Ragnarök Nro. 4

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donde las Sirenas cantan para héroes y villanos por igual

RAGNARÖK cuento - poesía -ensayo - reseña número cuatro

se recomienda suspender la incredulidad contraindicada para la aplicación de lecturas literales


RAGNARöK

año 1 - número 4 - noviembre de 2017 Corrientes - Argentina

Ö EDITORES

DISEÑO Y EDICIÓN

Marcelo López Marán Esteban Daniel Adriano Duarte

Adriano Duarte

ESCRIBEN/DIBUJAN/FOTOGRAFÍAN/CREAN

N a ta l i a C o ro n a L u n a O ri a n a O zu n a V e ró n Viviana Luque A l e j a n d ro F o u q u e t P a b l o R e c a l d e B u ró n K a re n A . P a re d C e l e s te Mo re l D a n i e l D . G o n zá l e z J u l i á n R o d ri g o F l o re n c i a L o n d e ro

F i to P a n i a g u a Nicolás Toledo Felipe Marangoni Marcelo López Marán Adriano Duarte Esteban Daniel Ricardo Bandino Vicente Pérez Costilla Yam Qiu Pablo Sánchez

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í n d i c e & algunas palabras

Ö

En estos tiempos en los que la Mujer se encuentra luchando por sus derechos, nos enfrentamos, desde la palabra y con el cuerpo, a las peores miserias humanas. En estos mismos tiempos, las Mujeres grita‐ mos desesperadamente pidiendo ayuda, reconocimiento, buscando ocupar los luga‐ res que nos corresponden. Y aunque alguna rara vez lo conseguimos, siempre es me‐ nester continuar la lucha. Algunas somos privilegiadas. Tenemos la posibilidad de abrir una revista literaria y encontrarnos con ellos: los que a conti‐ nuación escriben. Que no son simplemente escritores. Pues ellos son los que nos rei‐ vindican, los que salen a nuestro encuen‐ tro, los que creen en nuestra fuerza, en que somos el centro, somos la vida, y hasta exageran (para mi gusto) diciendo que so‐ mos el todo. Yo soy mujer y tengo la suerte de poder leerlos, de que me saquen una sonrisa ca‐ da vez que nos nombran en sus textos, cada vez que sus personajes, en silencio, nos acompañan sin que lo sepamos y cami‐ nan por las calles pensando en dónde esta‐ remos y desean nuestro amor más que nada en el mundo. Pasen y lean. Espero que les pase como a mí cuando la terminen y les quede la misma sensación de admiración. Natalia Corona

Luna Oriana Ozuna Verón, 4 escena del crimen, mesa para uno, lluvia ácida, ataque de ira Viviana Luque, 6 heridas, juegos Alejandro Fouquet, 8 tono de silencio, se oye Pablo Recalde Burón, 10 el regreso del pasado, repeticiones o "Esta peli ya la vi..." Karen A. Pared, 12 duelo, tiro al blanco, lágrima de dragón, te dejaré Celeste Morel, 14 la noche en las cortinas Daniel D. González, 16 [dos poemas sin título] Julián Rodrigo, 19 la verdadera identidad de quien oculta un cómic María Florencia Londero Capelo, 20 no ser yo Fito Paniagua, 21 palabras Nicolás Toledo, 24 una oferta que no podrá rechazar Adriano Duarte, 28 sobre la traducción de Daddy Esteban Daniel, 33 lecho, despedida, Petrarca Felipe Marangoni, 36 monografía sobre el Origen (prolegómenos) Vicente Pérez Costilla, 38 mazazo de golpistas Marcelo López Marán, 40 del sueño de Constanza, del sueño de Natalí Ricardo Bandino, 44 metele, que están cerrando


I m age n: Lu na Or i ana Ozu na Ve r ó n

Luna Oriana Ozuna Verón

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Escena del crimen Arma homicida en mano la sangre fluye del muerto equivocado el placer del acto se esfuma con el alba que aclara el rostro del inocente en el suelo

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Soy asesina en serie de víctimas erróneas mi cuchillo se niega a desgarrar la carne del culpable

Mesa para uno

Lluvia ácida

El espejo del cielo se ha quebrado El anillo de oro se pega al imán Fantasmas me abofetean sin descanso El reino de Tritón tuvo el mismo destino que la Atlántida Ya no puedo ver a la Sirena bailar tango con el fuego en el escenario azul con melodía de alas sonando mientras el espectro me acaricia Una tormenta llegó sin avisar Aparentando paisajismo Me dejó sin orilla, ni barco, ni arribo.

Ataque de ira

Vago en la tormenta Completamente seca Las gotas no me empapan no hay charcos, tampoco

Aullidos cada vez más cerca de la superficie soy un antiguo pozo de agua que ella trepa, araña, desgarra

Las nubes sin humedad Los truenos sin estruendo Ya no hay lluvia Sólo agua fuera del ciclo

El espejo marchito liberó a la criatura que atrapaba la demencia usurpó mi reflejo

Los glaciares derretidos Los ríos evaporados Las nubes congeladas Ya no hay ciclo, tampoco

Enfrento su tiranía sola y desarmada sus ojos eclipsados presumen la crueldad de un animal salvaje Pronto me derrumbo sobre las rodillas mis manos le obedecen soy un antiguo pozo de agua que está vacío, seco, agotado.


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Sin título po r Lu na Or i ana Ozu na Ve r ó n


V i v i a n a L u q u e

A He rid as

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SE QUEDÓ SOLO y vacío. Un día despertó y no tenía nadie que lo ayudara; se sintió triste y no hubo ninguna persona cerca, que lo hiciera sentir mejor. Todo y todos lo abandonaron; se quedó sin rumbo. No quería seguir de esta manera, por lo que decidió tomar el camino más fácil para acabar con todo; sin embargo, en el último segundo se arrepintió y fue entonces cuando supo que no tenía ni la valentía, ni la cobardía necesaria para terminar así su vida. ¿Porque lo llamarían el camino fácil, si costaba tanto hacerlo? Se obligó a seguir, con las escasas fuerzas que le quedaban, pensando en esas personas que ya no estaban con él. Lo hizo para que ‐estén donde estén‐ se sintieran orgullosos. Siguió por ellos. Se quedó con ganas de tanto pero no servía de nada reprochárselo. Al fin y al cabo, el tiempo que se fue ya no vol‐ verá. Había días que dolía más que otros, pero siguió avanzando. Hasta que un buen día pareció casi ni doler. La herida ya no sangraba, comenzaba a cicatrizar. Y aunque seguía roto, al aceptarlo, comenzó a sentirse mejor. Hasta que un día volvió a ser feliz, hasta el último de sus suspiros. Porque una persona puede cambiarlo todo; porque esa persona puede ser uno mismo. Y las heridas, aunque tarden, siempre cierran.


Fo t o : Lu na Or i ana Ozu na Ve r ó n

G J ue go s

JUAN SE ENCONTRÓ con Ricardo en su casa. Hacía mucho tiempo que no estaban solos para poder conversar. Después de un rato, comenzaron a beber mucho y querían jugar. Las luchas era su deporte favorito. Y para pasar el aburrimiento, se les ocurrió comenzar una. Estaban tan borrachos que les pareció la mejor idea del mundo. Comenzaron tranquilos y hasta hubo risas; pero en un momento, los golpes fueron cada vez más fuertes, las patadas dolían más y ninguno de los dos sonreía. Comenzaron los insultos. En sus miradas sólo se notaba bronca y no pudieron parar. Sentían inflamadas las partes del cuerpo que habían recibido los impactos. La sangre comenzó a apare‐ cer en los sitios lastimados, pero esto sólo provocaba que la bronca de ambos fuera en aumento al igual que la intensidad de golpes. Ricardo se resbaló con la alfombra, y cayó sobre la mesa de vidrio de la sala de estar. Se escuchó un sonido estridente y de abajo de su cuerpo comenzó a brotar un abundante líquido rojo y espeso. Juan, viendo como a su amigo se le escapaba la vida, no sintió miedo, sino una plena de satisfacción. Ni siquiera atinó a ayudarlo, sólo lo observó morir Salió de la casa, después de limpiarse la sangre, tranquilo; como si no hubiera pasado nada. Sólo estaban jugando, se repetía una y otra vez. Hasta el día de hoy puede ver, en sus sueños más profundos, brotar la sangre y mantener la mirada fría fija en esa persona que una vez logró conocer pero que ni siquiera pensó en salvar.

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N Alejandro Fouquet

To no d e s il e nc io

las puertas que cierto día señalado se abrieron no volverán ya a lo mismo vida y milagros y la taza de té cuando los niños nunca más jugaron a ser adultos y sépase que los niños jamás preguntaron el por qué

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los ángeles aunque torpes para todo cuidado sin tabúes litúrgicos practican etéreo sexo con hombres honrados y con tahúres que la santísima trinidad protege cualquier divinidad puede hoy adquirirse por unos pocos crímenes carentes de intencionalidad maliciosa no volverán a abrirse ni a cerrarse ni a verse y por poco podrán adquirirse vida y milagros como para desternillarse uno de la risa se conceden más tazas de té o el día se perderá adiós hasta siempre difícil es la promesa dejadme no cumplirla oh mi recuerdo de las promesas y las puertas! ah las puertas!


Foto: Adriano Duarte

A

Se oye

se oye atravesar el camino de esmeraldas por el desconocido su lenguaje es un intruso en sus propias palabras y el navío que lleva en el corazón no sabe de las fragancias errabundas del olvido oh misterio de dientes luminosos!

la canción que tararea es un ovillo de mariposas subterráneas y sus sueños son del tamaño de una orquesta de pesadillas

mas él seguirá marchando como buen peregrino que no olvida oír lo que su necesidad no dice continuará el paso por su senda cristalina ignorando que el tiempo es un reloj que jamás marca la hora exacta del dolor

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Pablo Recalde Burón

El regreso del pasado, repeticiones o "Esta peli ya la vi..."

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LOS CHANGOS DE la Orden de los Nobles Corazones supieron desde temprano que el pasado nunca tiene nada nuevo por contar. Pero sabían también que no podrían resistirse a atenderlo de la forma más amable y ansiosa cada vez que tocara la puerta o saltara la medianera. El tiempo se encarga de robarnos todo y los muchachos de la orden, maes‐ tros en el agridulce arte de la añoranza, no podían ver más que una invitación a revancha cada vez que el pasado irrumpía en sus presentes, y aún a sabiendas de que la casa siempre gana, apostaban hasta las pelusas del bolsillo. Así intuían, esperanzados, reivindicaciones y consumaciones tardías pero oportunas cuando un amor de la adolescencia reaparecía en sus vidas. Imagina‐ ban luego finales a lo Casablanca cuando nuevamente se iba con otro. Pero no siempre se sentaban a esperar que al pasado se le diera por hacer‐ les una visita. Era conocido que no se resistían a tocar los timbres y correr hasta la esquina. A veces, en la cantina del Francés, cambiaban la cerveza negra por la chocolatada, o asistían a los actos escolares de impecable guardapolvo blanco y hasta insistían en representar a San Martín. Los Implantadores de Infortunios advirtieron en esta añoranza crónica una debilidad. Los sucesos futuros eran siempre anticipados por los changos de no‐ ble corazón, resultaba extraordinariamente difícil tomarlos por sorpresa. El Es‐ cribidor, Bal de Coplera, supo siempre que aquella muchacha de larguísimo cabello y carita de porcelana preferiría a ese rugbier que usaba lentes que en verdad no necesitaba. Efraín Toro vaticinó desde la segunda fecha del torneo que el Pueblo F.C no lo ganaría, el Francés advirtió que los cigarrillos aumen‐ tarían y Tomás Bagual, en una profética copla de la noche anterior cantó:


Foto: Adriano Duarte

Ö

“Mañana cuando me vaya Camino del cementerio Aunque vaya envuelto en oro No tendré para el regreso”

Como verán, el futuro no suponía para estos muchachos ningún misterio. Pero el regreso del pasado aún sin desconcertarlos, los ablandaba. Los agentes del Ministerio urdían para ellos desengaños disfrazados de recuerdos revividos, de amores renovados, de segundas oportunidades, perfumados de infancia y de pueblo. No sufrían por volver a perder un viejo amor, lo preferían a no vivir uno nuevo adivinando la imposibilidad de éste, quizás por el accionar de algún Galán Inoportuno. Se burlaban de estas tretas del destino, porque con la absoluta se‐ guridad de saberse perdedores eternos, no se lamentaban por la futura pérdida, sino que gozaban del momento, durase lo que durase. Jugaban a las bolillas con los chiretes del barrio, aún sabiendo que la puntería los había abandonado hace ya mucho, y se regocijaban raspándose las rodillas y heredándoles punteras le‐ gendarias. Vivían el presente tratando de volverlo una anécdota digna de ser re‐ cordada, o tal vez revivida mañana, y ansiando que el futuro no les fuera tan predecible, que el amor les deparara sorpresas y les resultara nuevamente un misterio. Creían que el regreso del pasado podría tratarse de un traspapelamiento en las oficinas del Ministerio de Planificación Cósmica, accidente que a veces pode‐ mos disfrutar, pues sabemos que en una organización tan eficiente como esta los errores no son frecuentes, o que quizás fuese una simple lección para recor‐ darnos por qué aquello estaba allá atrás, nosotros estamos acá, y lo siguiente allá adelante.

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Karen A. Pared

Duelo

K

Ö 12 12

Sólo quiero volver a sonreír sin tener que fingir. Reír a carcajadas. Pero estoy de duelo, me has quitado todo lo que me gustaba de mí. Te has llevado mis anhelos, mis sueños, mis gustos, mis tiempos. Llevándote mi alma en ese último beso. Solo quiero volver a sonreír. Ten piedad y devuélveme tan solo eso. Te obsequio el resto.

Tiro al blanco

Disparaste una y otra vez siempre acertando. Traté de olvidar. Cargaste y volviste a disparar. Ahora tu blanco sólo es hueco vacío. Mi corazón ya no está.


Foto: Adriano Duarte

Ö Lágrima de dragón

Como el sabor de un paraíso venenoso. Tierno y dulce... Tú eres tóxico. No conviertas una pequeña mariposa en un dragón. Porque todas las cosas son posibles con un poco de coraje e imaginación. Así que no trates de asombrarme con lágrimas, que para eso no estoy. Mira, es el sol, ya no hay tempestades. Tu mentira se acabó.

Te dejaré

Te dejare de amar el día que un pintor pinte el sonido de una lágrima al caer. Ese sonido se pintó. Y así fue como murió ese amor. Porque el siempre es hoy. Y las promesas muy raras veces son ciertas. Porque el amor de hoy dura lo que una penetración. Y las lágrimas no tienen sentido, hoy, ya no. Porque los besos se venden. Y el alma ya no está. Te dejaré de amar... ya es posible.

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Celeste Morel

La noche en las cortinas

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VOLVÍA DEL TRABAJO, como todas las noches, pero hoy había sido un día fatal. Ser docente de un grupo de buitres altera el ánimo tranquilo en el que uno in‐ tenta vivir. Miré en el espejo la palidez demacradade mi rostro. Todo el esfuerzo de atender a adolescentes salvajes, me agotó ese viernes y comencé a creer que mi madre había tenido razón: tantoesfuerzoparaterminarasí. En fin, me di una ducha. Moría de sueño. El frío abismal hizo que mis pies se congelaran. Mi esposo siempre durmió como si de noche su alma no estuviera en su cuerpo. Nada lo despertaba, ni aunque le estuviera rasgando la espalda en un mal sueño.

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Preparé mi lado de la cama, levanté la cobija y arreglé la sábana. Mientras lo hacía, sentí que mi espalda se erizaba. La cortina estaba abierta y dejaba en‐ trar el aire chirriante de la ventana. Pero ¿era posible que este hombre durmiera así? Recosté mi cabeza sobre la almohada, no me di cuenta si me había dormi‐ do. Nunca tuve el sueño pesado, porque realmente la noche me asusta. Me po‐ ne intranquila. Aunque ese viernes pareció ser la excepción. Desperté a la madrugada, pareció que dormí de un tirón. Realmente no lo sé, pero me desperté perdida. La luz del velador estaba apagada, la televisión también. Solo daba el reflejo de la luz de la ventana. Manoteé la cobija para acomodarme y volver a dormir, pero no la encontraba y dije: Negro, pará. No podés vivir llevando todo de tu lado. Dije pero... no estaba mi esposo, no estaban las cosas del cuarto. Solo la televisión, la mesita con el velador, y en la ventana lascortinas. El viento movía las hojas y creo que era el único sonido perturbador de la noche. Me espantó. Yo oía. Era muy nítido, ¿saben? casi como si lo estuviera viendo. Me froté los ojos, y tomé impulso para levantarme. Mis piernas estaban tan congeladas que se me entumecieron otra vez. ¿Qué sucedió? Yo sé que us‐


Fo t o : Lu na Or i ana Ozu na Ve r ó n

A

tedes me veían. ¡Dónde ir!, ¡dónde ir! Toqué las paredes tan frías, tan reales. Desesperación, desesperación, desesperación. ¿Estaba en mi cuarto? Sola, definitivamente sola y encerrada. Me había dado cuenta que también no estaba la puerta. Pero yo estaba en la cama, sentada y respiraba fuerte muy fuerte y tenía la garganta destrozada, asfixiada y pensé en la ventana. ¡Sí!, cómo no lo pensé antes. En‐ tonces volví al otro lado de la cama siguiendo la pobre luz. Tomé las cortinas precipitadamente, y mientras las corría pensaba que al abrir esa ventana, por fin podría escapar. Cuando las corrí, me habían atrapado. Sentí una fuerte pre‐ sión en las muñecas, ¡habían tomado vida!. ¡Cortinas malditas!, grité. Y parecían escucharme porque me tiraban de un lado a otro. Las piernas entumecidas, en ese momento se me aflojaron. ¡¿Qué es esto?!, gritaba una y otra vez. Me envolvieron y no encontraba aire, no podía liberarme porque estaba allí tan atrapada, que ya no sentía nada. Sudaba y for‐ zaba los brazos hasta al cansancio. ¡Suéltenme malditas, suéltenme!, les gritaba con el poco aire que me quedaba. Y me desplome allí dentro. Parecía un capu‐ llo. A la mañana desperté, en la cama. Las cosas estaban, la puerta estaba, mi esposo estaba. Incluso la cobija me arropaba. Pero al alzar mis brazos, lo que también estaban eran las marcas en mis muñecas.

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Daniel D. González

N

Quedarme toda la noche mirando el baile de los árboles. Podría estar la noche en babia mirando cómo se mecen los jardines nocturnos que en la oscuridad cambian de forma, se tuercen sus ramas a la luz de segundas lunas y desde el lugar correcto una voz grave como sal de mares extinguidos debería hablarte de algún tiempo.

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Hubo un mediodía de voces cálidas y ahora mientras vemos el jardín nocturno nos queda evocar su arco voltaico (es que en los ojos queda soldado un sol perpendicular ese que cuece las paredes de las casas e incendia los parques nacionales) o quizá invocar al fuego, jugar a las escondidas en el jardín extraño, a la mancha, dejar las brasas prendidas y que una tarde borracha de cipreses y cártamos el calor prenda una rama. Un eco de marco… polo... marco… polo… como mi canción que voló lejos sobre el mar, como una estrofa perdida audible aún entre gimnasios abandonados: Ayer que fui serpiente bajo un cielo borracho y tibio esperaba el final y hoy que soy la muerte sobre esta roca pesada y fría ya no sueño el final.

* * *


Foto: Adriano Duarte

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Tipitos por Daniel D. González


G

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Con los codos clavados en el mantel plástico, fumando en el balcón, entre lámparas de sodio perdiendo todo el tiempo que sea capaz de perder bajo el tintinar de cascarudos; no importa: esta noche necesito nombrarlos, nombrarlos y escuchar la voz de los muertos: eco en los caracoles de los pozos de ascensor, braza estigma viva en la muñeca, oscilación amable en la copa de árboles nocturnos. Codos clavados en el pozo de ascensor, eco caracol de los alerces nocturnos, manteles achicharrados entre brasa viva; oscilación de sodio. Tiempo estigma de las fosas de Ascensión: cifraré el lenguaje amable de los cascarudos.


Foto: Adriano Duarte

Jul iá n Ro dr ig o

A La verdadera identidad de quien oculta un cómic

EN EL SEPULCRAL silencio que antecede al alba, dos administrati‐ vos públicos se estrechan las diestras. Luciendo camisa, corbata y pantalón, ansían concretar una turbia transacción. Uno de ellos carga una discreta bolsa con la inscripción Librería Médica Panamericana, la cual contiene ya no un ladrillo sino un blo‐ que de casi 6 Kg. ¿Cocaína?, ¿Efedrina?, ¿Barras de Mantecol? Nada de eso. HISTORIETAS, señoras y señores. Sí. Historietas. No se dejen engañar por ningún disfraz. Estos individuos operan con total impunidad. En ese limbo entre sueño y vigilia, en esa estrecha franja horaria en que los serenos abandonan sus puestos y los comerciantes llegan para tomar el con‐ trol, en esos puntos ciegos que las cámaras de seguridad no llegan a contemplar, allí están. Tales traficantes están entre nosotros, ocul‐ tos bajo identidades que han introducido en la sociedad de la mane‐ ra más convincente, teniendo así una cortina de humo que les permite seguir con este negocio de manera permanente. Damas y caballeros, cuiden la cartera, cuiden la billetera. Pues esta especie tiende a la proliferación.

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M a r ía Fl o r e n cia L o n de r o Ca pe l o Fo t o : Lu na Or i ana Ozu na Ve r ó n

No ser yo

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TAMPOCO SÉ QUÉ es lo que estoy buscando, si lo que me falta es algo que me han sacado o algo que en realidad jamás he tenido. A veces tengo la

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sensación de que estoy persiguiendo un monstruo y como escuché una vez… cuando persigues monstruos, ten cuidado de no convertirte en uno. Por el momento parece ser así, cada vez se hace más monstruoso lo evidente: que soy ese tipo de persona que no quisieras cruzar en tu vida, precisamente esa que no tiene nada que perder. Hace un tiempo tenía algo que perder y era a mí misma. Hoy ya estoy perdida. Es increíble cómo en mis recuerdos aparece una persona que no soy. O quizás lo sea y esto es lo No Yo. Aún no lo decido. Pero sí está claro que esa persona me resulta tan extrañamente repulsiva: puedo ver a la distancia cómo sus decisiones nos llevaron a la ruina. Y vuelvo a recordar, veo lo que hace y le grito que no lo haga, que será lo peor que haya hecho en su vida y, sin embargo, lo hace de nuevo. Abro los ojos y soy yo de nuevo, yo y la impotencia de ser lo que tuve que ser por sus decisiones. Es realmente extraño ser yo, caminando entre tanta gente y algo dentro de mí –una figura grotesca, desconfiada– mira para todos lados y me susurra que ellos son peligrosos. Esa figura me lleva tan lejos, a su propio mundo oscuro, que prácticamente no soy consciente de que hay personas a mi alrededor y de que la soledad es inmensa a mi lado. Camino en una multitud como caminaría el ultimo sobreviviente del Apocalipsis: preguntándose dónde están todos y por qué todo está tan desolado. No es así, sé que el mundo no es así, pero yo sólo veo al mundo que traigo conmigo, nunca pude quitármelo de los ojos.


Fito Paniagua Foto: Esteban Daniel

Palabras

A

EN EL FILME La intérprete (2005), de Sydney Pollack, Silvia Broone (Nicole Kid‐ man) recuerda que a su hermano Simon (Hugo Speer) le gustaba anotar en un bloc palabras que a él le resultaban “interesantes”. Había en ese cuaderno una lista 739 vocablos, como chuchería, hipotenusa, inconexo. Desde 2009, con motivo del Día del Español, el Instituto Cervantes puso en marcha una votación en Internet de la palabra favorita en español. El vocablo ele‐ gido ese año fue uno de origen rioplatense: malevo. Le siguieron chapuza y albri‐ cias. Unos 73.000 usuarios de 123 países visitaron la página eldiae.es y configuraron un diccionario de palabras favoritas con 3.800 entradas. En 2010, arrebañar, gamusino y cachivache encabezaron la lista de palabras fa‐ voritas del español. En 2011, la más votada por los internautas fue Querétaro, pro‐ puesta por el actor mexicano Gael García Bernal. Es el nombre de un estado de México, cuya capital es Santiago de Querétaro. Víctor Carbajo, compositor y pianista español, colecciona palabras. En su web personal hay una lista con varios miles de palabras con características peculiares, que Carbajo bautizó como Palabrario español. Contiene palabras que pueden escribirse solo con las siglas de sus letras, como bebé, cadete o pelete, que serían bb, kdt y plt, y otras en las que destaca una gran acumulación de consonantes o vocales similares, como amamantamiento, totalita‐ rista, anagramática o colonoscopio. Combinando los vocablos incluidos en esta lista, que también contiene ana‐ gramas, ortogramas, palabras en las que no se repite ni una sola letra o las más lar‐ gas recogidas en el Diccionario, el autor elaboró varias listas de palíndromos, es decir, palabras que pueden leerse igual de izquierda a derecha y de derecha a iz‐ quierda. Con la intención de evitar que desaparezcan, en Yorokobu, web ganadora del Premio Especial del Jurado en los Bitácoras 2011, hay una lista con 16 vocablos ex‐

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G

traídos del libro Palabras moribundas, escrito por Pilar G. Mouton y Álex Grijelmo. Algunas de ellas son: archiperres, aviador, dandi, descocado, ganapán, lechería, par‐ vulito. ¿Y cuál es la palabra más larga del castellano? Aunque existen numerosas for‐ mas compuestas que la superan, electroencefalografista es el vocablo más extenso de todos los incluidos en el Diccionario de la Real Academia Española, con 23 le‐ tras. Pero si de preferir se trata, anotaremos aquí dos palabras “interesantes”, como lo hacía el hermano de Silvia Broone en el filme de Pollack. Ellas son: • arrebujar, que es cubrir bien y envolver con la ropa de la cama, arrimándola al cuerpo, o con alguna prenda de vestir de bastante amplitud, como una capa, un mantón, etc. (hay otras dos acepciones, pero preferimos esta). • exangüe: 1. adj. Desangrado, falto de sangre. 2. adj. Sin ninguna fuerza, ani‐

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quilado. 3. adj. muerto (que ha perdido la vida). Y el final, dedicado al poeta Juan Gelman. Él supo, como dice Vicente Battista, encontrarles el sentido oculto a ciertas palabras, alumbrarlas de otro modo:

Los soles solan y los mares maran los farmacéuticos especifican dictan bellas recetas para el pasmo se desayunan en su gran centímetro a mí me toca gelmanear hemos perdido el miedo al gran caballo nos acontecen hachas sucesivas y se amanece siempre en los testículos

hijos que comen por mis hígados y su desgracia y gracia es no ser ciegos la gran madre caballa el gran padre caballo el mundo es un caballo a gelmanear a gelmanear les digo a conocer a los más bellos los que vencieron con su gran derrota.

no poca cosa es que ello suceda vista la malbaraja del amor estos días los mazos de catástrofes las deudas amados sean los que odian (Héroes, en Los poemas de Sidney West, 1968).


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Tipitos por Daniel D. González


N i c o l á s T o l e d o

N Una oferta que no podrá rechazar

1988

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LO QUE MÁS RECUERDO, lo que me hizo enamorarme fueron los zapatos de Luca Brasi, una bestia de casi dos metros que avanzaba por un pasillo a su muerte, con el único sonido de fondo del cuero de sus hermosos zapatos rechinando y el taco‐ neo rítmico de las suelas sobre un piso de brillo imposible. El chaleco antibalas que Luca siempre llevaba bajo la ropa no le serviría de nada, y yo estaba a punto de en‐ terarme por qué: Sollozzo y Tattaglia lo ahorcarían para mandar un mensaje a los Corleone. El mensaje era un pescado envuelto en papeles de diario. Luca Brasi dormía con los peces. El Padrino se estrenó en 1972. Yo la vi en 1988, a los 13 años, cuando el Canal 13 de Corrientes no era todavía la repetidora de contenido exclusivo de Telefé. Para mí, la película estuvo precedida por la leyenda. Leí mucho sobre ella, sobre las anécdotas del rodaje, sobre Brando, en revistas de espectáculos ochentosas del ti‐ po Flash o Siete Días, o en TV Guía heredadas de mi vieja. En una de esas notas se contaba que, mientras hacía Un tranvía llamado De‐ seo en teatro, Brando, que interpretaba a Stanley Kowalski, recibía al final de la función, en su camarín, papeles con direcciones que les dejaban mujeres, y que to‐ das las noches elegía una para visitar. También, que sus únicos gastos por aquellos días eran remeras blancas, cigarrillos y zapatillas. Mi viejo estaba conmigo, frente a la tele, y yo tenía la certeza de estar com‐ partiendo un momento de transición, que estaba creando un código común en el mundo de los hombres. Era el comienzo del fin de Alfonsín, que estaba aprendien‐ do que con la democracia pero sin arrodillarse ante los sectores de poder que apo‐ yaron a la dictadura en este país no se comía, ni se curaba ni se educaba. Aquella vez me pareció una película oscura, que me gustaba sin una razón concreta. Me gustaba. Me gustó. Mucho.


Foto: Adriano Duarte

1996

A

VIDEOS, EN AQUELLA época se llamaban videos, se colocaban en unos aparatos llamados videocaseteras y se alquilaban en videoclubes. Ni mi amigo ni yo tenía‐ mos videocasetera, así que nosotros pagamos el alquiler de la película a un amigo con una para poder verla en su casa. Ahí ya me empapé más en los detalles, la ca‐ beza de caballo en la cama de Jack Woltz, se me fueron pegando frases (le haré una oferta que no podrá rechazar), la relación de don Vito con los otros dones. Todavía, con 21, me gustaba la parte más sanguínea, más violenta de la historia, por eso mi personaje favorito era Santino, el hijo mayor de don Vito, un James Caan peludo que destrozaba a su cuñado con la tapa de un tacho de basura y terminaba destro‐ zado a tiros en una cabina de peaje (¿una predicción temprana de la concesión de las rutas en manos de Hugo Moyano?). Conocía la segunda parte, con De Niro como un joven Vito Andolini, me gustó, pero El Padrino, la primera, era El Padrino y punto.

2001

ERA NOVIEMBRE, TENÍA la peor infección de mi vida en la garganta y (por supuesto esto no lo sabía) estaba todo a punto de irse a la mierda. Pero un dólar valía un pe‐ so, y en Carrefour encontré Canciones que me enseñó mi madre, la autobiografía de Brando, a 2,99 dólares/pesos. Allí contaba que cuando estaba filmando El Padrino, un par de muchachos de la mafia fue a visitarlo al set, porque estaban preocupados por el tono que le daría la película a la gente de su ramo. Uno de ellos era bizco, y Brando no podía dejar de mirarlo. Se fueron tranquilos. Les prometió que la pelí‐ cula sería respetuosa. Ya era un fanático enfermo de Brando y vi y leí todo lo que cayó en mis ma‐ nos pero, sin dudas, El Padrino era mi Biblia, era las tablas de la ley. Esa fue mi Épo‐ ca de Tom Hagen, lo admiraba por su discreción, por su capacidad de negociador, por su inteligencia sin ostentación. El descuido es para las mujeres y los niños, le

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El Padrino por Esteban Daniel


R

decía un Vito anciano a su hijo Michael, en el jardín, y un mes después, en diciem‐ bre, el/la descuido/estupidez/especulación/estafa del gobierno de De la Rúa deto‐ naba la mayor crisis de la que tengo memoria, pero que gracias a la nostalgia y al mejor equipo de los últimos cincuenta años está en vías de reproducirse.

2010

PARA MI CUMPLEAÑOS, UN tatuaje. ¿Cuál? Claro. Sería Vito Corleone, la mandíbula icónica, la frente amplia, el contrapicado obra de Gordon Willis, la solapa del smo‐ king. El smoking del casamiento de su hija Connie, cuando le dice a Bonasera: ...en cambio vienes a mi casa el día de la boda de mi hija a pedirme que mate por dinero. Bonasera el funebrero, que a cambio del favor de don Vito deberá arreglar el cadá‐ ver acribillado de Santino, Sonny, vendido por su cuñado. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que vi hasta ese año El Padrino, pero de algo llevaba estadísticas: de las que la vi con mi hija. Tres, entonces. Creo que ella leyó la biografía de Brando por aquella época. Fueron buenos días. El país no era una olla de gusanos y se podía pensar en cosas tan necesariamente superfluas como en películas y libros, y a mi hija le entregaron una computadora en la escue‐ la. Un país así era una oferta que no podíamos rechazar, maldición. Y cada vez detestaba un poco más la pusilanimidad de Fredo. * * * HACE UN RATO largo ya que Michael cerró la puerta para que su esposa no se en‐ trometiera en sus negocios. Luca Brasi será menos que huesos en el fondo del río. Johnny Fontane seguro revivió su carrera con su papel en la película de Jack Woltz, “convencido” por su padrino. Carlo Rizzi, Tattaglia, el capitán Mc Cluskey, muertos, todos muertos, igual que Sonny y Fredo. Michael es un don blanqueado para los tiempos que corren, pero un don al fin, con códigos sagrados. La música de Nino Rota es un símbolo tan reconocible como la cruz del titiritero manejando las letras del título y los tres cuartos de perfil de Brando y sus carrillos hinchados. Empiezo a adherir a varias de las frases del don Corleone viejo que le traspa‐ sa sabiduría a su hijo en el jardín, en el crepúsculo de su vida.

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Adriano Duarte

Sobre la traducción de Daddy

Ö

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SYLVIA PLATH (1932 ‐ 1963) es una de las poetas más sensitivas del siglo XX. Su voz re‐ suena en nuestros días como un grito de rabia, un llamado de auxilio, una declaración de protesta. Vivió en una época en la que la palabra de la mujer se legitimaba sólo mediante la presencia de un hombre: Sylvia no era Sylvia sino la Señora de Hughes. Sin embargo, ella se rebeló contra este mandato y compuso una obra en la que no sólo expresó su rebeldía, sino que también testimonió las alegrías y las derrotas que implicaban esa lucha cotidiana: su vida familiar, el recuerdo de su padre ausente, sus pequeñas conquistas, sus largas de‐ presiones. En este sentido, Daddy constituye quizá uno de los ejemplos más cabales de su arte. Es un poema visceral en su expresión pero, al mismo tiempo, es sistemático en su ejecución. Su estructura disimula (con un oficio admirable) un mecanismo de relojería. Cuando uno oye a Sylvia recitar este poema, no sólo capta una musicalidad única, sino también un rit‐ mo original: suena como los balbuceos (entre desesperados, furiosos y melancólicos) de una nenita que imita el modo de hablar de su padre, un profesor de voz imponente, que pronuncia el inglés con un fuerte acento alemán. La musicalidad es uno de los elementos que de entrada se presenta como desafío para la traducción. En efecto, el inglés y el alemán tienden a acentuar las consonantes mucho más que el castellano. Si a este detalle se le suma no sólo la adopción de palabras y de neo‐ logismos en alemán, sino también la maestría que Sylvia demuestra al manejar la eco‐ nomía sintáctica y fonética del inglés, Daddy se transforma en un reto que bordea lo imposible. Sin embargo, como traductor literario, uno gusta de acometer esta clase de duelos. Peor aún si profesa una admiración incondicional por la artista que va a traducir. En este sentido, comparto la idea de la traductora canadiense Madeleine Stratford acerca de que la traducción literaria es una forma del arte: así como el intérprete de un instrumento ejecuta la partitura de un compositor, así también el traductor literario interpreta y reescribe la obra de un autor. La traducción perfecta no existe porque, sencillamente, no existe una lectura única, absoluta y perfecta de una obra. Ni siquiera en el idioma original. Si no me creen, ahí tienen a Borges: escribe el Pierre Menard que escribe El Quijote. Y aún cuando la obra de Cervantes y la obra de Menard son idénticas, la crítica acaba por encomiar el texto de este último. Papito, en cierto sentido, me hizo sentir un poco como Pierre Menard. Aunque por mi parte no espero halagos, sino todo lo contrario: guardo la humilde esperanza de que Sylvia Plath se haya hecho presente en la traducción.


Foto: Adriano Duarte

Daddy

You do not do, you do not do Any more, black shoe In which I have lived like a foot For thirty years, poor and white, Barely daring to breathe or Achoo.

Papito

No más tú, no más tú, Ya no más, zapato oscuro, Donde viví como un pie Treinta años, blanca, pura, Sin respirar, sin soltar ni un achús.

K Daddy, I have had to kill you. You died before I had time—— Marble‐heavy, a bag full of God, Ghastly statue with one gray toe

Papito, tuve que matarte Sin darme tiempo, te moriste… Marmóreo, grave, valija llena de Dios, Cadavérica estatua, un dedo del pie gris,

Big as a Frisco seal

Gordo como un lobo marino de Frisco

And a head in the freakish Atlantic Where it pours bean green over blue In the waters off beautiful Nauset. I used to pray to recover you. Ach, du.

Y la cabeza en el Atlántico voluble Donde vierte el verde arveja en el azul, Aguas más allá de la bella Nauset. Solía orar para recuperarte. Ach, du.

In the German tongue, in the Polish town Scraped flat by the roller Of wars, wars, wars. But the name of the town is common. My Polack friend

En la lengua alemana, en el poblado polaco, Reducido a escombros por la aplanadora De la guerras, las guerras, las guerras. Aunque el nombre del poblado es ordinario. El polaquito que es amigo mío

Says there are a dozen or two. So I never could tell where you Put your foot, your root, I never could talk to you. The tongue stuck in my jaw.

Dice que son como una docena o dos. Por lo cual nunca supe decir dónde tú Plantaste el pie, donde tú echaste raíz, Por lo cual nunca te pude dirigir la palabra La lengua trabada en la quijada.

Metele, que están cerrando

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Sylvia po r Lu na Or i ana Ozu na Ve r ó n


Foto: Adriano Duarte

Trabada en la alambrada de alambres de púa. Ich, ich, ich, ich, Ni siquiera podía pronunciar palabra. Creía que todos los alemanes eran tú. Y ese idioma obsceno

An engine, an engine Chuffing me off like a Jew. A Jew to Dachau, Auschwitz, Belsen. I began to talk like a Jew. I think I may well be a Jew.

Una máquina, una máquina Machacándome como a una judía En Dachau, Auschwitz, Belsen, como a una judía. Comencé a hablar como una judía Creo que probablemente sea una judía.

The snows of the Tyrol, the clear beer [of Vienna Are not very pure or true. With my gipsy ancestress [and my weird luck And my Taroc pack and my Taroc pack I may be a bit of a Jew.

Las nieves de Tirol, la prístina cerveza [de Viena No son tan puras ni tan verdaderas. Con mis ancestros gitanos, [con mi suerte peregrina, Con mi baraja de Tarot, mi baraja de Tarot, Tengo a lo mejor un poquito de judía.

I have always been scared of you, With your Luftwaffe, your gobbledygoo. And your neat mustache And your Aryan eye, bright blue. Panzer‐man, panzer‐man, O You——

Mi miedo siempre fuiste tú, Con tu Luftwaffe, con tu blablebliblú. Con tu bigote minucioso Y tus ojos arios, de brillante azul. Señor Panzer, Señor Panzer, oh, Tú…

Not God but a swastika So black no sky could squeak through. Every woman adores a Fascist, The boot in the face, the brute Brute heart of a brute like you.

No Dios sino una esvástica Más negra que un cielo opaco. Las mujeres adoran a los Fascistas, La cara bajo la bota, el bruto Bruto corazón de un bruto como tú.

You stand at the blackboard, daddy, In the picture I have of you, A cleft in your chin instead of your foot But no less a devil for that, no not Any less the black man who

Papito, te plantas frente al pizarrón En la imagen que de ti me hago, La hendidura en la barbilla, no en tus pies, Pero no por eso, no, no, eres menos un diablo, No eres menos el hombre negro que

Ö

It stuck in a barb wire snare. Ich, ich, ich, ich, I could hardly speak. I thought every German was you. And the language obscene

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R

Foto: Adriano Duarte

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Bit my pretty red heart in two. I was ten when they buried you. At twenty I tried to die And get back, back, back to you. I thought even the bones would do.

Mordió en dos mi corazón rojo y espléndido. Tenía diez cuando te enterraron. A los veinte procuré morirme Para estar contigo de nuevo, de nuevo, de nuevo. Creí que estaría contigo hasta los huesos

But they pulled me out of the sack, And they stuck me together with glue. And then I knew what to do. I made a model of you, A man in black with a Meinkampf look

Pero me arrancaron de la valija Y con engrudo me juntaron más o menos. Ahí comprendí cómo tenía que actuar. Confeccioné un modelo con tu estampa, Un hombre de negro con pinta de Meinkampf

And a love of the rack and the screw. And I said I do, I do. So daddy, I’m finally through. The black telephone’s off at the root, The voices just can’t worm through.

Y un fervor por el potro y por el cepo. Luego dije, acepto, acepto. Así que al fin, papito, ya estoy harta. Cortado de raíz yace el teléfono negro, Las voces del otro lado se agusanan.

If I’ve killed one man, [I’ve killed two—— The vampire who said he was you And drank my blood for a year, Seven years, if you want to know. Daddy, you can lie back now.

Si he matado a un hombre, [pues a dos he matado… El que me dijo que era tú, ese vampiro, El que bebió mi sangre durante un año, Y si te interesa saber más, fueron siete años. Papito, ya te puedes tumbar tranquilo.

There’s a stake in your fat black heart

En tu corazón negro y carnoso hay una estaca

And the villagers never liked you. They are dancing and stamping on you. They always knew [it was you. Daddy, daddy, you bastard, I’m through.

Los que vivían en esta aldea no te estimaban Ahora todos ellos encima de ti zapatean y bailan. Siempre supieron [que era de ti de quien se trataba. Papito, papito, tú, bastardo, ya estoy harta.


Foto: Adriano Duarte

Esteban Daniel

A Lecho

Manos y dedos recorren las curvas amarran cabellos pintan óleos en las espaldas tamborilean con latidos. Bocas y dientes labios y saliva. Tibios y húmedos unos cuerpos se acoplan se mueven

se agitan. En el centro las piernas se separan y la sangre se conecta. Explosiones, supernovas risas, sonrisas, gritos jadeos. Y unidos, tanto como uno solo en la perfección imperfecta de esta humanidad inabarcable mojada, universal, maravillosa.

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Foto: Esteban Daniel

Despedida

N

HACÍA CALOR EN la Atlántida. En una esquina donde se cruzaba un Prócer con una provincia, nos dimos el último abrazo, el último beso. Unas cadenas, unos conos amarillos y negro, la fachada roja y blanca, unas vi‐ drieras chillonas, unos autos que viciosos fumaban la tarde. Prometiste que nos veríamos luego; pero yo sabía (sí que sabía) que ese sería el Aqueronte, el insuperable, del que Borges sólo comprendió tarde en su despedi‐ da con Delia. Y nos fuimos, opuestos en camino real y simbólico. Te volví a llamar, porque eso es lo que hago, pero la evasiva fue contundente. Anoche el insomnio me visitó con unas tazas de té y me exigió que tomara la

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hoja, que tomara el lápiz. Que escribiera. Que si no, todo se muere y todo se olvi‐ da. Que al menos queda la obra. Y ahora, ¿qué sé yo si la obra importa? ¿Si el ser es más que la obra? ¿Qué sé yo de estos corazones que se rompen entre llantos del río y amaneceres sin sueño? Todo lo que puedo desear es un olvido digno. Pero sólo como ejercicio de la poesía y de la melancolía. Pues no hay dignidad en el olvido. Ni tampoco en perder los cuerpos por estar mirando la calle, que cruza en tráfico arrogante y sinsentido.

Petrarca

HAY UN MILAGRO que se resuelve en sí mismo. No existe, sobre el planeta, prodi‐ gio que lo iguale. Es que la belleza de la mujer no necesita explicación ni refuta‐ ción. En ese conjuro se encuentra lo venerable, lo maravilloso, la imperfecta perfección. Y de este lado, nosotros (la posible mitad), inventamos universos, desfacemos entuertos, cantamos milongas, ejercitamos la palabra y los músculos. Todo, acaso, sólo para merecer un guiño de ese brillo. Para encontrar una mínima justificación y sentido a cada acción que se desvanece al capitular de la noche. Mi Imperio por un beso. Mi imperio por una caricia. Mi imperio por ese mila‐ gro. Un milagro que sucede a cada momento, un milagro con curvas de Mujer.


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Extraño por Pablo Sánchez


Foto: Esteban Daniel

Felipe Marangoni

Monografía sobre el Origen (Prolegómenos)

G

Material aportado por el Cuco, en base a anotaciones de Gregorius Titus. (Publicado bajo firma y responsabilidad de Felipe Marangoni)

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CASI AL CIERRE de la presente edición de la Ragnarök, con el editor afilando espadas y prometiendo decapitaciones en masa, lo vimos entrar a Felipe Marangoni, como quien vuelve de un parque de diversiones. Tal su costumbre, saludó apenas y se acomodó en su PC, sombrío, enajenado, pensando en fusiles perdidos. Consultado sobre el material que hace un mes nos debía haber presentado, el tipo ni nos miró. Se escudó en su correo de admiradoras fallidas, en sus raíces correntinas y en sus siestas por dormir. —No tengo nada— soltó casi en secretos. Las luces del monitor le alargaban la cara de desaliento. La silla renga de una pata lo encorvaba menos el cuerpo que su alma tan retorcida. Algo irritante, en verdad. Tratando de no perder la calma, para no mandarlo a freír truchas, le preguntamos so‐ bre su legendaria libreta, aquella famosa por guardar anotaciones de todo Tiempo–Lu‐ gar. Algo debe haber ahí, le dijimos. —Y bueno, si quieren, miren qué onda —nos respondió, la sacó de algún hueco y nos la tiró a las manos, con precisión de basquetbolista, mientras se concentraba en un capí‐ tulo ya emitido de Breaking Bad—. Aunque todos dicen que no tiene un texto que valga la pena —aún tuvo la decencia de advertir. Sabiendo de esta verdad, pero necesitando rellenar su espacio reservado y aún en blanco, nos amuchamos y hurgamos en ella, por hacer algo, aunque fuese con fastidio, sin esperanzas. Así, nos topamos con este extenso trabajo que, conociendo a Felipe, supimos nos ser‐viría para cubrir éste y vaya uno a saber cuántos huecos futuros. Si bien el texto es in‐ cierto en cuanto autor y contenido, era mejor que nada. Siguiendo esa certidumbre, lo‐ gramos convencer a nuestro enervado editor que estos apuntes tienen acaso el valor empírico de mencionar al Pabellón, al Tanque Múltiple, al Bazar y sobre todo al Cuco, la criatura más mentada y menos vista de esta Corrientes Porá, y con quien nuestro escri‐ tor —especie de hombre araña— sostiene una sórdida amistad. Con todo esto, no nos es para nada difícil afirmar —y con razón—que esta esclarece‐ dora monografía no es sino un rotundo plagio de puño y letra del perdido Cuaderno de Notas, del afamado historiador y profesional multifunción Gregorius Titus, como puede apreciarse sin esfuerzo desde el comienzo mismo del opúsculo, de modo que cualquier


mérito o hallazgo sobre lo aquí expuesto, favor de atribuírsele a aquel caro polifuncional. He aquí el aporte que supimos conseguir.

De la libreta de Felipe Marangoni 29 de noviembre.

A

Hoy me encontré con el Cuco. Entusiasmado —según me confesó— por la convocatoria de nuestra revista en Face‐ book (https://www.facebook.com/revistaragnarok/ —en la que se exhorta a los milenia‐ nos a contar historias del barrio de las 1000—), el lóbrego espectro me abordó en el Puertito, mientras yo esperaba por el siempre esquivo 103. —Haceme la gauchada, vos que tenés influencias sobre esos cosos—, me pidió. Sin mediar confirmación alguna de mi parte, me entregó en mano una serie de papeles de descarte, de ésos usados de un solo lado y que sirven como anotadores de reciclaje: Boletos antiguos, tickets de supermercados, servilletas con manchas de pizza o empanada, hojas de block con huellas de zapatos (que alumnos cabezudos y secundarios arrojan como forma de festejar un fin de ciclo, aún lo deban recursar), todos papiros que le sirvieron para redactar su historia, que se origina en los comienzos de su estirpe, del Tanque, del Bazar, del barrio entero.. —No pude negarme —les confesé a Bandino y al Dr. Guignol, que me miraban entre azorados y suspicaces—. A estas alturas, el Cuco es un amigo, como esos del barrio, a quien es mejor tenerlos siempre de nuestro lado. —¿Qué cornos hacemos? —nos preguntamos los tres—. ¿Publicamos esta sarta propia de un espantajo? —Yo creo que sí —dijo Bandino, tras larga meditación—. Ese tipo, ya saben.. Es ca‐ paz de filtrarnos el material hasta de la número 6. —Bueno, lo hacemos, pero por partes —sentenció el Doctor—. Traducir este papele‐ río nos va a llevar un toco, y tal vez más. Entonces, pusimos manos a la obra. Desde un rincón de sombras, sospechamos que el Cuco nos observaba y sonreía, satisfecho de ser al fin aceptado como miembro activo de la Ragnarök. Transcribimos entonces, lo que, aún a regañadientes, pudimos entender o interpretar. Pero vayamos por partes, como dijo un tal Jack, y no el de los chocolatines. Veamos la primera.. Continuará en el próximo número...

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Foto: Esteban Daniel

Vicente Pérez Costilla

R

Mazazo de golpistas

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Hay botas que patean tus puertas a las tres de la mañana se te enfría el capuchino y te rompen la Rolling Stone en serpentinas. Suena el clarinete estridente del World Trade Center (muy estridente) baja el pulgar el César de turno con gracia circense (muy estridente). Se estrena la última de Tarantino hacen cola en los bancos para comprarse una tortura ayer escuchamos las bocinas de la usina eléctrica alguien quiere ser el nuevo rey. Mazazo de golpeadores hechos de sangre y divas divisas antipatía de mi ideal prisión para los humanistas. Duende de jardín en babilonia masacrados por pibes hambrientos te matan por los cobres por las ganas de matar por la burla del payaso roba tronos.


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A d r i án, La Vi ci os a r nr 201 6 p o r Ya m Q i u


A Marcelo López Marán

Del sueño de Constanza

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EL SUEÑO TIENE eso de saltear etapas y razones. Por eso estabas ahí, en esa casa ajena a nosotras, esa casa que era también salón de agasajos y desfiles y taller de diseño y comedor. Sentada en mi larga espera, te intuí de pronto a mi lado. Voltear mi cara significó la entrañable sorpresa de tus ojos, de tu boca, de tu luz de mujer soñada. Así era el sueño y el sueño no necesita pormenores. Al instante, tu mano serpenteó con la mía, bajo la mesa se anudaron sus huellas digitales y nuestras mejillas ardían por el contacto, por la cercanía, por los nervios de la excitación. Ahí estabas vos, pegada a mí, soñando conmigo y juntas. Yo no sabía qué hacer, qué decir; pero te hacía, te decía lo que fuera para que no te alejaras nunca, como nun‐ ca estuviste cerca, tan cerca de mí. Entonces te pusiste en pie, en marcha, y me pediste Vení conmigo. El sueño te ahorra excusas y preliminares. Pasando a otro lado del salón, ya ibas desnuda y su‐ giriendo una inocencia, esa falsa inocencia tuya de No me vayas a tocar, por favor. Obvio, lo hice Natalí, me agarré con soberbia a esas curvas y frutos tan deseables como ofrecidos por vos, por tu condición de hembra para desear, para ofrecer. La codicia me apuró a acorralarte contra otra mesa y tumbado sobre vos me sentí pi‐ rata y arqueóloga de este sueño que te recorría mediante mi boca en tus labios de boca, de entrepierna, este sueño que te oía gemir entregada, a mí, a quien nunca antes ni después te ibas a entregar. Y para qué si ya eras mía, mía como nunca más. Y el sueño construye actos como estos de inolvidables, esto de final. De pronto ya no estabas y en boca de testigos supe que hice mal en dudar. Tendrías que ha‐ berla seguido —me reproché—, tendría que no haberte dejado ir. Pero vos te fuis‐ te, Natalí. Te perdí en alguna otra mesa de otra discusión, de otros planes que nada ya tenían que ver con vos. Sólo con un sueño que me despertó de nuevo sola, apa‐ gada como una brasa en la corriente de inundación, gris como el día de tantos otros ordinarios que nada saben de esperar, como siempre, algún día volver a es‐ perar por vos.


Foto: Marcelo López Marán

Del sueño de Natalí

G

MIENTRAS ME ALEJABA, pretendí convencerme de que seguirías por mí. Sucia de sangre blanca y adhesiva, caminé hacia el espejismo horizontal. Buscaba en cada huella impresa una arqueología del recuerdo grato, del desierto que después de nosotros, ya jamás pude ni supe apresar. —No soy una asesina—, me declaré ante los dioses. Como antes me hube de‐ clarado ante vos. Pero ya entonces había sido juzgada: Era el tiempo del castigo total. De pronto, me sentí desfallecer. Liberada ya del peso de mi alma, la tierra me reclamaba como suya. Un sopor casi místico me entregaba sin vociferar quejas, co‐ mo en murmullos. Exhausta, me recosté sin evitarlo en el dorso de mi camino gris. Me sorprendió entonces un goce secreto y escandaloso: Me sentí penetrada, como nunca sometida a las partes más bajas. Desde todos los puntos la naturaleza me poseía de raíz, apasionada por atacar mis orificios. No pude resistirla. Un aire de justicia me abrió aún más en esa orgía de uno, en esa fiesta desmedida: O sola es‐ taba yo. Vislumbré en ese siglo de soledad que vos, mi amor, ya no me salvarías, ni siquiera en memoria. Y era así justo como te lograba recordar. Y en ese instante de clímax extremo, deseé morir. Morir en vos. Porque la vida era tan inmensa e inabarcable, que me parecía inútil comprenderla desde mi pie‐ dad. Pero el festín me cubría sin mesura. Ajetreada por el demasiado abuso no me pude mover más. El universo recupe‐ raba mi esencia, me prodigaba sus jugos más salvajes, prorrogaba su amor por mí. Entonces fuimos una, absorbidas en nuestras savias, pegadas como perras, entre‐ gadas al espasmo final. Y yo no pude más. Me noté pecaminosa y seca, ya sin am‐ bición humana. Aún intenté liberarme, levantarme, escapar. Más de nuevo me sentí ultrajada. Y luego, entre vahos desfallecientes me encontré hundiéndome en tu memoria: Supe que siempre te había amado. Y en la paz de mi descenso supe también que ya no volveríamos a vernos.. Ya no volveríamos a ser: —Constanza, yo no quise.. Lo siento mucho..

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Constanza y Natalí por Adriano Duarte


N

Pero ya estábamos muertas, mi hermosa y macabra pasión. Pasaba el día en la conciencia desmesurada. Sólo el silencio y en silencio esta‐ ba yo. Sola, esperando al destino, deseando su sentencia, aguardando su ejecu‐ ción. Creo que cantaba tu nombre, inmóvil y abandonada a mi cripta de arena. Ape‐ nas me estremecí con el creciente aullido de una máquina segadora. En su mirada de espiral, las cuchillas resplandecieron su fatal decisión. Era sencillo adivinar mi suerte, echada y sin armas, sin deseos por inhumar. ¿Podría ser este tormento el bautismo del amor perpetuo? Como sea, me rendí al instante, segura de que ya no me irías a salvar. Como jamás alguna vez lo pudiste hacer ya. Ya no vos, Constanza, mi vedada fantasía de mujer. Pronto, sacrificio y placer se fundieron para sellar mi paisaje. Era mucho más absurdo que mi dolor y mi tristeza. Florecía mi carne entre los filos cauterizados y la sangre complaciente. Las sombras del desierto retomaban en mí su implacable zarandeo. Y así llevada a mis límites, evoqué tu entidad pecaminosa. Y quise estar con vos. Ahogué mis ojos y los cerré en un grito destemplado. Mas ya no te pude ver. Era de noche cuando la tierra agotó mis entrañas. Y la muerte agradecida, finalmente me albergó.

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Ricardo Bandino Foto: Marcelo López Marán

R Metele, que están cerrando

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BAJO EL MONOBLOCK 13 estábamos mateando, cuando un señor, con voz gorda nos dijo: ‐Garrenunapalamagaevago. Guignol le señaló el carácter profundo e inmanente de la discusión de ideas. Yo le comenté que había garradolapala en otro tiempo, en unos parajes de sol; y que ahora enseñaba no sé qué cosas de modificadores directos e indirectos. Marangoni, el más sesudo, casi sin moverse, y con mucho respeto, le dijo: ‐Vaisé a la puta, Don. Spaltaro, sin embargo, ni movió la cabeza. Cavilante, se dirigió al grupo: ‐Yo repartí volantes. Y en una de esas, desde un colectivo, una mina me tiró un cigarrillo. Me dijo: ¡tomá croto! Y así comprendí que esa sentencia me definía. ¡Tomá croto! Y croteando más y más es que terminé acá con ustedes. Nos quedamos en silencio. Por atrás, venía el Cuco, sonriendo. ‐Vean ustedes, dijo‐ yo de los oficios terrestres he tenido miles. Sin sorpresa y sin entusiasmo, lo oímos enumerar: ‐Fui domador de hormigas en Paso de la Patria, contador de garrapiñadas en el Parque Mitre, refutador de lapachos, desmitificador de pomberos, y hasta jugué de centro has en Mandiyú. ‐Vos también sos un croto, sentenció Spaltaro. Y le arrojó un cigarrillo. El Cuco, sin inmutarse, recogió el cigarro. Pidió fuego. Pitó profundo y nos dijo: ‐Todos somos una manga e’ crotos. Y la risa del grupo estalló. Nos abrazamos. Nos caímos. Y el Cuco, con una gran sonrisa fue desvaneciéndose entre las columnas del monoblock. Y así, croteando, entre crotos, juntamos unas monedas y fuimos a lo de Kiki por las últimas cervezas de la noche. A lo lejos, oímos el murmullo del Cuco, que en broma nos gritaba: ‐Metele, que está cerrando. Y ya nada fue lo mismo entre nosotros. La manga de crotos.


Ö RAGNARöK

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Ă– donde las Sirenas cantan para hĂŠroes y villanos por igual


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