En pro de la virilidad

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Previa.........................................................................................................3 El feminismo y el género........................................................................... 5 Contra el varón ..........................................................................................7 Los linces, los osos panda y los varones ...................................................9 Me sale de muy adentro........................................................................... 11 Soy varón, macho de la especie humana, ¿pasa algo…? .........................13 Varón, ¿qué es eso…? ..............................................................................15 Maldigo el momento en que nací hombre. .............................................17 Sacudiéndose el patriarcado… ................................................................19 Los activos masculinos............................................................................ 21 Lo que han dejado en el varón tantos años y tanto esfuerzo .................23 El sexo .....................................................................................................25 El varón no es violento per se .................................................................27 Carta de ciudadanía para el varón .......................................................... 29 Els castells ...............................................................................................31 Del símbolo a la realidad ........................................................................33 Los hombres no lo ha tenido nada fácil.................................................. 35 El caso Brontë .........................................................................................37 En definitiva… .........................................................................................39 … y me encuentran ..................................................................................41 Fe de vida masculinista...........................................................................43 El hombre ideal....................................................................................... 48 Alegato final ............................................................................................ 52 Mirando al futuro .................................................................................... 57 Apéndice. Test de virilidad autorrespondido…con estrambote.............64


Previa Hace cosa de un año acabé un librito al que intitulé CONTRA LA DICTADURA VIOLETA. ALEGATO ANTIFEMINISTA. Porque fuera un libro malo o pobre, su autor un mindundi y sus relaciones con el establishment nulas, no he conseguido hasta el momento que ninguna editorial aceptara publicarlo. Aunque bien pudo haber otras motivaciones: entre las seis o siete a las que me dirigí, una lo rechazó sólo por el titular y otra, radicada en Valencia, por boca de su portavoz, un hombre que aceptó ser víctima de su exmujer, me hizo saber que “el consejo editorial estaba formado por “mayoría de mujeres” y que de ningún modo iba a aceptar publicar textos de ese carácter”. Sea como fuera, conseguí colocarlo en una plataforma digital, gratuitamente. En doce meses y sin hacer la menor publicidad, ha superado las 1.200 lecturas: algunos días no suma ningún lector, otros hasta 90, la mayoría tres, cuatro… por todo el mundo, Argentina, Finlandia, Alemania, Portugal…. hasta en Emiratos Arabes Unidos consiguió tres lectores. No sé lo que dará de sí pero yo estoy satisfecho: porque se me lee y porque compruebo que el asunto de las relaciones entre los sexos es un tema que interesa y mucho a mucha gente, hombres y mujeres. Y porque interesa en particular a aquellos hombres y mujeres que creen que el feminismo ha ido demasiado lejos y en demasiados asuntos de mucha trascendencia. El feminismo ha hartado a mucha gente aunque no va a resultar fácil apearlo del pedestal en que sus secuaces lo han colocado. Pues bien, entre las piezas que, a mi juicio, conviene armar para avanzar en la crítica del feminismo y en la igualdad real, figura una a la que atribuyo mucho peso: el fortalecimiento de la virilidad. Parece mentira que haya que recurrir a este expediente, fortalecer la hombría, como mecanismo de oposición al feminismo. Pero sí, es necesario y urgente. Y no me refiero


tanto a la esfera personal de cada hombre –que es más bien problema de cada cual- sino al ámbito público, a los medios de comunicación, políticos, parlamentarios, judiciales, educativos… en que parece que ser varón y proclamarlo sea pecado de lesa humanidad, violación insoportable de la aspiración a la igualdad y quebranto de los derechos de la mujer. Por el contrario, decirse varón, macho, acarrea el baldón inmediato del feminismo y abrir la puerta a un chorro inacabable de reproches de las feministas más cazurras, entre los que machista es el más fino que se puede cosechar en el inmenso granero de insultos con el que el feminismo ha colmado su despensa desde hace años y con la inestimable colaboración de tanto varón “feminista”, o no. Para colaborar en la faena de salir al paso de lo que yo entiendo como una pretensión ignominiosa del feminismo –una de tantas-, en este caso, rebajar la naturaleza, el papel y las funciones viriles, escribo este alegato, en la misma línea que aquel a que me refería más arriba, pero poniendo el punto de mira, esta vez, más en la dignidad del varón que en la incoherencia feminista.


Capítulo 1

El feminismo y el género El sexo ha sido y es uno de los ingredientes esenciales del compuesto que es la naturaleza y, muy en concreto, la naturaleza humana. Con tantas excepciones como se quiera y con cuantas variedades se encuentren de ese ingrediente, lo cierto y evidente es que la gran mayoría de humanos se adscribe a uno u otro de los dos sexos que conforman la especie y que garantizan su supervivencia y reproducción: el femenino y el masculino. Las relaciones entre ambos sexos han sido y son, además de mecanismo de perpetuación, fuente de infinitas reflexiones, movimientos, tensiones, conflictos, dramas, tragedias, comedias y, felizmente también, de enormes satisfacciones y sugerentes estímulos para los hombres y las mujeres que pueblan este mundo que ya ha llegado a los siete mil millones de seres, unos cien mil millones más o menos, desde que dejamos de ser mono. Aproximadamente, la mitad son machos y la otra mitad hembras. De éstas, alguna más, no se sabe muy bien por qué. El complejo de problemas a que dan lugar los sexos y sus relaciones, ha sido interpretado de infinitas maneras por parte de sus protagonistas. Una de ellas, quizás la más amplia y la mejor estructurada, es el feminismo. Constituido como doctrina y como movimiento en firme, aproximadamente, a finales del siglo XIX y fortalecido particularmente a partir de los años 60 del XX, ha penetrado todos y cada uno de los espacios de la sociedad contemporánea, ha inspirado e inspira la acción de casi todos los gobiernos de los países del mundo entero y, sobre todo, ha permeado el pensamiento de la inmensa mayoría de intelectuales, escritores, periodistas, tribunos y opinadores que se precien. Con dificultad se encuentra hoy un personaje que se atreva a comparecer en público sin su correspondiente pin feminista en la solapa o su complaciente aceptación de los principios feministas. Por otro lado, es fuerza y es justo admitir que el feminismo ha hecho aportaciones cuantiosas e inapreciables al acervo de la humanidad y en todos y cada uno de los ámbitos en que ésta discurre y avanza: desde el teórico hasta el publicitario, desde el sanitario hasta el laboral, desde el biológico hasta el histórico, pasando por el literario y el científico


y, por supuesto y sobre todo, en el político, legislativo y judicial. Aportaciones que se han fraguado y se cocinan en todas y cada una de las instituciones, oficiales o no, desde las más altas como la ONU hasta la concejalía de la mujer en el ayuntamiento del más pequeño pueblo. Una de las aportaciones más recientes hecha por el feminismo y quizás la más destacada por la trascendencia que ha adquirido es la llamada teoría del género. Dicho en dos patadas, el género es la superestructura que la sociedad genera en la persona, configurando definitivamente la dote primitiva que la naturaleza ha colocado en cada ser sexuado al nacer. El feminismo concluye que el género es, en el ámbito sexual y en muchos otros, lo que más pesa y lo que más importa a la hora de analizar el paso por la vida de las personas. Y, en consecuencia, el sexo, en esa misma trayectoria, pierde casi todo su sentido y su importancia.


Capítulo 2

Contra el varón Las construcciones del género, propugnadas y muy elaboradas por las intelectuales feministas, entre otras cosas, han abierto muchas puertas a la comprensión de la realidad sexual de las personas y a la dignificación y acceso a igualdad de derechos de muchas de ellas, ignoradas, perseguidas y anatematizadas durante siglos: homosexuales, transexuales… Lamentablemente, la mejora en la consideración, a todos los niveles, de la mujer y de aquellos que no aceptan colocarse en uno u otro de los campos principales en que se divide el sexo de los humanos, el masculino y el femenino, ha avanzado en paralelo a la rebaja del papel y el significado

de uno de los principales participantes en esa lid, el

varón. El género ha sido y está siendo el arma más mortífera, prolíficamente empleada por el feminismo, al servicio de ese singular objetivo: degradar al varón, al macho de la especie humana, su dimensión, su presencia en la historia, su papel en la actualidad y, lo más siniestro, cara al futuro. El feminismo que, claro está, no admite este planteamiento, construye sus hipótesis, diseña sus programas y esgrime sus argumentos en buena medida en contra del varón. Y, eso sí, si en alguna ocasión llama a los hombres a confluir con el feminismo, lo hace sobre la base de la aceptación incondicional de los planteamientos feministas por parte de los varones; dicho de otro modo, a costa de su sumisión a ellos. Y hay quien traga: son los que se hacen llamar hombres feministas. El feminismo pretende estar firmemente asentado sobre un principio que, bien mirado, no es sino una petición de tal, o sea, una suposición: los hombres, desde el origen de los tiempos o, al menos, desde el de la historia, han ideado una estrategia para tener sometidas a las mujeres para siempre y omnímodamente: es el patriarcado. El patriarcado traducido a la vida cotidiana y en versión popular es el machismo. Patriarcado cuando se habla en fino y machismo cuando se busca cargar las tintas en algo que se tiene por sumamente repelente y criticable, son el marco en que, propone el feminismo, transcurre la desgraciada vida de las mujeres y la, desde el nacimiento, feliz existencia de los varones.


Feliz situación, dicen, para el varón, insoportable para la mujer, abolir el patriarcado, aniquilar el machismo es objetivo principal, declarado y hasta preparado para la firma – no es broma, hay una propuesta literalmente en este sentido hecha por la escritora feminista Victoria Sau- por las activistas adscritas a esa corriente. No habría nada que oponer a ese planteamiento si no estuviera diseñado sobre la base del hundimiento del varón: en el naufragio histórico que anticipa el feminismo para el patriarcado, la mujer sólo sobrevivirá sacando la cabeza sobre los hombros del hombre que se ahoga. Y que no doren la píldora, que se les ve el plumero a cada paso.


Capítulo 3

Los linces, los osos panda y los varones Si es cierto o no que la pretensión, tan arraigada en el feminismo, de aniquilar la figura varonil obedece al hecho, declarado y publicitado por ellas mismas, de que muchas de sus teóricas son lesbianas, es tema que quizás merezca estudio aparte. A los efectos de este libro, esa posibilidad es irrelevante. Lo cierto es que la mayoría de feministas militantes, sean lesbianas o sea lo que sea lo que tengan a bien hacer con sus cuerpos y sus vidas, evidencian en sus manifestaciones públicas una obsesión sistemática por denostar el concepto, la realidad y los comportamientos masculinos y, al tiempo, por edificar su feminismo sobre la represión, el recorte y la minusvaloración de la masculinidad. Es posible que en esta contienda se esté colando anticipadamente un futuro enfrentamiento por espacios mucho más amplios y de mayor calado que las cuotas en política o los asientos en los consejos de administración de las grandes empresas, objeto de los programas feministas actuales. Hay por ahí novelas y películas que apuntan a un mundo de amazonas en que los hombres sobreviven en campos de concentración en tanto no se da con la forma de reproducir la especie sin concurso masculino. Dicho lo cual, vamos a ceñirnos en estas páginas a la actualidad y, a salvo de que haya que llamar a las armas a los hombres futuros para defender sus posiciones viriles, vamos a proclamar los contemporáneos, en primer lugar, que no aceptamos esa visión reduccionista de las relaciones entre sexos que pasa por arrinconar a uno de ellos para que prevalezca el otro. Y, a continuación, que el masculino no es el guiñapo histórico y antropológico que a menudo presenta el feminismo; que el hombre comparece en el escenario de la sociedad contemporánea con importantes activos en su mochila y, sobre todo, que no se puede ni proponer ni siquiera imaginar, a medio o a largo plazo, una sociedad en que esos activos no tengan el peso específico que el esfuerzo, la lucha, la muerte de miles de millones de hombres han conseguido para el varón que ha traído la humanidad hasta donde se halla, de la mano, por supuesto, de la mujer, de los miles de millones de mujeres que con los hombres han peleado por construir dicha humanidad.


Se impone, pues, a juicio de quien firma estas páginas, un alzamiento masculino frente al feminismo rampante. Un alzamiento cargado de humildad pero firme, consciente de los fallos tanto como de los aciertos, aceptando el pasado tanto como mirando al futuro, tan seguro de sí mismo como hombre cuanto abierto a la realidad de la mujer. Pero alzamiento al fin y al cabo. Porque no puede ser que hayamos de esforzarnos en conservar la naturaleza, los osos panda, los linces ibéricos o los bebés foca y asistir impertérritos y complacientes al derrumbe del varón, su historia y su naturaleza.


Capítulo 4

Me sale de muy adentro La reivindicación de lo masculino, la protesta viril frente a esa abusiva pretensión feminista de laminar al varón y lo que significa, merece más análisis que el que yo hago aquí y mejores pensadores que quien aquí comparece. Efectivamente, son escasísimos, casi nulos, los estudios publicados hasta ahora – prácticamente ninguno en España- en que se aborden el sentido, la historia y la realidad del sexo masculino sin pasar por el filtro previo del feminismo y de las teorías del género. Mientras llegan tales aportaciones, no toca otra sino aceptar que quien intente sacar un poco la cabeza para gritar “¡eh, que estoy aquí, que soy varón pero no un bicho raro ni una bestia calentorra ni un maltratador ni un mal padre!”, lo tiene más bien crudo. Porque hoy se puede sin empacho proclamar la propia homosexualidad, concurrir a los desfiles del orgullo gay con menos ropa que a la playa, presumir de transgénero o de bisexual sin que nadie –que no sea un ceporro que, por desgracia, también los hay y a porrillo-, se escandalice. E, incluso, sin que la mayoría de gente normalita, empatice y simpatice con quien manifiesta su peculiaridad sexual y las dificultades que querer ser uno mismo comporta. Pero, a ver quién es el guapo que, con idéntico desenfado, explica que es macho, que se siente tal y sólo tal y que no tiene la menor intención de dejar de serlo. Si el lector ha oído en alguna ocasión a alguien hablar así de claro y en román paladino, que me lo diga. Yo, jamás hasta ahora. Y no me refiero a las declaraciones de jóvenes concursantes en “realitys” o de viejos castrones que fardan por haberse pasado por su piedra, dicen, a miles de mujeres. Hablo de periodistas, de escritores, de científicos, de políticos… gente normal y corriente, con la cabeza sobre los hombros, que exponen sin problemas su currículo pero que, preguntados al respecto, ni por asomo presumirían de su condición varonil… por si acaso. Pues bien, quien esto firma da ese paso y se atreve a declarar que es varón, es decir, macho de la especie humana. Que así nació y que como varón ha vivido sus 65 años y que, probablemente, como varón morirá.


Ni se tiene por más que nadie ni acepta ser considerado menos que nadie. Ni es perfecto ni lo pretende, ni farda ni se humilla, ni cree que nadie, como persona, sea inferior ni acepta que nadie se postule superior. Ni mujeres ni hombres ni dioses ni héroes ni genios… hoy, por suerte, todos somos iguales –al menos en principio- y entre los iguales, mujeres, varones y lo que cada cual prefiera, aquí no hay nadie por encima ni, por ser macho como él lo es, se prestará a inclinarse ni a rebajarse ante nadie. Soy, pues, varón, macho humano, ¿pasa algo? Me sale de dentro y así lo escribo y proclamo mientras no sea capaz de enhebrar mejor discurso.


Capítulo 5

Soy varón, macho de la especie humana, ¿pasa algo…? Los psicólogos, ingeniosos ellos, tiran a veces de un truco para desconcertar a su interlocutor y arrastrarlo al terreno de su resbaladiza especialidad. A mí me lo enseñó una de ellos: - ¿Qué es una escalera de caracol…?- me preguntó. Y yo no fallé, como no han fallado todos y cada uno de los ingenuos a los que, en muchos años, he propuesto el mismo acertijo: callé y, dudando, empecé a dibujar en el aire un retortijado círculo ascendente, dejando el dedo en suspenso en el que se suponía escalón superior de la dichosa escalera (haga el lector la prueba…). La cosa queda clara, sabemos lo que es una escalera de caracol pero no nos resulta fácil encerrar la pieza en palabras, mucho menos definirla como recurso arquitectónico generado a partir de un helicoide. Pues bien, con la palabra varón ocurre algo parecido. Muy poca gente dudará de qué es lo que se trata pero casi nadie será capaz de articular una descripción adecuada y suficiente. Pero ocurre algo más curioso, que pasa por encima de la propia dificultad expresiva: muchos varones tienen reparo, casi miedo de autoproclamarse varones, machos humanos. Y muchas mujeres tiran por el camino de en medio cuando se trata de hacerlo: sonríen como si se hubiera traído a colación algo degradado y merecedor de escaso respeto y de aún menos esfuerzo discursivo. Yo he hecho la prueba en reuniones informales de amigos, gente de cierta cultura y de acendrada solvencia profesional: varón, macho, no son palabras bienvenidas a la conversación ni cómodas en la jerga de las personas cultivadas de hoy día… como no sea para chistes o irónicos requiebros. La explicación a este extraño lapsus, creo, se encuentra en la profunda penetración que la ideología feminista ha conseguido en el discurso y hasta en el cerebro de la gente que está


al día, que lee, que piensa y que argumenta. Macho es asociada inmediatamente a machismo y machismo es lo peor que le puede caer encima a un razonamiento o adherirse al comportamiento de una persona. Pues sí, macho, la mera palabra, desconcierta a muchos bienpensantes que, instintivamente, rehúyen el empleo del término y su incorporación al discurso políticamente correcto si no es para echar aún más barro encima del que ya ha caído sobre ese desgraciado vocablo. Escribo todo esto para justificar que, previa a cualquier otra consideración, haga aquí declaración expresa de adhesión a la banda que me tocó por nacimiento, la masculina, y de mi aceptación sin ambages del término y de lo que supone, macho. Lo repito, quizás para animarme a mí mismo a seguir adelante: nací varón, macho. No he tenido ningún problema por serlo ni albergo la menor intención de repudiar esa condición. Y, humilde pero contundentemente, insisto, soy varón, macho de la especie humana, ¿pasa algo…?


Capítulo 6

Varón, ¿qué es eso…? Aludida ya la dificultad, para mí, de definir el concepto de varón, estoy obligado al menos, a intentar encajarlo en unos pocos parámetros que sirvan para avanzar en lo que pretendo, a saber, dignificarlo: empezando por rescatarlo del osario al que lo ha arrojado el feminismo. De entrada, creo que hay que despojar al concepto de varón de todas aquellas adherencias gratuitas con que se le suele cargar, tanto positivas como, y sobre todo, negativas. Efectivamente, el varón no es, entre los dos sexos, el valiente, el aguerrido, el osado, el aventurero, el emprendedor, el descubridor…Tampoco el fuerte, por más que esta característica sea, quizás, la más frecuentemente aplicada al varón, el sexo fuerte. Hay tantas mujeres valientes, aventureras y descubridoras como varones, como es bien sabido y como se prueba en cuanto se abren un poco los rigurosos y menguados esquemas con que algunos abordan el examen de la historia o la realidad. Tampoco es el varón el criminal, el individualista, el egoísta, el obseso sexual, el agresivo, marrano y descuidado espécimen que tanto gustan de presentar las feministas. Apeemos, pues, características concretas que se pueden atribuir a cualquier humano, sea cual sea su sexo, para dejar al descubierto aquellas pocas que sólo encontraríamos en el varón. Y vale la pena preguntarse en este punto: ¿cuáles son los rasgos que “sólo” podremos encontrar en el varón? Para regocijo de los partidarios de las teorías del género, es obligado admitir que muy pocos, si es que aparece alguno: pues no me dolerán prendas para reconocer, como he escrito más arriba, que los esquemas del género han contribuido y en mucho a la mejor comprensión de la realidad sexual humana. ¿Serviría de algo una definición relativista, del estilo de “varón es el ser humano que encuentra su complemento vital en la mujer”? Obviamente no: ahí está la homosexualidad, tanto la masculina como la femenina. Varón es aquel ser que, nacido macho humano, persiste, consciente o inconscientemente, expresa o tácitamente, en aferrarse a una identidad marcada de nacimiento por los genes,


visibilizada en determinados rasgos fisiológicos y aceptada por la comunidad como diferenciada de la mujer, opuesta y, al tiempo, complementaria de ésta. Eventualmente, entraría en ese cómputo aquel humano que, inclinado genética, morfológica o biológicamente hacia el sexo femenino, opta, en su momento y en determinadas condiciones, por reorientar su inclinación hacia el masculino. Pero ésta es otra historia. Ahórrense el esfuerzo de abrir la caja de los truenos todos aquellos antropólogos, sexólogos, expertos en género que ya sonríen convencidos de la escasa solvencia de esa definición. Porque yo no busco pontificar al respecto sino abrir camino a mi argumento para llegar a donde pretendo, colocar al varón con suficiente dignidad en la escena en que hoy comparece y de la que intenta expulsarlo el feminismo. Si tú y yo, lector, lectora, nos entendemos, ya me vale: y, de momento, me vale con que no embarranquemos el concepto de varón en interminables polémicas, tan interesantes y fructíferas como se quiera pero que sirven mal al objetivo de rescatarlo y dotarlo de la categoría que merece y, sobre todo, de estimular el sentimiento varonil, adormilado por los vapores tóxicos producidos en las fábricas del género.


Capítulo 7

Maldigo el momento en que nací hombre. No vale la pena que siga leyendo esto quien busca polémica al respecto de qué es ser hombre, qué mujer, quién lo es más o menos o quién quiere cambiarse de bando. En cambio, sí me gustaría captar la atención de aquellos que, sintiéndose hombres, varones, sin más, sienten también su virilidad sistemáticamente agredida, menospreciada y puesta en solfa. Hasta el punto de que más de uno de ellos declara tener dudas al respecto y admitir que le tiemblan las ideas cada vez que ha de recurrir a identificarse como tal en según qué foros. A esta gente, y a la brava, me gustaría decirle que levante la cabeza y, con los pies bien pegados a la tierra que pisa, con la mayor humildad pero sin vergüenza alguna, proclame su identidad masculina, su voluntad de vivir como varón, con todas sus consecuencias, y su disposición a enviar a hacer puñetas a quien lo confunda con un agresor de mujeres o violador en potencia, un desalmado donjuán o un irresponsable padre de sus hijos. Puede que a cualquiera de nosotros, varones, le cueste describir cómo se identifica y qué vivencias tiene en cuanto macho humano. Pero de ahí a admitir que somos unos salidos cromagnones o unos irrecuperables buscadores de líos fuera del hogar, hay un abismo. Ser hombre es mucho más que eso, aunque no sepamos muy bien qué es ser hombre. Recuerdo a uno, del montón, como somos la mayoría: unos 40 años, separado, víctima desde hacía varios del obsesivo deseo de su exmujer de amargarle la vida con la pareja con que intentaba rehacerla. Denuncias por chorradas, descalificaciones ante los hijos, infundios entre conocidos… el pobre no sabía a qué atenerse para hacer borrón y cuenta nueva. Pero lo peor era el desmenuzamiento al que había sometido a la consideración de sí mismo como hombre, como padre, como compañero de su mujer. Yo no lo conocía a fondo pero en una ocasión, en una cena con amigos comunes, dejó ir una frase que nunca olvidaré: - Maldigo el momento en que nací hombre.


No seré yo quien resuelva la quiebra de su personalidad ni la de muchos otros que se encuentren en tesituras similares.

Pero he podido constatar que este caso que tuve

ocasión de observar en primera fila, no es ni mucho menos excepcional. Y diré dónde he oído a menudo declaraciones similares e, incluso, mucho más dramáticas: en determinados programas radiofónicos nocturnos –en la Cadena Dial, QUE FALLO EN LO VUESTRO; en la COPE, MOMENTOS, dirigido desde hace casi 30 años por Luis Rodríguez- en que la gente tiene la opción de explayarse, a veces, con tal sinceridad y brutalidad, que las palabras que le llegan desde el receptor, le quitan a uno el sueño y le hacen dudar hasta de si es posible que el sufrimiento humano pueda llegar a esos niveles y llevar a las personas que lo producen a tales niveles de indignidad. Sí, los humanos sufrimos por infinidad de razones: y por ser hombre, varón, macho, aunque parezca increíble, también se sufre. Y a veces, mucho.


Capítulo 8

Sacudiéndose el patriarcado… …como si fuera un chicle pegajoso, una mierda adherida al zapato, una molesta mosca cojonera. Porque el feminismo pretende que ese régimen, el patriarcado, que era de organización de la pareja y de transmisión de determinados derechos, se ha convertido, por obra y gracia, explican las feministas, del colectivo masculino organizado para joder al femenino, en consustancial con la naturaleza varonil, se ha aupado a cada institución habilitada por los hombres y condiciona, sin excepción, todos y cada uno de sus movimientos, iniciativas, pasadas, presentes y futuras, a nivel social y en cada resquicio de la actividad humana: hasta en la manera en que los hombres abren las piernas sentados en el metro o en el comedor de sus casas han encontrado las feministas resquicios de machismo, mecanismos patriarcales de perpetuación del dominio masculino. No digamos en los gobiernos, las iglesias, las empresas o los clubs de fútbol: no hay institución ni organización que se libre de ser tachada de patriarcal y, a poco que se deslice alguno de sus dirigentes, en machista, eterna, irremediablemente, omnímoda y, al final, jocosamente machista. Pues bien, para empezar a alzar la bandera de su propia dignidad, el hombre tiene que empezar por sacudirse como lo que es, como un incordio, el estigma del patriarcado, la rémora del machismo con que intenta cargar el feminismo al varón como colectivo y a cada uno de ellos en cuanto individuo. No se haga mala sangre el lector: seguro que mira el culo a las chicas que pasan a su lado, seguro que cuenta chistes machistas; es posible que le haya levantado la voz a su compañera, que la haya enviado a hacer gárgaras más de una vez y que deje la ropa sucia tirada en cualquier esquina del hogar, en lugar de colocarla en la cesta correspondiente. Claro, los hombres, como las mujeres, ni somos robots ni perfectos, nos cabreamos a menudo, nos entra pereza, echamos las culpas de nuestros errores al primero que se nos pone enfrente… Pero nuestras imperfecciones como hombres y nuestras carencias como compañeros no necesariamente son machismo ni obedecen a ancestrales mecanismos patriarcales: quizás, mala educación y dejadez y nada más.


Olvide, pues, todas esas estúpidas campañas que intentan culpabilizarle y forzarle a fregar y planchar y todos los anuncios que le dejan como idiota por no acertar a poner en marcha una lavadora: eres, amigo lector, un hombre, para bien y para mal y no un gilipollas manchado a perpetuidad por el pecado original de haber nacido con el XY en su dote cromosómica. Ni matas mujeres ni maltratas a las que tienes cerca, ni te crees superior a ellas, ni abusas de ninguna. Es más, las respetas, las amas, las deseas, las ayudas y las tienes por excelentes colegas y apetecibles compañeras de cama: ¿por qué diablos has de aceptar tenerte por machista o por detentador de los misteriosos poderes del patriarcado y beneficiario de sus supuestos privilegios? ¿Alguna vez te han dado un premio por ser hombre, te ceden el asiento en el bus, te abren las puertas, te han regalado el puesto que ocupas en el trabajo, te han perdonado alguna deuda por ser varón? ¿Nunca te ha insultado o engañado una chica, nunca te han dado plantón, nunca te han arreado una bofetada si te has pasado? Pues eso, eres un tío normal que trata con mujeres normales. Así que manda al patriarcado a la porra, despega de tu chaqueta esa etiqueta de machista que seguro que te han colocado en más de una ocasión y déjate guiar por tu buena fe, por la confianza en ti mismo; respeta a todo el mundo, vigila para no herir a nadie y discúlpate ante quien se sienta ofendido. Y sé varón, macho, a costa de quien sea o de lo que sea: es tu vida y es tu forma de ser.


Capítulo 9

Los activos masculinos Quizás no estaremos en condiciones de definir con mucha exactitud lo que es el varón. Pero sí sabemos lo que los varones han hecho por la humanidad a lo largo de la historia, entre diez mil y dos millones y medio de años, según se miren las cosas. Han peleado contra los mamuts, han recorrido el mundo desde las estepas africanas hasta los polos, han subido a las montañas y, desde hace poco, están empeñados en moverse por el espacio. Han construido -y destruido- ciudades e imperios, han conquistado tierras, han cubierto el mundo de cacharros que han mejorado la vida de los humanos, han eliminado enfermedades y lacras milenarias, han desterrado pestes, derrocado tiranos y propuesto códigos de democracia e igualdad. A día de hoy, siguen luchando por eliminar fronteras e integrar a todos y cada uno de sus semejantes bajo criterios de equidad y al amparo de la libertad. En este itinerario, lamentablemente, los hombres han dejado muchos pelos en las gateras históricas: millones de muertos, asesinados, violados, esclavizados, torturados, vilipendiados han quedado por el camino, vilmente arrojados a la cuneta de la existencia. Millones han sido y son encarcelados, perseguidos, torturados, despreciados y condenados a una vida miserable y sin perspectivas desde el propio nacimiento. La mitad de estas víctimas, más o menos, mujeres. Y, ojo, la mitad de los beneficiados por los avances, igualmente mujeres. ¿Han participado ellas más o menos que ellos en cada paso, en cada avance o en cada retroceso? ¿Han sido más inventoras o filósofas o simplemente, le han calentado la comida al inventor o al filósofo? ¿Qué más da? Porque lo cierto es que los humanos, mujeres y hombres, hemos llegado hasta donde estamos y hemos dejado a nuestros descendientes a las puertas de un futuro que, con un poco de buena fe y de habilidad, promete mucho a las generaciones venideras.


Es posible que no haya quedado suficientemente explícita la participación de las mujeres en este proceso y quizás sea necesario realzarla. Pero lo que no se puede aceptar es rebajar o menospreciar el protagonismo masculino para elevar el femenino. Porque los varones hemos jugado nuestro papel, hemos hecho lo que nos tocaba hacer y lo hemos hecho razonablemente bien: con errores y muchos, a costa de innumerables fallos. Pero no tantos como para que se justifique el desprecio de nuestro pasado y se intente nuestra incapacitación cara al futuro. En cuanto colectivo, los varones tenemos motivos más que justificados para sentirnos orgullosos del pasado y como particulares, a fortiori: fueron nuestros padres y estamos siendo los padres de nuestros hijos, los que aguantamos el palo de la vela del progreso y no se vislumbra a corto y medio plazo que este panorama vaya a cambiar sustancialmente. Que se sumen más mujeres a este proceso, estupendo; que aporten mucho más, maravilloso: bienvenidas a la lucha por mejorar la humanidad. Pero ojo con los codazos para colocarse en las primeras filas de butacas, que el varón lleva ocupándolas mucho tiempo y van a hacer falta mejores razones que las esgrimidas por el feminismo, para arrebatarle, no el sillón, que eso es lo de menos, sino el mérito y la dignidad de haber aportado mucho al devenir de la humanidad.


Capítulo 10

Lo que han dejado en el varón tantos años y tanto esfuerzo Un biólogo, más si es darwiniano, podrá describir debidamente y explicar todo lo que el paso de tantos años y las experiencias habidas por sus antecesores, han conseguido depositar en el varón actual. Rasgos, actitudes, habilidades, inclinaciones, manías… con toda probabilidad echan raíces en el pasado del hombre de hoy y en las dificultades que hubo de superar cuando aún vestía pieles de animales, tenía que pelear contra los romanos o atravesaba el Atlántico en busca de nuevas rutas para las codiciadas especias. Las guerras, las batallas, los fracasos, los desconciertos y los éxitos, seguro, han dejado huella en la psique y en el soma de los varones que, probablemente, no son idénticas a las que similares o equivalentes pendencias y dificultades han dejado en el cuerpo y en el alma de las mujeres contemporáneas. Como han debido dejarlo, en ambos, los conflictos entre ellos, así como la permanente búsqueda mutua. Es lo que hay. Pues bien, ese sedimento milenario ha de ser considerado y puesto en valor. Rechazado lo negativo de ese patrimonio y potenciado lo positivo, lo que no se puede permitir es que, como hace el feminismo, se presente al varón como un simple heredero de los cavernícolas, pobres, portador de sus peores rasgos e incapaz de reciclar los siniestros hábitos asentados en su cerebro y, definitivamente, en sus genes. No es broma todo esto: los escritos feministas rebosan de referencias a la peor herencia incrustada en los hombres de hoy y a la necesidad de borrarla para instalar en su disco duro los criterios feministas de comportamiento. A juicio del feminismo, urge forzar en el varón comportamientos más dulces, actitudes más dialogantes, disposición al sexo blando…en definitiva, es imperativo feminizar al varón, claro y contundente. No será desde estas páginas desde las que se intente imponer ni siquiera esbozar un tipo de macho prepotente, engreído, agresivo y dominador. Aunque sí se propugnará un tipo de personalidad respetuoso, comprensivo y abierto… para ellos y también para ellas.


En cualquier caso, procede solicitar respeto para cualquier actitud, inclinación o comportamiento que, sin dañar a nadie, potencie lo mejor de cada persona y permita a cada una de ellas desarrollarse libre y sanamente. Si al niño le gusta jugar al balón y prefiere el azul al rosa, dejémosle con sus gustos y atendamos a lo más importante, el desarrollo de su personalidad. Y si es brutote, amigo de gresca y aficionado a levantar las faldas de las chicas, corrijámoslo pero no le estrellemos en la cara el consabido, “hombre tenías que ser…, igual que tu padre…”


Capítulo 11

El sexo Me refiero ahora a las relaciones sexuales en sentido estricto, al sexo en cuanto significa compartir intimidad carnal o de otro tipo con otra persona. En este ámbito, el feminismo ha conseguido dibujar un varón obsesionado hasta límites ridículos, siempre y en todo momento dispuesto a la cópula o a cualquier sustitutivo de ésta, infiel a la pareja habitual, peligroso siempre y acosador indecente a menudo, a veces, criminal sin más. Cuando no responsabilizarlo de las disfunciones sexuales femeninas: no hay mujeres frígidas, se dice, sino hombres inexpertos. No rebatiré aquí la poca consistencia de esta hipótesis, tan a gusto del feminismo. Pero sí propugnaré que se acepte que la pulsión sexual en el varón es muy, muy fuerte, en particular en ciertas etapas de la vida. Y que esto es así y que esto no es necesariamente malo. No entro tampoco a considerar si la sexualidad femenina es distinta, si esa pulsión en la mujer mueve a ésta en otra dirección o con otra intensidad… en fin… Me limito a poner de manifiesto lo que, por otro lado, es bien sabido y, para la inmensa mayoría de humanos, evidente; más que evidente, indudable. Habrá que educar, intentar acercar posturas y habilidades, criticar los abusos y los excesos y ser intolerante con la agresión y con la agresividad cuando ésta se desmanda. Pero no se puede ignorar que el varón experimenta intensísimas y casi permanentes inclinaciones hacia las hembras humanas. Ni se puede culpabilizar al varón por el mero hecho de ser portador de estas inclinaciones, ni pretender reprimirlas sin más ni intentar convertirlo en un “cerdo” –nunca he entendido por qué a quien hace ciertas cosas se le califica de tal, pobre bicho…- salido y peligroso. La sexualidad es uno de los principales activos humanos y su desvinculación de la procreación uno de los grandes logros de la humanidad –la píldora, que tanto ha hecho a favor de este paso adelante, fue inventada por un varón, por cierto-. Querer ahora reprimirla o recortarla, sería una vuelta al pasado.


Como tampoco sería acertado intentar reconducir la sexualidad masculina al cauce por el que discurre la femenina, como se pretende recurrentemente desde el feminismo: somos diferentes y se trata de complementar y de crecer juntos, no de acogotar a una parte y meterla el miedo en el cuerpo cara al encuentro sexual. El varón es, en el plano sexual, lo que es y no tiene por qué plegarse a esquemas preconcebidos por personas ajenas a él. Orgulloso de ser sexuado y activo sexualmente y tan orgulloso y sexualmente activo como desee… y consiga: cierto, con todo respeto y sin la menor vergüenza.


Capítulo 12

El varón no es violento per se Si tú, lector, eres varón, no te des a engaño: estás en una lista de sospechosos de ser violentos por el mero hecho de haber nacido macho. No voy a entrar ahora en lo que es la más clamorosa violación de derechos fundamentales perpetrada en Europa desde las inicuas leyes de Nuremberg, proclamadas por los nazis en 1933, la Ley española 2004 conocida como Ley contra la violencia de género. Sólo un consejo: por supuesto, no maltrates en modo alguno a tu compañera, jamás, pero ten infinito cuidado si en alguna ocasión discutes con ella: puedes dar inmediatamente con tus huesos en el talego, tengas culpa o no, haya pruebas o no, testigos o motivos: es lo que hay y si estás al día, sabrás de qué hablo: arquitectos, abogados, artistas, políticos… y un larguísimo etcétera de desconocidos que suma cientos de miles, han menospreciado la veloz y siniestra eficacia de esa indigna ley y lo han pagado muy caro. La increíble razón de estos y muchos otros desaguisados, estriba en la pretensión feminista de que el varón es violento de por sí, incluso, hasta por causas genéticas, como suena. Y semejante disparate, que se formula en libros y se proclama desde cátedras de género y de muchas otras disciplinas, acompaña a otra pretensión igualmente incongruente: la mujer jamás es violenta, jamás agrede o asesina si no es como mecanismo de respuesta a una agresión, por supuesto, del varón. Los antifeministas, personas que repudiamos el feminismo institucionalizado, intentamos desde hace años, con escaso o nulo resultado, salir al paso de tan incoherentes como dañinas hipótesis. Entretanto, y en cuanto no consigamos frenar el desmadre legislativo y judicial que acogota España desde hace más de 10 años, desde que el feminista Rodríguez Zapatero entró a gobernar el país para conducirlo al desastre en que lo dejó siete años después, hemos de proclamar bien alto y claro que los varones no somos violentos, ni por naturaleza ni por razones genéticas ni de ninguna otra categoría. Arrinconados como apestados, nos vemos obligados a implorar idéntico derecho que se otorga a los perros indebidamente llamados “peligrosos”: no hay tal cosa, hay mala educación, mal trato, desatención o lo que sea pero ni existe el “perro peligroso” ni, a mayor abundamiento, el varón peligroso, agresivo por naturaleza.


Habrá que analizar por qué algunos varones asesinan a sus mujeres y, si procede, habrá que reprimir y castigar debidamente cualquier comportamiento violento pero de ahí a admitir una agresividad y una violencia congénitas en el macho humano, hay un abismo.


Capítulo 13

Carta de ciudadanía para el varón A estas alturas, ni he conseguido definir “varón” ni especificar sus características más notables ni siquiera deslindar sus perfiles menos positivos o menos estéticos. Con franqueza, me es igual porque tampoco lo he pretendido ni, de pretenderlo, estaría seguro de haberlo conseguido. Lo que, urgido por la imperiosa necesidad de plantar cara a un feminismo rampante, que aprieta las tuercas al varón a cada paso y en cada rincón de la actividad humana, me mueve a proclamar, desde mi menguada autoridad y sin más argumentos que mi voluntad de hacerlo, que es preciso salvar la condición y la naturaleza del varón, sea éste lo que sea, haya hecho, dicho o dejado de hacer o decir lo que cada cual quiera colocar en su activo y su pasivo. No es esta propuesta una broma ni se puede tomar a tal: el varón, el macho de la especie humana ha de ser respetado per se y no sólo en cuanto compañero de viaje del feminismo. Y no se puede exigir a los varones que se manifiestan en público, declaración expresa de adhesión a los postulados feministas para que les sea otorgada carta de ciudadanía en la sociedad democrática contemporánea. El varón tiene derecho a sentirse tal, a manifestarse, a exigir respeto e idénticos derechos que merecen y tienen cualesquiera otras variedades de la diversidad sexual humana: si caben días del orgullo gay, se han de encajar sin aspavientos las declaraciones de virilidad de quien las haga. Si se habilitan ministerios o concejalías de la mujer, se han de abrir a la problemática del hombre. Si se instrumentalizan teléfonos contra el maltrato a la mujer, en justa correspondencia se ha de disponer otros o los mismos para atender al varón maltratado. Si se computan los asesinatos de mujeres a manos de sus compañeros, en la lista han de aparecer, sin más, los casos de violencia perpetrados por mujeres en la persona de sus maridos o novios.


No va a ser nada fácil desmontar todo el inmenso tinglado instalado por el feminismo al amparo de la corrección política ni desactivar todo el instrumental discriminatorio que se hace servir para quedar bien con el feminismo institucionalizado y con las que lo tutelan para ponerlo a disposición del ciudadano, sin más, independientemente del sexo o, si se quiere, del género de cada persona. Ahora bien: como mínimo, el feminismo se ha de acostumbrar a convivir con sus críticos y con quienes discrepan al respecto de las relaciones entre los sexos. Y quien se adscribe al masculino –y por qué no, al femenino- ha de gritar bien alto y claro, que es varón, que es macho, que quiere seguir siéndolo, que no es un asesino ni un violador ni un irresponsable y que exige ser tratado como un ciudadano más: tampoco es mucho pedir, qué caramba.


Capítulo 14

Els castells Castell significa castillo en catalán. El castell, además del típico edificio que tan bien conocemos y que se ha levantado en el mundo entero y en cada época de la historia, en Cataluña es una torre humana, es decir, una construcción temporal, tan temporal que no suele durar más de cinco minutos, que levantan decenas y a veces cientos de personas para llevar a no más de 15 metros de altura a un chavalín que, trepando como una ardilla, hace arriba del todo una señal de que ha conseguido pasar sobre los hombros del penúltimo de la columna, gesto al que los espectadores, suspendido el aliento y con la boca abierta, corresponden con un entusiasmo indescriptible. Conseguido lo cual, aún han de “descarregar” –descargar- el montaje, o sea, bajar ordenadamente, faena tan complicada como levantarlo y que no siempre culmina exitosamente. El “castell” resulta una de las pocas actividades deportivas netamente catalanas y es sorprendente que los catalanistas no tiren más de esta veta: porque los “castells” son algo realmente bonito, sugerente, elegante, fresco, popular…Y, además, se construyen con el esfuerzo de decenas y a veces centenares de personas que, apoyando unos a otros, ni tan solo se miran a la cara: cada cual está concentrado solo en sostener el bloque, ayudar a quien sube sobre sus hombros, sin ni siquiera saber si lo están consiguiendo o no. Solo el”cap de colla”, el director, y los espectadores, claro, ven vacilar el tinglado, observan cómo alguno de los que trepan tiembla o se asusta, asisten, conteniendo el aliento, al ascenso decidido de los criajos que, con casco y con un arrojo increíble, se agarran a las camisas y los pantalones de los mayores para subir hasta el final de la torre humana. El “castell”, además de un espectáculo muy bello y de una actividad digna de pasar a patrimonio de la humanidad, es, o puede ser, símbolo: de coraje, de fortaleza física, de cooperación, de compañerismo, de buena coordinación, de superación, de desinterés personal y esfuerzo colectivo, de…si el lector tiene ocasión de asistir, en Cataluña o fuera de ella, a un espectáculo de “castells”, no se lo pierda y luego dígame si tengo o no razón. Pues bien, el castell, hasta hace muy poco, era patrimonio exclusivo de los varones. Poco a poco, se han incorporado chicas y niñas, tan entusiastas y decididas como ellos. Alguien


me ha dicho que les estaba prohibido a las mujeres participar en la construcción de “castells”: no sé, no lo he podido comprobar pero me es igual: bienvenidas sean. Porque yo, por las buenas y por mi cuenta y riesgo, me voy a apropiar de la figura de esta preciosa y sugerente figura del folklore catalán para simbolizar la construcción de la humanidad y de las sociedades que la han configurado: a hombros de varones. Lo que no es ni bueno ni malo, ni está cerrado ni excluye a nadie ni condena a nadie ni otorga derecho alguno a nadie: ha sido así y ya está.


Capítulo 15

Del símbolo a la realidad El feminismo, con encomiable tesón y, pasándose de frenada que dicen ahora o, más bien, de acelerada, lleva años empeñado en visibilizar –vocablo muy del gusto de las feministasla participación de las mujeres en todas y cada una de las actividades humanas de que se tiene constancia desde los orígenes de las sociedades actuales: las expertas feministas descubren pintoras, escultoras, escritoras, inventoras… en cada recoveco de cada país, cada época y cada variedad científica, artística o política. Nada que objetar. Porque lo cierto y evidente es que, hasta ahora, la abrumadora mayoría del peso y la responsabilidad de cada iniciativa humana, ha descansado en hombros masculinos. Varones han sido, -quizás en un 90% o más- políticos, aventureros, literatos, artistas, descubridores, historiadores, músicos, poetas, clérigos y revolucionarios. Varones han sido también, y en la misma proporción, asesinos, dictadores, estafadores y criminales de cada estofa. Desde hace unos años, felizmente, muchas mujeres se han incorporado a la nómina de protagonistas de los hechos más destacables que protagoniza la humanidad: y, en consecuencia, hay cada día más científicas, dirigentes empresariales, estadistas y directoras de todo lo que es susceptible de ser dirigido: lógicamente, a cada paso se sabe de más sinvergüenzas, mujeres, que no le van a la zaga y que superan a sus colegas masculinos en malicia con pasmosa facilidad. ¿Se deduce de esto que los varones han sido más o las mujeres pintan menos en la trayectoria de la humanidad sobre el planeta Tierra? En absoluto: cada cual ha jugado el papel que le correspondió y a ningún sexo se le ha de otorgar medalla ni asignar privilegio por ello. Pero… …pero tampoco procede negar las evidencias, a saber, que han sido varones quienes más se han batido el cuero, quienes casi siempre han ido por delante, quienes mayormente han inventado, descubierto, luchado y penado por lograr avances, subir a las montañas o defender el país de invasores extraños.


Entretanto, la mujer ha guardado la casa, ha calentado el horno, cuidado de la prole y, sí, por qué no, jugado el papel de refugio del guerrero: y, sobre todo, ha dado continuidad a la especie, que no es precisamente moco de pavo. Aceptemos, pues, la equivalencia en dignidad de ambos roles, el masculino y el femenino, fundamentados en la propia naturaleza. Pero lo que no se puede hacer es rebajar el papel masculino, difuminar la importancia de su contribución o relegarla al apartado de irrelevante para, a renglón seguido, pasar a ensalzar la aportación femenina. Como en los “castells”, la humanidad se ha construido con infinito esfuerzo, casi siempre a costillas masculinas: que ahora, cuando hemos ascendido muchos peldaños, en la cima, la mujer haga ondear la bandera del mérito, nos llenará de orgullo a cada varón como hubiera henchido a todos quienes nos precedieron: siempre que el flamear de la enseña de la igualdad no implique el borrado y la ocultación de la contribución masculina, de quienes, tensos, aguantan sobre sus hombres todo el castell.


Capítulo 16

Los hombres no lo ha tenido nada fácil El feminismo recurre sistemáticamente a una invención para tratar de explicar la gran diferencia que existe entre la obra creadora y creativa de los varones y la de las mujeres: éstas, dicen las feministas, siempre lo han tenido muy mal para hacer arte, para escribir, para participar en política y para, en definitiva, alzarse a los primeros puestos del protagonismo social e histórico. Y esas al parecer insalvables dificultades se relacionan directamente con la obsesión masculina por negarles el pan y la sal en los círculos en que se cuecen las habas que luego redundan en premios o reconocimientos del más diverso carácter: el patriarcado, ese mecanismo de opresión y sumisión de las mujeres, gestado y tutelado por los varones a lo largo de milenios, ha cumplido su misión represora de las mujeres, ha inutilizado los esfuerzos de millones de ellas por sacar la cabeza en el arte, en la ciencia, en la literatura, en la política y sigue dificultando un mínimo de libertad creadora y presencia pública de la mayoría de ellas: lo suelen llamar el techo de cristal. Bien: el autor del libro más leído después de la Biblia, Cervantes, no sólo era manco – aunque del brazo izquierdo- sino que se había pasado media vida en la cárcel, unas veces como prisionero de los turcos y alguna que otra por su filigranas con el fisco. Decir de su vida que fue fácil y que parió El Quijote entre comodidades y facilidades, sería ofender la realidad. Beethoven, estuvo afectado de sordera a lo largo de su mejor etapa creativa. Kafka padeció más males que los protagonistas de sus novelas, Stefen Hawking… ahí está…Como están Steve Jobs y Einstein y tantos y tantos hombres discriminados, maltratados por la sociedad, sumidos en las tinieblas de enfermedades durísimas, expulsados de los círculos dominantes… Quien no era bajito como Napoleón, era cojo, sifilítico o estaba lleno de complejos. El mito de las facilidades de que han disfrutado los varones para elaborar sus aportaciones a la humanidad es, eso, puro mito.


La mayoría de creadores, artistas, inventores, descubridores, han hecho la suya en medio de infinitas dificultades y han conseguido el éxito tras superar enormes obstáculos de todo tipo. ¿Qué hay en el fondo de un tozudo escrutador de los cielos como Galileo, de obstinados transgresores como Lutero o Marx, de iluminados como Einstein, de visionarios como Gates…? Eso lo analizan y lo determinan, de aquella manera, psicólogos y sociólogos pero lo evidente es que la carrera de eso que llaman grandes hombres no ha sido, casi nunca, camino de rosas.


Capítulo 17

El caso Brontë No describiré aquí con detalle el caso, bien conocido, de esa familia, en particular de tres de las hermanas, que se alzaron a la cumbre de la literatura…desde un pueblacho inglés, a principios del siglo XIX, hijas de un cura: cualquier feminista hubiera pronosticado que su genio literario acabaría ahogado en el océano patriarcal, pueblerino, clericaloide en que las hermanas desarrollaron su inclinación. Pero no: se dejaron de cuentos, pusieron manos a la obra y legaron a la humanidad algunas de las mejores novelas de los últimos dos siglos. La pregunta es: ¿por qué no ha habido más Brontës en la historia? ¿Acaso fueron ellas heroínas irrepetibles, excepciones rarísimas a esa norma, el techo de cristal, que el feminismo pretende impuesta a las mujeres desde hace milenios? Yo creo que la cosa es mucho más sencilla: esas mujeres descubrieron en sí mismas una afición y unas cualidades, se lanzaron a cultivarlas sin más expediente, se encontraron con dificultades, lógicamente, pero salieron adelante… No han sido las únicas, obviamente pero es verdad que su caso es poco frecuente. El feminismo ensalza los méritos de estas mujeres, como el de tantas otras que se lo han currado pero pasa como sobre ascuas sobre la elemental pregunta: si las Brontë pudieron, ¿por qué Maria y Marie y Mary y… no lo consiguieron? ¿Tuvieron ellas especiales ayudas del ayuntamiento o alguna subvención? ¿No será, a fin de cuentas, mucho más simple, que todas las demás no lo intentaron? Sea como sea, se puede concluir que las mujeres no han encontrado obstáculos muy distintos de aquellos que han dificultado el desarrollo de los intereses masculinos: o sea, que la jaula del patriarcado no es tal y que lo que se pretende, que ellas lo tienen peor que ellos, no es más que un cuento chino, éste sí, sin recompensa literaria o histórica. Escribir, pintar, componer… suelen requerir muy pocas herramientas aunque sí una voluntad de plasmar lo que al artista le viene a la cabeza, una dedicación mínima a ello y una persistencia en la faena: habilidades todas tan al alcance del varón como de la mujer. No se me pregunte ahora sobre las respectivas posibilidades intelectuales o existenciales de cada sexo, no se me descalifique porque no acompañe mi hipótesis de inacabables citas


de sesudos antropólogos o reputados neurocirujanos: es mucho más simple: pretendo que, por las razones que sean, los varones han sido mucho más decididos que las mujeres a la hora de investigar, crear, romper moldes o desbrozar caminos. Ni esto supone reproche ni descalificación ni a priori ni a posteriori ni análisis de capacidades ni mirada atrás de ningún tipo: como cuando un equipo deportivo gana un match: ha ganado y ya está. Y lo más importante: los varones no tienen por qué lamentarse de la ventaja de los de su sexo sobre las del otro en este campo, ni pedir disculpas, ni agachar la cabeza ni aceptar compensaciones en forma de cuotas o preferencias actuales en función de supuestos agravios pasados. Mucho menos tragar las bolas del feminismo que busca culpabilizar al varón hasta la manzana de Adán, castrar sus impulsos y convencerlo para que doblegue su espinazo viril y

sus impulsos masculinos hasta colocarlos bajo la bota feminista: la

humanidad ha llegado hasta donde ha llegado gracias al esfuerzo de todos, hombres y mujeres. Ellos han de sentirse tan orgullosos de haber aportado lo que estuvo en sus manos como felices porque los avances redunden en beneficio de todos, sin excepción. ¿Qué estúpido, por muy machista que sea, rechazará la obra de las hermanas Brontë, de madame Curie, de Simone de Beauvoir, las iniciativas políticas de Isabel de Castilla o Catalina la Grande, incluso, las excentricidades de Madonna y de tantas artistas que, eso sí, hacen disfrutar a tanta gente…? Si la verdad es la verdad, la digan Agamenón o su porquero, el arte es arte, sea su autor macho o hembra, digo yo. Y disfrutarlo, está al alcance de todo ser humano, sin que sea necesario ponerse las gafas violeta, echarse encima las cadenas de la perspectiva de género hasta para comprar una simple entrada al cine.


Capítulo 18

En definitiva… El feminismo hace muy bien en reivindicar el papel y los méritos históricos de las mujeres. Y en buscar insistentemente eso que llaman “visibilizar” su dignidad y sus contribuciones científicas o del tipo que sean. Se le puede permitir, incluso, que exageren, a veces hasta el ridículo, esas aportaciones. Lo que no se puede justificar es que intenten esa maniobra pasando por encima del cadáver del varón: de ningún modo. Y no se trata ahora de emprender una competición a ver quién hizo más por la literatura, el arte o las matemáticas: porque lo evidente es que ha sido el varón quien, casi siempre por no decir siempre, ha ido a la cabeza de cada paso adelante: en el arte, en la ciencia, en el derecho, en la religión, en política, deporte… hasta en la cocina, en la psicología y en los avances educativos a favor de la infancia o en las propuestas de mejora de los derechos humanos, de hombres y mujeres y, en particular de éstas, los nombres de quienes los protagonizaron son masculinos: y a ver quién lo discute. Ningún varón pretenderá que, por los esfuerzos de sus antepasados, le reconozcan méritos especiales como se hacía en la Edad Media y en nuestros días aún gustan de reivindicar ciertos aristócratas que parecen escapados de una mala película. Pero en cuanto colectivo, encontraría estúpido e inútil que los hombres alardearan de la pasada o presente “grandeza masculina”. Lo que pasa es que a la agresividad feminista, a su intento de borrar la contribución masculina como mecanismo para rebajar el papel de los varones en la sociedad actual y cara al futuro, se le ha de responder con una rotunda exhibición de realidades: “señoras, no discutamos quién hizo más o quién dejó de hacerlo para que el carro de la humanidad no se atascara en los infinitos charcos que le ha tocado sortear. Pero si ustedes lo pretenden, vamos a ello: a ver cómo niegan que varones han sido quienes siempre han ido por delante: a ninguno de ellos le duele ni, salvo que sea tonto, se le ocurrirá reprochárselo a las mujeres. No lo hagan ustedes, que no vale para nada”. Así que la afirmación de la personalidad actual del varón, frente a la pretensión laminadora del feminismo, se ha convertido en necesaria y urgente, mal que le pese a


todos aquellos, hombres y mujeres, que consideran irrelevante y una considerable pérdida de tiempo esa tarea mientras nos quedan pendientes muchas otras, acabar con el hambre, la enfermedad, la guerra, la desigualdad… Pérdida de tiempo a la que son aficionadísimas muchas feministas y tarea en la que consumen ingentes esfuerzos y dinero: que no cuenten conmigo para hacer lo propio desde el masculinismo. Pero que no nieguen la mayor ni intenten rebajar el papel del varón: ahí sí me encontrarán.


Capítulo 19

… y me encuentran Pues sí: admito que me produce cierto desasosiego salir a reivindicar la aportación masculina al progreso de la humanidad: lo tengo por inútil y a quien dé ese paso por fantasma y vanidoso. “MI papá es más alto que el tuyo, mi mamá juega a tenis y la tuya no…”, cosas que se reprochan los niños… los niños. Pero salir ahora con que “los hombres han escrito más libros o inventado más cacharros” me parece tan tonto como “las mujeres han compuesto tantas sinfonías o inspirado a tantos inventores”, chiquilladas. Ahora bien, cuando la reivindicación de la presencia –escasa a todas luces- de la mujer en la literatura, el arte, la ciencia o la política se convierte en arma arrojadiza y en mecanismo de imposición de medidas discriminatorias en contra del varón –en forma de cuotas, listas cremallera, subvenciones…-, entonces la cosa deja de ser una memez infantil para transformarse en herramienta de gobierno, de la que el feminismo se servirá –se está sirviendo- para colocar a sus partidarias sin más expediente que el de ser mujer. Puesto que los hombres ya han escrito muchos libros, hay que promover premios para escritoras; puesto que ya han inventado a lo largo de la historia infinidad de chismes y recursos, creemos premios especiales para investigadoras; puesto que hasta ahora la mayoría de emprendedores han sido varones, establezcamos organismos, becas y beneficios a favor de mujeres que, pobres, no son capaces de dar por sí mismas ese paso. Dado que ha habido pocas mujeres que hayan logrado el premio Nobel, hay que protestar cada vez que se lo otorgan a otro hombre…. No me veo yo en la lista de candidatos al Nobel ni he inventado nada que merezca la pena ni escrito algo que cambie el rumbo del país o de la gente. Pero me rechinan tanto la complacencia de quienes controlan esas cosas desde el feminismo quejica como la obsesión feminista por aplanar al varón para que la mujer salga a flote. Y como me rechinan estas cosas, es por lo que me he animado a escribir estas líneas, para manifestar mi desacuerdo y mi malestar con tanta discriminación positiva que le dicen, discriminación a fin de cuentas. Y para que si en algún lugar de este ancho mundo, un varón se inclina por admitir esas propuestas feministas y por aceptar que los hombres hemos de aligerar el paso para que ellas se pongan a nuestra altura, la lectura de este


manifiesto tan simple, le haga reflexionar, mirar atrás como hacen las feministas y caer en la cuenta de que el problema de que haya menos mujeres en los pódiums nada tiene que ver con él, con el patriarcado y con el machismo que sin cesar nos pasan por el morro. Las mujeres han cumplido su papel, los varones el suyo y haya aquí paz y allá gloria: ni petulantes ni sumisos, ni prepotentes ni tontos del culo, ni gritando ni callando, ni comparando ni despreciando, ni exagerando ni mirando para otro lado: me importa un pimiento ser varón y menos todavía que la relatividad, la filosofía, la ópera o el rock hayan sido más cosa de hombres que de mujeres. Y me importaría un pimiento –pobres pimientos, con lo saludables y sabrosos que son- que el Quijote lo hubiera escrito Dulcinea o la Traviata la hubiera compuesto Sofía Loren porque ni Cervantes ni Verdi hubieran hecho acto de presencia en este mundo sin que sus respectivas madres los hubieran empujado a vivir y a crear.


Capítulo 20

Fe de vida masculinista Si tú, amigo, amiga, has llegado hasta aquí, es que tienes una cierta preocupación por entender un poco mejor la problemática generada como consecuencia de esa diferenciación esencial de los humanos en hombres y mujeres. No le busques tres pies al gato, la mayoría de terrícolas son mujeres o somos varones, son hembras o somos machos. Este asunto está sobre el tapete de la humanidad desde el mismo inicio de su andadura por la historia y, si abrimos un poco el foco, incluso desde mucho antes puesto que venimos de muy atrás. Y el asunto de las relaciones entre los sexos seguirá estando sobre el tapete de la humanidad durante mucho tiempo, durante miles de años y puede que más y todo, quién sabe. A este asunto se le han dado muchas explicaciones y el feminismo es una de las últimas. Y de las más amplias y completas. Y de las más agresivas. Y de las más nocivas, si no la que más, para el varón: porque no es sólo que se nos pueda denunciar sin pruebas o enviarnos al trullo sin otro criterio que la palabra de la mujer. Es que esa infamia se justifica y se argumenta. Y a su sombra, al cobijo de que los varones hemos de purgar los supuestos excesos de nuestros antepasados y penar y pedir disculpas por las barbaridades en el presente que perpetran en la persona de sus compañeras algunos hombres, al amparo de semejante disparate, decía, crece la discriminación y crecen los ataques a la virilidad y se incrementa la represión de los varones por el mero hecho de serlo, aquí sí. Y la obsesión por negarnos presencia en el futuro, participación en el presente y méritos pasados: ni se nos tiene en cuenta para habilitar teléfonos contra el maltrato, ni se incorporan los asesinados por sus mujeres a la lista de víctimas del “género”, ni se nos deja decir la nuestra en los medios… y se discute la calidad de nuestro semen y se hace burla de ello – no pasa nada porque las cosas se tomen con humor, por cierto-, y se abre el abanico y se acaba por discutir la necesidad del macho para la perpetuación de la especie y la conveniencia de que los varones participen en la gobernanza del mundo, de las finanzas – recuérdese aquella boutade de “si en lugar de Leman Brothers, la empresa hubiera sido Leman Sisters, la crisis financiera del 2008 no hubiera estallado- y hasta del deporte. Que se pretende arrinconar nuestra virilidad, oscurecer nuestra aportación pasada y cerrar el paso a nuestra presencia en el futuro como machos, vaya.


Pues bien, yo creo que hay que salir al paso de estas innobles y disparatadas pretensiones. Hay que plantar cara al feminismo: sin alardes pero sin ambages, con respeto pero sin contemplaciones: que hay que aparcar la sensiblería –pobres mujeres…- e ir duro y a la cabeza, al cogollo del feminismo, al corazón de una doctrina nefasta. Porque lo cierto es que el hombre, el macho, en cuanto tal, ha jugado un papel esencial en el avance de la humanidad: no más importante que el de la mujer pero tampoco menos, simplemente distinto. Y es obligado que siga haciéndolo. Y es de justicia replicar a quien intente rebajar ese papel pasado y, además, negarnos arte y parte en el presente y en el futuro: ni de coña, que diría un castizo. Así que tanto si eres varón como si eres mujer, creo yo, te conviene alzarte frente al feminismo y decir a sus partidarias y ejecutoras que se han pasado pero que han de parar, han de reprimir su estúpida agresividad y han de aceptar que o jugamos todos o… se romperá la baraja. No se puede mirar al pasado e ignorar lo que han hecho los varones ni se puede diseñar el futuro sin contar con ellos, mucho menos, pretendiendo que pasemos por el aro de sus fantasías. Ni, mucho menos, cargar todo el pasado masculino al pasivo del patriarcado, del machismo, para que ni de nuestras hazañas podamos estar orgullosos. Por lo cual, si lo tienes a bien, pon los pies en el suelo, acéptate como eres, examina sin mala conciencia a tus antepasados, mira sin vergüenza a tus coetáneos y dispónte a dibujar futuro sin empacho ni remordimiento de ningún tipo: eres varón, pues ya está, ni más ni menos. Porque, recuerda: se convocó a nuestros antepasados a la guerra….y fuimos a la guerra, los hombres. Y penamos en las trincheras, fuimos asaeteados, destripados, destrozados por granadas, abrasados con aceite y por napalm, morimos con la cara en el barro, partidos en dos por las hachas o por las balas, aplastados por tanques y por piedros enormes. Tuvimos que matar o morir, obedecer o ponernos en el paredón, aceptar órdenes absurdas, luchar hasta morir en muchas ocasiones o rendirnos cuando a los jefes les pasaba por el arco de triunfo. En la guerra, en el cautiverio, en la muerte lenta tras de los alambres de espino, arrastrando las consecuencias de la participación en conflictos ajenos a nosotros, aún tuvimos –tenemos- que escuchar que la guerra es cosa de machitos… Se nos requirió para que saliéramos de las estepas africanas y comenzáramos a poblar la Tierra: y, junto a nuestras mujeres y nuestros hijos, emprendimos el duro camino de conquistar el planeta.


Se nos esclavizó, se nos obligó a luchar a muerte contra otros varones en los anfiteatros romanos, para deleite, entre otros, de muchas mujeres. Nos vimos obligados a defender nuestros pueblachos de los bárbaros, que venían, ellos, desde las lejanas tierras siberianas para intentar quitarnos nuestras cosas y, entre ellas, a nuestras mujeres: hicimos lo que pudimos. Tuvimos que salir a luchar por una cruz a veces, por una media luna otras, por cualquier trapo que fuera bandera la mayoría: luchamos y vertimos en la lucha nuestra sangre y dejamos en ella nuestra vida. A veces vimos cómo los mismos que nos acababan de cortar el pescuezo violaban a nuestras mujeres. Emprendimos la búsqueda de otros continentes, a ciegas, a bordo de cáscaras de nuez, convencidos de que nunca volveríamos a ver a nuestras mujeres y a nuestros hijos, allá, en Extremadura o en Castilla. Nos dejamos las cejas en las redomas alquimistas, en los libros, intentando descifrar idiomas perdidos, escudriñando los cielos a través de lentes primitivas, mezclando gases, destripando átomos, traduciendo a filósofos, intentando adivinar los designios divinos… Hemos escrito, hemos compuesto, hemos pintado, hemos esculpido… hemos inventado artilugios para que nuestras mujeres no se tuvieran que arrodillar para fregar suelos, hemos ideado píldoras para que no quedaran embarazadas, hemos tejido fibras para que no se sintieran incómodas una vez al mes. Hemos llenado nuestras casas, sus casas, de las que se dicen amas, amas de casa, de aparatos que les han quitado trabajo, hemos diseñado espectaculares vestidos para ellas, hemos ideado peinados, cremas, perfumes, joyas, zapatos… hemos propuesto avances en los derechos, los nuestros y también los de ellas, nos hemos partido la cara por las libertades, la nuestra y la de ellas, estamos elaborando infinitas leyes, a favor, muy a menudo, más de ellas que nuestro. ¿Nos equivocamos en muchas ocasiones?: cierto. ¿Hicimos víctima de nuestro odio, de nuestra inconsciencia, de nuestra ignorancia a inocentes? Sí. ¿Han pagado nuestras mujeres a veces por nuestros pasos en falso? Seguro. Pero todo ello, no invalida la contribución de los varones, de los machos, al avance y la construcción de la humanidad. Históricamente, documentadamente, científicamente, es más que evidente que han sido varones quienes han tirado del carro de la humanidad más a menudo y con más intensidad que las mujeres. Porque no había otra salida, porque nos


tocó jugar esas bazas, porque la naturaleza nos marcó el camino… por lo que sea, pero ahí queda: no vale la pena hinchar el papo estúpidamente ni pasar cuentas por lo que hicieron nuestros antepasados. Y, sobre todo, es estúpido comparar la contribución masculina con la femenina: cada sexo, cada persona hicieron lo que estuvo a su alcance, unos pasaron a la historia como héroes, otros como villanos y la mayoría, ni ellos ni ellas, ni siquiera pasaron a la historia aunque la hayan protagonizado. En definitiva, sería de tontos ponerle medida o precio a la aportación que cada sexo ha hecho para mejorar el planeta y a la gente. Así que no nos plegaremos a esa desgraciada competición propuesta por el feminismo para levantar y engrandecer el papel de la mujer en la historia –muy bien- a costa de arrastrar por el fango el del hombre –fatal-. Con tranquilidad, sin rencor, sin voluntad de pasar cuentas, ¿cómo vamos a intentar hacer balance de cientos de miles de años compartidos con nuestras madres, nuestras hijas, nuestras compañeras? ¿Le vamos a recordar a nuestra mujer que esa lavadora ha pasado por las manos de cien ingenieros y otros tantos mecánicos, encantados de poner a su disposición un instrumento que le facilite el trabajo del hogar? ¿Le recordaremos la sangre de varones vertida hasta que se logró el reconocimiento del derecho de voto para todo el mundo, mujeres incluidas, de ese voto que ella ejerce ahora con toda comodidad? ¿También hubo mujeres pidiendo lo mismo, bajo el cartel de sufragistas o feministas? Coño, pues muy bien, estaría bueno. Sí, hemos luchado codo con codo, unos más y otras menos, ¿qué importa? Ellas guardaron a nuestros hijos y el hogar, mientras cargábamos con el fusil o nos lanzábamos a la conquista de nuevos mundos: ¿no es suficiente? Protegieron a nuestros hijos, garantizaron que nuestra estirpe vivía mientras moríamos a miles de quilómetros de la casa y, cuando morimos, cobraron nuestras pensiones de viudas de guerra, es lo justo: nos alegramos en nuestras tumbas a menudo anónimas porque por ello luchamos, por ellos y por ellas. ¿Quién sufrió más?: váyase a la mierda, feminista. ¿Quién acumuló más mérito?: lárguese de mis reflexiones, estúpida. Déjeme con la satisfacción de comprobar que, gracias a millones de varones, hoy, machos y hembras, disfrutamos de ciertas libertades, de muchos derechos, de infinitas comodidades. Y permítame que le recuerde que, todavía, millones de varones siguen buscando mejores nidos en Europa o en América para que sus hembras aniden a gusto y sus cachorros crezcan como personas: agarrados a vallas con


concertinas, burlando muros y fusiles, arrastrando paquetes por media Europa, millones de varones siguen haciendo lo que hicieron sus antepasados hace cien, mil, diez mil años: obedecer a su genética, responder a su dotación cromosómica, salir a pelear por sus mujeres, sus hijos y el futuro de todos ellos. Es lo que nos tocó por naturaleza y ni usted, feminista, ni nadie, va a conseguir que escupamos sobre nuestro pasado, sólo porque la calenturienta imaginación de determinadas catedráticas de género o la mala hostia de algunas lesbianas incapaces de asumir su condición sexual, se empeñen en hacer del pasado masculino un charco de inmundicia, mala fe y voluntad de oprimir y violentar a aquellas por las que hemos luchado y muerto.


Capítulo 21

El hombre ideal No, el hombre ideal, el varón de una pieza al que desearía referirme, tiene poco que ver con un atleta rubio –o negro, para el caso es lo mismo-, dotado con la inteligencia de un Einstein cualquiera, el encanto y el atractivo de un astro del cine y la fortuna de Gates. Mi hombre ideal es, ante todo y sobre todo, una persona, un bicho humano. Dotado por la naturaleza con un cargamento medio de cualidades y posibilidades, lastradas dialécticamente por carencias y limitaciones que harán que el barco que será su existencia, se bandee constantemente entre la excelsitud más admirable y la miseria más vergonzosa. La mayoría de estos humanos, varones, pasará por la vida sin pena ni gloria, pudiendo haber sido mucho más persona y bastante más feliz de lo que ha sido. Lo que, justamente, es eso, ser humano. A este humano al que llamamos varón, la naturaleza le otorgó, entre aquella dote citada, unas pocas cualidades que, a primera vista, le distinguen de ese otro ser humano al que designamos como hembra o mujer. Entre esas cualidades, algunas, como los órganos sexuales y todo lo que ellos conforman en la persona, en este caso, en el varón, aparecen como muy diferenciados con respecto a la hembra. Son cualidades e inclinaciones muy marcadas por la dotación cromosómica pero no siempre decisivas a lo que se ve. Es posible variar esas inclinaciones, redirigirlas, librar a una persona de su prisión genética si es que en algún momento se siente encerrada en ella y permitirle que alce el vuelo en busca de otra diferenciación. Pero ocurre que la gran mayoría de personas no experimenta jamás la necesidad de ir más allá de esos límites marcados por la naturaleza, límites que la gran mayoría de quienes rodean a cada una de esas personas interpretan, en este caso, como signo de virilidad – alternativamente, de feminidad-, como aceptación de que la persona es macho y quiere seguir siéndolo. El varón, es, ante todo, una persona que, siendo macho, se percibe y se acepta como tal y se siente a gusto con las características que, ante él y ante los demás, le configuran de ese modo. En pocas palabras, macho confeso y convicto.


Conscientemente, insisto en este elemento constitutivo de la persona varón, a saber, la aceptación de uno mismo como tal, por cuanto, precisamente, la duda en torno a su categoría de varón, de macho, es una de las hierbas maliciosas que el feminismo intenta descaradamente sembrar en la personalidad masculina a la que presenta como impuesta por la sociedad, superada por la historia, necesitada tanto de reciclaje urgente como de apremiante acercamiento a las coordenadas diseñadas por el género y que configuran el “príncipe azul feminista”: varón sensible –dicen-, tierno, condescendiente, deseoso de alumbrar su “parte femenina” y dispuesto a abjurar de la masculina para caminar, como perrito faldero, detrás de una compañera, qué cosas, de firme personalidad, ideas claras y decisiones siempre acertadas. Frente a esta pretensión, el macho, creo, ha de plantarse y dejar bien claro que su persona y su personalidad se pueden criticar pero se respetan y se pueden interpretar pero sin obligaciones de ajustarse a patrones impuestos al varón desde tribunas ajenas a él. Porque además de tenerse por tal, el macho humano se mueve y se comporta de una manera determinada que, con todas las limitaciones que se quiera, es la suya, personal, intransferible y, en general, positiva y beneficiosa tanto para él mismo como para quienes lo rodean y para sus compañeros del viaje por el cosmos y por la existencia. Efectivamente, el macho es o suele ser, decidido, lanzado, agresivo, individualista, fuerte, temerario, aguerrido, valiente, generoso, solidario, buen compañero, brutalmente sincero, buen estratega, humilde para reconocer sus meteduras de pata, sacrificado cuando cree que serlo vale la pena…Aunque sea igual de macho el tímido, apocado, cobarde, débil, rácano o insolidario. Porque esas características positivas, maldita sea, alumbran tanto su personalidad como la oscurecen su ambición, soberbia, prepotencia, falta de piedad, exceso de confianza en sí mismo y vanidad, egoísmo, inconstancia… ¡Ay, qué grande y qué miserable al mismo tiempo nos ha resultado el varón real, el macho humano…! Pero esto es lo que hay y con estos bueyes tenemos que arar, que diría mi tía Trini. No se sabe de ningún macho técnicamente perfecto ni falta que le hace a la humanidad. Así que aceptemos las imperfecciones que vienen de fábrica, sin hipertrofiarlas al servicio de la causa feminista, sin esconderlas bajo la alfombra de una innecesaria dignidad viril supuestamente herida.


Machos fueron buena parte de quienes construyeron mundo, machos siguen siendo muchos de quienes hoy están al timón de la nave y muchos y machos vamos a necesitar para abordar las ingentes empresas que tenemos por delante. Con nuestras limitaciones acudiremos a la faena de empujar la humanidad para adelante. Y a su disposición pondremos nuestro entusiasmo, nuestra decisión, nuestro coraje, nuestra creatividad, nuestra capacidad de organizarnos, nuestra inclinación al liderazgo y nuestra mejor ambición de ir más lejos y subir más alto. Y nuestra fuerza física, tan devaluada, y nuestra agresividad, tan denostada y nuestro afán de aventuras, tan menospreciado. E invitaremos, por supuesto, a sumarse al empeño a cuantas mujeres lo tengan a bien, y admitiremos, como hemos hecho siempre, su compañía y valoraremos sus aportaciones, faltaría más. Y si nos superan, tan contentos y si se equivocan, vuelta a empezar y si triunfan, albricias. Que somos, ante todo, unas y otros, personas, antes que macho y hembra. Y lo habremos de seguir siendo, cada cual en su naturaleza, cada cual a la suya. Porque, a fin de cuentas, el hombre ideal es cualquier cosa menos ideal: el hombre ideal es el real, el cazurro pero apasionado, cabezota pero tierno, creído y humilde, infantil y duro como el pedernal, buscapleitos y arrugado, mentiroso y franco, todo en uno, todo empaquetado en una carcasa que parece de acero y es de mantequilla, en un corpachón que muere por tirar adelante y se quiebra ante la mujer, que da la vida por ella mientras mira las tetas de su vecina. Porque es el varón echao p’alante, valiente, mendaz, sincero, hipócrita, fuerte y mierdecilla, generoso tanto como ruin, en definitiva, humano en una sola pieza, contradictorio al tiempo que genial, tan buen amante como fantasma, tan amable como digno de ser amado, tan viril en lo suyo como femenina ella por su parte. Esta es la dicotomía que nos viene de fábrica, esta es la realidad humana y a ella se ajusta el patrón varonil, en ella encaja el hombre ideal, el que es lo que es y no lo que quisiera el feminismo, el que seguirá siendo le pese a quien le pese, el macho al que nadie podrá arrebatar su dignidad de persona, tan excelsa como la de la mujer, tan humana como la de ella, tan masculina como femenina la de su compañera y amiga, en su recorrido por la historia, en los trances presentes y encarando el futuro.


Ese hombre ideal somos todos y cada uno de los varones espaùoles: que son, somos, como las lentejas, feminista, si nos quieres, bien y si no, nos dejas‌ en paz. 


Capítulo 22

Alegato final Soy varón, hombre, macho de la especie humana. Estoy tan orgulloso de serlo como lo estaría si fuera hembra. No encuentro razones por las que deba lamentarme como tampoco para que ellas, las hembras, tengan que avergonzarse. Hembras y machos lo somos por azar y, encima, cada cual puede optar por soluciones cruzadas, cada día con menos problemas y sin necesidad de mayores aspavientos: dejemos que cada cual se atenga a lo que recibió de la naturaleza y, si no está satisfecho, reasigne su dote o reescriba su carnet de identidad pero que nadie se atreva a discutir nuestra realidad viril, la de quienes nos sentimos machos y nada más: que deje de tocar los cojones, dicho sea mal y pronto. Orgulloso de mi pasado, en la medida en que se me permita acercamiento o identificación con los varones que me precedieron. Orgulloso de mis antepasados cazadores, guerreros, descubridores, inventores, creadores de los mil y un recursos al alcance, hoy, de casi todos los humanos y humanas. Lamento que, tan a menudo, a algunos de entre ellos se les fuera la mano o la olla y pervirtieran sus objetivos hasta degradarlos en daños a sus congéneres, torturas, asesinatos, traiciones y crímenes de todo tipo, incluidos los que se perpetraron en mujeres y niños. Lamentaremos, como varones, estos desgraciados episodios pasados y los seguiremos lamentando mientras se sigan cometiendo, pero no traspasaremos, en modo alguno, esa barrera siniestra tras la que pretende arrastrarnos el feminismo, la de la responsabilidad personal o del varón actual por canalladas que cometieron o cometen otros. Orgulloso de ser varón, del pasado del varón como mitad de la humanidad, no acepto, pues, la menor responsabilidad por los errores o crímenes de otros varones y, con permiso de todos ellos, me apunto a los éxitos de sus intentos: que para eso, de estos nos beneficiamos todos, sin distinción de sexo ni de cualquier otra circunstancia personal o social, como reza el artículo 14 de la Constitución española.


Orgulloso de ser impulsivo, atrevido y temerario, sé que, a veces, me he dado buenas morradas por estirar más el brazo que la manga: en mi pecado llevo mi penitencia y, si pudiera, quizás no tropezaría en esas mismas piedras. O sí, vete a saber. Satisfecho de tenerme por luchador, dispuesto a transgredir si creo que vale la pena, preparado para estrellarme en su momento, rebelde a menudo, sin causa definida a veces: ¿va esto en los genes? Sí o no, algo ha habido en mi interior que me ha impulsado a ser lanzado en lugar de cortado, valiente para decidir, resignado ante el fracaso, cabezota para volver a intentarlo. Uno se cae y se levanta, se vuelve a caer y lo vuelve a intentar, maldita ley de vida, eso es humano, es varonil. ¿Y femenino?: pues muy bien, femenino, sin problemas, que lo digan ellas. Siento en mi interior enormes presiones indefinidas que, al parecer, no son idénticas aunque puede que resulten simétricas, a las de las mujeres, pero muy orientadas hacia éstas: pulsiones sexuales, fortísimas; inclinaciones hacia ellas, las mujeres, imparables. Algo me empuja dentro de mí a dar el primer paso, a arriesgarme. Y eso que mi experiencia me tira de la levita para recomendarme prudencia y evitar el riesgo. He fracasado miles de veces, mil veces por cada éxito, mala suerte, lo acepto como inevitable y lo asumo como parte de mi destino masculino. ¿Qué haría si hubiera salido hembra? No lo sé, eso lo tiene que explicar cada una de ellas, yo hablo por mí y de mí mismo. Y me gusta ser así, me gusta que me gusten y me atraigan las mujeres. Me gusta ser diferente a ellas, me complace comprobar que hablan y se mueven de otro modo que yo, piensan de otra manera y follan a otro ritmo. No me gusta que me den calabazas pero lo asumo como parte del juego, ¿qué voy a hacer? Ahora que, cuando caigo en los brazos de una o cuando esta una cae en mis brazos… siento que el cosmos entero se estremece y que, a medias, estamos haciendo humanidad y construyendo futuro. Me gustan las mujeres y me gustan los niños que solemos hacer en comandita. Me gustan los niños pero no me importa que ellas se los atribuyan con más frecuencia y que lo razonen: lo importante es que la criaturas sean felices y tiren adelante. Sólo quiero testimoniar que ser macho no es ser padre descastado y que no hay contradicción entre serlo sin dejar de ser muy hombre. No es necesario que me hagan objeto de campañas estúpidas para convencerme de que tengo que fregar platos, pasear perros o tender la colada: entiendo estas cosas como de sentido común y no como cuestión de estado. Y desearía que en el terreno del sentido


común se clasificaran la inmensa mayoría de los actos de convivencia de la pareja. Ni hay tanta violencia como el feminismo pretende ni va a menguar la que hay a base de cañonazos contra las moscas que son las diferencias entre hombre y mujer: que se aísle la violencia realmente grave y se canalice el resto con criterios de buena convivencia y madurez y con afán de comprensión y entendimiento. Porque entiendo que la buena relación entre los miembros de la pareja, es una pieza esencial del futuro que espera a la humanidad. Es importantísimo que diseñemos ese futuro a medias, intentando colocar en los esquemas del porvenir lo mejor de cada sexo, con voluntad de limar todo aquello menos bueno que la evolución ha depositado en nosotros, mirando hacia delante y no intentando cargar al otro sexo cada error pasado, cada desajuste presente. El futuro no puede ser feminista ni femenino, de ningún modo:, el futuro, si es que habrá futuro, será compartido por cada ser humano, al alimón entre los dos sexos que, mientras no desaparezca esta dicotomía fundamental, seguirán siendo hombre y mujer, macho y hembra. A este futuro, compartido, equitativo, solidario, optimista, a este futuro sugerente me apunto yo y por él brindo y a su favor intento escribir. Porque ni quiero dejar de ser macho ni tener que renunciar a nada de lo que la naturaleza depositó en mis genes. Al contrario, deseo seguir siéndolo y deseo que cada machito pueda desarrollarse como tal, a su aire y en plena libertad. Y cada hembrita y cada mujer, claro, exactamente lo mismo. Apuesto por un mundo equilibrado en todos los sentidos y, en particular, equilibrado en cuanto a derechos y deberes con fundamento en la diversidad sexual. No me importa que se ayude a cualquiera que lo pida, ni me preocupa que a las mujeres se les den ventajas, si es que de ese modo se contribuye a que sean más felices y se realicen mejor como personas. Y me parece razonable que se penalice a quien se oponga a ese equilibrio y pretenda privilegios en función de su pertenencia a uno u otro sexo. Pero rechazo esa corriente de hipócrita igualitarismo y disparatada justicia que consiste en hacer pasar a las mujeres por delante de los hombres sin otro expediente que su sexo. Y, por supuesto, abomino de todas y cada una de las acciones –penales, administrativas…- que castigan al varón como mecanismo de purga –dicen- de cuantos agravios perpetraron nuestros antepasados machos.


Sintiéndome, pues, macho y muy macho, ni me avergüenzo de declararlo en público ni me presto a arrodillarme ante quien intente reprochármelo como si fuera un baldón original sin solución histórica ni existencial ni vital. Y, si pudiera, invitaría a cada cual que se sienta de igual modo, a proclamarse tal, sin afectación, sin prepotencia, sin exigencia de ningún tipo, sólo buscando afirmar su personalidad, reforzar su naturaleza y pasar por esta vida dando lo mejor de sí mismo y, si tiene suerte, además, ser feliz. Voy para viejo, he vivido como varón sin el menor problema aunque no he percibido jamás que gozara de privilegio de ninguna clase por serlo. Al contrario, si se me apura, es posible que mi naturaleza masculina me haya acarreado más problemas que otra cosa. Pero ni me lamento por ello -¿qué vida, qué persona no ha de enfrentar infinidad de problemas en su discurrir por la existencia terrenal?- ni reprocho a nadie voluntad alguna de discriminarme por ser varón o de joderme por serlo. Es posible que una de los grandes activos y una de las mejores potencialidades de ser varón tengan que ver con la existencia de la hembra: la mujer, lo digo y lo repito, es quizás lo mejor que se puede encontrar en la vida el hombre: ellas se oponen a nosotros, nos plantan ante nuestra realidad, la suya, tan distinta, tan atractiva, tan sugerente; nos obligan a salir de nosotros mismos, a reprimir instintos primarios y a respetar al otro; nos exigen mirar más allá de nuestro ombligo, tratar de entender a otro ser humano, acompasar nuestro caminar, ceder, renunciar… Y nos sirven, las mujeres, para potenciar nuestra virilidad, para domeñarla y encarrilarla por mejores derroteros que la simple individualidad. También está el sexo puro y duro, el encuentro carnal de una persona con otra, de un hombre con una mujer. Ah, el sexo, qué gran invento, qué fuente de satisfacciones, qué caudal de pasiones, de impulsos y, también, de frustraciones y amarguras: como todo lo humano pero, quizás, mucho más que cualquier otra dimensión humana. Y sí, el sexo puro y duro nos mueve y mucho a los varones: la búsqueda de la hembra, el acercamiento al cuerpo femenino, el acceso a la más escondida intimidad de la mujer, la entrada en ella… producen infinitas satisfacciones y, fuerza es admitirlo, generan infinidad de problemas de todo tipo. Bueno, no hay moneda que no tenga dos caras: asumiremos los riesgos en función de la satisfacción que conseguimos superándolos y aceptaremos que a veces se nos va la mano y traspasamos la línea roja que es el respeto a la otra persona. Habremos de moderarnos y


tendremos que controlar mejor nuestros instintos primarios: educación y más educación, no hay otra. Ahora bien, que no se intente castrar al varón, recortar su virilidad, condicionar su comportamiento sexual y su desarrollo integral sólo en función de que hay algunos machos que no saben cómo manejarlas o no pueden con sus hormonas: porque la mayoría respetamos a la mujer, nos aguantamos cuando dicen no, lo intentamos, tratamos de seducir o de camelar y, a veces tenemos éxito y las más de ellas, nos hemos de retirar con el rabo entre piernas: es nuestra naturaleza animal, a la que ni podemos ni debemos renunciar: basta con embridarla y hacerla crecer en el terreno de la humanidad madura y avanzada. Que no valgan tampoco los intentos de devaluar nuestra naturaleza viril, pretendiendo que el torrente sexual ha de encauzarse, porque sí, hacia planicies femeninas y que éstas son las únicas con sello de autenticidad y plenitud: cada sexo a la suya y nos encontraremos a mitad de camino. Unas y otros cederemos y buscaremos la salida más satisfactoria para ambos. Porque llevamos perdidos mucho tiempo y esfuerzos en desenterrar machismo entre los restos del pasado y el futuro se nos echa encima.


Capítulo 23

Mirando al futuro Mientras no se pruebe la existencia de universos paralelos y no se encuentre la manera de acceder a ellos, y en tanto no se descubran alienígenas poblando vete a saber qué planeta en qué cúmulo galáctico, parece evidente que es éste, la Tierra, entre miles de millones, el único en que se ha desarrollado la vida y, más adelante, vida inteligente. Inteligentes los terrícolas, están –estamos- empeñados además, en evolucionar y parece que, en estos dos millones y pico de años desde que nuestros antepasados se pusieron a ello, hemos conseguido un resultado que si no es impecable, sí resulta más que satisfactorio. Pues bien, este resultado, lleno de accidentes y, seguramente, repleto de fallos y de pasos en falso, lo hemos conseguido, sin el menor género de dudas, entre todos, quienes nos precedieron y quienes a día de hoy seguimos en la brecha. Todos, significa todos, es decir, todos, sin excepción. Y, entre ellas, sin excepción de sexo. Porque el sexo ha resultado uno de los principales activos con que contaron antaño y con el que seguimos contando hogaño, para “crecer y multiplicarnos”, como parece ser que dispuso Dios para nosotros, hombres y mujeres habitantes de este bendito mundo. Y uno de los mejores recursos con que aliviar la complicada, y a menudo penosa, carga de la existencia terrenal. Pues sí, hombres y mujeres, mujeres y hombres, hemos tirado de la humanidad hacia delante durante cientos de miles de años, la hemos arrastrado por lo desconocido y la hemos colocado donde ahora se encuentra: que podría ser mejor pero es lo que hay, porque también podrían haber ido bastante peor las cosas: y crucemos los dedos sobre el futuro… Hombres y mujeres, mujeres y hombres, se han repartido las tareas en este empeño, como no podía ser menos: y cada sexo, sin que mediara decisión madurada ni misterioso decreto de autoridad divina alguna, se orientó en situaciones muy complejas y cargadas de incertidumbre y se puso manos a la obra, en función de las capacidades que la naturaleza había depositado en cada uno de ellos. Entre esas capacidades, figura destacada una, la de


alumbrar vida. Y esta capacidad, Dios sabe por qué, sólo la tenía y la tiene uno de los dos sexos, el femenino. No cabe la menor duda de que fue esa capacidad la que condicionó decisivamente el reparto inicial de tareas entre macho y hembra humanos: seguramente ambos, mujer y hombre, fueron conscientes desde el primer momento, de la trascendencia que tenía garantizar el buen fin del embarazo y de la necesidad de facilitar el cuidado y desarrollo del heredero de la pareja. O sea, que a la mujer le tocó, de salida, una función esencial y de crucial importancia para la continuidad de la especie: por lo que no se explica que el feminismo actual rebaje esa responsabilidad, intentando priorizar la dedicación de la mujer al trabajo remunerado a expensas del abandono de su milenaria -¿genética?atención a la prole y al hogar, marido –o lo que sea- incluido. Asegurada la guarda y custodia de la descendencia y del hogar y de la familia en el hogar, a continuación, y aunque la pareja estuviera diluida en clan, parece que quedaría claro a ambos integrantes de ella que era al varón al que correspondía velar desde fuera por el bienestar del retoño y de la conveniencia de que fuera la mujer la que se ocupara de él y de la idoneidad de ella para esa función. Lo que implicaba mayor proximidad femenina a la criatura y, de buen o mal grado, la exigencia de que fuera el varón el que se responsabilizara de buscarse la vida, para él, para ella y para lo que de ambos surgiera. Este hecho inicial, ha condicionado decisivamente el desarrollo de la humanidad. A su alrededor, se han tejido tantas relaciones y se han acumulado tantas incidencias que no se puede dar un paso por la historia sin considerarlo en su justa e inmensa medida. Entre las innumerables consecuencias derivadas del hecho de que la mujer pare y el hombre no, aparece una, derivada, a su vez, de las exigencias que, abandonar el hogar para buscarse la vida, le fueron impuestas al varón: éste hubo de enfrentarse, no sólo a mamuts de muchas toneladas que, quizás, fueran los menos peligrosos entre sus adversarios. El hombre, el macho, hubo de encarar dificultades de todo tipo hasta poder volver a casa “cargando con el mamut”: animales, inclemencias, accidentes inesperados y, sobre todo, sus semejantes, otros machos, no hacían sino levantar obstáculos enormes frente a su voluntad de sobrevivir para poder regresar al hogar indemne y con algo que se pudieran llevar a la boca quienes en el hogar le esperaban. Tenemos, pues, a la mujer en casa y al hombre por ahí fuera haciendo lo que puede para tirar adelante: reparto de tareas, marcado de inicio por el hecho diferencial de la


capacidad maternal. Obviamente, al varón condicionando su actividad al ciclo generador de vida de la mujer, claramente, al hombre adaptándose a las exigencias marcadas por la naturaleza. Es decir, no se adaptó la mujer a las necesidades itinerantes del varón, posponiendo las exigencias del embarazo y del parto a favor de las inmediatas de la caza o la disputa con los vecinos sino que el hombre hubo de plegarse a las limitaciones de la mujer, aceptando que ésta “permaneciera en la cueva mientras él salía de ésta en busca de alimento y al encuentro de sus adversarios. Estas bregas, evolucionadas, transformadas a lo largo de miles de años y de millones de incidencias y de circunstancias, han hecho al hombre y a la mujer como hoy son. ¿Quién ha cumplido mejor, quién ha sufrido más, quién tiene más mérito en ese empeño? Yo creo que, simplemente, plantear esta pregunta es una necedad supina: porque ni el hombre ni la mujer eligieron su sexo ni tuvieron la menor oportunidad de ser de otro modo y desarrollarse de distinta manera. Cada cual se atuvo a lo que naturaleza le dictaba, cumplió como mejor pudo con su encomienda y abandonó este mundo, a veces con dignidad, a veces con ignominia y, en la mayoría de ocasiones, sin comerlo ni beberlo. Pienso que, a estas alturas, lo que procedería es homenajear a todos y todas y cada uno y cada una de nuestros antepasados y antepasadas, examinar nuestra historia, extraer conclusiones y diseñar un futuro para esa humanidad que, teniendo en cuenta lo ocurrido, intente evitar errores y, por el contrario, mejorar las condiciones de nuestro paso por la vida y brindar las más amplias posibilidades de desarrollo equilibrado a cada bicho viviente de los miles de millones que por aquí nos movemos. Lamentablemente, no todo el mundo ve las cosas de esta manera. Y, desgraciadamente, hay quien no sólo no las ve de este modo sino que las interpreta aviesamente. E intenta desequilibrar la balanza de resultados en contra de uno de los dos sexos protagonistas, pretendiendo que en esta contienda uno de entre ellos ha sido el beneficiado y el otro el desfavorecido. Uno, el masculino, ha arramblado con el jamón y el otro, el femenino, se ha quedado con el hueso y con un palmo de narices. Y, lo peor -y lo más aberrante-, este resultado, sentencian, obedece a un plan minuciosamente trazado por los varones en contra de la mujer. Y que, para encarar el futuro, el hombre actual tiene que hacer penitencia por ese pasado patriarcal, ha de ser castigado y despojado de sus atributos y arrancado de sus posiciones de privilegio que, dicen, le otorgaron sus ancestros


Quien interpreta las cosas de este modo tan enrevesado son las feministas. Y la doctrina que justifica semejante disparate histórico y antropológico, es el feminismo. El feminismo entiende que los varones, desde el inicio de los tiempos, se confabularon para encadenar a la mujer a su circunstancia, para someterla a su dictado y caprichos, para obligarla a ser su esclava y, en caso de que se sublevara, para mantenerla a raya y sumisa aunque fuera a palos, muerta si era menester. El feminismo ha volcado todas sus reflexiones al respecto en una teoría: el patriarcado. Y hace de esta teoría carne y sangre política, social… y bélica: el feminismo dice que lucha encarnizadamente en contra del patriarcado y pretende no dejar piedra por remover hasta acabar con esa maldita institución que, últimamente, coloca como adjetivo a lo más siniestro que hoy descubre la izquierda en la organización económica actual, el capitalismo: de ese modo, concentra los tiros y focaliza su lucha, dicen, en el “capitalismo patriarcal”. Y explica que no es posible la liberación de la mujer sin abolir ese tal patriarcado. No es cuestión en tan poco espacio de examinar cómo un esquema de organización de la pareja y de transmisión de ciertos derechos –herencias, apellidos…-, el patriarcado, se ha convertido por obra y gracia de la especulación feminista –bien asentada en las llamadas cátedras de género y generosamente regada con dinero público- en un pilar, piedra angular, pared maestra y clave de bóveda de los edificios institucionales de cada democracia contemporánea y de aquellos colectivos que, sin haberla alcanzado, están en ello: desde la ONU hasta la última ONG del más traqueteado país, sin excepción se acepta que el patriarcado es norma y ley vigentes y que destruirlo es obligación de cada demócrata y cada ser humano. En la medida en que se pretenda que la mujer sea más libre, no hay nada que oponer al objetivo de borrar rastros inaceptables del pasado y al de dibujar un futuro libre de servidumbres ancestrales. El problema empieza cuando el feminismo arroja al bebé con el agua sucia y arremete sin compasión contra el varón, su historia, su naturaleza, su realidad y su futuro. Porque resulta que ésta es la técnica de combate del feminismo actual: aplastar la figura del varón en nombre de la liberación de la mujer. NO.


Desde mi modesto punto de vista, no se puede aceptar esta pretensión y es imperativo salirle al paso, con armas y bagajes y con todas las consecuencias: porque el feminismo está muy, pero que muy introducido en las instituciones y en las mentes de muchas personas y se crece a cada paso y se afianza en sus intenciones. Y hay que pararlo. Así que hay que recordarle al feminismo y a las feministas que el varón es lo que es como consecuencia de hechos y circunstancias ajenas a su voluntad y que la mujer, de igual modo, es resultado de una determinada trayectoria y que cada cual ha de pechar con lo suyo e intentar un entendimiento y no aplastar al contrincante. Ni uno ni otro sexo son angelicales ni demoníacos: simplemente humanos. Tienen sus cosas, algunas menos buenas, y ya está. Pero puesto que el feminismo no acepta un planeamiento de buen entendimiento entre los sexos sino que exige la rendición incondicional del macho y el sometimiento absoluto a sus desaforadas ambiciones, lamentablemente, no toca otra sino desenvainar la espada frente a quien intenta arrebatar al varón su pasado, su presente y su futuro. Desengáñese el feminismo y desengáñense las feministas: ni el varón se disolverá en sus alegatos ni las mujeres se prestarán a su juego. El mundo ha sido de los dos sexos desde sus orígenes y lo va a seguir siendo mal que les pese: el futuro no es feminista ni los hombres que se dicen feministas representan a nadie más que a ellos mismos. El varón normal, el de una pieza, anda por ahí conduciendo camiones, arando campos, construyendo puentes o dirigiendo países: no es violento, no es un obseso sexual, no maltrata a su pareja, ama a sus hijos y, muy a menudo, da su vida por su compañera y sus criaturas. Con sus defectos y sus cualidades, ni renuncia a su pasado ni encuentra motivos para dejar de ser como es, por mucho que le asedien desde cada esquina para que abomine de su naturaleza viril y agache las orejas ante tanto bombardeo legal, judicial y publicitario, siempre buscando denostarlo, siempre queriendo rebajarlo. Porque se trata de diseñar un futuro para la humanidad, ahora que contamos con infinidad de herramientas para construirlo a beneficio de todo el mundo, hombres y mujeres y todo aquel que sienta que su ser no se adecúa exactamente a este dipolo: no hay problema, aquí caben todos. Pero si el diseño de ese futuro pasa por abominar del pasado, por reconstruirlo a gusto de las modernas elucubraciones del género y por arrojar al basurero de la historia la trayectoria del varón, el feminismo se ha equivocado. Y, puesto que se ha equivocado, hay que criticarlo sin contemplaciones. Y para que pueda ser


criticado, hay que levantar la voz entre tanto político, tertuliano y abogado que se baja los pantalones antes de escribir una letra o concurrir a unas elecciones, por miedo a que el feminismo le monte un cirio. Vamos, pues, cara al futuro: de la mano, hombres, mujeres y cuantos se sientan distintos, no hay problema: el esquema de convivencia que hoy son los códigos de derechos humanos, por suerte, incluye cualquier variedad personal que respete a los demás y se extiende, imparable, por el mundo entero. Vamos a sentarnos a discutir sobre ese futuro y sobre lo que cada cual, en concreto, cada sexo, habrá de aportar a él. Vamos a respetar cada inclinación sexual, cada tendencia, hasta cada manía que no implique desprecio ni discriminación por razón de sexo de ningún tipo. Y no vamos a justificar las violaciones de derechos que se perpetren en los varones presentes, en nombre de los errores cometidos por sus ancestros. Ni discriminaciones a futuro, como pago del supuesto peaje que toca apoquinar a los hombres para transitar a una democracia igualitaria: ¿igualitaria cuando se pisotea la condición de persona del varón en nombre de los derechos de la mujer? Somos los varones lo que somos y aceptaremos sin problemas que se sancione cualquier abuso o agravio de que sean víctima las mujeres: pero de ningún modo agacharemos la cabeza ante los abusos descarados del feminismo y la indignidad a que intentan arrojar al varón. Tenemos los varones un pasado, depositado en los genes y en las costumbres, en las leyes y en las inclinaciones: corrijamos lo que corresponda y eduquemos en el respeto pero de ningún modo aceptaremos exclusiones, discriminaciones o argumentos que las apuntalen: ¿Por qué los hombres no pueden ser incluidos en la Ley de Violencia de Género?, escribe en eldiario.es, al cierre de estas páginas, un indigno personaje que, cobardemente, arremete contra todo aquel que le place desde el anonimato que ese digital le brinda bajo el estúpido apelativo de Barbijaputa. ¿Admitiría su director, el periodista Ignacio Escolar, un titular de esta guisa: “Por qué los musulmanes no pueden ser incluidos en la lista de ciudadanos respetables? o ¿los homosexuales, los gitanos, los negros… no pueden ser incluidos en las normativas municipales o en los programas de fiestas locales?”. Por supuesto que no lo admitiría: ni lo aceptaría él, como periodista. Pero admite cada día que su medio arremeta contra el varón con tanta ignorancia como prepotencia, como es el caso.


Está el panorama mediático y político plagado de incoherencias y estupideces de ese jaez e, incluso, aún más rastreras. Como, sin duda, lo están las llamadas redes sociales de estupideces equivalentes dirigidas a la mujer. Lo que no se puede admitir es que se coloquen los desafueros de machistas retrógrados al nivel de disparates consentidos y celebrados de parte de quienes se tienen por progresistas y buenos profesionales: ni, en la otra banda, por el feminismo, como se hace regularmente entre la complacencia de muchos varones y el regocijo de tantas mujeres. Pero es lo que hay. Así que nos hemos de disponer los varones –y las mujeres que se apunten al futuro- a defender nuestra manera de ser y comportarnos, rechazando como una barbaridad la pretensión feminista de que formamos parte de una congregación mundial, cuya estructura se pierde en la noche de los tiempos y cuya red abarca todos y cada uno de los movimientos y contactos que los hombres tenemos con las mujeres. Defendamos, pues, al varón y defendamos igualmente a la mujer: sus peculiaridades, la riqueza de cada sexo, el potencial de su encuentro. En ello estriba buena parte de ese futuro que se presenta halagüeño. Por la libertad de las personas, por la igualdad de ellas, por la equidistancia en derechos y deberes de los sexos, guerra al feminismo discriminador. El futuro es de cada persona que habita este mundo: no de un sector ni de un sexo ni de una doctrina. De todos y a favor de todos. ¡Viva la diversidad sexual, viva la convivencia y entendimiento entre los sexos, viva el sexo femenino, viva el sexo masculino, viva el encuentro entre ellos!


Capítulo 24

Apéndice. Test de virilidad autorrespondido…con estrambote ¿Eres varón? Sí. ¿Seguro, no tienes dudas? Ninguna. ¿Elegiste tu sexo? Por supuesto que no. ¿Lo cambiarías si pudieras? De ningún modo. ¿Estás a gusto con tu condición viril? Muy a gusto. ¿Te dejarías definir como macho? ¿Por qué no? ¿Te sientes superior a los demás por ser varón, por ser macho? En nada. ¿Te sientes superior a las mujeres? ¡Qué tontería…! ¿Las pegas, las maltratas? Jamás. ¿Las discriminas por ser mujeres? ¿En qué…? ¿Las desprecias, las insultas? Jamás. ¿Qué te parece que haya varones que asesinan a sus compañeras? Horrible. ¿Serías capaz de asesinar a tu compañera? Vamos, hombre… ¿Sabes que cada año mueren en España alrededor de 60 mujeres asesinadas por sus compañeros? Sí, lo oigo a cada paso. ¿Qué opinas de esto? Me parece terrible. ¿Qué harías para evitarlo? Pues no sé, lo que pudiera. Pero, ¿qué puedo hacer yo?


¿Qué te parece que se pretenda solucionar el problema a base de incrementar el número de denuncias contra los varones? Una gilipollez. ¿Crees que hay mujeres que denuncian falsamente a sus compañeros? Por supuesto, yo conozco una. ¿Eres violento? Me cabreo pero se me pasa enseguida. ¿Discutes con tu novia, con tu esposa? Cada día. ¿Quién es más discutidor de los dos? Mitad, mitad. ¿Te insulta ella al discutir? Bueno, me dice cosas pero no le doy importancia. ¿Te ha pegado alguna vez? Una vez me arreó un bofetón. Luego echamos un polvo. ¿Qué te dice cuando discutís? Mejor no lo repito. ¿Dirías que ella es violenta? Tampoco: los dos tenemos carácter y eso es todo ¿Le controlas el móvil? Ni por asomo. ¿Le prohíbes salir con amigas? Ni lo intento. ¿Le reprochas que se ponga determinada ropa? Ni se me ocurre. ¿Le controlas el dinero? Pero si es ella la que lleva las cuentas… ¿La insultas cuando la comida no está a tu gusto? Cocina muy bien pero cuando algo no le sale, la tomo el pelo, sí. ¿Abres las piernas en el comedor? ¿Qué…? ¿Le obligas a follar si no quiere? Que más quisiera, obligarle a algo… ¿Cuándo manteneis relaciones sexuales? Cuando uno de los dos tiene ganas. ¿Qué pasa cuando tiene la regla? Ajo y agua. ¿Quién escogió el coche familiar? Ella. ¿Quién decidió sobre el piso que teneis en común? Ella. ¿Quién administra el dinero de la familia? Ella. ¿Quién conduce cuando visitáis a la familia? Yo.


¿Quién hace la compra semanal? Ella me escribe una nota y yo voy al super. ¿Quién decide a qué colegio van tus hijos? Ella. ¿Quién decidió el momento y las circunstancias de vuestra boda? Ella y su padre que dice que sabe astrología. ¿Quién revisó la lista de invitados? Ella y su madre. ¿Cuentas chistes machistas? Sí. Dicen que tengo gracia. ¿Oyes chistes feministas? Claro, me hacen gracia. ¿Es tu mujer miembro de alguna organización feminista? No, que yo sepa. ¿Estás de acuerdo con la ley 2004, de medidas integrales contra la violencia de género? Algo he oído. Me parece una barbaridad. A un amigo lo metieron dos días sólo porque su mujer se enfadó y una vecina llamó a los Mossos d’Esquadra. ¿Crees que algunas mujeres se aprovechan de esa ley para quitarse de en medio al marido y salir beneficiadas en el divorcio? ¿Qué si lo creo? Conozco a una, mi cuñada. ¿Crees que hay denuncias falsas? A montones. ¿Qué te parece que algunas mujeres denuncien falsamente a su compañero? Tremendo. ¿Crees que las mujeres están discriminadas? Me lo creeré cuando las vea pagar una cena. ¿Crees que la mayoría de políticos acepta el feminismo? Sí, todos dicen que son feministas. ¿Por qué? Hombre, supongo que para ganar votos. ¿Eres mujeriego? Ni se me ocurriría. Mi mujer me pela. ¿Vas de putas? Antes de casarme, fui alguna vez ¿Eres celoso? Psss. ¿Tu mujer es celosa? Mucho ¿Qué dice de tus novias anteriores? Sólo conoció a una y la montó un pollo en una reunión, qué vergüenza… ¿Quién te compra la ropa? Ella, hasta los calzoncillos.


¿Te parece mal? Me da igual. ¿Qué tal tu matrimonio? Pues diría que bien. ¿Repetirías? Sí. ¿Miras el culo a las mujeres cuando pasan? ¿Qué puedo mirarles, las ideas? ¿Les miras las tetas cuando hablas con ellas? Joder, si las tengo delante ¿Friegas, planchas, cocinas… en tu casa? Sí, hijo, sí. Y tiendo las toallas y hasta las bragas. ¿Cómo os repartís las faenas del hogar? A ojo de buen cubero: tú vas a esto, yo a lo otro. ¿Te sientes macho? Coño, claro, y mucho. ¿Cambiarías de acera? Ni loco.

Da igual lo que respondas: si eres macho, eres machista: así lo ha decidido el feminismo. Y te quedan dos opciones: la primera, resignarte. La segunda mandar al feminismo a hacer gárgaras, ser auténtico, ser tu mismo, respetar a todo el mundo y procurar ser feliz y hacer felices a quienes te rodean. Y ser viril, todo lo que el cuerpo te pida.


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