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Sábado por la tarde

Peces payaso, Amphiprioninae.

Era sábado por la tarde. Lo sabía por la película mala que ponían en la tele a esas horas. Siempre comenzaba a verlas a través del cristal pero de tan aburridas que eran le entraba el sopor y dormitaba entre diálogo y diálogo. Nunca conseguía saber el argumento final, aunque tampoco le importaba especialmente. En aquel soporífero sábado, en un momento de la tarde, sin ser consciente de que dormía pero sin preguntarse si estaba realmente despierto, se vio nadando en un espacio muy abierto, casi infinito, avanzando largas distancias sin necesidad de dar vueltas todo el tiempo, con un paisaje diferente y excitante, con cientos de criaturas totalmente desconocidas para él. Todos, grandes y pequeños, le ignoraban mientras él observaba estupefacto y nadaba sin rumbo, por placer. ¿Se lo imaginaba o lo vivía? No lo tenía muy claro. Debía de ser un sueño, pensaba, porque no recordaba haber estado nunca en un lugar así. Al contrario, la pecera donde vivía era demasiado pequeña, y a pesar de estar colocada en el mueble frente al televisor, su vida era muy monótona y vacía. Siempre intuyó que debía existir alguien como él en algún otro lado y que había lugares para vivir mucho más alegres. Quizás le estaba gustando esta diferente película de sábado por la tarde. Cuando apagaron el televisor ya había caído el día y la oscuridad se había adueñado de la sala. El caso es que no reconocía haber estado nunca en esa esquina de la pecera, pero eso parecía imposible por las reducidas medidas de la estancia. Siguió nadando entre la oscuridad y las pequeñas luces que se vislumbraban a lo lejos. Estaba muy confundido. Básicamente, estaba perdido y asustado. Decidió parar y esconderse donde nunca lo había hecho, bajo unas plantas y algas que formaban una pradera, que no parecían de plástico y que se mecían lentamente al compás del silencio en que estaba situado este, para él, extraño lugar. Él cree que durmió algo, no lo sabe con certeza. Su afán por mantenerse despierto para evitar el peligro en ese territorio desconocido quizás le hizo caer en una duermevela. Era todo demasiado singular para discernir lo que era fantasía, sueño o, quizás, misteriosa realidad. No vio que se aproximaba a algo, o que algo se aproximaba a él. Cuando ya era demasiado tarde, sólo vio que la más absoluta oscuridad que había conocido nunca, se acercaba a él. No detectó que aquello era la inmensa boca de un pez mucho mayor que él que se lo tragaba como desayuno de aquel día. Era otra de las cosas que descubriría en ese nuevo océano en el cual se había encontrado de repente sin quererlo y sin saber cómo. Fue tragado. Él no lo supo. Simplemente todo se volvió oscuro de repente. Fue el final de su aventura.

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DAS ENDE??? ¿Quién es DAS ENDE? apareció en el televisor. La película alemana del sábado había terminado. Juan se dirigió a la cocina, dejó la botella de cerveza vacía y cogió el bote de alimentos para peces. Cuando se acercó a la pecera, su pececillo rojo yacía en el fondo, muerto… o dormido. Las películas alemanas de sobremesa son soporíferas –pensó mientras daba unos golpecitos al cristal de la pecera.

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