Ragnarok Nro. 5

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a r t e s visuales

RAG NAR ÖK nú me ro cinco


RAGNARöK

año 1 - número 5 - enero de 2018 Corrientes - Argentina

Ö EDITORES

DISEÑO Y EDICIÓN

Marcelo López Marán

Adriano Duarte

Esteban Daniel

CORRECCIÓN

Lu n a Or i a n a Ozu n a V er ó n

Adriano Duarte

ESCRIBEN/DIBUJAN/FOTOGRAFÍAN/CREAN

Esteban Daniel Vicente Pérez Costilla Yam Qiu Felipe Marangoni Martín Gómez Adriano Duarte Juan Diego Incardona Nicolás Toledo Daniel D. González Celeste Morel

Julián Rodrigo Fito Paniagua Viviana Luque Luna Oriana Ozuna Verón Marcelo López Marán Ricardo Bandino Melody Pablo Sánchez Buhonero Mileniano

CONTACTO

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U NA VEZ ESCUCHÉ o leí por ahí que “todos regresamos al lugar donde una vez fuimos felices”. Simples palabras cargadas de melancolía un tanto cliché. Pero eso no quita su veracidad, puesto que tanto vos, querido lector, como yo sabemos que existen sitios ‐banquitos de una placita, una esquina, una can‐ chita, la rama de un árbol viejo‐ a los que vamos (huimos) a descan‐ sar cuando sentimos la mochila (entiéndase, la vida misma) dema‐ siado pesada.

Esteban Daniel, 4 mil, pena, bella Buhonero Mileniano, 5 postales milenianas al amanecer Felipe Marangoni, 7 monografía sobre el Origen (primera parte) Buhonero Mileniano, 10 postales milenianas al amanecer Vicente Pérez Costilla, 12 barrio mío YamQiu, 13 Ismael Sosa Martín Gómez, 14 arqueología barrial Adriano Duarte, 16 el regio destierro Juan Diego Incardona, 18 el flash de la Gorgona Nicolás Toledo, 20 descarrilado en el Belgrano Julián Rodrigo, 23 oda a un murciélago Marcelo López Marán, 24 sangre seca, muerta en agua Pablo Sánchez, 26 lunar Daniel D. González, 28 [dos poemas sin título] Celeste Morel, 30 Sherlock y Watson Esteban Daniel, 33 Sherlock Fito Paniagua, 34 Argentina, de argentum; España, de conejos Melody, 36 creciente Viviana Luque, 38 decisiones, vida Luna Oriana Ozuna Verón, 40 noche de karaoke, la bailarina de la oscuridad, juegos clandestinos, encanto de jeringa Ricardo Bandino, 44 metele, que están cerrando Melody, 45 armonía interrumpida

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Muchos coincidiremos en que estos lugares conservan la felicidad de los momentos que pasamos allí y nos permiten acceder a ella en cuanto regresamos a estos sitios. En este punto de la lectura, ya mu‐ chos hemos regresado a nuestra memoria de esos sitios mágicos donde, sin importar lo que pase, nos sentimos a salvo. Esa guarida secreta, que puede ser lo que conocemos como “la ca‐ sa del pueblo” o “el barrio”, donde nos reunimos con la familia, con nuestros amigos, con las paredes y los postes que solían ser la tuba o los escondites que nadie encontra‐ ba, con esas calles gastadas por las cubiertas de las bicicletas y las pa‐ las de los tractores que intentaban dejarla un poquito más transitable. Algo de todo eso (y mucho más) hay en este número. Así que les doy la bienvenida a un paseo por las memorias de la inocencia guiado por artistas del Ragnarök. Luna Oriana Ozuna Verón


Foto: Esteban Daniel

Esteban Daniel

R M il

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Y UN DÍA volvés al Barrio. Y te encontrás con tus primeros amigos: tus hermanos, tus primos, tu familia. Y descubrís que tenés un lugar maravilloso. Un lugar épico. Las Mil Vi‐ viendas. La Sona de Esclusion, la Atlántida, reunidas en un momento exacto. Como si compraras un Aleph en el Bazar o en un “Todo por dos pesos”. Y ahí pensás un poco; y se te da por la valentía. Y gritás, mirando los monobloques: ¡Que Dios sea lo que quiera! ¿Y quién me va a decir alguien? Pero sobre todo balbuceás: ¿qué carajos me importa la Guerra de Troya, si con estos tipos le peleo a los enemigos del Ragnarök? Ahí donde todo se desata y mueren los dioses y mueren los héroes. Pero (ojalá) que ellos no se me mueran nunca. ¡Y la cajeta le viá decí a todo!


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Postales milenianas al amanecer por Buhonero Mileniano


Foto: Esteban Daniel

Pe na UNAS PUPILAS ESCARCHADAs, desde el fondo mismo, desde lo abstracto, desde el alma. La cara y las manos secas, disconformes, menesterosas como sedientas. La voz difusa, entre ronca y tenue, canta elegías insustanciales, etéreas, inútiles.

A

Así se siente el poeta, en su mala hora, en su derrotero de derrota, en su ensimismamiento hostil y depresivo. Porque supo tenerlo todo, y era eterno; si embargo hoy sus palabras se le escapan. Está solo y sólo puede extrañar a esa alma bendita. Que le dio momentos hermosos y fue su sueño perfecto. Pero que duró apenas una lluvia de verano.

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Be l l a

SE CUBRIÓ LA cara y me dijo que apagara la luz. Le avergonzaban las estrías, las cicatrices, las marcas que dejan los años y las vidas. La miré y la vi. Y vi dentro de ella. Y ella también me vio. Y sentí su vergüenza. Una vergüenza impuesta, sin sentido, pero dolorosa. Y no podía dejar de pensar que era tan bella. Entonces le enseñé mis estrías, mis cicatrices, mi alma carcomida y me abrí el pecho. Y me sentí culpable de su vergüenza. Por ser parte de esta estúpida estirpe que condena a la Mujer a sentirse fea; siendo lo único en el Universo que tiene belleza propia. Que no necesita soles; pues en sí, la Mujer es un milagro. Y la abracé. Y tan horrible era yo y tan hermosa ella, que en sus caricias pude descansar. Pude estar en paz. Pude sentir su perdón. Y pude sentirme hermoso entre sus brazos. Como debieron haberse sentido las flores, al ser contempladas por primera vez, en los Campos Elíseos.


F o t o : L u n aF oOtroi :a nE as t Oe zb ua nn a D Va enri óe nl

F e l ipe M a r a n g o n i

G M o no grafía s o b re e l O rige n ( p rim e ra p arte )*

El Mito Zonasgo, o el Origen Pabellonesco de la Creación

EN EL PRINCIPIO, el Sur de Corrientes con‐ sistía en un llano largo y cansino, donde abun‐ daba el Viento desconocido y el Sol pleno y venturoso, abstractas deidades que conforta‐ ban el ambiente y predisponían al regio calor‐ cito de modorra y siestas achicharradas. Un infierno original, sin huella tangible, se ex‐ tendía como alfombra de arpillera seca y caliente, hasta rendir la vista de los más obser‐ vadores (incluso la de un campeón como Heimdall, el Guardián del Puente de Hierro). Desde la comodidad de su Asgaard (Paraíso) correspondiente, ninguno de los Ases que lo habitaba había manifestado —ni siquiera en sus sueños de alta borrachera— interés alguno por brotar vida en esas tierras baldías (al con‐ trario de sus Pares del Norte, ya pródigos en criaturas y seres), y el suelo árido y parco no prodigaba al menos un mínimo yuyo que los contradijera. Todo el Vergel que representaba su Olimpo esencial había sido depositado en las alturas, al alcance de sus garras, y en ese espacio ideal se tiraban a muertos todos los días con sus noches, ingiriendo maná de vaini‐ lla, pasas de uva violeta y vinos a temperatura que les fabricaba el eximio productor Malbec, cuando no su primo Cabernet. De este modo, en el Sur correntino el cielo

y la tierra eran uno, y los dioses, sin ninguna creación que vigilar y castigar, no hacían sino descansar a pata ancha. Metidos de lleno en un verano eterno, y para sustituir la falta de un río que los mitigara del calor avernal, los Olímpi‐ cos dormitaban entre alfombras y techos de nubes frescas; y gustaban de humedecer sus cuerpos celestes a base de zambullidas y cha‐ puzones en las masas de agua gaseosa, con tanta brutalidad, que sacudían de lo lindo a los gordos nubarrones, y todo de lo que de esos capotes salpicaba, se precipitaba como agua‐ cero breve en el desierto debajo. Y así la tierra saboreaba en cuentagotas los placeres de la pletórica vida, que aún no sabían reconocer. Ajenos y lejanos a estas nimias circunstan‐ cias terrestres, las diferentes Deidades se pro‐ digaban en la dicha de la eternidad. Los tipos, como buenos Ases en onda, andaban en cuero, bermudas a rayas y chancletas; las minas, co‐ mo buenas diosas coquetas, lucían topcitos o musculosas, guillerminas o sandalias floreadas, y shorts o polleritas de jean, adheridas sobre húmedas bikinis de dos piezas. Acorde con su tipo de vida desenfrenado y sin preocupacio‐ nes, se la pasaban de parranda, comiendo y bebiendo y bailando y ensuciando todo el es‐ pacio, arrojando sus basuras al M–Ostro —Dios

__________________________________________ * Continuación de las notas de la libreta que Felipe Marangoni nos arrojó a los editores de manera displicente y que comenzamos a publicar por mero ánimo de venganza en el número anterior de nuestra revista. Como ya señalamos con anterioridad, las notas parecen un plagio o una traducción libre del célebre Cuaderno de Notas de Gregorius Titus (N. de los E.).

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pasaba en sus demonios y en sus dominios. Y comprendieron que eso no estaba bien. Y debían solucionarlo. Entonces, tras una protes‐ ta Palatina —que incluyó quema de cauchos, suelta de barriletes y pancartas nubosas—, Odín, el de las Guampas Secas, como buen So‐ berano a cargo ordenó a las Valkirias más lumi‐ ellos de los veranos organizados. Era de esperarse entonces que un día, es‐ nosas y sensuales a danzar en tropel entre tos Dioses Céntricos, acostumbrados a la vida Cielo y Tierra, un poco por la delicia de verlas de alta alcurnia y a codearse siempre con lo contonearse al ritmo de sus caderas, pero tam‐ mejor —y por qué no también, celosos del im‐ bién en pos de disipar la niebla y arrojar algu‐ batible sol del Sur (que superaba en tamaño al nas ristras de luz capaces de ilustrarlos sobre lo suyo y bronceaba mejor a sus primos de conur‐ que ahí les acontecía. De ese modo, pudieron bano)—, era de esperarse que un día estos ver, en una batería de chispazos oníricos —que Ases de la Alta Corrientes se hartasen de la vi‐ se anotó en la Historia como los primeros da irresponsable de sus vecinos, y decidieran relámpagos percibidos en el Páramo Sureño—, tomar represalias. Y un día —acaso ese mismo, lo que estaba pasando en esos momentos en‐ acaso otro— se dedicaron a acumular algunas tre Asgaard y Midgaard (Cielo y Tierra). En se‐ nubes espesas y nocturnas, y enviaron al gi‐ guida, comprendieron la treta. Todo era obra y gantesco lobo Vánagandr (Fenrir) oculto en es‐ gracia de sus vecinos fanfarrones: Hubo luego, te vasto capote, con la misión de cercar al caras largas, juramentos de vendeta y repro‐ Sureño Sol y devorarlo entero, tan amigo él de ches mutuos. Todo era caos en el Sur: Los An‐ cianos Centrales no sabían cómo contrarrestar comerse dones ajenos, brillantes y ardientes. Sorprendido una mañana, acechado y se‐ este ataque de sus Primos. Y así pasaron los ducido por esta bestia que le sonreía a colmillo días oscuros (que históricamente se conocen pleno, el Sol —que se sabía estrella pero que como las Noches de los que no sabían qué cor‐ no se la creía— decidió ser cauto y pedir ayuda chos hacer) hasta que uno de los hermanos de a su amiga (o amante, según lenguas de dis‐ Odín, el afamado Diosmúsico rosarino R. cordia) la Piadosa Luna, y se ocultó tras ella Goldín, sugirió la creación lisa y llana de una lo‐ por el lapso de tres días. En ese transcurrir, só‐ ba que dominara al canalla Fenrir, con sus do‐ lo hubo noche en el Sur. Y en toda la zona se tes de hembra incandescente y astucia de aglomeró una nube espesa que cubrió cielo y súcubo fatal. Tamaña tarea le fue encomendada al forja‐ tierra a la vez. Y a lo largo de los dominios y de los días, no se veía una jota. Cegados y confun‐ dor Mulciber1, quien —acaso influenciado por didos por una cerrazón inconcebible, víctimas tantas noches de espesa soledad— se esmeró de su propia torpeza e inexperiencia, los Divi‐ en aquella creación, y dotó a su loba–hembra nos del Fondo andaban desorientados y cho‐ de prodigiosas curvas que recordaban los labe‐ cando cabezas entre sí, sin saber qué cuernos rintos de su mente; además de piel cetrina, del viento de la mediterránea Alta Gracia—, que indefectiblemente y siguiendo sus desig‐ nios, se encargaba de dispersarlos por toda la ciudad, en especial por la zona del río Paraná. Algo que irritaba el buen gusto y la estética vi‐ sual de los conchetos del Norte, tan amigos

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Foto: Esteban Daniel

elásticas carnosidades y pelaje rojo enrulado, como los que caracterizaran a las divinidades Rhianna, Shakira y Thalía2; y a ello le agregó incontables frutos, pulposos y comestibles, que empalagan los árboles del Paraíso al Sur. El toque maestro consistió en inyectar a su

no le quedó otra que huir, y sin pensarlo se lanzó desde los cielos hasta el llano en llamas que era Corrientes al Sur. Las lobas se arroja‐ ron tras él, inaugurando así una ardua persecu‐ ción por la llanura seca, el lobo a cuatro patas gigantes, sediento de lengua afuera; las lobas

desmedida criatura la obscena vitalidad que otorgan la sangre de cobras, la pasión de las Enirias y la cabellera de la Medusa. Quizás por lo provocativo y lo pernicioso de trabajar con elementos e imágenes tan sen‐ suales, más la anarquía brumosa que aplastaba por igual pasiones y maquinarias, el hecho es que el forjador equivocó alguno —si no todos— de los procedimientos, de tal manera que su creación, pensada como única e irrepetible, se tradujo de pronto en voluptuosas manadas. Al instante, el cuarto, los pasillos y los sótanos del palacio suyo se poblaron de hembras necesita‐ das de un macho a quien complacer. Y lo hacían a largos aullidos y prendiéndose sin vergüenza a las extremidades de cualquier As que anduviese curioseando por ahí. Fuera de todo control, escapadas de toda mano, des‐ perdigadas sin rumbo por los palacios, al pobre Mulciber no le quedó otra que abrir las puertas y sacarlas a chancletazos, pedradas y honda‐ zos con balines de paraíso. Algo que —se sabe — toda fiera odia como ninguna cosa más. Empujadas a su suerte, las lobas se encon‐ traron fluctuando en un limbo de neblinas, en medio de la nube infausta. Y como era de pre‐ verse en peludas bestias en celo, al instante ol‐ fatearon al macho, que se rascaba las pulgas y se lamía las patas —o tal vez las gónadas— en un rincón fangoso, cerca de la Cruz del Sur. Al verse descubierto y disminuido, y con la certe‐ za de que su hombría se vería mellada, a Fenrir

en muchedumbre, aullando enloquecidas, tirándose hocicazos, dentelladas y babas ca‐ lientes, todas amontonadas detrás. A raíz de este incidente, en el horizonte se levantó de pronto una polvareda de carne inflamada y re‐ molinos de tierra. Y era tanta la fuerza de esa carrera, que las patas y pezuñas de esa cohorte agrietaban los suelos marrones que iban ma‐ chacando a su paso. Y era tanto el deseo con‐ tenido en esas bestias, que de sus entrepiernas goteaban hilos de profuso líquido seminal, que se iban filtrando entre los surcos abiertos, es‐ tremeciendo la tierra a su paso embarazándola de vida inaudita. En seguida, de esos huecos de energía, comenzaron a brotar otros gruñi‐ dos, éstos como de perro, yaguareté, hiena o aguará guazú, seres muy parecidos pero distin‐ tos a la vez, que emergieron adultos y ahí nomás se fueron acoplando a la cacería, tal vez por instinto asesino, tal vez por instinto repro‐ ductor. Y en un suceder de días, una jauría sal‐ vaje hecha de la diversa barbaridad se presentó como ejército en carrera: Al frente, el lobo Fenrir; y detrás de su figura, cientos de machos y hembras en celo y cebo baboso–fe‐ roz. Fue en el séptimo día, cuando el gigante lobo, que contaba con algo de la astucia de su primos zorro y coyote, decidió —presa de can‐ sancio, hartazgo o vanidad— decidió comenzar a correr en círculos, en redondo, con el fin de acoplar a los demás en una rueda, en un círculo

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Postales milenianas al amanecer por Buhonero Mileniano


Foto: Esteban Daniel

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fatal en el cual todos y cada uno fuesen entre‐ savia sangrante, y en su centro enraizó el árbol chocándose en disputa, celados por sí mismos de la vida —uno mayor al de Laguna Seca y del y revolcándose con la fuerza de la aniquilación, Parque Mitre—, el árbol conocido como el Ygg‐ en nombre del hierático apareamiento, de la drasil o Palo Caú, que se estiró como chicle en deseada cópula final. Y esa tribu salvaje, fan‐ largo y ancho, y en menos de un gallo —o su tasmal y ahora sin principio ni fin, se apareó canto— se enmarañó de ramas y frutos. En se‐ con rabia y hasta la muerte. Todos, des‐ guida, las ramas fueron serpientes y los frutos, pedazándose, astillándose y descuartizándose almas carnosas. Las serpientes —tentadas por en un chapoteo de sangre, simientes y baba. tamañas almas vírgenes y latentes— se enros‐ Todos, pataleando y explotando en un festín caron a ellas y las devoraron con gula y opulen‐ de pelos, colmillos, uñas, carne y huesos. To‐ cia. Tanto devoraron, tanto engordaron, que su dos, y de tal modo que esos pedazos de bestias peso insoportable las hizo caer y estrellarse —junto con las esquirlas de la madre tierra— contra los suelos inexpertos, en medio de la lu‐ ascendieron como flechazos hasta el Asgaard e juria bestial. Las uñas y colmillos de las bestias hirieron los pies de los Ases, cuando no sus par‐ obscenas y desquiciadas las desgarraron. Y de tes pudendas, y de ellos brotó sangre espesa y sus entrañas brotaron perros lobos o lobizo‐ oscura que tiñó hasta el miedo, los infames nes, con pelaje de humareda chamuscada y cielos del Sur. puntiaguda, seres extraños y originales, se‐ Luego, se sucedieron otros tres días de ca‐ mihombres rudimentarios, peliagudos, malha‐ pote. Y en ese período de cada vez mayor ce‐ blados y de pésimo aliento, que se consideran rrazón, los nubarrones se entrecruzaron y se como los iniciadores de la estirpe de los Cucos, cabecearon con las provenientes del Norte. y que primero se comieron entre ellos y luego, Pronto, de esa descomunal niebla formada por más satisfechos, se irguieron, se comunicaron, los entresijos de tantos espíritus antagonistas, sociabilizaron y aprendieron a domesticar a se desplomó un aguacero voraz que castigó al sus progenitores, a sus procreadores supervi‐ desierto y por otros tres días empapó aquella vientes, convirtiéndolo en perros de caza, a to‐ danza de lobos y derivados, que continuaba a dos excepto al gigante Lobo y la hembra que él puro amasijo y con el fragor del primer día. Así, eligió, la llamada Luperca. De ese modo, poco a poco, bajo el escudo de ese diluvio, en convertidos en la primera familia, se esparcie‐ los espasmos de ese ritual erótico y caníbal, se ron por el Sur, en menos de lo que Odín tardó ocasionó el Llamado de la Selva Fragosa: Se en cerrar su ojo perdido. mezclaron los fluidos de bestias y fantasmas, y de esos líquidos mixtos se formó un riacho de Continuará en el próximo número... __________________________________________ 1 Mulciber: Dios rengo, hijo de Jove, que después de asesinar a su padre, usurpó el lugar de éste en el Tanque Múlti‐ ple; y de cuyo cerebro y notas, se dice que Titus –al mando de un grupejo de Titanes– se inspiró para moldear el ba‐ rrio del Pabellón, el Anfiteatro y el Puente Chaco‐Corrientes, entre otras barbaridades. 2 Esto no es azar. Cuando aconteció el recordado desalojo del Tanque por parte de los municipales, se encontró —en una escotilla secreta— la discografía completa de aquellas lujuriosas artistas extranjeras que, en pos del hit comer‐ cial, usurparon —por años y sin vergüenza alguna— la identidad de las Diosas de mentas.

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Foto: Marcelo López Marán

Vicente Pérez Costilla

Ö Barrio m ío

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Una esquina de bajas luces rebota el acorde, disonante distorsión de mis oídos guitarra en púa y mercurio de madrugada. Nuestra banda suena en misterio los parlantes copan la calle las veredas, las enredaderas ¡mierda que estamos vivos! ¡mierda, que nos estamos muriendo! Bajamos por más cervezas compramos a la vuelta aunque nunca fía. Salimos silbando bajito un rock conocido que bailan las almas calientes como vals de perdedores. Un ángel, el nuestro se acoda en el muro nos da un sermón intoxicado pedimos que cante la que nos sabemos y entonces afina la boca y nos tira un beso. Así se nos pasa la noche luna llena de los pobres miseria de fachas y de bolsillos juntos en junta que eleva crisoles y marca los años mejores los únicos posibles nuestra joven sonata de verano bajo los árboles de mango donde las chicharras nos escuchan delirar por delirar.


Ya m Q iu

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Ismael Sosa, recital al aire libre, Ramos Mejía

Isma era un viejo conocido en el under del rocanrol del Oeste bonaerense. Isma tenía una cualidad: iba a la mayoría de los recitales de sus bandas amigas con su bicicleta. No importaba si tenía que recorrer varios kilómetros desde Merlo hasta Ramos Mejía. Su bicicleta y él eran inseparables. Lo mismo que un cowboy y su caballo. Cuando llegaba el momento cúlmine del show, Isma levantaba su bicicleta en una demostración de aguante a la banda que tocaba. Isma y su bicicleta entonces volaban juntos por encima de la multitud encendida, guiados por los sonidos del rocanrol. Cuando lo vi, me pareció que representaba el arquetipo del seguidor y fanático de la patria rockera del conurbano bonaerense. Hoy sus bandas amigas lo extrañan en los shows. Pero todos saben que Isma continúa entre la multitud encendida, agitando su bicicleta alada.


Martín Gómez

A rq ue o l o gía b arrial

“(...) this paradox is that symbolization is as such, in its very notion, incomplete, non‐all, failed; it is a structure of its own failure.” S.Zizek 1

K

PENSAR LO ARCAICO, nos remite a las ruinas y a la arqueología que exploras las ca‐ pas que el tiempo acumula con algún sentido por venir. Lo arcaico se puede leer re‐ trospectivamente como sucede con los síntomas. Cada signo adquiere sentido en la medida en que se lo compara a aquello que configura una estructura y una posi‐ bilidad de escritura. Acaece a menudo en algunos barrios un proceso antinatural: lo que será vesti‐ gio ya está pactado de antemano, configurado como reliquia intacta en un sentido muchas veces anacrónico. Referimos a aquellas obras habitables que en su devenir nunca actualizan ciertos usos; así podemos ver que ciertos dispositivos presentes en barriadas de viviendas ‐como se estila llamar en nuestra región‐ nunca fueron utilizados para los fines que fueron creados. Se podría citar el caso de las viviendas que en 40 años han permanecido im‐ pertérritas, monolíticas, sin modificación alguna remiten a un estado de purismo habitacional. ¿Cómo lograron sus habitantes no imprimir su impronta cotidiana en la materialidad de su residencia? Su discurrir es tal que, como fantasmas, ¿no nece‐ sitan abrir o cerrar puertas y ventanas? El desgaste y el estado de muchas moradas en los barrios responden a este estado fuera del tiempo y de su usura; apenas se percibe el desgaste que la lluvia y el sol le impusieron a la pintura exterior. Por otro lado, existen aquellas irreconocibles, que si tuviesen que ser identifi‐

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cadas por un arqueólogo demandarían un sin fin de procedimientos antiguos y mo‐ dernos. Como rasgos basales se podría investigar sus cimientos si es que permanecen, o sus cañerías y desagües, punto clave si supone una metamorfosis mayor. Sin embargo, aquello que como vestigio salta a la vista en muchos casos es lo que ha quedado intacto. En muchos casos ‐sospechamos que la mayoría‐ lo intac‐ to, no tuvo un uso. Las casas como “máquinas para vivir” (Le Corbusier) ‐se supone en el caso de las viviendas‐, carecen de funciones o dispositivos superfluos. Pero este rasgo no siempre se aplica a la mentada habitabilidad; en muchos casos suce‐


Foto: Marcelo López Marán

de que algún dispositivo considerado no superfluo lo es para unos habitantes en particular, o para muchos. Con esto volvemos la mirada a aquello que se termina convirtiendo en una ruina asincrónica, una ruina intacta, algo olvidado. El paisaje de las barriadas locales escenifica muchas de estas ruinas que traicio‐ nando la temporalidad denuncian el vacío de un uso que no tuvo una realización efectiva, por posibles múltiples razones. Algunas pueden tener que ver con lo ina‐

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cabado de todo proyecto o con una planificación deficiente y perversa. Como decíamos más arriba, estas máquinas habitables deben negociar en su funciona‐ miento aquello que les brinda una cierta performance lógica que sobrelleve el peso de la falta que se instaura como punto de partida. Vemos así surgir todo tipo de in‐ ventos supletorios que buscan subsanar el punto de partida erróneo. Comienza en este punto lo que podría ser reconocido como una estratificación de sustituciones: un reservorio de garrafas deviene en mini galpón de acopio, o tras ser demolido, en parquización ad hoc. Un vacío estructural ‐propio de la estructura edilicia‐ es con‐ vertido en un espacio de usos múltiples ‐compartido‐, o privado, dado el caso y da‐ da la vena vecinal. El decurso generacional tiene una inscripción en el hábitat barrial que no siem‐ pre se comprende a primera vista. Las marcas que se imprimen en el barrio respon‐ den al tipo de vínculo que cada generación desarrolla. Los primeros habitantes recibieron moradas vírgenes sin modo de empleo; las adaptaciones idiosincráticas y el mero uso representan, sin embargo, algo dado para la segunda generación. En este sentido, la generación siguiente en muchos casos mantiene una relación me‐ nos disruptiva con el entorno. Lo verdaderamente disruptivo se da cuando las ge‐ neraciones se aglutinan en un mismo espacio habitacional. En ese momento se deben reciclar funciones y refundar antiguos espacios. Imágenes que pueden ayu‐ dar al pensamiento son las arquitecturas imposibles de Escher si se cancela la esté‐ tica de la sorpresa. Al contrario, en muchas de las mutaciones edilicias la arquitectura sigue los mandatos de lo precario y de esta manera alcanza una suerte de barroco infinitesimal que imita la naturaleza. Lo inesperado se da cita en las capas arqueológicas que hacen a la vez de piel de los barrios. Dicha epidermis marcada por tatuajes fallidos, atrae la mirada hacia esas nuevas escrituras que como jeroglíficos esperan la posibilidad de una lectura que las reivindique en su propia historia...

__________________________________________ 1 A propósito de las nociones de real y simbólico y sus interacciones en cadena, cf. Zizek (2017) Incontinence of the Void, p.17 et al.

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Adriano Duarte

El re gio d e s tie rro ¡No, decididamente no vayan a ese país aquellos que sienten su corazón tibio, aquellos cuya alma es una bestia pobre! Pero pa‐ ra aquellos que conocen los desgarramientos del sí y del no, del mediodía y de la medianoche, de la rebelión y del amor, para aquellos, en suma, que aman las piras erigidas frente al mar, hay allá una llama que los espera. ALBERT CAMUS. Pequeña guía para ciudades sin pasado.

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1 ES MADRUGADA. LA infatigable hora en que, ya desvanecido, el sueño no sabe cómo regresar. Enrojecido, el cielo jadea encima de los techos: parece el vientre in‐ menso de un animal acalorado. Oigo entonces que desciende lejano un rumor de aserraderos. Ese sonido vigila el final de mi infancia como una canción de cuna. Úl‐

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timos juegos que hube de agotar en Plaza Torrent, durante tardes interminables, al amparo de sus árboles piadosos. El color que esa luz crepuscular conserva todavía en mi memoria sólo cabe asemejarlo al agua transparente que la breve lluvia de enero deposita en los charcos. Y aquel rumor tan familiar a mis seis o siete años, omnipresente como la melodía de las esferas; aquel arrullo marcial con el que las chicharras saludaban la severidad del verano acude ahora, casi sin querer, para despertarme en medio de las penitencias de un insomnio.

2 ANCHOS SON LOS campos que el camino divide al acercarse a la capital. Vastos países latiendo bajo la tierra senil, incumplidas generaciones rumiando un sueño de herrumbre: no pasa nada. Corrientes sólo pudo fundarse luego de que esa sen‐ tencia se tallara a la cabeza de sus siete puertas. Como un enigma interroga hoy a cada visitante que ella se decide a ahijar.

3 REGRESO A CORRIENTES con un bárbaro ardor en las manos, con un amargo sabor a batalla en la garganta. Alejado se queda el mundo aún sin conquistar. Puedo en‐ tonces dar nombre a mi alegría y cantar: mi casa, por fin, mi tierra patria. Me dejo entonces adueñar por la caridad del río, por el veneno de la siesta, por el rencor del sol. Aquí es el suelo adonde mis palabras pertenecen.


Foto: Adriano Duarte

4 ¿QUÉ HABITA ESE silencio que domina la siesta y que inunda el alma de una quie‐ tud mineral? No he oído nunca el nombre de los que me precedieron. Hube de aprender a hallarlos en las manos de mi abuelo que guardaban todavía el olor mis‐ terioso del campo. Como un baqueano reconocí, en cada callada marca que las ablandaba, un indicio de mi origen. Sus caricias tenían la misma mansedumbre viril con la que un guerrero viejo toca su espada.

A 5 RECUERDO UN MEDIODÍA de otoño en el que papá me dijo, arqueados sobre el te‐ cho de la casa todavía en construcción, que cuanto más leyera más lejos llegaría a ver. Y vi por primera vez, más allá de las antenas torcidas, los pilares del puente.

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6 PERO TANTA CARIDAD no basta para acallar el secreto reclamo que en mi corazón llama al peregrinaje. Me detengo en cada palabra no dicha, en cada cicatriz amada como por última vez. Luego me marcho sin despedirme de nada de lo que queda. Y no por deslealtad ni por ingratitud, sino en homenaje a esa ley misteriosa pero evi‐ dente que obligó a Orfeo a alejarse dando la espalda a lo que más amaba.

7 SIGUE PRESENTE EN mi memoria la transparencia de esa mañana en la que re‐ gresé por primera vez de un viaje. No sé si había cumplido ya los cinco años. Mi sombra taladraba una claridad virgen que se derramaba oblicua desde el contorno de los techos. ¿Y?, fue lo que me preguntó la abuela al saludarme. Conservo todavía intacta la curiosidad que me despertaba el cogollo de la bombilla de plata en el ma‐ te. ¿Te hallaste? Suspiran en medio de una madrugada repleta de pasajeros anóni‐ mos los frenos de un colectivo. Dejo que mi insomnio confunda ese sonido falso con las chicharras que enamoradas invocan al verano cantando. Hasta el punto en que se reanima como un arrullo la extrañeza que sembró en mi alma aquella pre‐ gunta incontestada. ¿Te hallaste entonces? Nuevamente estoy lejos. Ignoro aún lo que hallo. Sigo buscando.


Juan Diego Incardona

El fl a sh d e l a Gor g on a

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Por las mejillas, el ceño y las patas de dos gallos tocados por la violencia, la cerda mojada en la paleta del carnicero me pinta el retrato del viejo, del joven, da lo mismo, Dorian Grey para cada caso, público o privado de compañía, que hace un instante decía yo como persiguiendo un fantasma, o un pájaro que me protegería bajo su ala si tan solo pudiese alcanzar el nido. Mi conciencia ha sido enterrada en una propiedad que no es mía sino de ellos, una razón cavada a pico y pala, de sol a sol, en cuerpos cultivados detrás de alambrados que impiden el acceso porque la conciencia no está ni en la mente ni en el cuerpo de uno, hay que buscarla en otro lado saltando por ahí como un demente, perdido como sapo de otro pozo.

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Tirado en el piso a la hora de los mosquitos bombeo la sustancia de la higuera hasta que explota la leche cortada por el tronco y de las ramas crecidas en el techo los búhos me contemplan mientras mezclan música en la fiesta intracraneal los diyeis de las cintas encefálicas y entonces todos saltan, todos los pensamientos bailan, pero justo a tiempo el vecino se queja porque no puede dormir y golpea la pared de la cavidad algodonada por las nubes que vi cuando era chico y mi propia madre hecha un fantasma por el sueño, peor que un fantasma, una maldita santa madre incrustada con despertadores a tuerca mariposa le da rosca a sus órganos vitales para que su cuerpo se exprese contra mí. ¡Levantate hijo! Yo no puede contestar, prefiero bajar por el cráter del volcán más abajo de las sábanas hasta el centro de la Tierra, hasta los mares que juntaron las gotas del gotero, hasta el agua salada por cuarzos y amatistas de la geoda cónica de Dante. La mujer que me parió y el vecino desvelado gritan a dúo: ¡Levantate, despertate Juan, tenés que ir a no sé dónde! ¡La reputa madre que los re parió a todo el mundo, déjenme dormir en paz!


FFoottoo: : AAddrri iaannoo DDuuaarrttee

G Cabeza me duele la y mierda pasa qué, levito sobre el monoambiente, la trompa de falopio me absorbe.

Capturado por el flash de la Gorgona permanezco en la misma posición, como gateando en dirección a la canilla que gotea la panza de una gota que nunca cae nunca cae nunca cae cae cae cae cae cae de su pico.

Meto los dedos en los ojos del enchufe: pura energía cinética, una película en FF, el troquín y el troquíter y la misma cabeza humeral se prenden a la turbina y cada vez falta menos, la corriente avanza por los cables amarillos de la arterias destapadas, la cefálica y la basílica se recargan completas, los cables pasan al naranja, las venas satélites abren la válvula y el nervio mediano pasa al violeta, el músculo cutáneo, el branquial, los bíceps se inflaman y derivan las funciones y las variables son constantes y explotan los vectores y mi brazo por fin se levanta, la mano se abre y se cierra y se hunde en la foto de FB entre mutantes del Riachuelo y corazones del país de Lewis Carroll. La pared está triste, la pared está contenta, El piso está triste, el piso está contento, La mesa está triste, la mesa está contenta, La silla está triste, la silla está contenta, La heladera está triste, la heladera está contenta, El techo está triste, el techo está contento, La puerta está triste, la puerta está contenta. Miro por la ventana: el tiempo está loco, la lluvia cae desde el sol.

__________________________________________ El flash de la Gorgona se publicó en el libro de Juan Diego Incardona Amor Bajo Cero (Vox, 2013).

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N i c o l á s T o l e d o

A De s c arril ad o e n e l Be l grano

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LAS DOS MUJERES se agarran la cabeza, yendo y viniendo por la vereda de tierra. Un enjambre de chicos corre, se ríe, salta entre la gente, aprovechando para manotear de paso la fruta derramada de los cajones de madera. Hombres y mujeres con sombreros y pañue‐ los en la cabeza corren, gritan y saltan persi‐ guiendo a los chicos que les manotean la fruta. Los vecinos miran desde las puertas de sus casas la locomotora metida en el patio delantero y los vagoncitos acostados, con sus pasajeros entre confundidos, sorprendidos y asustados, mientras el maquinista se afana tratando de enderezar la máquina a fuerza de brazo, enojándose cada tanto y gritando en guaraní para espantar a los comedidos que le vocean instrucciones y a las criaturas que pa‐ lanquean con ramas de paraíso, más por mo‐ lestar que por colaborar. No es un dato significativo decir que hace calor, mucho, porque el calor es una constan‐ te en Corrientes, en cualquier estación, siem‐ pre, no marca una situación o un contexto o un clima, otro clima que no sea el ardiente y sin almanaque. Apenas, serviría para explicar porqué el hombre flaco y con anteojos gruesos tiene manchas de sudor en las axilas de la camisa caqui. El sudor y el calor no parecen moles‐ tarlo. Alto, con estampa de prócer británico, permanece tranquilo, ajeno al ritmo de la es‐ cena que se desarrolla a su alrededor, en‐ jugándose la frente con un pañuelo. Casi inmóvil. Sólo los ojos constituyen la incongruen‐ cia, la disonancia en la calma del hombre. Se mueven, inquietos, deteniéndose cada tanto en un detalle con precisión fotográfica. Los ojos tienen vida propia pese al hombre y a los anteojos y a su flema más que británica, pa‐ tagónica.

Paneo, paneo, zoom, disparar y de nuevo revolear los ojos hasta fijarse en el detalle. Mirada profesional, le dirían sus colegas. Así habrán accionado los ojos, indepen‐ dientes, inquisidores, cuando varios años atrás alguien le dijo que había un fusilado que vivía. El barrio Belgrano es apenas un paraje cortado por las vías del trencito Económico. Lotes de medidas idénticas, casas levantadas con más chapas y barro que cemento, la can‐ chita de la calle México y el almacén El Mexi‐ cano, desde fideos sueltos hasta alpargatas, compre en El Mexicano. Las vías corren por San Martín para llegar a su último tramo, an‐ tes de la terminal de diseño inglés y tejas ale‐ manas de metal que refugia a la gente del Ingenio, de Santa Ana, de San Cosme, de Mburucuyá, gente que masca tabaco y habla en guaraní mientras acarrea mandiocas, na‐ ranjas, las verduras de alguna huerta transpi‐ rada por toda la familia, el fruto del esfuerzo y la pobreza. El hombre flaco conoce a esa gente, la trató para escribir el libro sobre el fusilado que vive. Sabe de los labios apretados, de su parquedad, de la desconfianza ante todos los que no se les parezcan o no se conduzcan co‐ mo ellos, y de su expansión risueña y gritona entre los suyos, en su hábitat. Por eso él aprendió, no a mimetizarse, sino a pensar co‐ mo ellos, a ser paciente, a calcar sus silencios y su olor para que puedan abrirse y contar lo que saben y callan, por prudencia, por tantos siglos de recibir golpes al hablar. La conoce porque también la trató en Cu‐ ba, en los días de la Revolución, y ahí con‐ firmó que esa gente siempre es la misma gente, que los perseguidos por la Libertadora y los apretados por la dictadura de Batista y los que murmuran el nombre de Perón en se‐


Foto: Adriano Duarte

angosta que un zapato? —¿Usted tiene algo que ver con estos del tren, señor? Porque a mi cerco mire como le dejaron, alguien me va a tener que pagar los costaneros, no puede ser que se metan en la casa de una y le rompan todo y nadie se haga cargo, no es así, no es así. La voz de la mujer menuda lo saca de la modorra. —No, señora, soy pasajero. Allá está el maquinista. Por ahí si le pregunta a él... —¡Qué me va a decir ese! Ya le dije y se hace el tavy nomás. Acá yo quiero hablar con alguien con cargo. Es una de las mujeres que se agarraban la cabeza. La dueña de casa, piensa. —Perdone, usted no tiene nada que ver, entonces. Lo que pasa es que ahí donde se metió el tren es mi casa— explica ella. —No me diga. Qué terrible. —Bueno, no es lo peor de lo que nos suele pasar— la mujer se encoge de hombros con los ojos puestos en el fierrerío tumbado —. Una vez, la tormenta se llevó el techo de la casa. Para que no siga volando todo, mi suegro y mi marido se tuvieron que colgar de las chapas. Otra vez fue la langosta. Nunca falta para quebrantarse por acá. —Me imagino. Nunca falta para quebrantarse por ningún lado, últimamente. —La verdad es que no sé, este es el único lugar que conozco. La desgracia parece que se achica cuando uno conoce menos. Así cree que Dios no se agarra con todos y que en otro lado se puede escapar aunque sea. —Es una buena forma de ver el asunto. —Es la que me sale. ¿Usted, conoce mu‐ cho? —Bastante. Pero la mayoría de las veces siento que estoy en el mismo lugar. Permanecen en silencio, congelados en medio de la escena de hombres y mujeres en movimiento y del bullicio. Sentado frente a la máquina de escribir, el hombre no hubiese ideado un cuadro mejor. O, mejor, no descri‐

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creto, como en la terminal del Económico y en el mercado del Piso son los mismos, que a todos los atraviesa una historia común de ex‐ propiaciones y abusos y silencios forzados. Entonces, él se hizo carne de ellos para aprender a ver las costuras del poder y de‐ sactivarlo. Puso el cuerpo por defenderlos. No sólo metafóricamente, porque en aque‐ llos días en Cuba, con el nombre del Che en las bocas de los combatientes como un tra‐ llazo de furia, él también fue combatiente, y más aún, en su destino (eso no lo sabe) está escrita la muerte a manos de otros tiranos que, como pereza de la Historia, también se calcan unos a otros a través de los años. Mucho antes, en los días del libro sobre los fusilamientos de José León Suárez había decretado, él mismo, la sentencia de muerte del escritor de policiales y también del anti‐ peronista que aplaudió los bombardeos en Plaza de Mayo, para dejar salir al cronista preciso y militante de una causa, la misma que lo haría errar desde Cuba hasta su muer‐ te, la misma que lo trajo a Corrientes y a este tren descarrilado en el barrio Belgrano. Una vieja chiquita con un vestido negro le vendió una bolsa de naranjas, y se sienta en la vereda a la sombra de un fresno para pelar una con el cortaplumas que saca del bolsillo del pantalón. Una nena flaquita le ha‐ ce morisquetas y él le sonríe. Cuando la nena ve que no provocó el enojo buscado, sigue un rato más con las morisquetas hasta que se aburre y se larga a perseguir a un perro. Chu‐ pa un par de naranjas mirando los trabajos infructuosos para mover la locomotorita incrustada delante de la casa baja. El entusiasmo inicial menguó, y ahora el maquinista y sus ocasionales ayudantes apenas empujan desganados. Hay para rato, piensa. Se le ocurre sacar la libreta y tomar notas para el artículo que le encargó Panorama, pero hace calor. Además, ¿sobre qué escribiría? ¿Sobre el descarrilamiento de un tren de juguete, con una trocha más

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Foto: Adriano Duarte

gar del mundo, también, historias de escon‐ der inundados para que no afeen un carnaval donde se luce lo más distinguido de las clases pudientes sonaría a mal argumento de fo‐ lletín. Pero alguien tiene que escribirlas, piensa. Porque, si no, parecería que nunca ocurrie‐ ron, que en la historia del mundo solamente existen la caballería que llega a tiempo para salvar la diligencia y los tipos buenos con fusi‐ les que les ganan a los pieles rojas, que no existen los que viven pese a la descarga de los fusiles en los baldíos, que los que disparan no son los chicos buenos, que los barbudos no ganan batallas, que los trenes y los hom‐ bres siempre van derecho, por el rumbo mar‐ cado, que no se salen de las vías para probar otros caminos. El Belgrano vuelve a su rutina y la silueta larga y delgada del hombre enfila para la ter‐ minal. Adelante, mucho más allá en el tiem‐ po, lo espera otra Operación Masacre, ya con él como protagonista; tal vez, en un calabozo mugriento, tal vez en el fondo del Río de la Plata (hasta la incógnita de que se sepa el final le está vedado, justo a él, que se encargó de encontrar finales donde no los había, co‐ mo en lo de José León Suárez, como en lo de Rosendo). La Nati tal vez estaba en lo cierto. A quién le puede importar leer sobre un trenci‐ to que se mete en las casas... Aunque no es mala idea escribir sobre él. Ya se encargará de seguir el trazado comple‐ to. El sudor le empaña los anteojos gruesos y queda ciego por un momento cuando el re‐ flejo de las tejas metálicas de la terminal le pega de lleno.

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biría uno mejor. Después de los cuentos poli‐ ciales de los que ahora reniega y que perte‐ necen a esa época sepultada en archivos, ya no idea, transcribe. Registra. Inquiere. Deja hablar y escucha. —Está a dos cuadras de la estación. ¿Por qué no va caminando nomás? Si no tiene mu‐ chas maletas. Estos están acá para cuidar sus mercaderías. Pero si usted no tiene nada, ¿por qué no se va? —Tiene razón. Disculpe que le pregunte: ¿cómo se llama? Una expresión protocolar de desconfian‐ za (o coquetería, él nunca pudo distinguir muy bien) antecede a la contrapregunta—. ¿Por qué quiere saber? —Soy periodista, y probablemente escri‐ ba sobre esto. —¿Sobre el trencito o sobre que chocó con mi casa? ¿Eso a quién le puede importar? —Uno nunca sabe. —Cierto, uno nunca sabe. Acá nadie sa‐ bemos nada y por eso estamos como esta‐ mos por esta vida, a los garrotazos para tratar de encontrar cómo seguir. —Y los garrotazos vienen todos del mis‐ mo poder— masculla el hombre. —Qué se le va hacer. Nati me llamo. La mujer ya dejó de prestarle atención para hacerle señas a una chiquita de trenzas larguísimas y negras que huye de una ancia‐ na gruesa con figura de matrona siciliana. La situación del tren descarrilado no tiene trazas de mejorar, y alguien habló de una grúa para levantar la máquina y los vagones. Pasado el alboroto de la novedad, mu‐ chos comienzan a abandonar el lugar. Des‐ pués de todo, como dijo Nati, son apenas dos cuadras a la terminal, y los vecinos y los pasa‐ jeros ya tienen algo para contar. El hombre se arremanga la camisa empa‐ pada. En algún lugar del mundo, la historia de un tren diminuto metiéndose en una casa podría ser surrealista, una fantasía tropical engendrada en uno de esos países que andan pariendo revoluciones de seguido. En ese lu‐

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G Jul iá n Ro dr ig o

Foto: Adriano Duarte

O d a a un m urc ié l ago

Cómo me duele que te conviertan en una moda en una marca de ropa así como Los Ramones o el Jack Daniels a vos justamente a vos criatura mística de la noche. ¿Acaso leyeron ésos, en viñetas, tus aventuras? Por eso te ofrezco un refugio en penumbras, una cueva en mi corazón. En pilas de hojas húmedas Amontonadas en cajas de cartón.

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Marcelo López Marán

S a n g r e se ca , m u e r t a e n a g u a

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NO PRETENDO ABRUMAR la memoria, pero alguna vez me volví un proscrito. Renuncié al

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Barrio que me despertaba, me enseñaba sus heridas y me acunaba en sueños de grande‐ za; lo hice allá por el 99, cuando todo se derrumbó. Con mi bolso de escombros en mano, me presenté ante el Consejo de Sabios. Yo no pertenezco a este despropósito, desde acá jamás podré contar mi historia, les interrumpí. Ellos reunieron sus cabezas un instante. Siete segundos: Eso les bastó para decidirse: Me condenaron: Me dieron el boleto de sa‐ lida, adosado a la maldición de quien reniega de sus orígenes, de sus raíces, troncos y ta‐ llos. Eran mis amigos, mis vecinos, mis correligionarios, pero los defraudé. «Si es que alguna vez pretendes volver, deberás volverte un eterno resplandor en al‐ guna mente brillante», me sentenciaron. Pregunté qué querían significarme con ese homenaje casi sacerdotal. Pero ellos sólo recrudecieron la sentencia: «Has de cumplir con tu derrotero». Y, más derrotado, me largaron al destierro. Entre todos —y me parecieron muchos— me arrastraron hacia una puerta famélica que, sin embargo, contenía detrás a un desier‐ to insuperable. Puesto a quemar bajo ese valle abismal, traté de razonar un poco más. Un segundo, un segundo más. Mis obras, mis escombros.. Pero ya era tarde. Todo era de ellos, nada me podía llevar. Antes de ser abandonado a mi infausta suerte, por un hilo de luz de la madera maltrecha que cerraban en mis fauces, aún alcancé a preguntar qué provecho me asignaría esa larga y errante marcha. El último de ellos —o acaso el primero — me reveló por lo alto que a partir de ese momento yo habría de construir mi propio destino. A través de una hendija me acercó —como ayuda, pues era éste mi amigo mejor — me facilitó un mapa del mundo, a manera de manual de instrucciones. Pero no se per‐ mite volver sin haber pisado las marcas, me dijo. Examiné las pistas. Estaban por do‐ quier. Y supe que su trama era inútil. Todos saben que los mapas no sirven para otra cosa que no sea acumular calles, reseñas y esperanzas, todas erróneas, injustas o inexisten‐ tes. Pero no quise quebrantar la fe de nadie más. De modo que estreché su mano de are‐ na, ríspida, incalculable, infinita; y hecho un manojo de sombras me volteé a olvidar. Ca‐ ra a cara con el vasto páramo gris, entoné para mí: —Quiero vivir, respirar.. Quiero formar parte de la desgracia humana.


Foto: Adriano Duarte

Corroído por esa plegaria inútil e imprecisa, tomé el camino bajo, sin aliento ya para mirar detrás: Mi ciudad se despedazaba y ya no le interesaba contarme dentro de sus muros. Postergado por estos pensamientos, me olvidé al fin de todos, del todo, de mí. Miré a lo cerca, cercado por la lejanía: La nada estaba ahí, y todo se acumulaba en el margen, justo como yo. La desolación se transformaba y era —en cierto modo— lo más alentador. Siempre podría ser —en el peor de los caos— el mejor de mis casos. Todo re‐

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mitía al punto de salida. Ahora, las ruinas me señalaban un nuevo principio, un nuevo co‐ menzar. Y hacia allá me apunté. Pero estos apuntes, ¿cómo se suponía que lo podría escribir? Detenido de súbito, parado en alto bajo un sol borrascoso, me interrogó como en borradores el influjo corrosivo de un oráculo mental: Decía a su modo: «Deberías dar publicidad de tus acciones, de tu ingenio abstracto, antes de que tan‐ to vuelo te lleve a caer profundo, tan hundido, un poco más que hasta hoy. Sólo así y en el tiempo en que tus méritos lo exijan, llegará tu recompensa en forma de olvido, de odio o de traición». Incapaz de sostener aquella esfinge inquieta que me oprimía el cerebro, fui abatido —de pronto y sin paciencia— por una maraña de pájaros humeantes: En cada una de las heridas que sus picos y garras me propinaban, yo podía leer retazos como diarios de via‐ je que me iban trazando un presagio accidental: Repasé el nuevo destino que se me había otorgado, aún mi absurda nobleza: «He aquí la sangre que te induce a escribir. Mientras seas, lo llevarás con vos; cuando seques, algo quedará». No estaba tan mal, después de todo. Tomé un ave por sus alas entreveradas, la domestiqué y la hice mi com‐ pañera; y ella se afanó en resguardarme de mi propia tormenta hostil. Su continuo pico‐ teo entre mis dedos no me parecía ya tan desagradable. No tanto como lo que podía soportar una vida agujereada a escopetazos. Cantando entre dientes, retomé la senda angosta. Sin agua, sin alimento, secándo‐ me bajo el sol, no tenía cómo sortear la muerte que me esperaba allá delante. Y esa ver‐ dad me llegaba, en forma de alivio o redención. Mi conciencia de pájaro iba conmigo, en silencio. Ya no importaba sino lo que surgía delante, que era nada. Una noche, me abor‐ daron de pronto espejismos de otras ciudades, de otras costumbres, que me invitaban a cicatrizar, a dormir, a olvidar. Y en esos oasis estrellados fui forjando un hombre distinto, una y otra vez. Y en brazos de esclavas y doncellas me dejé yacer. Y de boca del vino y de los manjares aprendí a construir un imperio endeble, como un palacio de barro en el fon‐ do de un mar. —Has conocido otras caras, otros muros —me dijo el pajarraco un día—. Pero no has escrito nada sobre ellos, sobre nada, nunca más. ¿Acaso ya olvidaste, eso de sangrar?

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Lunar por Pablo Sánchez


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Foto: Adriano Duarte

Entonces, comprendí que quería regresar. Sabía que no había logrado lo que debía, pero un coraje extranjero me desvirtuaba la resignación. ¿Estás seguro?, el pájaro aún me había intentado disuadir. Lo estaba. Aún después de tanta distancia irremediable y de tanto vagar por los subsuelos del mundo, quería volver a encontrarme, no quería más tiempo para perder: Volver a mi patria justificaba todos mis infiernos anteriores, todo ese hado demasiado circular, todos esos círculos inaprensibles que encerraban mi desti‐ no y sellaban mi pacto con el demonio del eterno regresar. Y con las piernas rojas de arena y los picos barridos por los vientos, emprendimos esa quimera, que es el de intentar el regreso, el volver a ser aquél que fui, aquél que nun‐ ca se fue. Un día, una noche, conseguimos volver. Y aquellos que nos habían dado la espalda, nos recibieron como se recibe a un hijo de su tierra. Con palmadas de estruendo y fuegos de dicha. Y aunque todo, la ciudad, la puerta, los Sabios, mis amigos, todo estaba en su lugar, algo sin embargo había cambiado. Y era justamente todo eso, todos ellos. Todo estaba igual. Corrientes era un fantasma más pálido que aquél que una vez dejé escapar. Y ahora, me parecía que ya no teníamos escape. Ninguno de nosotros, nunca más. —Todo regreso es un contratiempo que no sucede, sólo finge acercarnos al deseo de volver a ser quien nunca pudimos, pero que siempre soñamos. Y éste es nada más que otro sueño, otra irrealidad. Eso me dijo el pájaro, el ave, antes de volverse un batir de alas en duelo hacia arriba, hacia el cielo que ya hace mucho tiempo yo había dejado de mirar. Mas esa vez miré, volví a mirar y a escuchar. Lo escuché cantar: Pero no descansaré Mientras el amor yace muerto en el agua Así es como recuerdo mi ayer. Y hoy que me hundo en mi tierra baldía, hoy que mi caída es aún más vertiginosa, hoy que mis días se esparcen gastados y grises como pólvora en el viento, hoy quise acercar esta memoria de aquella otra. No sé si podré en algún momento desenterrar mi nombre de la movediza arena, o si la firma que rubrica mi obra permanecerá oculta en la mente, como fosilizada por una calma insalvable. Pero por el momento, aún sangro en mi anónimo sueño de pez de aguas grandes. Y es en esta línea en que desearía nunca co‐ menzarme a secar.

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Daniel D. González

De todos los secretos que extrajeron del corazón de la tierra el más extraño fueron los corazones, yacientes flores salvajes sangrando en el polvo llenos de piedra y secos al borde del camino.

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Hay una historia de los mineros del corazón de carbón sepultados en la tierra, meses después del día que extrajeron el secreto que no moriría con ellos porque prefirieron perderse cientos de metros abajo, cerca del centro de El Corazón de la tierra.

Si este mar que nos rodea te ayudara a recordar algo, algo que nunca fue dicho, de sangre y aceite brotando en charcos naturales, de las antenas las trasmisiones, y de las vírgenes de estática que intuían las operadoras telefónicas y los radioaficionados. Fue en el desierto, que acariciaron el secreto.

El pueblo aún de fiesta como cada año hizo el silencio de los muertos mientras los pocos semáforos advertían solitarios la entrada a un reino de jaspe y sangre. No se olvida la mirada de quien acarició el secreto: algo que te envuelve del frío como llanto de los primogénitos; el chirrido de zorras sobre las vías que se deslizan hacia a la noche.


Foto: Adriano Duarte

¿Escuchás el mar? ¿La estática de las vírgenes? ¿Y el olor de los mineros, el sudor de los trenes, la sangre seca? ¿La contorsión de flores extrañas como sistemas sanguíneos de la tierra?

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Ya a los fantasmas que de noche rodean mi casa querría ofrecerles una piedra bruta del corazón de la tierra, o la piedra tosca de mis ideas, la tosca de mis vísceras… para poder dormir y contarte la historia pero ya no puedo recordar.

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El río está aún ahí, entre la visión inflamada de las cosas inflamables, corre todavía con manchas de aceite y las cenizas de todo lo que cae desde el aire. Bienvenido al altar negro de la noche. Bienvenido al sacrificio blando de los días. Y según para donde vaya el humo vamos a saber quiénes son los elegidos: si al norte, si al sudeste, si se posa estático insistente sobre pueblos evacuados. Si cancelaron los vuelos y se fueron los turistas, o si cuántos años va a tardar para que regrese la flora y si la fauna murió en lenguas de brasa.

Metele, que están cerrando Nosotros vamos a sumergirnos, a aguantar el aire mientras arriba hay un baile ardiente, veremos nada o el dorso de los peces flotando en la superficie. Al asomar no va a quedar nada inflamable. Nada más que nuestra visión inflamable de las cosas.

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Celeste Morel

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S he rl o c k y Wats o n: un s e r q ue e s "o b je to " d e una m e nte d e d uc tiva VEMOS A ESTOS personajes, inseparables, a veces incomprendidos, pero son siempre la pareja perfecta que Conan Arthur Doyle creó. Existe un cuento, La aventura del detec‐ tive agonizante, el cual analicé para tratar de comparar esta narración junto con el capítu‐ lo 3 de la serie Sherlock, versión inglesa del director Steven Moffat. Comienzo por Borges quien, en una conferencia de 1982, expone la idea de la li‐ teratura como un hecho intelectual del rela‐ to policial. Y explica que considerar la literatura como una operación de la mente (no del espíritu) es muy importante. Siguiendo la línea, entre Holmes y Wat‐ son, existe no solo una relación de amistad sino que una más profunda que los hace trascender, es la intelectual. Holmes utiliza su intelectualidad para engañar a su querido amigo Watson, usándolo como un objeto. Es esta la relación que permite a la trama no develarse en el camino y mantener el secre‐ to hasta llegar al final del enigma. Un juego de engaños, amistad, lecturas erradas de los hechos, y un final secreto que existe en la re‐ lación de Holmes y Watson en los relatos de Conan Doyle y que el director Steven Moffat retoma y mantiene en el capítulo El detecti‐ ve mentiroso en su serie. La intelectualidad es una tradición del cuento policial: el hecho de un misterio descu‐ bierto por obra de la inteligencia, por una ope‐ ración intelectual, explica Borges. Conan Doyle toma ese tema, un tema atractivo en

sí, de la amistad, juntando lo intelectual, en‐ tre dos personas distintas, salvo que en la trama fílmica, nunca llegan a una amistad perfecta. Doyle imagina un personaje bastante tonto, con una inteligencia un poco inferior a la del lector, a quien llama el doctor Watson; el otro es un personaje un poco cómico y ve‐ nerable, también: Sherlock Holmes. Hace que las proezas intelectuales de Sherlock Holmes sean referidas por su amigo Watson, que no cesa de maravillarse y siempre se maneja por las apariencias, que se deja do‐ minar y a quien le gusta dejarse dominar. Puedo asumir que Sherlock necesita de esa inferioridad erudita del Doctor, ya que es esa la manera que tiene el detective (y que Doyle ha sabido manejar), para resolver sus casos y no inmiscuirse tanto con el asesino. Es decir, Watson es la clave para que Smith ‐enemigo de del detective‐ delate los críme‐ nes, y ponga así a prueba su morbosidad. Es Watson quien hace una lectura errada de los signos, pero esto es necesario para conti‐ nuar con la trama y llegar a una resolución del enigma instalado. Culverton Smith, en la filmación, delata todo el tiempo el hecho de ser un asesino en serie. Explícitamente dice: Mato. Saben que mato. Pero sabían que mato por… y la frase se interrumpe por la destrucción de un foco. En ese momento Sherlock y Watson obser‐ varon fijamente la escena. Era ese un signo, una adivinanza de lo que secretamente es‐ conde el asesino; ya nos decía Borges: las ar‐


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F Fo ot to o: : A Ad dr ri ai an no o D Du ua ar rt te e

tes adivinatorias, donde la narración descubre un mundo olvidado en unas huellas que encie‐ rran el secreto del porvenir: un sentido secreto que estaba cifrado y como ausente en la suce‐ sión clara de los hechos. Estaba claro, Smith jugaba con las adivinanzas, las palabras y los hechos pero Sherlock comprendía claramen‐ te sus interpretaciones aunque también sabía que Watson los pasaría por alto. Lo ha‐ ce a través de cada acto de habla, de cada movimiento. Culverton se burla, pero aún así Watson no repara ante esto. En la versión de Doyle, La aventura del detective agonizante, el médico se oculta detrás de la cama de Sherlock cuando Cul‐ verton empieza a confesar y nos hace pensar que el Doctor podríamos ser nosotros los lectores detrás de la cama ya que, como ex‐ plica Borges: somos producto de una percep‐ ción errada y de la distorsión. El relato avanza siguiendo un plan férreo e incomprensible y recién al final surge en el horizonte la visión de una realidad desconocida. Es decir, como Watson desciframos los símbolos superficia‐ les en el relato para que el detective con‐ tinúe decodificando el verdadero resultado final. En la versión fílmica, Watson conoce de las divagaciones de su tutor y las intenciones sobre quitarle la confesión a Smith. Pero aunque piense que es un truco, explícita‐ mente, Holmes contesta: no es un truco, es un plan. Un plan secreto que no devela, si no, no habría resolución del enigma. Por tanto Watson es el objeto de su objetivo. John hace las averiguaciones y Holmes des‐ de lo deductivo, desde su divagante pero perspicaz engranaje, desenmaraña los datos que su amigo le proporciona para tramar su

propia red. Es Watson quien narra los relatos de Co‐ nan Doyle, y es quien realiza el blog que to‐ do el mundo sigue pero que pone en duda su inteligencia. El engaño que el detective Holmes utili‐ za, es el de desprestigiar la persona y el títu‐ lo de su amigo. Esto lo utiliza en ambos relatos, en la serie y en el cuento. Doyle deja ver que existe una relación de profundo ca‐ riño entre ambos, sin problemas del pasado. De hecho, en el pedido de alejamiento por una supuesta enfermedad contagiosa, que Sherlock dice tener, no alteran la insistencia del médico para hacerle una revisión. Lo sentimental atraviesa a ambos Watson, al narrador y al fílmico, pero con cuestiones y problemáticas distintas. Al primero por un profundo cariño intentando salvar a su ami‐ go y al segundo, con mucho dolor y rencor. Culpa al Sherlock fílmico de la muerte de su esposa, lo que lo llevó a mantenerse en du‐ das casi toda la serie. Es una relación muy tensa y frustrante la que llevan. La historia que ha intentado descifrar Watson, es falsa: la enfermedad de Holmes es falsa, los golpes en la serie tienen un propósito, pero al final de los relatos, repara que hay otra trama, silenciosa y secreta, que le estaba destinada. Argumentalmente fun‐ cionó, pues gracias a que Watson manifestó un estado de conmoción emocional, la es‐ trategia de engaño de Holmes salió como esperaba. WATSON: (…) siempre he obedecido a sus deseos, aun cuando menos los entendiera. Hay un tercer actante que hace de ellos el encuentro y desencuentro en ambos rela‐ tos: la esposa de Watson. Una persona que

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Foto: Adriano Duarte

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Doyle no da relevancia pero que, en la serie, Steven coloca como la segunda voz que el Doctor debe oír para terminar el caso. Es la voz que Sherlock necesita y aún estando muerta no deja de ser cómplice suyo. (…) Si Sherlock Holmes, quiere contactar, no pasa desapercibido, explica John a su tera‐ peuta en la serie. De hecho, Holmes comete actos divagantes, locos, ruidosos y molestos en la residencia donde vive y estos actos alertan a la Patrona del departamento, la Sra. Hudson. Esta es la jugada que realiza Sherlock para que Watson se preocupe y se acerque a verlo o, como sucede en la serie, la Patrona lo llevara esposado hasta la resi‐ dencia del médico. Otra jugada engañosa, predecible y premeditada. Preveo reacciones de gente que conozco ante situaciones que concibo, dice el Sherlock fílmico, y este acto proyectado aparece en Doyle: ‐Son las cuatro. A las seis se puede ir. ‐Eso es una locura, Holmes. ‐Sólo dos horas, Watson. Le prometo que se irá a las seis. El delirio de Holmes es el mecanismo que preocupa a Watson, vista desde una en‐ fermedad como desde los excesos de dro‐ gas. En ambos actúan distinto. En el caso del relato de Doyle, el estado paupérrimo y ago‐ nizante del detective es lo que mueve a Wat‐ son; él cree que su vida depende de traer a Culverton Smith. En la serie, Watson ya conocía las expec‐ tativas de Holmes pero Smith coloca en du‐ da esto: ¿realmente era Smith un asesino en serie? O ¿todo se trata de una confusión alu‐ cinógena, acusando falsamente a una figura pública y poderosa?

Lo que comprende, en la revelación final, es que el arte de narrar se funda en la lectura equivocada de los símbolos. Podemos decir entonces que el policial optó por un costado más psicológico: el de‐ tective analizaba meticulosamente a sus personajes, su personalidad y convicciones, para así actuar sobre las razones del delito. Y esto sucede porque el detective posee una capacidad intelectual superior al promedio, demostrando sus dotes ante el lector y ser llamados para resolver misterios vedados para el resto. Además Todorov, en su crítica, nos explica que la trama, (…) corresponde a la realidad evocada, a los acontecimientos si‐ milares a los que suceden en nuestra vida. La segunda, el libro mismo, [corresponde] al rela‐ to, a los procedimientos literarios que utiliza el autor. (…) dos nociones pues, son dos aspec‐ tos de una misma historia, son dos puntos de vista sobre lo mismo. ¿Cómo logra entonces la novela policial hacerlas presentes a los dos? Para explicar esta paradoja, primero hay que recordar el estatuto particular de las dos his‐ torias. (…) dos historias de las cuales una está ausente pero es real, la otra está presente pe‐ ro es insignificante. Puedo concluir entonces, que Sherlock utiliza a Watson y que, desde la premedita‐ ción y previsibilidad de sus actos, el médico se mueve como objeto sobre la historia pre‐ sente. Él no decodifica los signos, camina su‐ perficialmente ante los pedidos de Sherlock. Pues es el detective el que con su ingenio, deducción y engaño instaura y resuelve el enigma secreto o la historia ausente. Esta es la relación perfecta que presenta Doyle y así Steven Moffat lo adapta a su serie.


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Sherlock por Esteban Daniel


Fito Paniagua

A rge ntina, d e arge ntum ; Es p aña, d e c o ne jo s

que allí había ni siquiera eran hyraxes (unos duros roedores asiáticos de las rocas que los comerciantes fenicios conocían), sino cone‐ jos de campo de los de toda la vida. Ellos fue‐ ron los que acabaron por darle nombre a esta nación del sur de Europa. De igual forma, puede ser que los austra‐ lianos no sepan que en latín terra australis in‐ cognitas significa tierras desconocidas del sur; y que los sudafricanos desconozcan que en griego aphriké quiere decir sin frío y en latín soleado; y que a los habitantes de Estados Unidos se les escape que el nombre de su país se desprende de una frase de su Consti‐ tución (1776). Los argentinos se quedaron con ese nombre porque en su tierra corría la plata o la argentum peruana; Bután en butanés signifi‐ ca tierra del dragón‐trueno en referencia a sus numerosas tormentas eléctricas, y Nepal, por algo tan simple como que en nepalí se tradu‐ ce mercado de lana, lo que un día fue. Vietnam en chino era más allá del límite sur, Yugoslavia, en eslavo, tierra de los eslavos australes; y Zimbabwe, en dialecto shona, es casas de piedra, en referencia a la ciudad ca‐ pital del antiguo imperio comercial que allí se asentaba.

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¿ACASO TODOS SABEN por qué el país de donde son se llama como se llama? La toponimia es una disciplina de la onomástica que consiste en el estudio del origen y significación de los nombres propios de lugar. El término deriva etimológicamente del griego tópos, lugar, y ónoma, nombre. El topónimo es, por ello, el nombre propio de un lugar. En un artículo publicado en Yorokobu (yorokobu.es), Jaled Abdelrahim plantea co‐ mo primera prueba de certificación patria la respuesta a la pregunta ¿por qué tu país se llama como se llama? Explica entonces que la hidronimia desig‐ na nombres de lugares derivados de masas de agua que corren o corrieron por aquellos lares; la limnonimia, de agua estancada; tala‐ sonimia, de mares; litonimia, de formaciones rocosas; oronimia, de accidentes del relieve y la antroponimia engloba sustantivos propios derivados de objetos, santos, dioses o etnias. También están los tautopónimos, que son los topónimos que repiten la denominación del accidente geográfico que tengan los térmi‐ nos que designan a ese lugar, como sería el caso de la localidad de Cantalapiedra. Así, dice Abdelrahim, es posible que el español, hijo de tierra de conquistadores, vi‐ va sin saber que la raíz de su denominación nacional no es debido a otra cosa que a la masiva presencia en la península de inofensi‐ vos conejos. Los fenicios traducían hispania por tierra de hyraxes. En realidad, los conejos

Oro, anguila y bajamar Algunos son hasta cómicos: el nombre Aruba surgió de una broma que el conquista‐ dor Alonso de Ojeda hizo el 1499, cuando en referencia a los escasos hallazgos de metal le


Foto: Buhonero MIleniano

res vestidos en shorts. Uganda es tierra de hombres, Alemania de todos los hombres y Francia, tierra de los hombres libres (francos). Burkina Faso honra a la tierra de hombres incorruptibles. Por otro lado, están los lugares donde los hombres no se destacaban tanto y recibieron nomenclaturas como tierra de ovejas (Feroe), o tierra de árboles, Guatemala. ¿A qué vendría lo de Antigua y Barbuda? La explicación del enigma se divide en dos fa‐ ses. Antigua, porque a Colón le apeteció ha‐ cer honor a la catedral sevillana de Santa María La Antigua. Lo de Barbuda, culpa de los portugueses, que así hacían referencia a las barbas de los árboles ficus que poblaban la zona. Una razón que por la misma regla de tres les sirvió para nombrar, en luso, a las Barbados. Azerbaijan, tierra de fuego en árabe; Bru‐ nei, en malayo, estado de paz. Bielorrusia, Rusia blanca; Bulgaria no es otra cosa que la manera en la que decían los turcos que allí había una tierra poblada por tri‐ bus de distinto origen.

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imprimió ese nombre derivado de la frase Oro hubo. Anguila se llama así porque a Cristóbal Colón le pareció una isla demasiado alargada; y en la denominación de Bahamas, del español bajamar, probablemente algún andaluz estuvo involucrado. El extenso Canadá, en origen, no era otra cosa que un pequeño asentamiento. O al me‐ nos eso significa k’anata en dialecto algon‐ quino. Y Gales, del anglosajón wealas, denomina a la gente extranjera que llegó en invasión a esa zona de las islas británicas. Melanina Para algunos, la razón de su gentilicio está estrictamente ligada a su melanina. En bereber, Guinea es negro (aguinaoui); en ára‐ be, Sudán es tierra de negros (bilad al‐su‐ dan); y Etiopía, del latín aethiopia, significa algo tan desagradable como tierra de los ca‐ ras quemadas. Justo lo contrario pasa en Ní‐ ger, que aunque muchos confundan el término con una alusión al color de sus habi‐ tantes, no deriva de otra cosa que del térmi‐ no nativo Ni Gir, con el que se llamaba al río que lo cruza. Corea procede del término Choson, que alude a algo tan zen como tierra de la calma matutina; y a Japón (del japonés nippon‐gu, y del chino ribenguo) no se le llama tierra del sol naciente por lírica, sino porque esos vocablos significan exactamente eso.

Marketing Groenlandia e Islandia son quizás las pri‐ meras nomenclaturas nacionales con sendas campañas de publicidad y antipublicidad res‐ pectivamente. A la primera le llamó así Erik el Rojo en 982, para atraer nuevos pobladores (Groenlandia significa tierra verde), cuando en realidad eran tierras heladas. A Islandia, El pirata y el capitán Bermúdez Belice debe su nombre a un pirata llama‐ sin embargo, se le llamó tierra de hielos para do Wallace, que fue el primer extranjero en evitar el asentamiento de nuevos poblado‐ establecerse, allá por el 1638. El mismo caso res, cuando en realidad sus tierras son verdes es el de Bermudas, que viene del capitán es‐ y fértiles. pañol Juan Bermúdez y no de unos poblado‐

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Creciente por Melody


Foto: Buhonero MIleniano

aceptadas es que su gentilicio deriva de las palabras nahuátl metztli y xlicti, ombligo de la luna. Si alguien se pregunta de dónde vienen los palestinos, que consulte en la Biblia la pa‐ labra filisteos. De Mauritania eran los berebe‐ res mauris, que más tarde pasaron a llamarse moros, y Pakistán no es otra cosa que el acrónimo que el estudioso Choudary Rahmat Ali le dio en 1933 a un país compuesto por las regiones de Punjab, Afgania, Cachemira, Sindh, Turkaristán, Afganistán y Baluchistán. Si Irlanda se llama así es porque en celta quería decir iweriû, las tierras verdes; Namibia se llama como se llama porque en su raíz na‐ ma, namib, significa lugar donde no hay nada. Los mongoles pueden estar orgullosos de su gentilicio porque en mongol se traduce por fiero, bravo; y Costa de Marfil no tiene otra razón para su nomenclatura que la leyenda francesa sobre la abundancia de este bien en su territorio.

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Lo que nos dejó Colón Colombia, en honor a Colón; y Dominica, del latín dies dominica, por el simple hecho de que fue en domingo cuando al conquista‐ dor le dio por desembarcar allí. Honduras también las bautizó él mismo: se refería a las profundidades de sus costas en relación al atraco de sus barcos; y fue también el conquistador de América quien le dio medio nombre a Trinidad y Tobago, cuyo primer término se lo debe a las Colinas de la Trinidad, y el segundo a una alusión a las grandes plantaciones de tabaco que cultiva‐ ban los nativos de la isla. Sierra Leona se llama así porque fueron dientes de león lo que vio en sus cerros el ex‐ plorador portugués Pedro de Sintra; Vene‐ zuela, porque se le asemejó a Venecia a los exploradores Alonso de Ojeda y Américo Ves‐ puccio; y Vaticano, porque en una de las siete colinas de Roma, la Mons Vaticanus, existía un camino en tiempos de los romanos donde transitaban los augures y magos para vatici‐ nar el futuro. Chile, chilli, en quechua límite del mundo. Igual que en germánico Estonia tan solo quiere decir camino del este; y Luxemburgo es una conjunción del latín y el germánico para decir lugar pequeño. Eslovacos y eslovenos quizás no sepan que ambos comparten denominación de ori‐ gen. Sus ancestros, los slavs, eran de la mis‐ ma tribu y se debate si su nombre proviene de gloria, de palabra o de gente de las aguas. México, el ombligo Los mexicanos saben que su nación fue de las pocas que se libró de tener nombre hispano. Su denominación se la deben a los aborígenes mexicas. Pero ¿saben de dónde deriva este término? Una de las teorías más

Hércules y los esclavos liberados Mónaco se llama así por razones mitoló‐ gicas. Significa él solo, en alusión a Hércules, que fue reverenciado en un templo de allí. Li‐ beria fue así bautizada por ser una tierra creada como hogar para esclavos americanos liberados. Y para nombre estilizado el de los nacionales de Papúa Nueva Guinea: en mala‐ yo, papua, tierra de la gente con el pelo rizado.

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Viviana Luque

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De c is io ne s

DOS DIRECCIONES Y no saber para donde agarrar: si vivir con dolor o que duela vivir. Hay que tomar decisiones, pero ¿para dónde se tira cuando el corazón y la mente quieren cosas distintas y a la vez iguales? El tiempo no espera, el reloj sigue corriendo, la sangre se derrama y las heridas siguen doliendo. Las lágrimas siguen su rumbo y en la boca se siente

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aún ese sabor amargo. Hay que tomar una decisión para que deje de doler y comience a cicatrizar (otra vez), para comenzar a sanar y así volver a estar lo más fuerte posible al enfrentar de nuevo tanto dolor. Uno aprende a vivir con desconsuelo, con esa angustia que quema, porque hay días buenos que ayudan, días llenos de tanto amor que te hacen soportar, te renuevan las ganas de pertenecer y seguir aguantando, días perfectos que te hacen creer que no todo es tan malo, que nada volverá a doler de nuevo, que sólo fue un momento pero que ya pasó y sos feliz con eso. Sos feliz quedándote, esperando que no vuelva ese calvario. Aunque sea ficticio.


A

Foto: Adriano Duarte

Vid a

SU TRABAJO LE estaba quitando vida y, lo que era peor, sus ganas de vivir. La rutina lo aburrió, hasta más no poder. Fue entonces que decidió volver. Volver para encontrar amor, para disfrutar de las pequeñas‐grandes cosas; las charlas, las risas, los besos, las comidas, los reencuentros, los paisajes tan hermosos y únicos, las caminatas, la familia, los amigos de toda la vida. Volver al lugar donde se sentía tan seguro, tan cómodo, tan vivo. Volver porque necesitaba sentirse querido; volver porque, en un lugar donde cada cual buscaba su propio bienestar sin que nadie más les importara, el amor de la familia y los amigos era lo único que lo podía salvar. Volvió y encontró lo que esperaba: estaban todos, algunos nuevos, esperándolo con los brazos abiertos, con sonrisas sinceras en los labios y alguna que otra lágrima en los ojos. Volvió a su tan amado hogar. Y sólo encontró fantasmas.

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Luna Oriana Ozuna Verón Foto: Adriano Duarte

N o c he d e karao ke

G Hay hielo, sal, limón copas y botellas danzan una pieza de Tartini voz desgarrada por el glaciar del alma corazón helado por el sol apagado la luna tiñe mi piel y marca mi sombra la cerveza eclipsa la razón se manifiestan los deseos de la sombra

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que se hace uno con el cuerpo hierve el instinto reverbera en los labios que no encuentran siquiera tu sombra tintineo del hielo en mi copa danza el líquido en la frente de la que balbucea desafinados lamentos de soledad mientras los fantasmas del público gimen por el dolor que cubre la piel de esa voz que no habla pero no calla, sino grita heridas las cuerdas que vibran con el viento la luna se apaga y la música se va del recinto sólo queda allí la sombra y el cuerpo hechos uno por la falta de otra sombra y otro cuerpo que en sueños rechazaron su canto


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La bailarina de la oscuridad por Luna Oriana Ozuna Verón


N J ue go s c l and e s tino s

los mechones rojos de mi cabello apenas se distinguen entre el humo de habanos y las luces negras el aire se siente pesado en este agujero los trajes negros y las fichas despilfarradas en las mesas frente a los rostros vacíos cuyas almas ya no son de este mundo

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el yakuza se acerca a paso firme siento la puntera de su bastón golpeando las paredes de mi cráneo

sabe que puedo escucharlo susurra la palabra clave en mi oído no me queda más remedio que dejarlo pasar reclama mi sangre de aficionada a la derrota le fascina mi habilidad para derrochar fichas entreteje enigmas azarosos en mi cabeza conoce mi triste desempeño con las cartas le divierte la partida de blackjack que mi vicio frustra se enardece con mis fracasos en el pocker se ríe de mi confusión de señas en el truco siento su respiración agitada en mi cuello cada vez que desperdicio una partida en cada una de las mesas, una y otra vez sé que nunca podré acercarme lo suficiente al veintiuno el crupier del moño en la garganta también lo sabe: mi alma no es el uno de espadas sino el manoseado cuatro de copas.


Foto: Adriano Duarte

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Enc anto d e je ringa

los versos resbalan por mi lengua al compás del piano de un hada borracha el mago jubilado agita la batuta y los duendes inyectados de heroína soplan con fuerza sus trompetas y sus flautas el bosque encantado vibra en ácido lisérgico con nuestra melodía de prado de adelfas de versos envenenados con magia negra que mi voz declama con devoción de lacaya a la oscuridad que consume nuestras almas

devoran las coronas de los árboles y los colores de las caléndulas quiebran los cuernos brillantes de los unicornios profanan las grutas de las sirenas ellas suman sus voces a mi canto que se oye como un gruñido de loba moribunda son las almas malditas que he consumido como speedball y que ahora corren por la pendiente de mi sangre.

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Ricardo Bandino

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Foto: Adriano Duarte

M e te l e , q ue e s tán c e rrand o

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CIERTA NOCHE CALUROSA, un corte de luz habitual nos sorprendió amuchados, bebiendo teres. Sentados en la escalera del Monoblock 13, nos pasábamos el vaso con la débil cadencia del verano. Desde el 14 vimos venir una linterna que esquivaba perros y cascotes con elegancia y simpleza. Lo observamos, casi en hipnosis, acercarse a nuestro montón. Se detuvo frente a nuestras piernas, apagó la lumbre, pidió un cigarrillo y un tere y se sentó con las piernas estira‐ das. Casi nos asombramos de su talante alto; pero tan acostumbrados veníamos a tanto espectro nocturno que apenas si nos movimos para darle espacio. Dio una pitada, y mirando más allá de los grafitis de la pared, empezó con su discurso: ‐Como un recuerdo que nadie recuerda, el Tanque Múltiple eleva su ar‐ mazón entre Rafaela y Paysandú. Ya nadie sabe que en tiempos antiguos, más bien mitológicos diría, su cúspide fue una nave intergaláctica. ‐Como Men in Black ‐apuró Guignol. ‐La de Will Smith ‐completó Marangoni‐. El que hizo la de los robots eso. ‐La hija de Aerosmith me gustaba mucho ‐agregué. ‐Weeee ‐dijo Spaltaro. ‐No sé de qué hablan. Pero a mí me gustaba más Ray Bradbury. Buen tipo. Amigo mío. Lo leí en uno de mis tantos viajes. ‐Las Crónicas Marcianas ‐dijo Guignol. ‐Yo lo tenía con hojas repetidas ‐agregó Marangoni. ‐¡Graaaan libro! ‐gritó Spaltaro. ‐Shhhh ‐dijo el Cuco que se había colado entre nosotros y ya se había servi‐ do un tere‐. Dejen que el hombre continúe. Hicimos silencio. La Chica del Cabello Rojo sacó unos papeles y empezó a dibujarlo bajo la luz de la luna. ‐He viajado las galaxias y los tiempos. He visto el apogeo y la decadencia. He visto la flor crecer y convertirse en piedra y luego en hojalata y luego en cir‐ cuitos y luego otra vez en piedra y luego en polvo. No he visto el comienzo ni el final, porque no existen. Tomé mate con Spinetta, quien me dijo que iba a escri‐ bir una canción sobre mi historia. ‐El anillo del Capitán Beto ‐masculló el Cuco. ‐¿Cómo era el Flaco? ‐preguntamos.


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Armonía interrumpida por Melody


Foto: Adriano Duarte

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‐Gran músico. Pero buen tipo, sobre todo ‐respondió. ‐Pero cuéntenos algo más ‐rogamos. ‐Era flaco. Y no dijo más nada al respecto. ‐¿Sabían ustedes que el secreto del Universo se esconde en un bazar de todo por dos pesos?

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Asentimos. Claro que lo sabíamos. Si nosotros habíamos hecho correr la voz. ‐¿Che y a David Bowie también lo conoció? ‐inquirió Spaltaro mien‐ tras sorbía la bombilla. ‐Sí. Otro que escribió una canción sobre mí. Esa que dice Torre de Con‐ trol llamando al Mayor Tom. Buen tipo Bowie. Flaco era. ‐¿Usted se llama Tom, entonces? ‐le dije. ‐No. ‐¿Tom? ‐preguntó Marangoni. ‐No. ‐¿Cómo se llama? ‐le dijo el Cuco. ‐Me llamo Juan Carlos Eleternauta y vengo de todos lados y de ningu‐ no ‐dijo acomodándose su casco hecho con un botellón de agua (aunque Guignol más tarde diría que era una caja de galletitas, esas que tienen un círculo transparente)‐. Debo irme. Ha sido un gusto. Nos vemos en el futu‐ ro o en el pasado. Da igual. Se levantó, encendió la linterna y tarareando Balada para un loco, se fue hacia la parada del 104 con una SUBE dorada en la mano. Mientras el reloj pulsera de Spaltaro marcaba unos números imposibles y letras de otros mundos.


Ö RAGNARöK

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