El espíritu olímpico del nuevo milenio

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Londres 2012

EL ESPÍRITU OLÍMPICO DEL NUEVO MILENIO

Los Juegos de Londres brindan la ocasión de abordar, a través de diferentes lecturas, las luces y las sombras del movimiento fundado por Coubertin sobre los excelsos valores del olimpismo clásico, convertido hoy en multimillonaria franquicia global. MAICA RIVERA

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Mercadología y Derechos Audiovisuales del Comité Olímpico Internacional y ocupó el cargo durante veintiún años. La obra ha llegado a nuestras manos con el título de Oro olímpico bajo los auspicios de la editorial LID, y reviste plena actualidad por sobradas razones. Entre ellas, la enorme responsabilidad que supone manejar un presupuesto extraordinario de tal magnitud en tiempos de crisis (la factura de los Juegos de Londres superará los 11.000 millones de euros). El libro sitúa al lector en un período histórico crítico en el que se “acercaba peligrosamente la hora de la desaparición del olimpismo moderno”. Era cuando a principios de 1980 Juan Antonio Samaranch asumía la Presidencia del Comité Olímpico Internacional (COI) “con el movimiento olímpico al borde del colapso. La organización de unos Juegos constituía una inversión tan ruinosa que ninguna gran capital quería albergar la edición de 1988”, detalla Michael Payne a LEER. “¿Cómo era posible que una de las marcas globales más reconocidas y atractivas a nivel mundial hubiese terminado

ste verano, Londres sacará provecho del “glorioso patrimonio olímpico nacional” británico, basado en su experiencia como sede olímpica en 1908 y 1948, para celebrar los XXX Juegos Olímpicos de la Era Moderna. Una cit a que en palabras de Sebastian Coe, presidente del Comité Organizador, pretende que el deporte sirva “una vez más para conectar el mundo en una celebración global de logros e inspiración”, en tiempos, como hace ahora 64 años, “de nuevo desafiantes”. La triple elección de Londres como sede olímpica no hace sino subrayar el legendario peso británico en el origen de las competiciones modernas. La Escuela de Rugby de Thomas Arnold y los Juegos de Much Wenlock (Shropshire) del Dr. William Penny Brookes fueron a finales del siglo XIX iluminación visionaria para su fundador, el barón Pierre de Coubertin (1863-1937). El desarrollo de la original visión coubertiniana de mezclar Historia, cultura y deporte alcanzó un nivel notable hace cuatro años en los Juegos de Beijing, del mismo modo que las cotas de patrocinio y el arrollador merchandising característico del savoir faire pekinés. Esta faceta empresarial de las Olimpiadas recientes la abordó Michael Payne en su pionero best seller Olympic turnaround. Payne fue el primer director de

La triple elección de Londres como sede olímpica subraya el legendario peso británico en el origen de muchas competiciones

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siendo un completo fiasco financiero?”. Es la pregunta que pone en marcha un relato verídico narrado en primera persona, calificado por el propio Samaranch de “fascinante”, sobre cómo, bajo la responsabilidad directa de Payne, el COI llegó a crear una cartera de socios valorada en decenas de millones de euros para conseguir la anhelada financiación. Para él, aquella experiencia profesional constituyó “un gran honor” no sólo porque con ella sirvió al movimiento sino porque también le permitió ser “testigo privilegiado” de su evolución (“ver cómo los Juegos dejaban atrás el abismo, cómo el resto del mundo, desde China hasta América y España, se acercaba al ideal olímpico”) y “asistir al nacimiento de la sport business industry”. Lo más importante de todo ello para Payne es que los Juegos Olímpicos “son hoy más fuertes y relevantes que nunca, para nuestra sociedad y para la Humanidad”. Y de cara al éxito londinense ofrece varios consejos a la organización: “Comprende tus responsabilidades como ciudad anfitriona que da la bienvenida al mundo y actúa como tal (una observación que no todas las ciudades, ni siquiera todos los alcaldes, han entendido adecuadamente); y tómate tu tiempo para entender exactamente qué es lo que hace t an especiales las Olimpiadas, la marca olímpica, y cultívalo”.


En el polo ideológico opuesto a la apología orgullosa de Payne se encuentra el diagnóstico extremadamente crítico de una polémica obra titulada Citius, altius, fortius. El libro negro del deporte (Pepitas de Calabaza). “Más rápido, más alto, más fuerte, además de ser el lema del movimiento olímpico moderno, resume a la perfección el espíritu del capitalismo industrial, la búsqueda del rendimiento a ultranza como fin en sí mismo”, reflexiona para LEER Federico Corriente, coautor del texto. “Puede analizarse la modernidad capitalista (y anticapitalista) en su totalidad a través del mundo del deporte y de los escritos programáticos del gran representante ideológico del olimpismo, el barón Pierre de Coubertin”, añade su otro responsable, J orge Montero. Las posiciones de ambos adelantan las tesis de este libro negro del deporte cuya fuente principal es Philosophy of olympism y otros escritos de Ljubodrag Simonoviç. “En éste y otros ensayos, el ex jugador de la selección yugoslava de baloncesto y doctor en Filosofía ha realizado contribuciones inestimables a la crítica deportiva en general y al ideario olímpico en particular, así como a la desmitificación de Coubertin y de todo su legado (la pedagogía deportiva, el fair play, la religio athletae que encarna el espíritu homogeneizador de un capitalismo puro…)”, explica Montero. Su perspectiva señala al famoso barón como “máximo difusor de una filosofía positiva burguesa del deporte que ya se había formulado desde finales del siglo XIX, exaltada por estadistas, políticos e ideólogos, unánimes en considerarlo un medio excelso de integración de la agresividad social y en destacar el papel pedagógico que podía desempeñar como for-

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El legado de Coubertin

El nadador británico de origen griego Sp yros Gianniotis recibe el fuego olímpico en el antiguo estadio de Olimpia el pasado 10 de mayo.

Una visita a las ruinas de Olimpia hizo brotar en el barón de Coubertin la idea de unos Juegos Olímpicos modernos 81

ma de competición simbólica”. Es evidente que “los libros publicados a lo largo del período decimonónico acerca de la Historia de las Olimpiadas y de su importante papel en la cultura de Occidente influyeron de www.revistaleer.com


Londres 2012 modo decisivo en los círculos intelectuales del mundo entero”, explica Santiago Segura Munguía en Los Juegos Olímpicos (Anaya, 1992). Este autor de renombre en el mundo de la cultura clásica se refiere a Coubertin como un “denodado paladín de nobles ideales”, y ensalza su empeño en resucitar los Juegos antiguos como la culminación de una lucha por la promoción de una juventud “capaz de conjugar armónicamente la perfección física y la formación espiritual, de encarnar de nuevo los ideales de la paideía griega”. Apunta Segura que fue precisamente durante una visita a las ruinas de Olimpia cuando brotó en la mente del barón esa idea que comenzó a gestarse en rigor con la creación del Comité Olímpico Internacional el 23 de junio de 1894, y que se hizo realidad oficialmente el 24 de marzo de 1896 en el Estadio Panatenaico. Por éstas y tantas otras connotaciones casi atávicas es fácil comprender el orgullo del pueblo griego honrado y feliz de compartir su cultura y su tradición con el mundo, especialmente cuando la nación moderna heredera de aquella cultura se ve vapuleada por las circunstancias económicas y financieras de los últimos tiempos.

“Más rápido, más alto, más fuerte, el lema olímpico, resume a la perfección el espíritu del capitalismo”, afirma Corriente Junto a ello, bajo el conocido lema de “inspirar a toda una generación”, se intentará mostrar durante los Juegos que lo mejor de la Grecia clásica pervive en nuestro tiempo. Que lo hace “en la imagen de los atletas como seres de una dimensión distinta, llenos de prestigio y dispuestos a llevar las capacidades humanas siempre un milímetro más allá”, y también “en la alta atmósfera de ritualización y festividad, que convierte a las Olimpiadas actuales en un evento realmente especial, en una conquista de la Humanidad”, explica a LEER Oscar Martínez, responsable de la primera y reciente traducción de La Ilíada al castellano en el siglo XXI, editada por Alianza. En las evocadoras páginas de esta joya literaria hallamos “no sólo una maravillosa crónica de las proezas atléticas de los más prestigiosos héroes griegos (Odiseo, Agamenón, Ayax…), hecha además con todos los recursos estilísticos y literarios

Devoción a lo clásico Existe una manifiesta devoción a lo clásico como punto de partida en todas las celebraciones olímpicas, una mirada arrebatada a un pasado glorioso y un culto más extenso a lo tradicional de honda raigambre. Esto, una vez más, volverá a hacerse patente en Londres. Así se espera en la ceremonia de apertura, con la dirección artística del oscarizado cineasta británico Danny Boyle (entre cuyas inspiraciones principales estará La tempestad de Shakespeare), y en la ceremonia de clausura, con promoción de músicas populares autóctonas. Julio-Agosto 2012

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para darle emoción y destacar la grandeza de los vencedores, sino, además, el primer testimonio del deporte convertido en objeto de elaboración artística”. Sin olvidar que “el tipo de juegos funerales que se refieren sirvieron de base para el desarrollo de unas competiciones locales sobre las que más tarde cobrarían forma los olímpicos”. “Curiosamente –abunda Martínez–, los juegos de esta obra, celebrados en honor a un guerrero muerto, comienzan tras una ceremonia en la que se enciende una pira”, remitiéndonos a que “el dios Zeus se manifestaba a través del fuego en un acto al que, a su vez, se remonta la actual llama olímpica”. Orígenes de los Juegos Para profundizar en esas raíces culturales primigenias hay que citar el “Canto XXIII”, un pasaje “de compleja traducción”, según Oscar Martínez, “sobre todo en la parte dedicada a la trepidante carrera de carros y en las referencias a prácticas deportivas que no guardan un referente exacto”. Porque, entre los v aliosos méritos del texto homérico, hay que resaltar “el de ponernos en la pista de los orígenes de los Juegos Olímpicos, cuya primera edición atestiguada (776 a.C.) data precisamente de la misma época en que se compone La Ilíada”. Muchos siglos después, “algunas de las pruebas que tienen lugar en estas páginas impactan por su semejanza con las actuales: las carreras de carros, las de velocidad (que, por cierto, deparan uno de los momentos más humorísticos al caer un guerrero sobre el estiércol de la pista) o las pruebas de lanzamiento de peso, lucha y boxeo”. Por otro lado, suele causar extrañeza “la prueba de puntería, consistente en atravesar una paloma amarrada a un mástil por medio de un cordel”. Asimismo, se revelan cu-


riosos “los premios, cuyo carácter es fundamentalmente económico en una sociedad previa a la moneda (calderos, caballos, cabezas de ganado, esclavas, medidas de oro, bronce, plata, hierro…), en comparación con los trofeos vigentes como copas y medallas de diversos metales”, que “parecen esquematizaciones” de algunas de aquellas distinciones y recompensas originales. Lírica y élites Hoy son los versos de la autora escocesa Carol Ann Duffy, “Poetisa Laureada” de Gran Bretaña (primera mujer en ostentar el título honorífico “Poet Laureate” concedido por la Corona desde el siglo XVII a celebridades de las letras británicas como Alfred Tennyson, William Wordsworth y Ted Hughes), los que glosan las glorias deportivas londinenses a las puertas del gran evento internacional. Lo hacen en el marco de una rica tradición lírica que ha tenido sus ecos indirectos en el gran festival londinense Poetry Parnassus (26 de junio-1 de julio), y que podría remontarnos hasta el poet a griego Píndaro (518-430 a.C.), cuya inmensa calidad literaria ha llegado a compararse con la homérica en la épica y se ha mantenido inalterable hasta la fecha, como se defiende en la deliciosa edición de los Epinicios a cargo de Alberto Bernabé y Pedro Bádenas (Akal). Entre las odas recogidas en ella, destinadas a celebrar el triunfo de los vencedores en los juegos atléticos y compuestas por encargo de los ganadores, las “Olímpicas” sobresalen por su obvia relevancia, “en la medida en que los Juegos Olímpicos eran los más importantes de la Antigüedad”, argumenta Alberto Bernabé a LEER. Por supuesto, también merecen ser citadas por su especial belleza, que alcanza preciosos matices en el “espléndido comienzo” de la “Oda I”:

Michael Payne, director de Mercadología y Derechos Audiovisuales del COI durante 21 años, aborda la faceta empresarial de las Olimpiadas recientes en su obra “Oro olímpico”.

“… Mas si es cantar unos juegos lo que anhelas, corazón mío, no busques ya de día con tu mirada por el cielo desierto un astro esplendoroso más ardiente que el sol, y no podremos hablar de certamen más ilustre que el de Olimpia. De allí brota el himno celebérrimo que corona la fantasía de los poetas…”. La obra pindárica es presentada por este catedrático de Filología Griega de la UCM como “una mezcla muy extraña de poesía y crónica deportiva, en celebración de victorias que demuestran la excelencia humana y en recuerdo de mitos relacionados paradigmáticamente con la prueba competitiva, la

Bajo la responsabilidad directa de Payne, el COI llegó a crear una cartera de socios valorada en decenas de millones de euros 83

familia o la patria del vencedor (planteando profundas consideraciones sobre el éxito y el fracaso, el poder del arte, la sabiduría política…)”. A su juicio, estos versos triunfales “describen vívidamente las anécdotas deportivas, situándose en el punto más alto del desarrollo de la lírica griega desde sus orígenes populares”, y nos transmiten como principal legado olímpico “una valoración positiva del esfuerzo, la capacidad de superación y el deseo de mostrar lo mejor de uno mismo”. Aristócratas No en v ano, añade Oscar Martínez, traductor de La Ilíada, “los aristócratas vieron en los Juegos una forma de mantener viva la llama del viejo ideal homérico de perpetua búsqueda del honor, así como una oportunidad inmejorable para exhibir su supremacía”. Sobre esta misma línea elitista, explica Bernabé a LEER que, efecwww.revistaleer.com


Londres 2012 tivamente, “Píndaro sustentaba una ideología aristocrática en la medida en que creía que los vencedores de las pruebas ponían de manifiesto la superioridad de unas determinadas familias de la nobleza”. Es en este pasado aristocrático, pero alejado de cualquier idealización épica o lírica, donde se apoya Federico Corriente, coautor de Citius, altius, fortius, para rebatir cualquier legitimidad de aquellas justas de antaño como fuentes de inspiración válidas en la actualidad: “Con el debido respeto por la civilización clásica y sus valores, conviene recordar siempre que las Olimpiadas y otras actividades atléticas de la democracia esclavista griega tenían un carácter excluyente y prohibían la participación de esclavos, extranjeros, mujeres y pobres”. Sin embargo, contrarresta Alberto Bernabé, no es menos verdad que “hace más de dos mil años, en aquel tiempo griego, la gente más humilde se sentía solidariamente vencedora y celebraba el triunfo del ganador como propio, se enorgullecía de ver cómo los versos de un poeta muy prestigioso cantaban a un conciudadano de forma parecida a como hoy las personas corrientes sienten que la distinción de un atleta o equipo es un éxito de su ciudad o país y consideran un ídolo al galardonado”. Deportistas como héroes Parece evidente que los deportistas se mantienen como héroes de la mitología posmoderna. Así lo corroborará el espectador sentimental del siglo XXI ante las retransmisiones mediáticas del gran evento londinense: acunado por la evocación de los v ersos de Kostis Palamas al compás del himno olímpico, volverá a arrobarse frente al televisor, una vez más, con el mismo embeleso del poeta porteño Joaquín Giannuzzi (1924-2004) ante las gráciles atletas en aqueJulio-Agosto 2012

“Epinicios”, de Píndaro, reúne diversas odas que celebran el triunfo de los vencedores en los juegos atléticos griegos llos versos que dedicara a los Juegos. Todo apunta a que, en esta coyuntura de crisis, los Juegos Olímpicos de Londres, lejos de la fastuosidad de Pekín 2008, apostarán por una austeridad que, en principio, debiera ayudar a concentrar las miradas en los valores limpios del deporte en su estado más puro, focalizados en los atletas, quienes los encarnan desde el sudor, la entrega incondicional y la persecución infatigable de una ilusión. Las primeras expectativas podrían apuntar a la búsqueda del referente de los Juegos de Sidney celebrados en 2000, recordados por su buena organización y por la prevalencia de los valores olímpicos, que en nuestro medallero nacional se tradujo en once metales: tres oros, tres platas y cinco bronces. No obstante, el ejemplo por antonomasia de la excelencia olímpica española remite al estadio de Montjuich y conduce directamente hasta aquellos festejadísimos Juegos Olímpicos de Barcelona que tuvieron lugar hace ahora veinte años. En ellos, nuestro país batió to-

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das sus marcas consiguiendo trece medallas de oro, siete de plata y dos de bronce. Además, se lograron hitos históricos del deporte femenino, como el de la yudoca Miriam Blasco, primera mujer española en obtener una medalla individual en unas Olimpiadas, y el de la selección española de hockey femenino, que en su primera participación olímpica lograba la medalla de oro, siendo la primera vez que un equipo femenino de nuestro país alcanzaba un lugar en el podio. Son algunos datos desgranados por Antonio Alcoba en Los juegos del billón de pesetas, que completa la obra La aventura olímpica (Campomanes Libros). Barcelona ’92 Este veterano autor madrileño (Barcelona ’92. Los Juegos del desenfreno; ¿Quo vadis, deporte?, prologado por Amando de Miguel), perteneciente a la tercera promoción de periodistas licenciados por la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM, que fue redactor del diario As y presidente de la AEPO (Asociación Española de Periodistas Olímpicos), representa una de las voces más críticas y exhaustivas en el análisis del fenómeno olímpico. Así opina para LEER: “Nos encontramos más o menos en la misma situación de decadencia que caracterizó a los últimos Juegos Antiguos griegos, porque el espíritu olímpico referido a una idealización con los dioses, la épica, la diversión, lo lúdico… no tiene nada que ver con el olimpismo actual, que es puro capitalismo y pura política”. Son declaraciones de firme, con el mismo tono que emplea para los juicios sobre su vivencia personal de los Juegos de Barcelona: “Nuestros próceres políticos, deportivos e incluso periodísticos los definieron en su momento como buenos y ejemplares; y Juan Antonio Samaranch, presidente entonces


del Comité Olímpico Internacional, fue un poco más lejos y dijo que constituyeron los mejores de toda la Historia… A tanta comprensible euforia debemos añadir que, ef ectivamente, fueron muy bonitos pero también muy caros”. Alcoba invita a no olvidar que “tanta alegría y tanto discurso triunfalista fueron posibles gracias a los resultados deportivos”. “En su habitación del Hotel Palace de Madrid –cuenta Alcoba en La aventura olímpica–, Samaranch me expuso, una noche de 1 972, el con vencimiento de que tenía que ver su ciudad convertida en sede olímpica en un futuro que, entonces, aparecía relativamente lejano”. Catorce años después, ya como presidente del COI, “el 17 de octubre de una mañana resplandeciente, desde el Palacio de Beaulieu de Lausana, con motivo de la nonagésimo primera sesión del COI, aquella larga espera había concluido, y él mismo lo anunciaba al mundo: Barcelona acogía los Juegos Olímpicos de la XXV Olimpiada”. Seis años más tarde, Juan Antonio Samaranch celebraba la consecución del sueño en su discurso de apertura: “Por fin, Barcelona es una ciudad olímpica, el sueño de muchas generaciones se ha convertido ya en realidad”. El que fuera dirigente del COI durante diez ediciones olímpicas (desde Sarajevo en 1984 hasta Sidney en 2000) dejó dicho en sus Memorias olímpicas (Planeta) que aquel discurso representó el momento cumbre de su presidencia y uno de los mejores recuerdos de sus veintiún años de mandato. “He sido el primer presidente que ha podido presidir oficialmente los Juegos de su ciudad natal, ya que durante la presidencia de Coubertin se celebraron dos veces los Juegos en París, pero no los abrió él” , pre-

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El deseo de Samaranch

sumía Samaranch en aquellas páginas, junto a otras interesantes confesiones personales: “Me llena de satisfacción comprobar que los Juegos de Barcelona fueron los de la unidad, los del reencuentro del Movimiento Olímpico, ya que no faltó ningún país”. Fueron los primeros de su presidencia “sin la larga sombra del boicot” fruto de las tensiones de la extinta Guerra Fría. Fue un verano intenso que culminaba significativamente con el titular de portada del periódico El Mundo Deportivo del 9 de agosto, “Extasis 92”, con la imagen de un jovencísimo Guardiola celebrando el triunfo de la selección de fútbol ante Polonia, sin olvidar el “apoteósico triunfo de Fermín Cacho”, que consiguió subir a lo

Sebastian Coe, presidente del Comité Organizador de los Juegos de Londres, y el futbolista David Beckham, durante una visita realizada el pasado mes de mayo a una escuela de Atenas.

Durante los Juegos de Londres se intentará mostrar que lo mejor de la Grecia clásica pervive en nuestro tiempo 85

más alto del podio catalán. “De todas las imágenes que guardo en la retina de Barcelona ’92 destaca una: la recta final de los 1.500 metros con Cacho levantando los brazos al atravesar la línea de meta”, confiesa a LEER el atleta profesional Julio Rey, cuya biografía ha visto recientemente la luz de la mano de Fernando Rey, su propio hermano, y bajo los auspicios del grupo editorial EspañaPress. Para Rey, los de Barcelona fueron “los mejores Juegos de la Historia por result ados y también por organización, como pueden corroborar personas que han asistido a otras citas olímpicas no sólo como participantes sino también como directivos”. Gran deporte rey Sus conclusiones están avaladas por una doble experiencia olímpica en la prueba de maratón, primero en Atenas (2004) y después en Pekín (2008). En Atenas “yo venía de ser subcampeón del mundo el año anterior y partía como uno de los favoritos junto a Gharib, camwww.revistaleer.com


Londres 2012 peón del mundo, y Tergat, recordman mundial, y los tres sufrimos el mismo problema de indisposición intestinal por culpa de las bebidas calientes de los puestos de avituallamiento”. Sin embargo, “la experiencia de participar en unos Juegos Olímpicos fue impresionante, el sueño de cualquier atleta: poder estar en el evento deportivo más importante del mundo, conocer personas de otras disciplinas y países, convivir con ellas… y tener la posibilidad de decirles a tus hijos que su padre estuvo allí”. A su juicio, y como puede

Echenoz noveló los méritos del checoslovaco Emil Zátopek, el mejor atleta de fondo de todos los tiempos constatarse en la sugerente e intimista película oficial de los Juegos Olímpicos de Barcelona, Marathon de Carlos Saura, el atletismo representa el deporte estrella de las Olimpiadas “porque es el más completo: se corre velocidad, obstáculos, medio fondo, fondo, se salta,

El pentatleta Byron M.R.

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n una suerte de añoranza romántica, hay quien gusta de ver en el poeta inglés Lord Byron el precedente ideal y lejano de la natación competitiva, una epifanía impetuosa del espíritu olímpico con apasionado acento en los valores de gloria y superación personal (el autor decimonónico buscó la compensación de su cojera en la excelencia deportiva). Y la sublimación de tales consideraciones se tiñe de tintes épicos con su memorable acción de cruzar a nado el Helesponto para imitar la hazaña de Leandro en el mito griego referido a sus amores con Hero: cada noche, desde el lado asiático de los Dardanelos, realizaba esa travesía nadando para ver a su amada, sacerdotisa de Afrodita, en la costa europea del mismo estrecho. Sobre tales hechos legendarios, Lorenzo Luengo, responsable de la primera traducción íntegra al castellano de los diarios íntimos y los cuadernos de memorias juveniles de Lord Byron (Diarios, Alamut), explica a la Revista LEER: “Pocos saben que Byron no nadó en solitario, y que su rival en aquella gesta, un tal teniente Ekenhead, le ganó por cinco minutos en su pulso contra el mar”. Desafiando todo pronóstico y haciendo gala de una gran deportividad, “Byron le felicitó sinceramente por ello”, si bien es cierto que “no comentó nada al respecto en las cartas que escribió inmediatamente

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después de tocar la orilla a sus corresponsales ingleses”. En 2009 se conmemoró el bicentenario del evento y 140 nadadores de todo el mundo se dieron cita en los Dardanelos con el objeto de cruzar el estrecho entre Sestos y Abidos. Para Luengo, lo importante de aquel festejo fue que “vestido con un traje de neopreno, gafas de buceo, gorro, aletas y con la compañía de una barcaza de asistencia médica, el ganador, Colin Hill, completó la distancia en una hora y veintisiete minutos, mientras que Byron lo hizo en una hora y diez minutos para un recorrido de casi cinco kilómetros de corrientes extremas, vestido con camisa y calzón”. A pesar de que el poeta romántico “ostenta todavía hoy este récord difícil de superar, para él fue mucho más difícil el paso del Tajo, que le llevó dos horas de lucha contra la corriente”. Su amigo Hobhouse dejó noticia de “una gesta de 1808, mucho más complicada, que tuvo lugar en Brighton, y de la que Byron tuvo que ser sacado con sogas cuando ya estaba a punto de morir ahogado”. Concluye Luengo, ensalzando el singular carisma byroniano en relación al deporte, que el bizarro escritor “también fue excelente jinete, boxeador con aguante y pegada (no un mero fajador), jugador de criquet no del todo malo y tirador de primera, lo que constituye el más curioso pentatlón”.

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se lanza en diferentes modalidades… Es decir, todo el mundo tiene cabida en él y ya era practicado por los griegos en la Antigüedad”. La retransmisión de sus pruebas es la que más expectación genera, y este sentimiento de predilección es ampliamente compartido por la afición y los medios de comunicación, que además son los principales responsables del ensalzamiento de algunos curiosos mitos en este indiscutible deporte rey de las Olimpiadas. Entre ellos, cabría citarse el caso del fondista y mediofondista estadounidense Steve Prefontaine (1951-1975), cuyo prematuro fallecimiento a la edad de veinticuatro años en un accidente automovilístico lo catapultó definitivamente a la categoría de leyenda, al más puro estilo James Dean. Aunque previamente su historia ya tenía todos los ingredientes para quedar acuñada como tal, por el temperamento rebelde y apasionado del que hacía gala, su forma impetuosa de correr siempre en cabeza y de ser uno de los favoritos de los Juegos Olímpicos a los que nunca llegó a asistir, los de Montreal en 1976. Hoy, Prefontaine sigue siendo un ídolo al que se continúa rindiendo culto y cuyas peripecias han sido llevadas a la gran pantalla en dos pe-


Grandes ideales Por supuesto, cualquier repaso emotivo del imaginario atlético viene encabezado por el oscarizado filme Carros de fuego (1981, Hugh Hudson), basado en hechos reales, que sitúa a dos sensacionales corredores británicos, el judío Harold Abrahams y el cristiano Eric Liddell, en el escenario olímpico de 1924. Sus inolvidables secuencias ya forman parte del rico patrimonio emocional inglés relacionado con lo olímpico. Hasta el punto de que, a partir del 13 de julio, la mítica cinta se reestrena en cien cines británicos y una obra teatral basada en el filme se representa en las tablas del londinense teatro Hampstead. Vuelven, por tanto, a resucitarse oportunamente para la ocasión los grandes y viejos ideales que más se anhelan sobre la pista, en medio de un panorama internacional necesitado, más que nunca, de fuertes estímulos y excelsas glorias. Por eso, a estas alturas, ¿cómo dejar de poner música de Vangelis a nuestros propios fotogramas de las

Ficción olímpica M.R.

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odo lo relacionado con el universo olímpico resulta harto inspirador para la creación artística, con el solemne Discóbolo de Mirón (la copia de Lancellotti está íntimamente asociada a los Juegos Olímpicos de Londres celebrados en 1948) como ejemplo paradigmático. Pero este rico imaginario se antoja singularmente provechoso para las evocaciones literarias de muy diversa índole. Es así porque “el deporte mueve sentimientos y emociones, y en eso se hermana con la literatura”, comenta a LEER Juan Casamayor, responsable de Páginas de Espuma. Con el sello de esta editorial vieron la luz los Cuentos olímpicos, una recopilación de relatos surgida en el seno de la colección “Narrativa Breve”. Entre las características de esta obra (encabezada por la deliciosa historia de Jesús Ferrero “La prueba de la tortuga”) Casamayor destaca, en primera instancia, “la pluralidad de registros literarios, ya que es un pequeño compendio geográfico

Leni Riefenstahl planificando el rodaje del documental “Olympia”, sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, con el equipo estadounidense de atletismo. Delante de ella el ganador del decatlón y amor eventual Glenn Morris.

con autores de distintas literaturas latinoamericanas y españolas”; y, por otro lado, “la igualmente variada presencia de diferentes deportes, sin limitación exclusiva al fútbol, que suele ser el principal objeto de este tipo de antologías”. También eclécticas son las tramas sobre las que se vienen erigiendo en los últimos años las variopintas ficciones de implicación olímpica, a través de temáticas, recursos y escenarios muy distantes entre sí: desde la fiebre por el voleibol en La niña que iba en hipopótamo a la escuela de la escritora japonesa Yoko Ogawa (Funambulista) hasta el humor de Haz el favor de no llamarme humano de Wang Shuo, desplegado para contar “el proceso de f abricación del superhéroe chino para las próximas Olimpiadas” (Lengua de Trapo), pasando por el género negro a través de títulos como el conocido Sabotaje olímpico (Planeta) con el detective Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán y las más recientes Violetas de marzo de Philip Kerr (RBA).

“LENI RIEFENSTAHL” (CIRCE)

lículas: Prefontaine (1997) y Sin límites (1998). Tampoco puede olvidarse otra interesante leyenda, la de Emil Zátopek (1922-2000), el atleta de fondo más importante de todos los tiempos, cuyos méritos, reprimidos por el régimen comunista, le hicieron valedor del sobrenombre de La Locomotora Humana y han sido excepcionalmente novelados por Jean Echenoz en Correr (Anagrama). El escritor francés evoca al mito checo en la figura de un muchachote rubio siempre sonriente, a quien nadie puede parar desde que descubre cuánto le gusta correr, y que odia ver la espalda de sus adversarios. Sobresalen los pasajes sobre sus actuaciones ejemplares en los Juegos Olímpicos de Londres (1948) y, especialmente, en los de Helsinki (1952).

La película “Olympia”, sobre los Juegos Olímpicos de Berlín del año 1936, cambió la forma de entender el deporte 87

Olimpiadas, las vividas y las que quedan por vivir? Olimpiadas nazis No obstante, ha sido en formato documental y desde poderosos contrapicados en blanwww.revistaleer.com


Londres 2012 nazi, debido a la intervención del COI por transmitir los valores humanos y de unión que supone el deporte”. Román Gubern termina de tranquilizar las conciencias más susceptibles separando ideología y excelencia estética en la muy ilustrativa obra Patologías de la imagen (Anagrama), afirmando que nos “es posible admirar la belleza de este filme de propaganda nazi” por la sencilla razón de que “la esfera del arte goza de cierta autonomía”. Incluso el propio Stalin cayó fascinado ante el metraje y envió un telegrama de felicitación a la artífice… Leni Riefenstahl

co y negro donde la experiencia olímpica ha alcanzado sus máximas cotas dramáticas y de perfección artística. P orque Olympia (Premio a la Mejor Película en el Festival de Venecia de 1938) es indudablemente una “obra maestra de Leni Riefenstahl, una película sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 que cambió la forma de entender el deporte”, como se explica en el didáctico e interesantísimo libro 100 documentales para explicar Historia (Alianza) rubricado por J.M. Caparrós Lera, Magí Crussells y Ricard Mamblona. En él se aborda la discutida naturaleza de la cinta, explicando que la polémica cineasta alemana buscó siempre “un equilibrio entre lo ideológico, lo estético y lo realmente sucedido, a pesar de unas intenciones claramente propagandísticas y encauzadas hacia una ideología Julio-Agosto 2012

El atleta norteamericano Jesse Owens (a la izquierda) junto a quien fuera su amigo, el competidor alemán Lutz Long.

Como curiosidad de este “soberbio documental”, cita Gubern que Riefenstahl colocó en el preámbulo unas escenas que vinculaban los arquetipos de belleza y fortaleza de la antigua Grecia con la descendencia aria actual, “para lo que no tuvo inconveniente en prestar su propio cuerpo desnudo”. En 100 documentales para explicar Historia se destaca la secuencia de inauguración de los J uegos, que “muestra de manera no gratuita una Francia alzando el brazo como saludo olímpico, aprovechado ideológicamente por Leni para montarlo de forma continua con el saludo nazi del Führer”. En el plano técnico, se subraya que el “ejercicio estilístico de virtuosismo” por parte de la directora vio la luz tras casi dos años de montaje “y pese a los diversos obstáculos para realizarlo por parte del ministro de Propaganda, Joseph Goebbels (quien llegó a encargar su propia película de las

El atleta Julio Rey defiende en su biografía que el atletismo es el deporte estrella, pues “todo el mundo tiene cabida en él” 88

Olimpiadas a Hans Weidemann, vicepresidente de la Cámara de Cine del Reich), y las fuertes acusaciones de favorecer fuertemente al partido nazi”. Federico Corriente (Citius, altius, fortius) cree que “hablar de la utilización política de los Juegos Olímpicos suele servir para desviar la atención del hecho indiscutible de que éstos y el deporte en general constituyen en sí mismos una de las máximas expresiones sociopolíticas del orden existente”. En base a ello, concluye que “no es de sorprender que la práctica totalidad de los historiadores considere las de 1936 como la primera utilización política premeditada y sistemática de unas Olimpiadas; y no es que sea falso, pero a estas alturas se ha convertido casi en un homenaje obligado a Hitler como plusmarquista absoluto del mal”. “Por otra parte –matiza Antonio Alcoba–, y como siempre ocurre cuando los Juegos son organizados por las dictaduras, en Berlín todo funcionó necesariamente como la seda, como también sucedió en Moscú hace 32 años y en China hace cuatro” (aquí se nos antojan enriquecedoras las reflexiones del Premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo en No tengo enemigos, no conozco el odio , en RBA, una lúcida crítica de la compleja realidad china y de la utilización política que el régimen hizo de aquella cita deportiva). Según Alcoba, “el metraje que rodó Riefenstahl dejó patente por qué aquellos Juegos berlineses han pasado a la posteridad verdaderamente como los mejores de todos los tiempos”. Y sostiene, como también hizo el propio J esse Owens en su autobiografía, que “no existió racismo, ya que el protagonista fue el famoso atleta norteamericano de origen africano ganador de cuatro medallas de oro, aclamado por todos los alemanes y que, a su vez, fue amigo íntimo del


Japón, otra visión olímpica M.R.

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xiste un período especial en la Historia y la literatura japonesas que despunta con el año en que se celebraron los Juegos Olímpicos de Tokio. Para algunos especialistas 1964 señalaría la definitiva apertura nipona al mundo y el germen del que brotaría el esplendor de su mentalidad vanguardista y cosmopolita contemporánea. Está claro que el evento deportivo ofrecía el escaparate perfecto para demostrar al planeta una total recuperación tras la Segunda Guerra Mundial, y el País del Sol Naciente no desaprovechó la oportunidad de hacerlo, con un apoyo mediático de Estados Unidos que obedecía a los intereses estratégicos de la Guerra Fría, como explica el prestigioso japonólogo Carlos Rubio a LEER. “Los americanos difundieron una imagen de Japón reveladora de un país moderno que, pese a la posguerra, había salido adelante con un capitalismo”, consiguiendo como prueba fehaciente “la perfecta organización que llevó a cabo de las Olimpiadas” . En verdad, “fue sorprendente que una nación deshecha tan solo 20 años antes apareciera ante el mundo desarrollando impecablemente, como suele ser la práctica japonesa habitual, unos Juegos Olímpicos”. Añade Rubio que el pueblo nipón “sabía que aquello era una proyección de primer orden y que

competidor alemán Lutz Long”. A pesar de todo, Alcoba recuerda que, años después, Alemania intentó servirse de unos nuevos Juegos para desmitificar aquellos anteriores asociados a Hitler, en una iniciativa que el país “podía afrontar porque contaba con mucho dinero”. España también fue entonces candidata a sede olímpica y “Franco tuvo la oportunidad frente a Munich en 1972 de organizar las Olimpiadas pero, consciente de lo costoso que sería aquello, prefirió presentar a la candidatu-

atraería la mirada internacional de forma inigualable, lo que significaba también la ocasión de incrementar la economía de exportación a la que Japón estaba abocado en ese momento como país, con recursos muy limitados pero con una amplia industria manufacturera muy avanzada y especializada”. Y así fue como, con su tenacidad característica, la nación japonesa “consiguió que la publicidad que generaron los Juegos Olímpicos diera un gran avance a su estrategia exportadora”. No puede olvidarse que en aquella época “publicaban obras los escritores Abe Kobo, Junichiro Tanizaki y Yasunari Kawabata (en 1965 ve la luz Lo bello y lo triste, se le concede el Premio Nobel en 1968…), quienes empezaban a ser traducidos directamente desde el japonés porque ya había una generación de japonólogos americanos que lo hacían”. La culminación de este apasionante período literario llegaría con “el haraquiri de Yukio Mishima en el año 1970”. Del autor tokiota, Carlos Rubio invita a recordar un artículo en el que se declara indigno de imitar al que consideró un viril compatriota: Kokichi Tsuburaya. Este atleta, a punto de conseguir la medalla de oro en la maratón de los Juegos Olímpicos de Tokio, tuvo que conformarse con el bronce. Aquello lo vivió trágicamente como una

El corredor de maratón japonés Kokichi Tsuburaya, durante una prueba.

deshonra y, ante la imposibilidad física de poder resarcir el honor ante su pueblo en los siguientes Juegos para los que se preparaba, los de México en 1968, decidió quitarse la vida en enero de ese mismo año, en Fukushima.

ra un dossier pequeñito que no era competitivo”. Sobre todas estas consideraciones, sobre las luces y sombras del olimpismo moderno, sigue prevaleciendo una ilusión objetivamente buena sobre la que en última instan-

La austeridad prevista en las Olimpiadas de 2012 permitirá concentrar la mirada en los valores limpios del deporte 89

cia se apoya el movimiento. La esperanza, en romántica formulación de Santiago Segura Munguía, “de que la participación de los atletas de las más diversas naciones en una competición deportiva común propicie la creación de la más limpia y hermosa juventud conocida que haga posible una auténtica paz universal”. Ecos de una época lejana pero que fructifican cada cuatro años, y que sobre todo residen en el espíritu de los deportistas en su camino hacia la meta y lo más alto del marcador. www.revistaleer.com


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