropiaban de los medios con fines non sanctos. Pero siempre, más tarde o más temprano, aparecían los campeones de la democracia para recuperar el control de las tecnologías y de‐ volverlas a los fines para los que habían sido creadas. No importaba el género: fuesen bélicos, de espionaje, policiales o de ciencia ficción, los relatos se ajustaban a este canon. Así, pues, la casa del mundo occidental estuvo en orden hasta que, a fines de 2011 –más precisamente, el 4 de diciembre a las 9 p.m., hora de Gran Bretaña– el canal británico Channel 4 transmitió The National Anthem, el primer episodio de la serie Black Mirror. Luego de esa emisión, ya nada volvió a ser igual. 3 BLACK MIRROR SURGIÓ como una idea del polifacético Charlie Brooker, autor que lleva años escribiendo y produciendo para la TV británica. Se inspiró en series clásicas del estilo de Twilig‐ ht Zone (conocida aquí como La dimensión desconocida). En efecto, Brooker tenía interés en crear una serie de relatos independientes que, desde diferentes perspectivas, plasmara el cos‐ tado siniestro de la vida contemporánea: esa zona fronteriza del mundo cotidiano en la que de repente lo familiar se torna abominable. ¿Y cuál era para este escritor el territorio donde habi‐ taban los terrores de nuestro tiempo? No precisamente en muñecas embrujadas o en la oscu‐ ridad bajo la cama sino en esos espejitos tenebrosos que nos asedian, que nos quitan el sueño, que no podemos dejar ya de consultar. Dijo Charlie Brooker en una entrevista previa al estreno de la serie: Si la tecnología fuese una droga –de hecho, se siente como una–, ¿qué efectos colate‐ rales acarrearía? En este espacio, entre el goce y el malestar, es donde se ubica mi nueva serie


Foto: Adriano Duarte

dramática, Black Mirror. El ‘espejo negro’ del título es aquel que se encuentra en todos los muros, en todos los escritorios, sobre la palma de todas las manos: la pantalla brillante y helada de la TV, del monitor, del smartphone.

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4 CON BLACK MIRROR, por lo tanto, la tecnología deja de ser la heroína de la civilización occi‐ dental y se convierte en una presencia sospechosa. Puede que la TV sea la hermana boba, pero el resto de la familia de seguro esconde taras peores. El smartphone, por ejemplo, esa pantalla que nos obliga a mantenernos perpetuamente conectados, ¿no es acaso igual a esa garrapata metálica que se imagina Cortázar en Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj? No te regalan un smartphone, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del smartpho‐ ne. Fíjense si no cómo su uso contribuye a la construcción de un monstruo a la manera de Fran‐ kenstein en Be Right Back (Vuelvo enseguida, Temp. 2, Ep. 1), cómo acaba por decretar la posición de una persona en las jerarquías sociales en Nosedive (Caída en picada, Temp. 3, Ep. 1) o cómo puede definir tu pareja perfecta en Hang the DJ (Temp. 4, Ep. 4). Más aún: el smartpho‐ ne puede convertirse en un preciso objeto de tortura que, a la vez, transforma a sus usuarios en verdugos. Vaya como prueba fehaciente White Bear (Oso Blanco, Temp. 2, Ep. 2). La misma analogía se puede aplicar a ese dispositivo ubicuo que en el universo de la serie llaman cookie, una suerte de microprocesador del tamaño de una pastilla: de nuevo, aquí, la semejanza de la tecnología con una droga. La cookie ayuda a las personas, en The Entire History of You (Toda tu historia, Temp. 1, Ep. 3), a volverse clones de Funes, el memorioso, aquel legendario personaje imaginado por Borges. Aunque, a diferencia de la criatura borgeana, los usuarios de las cookies se muestran menos preocupados por clasificar el mundo y mucho más por develar las miserias de sus seres queridos. 5 PERO NO TODO es culpa del hardware en Black Mirror: la tecnología no es solo puro cableado, también tiene mucho de software. Las apps son hoy lo que en otro tiempo eran las licuadoras, los lavarropas, las aspiradoras: los artefactos que no pueden faltar ni en la cartera de la dama ni en el bolsillo del caballero contemporáneos. ¿Cómo no tener Facebook? ¿Cómo no tener Ins‐ tagram? ¿Cómo no tener Twitter? Todas estas aplicaciones comparten una filosofía común: co‐ mo solía decir Charly García, la entrada es gratis, la salida vemos. De tal manera, las apps ofrecen cumplir el mandato de estar más conectados. Por este noble servicio, claro está, no co‐ bran nada: nada más se adueñan de toda la información que uno decida compartir por su inter‐ medio. Así es como pasamos de ser usuarios a ser usados, dejamos de ser sujetos para convertirnos en productos. No somos ya personas: somos un cúmulo de datos asociados a un perfil. De preguntarnos ¿qué juego de comedor me define como persona? –como el protagonista de El club de la pelea (David Fincher, 1999)– pasamos a preocuparnos por la cantidad de pulga‐ res arriba que recibimos en nuestros muros. De este modo, las apps ejercen una nueva política mucho más lábil, mucho más narcisista, mucho más autoritaria que la vieja política de Estado: la democracia de los likes. Las personas ya no eligen: consumen. Fifteen Million Merits (Quince

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status quo por Adriano Duarte


Foto: Adriano Duarte

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millones de méritos, Temp. 1, Ep. 2) declara la dictadura de un jurado de notables como si el gobierno hubiese degenerado en un reality show. En Hated in the Nation (Odio Nacional, Temp. 3, Ep. 6) los usuarios de las redes sociales ejercen el papel de jurados decidiendo asesi‐ natos mediante la etiqueta #DeathTo. En The Waldo Moment (El momento Waldo, Temp. 2, Ep. 3) los ciudadanos eligen a una caricatura como presidente: no importa que no haya un rostro humano, ni que falte un proyecto, lo que importa es que sea algo diferente. ¡Que viva el cam‐ bio! Cualquier parecido con hechos actuales no es pura coincidencia. 6 DE ACUERDO, UNO podría argumentar que la serie trasunta pura ciencia ficción. Y cuando se hace referencia a este género, se suelen interpretar los hechos en términos de futuro posible. En consecuencia, todo lo que Black Mirror cuenta, ocurriría en un territorio remoto del que nos hallaríamos a buen resguardo en el presente inmediato. Sin embargo, Black Mirror llega tam‐ bién con noticias desalentadoras para esta tribu de optimistas. Black Mirror viene a anunciar –así como hace tiempo lo viene cantando Indio Solari– que el futuro llegó hace rato. En otras palabras, la serie plasma en imágenes lo que el pensador Mark Fisher bautizó como realismo capitalista1: la noción de que no hay futuro porque el capitalismo, luego de la caída del Muro de Berlín, ha cristalizado en nuestro presente el “mejor” (valga la ironía) de los futuros imagi‐ nables. No cabe un más allá fuera de este hoy reproducido en alta definición. Black Mirror, por ende, no elabora ciencia ficción: produce realismo puro y duro. Es verdad que en sus historias subyace una gran cuota de exacerbación. ¿Pero de qué otro modo notaríamos nuestra depen‐ dencia de la tecnología? Tan naturalizada es nuestra convivencia con los medios y las redes so‐ ciales que ya no nos percatamos del modo en que estos artefactos nos esclavizan. De allí que nos incomode ver situaciones como las que se relatan en The National Anthem (El himno nacio‐ nal, Temp. 1, Ep. 1). Lo que nos repugna de ese relato no es la escena del primer ministro con la cerda sino más bien la perversa atención que los televidentes prestan a la transmisión en di‐ recto de esa escena. En esa incapacidad de despegar los ojos de la transmisión de un hecho que no constituye un mero espectáculo es donde reside lo siniestro de esta época: las panta‐ llas nos vuelven impunes para convertirlo todo en entretenimiento masivo. 7 LA TECNOLOGÍA PROMETÍA mantenernos más conectados, es cierto, pero nunca nos aclaró a qué. Nos encanta burlarnos de la caja boba pero no sabemos ya apartar la vista del smartpho‐ ne. Black Mirror, por lo tanto, no ha inventado nada. Lo único que hace es devolvernos esa imagen donde aparecemos como telespectadores, como usuarios, como perfiles de redes so‐ ciales: un reflejo que a lo mejor no sea tan placentero de mirar como una selfie. Aunque de se‐ guro esta imagen es mucho más fiel y, por ende, menos piadosa, menos complaciente, menos artificial: no valen aquí los filtros. ______________________________________

1 Ver Fisher, M. (2009). Capitalist Realism: Is there no alternative? Winchester, UK: Zero Books. Hay traducción al castellano (2016) Realismo capitalista: ¿no hay alternativa?: Bs. As.: Caja Negra Editora.

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N Tomás Rosner

Co to

El lunes un hipermercado va a crecer un piso más. El hormigón cubrirá todo.

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Los pájaros geométricos se dejan ver desde el balcón por última vez. Cambian de dirección en un instante nunca se chocan: no hay ave líder.

Un rato antes, con el sol del mediodía, despedimos la vista escuchando música en esos parlantes tan piolas que me hice traer de afuera.

Al final, la tecnología del siglo veintiuno no fue de computadoras gigantes sino de cositas que funcionan bien.

Por eso, la banda sonaba mejor que cuando la fuimos a ver. Nadie hablaba encima ni nos empujaba.


Foto: Esteban Daniel

Foto: Adriano Duarte

A Es un buen momento para vivir en otros barrios. Ya lo dijo Bianchi: los ciclos duran tres años.

Cuando nos estudie una civilización de otro planeta quiero que vea esos cigarrillos armados que vos hacés. Hoy, en el barrio chino, compramos una cajita para que los guardes. Cada uno imaginó un lugar de la casa nueva donde te la vas a olvidar. También es una buena época para dejar de ir al microcentro y evitar esos días todos iguales.

La cabeza tiene buenas razones, pero las vísceras deciden mejor porque tienen la información completa. La gente que solo la pasa bien los fines de semana en realidad no la pasa bien los fines de semana. No quiero ser de esa manada.

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Foto: Adriano Duarte

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Pero por ahora, sigo acá. Me bajo del tren, las campanadas de la Torre de los Ingleses no convocan a nadie entre tantos auriculares y bondis apareándose. Retiro es un Animal Planet urbano.

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Camino a la oficina y me siento un careta entre los motoqueros que fumanchean desde las nueve de la mañana. Nadie se da cuenta de que hay un perro perdido en el medio de la calle Florida. Podríamos adoptarlo para que no siga ligando patadas de los tipos que trabajan de repetir cambio, cambio, cambio.


Foto: Esteban Daniel

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Sin título por Andrea Spada


Luciana Pallero

Ö La im age n y e l p e ns am ie nto , d e Bl anc ho t y De l e uz e a Fe rnand o Birri

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HAY UN PLANO de inmanencia, en él, cuatro términos que nosotros estamos acostumbrados a pensar por separado, deberíamos ubicarlos con un signo de igual, uno al lado del otro: IMA‐ GEN = MOVIMIENTO = LUZ = MATERIA. A diferencia del resto de las artes, el cine no es un reflejo ficcional del mundo, sino que se presenta con la misma disposición maquinística de las imágenes movimiento del mundo. El plano cinematográfico, tal como lo filma el lente de la cámara, explica Deleuze, tiene dos caras: La primera cara: se dirige a los objetos que aparecen en el plano. La posición en el espacio de los objetos varía con respecto al movimiento de la cámara. Esta cara está, de esta manera, en el espacio. La segunda cara: se dirige al montaje y, en este sentido, a la totalidad en términos de la narrativa del film. Esta cara está en el tiempo. Cada imagen, por la primera cara constituye una célula en el espacio, pero, por la segun‐ da cara, constituye una unidad de tiempo que será entendida como vínculo numérico con res‐ pecto a cada una de las demás imágenes del film. Según esta perspectiva doble, la cara que constituye el todo que está en el tiempo sólo es representada indirectamente, subordinada al movimiento a través de la primera cara en el espacio. A este modo de concepción del movi‐ miento Deleuze lo llama movimiento normal. Dice Deleuze aludiendo a Bergson: por comodidad hablamos de “mi ojo”, de “mi cerebro”, pero ¿cómo podría contener mi cerebro las imágenes ‐como quería Descartes‐ si él es una entre las demás? Yo soy una imagen, es decir, movimiento. La materia constituye una universal variación según la cual las imágenes varían unas res‐ pecto a otras sobre todas sus caras y en todas sus partes. Luego, emergerán unas imágenes especiales que, en espacios cualesquiera proporcionan una pantalla negra. Así de la misma ma‐ nera que sucede en el dispositivo de una cámara fotográfica, la luz puede revelarse. La con‐ ciencia es, entonces, no luz, como lo fue para la tradición filosófica moderna, sino opacidad. Sin la opacidad, la luz, propagándose siempre, nunca se hubiese revelado. Estos puntos cualesquiera, donde se revela la materia viva, son centros de indetermina‐ ción, no suponen ni un centro de anclaje ni un horizonte. Aquí presentará Deleuze las tres caras especializadas que distinguen a la materia viva. En un punto cualquiera, habrá un intervalo que supone un retraso en el plano de inmanencia, un retraso entre una acción, es la primer cara, la imagen‐percepción y una reacción, la segunda cara, la imagen‐acción. Entre las dos está el centro de indeterminación al que se hacía referen‐ cia antes, la tercera cara, la imagen‐afección. Esto significa que, en la universal variación don‐ de todas las imágenes variaban con respecto a las otras sobre todas sus caras, gracias a la especialidad de estos tres tipos de imágenes, y a la opacidad de la conciencia, se ha posibilita‐ do un retardo, una indeterminación, en otras palabras: el tiempo.


Foto: Adriano Duarte

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¿CÓMO SE VINCULA la cuestión de la imagen con la cuestión del silencio en Blanchot? Cuando decíamos imagen, en Deleuze, no sólo hablábamos de imagen visual. De hecho, Deleuze tam‐ bién habla de imagen táctil y de imagen sonora. Pero hay algo más, algo para lo que Deleuze apelará a Blanchot. Se trata de lo que Deleuze llama una imagen pura del tiempo, de aquello a lo que Blanchot se refiere en las primeras páginas de La conversación infinita (o El diálogo in‐ concluso), llamándolo de diferentes maneras: la pregunta más profunda o lo neutro. Acorde con la concepción deleuziana, dirá Blanchot: El tiempo es una inflexión del tiem‐ po. En el lenguaje, afirma Blanchot, en la interrogación, se da un silencio que es el movimien‐ to en el que el ser vira y aparece el suspenso de ese ser en su viraje. Los dos autores conciben, uno en el cine, otro en el lenguaje, una instancia que pone en cuestión la noción moderna de sujeto entendido como el que contiene en sí representaciones del mundo objetivo. En Hegel, el pensamiento, si se traduce en existencia, es voluntad prácti‐ ca, si no, es simplemente pensamiento. De esta manera, la voluntad es entendida como un modo de pensamiento. En definitiva, hay un pensamiento en la interioridad del sujeto que es ontológicamente anterior a la voluntad práctica. Ahora, ¿cómo podría ser la voluntad un modo de pensamiento si, para Blanchot, un con‐ cepto, aunque es estabilizante, en tanto es estabilizante deja escapar el instante? De antemano, afirma Blanchot, la palabra, deja escapar todo lo que nombra. De esta manera, Blanchot ha dado vuelta el tablero: la fuerza del concepto, asegura, no es rechazar la negatividad afirmando lo que es estable y verdadero, sino que, la fuerza del con‐ cepto es introducir en el pensamiento la negación propia de la muerte. Solamente de esta for‐ ma se explica que no sea posible para nosotros un pensamiento estático. Blanchot se desvía por el análisis de un fragmento del poeta francés Yves Boonefoy que habla sobre la improbabilidad de todo lo que es. Sobre el carácter aleatorio de las cosas tal co‐ mo las conocemos. La imposibilidad, dirá Blanchot, está atrás de cada una de las experiencias como su otra dimensión y emana del mismo manantial que la muerte, porque, cada hecho que fue, podría no haber sido, y porque además, podría no haber sido así. Así es la fuerza de dis‐ persión del afuera, el secreto del devenir que Deleuze agradecerá a Blanchot: en la imposibili‐ dad, explica Blanchot, el tiempo cambia de sentido, no a partir de la idea de porvenir, sino como dispersión presente. Esto es lo que en términos cinematográficos Deleuze llamará una imagen‐tiempo pura y un movimiento aberrante. Este, en vez de subordinar el tiempo a un número de movimiento que lo mide indirectamente, pone en cuestión el estatuto del tiempo al escapar a la noción de movimiento normal y a las relaciones de número. De la misma mane‐ ra que el lenguaje para Blanchot, en el cine, el concepto de movimiento normal es ya, en sí mismo, fundamentalmente aberrante porque lo que al interior de una película es movimiento normal, en realidad, en el vínculo con el espectador, es movimiento aberrante, ya que las imá‐ genes en la pantalla producen en la percepción y en el pensamiento del espectador una des‐ proporción respecto de sus propios centros análoga a la desproporción que Blanchot

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El viajero por Eugenio Led


Foto: Marcelo López Marán

Foto: Adriano Duarte

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anunciaba en el lenguaje. El espectador, en vínculo con la imagen cinematográfica, deja de ser su propio centro de la percepción. Pasa de ser la subjetiva humana, a la subjetiva pájaro, sub‐ jetiva naturaleza. Finalmente, se plantea el problema de la formación de tópicos, compatible con la noción de concepto estabilizante en Blanchot de la que hablábamos antes. Un tópico, en Deleuze, es el resultado de no percibir una imagen entera, es percibir sólo lo que estamos interesados en percibir. Es el modo de proceder habitual del pensamiento. Por ejemplo, pasamos de un obje‐ to a otro horizontalmente como la vaca cuando reconoce la hierba. Deleuze se pregunta cómo hacer para que el reconocimiento sea atento, para que el pensamiento se vincule con una ima‐ gen‐tiempo pura. La respuesta será el método godardiano de Comment ça va. Este método tomado del ci‐ neasta francés Godard se basa en no contentarse con averiguar si algo anda o no anda entre dos fotos, sino cómo anda, en cada una de las dos y en las dos. Se trata de acabar con las figu‐ ras retóricas que reducen una imagen a una semejanza: la metáfora y la metonimia. Hay que buscar el cómo de ese pasaje, no la reducción de una figura a la otra, sino todo lo contrario, cómo es posible esta reducción de lo otro a lo mismo mediante semejanza. * * * * *

SEGÚN ESTAS CLAVES de análisis, me pareció interesante preguntarnos por algunos fragmen‐ tos del realizador santafecino nacido en 1925, fallecido recientemente, Fernando Birri. El pri‐ mero pertenece a un documental estrenado en 1960, Tire die. El tire die era la forma en que los residentes de la villa santafecina que el documental registra, llamaban a un modo de ingreso de dinero que consistía en que los niños corrieran al lado del tren pidiendo a los pasajeros que les tiraran por la ventanilla diez centavos. En la secuencia del Tire die, el plano varía intermitentemente entre la imagen subjetiva del tren y la imagen subjetiva de lxs niñxs. Lo que lxs espectadorxs vemos, así, es lo que perciben lxs niñxs, alternado de manera aberrante con lo que perciben lxs pasajerxs, esto es, lxs chicxs que corren pidiendo diez centavos. El montaje nos enfrenta, de esta manera, con aquel impo‐ sible al que hace mención Blanchot, el imposible que está detrás de cada experiencia que es, lo que no es, o lo que podría haber sido pero no fue: la experiencia de lxs chicxs, por un lado, la de lxs pasajerxs, por el otro. Después, tomamos dos fragmentos de Los inundados, también de Birri. Esta vez, una fic‐ ción basada en un cuento del Rosarino Mateo Booz, estrenada en 1962. Me interesa remarcar de las dos obras la imagen del tren como figura fundamental en dos sentidos: Primero, en un sentido de modernización: desde 1955 el Estado Nacional promovió de di‐ versas maneras lo que se conoció como una renovación técnica y científica a través de un con‐ junto de instituciones como el Instituto Nacional de Tecnología Industrial, INTA, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, la Comisión de Energía Atómica, entre otras. La idea era que la inversión pública debía atraer a los capitales extranjeros. De esta ma‐

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Foto: Adriano Duarte

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nera, en virtud de la inversión pública, crecieron nuevas industrias de capitales extranjeros co‐ mo el petróleo, la celulosa, el acero o los automotores, mientras que las industrias que hasta ese momento habían liderado el crecimiento, la textil o la del calzado, retrocedieron. Las nue‐ vas industrias no compensaron la pérdida de las tradicionales y así aparecieron las primeras vi‐ llas miserias. Sin embargo, el ferrocarril, aunque hasta ese momento había sido un emblema de progre‐ so, ya no era una novedad. Ahora, la modernización iba de la mano del petróleo. De modo que el segundo sentido que porta el ferrocarril en estas imágenes es, justamente, el contrario y ho‐ rada al primero, es el atraso. Es interesante la imagen de esta figura móvil del tren porque en ella confluye de manera caótica, confusa, dinámica, lo que Blanchot llamó el oscuro ámbito de la decisión. En Tire die aparece claramente cómo el tren divide dos instancias, dos espacios, la villa frente al centro de la ciudad, la miseria frente al trabajo. Pero en Los inundados, la división no es tan tajante. El tren lleva y trae las riquezas, pero también extiende la inoperancia, la bu‐ rocracia, la modernización y el atraso. El tren atraviesa cualquier relación en la universal varia‐ ción del pensamiento. Me gustaría volver a Hegel, en el § 248 de los Principios de la filosofía del Derecho, él se re‐ fiere a la colonización de la siguiente manera: exportar a los desocupados de los países euro‐ peos y fundar colonias en lugares aun deshabitados, allí donde no hay todavía una sociedad civil. Así, esa plebe se transformará en miembro de las colonias. Trabajará las tierras y formará parte del poder agrario de esas colonias. Afirma Gans en un agregado a Los Principios, en 1789: la liberación de las colonias se muestra como el mayor beneficio para el Estado colonizador, lo mismo que la emancipación de los esclavos es lo más ventajoso para el amo. Y en el § 247 Hegel comprende de qué manera así como la tierra es condición para el principio de la agricultura, el mar es condición para la industria de los Estados colonizadores. Afirma que el mar es el ele‐ mento vivificante que impulsa a la industria hacia el exterior. Es decir que, como afirma Blan‐ chot, ya en 1789, el lenguaje de este filósofo alemán había organizado la política económica a partir de una clara división demarcada y vivificada por el mar. Las colonias de un lado, libres, según el mayor beneficio para el Estado colonizador, los Estados colonizadores del otro. Si volvemos ahora a los films de Birri, e intentamos pensar en la imagen del tren, en el pri‐ mer film, Tire die, parece clara la dicotomía pasajeros‐villeros, en términos de Gans, el discípu‐ lo de Hegel, pensaríamos, amos‐esclavos. Sin embargo, en el segundo film, el vagón de los inundados confundido con un vagón de carga, pasea por el litoral argentino y es catalogado como vagón fantasma por la prensa. Las categorías son ambiguas, el tren ya no representa un límite claro ni para la burocracia, ni para la prensa, ni para los mismos inundados. En realidad, el tren, se hunde en un espacio donde los límites son difusos. En realidad, la violencia en el or‐ denamiento del pensamiento en toda su gama de diferenciaciones no representa un poder real en ninguna de sus presentaciones, ni en los inundados, ni en los funcionarios, ni en los burócratas. La pregunta que me gustaría dejar pendiente es: Si el Tire die pudiera cruzar el océano, ¿qué tipo de imágenes seríamos nosotros? ¿la subjetiva de los pasajeros o la subjetiva de los villeros?

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Juan Diego Incardona Foto: Fernando Luzuriaga

S o nd a

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Hay señales entrando por las ventanas de las casas, las puertas de las casas, cualquier agujero de las casas para tejer en sus vacíos mensajes increíbles de las bocas del espectáculo, gramáticas devoradoras de la percepción que ondulan voces emitidas ya no se sabe bien por quiénes; hay señales corriendo por los nervios ciáticos de la columna social de hombres vivos o ectoplasmas —pues incluso los fantasmas han sido alcanzados por las ondas dominantes— que producen fantasías con altos niveles de efectividad en las conductas; y crujen, crujen las señales incluso en las oscuras piernas tatuadas apoyadas en las mías, señales de radio y de tv en nuestros sexos, señales vomitadas por una ballena más que blanca;

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captadas por esas mismas almas que renacen en la primavera para perfumar con su olor a tumba los boliches, resentidos por la invasión del mosquerío, van y vienen doloridos, tocan la bocina en la avenida, tocan la puerta de su jefe, tocan sus bombos de teflón si las señales transmiten el mandato; pequeños caníbales golpeando con los huesos de sus casas propias o alquiladas una aparente superioridad sobre el resto de las verdades programadas;

hay señales eléctricas que, así como mueven zombies, mueven árboles; estos no habían muerto, sólo se mantuvieron quietos durante un tiempo, agazapados en nuestras veredas esperando la oportunidad como ahora que sus troncos acorazados han sigo inyectados por la droga de los poderes y sin más rompen baldosas sus raíces enterradas hace un siglo en las napas de sangre de las guerras fratricidas, árboles antiguos, conservadores, respetuosos de sus mitos, creencias y banderas, viajaron lentamente a una velocidad peligrosa hasta nuestros hogares con familias tipo, abrieron terribles sus copas como antenas de cuchillos, recibieron las señales y las retransmitieron, penetraron ojos de cerradura con flores que, afuera, dan alergias a los neuróticos;


adentro, dan brotes a los psicóticos; hoy sus ramas estiran hasta el último ambiente brazos vegetales que han derribado muchos muebles y empalado muchos culos;

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hay señales que todo vuelven planta, todo el pueblo vuelve estado vegetativo en sus frecuencias tentadoras, repetidamente buscan tierra y buscan sol, buscan agua día y noche para saciar su sed interminable de lenguas quemadas en alcohol y sales finas, y los que no se entregan, desean quemarlo todo con sus espíritus rebeldes, pero el fuego les ha sido negado desde sus infancias educadas en historias convenientes; yo no sé si entregarme o prenderlo fuego todo con el fuego que no tengo;

hay señales que no puedo interpretar y sin embargo me dominan; que sea lo que Dios quiera; me quedo en la cama aplicándome inyecciones de corticoides y diclofenac, dando vueltas en la calesita rectangular con las sortijas caídas en el sueño, montado a caballito o metido en un autito, ya no quedan posiciones para el dolor de la columna;

hay señales en el piso, en las paredes y en el techo, y de tanto mirar el techo la lamparita se ha quemado, así que he descubierto que todavía le queda algún poder a mi personalidad; cierro los ojos e intento concentrarme en la liberación, pero no pasa nada ni nadie, bien o mal sigo aplastado contra el féretro de goma espuma y avanzo temas en el reproductor;

hay energías que me llevan a la muerte, igual que a todos me trasladan en sus vagones invisibles por las vías que no se tocan ni


Foto: Fernando Luzuriaga

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siquiera en el infinito, vías siempre paralelas para un viaje que nunca llega, la muerte no llega porque las señales abren más paréntesis (explicaciones, didácticas, calificaciones, atributos) y entonces parece más tarde de lo que es; hoy, como ayer, el día no concuerda con el reloj, como tampoco concuerdo yo con lo que pienso.

Hay música, sin embargo, filtrada en las señales. ¿Hay un médico a bordo? Un hombre está a punto de parir, sí, un hombre. Los pájaros han encendido fuegos sobre las puntas de los postes y en la calle brilla la espera; mi memoria se renueva dentro mientras caen pedazos de paredes, lecciones de la escuela primaria y citas bíblicas de la catequesis parroquial, éstas últimas de mis personajes favoritos cuyos nombres empezaban con la jota igual que el mío, Juan: Jonás y Job.

Hay señales musicales que no sé si son propias o ajenas pero en definitiva qué se puede hacer salvo escuchar canciones, si en la cama un pararrayos –mi cuerpo– toma de la noche la luz de las estrellas, la luz de Dios o la luz de las ideas, ya no importa qué utopía ha sido consumida en señales y comunicaciones cuando es el dolor la antena que recibe las noticias.

__________________________________________ Sonda se publicó en el libro de Juan Diego Incardona Amor Bajo Cero (Vox, 2013).

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Martín Gómez

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I nte l ige nc ia p ul s io nal y vid a artifi c ial

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I LA CIENCIA FICCIÓN1 ‐el cine en particular (Alien, Blade Runner, Ex machina, Her, Westworld, etc.)‐ en los últimos tiempos ha puesto el acento en la existencia y creación de autómatas que se revelan cada vez más inquietantes. Se puede rastrear en esta trasmutación que propone el arte, un modo de pantalla fantasmática que la cultura nos ofrece. Entonces, ¿qué pueden decirnos estas entidades que son las inteligencias artificiales en su relación con los parlêtres respecto del capitalismo? ¿Cómo concebimos el funcionamiento de un autómata en torno a conceptos como repetición, aprendizaje y pulsión? Desde antaño se concibe a las creaciones de I.A. como entidades que buscan emular/si‐ mular ‐y si pueden engañar2‐ aquello que es propio en los seres humanos3: su relación con el lenguaje; además de avanzar sobre lo psíquico de manera conjunta. II PENSAR UN TIPO de funcionamiento que explique la emergencia de formas (signos lingüísti‐ cos y culturales) que se transformen en un proceso de retroalimentación fue un trabajo em‐ prendido por el estructuralismo (Saussure & Levis‐Strauss); permite pensar las maneras en las que la simulación entiende sus maneras de avanzar4. Por otro lado El work in progress que defi‐ ne a la pulsión y a su trabajo y que tiene como sede el cuerpo en su demanda, resignifican los mecanismos que el mismo sistema simbólico está encargado de mantener funcionado. Surge de esto en primera instancia una relación opaca entre pulsión de muerte y lenguaje; el cuerpo como ground está en el origen de aquella demanda inefable que la lengua debe traducir. Lo inédito y enigmático aparece como término inesperado para el algoritmo de lo posible. En es‐ te punto encontramos el cruce con la idea de simulación que persigue la IA.: la variabilidad es aquello a lo que impulsa la simulación en I.A. además de ser la tendencia hacia la que nos im‐ pulsa la pulsión de muerte. Imaginar máquinas que se hi(y)storicen requiere hacer el recorrido por estas cuestiones y revisar qué del orden de lo pulsional puede ser imitado. Una pregunta __________________________________________ 1 Cf. Lacan: “Pour moi, la seule science vraie, sérieuse, à suivre, c'est la science‐fiction. L'autre, l'officielle, qui a ses autels dans les laboratoires, avance à tâtons, sans juste milieu. Et elle commence même à avoir peur de son ombre.” [Para mí, la ciencia auténtica y seria, digna de atención, es la ciencia ficción. La otra, la oficial, cuyos altares están en los laboratorios, avanza tanteando sin equilibrio, y comienza a tener miedo de su propia sombra.]. Entrevista realizada en 1974 por Emilio Granzotto para la revista Panorama, publicada en el número 428 de Magazine Littéraire en febrero de 2004. 2 Este poner a prueba la capacidad humana frente al ‘engaño’ de las máquinas no es algo reciente. En Lo siniestro (1919) Freud expone: “E. Jentsch destacó, como caso por excelencia de lo siniestro, la «duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto viviente; y a la inversa: de que un objeto sin vida esté en alguna forma animado». 3 Cf. Lo siniestro y el valor ejemplar que Freud le adjudica a los autómatas de Hoffman son parte central de la vena que inspira este escrito. En dicho ensayo el tema del doble abona la discusión que refiere la constitución de lo psíquico y aquellos procesos de alienación y separación que hacen a la evolución del sentimiento yoico. La sedimentación de un yo ‘consciente’ que eclosione desde un lenguaje cerrado ‐aquel que programa a las I.A.‐ hacia un lenguaje agujereado. 4 Cf. Calculer les Cultures: Le “Structuralisme” dans l’histoire de l’intelligence artificielle” de Patrice Maniglier.


Foto: Adriano Duarte

que surge inmediatamente sería: ¿un cuerpo artificial podría estar en el origen de un enigma y provocar de esta forma una demanda tramitable por lo psíquico? Lo que representa una ur‐ gencia para el cuerpo vivo, sólo podría ‘hacerse carne’ como mandato cerrado en un autóma‐ ta.

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III LA PROGRAMACIÓN DE unidades de inteligencia artificial no vela el tratamiento de lo pura‐ mente psíquico: lo psíquico es definido en el código (programado) a través de palabras; es de orden verbal y el resultado es algo de orden performativo. El efecto de escisión en las I.A. vie‐ ne dado por un proceso inverso al que se da en los parlêtres: los automatismos del pensamien‐ to‐lenguaje (lapsus, procesos obsesivos, etc.) tienen efectos disruptivos y Inteligencia pulsional y vida artificialalarmantes en las personas; en tanto que son parte constitutiva en los autómatas (palabras impuestas). Esto se debe a lo que el psicoanálisis enseña respecto de la historización de dichos procesos: en los autómatas estos procesos dependen exclusivamente del lenguaje cerrado que constituyen los lenguajes de programación. IV ¿PUEDEN LAS I.A. delirar? En principio podríamos aventurar que no, ya que no existe labili‐ dad en la elección de objeto (se podría decir que en las I.A. se ensaya algo del orden del instin‐ to), por lo tanto la alusividad de la cadena significante siempre está marcada por una tendencia predeterminada sin margen de ‘error’. ¿Sueñan las I.A.? los sueños al ser formaciones inconscientes ‐textos de una lengua no sa‐ bida‐ sucedáneos además del efecto del significante en la experiencia, sólo podrían recrear una tendencia recurrente en los autómatas; de hecho, si se lo expresa de esta manera el com‐ portamiento de más de un autómata podría ser considerado delirante. Cada I.A. debe crear su propia metáfora delirante. En la I.A. la posibilidad de repetir es la única manera de emular algo del orden de la pulsión. Por ejemplo, los llamados bucles (loops) infinitos representan, no sólo un atasco sino el aumento de un cierto tipo de trabajo de ten‐ sión en modo estacionario5. La realidad en/con la que interactúan hace de borde topológico6 a las I.A., cuando se las considera en su interacción con los humanos; de hecho la tensión del re‐ corrido ‘pulsional’ de una I.A. (viene dado por los bucles para los que están programadas) no es suficiente ya que el mismo carece de historización. Esto determina una diferencia notoria frente a los humanos y al valor que la repetición adquiere como término para el aprendizaje y la resignificación de una hi(y)st(e)oria. La satisfacción es otro de los términos que carece de sentido en el ‘recorrido pulsional’ de una inteligencia artificial ya que sólo puede estar predeterminado por el deseo del programa‐ dor. Lo determinante viene asociado a la falta de objeto o a la naturaleza no contingente del mismo para el caso de las inteligencias artificiales, ya que en su programación cada recorrido está prefijado y el objeto predeterminado de antemano. Nada parecido a la función biológica puede inscribirse en una I.A.; en términos de satisfacción y tendencia nada puede ser dicho.

__________________________________________ 5 Cf. Lacan, “La tension est toujours boucle, et ne peut être désolidarisée de son retour sur la zone érogène” p. 200. Más adelante cita la frase alemana Konstante Kraft (p.203) refiriendo la tensión estacionaria. 6 Cf. “(...) Las pulsiones y no los estímulos exteriores, son los genuinos motores de los progresos que han llevado al sistema nervioso (cuya productividad es infinita) a su actual nivel de desarrollo.”

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El creador de mundos por Eugenio Led


Foto: Adriano Duarte

V LAS INTELIGENCIAS ARTIFICIALES en su búsqueda por salir de los bucles que las condicionan a reproducir siempre el mismo entramado significantes deben apoyarse en las diferencias que algo del orden de la pulsión de muerte les permita imitar. En este sentido la pulsión de muerte no es mortífera, más bien lo que se revela como mortífero es el tipo de bucle endogámico que las condena a la repetición infinita y circular, ya que las mismas ‐como sucede en la programa‐ ción‐ impulsan todo el proceso a un agotamiento‐muerte (iteración infinita).

A VI LA TRAMITACIÓN DE los mecanismos internos de los autómatas (signos ‘vitales’ relacionados con su funcionamiento mecánico‐lógico) como procesos de retroalimentación que se resignifi‐ quen en los procesos que atañen a cada entidad inteligente podrían poner en marcha algo del orden de los pulsional; siempre y cuando se los plantee como enigmas para el programa que emula lo psíquico. Llegados a este punto, una alternativa para la programación sería la crea‐ ción de un tipo de ‘angustia productiva’ (surgida de los signos ‘vitales’ mencionados supra) que ponga a trabajar una función que incorpore como dato crucial: la/s demanda/s que le llegan desde el mundo exterior, en su contacto con los parlêtres. Así, el tesoro de los significantes que se acuña en las demandas del otro podría constituir algo del orden del objeto‐causa. Este es un punto importante a tener en cuenta que consta en los planes de algunas de las maneras de concebir la programación7 de los autómatas que imitan o conviven con los parlêtres. Como es sabido la ciencia ficción sigue esta vía siempre un paso adelante; junto con el ar‐ te que la concreta, redobla la apuesta imaginando nuevos mitos y algoritmos de lo por‐venir; aunque, como afirma Freud hacia el final de su escrito Lo siniestro (1919) ‐al referirse a las in‐ tenciones de los escritores y sus medios‐: “El literato dispone todavía de un recurso que le permite sustraerse a nuestra rebelión y mejorar al mismo tiempo las perspectivas de lograr sus propósitos. Este medio consiste en dejarnos en suspenso, durante largo tiempo, respecto a cuáles son las convenciones que rigen en el mundo por él adoptado; o bien en esquivar hasta el fin, con arte y astucia, una explicación decisiva al respecto. Pero, en todo caso, cúmplese aquí la circunstancia anotada de que la ficción crea nuevas posibilidades de lo siniestro, que no pueden existir en la vida real.”

Bibliografia FREUD (1915), Pulsión y destinos de pulsión, Buenos Aires, Amorrortu Ed FREUD (1919), Lo siniestro, Buenos Aires, Amorrortu Ed BELDA I. (2011), Mentes máquinas y matemáticas: la inteligencia artificial y sus retos, España, RBA Colecciones LACAN J. (1974), Sur la crise de la Psychanalyse, entretien avec Emilia Granzotto LACAN J. (1973), Le Séminaire Livre XI: Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse, Paris, Seuil MANIGLIER P. (2007), «Calculer les cultures», Éducation et didactique [En ligne], vol 1 ‐ n°3 http:// educationdidactique.revues.org/217 ; DOI : 10.4000/educationdidactique.217 __________________________________________ 7 Cf. Mentes máquinas y matemáticas: la inteligencia artificial y sus retos, pp. 55 et al.

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G Viviana Luque

Foto: Adriano Duarte

Agrad e c im ie nto

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EN LOS ÚLTIMOS años la tecnología se encargó de facilitarle a uno las cosas. Es fascinante lo rápido que se puede engañar a las personas, lo fácil que es producir un encuentro y, de vez en cuando, cancelarlo si algo no anda del todo bien. Hay que decir lo que quieren escuchar, y en menos de lo que se es‐ pera, caen en la trampa. Mi sótano se convirtió en mi lugar favorito para calmar este fuego inter‐ no que sólo se apaga cuando la persona que tanto torturé cae rendida, sin vi‐ da. Lo amueblé tan bien, que no necesito moverme de mi casa para encontrar víctimas nuevas. Es algo que años atrás no lo hubiese logrado. Mi último gran descubrimiento para realizar estos “trabajos” son los cal‐ mantes: el hecho de que todavía están conscientes cuando provoco cada marca en su piel, cuando su sangre cae por su cuerpo, cuando hago cada heri‐ da y el saber que aún así no pueden hacer nada para evitarlo, me provoca una sensación inexplicable. Tendrían que ver sus ojos suplicantes que, sin poder emitir sonido, me piden a gritos que me detenga para poder comprenderlo. Lo que no voy a comprender es cómo existen personas que se quejan de que no hay más comunicación que a través de una pantalla, ¿Acaso no saben que hay personas que agradecemos que sea así? O quizás necesiten una de‐ mostración para entender…

Pantal l as SE SENTÍA SOLO entre una cantidad inmensa de personas; todos tenían co‐ sas que hacer y cada uno estaba en lo suyo; ya sea con sus teléfonos o máqui‐ nas, nadie prestaba atención a lo que era importante. No recordaba cuándo fue la última vez que había tenido una conversación larga e interesante con alguien. Sus charlas casi siempre eran interrumpidas por el sonido de un mensaje que acababa de llegar, por alguna llamada o noti‐ ficación. Siempre algo que parecía ser más urgente. Se le agotaban las ganas de conocer a las personas. Si no era por obliga‐ ción o para sacar provecho, nadie se tomaba el tiempo necesario para los demás. Eran pocos los que disfrutaban de verdad, tratando de dejar todo atrás; y aún menor era la cantidad que se tomaba el tiempo de escuchar lo que uno tenía para decir. Con lo lindo que es hablar y que el otro te mire fijo, te tome en cuenta prestándote atención. Todo lo que se pierden, por no perderse na‐ da de lo que sucede detrás de una pantalla.


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Sin perder el rumbo por Melody


N i c o l á s T o l e d o

R ay o s

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“EN CUBA NACE un cerdo con dos cabezas y tres patas. Elmer Fuentes, un granjero de Ca‐ magüey, dijo estar sorprendido por el hallazgo del animal entre la cría...” — ¿No hay más sopa? — No, no queda. Creo que hay unas galletitas, dejá que me fijo. “Jenny Pebbles y el desnudo que conmueve al mundo. La diva exhibió un cuerpazo en una foto que hizo circular en sus redes sociales. Ayer...” — Creí que había en el paquete pero no. Si querés te hago un huevo duro. — Dejá. Me voy a bañar y me acuesto. — Te vas a tener que bañar con agua fría. Usé el crédito de electricidad para cargar el mentéfono. — ¿Y no tenemos más crédito, ahora? — Para aparatos de bajonsumo sí, pero el calefón necesita mucho crédito. Ya sabés, por lo de la ahorrorgía. — Al menos tenemos asegurados el mentéfono y la televisión, ¿no? — Sí, eso sí. Ya te dije, cargué el mentéfono, y la televisión se paga en votorratings, es otro servicio que no tiene nada que ver con la electricidad. Alex no se resigna. Antes de levantarse, toma el plato con las dos manos y bebe el último sorbo de sopa oscura. La mayor parte se le derrama por la barbilla, y unas gotas oscuras le manchan la camiseta. No le presta mayor atención. Su vista está clavada en la televisión, don‐ de el ministro de Crecimentación, Marcelo Liao Henderson explica a un periodista las ventajas de la venta de unos cerros a una empresa de gaseosas. Yasheera trajina con los platos y los cu‐ biertos del almuerzo, extendiendo la mesa de planchar, descolgando ropa de una soga, guar‐ dando una botella de agua en la heladera y colocando comida en el plato de un gato negro, todo al mismo tiempo. Al menos la frugalidad de la comida hará más fácil el lavado de los utensilios. Ya lo dijo el Gerente Supremo: “No hay dificultad que no traiga una ventaja, que a veces no se puede ver, pero que siempre está”. Escuchó la frase por primera vez en el mentéfono, cuando el Gerente se postulaba para la cuarta reelección, y le gustó. Le pareció inspirada, optimista, luminosa, no como esos eslóganes de campaña de la oposición que lo único que hacían era apelar a la exposición de la realidad, una realidad demasiado llena de problemas como para estar acordándose todo el tiempo de ella. La economía es un desastre, más de la mitad del país está vendido a las potencias extranjeras, el trabajo voluntario obligatorio en las Empresas Benefac‐ toras es una forma de esclavitud encubierta, el país ya es apenas una colonia, bla, bla, bla, co‐ mo si no supiésemos que las cosas van mal, pero necesitamos alegría, esperanza, piensa Yasheera, y por eso sólo ve en la televisión los programas donde se habla bien de la Gerencia, que por suerte son todos. A veces, para no aburrir al público, en la tele llevan alguno de los opositores para burlarse de


Foto: Adriano Duarte

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él, y en medio de una exposición sobre economía, por ejemplo, hacen bajar del techo una tri‐ buna con gente disfrazada que le tira frutas al opositor, le tira serpentinas, lo silba, mientras todos ríen, y el opositor pese a eso trata de mantener la compostura, aburriendo con núme‐ ros, datos, estadísticas, todo eso que el Gerente Supremo llama “pesadipronósticos de deses‐ peranza”, y eso divierte más a la gente, que a veces va un poquito más lejos y tira piedras y hace sangrar al opositor. “Wanderson Maidana desmiente las revelaciones sobre su dinero...” Claro que hasta eso aburre. — Ayeeeeeeeshaaaaa... El mentéfono, sin embargo, es otra cosa. Luces, sonidos, imágenes, movimiento, las noti‐ cias de todo el mundo, las 24 horas, siempre, cuando quieras. El video de un borracho cayén‐ dose en la India, la foto de un muerto en bombardeo en algún lugar, bebés bailando. Antes, uno debía tener un aparato para acceder a todo eso, leyó. Un aparato que se llevaba a todas partes, distinto al mentéfono, que está en todas partes, siempre. Sólo se necesita un implan‐ te, al nacer, y ya está, uno está conectado a todo, todo el tiempo. La recarga, por la red de energía eléctrica, se hace a la célula domiciliaria instalada por la Gerencia. Lástima que, desde la instauración de la ahorrorgía, hace tiempo, tanto tiempo que fue an‐ tes del nacimiento de su madre, la electricidad es un bien escaso, y se debe optar entre el mentéfono y algunos gastos como calentar el agua o conectar la heladera. Pero el mentéfono vale la pena, así lo repite constantemente la Gerencia por boca del Gerente Supremo, que también preside la empresa que monopoliza el mercado del mentéfono. — Ayeeeeeeeeeshaaaaa... El Gerente también dice que el hambre es un estado de ánimo, y que la mente es la única encargada de la regulación de emociones negativas como el hambre, el frío, el sueño, la inco‐ modidad, el dolor. Por eso acapara el espacio con mensajes positivos que tiendan a hacer olvi‐ dar esos “trucos de prestipnosis” con los que el pesimismo busca hacer caer a los ciudadanos en la duda y en el desánimo. — Sí, así, mami, criatura, así, así me gusta, amor, dame todo... Todas las sensaciones tienen cabida en el mentéfono, mientras sean positivas (ya se dijo que para malas vibraciones, la televisión, con su opositores prestados al merecido escarnio), todas se experimentan allí, y con una intensidad física. — Ayeeeeshaaaaa, hmmmm... Se está haciendo tarde para el tercer turno del trabajo. Ayeesha extiende la blusa blanca en la tabla de planchar, y súbitamente un rayo parece atravesarla desde la entrepierna hasta los labios, una explosión de dulzura que le hace cerrar los ojos y caer de rodillas al piso, jadeando, con el cuello mojado de sudor. — Sí, Ayeesha, amor, sí, todo tuyo, cielo, sí. Recompuesta del orgasmo, mira al sillón donde Alex, repantigado y con los ojos en blanco, acaba de hacerle el amor desde el mentéfono, y ahora bucea entre las noticias. “Volvió a su casa después de treinta años y encontró a su esposa casada con su hijo...”

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R Pablo Osores

Foto: Adriano Duarte

R e al id ad virtual

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SUPE QUE DEBÍA dejarlo consignado y me desconecté. Un insistente puntazo me de‐ mandaba compartirlo. Era mi deber. Está la gente, tengo una deuda. Pensé: “tengo que ver”. Conectado no se puede ver nada realmente. Desde adentro no puede salir nada dis‐ tinto. Pero no es sencillo. La luz es tan brillante, el frío es un descubrimiento constante y hay un gusto en el aire que es salado y es muy salado. No me acordaba de esa luz blanca y amarilla que me irradia con constancia, no se puede salir de su iluminación; me expone y me quita lo que pienso. Todo el cuerpo está presente y reclama. En los primeros momentos recordé que no tenía un plan concreto. Me expliqué lo complejo que podía ser habilitarlo. Tendría que montar el esquema completo nuevamen‐ te. Parecía imposible. Más que imposible, trabajoso. Adentro nunca había distancias en‐ tre el proyecto y el resultado. Pensaba en intentarlo y sentía la fuerte luz sobre mi cabeza y el frío en los dedos. Entonces recordé la crema suave y tomé un sorbo, para es‐ tar más claro. Y fue un pequeño alivio. Un pequeño alejamiento de la solidez de las cosas y del bri‐ llo de los colores. Una sensación templada de apagamiento subiendo por mis piernas. Las luces me parecieron más cálidas, más amigables. Me dio gracia todo el instrumental que debía preparar para dejarlo consignado. Aunque seguía pareciendo muy distante. Y casi que aún más. Casi que debía hacer mayores esfuerzos. Eso me supuso un palidecer en la sensación que quería vivir y quise conectarme, pero tomé otro sorbo. El exterior fue bajando en ardor. Se volvió grisáceo. Nada podía ver sin un tono gris de frente. Por debajo había otros colores aunque realmente no sabía si los podía ver o si los recordaba de otro momento. Algo me había hecho daño. Yo quería dejarlo asentado. Pero era muy difícil de planificar. Sentí otra vez una irritación adentro, un sabor incómo‐ do que tenía que transmitir. Dudé de mi capacidad. Pensé en convocar a alguien para que me asistiera. Una tierra desmacetada adentro de mí decía que necesitaba una fuerte ingesta de crema suave que me alejara del ardor. Resolví traer a otro. Apenas una revisión casi imperceptible en el sistema y logré desconectar a otro. Sa‐ lió más bien presto, pensé. Se abrazó a sí mismo, se rodeó con los brazos quiero decir, y me miró inquiriendo. Tenía un aspecto familiar, casi parecido a mí. Supuse que debía ex‐ plicarle, pero se lo veía tan ansioso a través del humo gris que me entró algo de inquie‐ tud. Le apunté con el dedo a lo que yo venía haciendo, para que su intelecto pudiera armar las piezas de lo que debía llevar adelante. Me apliqué una dosis alta, porque su presencia era perturbadora y sus movimientos eran agresivos a mi temple. Cuando desperté, busqué instintivamente la pantalla. No había nada. Me vacié de valor. Una honda desesperación me duró un instante y recordé que estaba desconecta‐ do. La luz amarilla desprendida del vacío me martillaba desde lejos. Nada me protegía. No había, casi, niebla. Alumbraba también a un segundo personaje: otro tipo que era igual a mí, que estaba sentado y me miraba. ¡No había hecho nada! Pensar en todo lo que debía hacer y nada más me miraba, in‐ quiriendo. Pero no me miraba, no realmente, entendí después de una pequeña dosis co‐ mo para poder ver sin ser deslumbrado. Estaba absorto. Él también había recurrido a la crema suave. Entendí que debía ser castigado. ¿Cómo pensé que podía traer a alguien inmune a este brillo? ¿Cómo podía dejarlo consignado?


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Sanshain por Pablo Sánchez


Solange Rodriguez Soifer

Un s e c re to a vo c e s

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EN ESA ÉPOCA, Juan era el jefe de recursos humanos de un monstruo que tenía miles de cabezas. Aún en la marea de juicios, licencias por enfermedad, nacimientos y muertes que se sucedían en una empresa gigante, su semblante era inalterable. Un Dalai Lama resis‐ tiendo al Ejército chino, con implacables municiones que atacaban en forma de legajos. A pesar de su juventud, Juan era un respetado padre de dos con un tercer niño en ca‐ mino. Podría decirse que éramos compañeros de trabajo, pero en verdad con aquel jefe de recursos humanos sólo nos vinculaba la misma dirección donde fichábamos. Es curioso co‐ mo a ciertas personas las ponemos al mismo nivel que una maceta; las vemos cuando pa‐ samos a su lado, pero hay cierto componente estático en su existir, que les da sentido dentro de los paisajes que nos rodean. Que Juan fuera parte de ese mobiliario vivo para mí era positivo, porque tener más contacto con la oficina de personal implicaba estar atravesando algún tipo de problema. Para ese entonces, me encontraba trabajando como una de las 20 asistentes de direc‐ torio; mi relevancia era similar a la de una birome ‐si era roja, quizás la birome era más im‐ portante que yo‐. Aún así podría afirmar que mi posición tenía cierto peso estratégico, porque pasaban por mi escritorio todas las novedades de la empresa. Las que no llegaban a la orilla del directorio, eran fáciles de pescar: las oficinas estaban vidriadas. Política de puertas abiertas, le decían. Por eso cuando lo vi a Juan reunido con el presidente, no me llamó mucho la atención. Después de todo, era lo que hacía una vez a la semana. Pero que estuviera la esposa del presidente, y que le apoyara una mano en el hombro, eso sí que era poco habitual. Tratando de ser lo más discreta posible, intenté mirar de reojo cuando podía, mien‐ tras tipeaba letras inconexas. Juan estaba pálido e inmóvil, y las venas parecían que esta‐ ban a punto de explotarle de sus sienes transparentes. Algo grave estaba sucediendo, pero sin el Presidente gritando como ya lo había visto en otras oportunidades, no podía tratarse de su despido. De hecho parecía estar actuando de forma comprensiva, una actitud irreco‐ nocible en su carácter. Tenía que acercarme más para entender qué estaba ocurriendo en esa oficina, por lo que busqué un puesto de observación estratégico. El dispenser era el punto más cercano, así que descargué el agua de mi botella en el potus que tenía a mi lado y fui a cargarla, pla‐ neando hacerlo a la velocidad de un perezoso. Mientras un hilo débil comenzaba a llenar el recipiente, pude divisar que había un pro‐ tagonista más en escena: la computadora. Un video estaba corriendo en pantalla pero Juan no lo estaba mirando; me parecía raro considerando que el presidente lo señalaba a cada rato, aunque no lo hiciera tampoco de frente, sino manteniendo cierta distancia. La computadora por algún extraño motivo, era un espectro que todos percibían, pero que no


F Fo ot to o: : A Ad dr ri ai an no o D Du ua ar rt te e

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se animaban a reconocer su presencia. Achiné lo más que pude mis ojos tratando de mejorar mi alcance visual. El video que se proyectaba era de color amarronado y se podían divisar figuras que se movían en la pan‐ talla a ritmo regular. Cuando finalmente entendí de qué se trataba, no podía dar crédito a lo que estaba viendo: ¡era un video porno! En unos segundos que me parecieron eternos, los datos llegaron a mi cabeza en forma de avalancha; no se trataban de actores ni era una película para adultos...Era un video casero protagonizado por el mismísimo Juan, y su par‐ tenaire la reconocí al cabo de unos instantes. Ese corte de pelo a lo Príncipe Valiente sólo podía corresponder a una persona en la empresa ¡Era Clara de contabilidad! Volví a mi asiento roja hasta las orejas, como si quien hubiera estado en el vídeo fuera

yo.

Intenté digerir la piedra que acababa de atravesar mi garganta ¿Cómo había llegado ese vídeo ahí? ¿Cómo el respetable Juan se transformó en un esposo indiscreto? ¿Cuándo Clara pasó de ser una chica invisible, a tener un rol dominante? ¿Cómo siquiera se co‐ nocían? Cuando me senté, sonó mi interno. Una voz se escuchaba agitada del otro lado. –¿Ya viste el video? Julieta, mi compañera de almuerzo, que estaba a tres oficinas de distancia, no podía contener la excitación. –Ehh... no... o sea, sí, pero no… –Con la hija del Sr. Burns, ¿podes creerlo? Nunca había oído ese apodo; me molestó un poco pero debía reconocer el parecido con el personaje de Los Simpsons. –Pero ese video…¿cómo lo viste? –Boluda, ¡está por todos lados! Parece que dejó la computadora en infraestructura pa‐ ra que se la arreglaran ¡y chau! Alguien de ahí lo encontró y lo empezó a pasar. –Qué cagada…–dije mientras veía cómo del otro lado del vidrio tres personas jugaban una partida a todo o nada–. Acá está Juan con el Jefe y la Jefa. –¿Está ahí? Uuuh... a la piba la van a rajar, viste que acá no les gusta el tema de rela‐ ciones entre empleados… Pensé qué paradoja considerando que los patrones eran marido y mujer. –¿Por qué a ella? ¿Y él qué? –Juan es intocable...lo adoran... ¡Seguro la jefa más ahora que vio qué bien calza! –se rió festejando su propia ocurrencia. La reunión en la oficina vecina terminó a los pocos minutos. Me imaginaba qué posi‐ bles diálogos y resoluciones se estaban cociendo a metros de mí, aunque ninguno me con‐ vencía lo suficiente. Intenté retornar mis tareas pero estaba completamente distraída. Y el interno que no paraba de sonar; del otro lado, diferentes personas formaban un déjà vu cíclico “¿Ya te en‐ teraste?”, para luego acabar en diálogos con similares ramificaciones.

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Foto: Adriano Duarte

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“Quién diría que Juan tenía semejante …” completando la frase con sinónimos del miembro, algunos términos más conocidos como “chorizo”, “termo”, “amigo”, “tripa gor‐ da”, y otros más innovadores como “guanaco escupidor” y “Brad Pito”. Pero cuando se re‐ ferían a la chica los calificativos se centraban en su persona y moral; “turrita”, “atorranta”, “mosquita muerta”, “angurrienta”, “atrevida”, “ambiciosa”. Las horas transcurrieron y mientras esperaba que Clara fuera la siguiente citada, veía que el tiempo pasaba y no había movimientos en el frente ¿Acaso la echarían sin mediar palabra? Después caí en la cuenta de que Clara y yo compartíamos la misma casta, una que era anónima para rangos como la presidencia. Por lo que ocurría algo paradójico y doloroso a la vez: el mismísimo Juan era quien debía despedirla. Si es que tal cosa ocurría. Terminó aquel día con una niebla de susurros invadiéndolo todo. Me dirigí a la salida y me la crucé a Clara. Su aspecto tranquilo y andar pausado me abofetearon con un pensa‐ miento terrible. Clara desconocía aquella verdad que estaba en la mente de todos: se había convertido en un cordero pastando en el ojo de la tormenta. Tragué saliva por los nervios y me preparé para sortear el segundo obstáculo; debía pasar por el frente de la oficina de Recursos Humanos para fichar la salida; ese día el tra‐ yecto había sido asfaltado en carbón caliente. No pude evitar voltear hacia donde estaba sentado Juan; parecía que lo habían reemplazado por un muñeco de cera. Me embargó una mezcla de pena y vergüenza y seguí mi camino en silencio. En menos de una semana, el eco de los acontecimientos había alcanzado hasta el últi‐ mo rincón de la planta. Pero entonces ocurrió un fenómeno inesperado: todos nos conver‐ timos en cómplices de un pacto de confidencialidad que no habíamos firmado, pero que cumplíamos a rajatabla. Cuando cruzábamos a Clara por los pasillos, era como pasar al lado de un choque; ex‐ primíamos los segundos con la perversa curiosidad de quien espera ver sangre. Todos especulábamos cómo iría a reaccionar cuando se enterara; algunos más arries‐ gados apostaban que ya lo sabía pero se estaba haciendo la boluda, algo para mí difícil de creer. Pensaba pobre chica, los pensamientos que se le cruzarían llegado el momento ¿Lo vería como una traición por parte de Juan o lo percibiría como un gesto de protección? ¿Qué pensaría de esa nube compuesta de miles de ojos que la perseguían sin ella saberlo, entre los cuales estaban los míos? Hasta que un día, como era de esperarse, la sangre corrió. –¿Ya te enteraste? –No, Juli, ¿qué pasó? –Clara… ¡se acaba de ir llorando! Julieta hablaba emocionada, como quien recibe un regalo que esperaba hace mucho tiempo. Corté y me desplomé en la silla. Tenía una mezcla de alivio y de culpa porque el secreto había sido revelado, pero también sentía el vacío de quien cierra un libro fascinante. ¿Y ahora qué hacer con esta libertad?, me pregunté y miré a mi alrededor. Un murmullo se iba irguiendo por encima de los boxes como columnas de humo; cada partícula transportaba el eco de la noticia.


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Sin título por María Zir


L u n a O r i a n a O z u n a V e r ó n

R Bre ve gl o s ario d e N e o l ite ratura J uve nil

EN LA RED EXISTE un mundo cibernético paralelo en el que participé durante mi adoles‐ cencia, en donde se desenvuelven comunidades literarias con características muy peculia‐ res. En este caso, intentaré exponer cómo se desarrolla y subsiste esta comunidad furtiva, sus ramas y sus consecuencias en la literatura juvenil, partiendo de mi propia experiencia y la de otros allegados. Quiero advertir de antemano que este texto apunta a una simple aproximación, sin mayor objetivo que el de difundir de primera mano estas corrientes novedosas. Constituye también los trazos iniciales de una investigación a profundizarse en el futuro. * * * * *

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FAKE ES UNA COMUNIDAD que se desenvuelve mediante perfiles falsos en redes sociales, a la par de los perfiles reales. Estas cuentas se utilizan para interpretar a personajes ficticios (como los provenientes de la literatura) o artistas famosos. No se conoce a ciencia exacta en dónde surge esta comunidad, pero se sospecha que apareció en foros de internet cuando estos se encontraban en auge; así fue mutando y adaptándose a otros sitios como myspace, fotolog, etc; para llegar a desarrollarse actual‐ mente en facebook. Quienes interpretan estos personajes, en su mayoría, son personas de entre 12 y 25 años; lo usual es que protejan sus verdaderas identidades y que sus interacciones se limi‐ ten a las relaciones entre sus personajes. Estas interacciones se dan principalmente en los chats (roleplay), pero también en comentarios, estados, y diversas publicaciones en los perfiles falsos involucrados. En este punto, habrán notado que este tipo de actividades no son llamativas para to‐ dos los adolescentes y jóvenes, sino que son un foco de interés para aquellos lectores jóve‐ nes que se inclinan por la escritura, en particular. Si bien es un círculo subterráneo bastante cerrado, del que los adultos no tienen ni la menor idea, cualquiera puede crearse un perfil de fake, teniendo en cuenta que el objetivo principal de tener una cuenta fake es rolear. En redes sociales uno deja constancia de sus intereses y por esto mismo comienza a interactuar con otros cuyos gustos son similares, de esta forma se puede entrar en contac‐ to con alguna persona que forma parte de Fake y nos invite a participar, nos explique las reglas y nos recomiende amigos de la comunidad. Así también existen comunidades más selectivas que se desenvuelven en grupos ce‐ rrados, y para ingresar se debe cumplir con diversos requisitos, dependiendo de la comu‐ nidad. Pero el requisito fundamental para crecer en Fake es saber rolear.


Foto: Adriano Duarte

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PERSONAJES TAMBIÉN LLAMADOS ROLEPLAYERS, son aquellos sujetos, ficticios o no, que decidimos in‐ terpretar en el mundo Fake. En un principio, se utilizaban únicamente personajes literarios y por ende, debía respetarse su nombre, apariencia, personalidad, etc. a la hora de rolear y establecer los perfiles en las redes (fotos, estados, etc.). Sin embargo, actualmente, se pueden utilizar como personajes a diversos artistas (respetando su nombre, apariencia, personalidad e historia de vida) o bien optar por personajes de invención propia. Para es‐ tos últimos, uno elige el nombre, apariencia, personalidad, historia de vida, etc.; las fotos que se utilizan para los perfiles suelen ser de modelos, actores/actrices u otros artistas.

ROLEPLAY LAS CONVERSACIONES EN los chats de las cuentas fake no son como las que se acostum‐ bran entre personas comunes. Las personas detrás de cada cuenta no se están interpre‐ tando a sí mismas, sino a un personaje. Estas personas desarrollan en tiempo real todos los aspectos internos y externos de su personaje (acciones, pensamientos, palabras, etc.) así como los del entorno en el que se encuentra su roleplayer (viento, lluvia, tráfico, etc.); entonces, en el chat se deja plasmado lo que se hace, se piensa, se dice, así como lo que pasa alrededor. En otras palabras, es como si las dos personas que no se conocen escribie‐ sen una novela en colaboración, con la característica peculiar de que cada uno decide úni‐ camente las acciones de su personaje y no puede retocar o entrometerse en lo que el otro dice o hace (escribe). Así se ejecuta el juego de roles que se conoce como roleplay. Este tipo de escritura en colaboración tiene gran similitud con la la literatura para jó‐ venes, como las sagas populares, justo por eso se acostumbra interpretar personajes de este tipo de literatura. Cuanto más se parezca el tipo de escritura del roleo al de la literatu‐ ra juvenil, más destreza se tiene para rolear.

NOVELAS DE ________ (RAYITA) SON LOS CONOCIDOS fanfics de “X‐famoso y tú”. Novelas amateurs, escritas por adoles‐ centes (casi siempre chicas) en las cuales viven sus fantasías con sus ídolos famosos, sobre todo, artistas musicales. Las mismas se publican de a un capítulo por determinado lapso, en sitios como face‐ book o wattpad. Destinadas a un público joven, que las siguen a tiempo real, y el tipo de escritura es el mismo que el de las novelas juveniles. En estas novelas, la protagonista (rayita) es la lectora, es decir, en la ________ (esta lí‐ nea hecha con guiones bajos es lo que se denomina “rayita”) una lee su propio nombre, por esto son novelas de “X‐famoso y tú”.

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noche de cacería por Adriano Duarte


Foto: Adriano Duarte

De esta forma, la escritora vive su fantasía y a su vez las lectoras viven la fantasía de la escritora como si les ocurriese a ellas.

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IMAGINAS SON HISTORIAS INVENTADAS y relatadas en tiempo real, a un grupo de personas, con la particularidad de que el narrador y los escuchas son los protagonistas del relato. Las temáticas son infinitas, y todo aquello que quepa en la imaginación del relator, puede pasar. Generalmente se cuentan en las reuniones de amigos, se pide al/la la más creativa/o que cuente un imagina y ella/él va imaginando a medida que cuente la historia, los hechos que van ocurriendo, mientras los demás escuchan atentamente. El relato puede terminar en ese mismo encuentro o bien dividirse en varias partes, si la trama lo requiere, que se cuentan en las reuniones del grupo. Y no se puede continuar el relato si no están presentes todos los que participaron al inicio. Si bien no comparten la característica de realizarse en la red, considero que su apari‐ ción es influencia de esta tendencia. Además califica (a mi criterio) como parte de la neoli‐ teratura juvenil. * * * * *

HACE POCO ESCUCHÉ decir que existe una teoría que afirma que “la literatura es lo que cada uno considera como literatura, ya no existen los estándares clásicos”. En base a esto, podría decirse que todo aquello que, en general, se reconoce como literatura, teniendo en cuenta los parámetros clásicos, no necesariamente lo sea. Con esto en mente, puedo señalar que, tomando como parámetro la subjetividad del lector para definir lo que se considera “literatura”, aparece lo que yo llamo “Neoliteratura juvenil”. También es impor‐ tante reconocer que este movimiento cibernético, aún subterráneo, se encuentra en sus inicios. Sin embargo, por lo que sé del asunto, se adapta y evoluciona con facilidad en el mundo de la red, con todo el crecimiento tecnológico a favor, además de ser desarrollado por jóvenes y adolescentes que dominan este medio (internet).

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Julián Rodrigo

( R e ) vo l ve r al futuro

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Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio ¿Cuándo? pero, ¿cuándo? Si siempre estoy llegando ANIBAL TROILO

La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena. RAMÓN VALDÉS.

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HABIENDO VELADO POR sus calles durante más de 15 años, en el 2004 fui exiliado del ba‐ rrio Belgrano. Yo, señor de los fresnos de la calle Colombia, expulsado. Nutrido con pan, mate cocido y Dragon Ball Z en las frescas mañanas de mi infancia, supe ser pupilo de la Escuela N°12. Remonté pandorgas en las llanuras embrujadas del Hogar Escuela. En las fuentes rebosantes de esperanza del Hospital Pediátrico, calmé los ardores de la siesta. En una cuadra habitada en su mayoría por descendientes del pueblo de los troglodi‐ tas, mi curiosidad hacia nuevas culturas sentenció el inicio de mi progresivo destierro. Lo diferente molesta. Lo desconocido, se teme. Y yo pagué caro mi diferencia y el desconoci‐ miento de los que carecen del comercio de la palabra (como bien lo dijo don Rufo, ex combatiente de Malvinas que conocí en el B° San Antonio). Resguardando mi integridad física e intelectual y aun, con más preocupación, mi for‐ taleza espiritual, abandoné el hogar que contempló mis primeros pasos tambaleantes. Huí como el más despreciable de los forajidos, culpable de un crimen no estipulado en las leyes de los hombres ni de los dioses. Vagué errante montado en mi bicicleta. Encontré el amor en la esquina de Bolívar y Saavedra. Los rugidos nocturnos de la Avenida Medrano me protegieron por meses. Me formé en las más diversas artes. Fortalecí mi cuerpo, mi mente y, aun con más ahínco, mi espíritu. Dejé descendencia, y con ella, un legado. Construí una fortaleza; luego, un impe‐ rio. Veinte años pasaron hasta que regresé al barrio, a la cuadra que me vio crecer, con‐ vertido en un hombre, decidido a humillar a mis proscriptores. De pie sobre la intersec‐ ción de Belgrano y Colombia, cerca de la Virgencita de Itatí, contemplé el lúgubre danzar de los fresnos agitados por el silbido del viento. A mitad de cuadra, bajo la sombra de un mango, un anciano descansaba recostado en su silleta. Sobre el regazo, una manta; sobre la manta, una pequeña radio de la cual escapaba la voz frenética de un relator de futbol. Sin desperdiciar más tiempo, inflé el pecho y alzando los puños al cielo pronuncié es‐ tas palabras:


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Foto: Adriano Duarte

¡Mi nombre es Edmundo, rey de reyes: contemplen mis obras, manga de crotos, y desesperen!

Nadie salió a la calle. El anciano ni se inmutó. Desde el rancho que se erguía (o se des‐ moronaba) a sus espaldas, me respondió un siseo parecido al que produce el aceite al freír milanesas. Una mujer de mediana edad hizo a un lado las diminutas cortinas y sus giraso‐ les estampados. –¿Sí? –Mi nombre es Edmundo, rey de… –Ajá, ¿y que necesita? –Busco a sus vecinos. ‐Difícil, no tenemos vecinos. Se los llevó la peste. –¿La peste? –Si, la peste del grano. Prácticamente se pudrieron en vida. Se ve que usted no lee los diarios locales… –¿Y el señor? –pregunté señalando al anciano. –¿El Poxi? No es un señor, es mi hermano. A él le pegó diferente; en vez de salirle gra‐ nos, su piel se arrugó. Yo me vine a vivir acá para cuidarlo cuando mi vieja se mandó a mu‐ dar con su novio. –¿Usted me está diciendo que este señ… que este individuo aquí sentado es el Poxi Gutierrez? –El mismo que viste y calza. De cuclillas, busqué los ojos del viejo: –¿Te acordás de mí? No hubo respuesta. –¡¿Te acordás del muchacho, Poxi?! Levantó la cabeza lentamente, como si le pesara. Era él. Lo reconocí por su estrabis‐ mo. Estudió mi rostro por unos segundos y luego negó con la cabeza, volviendo la vista hacia su radio. –Así es el barrio, joven –dijo la mujer–. Hasta los recuerdos se murieron por acá. –Y volvió a desaparecer entre los girasoles. Escoltado por el desconcierto, emprendí mi retorno entre las ignoradas viviendas con sus carteles de “SE ALQUILA”, ya despintados por el tiempo, y mientras pateaba una semi‐ lla de mango reseca, reproduje en mi cabeza la mirada del Poxi, en cuya sinceridad desen‐ terré la más fatídica de las tragedias: el olvido.

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Daniel D. González Foto: Adriano Duarte

Podés llegar despacio como se llega a una cascada mágica después de un largo viaje, o despertar ya dentro como en una pesadilla. Pero ya estuviste ahí desde el principio,

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envuelto en ceremonias que te entregan en sacrificio si es que somos aún capaces de cometer alguno.

Podés llegar despacio o amanecer en el brutal sueño,

aferrado a un poste por sobre los estallidos de las brasas; arrastrado por caballos rebotar en las esquinas manchando de sangre las piedras y el polvo

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donde siempre estuvo el camino.

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La corriente atrajo a la costa los objetos

contrabandeados en las alforjas de nuestra imaginación. Ya no reconozco las fotos decoloradas por la sal.

Un pesquero desorientado ingresó a la bahía escoltado de penumbra. Su tripulación diagnosticada con stress postraumático habría desarrollado un enlace psíquico

con algunas especies de carácidos domésticos. Aún en la piedra raída de mi memoria se distingue la sirena de barco que nos desvelaba de madrugada. Estoy sentado al borde de la costa que muta de colores y formas, entre las olas otras sombras se ondulan adobadas de algas.


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Solitario por Eugenio Led


Foto: Fernando Luzuriaga

Marcelo López Marán

Ac e rc a d e l a c o ns trucc ió n d e un p ue nte

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ALGÚN AMANECER EN un automóvil, bajo una niebla de lluvia, el magister y amigo Rafa C. nos refirió la historia siguiente: Que había una mujer de rasgos y cuna alemana, que había estudiado con Borges y Bioy, que había sabido con‐ traer nupcias con un portentoso arquitecto de procedencia y linaje desconoci‐ dos, que tanto más la empequeñecía a ella cuando más se lo acercaba a él. Sea por circunstancias del camino o el caprichoso azar, pronto la historia de la mu‐ jer dio paso a la del hombre. El magister amigo nos reseñó que —entre diver‐ sos méritos colosales— la leyenda de este profesional descansaba en la construcción de un puente, casualmente este derruido puente Chaco—Co‐ rrientes por el cual ahora andábamos rodando: Tan grandiosa es esta obra pa‐ ra el imaginario mesopotámico, y sin embargo el tipo lo había planificado de punta a punta en una siesta de aburrimiento, base por base, torre por torre, la‐ drillo por ladrillo. Imaginamos esa mole profunda emergiendo de repente como un latigazo gris, atravesando como herida dolorosa el lomo escandaloso del Paraná. —Es la obra de un Titán —debí decir—, el trabajo de un monstruo formida‐ ble e insensato, capaz de llevar en su amplio hombro una estructura tan com‐ pleja como ésta —debí agregar, aunque con palabras más pobres y más chuscas —. Mi otro amigo, el Profesor de Literatura, aún entre carcajadas, coincidió con mi apreciación. En ese instante, alcanzamos el punto más alto. A través de las ventanillas castigadas, los tres admiramos la portentosa edificación. Tan contundente y magna se sentía, que —dudamos— resultaba improbable de ser realizada has‐ ta para un hombre con esas cualidades. Seguramente —razoné en alto— el ti‐ po debió construirlo por etapas; sea armando el puente de pie, tobillos y media pantorrilla en el agua, encastrando bloques, vigas y cables de acero, unos contra otros, como en un juego de tetris o de rastis; sea descansando en‐ tre columnas, echado sobre sus espaldas, su pecho y algunas costillas altas bañados por el sol, el agua en oleajes buscándole las clavículas; sea poniéndo‐ se de rodillas, ajustando bases, pilotes y columnas, sus más leves movimientos devastando a inundaciones las costas aledañas; sea echado pleno frente al sol, haciendo plancha brazos a la nuca o tomando tereré desde la boca del más grande surubí, una canoa de mallonero como termo, un tubo de cañería subfluvial a modo de bombilla; todo a su ritmo cansino de una jornada, que para nosotros podría representar algunos siglos detrás.

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Foto: Adriano Duarte

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Puente por Fernando Luzuriaga


Foto: Fernando Luzuriaga

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Al instante como en un sueño, vimos a muchos como nosotros subiendo en masa sobre el puente, avanzando diminutos, apresurados, en fila de autos o a pie, llegando al límite de la construcción y esperando se colocara el próxi‐ mo bloque para avanzar, para pasarnos de una provincia a la otra. Y ante la po‐ ca celeridad del Gigante, nos vimos de pronto reaccionando como muchedumbre, profiriendo obscenidades a la madre del constructor aquél, in‐ sultos de ¡Metele, Hijo de puta! y de puño alzado, señalándolo con dedos gra‐ ves y burlándonos de su calvicie intuida, pues nada más que sus rodillas podíamos ver, y arriba de nosotros su barriga como baúl oscurecía el cielo y de ella llovía agua del Paraná, y caían cenizas incendiarias de la chimenea de algún pucho de cigarro, que allá en la estratósfera de su boca apenas se dibu‐ jaba como hilito de un avión de chorro. Pero nosotros nos bufábamos de él, de su trabajo, o lo puteábamos a sabiendas de que en sus alturas nuestras voces serían zumbidos de mosquitos. Y su tos o su canto, o lo que el tipo hablaba tal vez para sí mismo, semejaba una batería de truenos que nos echaba por tierra como a paganos castigados por ese dios ignorante de nuestro desbande, de nuestra religión tambaleante, de la necesidad imperiosa de cruzar de ciudad. Pero el Fenómeno construía y seguía construyendo, y así posibilitaba que los efímeros pudiésemos hermanarnos y fuésemos a vernos el uno con el otro, y pudiésemos llevar estas historias a nuestros comprovincianos cualquier día, cualquier noche, o una madrugada de lluvia como la de hoy. Pero nosotros más lo insultábamos. Y el Coloso, acaso advertido por un carancho amigo, su‐ po luego de nuestro incorrecto proceder, y quiso corrernos, pero a cada paso que daba, sus piernas lo avanzaban días y nos dejaban muy detrás, así que vol‐ teaba y volvía a alejarse y lo único que conseguía era continuar arrasando am‐ bas provincias a pura calamidad, accidentes que lo obligaban en su nobleza a recomenzar con la construcción no sólo del puente, sino de todo el litoral. Y así cansado de cosas que no entendía, el Arquitecto Titán apenas sí tuvo el humor para ignorarnos, dejarnos este puente enclenque y mandarse a mudar. Por eso, hoy cruzar el Chaco‐Corrientes es una maldición. Pero en los li‐ bros sapienciales, o en las noticias de la radio local, se ha escrito o leído que un equipo de excelentes, el mejor en 50 años, vendrá un día a trazar los planos de un puente segundo, el que todos nos merecemos por ser buenos ciudadanos y dejarnos domesticar. Con la tecnología de hoy, y la alineación de municipio, provincia y nación —esas voces nos aseguraron— hoy ya no se necesita de un Titán que nos haga el trabajo, debemos hacerlo nosotros, porque sí se puede, y en seguida escuchamos que el pueblo aplaude y grita un sapukay fuerte, aunque ya no tenga fuerzas ni para comer. Porque el futuro —nos señalaron— finalmente llegó con ellos para salvarnos a todos los provincianos, quienes con


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Foto: Adriano Duarte

lágrimas en los ojos hoy lo piensan, y se estremecen en la maltratada esperan‐ za. Pero el magister Rafa C. nos confió lo contrario: Nada fue como lo intui‐ mos y el puente fue hecho por una vasta cuadrilla de obreros pobres y peronis‐ tas que, mientras trabajaban a destajo, cantaban la marcha que —por un instante inmortal— los convertía en héroes anónimos, aún cuando los vientos de la derecha se encargaban de desbarrancarlos una y otra vez, como cascotes de hormigón; o un accidente librado por dioses oligarcas los hundía en sus vi‐ das ya hundidas, en caída libre al infierno de cemento o al hosco Paraná. —Ya ven, muchachos, al final no era tan agradable— nos asegura el amigo magister, mientras inicia el descenso. Pero nosotros marchamos cantando co‐ mo aquellos héroes, y nos los imaginamos con orgullo, mientras la lluvia nos borronea la cara.

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Alejandro Fouquet Foto: Adriano Duarte

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Aunque huele a engaño Un círculo de palomas hambrientas Devoraban las pesadillas del niño bien Recostado en el prado panza arriba Con su ombligo adorando la compasión solar Y castigando pequeños ataúdes danzantes Una tropa de besos apocalípticos lo secuestró Jamás volvió a besar su espíritu Jamás pudo reconocer su apacible fe Sintió profunda la acústica rasgadura del tiempo Y llegó a comprender una revelación que lo situó Absolutamente en la vida Y se dijo Oh mujeres más espléndidas que los elixires que la razón y los ideales! Oh labios que besan los labios infinitos más allá de toda geografía! Las amo pero no sé llegar donde ustedes habitan No son del mundo porque aprendieron a amar como los niños Dejadme el tantálico esfuerzo para destripar mi desolación! No se vence la tristeza sin vencer la canción de cuna que es un imaginario sello satánico impreso en la inocencia Realidades del hombre que no aprende a ser hombre Ausentes raíces que ya no brindan respiro En la miseria está cantando el eco de Dios

* * * * * * * *

Belleza vampiresca con mirada de perlas combativas En tu sonrisa hay perfume a la esperanza que los muertos suplicaron El mundo conocía un sol Pero los corazones aspiran al genocidio de los corazones No amar más el perdón moldeado por un rayo idólatra Prohibiciones para arco iris en todo paisaje En las ventanas una rebanada de luna nos castiga con un sermón que no es pan de la vida En cambio azota tu cuerpo a mis temores y nutrida de aullidos escarlata revive mi palabra para proclamar nuevamente que has vencido en una guerra de espectros cobardes tu amor invita a recordar quiénes somos quienes nunca fuimos oh amor torrencial besa mi sangre prisionera!


Foto: Adriano Duarte

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sin título por DaDuá


R Mariano Quirós

Vid a d e c am p o

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LA ABUELA ME pregunta quién soy, qué quiero, dónde la llevo. No es por maldad que no le contesto, pasa que tengo otros mil asuntos en la cabeza. Entonces la abuela se pianta y empieza a llorar. Que quiere vol‐ ver a su pieza, que tiene miedo y que no quiere estar sola. Pongo mi ca‐ ra frente a la suya y le digo, suavecito, que no está sola, que está conmigo, con su nieto Gustavo, que vamos a lo del doctor Soria y volve‐ mos. “Soy yo, abuelita”, le digo. Ella deja de llorar y su rostro resplande‐ ce. Es una niña, mi abuela. “Gustavo —dice después—, vení dale un beso a tu abuela”. Arrimo la mejilla y ella me apoya sus labios finos, imperceptibles. Le siento un olor rancio que me abruma. Alguna vez mi hermana tendrá que hacerse cargo, pienso. Vamos de la mano hasta el auto. Tardamos unos cinco minutos en hacer diez metros. En el trayecto me suena el celular. Atiendo y es Ma‐ ra. Dice que me extraña, que no puede dormir y que escucha voces. “Qué tipo de voces”, le pregunto. “No sé —me contesta—: voces. Como si tuviera quince relatores de fútbol en la cabeza”. No me gusta el fútbol, pero imagino gritos de gol. Que no, me co‐ rrige Mara, que no es como el grito de gol, sino como el relato del desa‐ rrollo de un partido. Un jugador que se la pasa a otro jugador que a su vez se la pasa a otro. Acomodo el celular entre una oreja y un hombro, y ahora, con las manos libres, abro la puerta del acompañante. La abuela no sube. Está llorando, otra vez. “Abuela qué pasa —le digo—, soy Gustavo”. “Gustavo”, responde ella, estirando el nombre, que suena algo así como Gustaaaavooo. Sonríe y me aprieta la mano entre sus manos ru‐ gosas y ásperas. Le sonrío yo también y la subo, por fin, al auto. Vuelvo al celular y Mara está diciendo que capaz se mude, que el antiguo dueño del departamento habrá sido futbolista, relator o al‐ guien del ambiente. Abro la puerta del auto y, cuando estoy por subir, veo al chico que viene corriendo hacia mí. Corre y me apunta con un arma. Algo como un revólver. Me quedo duro. Mara dice que se quiere mudar al campo.


Foto: Adriano Duarte

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El chico me pone el caño del arma en la cabeza y Mara me dice que mu‐ cho mejor que escuchar el relato de un partido es escuchar el canto de los pájaros. Lo que dice el chico no lo entiendo. Habla mal y con urgen‐ cia. Miro de refilón adentro del auto y veo que la abuela llora otra vez. El chico me da un empujón y me hace caer en medio de la calle. Más bien me revuelca en el asfalto. Así y todo, puedo mantener el celular pegado a la oreja. El chico me apunta y me dice algo. Supongo que es una amenaza, pero la verdad es que no le entiendo nada. Nada de na‐ da. Puede que sea porque estoy atento a Mara, que me dice ahora que sus únicos temores en el campo son la luz mala y el lobisón. El chico su‐ be al auto, arranca y sale disparado. “Mi abuela”, digo, medio en un susurro. Mara me pregunta enton‐ ces qué pasa con mi abuela, si mi abuela vivió alguna vez en el campo o qué.

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F o t o : Ya m Q i u

Vicente Pérez Costilla

De e s tre l l a y ro c a

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Amatista del brillo que no es escarlata en rumbos, su remera roca de rodante roca ella es estrella y apenas si empieza el show. Arriba en el cielo amuran los escotes la parvada hipnotizada la sigue y ella es estrella en fa sostenido o sol mayor. Cantará la canción (la última de mis oídos) enredada en perpendicularidades en tempos inhóspitos en garganta de humos ronquera y líneas de espera. Que salte el estío jarabe de fin de semana positivos y negativos tanguito embustero del inframundo. La dama al frente la voz en el micro la más suave herida del tiempo reciente se prepara para pacificar con tambores de guerra. En el escenario, el suyo ella es estrella y a veces nos tira un guiño para no morirnos de inanición en las noches del hambre y del menú adulterado de nuestra última caja de madera o del concierto de viernes.

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YamQiu

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Ella es Yuli, cantante de Big Bang Sexxx, banda de rock de Zona Oeste del Gran Buenos Aires. Yuli es para mí un símbolo de la mujer de hoy: luchadora, fuera de todos los cánones que impone la sociedad y buena persona.


Esteban Daniel

Tre s m ito s nó rd ic o s

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CIERTA NOCHE (COMO ha ocurrido otras tantas) los Sabios del Bazar se paseaban en corro, por los pasillos y monobloques con aire pensativo y cigarrillos importados. Su embrujo era tan irresistible como fenomenal y breve. Y sus historias tan complejas como etéreas. Tuve la suerte, de rebote (de rebote de un pelotazo contra una columna que corrí a buscar antes de que 104 la aplastara) de sumarme a la procesión embrujada que iba tras ellos. Aquí están los dudosos mitos que pude recoger en mi Nokia 1100 (el que tenía la viborita), antes de que alcanzara el límite de caracteres:

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Naglfar

SE DICE QUE hay un Barco en algún sombrío astillero del inframundo que está a punto de completar su hechura. Se construye, éste, con las uñas de los muertos. Será entonces, el Día del Juicio, el Ragnarök, donde todo lo que está atado, se desatará. Nosotros, de este lado, retrasamos su finalización. Limamos las uñas de los cuerpos, nos persignamos ante los ataúdes, plantamos flores en las tumbas. Sin embargo, en la costa, hemos empezado a sentir una brisa fresca y llena de premoniciones; que nos viene a decir que la juventud ya se nos está escapando y que ni siquiera nuestra más excelsa poesía sobrevivirá a los embates de las Bestias ni a la indiferencia de los dioses. Elli

ENTRE TANTAS LUCHAS que tuvo Thor, su derrota ante Elli, fue, antes que todo, injusta. Esa señora, desdentada y de impreciso andar, lo venció entre las risas de los Gigantes. Aunque no por mucho. Más tarde, supo el Héroe que ella no era otra que la mismísima muerte. Aunque algunos dicen que era la vejez. Que quizá sean la misma cosa. Es entonces que, ya sin Gigantes ni Símbolos, cada día salimos a caminar los hados, y abrazamos la certeza de que no hay engaño más vil que el de la Muerte. Y que además, tarde o temprano hincaremos la rodilla en tierra, o un árbitro burlón nos contará hasta diez, o sonará un silbato desde el fondo de nuestras entrañas. Así nos iremos, derrotados, y por mucho. Nadie escribirá sobre nosotros. Porque estaremos ante la peor ausencia posible: la de uno mismo. Bebida

THOR Y LOKI, LUEGO de vagar por mucho tiempo, encontraron un castillo. Adentro, a la mesa, se encontraron con un grupo de Gigantes que cantaban a coro. Al verlos, los recibieron y ahí nomás les lanzaron desafíos. Con un cuerno convidaron a Thor, el garganta de lata. Tragó y tragó, pero el recipiente apenas si disminuía su brebaje. Luego de otras pruebas, en las que también fracasó, se retiró junto a su hermano, mascullando bronca. La revelación le llegó en boca de otro Gigante: el cuerno contenía todos los mares. Cuando quiso protestar, el burlón despareció ante sus ojos. Pareció adivinarle una sonrisa. Por eso, es que los atlantes empezamos a beber los jueves (el día de Thor), como homenaje al Héroe. Por eso bebemos cada uno de los licores, las lloviznas y también las lágrimas. Aunque más no sea como desafío y desplante ante un Destino inmisericorde que nos revela su macabro plan y desparece con sorna ante nuestra acusación.


Felipe Marangoni Foto: Adriano Duarte

M o no grafía s o b re e l O rige n ( s e gund a p arte ) *

El Mito Zonasgo, o el Origen Pabellonesco de la Creación

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DÍAS DESPUÉS, DIGAMOS tres que es un número copado, entonces tres días después, los cielos se abrieron, las nubes se disiparon y el sol, ya a salvo se corrió de las faldas de la luna y regresó a su laburo de brillar. Entonces el mundo, o el Sur correntino, volvió a ser un lugar visible. Los Ases, al arrimarse al filo y cuellear hacia el abismo, descubrieron a unos inmundos espantajos paseándose como señores por sus antiguas tierras baldías. Presas de la propia repugnancia, del odio hacia lo raso vecino y de las encarnizadas burlas y sonoras risotadas de sus comprovincianos del Norte, los Eternos no pudieron sino mascullar su error, y ahí nomás se decidieron a repararlo. Crearon entonces un puente de Arco Iris y mandaron a algunos Dioses poco agraciados o provistos de escasa buena presencia, con la esperanza de espantarlos. Sin embargo, el lobo y la hembra restante protegieron a sus crías erizando pelos y colmillos ante las animosas presencias y sacándolos cagando de su escondrijo, e incluso persiguiéndolos hasta el puente mismo, donde Heimdall, el Guardián Campeón —una vez que los suyos lograron cruzar— les impidió el ingreso, cual patovica de bailongo, blandiendo un cuerno de mano y emitiendo un sonido sólo perceptible para las bestias, y que resultaba insoportable como él mismo. Desde entonces, el Viejo Guardián se mantiene en posición, atento a cualquier intento de invasión de uno y otro lado. Por si las moscas, vio. Derrumbada esta primera intentona, los Magníficos —que a estas alturas eran cualquier cosa menos ese epíteto— no tuvieron mejor idea que invocar al insufrible M–Ostro y pedirle que organice a sus hijos en remolinos, con el fin de aniquilar a los bichos usurpadores dentro de una tormenta de tierra y rayos, o al menos dispersarlos por ciudades vecinas, como el Chaco, Formosa o Entre Ríos. Total, quién se daría cuenta. Pero ya era tarde, los espantajos estaban organizados y dispuestos a resistir. Llegadas las tardes y noches de tornados, los Cucos montón se guarecieron detrás del inmenso tronco del Árbol primero, y una vez que la fuerza de los hijos del viento —los Canis— empezaron a flaquear, los peludos muchachones no perdieron tiempo y se las ingeniaron para levantar con sus propios hocicos, patas y colmillos una guarida hecha con la madera, las ramas serpientes y las raíces del Palo Caú, amalgamado con masas cadavéricas, huesos puntiagudos y uñas sangrantes. Un cubil que —dada su condición de engendro de manada itinerante y veloz— tenía la capacidad de moverse de un lugar a otro, sin que fuese posible lograr su ubicación exacta, ni siquiera para los Inmortales. Así se fue alzando día a día la fortaleza —que hoy se conoce como el Boliche de los Objetos Perdidos, la Tienda de Todo por 2 Pesos o, lisa y llanamente, El Bazar— donde se dedicaron a confundir al peregrino, al turista o al enajenado, inventando laberintos y salones de todo tipo, llamados por el instinto de supervivencia y el genio de la especie. La pareja real se mantuvo cerca cortejándose de sol a luna y en esa especie de guarida, el casal procreó y engendró nuevos seres y objetos, y por fuera la __________________________________________

* Parte final de las notas de la libreta que Felipe Marangoni nos arrojó a los editores de manera displicente y que comenzamos a publicar por mero ánimo de venganza en el número 4 de nuestra revista. Como ya señalamos con anterioridad, las notas parecen un plagio o una traducción libre del célebre Cuaderno de Notas de Gregorius Titus (N. de los E.).

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estructura se consolidó y se solidificó en una masa concreta y volátil, cuya propiedad los Dioses primero ponderaron y luego se la disputaron en secreto, e intentaron conquistarlo apelando a todo ardid que indefectiblemente fracasaba, una y otra vez, por la característica innata del edificio que en cualquier momento mudaba de lugar, dejándolos pagando y en ridículo final.

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DÍAS, HORAS O MESES después, y tras esa concluyente frustración, los Dioses del conurbano —más que nada por lo argelados que estaban— exigieron a sus pares chetos una reparación ejemplar. Era de esperar que las Deidades de las 4 avenidas no se dejaren amedrentar así por que sí. Desestimaron cualquier queja de esos Divinos negritos del Sur y, redoblando la apuesta, se mofaron de sus palacios, de sus ropajes y hasta de la música chillona con la que intentaban alcanzar el Nirvana. Después de eso, una grieta enorme e irreconciliable se abrió entre los bandos. Se desató entonces una guerra breve, de verano, consistente en ataques a rayo partido y lanzas por romper; aires frescos estancados por dos décadas; cortes de luz por parte del Dios DPEC; desmanes de seguidores y motomorochos; invasión de castas infernales y ninfas mulatas y fuera de forma en playas no habilitadas; ataques de montoneros en fiestas de corso y chamamé; cascoteo de mangos y paltas no maduras; suelta de zika, dengue y chikungunya; paneo de moscas verdes, chicharras escandalosas y mosquitos de noche; entre otras calamidades correntinas. Pronto, se supo que era una colisión inútil, que —por esas cosas de la inmor‐ talidad— no tendría vencedores ni vencidos. Agotados y reacios, pero aceptando que se les fue un poco la mano, ambos bandos firmaron una amnistía, donde los del Norte se comprometían a entregar a los Magníficos Sureños —a cambio del ingrediente secreto del chipá cuero y del chipá mbocá— al padre del lobo Fenrir, o sea a Loki Two, el Dios oriental, carpintero y boxeador; en combo familiar le adjuntaron a su madre Ariel, la sirena y especialista en lavarropas; más sus díscolos hermanos mayores, Iörmungandr, la serpiente del Mundial; y Hela, la turra de las dos caras. Sin pensarlo dos o tres veces, El dios Thor P. decidió —equivocadamente como era su costumbre —, decidió enviar al familión al Midgaard, con la consigna de que pusieran en vereda a su consanguíneo. No obstante —lejos de lidiar con su monstruo benjamín— el Loki 2, el Dios caído, decidió otorgar sus ardides y astucias a sus nietos, o lo que corchos fueran esos monigotes con él. No sin antes noquear con estilo y fanfarria a los más intrépidos Patovas–Cucos que le salieron al cruce, consiguió llegar hasta el inaugurado trono donde se guarecía la pareja y entenderse de una con su hijo Vánagandr, como siempre lo supieron hacer en sus años mozos y de lobos solitarios. Con paciencia de padre y rencor de Creador traicionado, Loki no dudó en adentrar a su monstruo menor en los misterios de la transacción como ventaja y el engaño como fundamento. Con estas artes, más el ejercicio de levantar madrigueras en base a restos de huesos, carne, piel y uñas, además de las ramas y frutos y raíces del árbol Caú, la familia de los hombres Lobos–Cucos se instaló y se solidificó en la Zona, y con el patrocinio de abogados, jueces y procuradores1, extendió sus límites a los horizontes periféricos, en otros escondrijos similares al del Pabellón (ex–1000 viviendas), en otros nidos como cuevas laberínticas —que hoy representan los barrios más populosos y versátiles de Corrientes, como el Laguna Seca, el 17 de Agosto, el San Marcos, el Serantes, el Paloma, el San Marcelo, y tantos más—. Y por debajo de Corrientes y hasta en las profundidades del río Paraná, se amalgamaron y se conquistaron todos esos espacios, como virus expansivo, como muestra inapelable de una nueva sociedad. Lugares donde hoy reinan sus hermanos, con tanto poder y crueldad como se lo conoce desde siempre: Todos saben que __________________________________________ 1 Entre los que se encontraba, nos consta, el propio Gregor Titus.


Foto: Adriano Duarte

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los injustos, los papanatas y los chetos van todos al infierno y deben rendirse ante las atrocidades y las maniobras seductoras de la pérfida Hela; y es ley que los pescadores, piratas y contrabandistas paraguayos no olvidarán rendir tributo a la Gran Serpiente, si es que no quieren naufragar, o peor aún, ser chupados por sus entrenados esbirros de Gendarmería. En cuanto a Loki Two, el Tupá de los ojos rasgados, se instaló en las dependencias de los Cucos, reconoció a sus nietos como legítimos por derecho patriarcal, y les transmitió las argucias propias de un Dios poco ortodoxo, y con sabiduría milenaria–oriental les otorgó la astucia para munirse de cosas materiales por izquierda o en compraventa de mercado negro, además de enseñarles la Máquina del Tiempo, el Armario de su propia invención tallado a partir de una esquirla de la corteza del árbol de la Vida, desde dentro del cual —les prometió— podrían asolar a los Altísimos de ambos Reinos, pero sobre todo a los de las 4 avenidas, irrumpiendo por las siestas o noches en sus aposentos, apoderándose sin asco de sus objetos más preciados y por qué no secuestrando a sus hijos, primos, nietos y mascotas más prometedores, todo en tono tanto de venganza como de aprovisionarse y almacenar en sus estantes todo lo que un Bazar que se precie debería ostentar. Desde ese día, sentados en ronda india, bajo el árbol Yggdrasil de la vida, bajo el ojo avizor del Maestro Carpintero, con la promesa servida y siguiendo al Ropero–Prototipo, los alumnos fabricaron los primeros Armarios Transportadores en serie y a medida; millones de cubículos desde cuyo interior generaciones de Cucos se valieron para trasladarse en espacio–tiempo, irrumpir en las altas casas del Norte y llenar de pesadillas el dulce sueño de los intachables del Centro, y apoderarse de sus almas, de sus armas, de sus juguetes y de todas esas cosas que los pibes van extraviando a lo largo de su paso por la Madre Tierra, y los abuelos olvidan en pilas de recuerdos, y las mujeres amontonan en carteras de cuero, y los tipos derrochan en juegos de lujuria o de azar. De ahí que todo lo que uno pierde, incluso en sueños, todas esas riquezas se hallan luego ofertadas en el Bazar de los Objetos. Todos esos valores, todos esos objetos y sujetos, los Cucos primeros los allanaron para el Bazar y luego tentaron a los hombres a recuperarlos, siguiendo los estertores de una memoria extinta que —sin embargo— estaban seguros de haber conocido alguna vez. Y de ese modo las gentes del Norte se volcaron al Sur, atraídos por un llamado salvaje que les prometía la sabiduría de sus raíces, cuando no recuperar al ahijado perdido que debían cuidar. Seducidos por Lobas infernales y promotoras, los tipos entraron al Bazar, y de allí ya no pudieron escapar, y —a la larga— tampoco del Barrio, que de ese modo se transformó en el Pabellón de las Almas Perdidas, o simplemente, en el Barrio del Pabellón. Lugar donde se puede entrar pero no salir, y tantos pibes prometedores andan por ahí, como cajero o repositorio, cuando no, limpiando retretes, recolectando residuos o aceptando convites y apremios de las Cucas más viejas y también de Cucos pervertidos, que uno no cree, pero los hay, los hay. Cuentan los Mitológicos que ese Bazar fue el primigenio, hecho de tendones y ramas de huesos y frutos de carne y savia de sudor y sangre y hojas hirsutas, como el pelaje maldito de los que se matan entre hermanos. Y en el Pabellón, en ese barrio en donde el Bazar lo controlaba todo, los prisioneros del Norte fueron asediados por la jauría de objetos que se generaban a conciencia de la mixtura. Pronto, hombres y mujeres olvidaron el afuera y dentro del Bazar aprendieron a forjar el metal y a bautizar el fuego. Probaron la carne de vaca dura y el vino Rinoceronte, tentaron su fortuna con la quiniela clandestina y el fútbol por el choripán y la Cabalgata Cola, disfrutaron de historias de aparecidos y del juego de la Copa del Mundo. Se sintieron dichosos en la noche infinita y —como prueba de fidelidad al Barrio del Pabellón—, erigieron su Dios particular, el Tanque Múltiple, que se yergue colosal en la esquina de Rafaela y Paysandú, el Dios Pagano que vino a encender y a saciar al mismo tiempo, tanta sed desconocida y esperada. Y en esa misma esquina, aprovechando la continua

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asombro por Pablo Sánchez


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Foto: Adriano Duarte

peregrinación, se diseñó un colectivo de rasgos urbanos —conocido por todos como el Cole de las Purgas— y de ese micro primordial se copiaron de pronto otras líneas, todas capaces de ayudar en el transporte de tantas almas humanas y confusas, y se llamaron el 103, y el 104, y el 110, en nombre de un progresismo innumerable y difícil de pronosticar. Los Dioses del Sur, pasmados ante este nuevo y definitivo fracaso, ante esos seres intrépidos que les soltaban las manos —pero viendo con agrado esta venganza a sus Primos Chetos— no pudieron hacer otra cosa, más que reconocer a la nueva estirpe y al lugar —en una salida elegante digna de un buen As— su derecho de independencia y de movimiento, de irrupción geográfica arbitraria y subsistencia según sus propias reglas, y hasta mostraron su complicidad con el Bazar, negando a sus prisioneros e incautos que los invocaban en vano —incluso algunos Sumos menores y conocidos— cualquier chance de fuga, más que nada en pos de ocultar a los ojos del mundo, su humillante incapacidad para controlarlos. Pronto, la expansión ganó más y más terreno. Y de ese modo los Bazares sucesivos y di‐versos se enlazaron y se unieron todos en un bosque periférico y fantasmal, de fachada y raíces invisibles, que fueron creciendo en las fronteras de las 4 avenidas, todas juntas y alrededor, de tal modo que ya no se los pudo identificar. Y en cada barrio correntino, los Hombres fueron transformados. Y casi por ósmosis, por transmisión evolutiva, aprendieron el arte de la caza, el acecho y la captura, la reposición de elementos y la carpintería en general. Y ellos mismos se encargaron luego de construir nuevos Armarios para continuar con el despojo a sus propios hermanos. Y tras tres primaveras consecutivas, en el Sur correntino —como en los restantes polos cardinales—, la vida se desarrolló definitivamente, sin podérselos ya detener.

DESDE ENTONCES, LA descomunal grieta entre dioses y hombres de toda Corrientes se sigue en‐ sanchando, cada día, y ya no se la puede detener. Los Chetos del Norte, incapaces de sortear una amenaza que los trasciende en calidad y cantidad, han optado por el único recurso que saben manejar; el del Capital. En consecuencia han amurallado sus límites de avenida y se han hacinado en su propia miseria alrededor. En tanto, los del Sur y las Periferias no han hecho desde entonces otra cosa que aumentar en número y en violencia, y cada día se sienten más definitivamente separados de sus hermanos Norteños a través del muro que crece, y —según cuentan los Oráculos matutinos— seguirá creciendo durante tres inviernos, y la sensación de una nueva guerra —llámenla civil, llámenla de secesión— es inminente. Porque en el bar del Bazar, en la mesa más lejana al escenario de artistas, cada seis semanas de estos tiempos indeterminados, un borracho divino, irreconocible en sus rasgos y en su fama —aunque todos aseguran que es el mismo Loki Two— ese borracho predice que un día, llegará un día en que caerán los muros, o los Cucos fabricarán un Armario descomunal hecho de todo el Árbol Caú, y se desatará la invasión: Ejércitos de hombres, cucos, bestias y Dioses se atacarán en un todo contra todo, ¡qué puta! Los del Norte, desesperados por sus quintas y mansiones, enviarán un clon del lobo Vánagandr, que Goldín con su música domesticará y encadenará en la entrada del puente. Mas éste se desatará el día final y morderá a su dueño, o a quien le daba de comer; o sea el Guardián Heimdall, quien aullando de dolor por el mordisco, soplará tres veces su cuerno, como alarma que despertará a los Ases de todos lados, quienes se reunirán en asamblea, únicamente para putearlo por no dejarles dormir. El Guardián, fuera de sí y con síntomas de rabia, mandará a todos a la de la lora, se mandará mudar y —ya sin cuidados— tanto el puente del Arco Iris como el del Chaco–Corrientes se

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Foto: Adriano Duarte

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derrumbarán, y todos los correntinos y chaqueños, dioses y plebeyos, cucos y sombras, todos lucharán hasta el fin. No falta mucho para que eso suceda. Mientras, los buenos guerreros, los astutos y los confiables esperan en el Vallaha, bebiendo y cantando loas a esa batalla futura que los llama y a la que se rinden ávidos y orgullosos por ingresar. Y los insanos, los gandules y los corruptos se pudren como locos en el lupanar subterráneo, atrapados y gritando obscenidades en brazos de la madama Hela y de sus lobas recepcionistas.

SE SABE QUE faltan muchas cosas por detallar, se sabe que el futuro no está escrito y acaso sea nuestra única ventaja en este lodazal. Mientras tanto, sólo nos resta prepararnos para nuestro Ragnarök definitivo, el que vendrá a poner fin a una era Divina y abrirá un gran interrogante sobre la próxima, que se sabe será menos que humana, pero no es seguro de si alguna vez sucederá. Sólo nos resta esperar.

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Manifiesto Ragnarök (Papiros atribuidos a Gregorius Titus)

RAGNARÖK NO ES un simple sustantivo de difícil emplazamiento y pronunciación. Puede decirse que a estas alturas, se trata ya de una institución, una cofradía, una trama organizativa que busca desentrañar las complejas paradojas con la que los Dioses han escrito el mundo que nos relata, que nos observa, que nos vive. Intentamos trascendernos a partir de comprendernos y para ese fin nos abocamos a estudiar minuciosamente lo que el universo nos dice, pero también lo que nos calla o nos oculta. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde corchos vamos? Para entender mejor estas cosas, para hallar alguna respuesta entre tantas verdades veladas y misterios inconcebibles, es menester hallarnos primero nosotros, como integrantes, como partes originales en el todo. ¿Y de qué punto partir si no del barrio donde los Dioses nos emplazaron? De modo que partimos de nuestro distrito: El barrio del Pabellón. Sabemos de las dificultades y trampas que nos proponemos—acaso de manera quijotesca—. Pero somos equipo: Es una obviedad el acotar que no estamos solos en esto, que alrededor de la diversa tierra contamos con amigos, colegas y favorecedores que incansablemente se zambullen en datos que nos aportan fundamentos para el estudio que pretendemos develar, a partir de su reconstrucción pieza por pieza. Así, en ese trabajo de hondos arqueólogos, pudimos hacernos de algunas páginas del diario de notas reglamentarias del arquitecto, cirujano y procurador nacional Gregorius Titus (602 A.C. ‐ 402 D.C), uno de los expertos responsable de —además del falso Bazar de Laguna Seca, el caso Pradón/ Arzeno, o la Operación al Dragón— la extenuante construcción de las miserables viviendas del Sur, que arrojan algo de luz al intento de comprender a un barrio incomprensible pero fundamental en la trama del universo. Metidos en el laboratorio central de la razón que nos representa, tenemos la obligación moral y profesional de filtrar estas páginas, arrancadas de la bitácora de este inapelable héroe, aún a riesgo de despertar los espíritus terribles que —según los mitológicos— le divulgaron estas infidencias y aún hoy custodian los secretos del Tanque múltiple y sus entradas salidas alrededor. Es nuestro deber. Nuestra responsabilidad. Nuestra extremaunción.


Ricardo Bandino Foto: Adriano Duarte

R M e te l e , q ue e s tán c e rrand o

VENÍA EL CUCO, animado con un casette y una lapicera en la mano, retrocediendo el Lado A de un TDK. Marquiños, diyéi, filósofo, y electricista del monobloque 13 y alrededores, lo miró mientras mezclaba una de los Fantasmas del Caribe con Vuela, Vuela, de Magneto, en su celular con bluetooth. –Poné este –le dijo el Cuco–. Después de Attenti al lupo y de Lobo hombre en París viene lo que quiero que escuchen. Pidió, entonces Marquiños, que lo acompañaran a buscar su Aiwa que tenía doble casetera y bandeja para tres cidís. Sopló el polvo, al tiempo que en el disco de Enigma brillaba su lágrima de recordar tiempos de lecturas de Platón mientras arreglaba ventiladores en la piecita atestada de trastos. Pasó el cable del alargue por un agujero de la pared del lavadero. Y serio, más serio y quizá más entusiasmado que el Cuco, golpeó la cinta contra su palma. Nos sentamos en el pasillo. Oímos las primeras dos canciones. El Cuco movía el piecito con buen ritmo. Entonces, llegó la tercera. Sonriendo, el espectro nos miró con satisfacción. –¿Qué es? –inquirimos.

–Audio de una Videoniria –nos dijo.

Era una voz de mujer que parecía improvisar, pero también recitar algún libreto. De fondo, unos sonidos de sintetizadores y naves espaciales acompañaban la obra. Una heroína de otro mundo. Se llamaba Guada y siempre cambiaba el color de su cabello, oímos mascullar al Cuco. Nos miramos, sin comprender del todo. –Es el futuro, muchachos –nos dijo el Cuco con sonrisa radiante.

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Foto: Adriano Duarte

Lo volvimos a escuchar. Una vez y otra vez y otra vez. Y cuando nos quisimos dar cuenta, ya se había pasado toda la tarde.

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En ese conjuro musical pudimos observar en el ojo de la memoria colectiva muchas imágenes: el Tanque; y atrás, la canchita, la arena de “El Pozo” (estadio casi inaccesible, salvo expresa invitación), la Salita, las chicharras, las terrazas ennegrecidas, las antenas chuecas, los tendederos, las balitas, los baldes de agua, las guirnaldas, los bailes, el olor de la cal, las columnas, las mandarinas, los chipacueritos, las chupitas, las sillas en la vereda, las sidras de fin de año, los besos escondidos en las escaleras.

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Al salir del trance, nos miramos con los ojos vidriosos, y el Cuco, con sus brazos inabarcables, nos rodeó a todos juntos. A lo lejos, una estrella fugaz se enredaba en el pararrayos del monobloque tres. Y si, como se preguntaba Filipo Miembro: ¿soñarán los androides con ovejas eléctricas? Pues quizá nosotros soñemos con espectros bienhechores y TDK enganchados. A lo lejos, alguien, garabateaba con carbón en la pared del monobloque 14 las palabras de Carlos Solari: El futuro llegó hace rato

Y los milenianos, los atlantes, los soneros, y todo aquél que respiraba este aire, se conmovía un poco más salteando el último fandango. Y del cabello le asomaban unas canas blancas, de su más blanca palidez.


Ö RAGNARöK

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